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CANTO XII |
1 |
Tan luego como la nave, dejando la
corriente del río Océano, llegó a
las olas del vasto mar y a la isla
Eea -donde están la mansión y las
danzas de Eos, hija de la mañana, y
el orto del Helios-, la sacamos a la
arena, después de saltar a la playa,
nos entregamos al sueño, y
aguardamos la aparición de la
divinal Eos. |
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8 |
Cuando se descubrió la hija de la
mañana, Eos de rosáceos dedos, envié
algunos compañeros a la morada de
Circe para que trajesen el cadáver
del difunto Elpénor. Luego cortamos
troncos y, afligidos y vertiendo
abundantes lágrimas, celebramos las
exequias en el lugar más eminente de
la orilla. Y no bien hubimos quemado
el cadáver y las armas del difunto,
le erigimos un túmulo, con su
correspondiente cipo, y clavamos en
la parte más alta el manejable remo. |
|
16 |
Mientras en tales cosas nos
ocupábamos, no se le encubrió a
Circe nuestra llegada del Hades, y
se atavió y vino muy presto con
criadas que traían pan, mucha carne
y vino rojo, de color de fuego.
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20 |
Y puesta en medio de nosotros, dijo
así la divina entre las diosas: |
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21 |
—¡Oh desdichados, que viviendo aún,
bajasteis a la morada de Hades, y
habréis muerto dos veces cuando los
demás hombres mueren una sola. Ea,
quedaos aquí, y comed manjares y
bebed vino, todo el día de hoy; pues
así que despunte la aurora volveréis
a navegar, y yo os mostraré el
camino y os indicaré cuanto sea
preciso para que no padezcáis, a
causa de una maquinación funesta,
ningún infortunio ni en el mar ni en
la tierra firme. |
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28 |
Así dijo; y nuestro ánimo generoso
se dejó persuadir. Y ya todo el día,
hasta la puesta del sol, estuvimos
sentados, comiendo carne en
abundancia y bebiendo dulce vino. |
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31 |
Apenas el sol se puso y sobrevino la
obscuridad, los demás se acostaron
junto a las amarras del buque. Pero
a mí Circe me cogió de la mano, me
hizo sentar separadamente de los
compañeros y, acomodándose cerca de
mí, me preguntó cuanto me había
ocurrido; y yo se lo conté por su
orden. Entonces me dijo estas
palabras la veneranda Circe: |
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37 |
—Así, pues, se han llevado a
cumplimiento todas estas cosas. Oye
ahora lo que voy a decir y un dios
en persona te lo recordará más
tarde. Llegarás primero a las
sirenas, que encantan a cuantos
hombres van a su encuentro. Aquel
que imprudentemente se acerca a
ellas y oye su voz, ya no vuelve a
ver a su esposa ni a sus hijos
pequeñuelos rodeándole, llenos de
júbilo, cuando torna a sus hogares;
sino que le hechizan las sirenas con
el sonoro canto, sentadas en una
pradera y teniendo a su alrededor
enorme montón de huesos de hombres
putrefactos cuya piel se va
consumiendo. Pasa de largo y tapa
las orejas de tus compañeros con
cera blanda, previamente adelgazada,
a fin de que ninguno las oiga; mas
si tú desearas oírlas, haz que te
aten en la velera embarcación de
pies y manos, derecho y arrimado a
la parte inferior del mástil, y que
las sogas se liguen al mismo; y así
podrás deleitarte escuchando a las
sirenas. Y caso de que supliques o
mandes a los compañeros que te
suelten, átente con más lazos
todavía. |
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55 |
Después que tus compañeros hayan
conseguido llevaros más allá de las
Sirenas, no te indicaré con
precisión cuál de los dos caminos te
cumple recorrer; considéralo en tu
ánimo, pues voy a decir lo que hay a
entrambas partes. A un lado se alzan
peñas prominentes, contra las cuales
rugen las inmensas olas de la
ojizarca Anfitrite; llámanlas
Erráticas los bienaventurados
dioses. Por allí no pasan las aves
sin peligro, ni aun las tímidas
palomas que llevan la ambrosía al
padre Zeus; pues cada vez la lisa
peña arrebata alguna y el padre
manda otra para completar el número.
Ninguna embarcación de hombres, en
llegando allá, pudo escapar salva;
pues las olas del mar y las
tempestades, cargadas de pernicioso
fuego, se llevan juntamente las
tablas del barco y los cuerpos de
los hombres. Tan sólo logró doblar
aquellas rocas una nave surcadora
del ponto, Argo, por todos tan
celebrada, al volver del país de
Eetes; y también a ésta habríala
estrellado el oleaje contra las
grandes peñas, si Hera no la hubiese
hecho pasar junto a ellas por su
afecto a Jasón. |
|
73 |
Al lado opuesto hay dos escollos. El
uno alcanza al anchuroso cielo con
su pico agudo, coronado por el pardo
nubarrón que jamás le suelta; en
términos que la cima no aparece
despejada nunca, ni siquiera en
verano, ni en otoño. Ningún hombre
mortal, aunque tuviese veinte manos
e igual número de pies, podría subir
al tal escollo ni bajar de él, pues
la roca es tan lisa que semeja
pulimentada. |
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80 |
En medio del escollo hay un antro
sombrío que mira al ocaso, hacia el
Erebo, y a él enderezaréis el rumbo
de la cóncava nave, preclaro Odiseo.
Ni un hombre joven, que disparara el
arco desde la cóncava nave, podría
llegar con sus tiros a la profunda
cueva. Allí mora Escila, que aúlla
terriblemente, con voz semejante a
la de una perra recién nacida, y es
un monstruo perverso a quien nadie
se alegrará de ver, aunque fuese un
dios el que con ella se encontrase.
Tiene doce pies, todos deformes, y
seis cuellos larguísimos, cada cual
con una horrible cabeza en cuya boca
hay tres hileras de abundantes y
apretados dientes, llenos de negra
muerte. Está sumida hasta la mitad
del cuerpo en la honda gruta, saca
las cabezas fuera de aquel horrendo
báratro y, registrando alrededor del
escollo, pesca delfines, perros de
mar, y también, si puede cogerlo,
alguno de los monstruos mayores que
cría en cantidad inmensa la ruidosa
Anfitrite. |
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98 |
Por allí jamás pasó embarcación
cuyos marineros pudieran gloriarse
de haber escapado indemnes; pues
Escila les arrebata con sus cabezas
sendos hombres de la nave de azulada
proa. |
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101 |
El otro escollo es más bajo y lo
verás Odiseo, cerca del primero;
pues hállase a tiro de flecha. Hay
ahí un cabrahigo grande y frondoso,
y a su pie la divinal Caribdis sorbe
la turbia agua. Tres veces al día la
echa fuera y otras tantas vuelve a
sorberla de un modo horrible. No te
encuentres allí cuando la sorbe pues
ni el que sacude la tierra podría
librarte de la perdición. Debes, por
el contrario, acercarte mucho al
escollo de Escila y hacer que tu
nave pase rápidamente; pues mejor es
que eches de menos a sus compañeros
que no a todos juntos. |
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111 |
Así se expresó; y le contesté
diciendo:
—Ea, oh diosa, háblame sinceramente.
Si por algún medio lograse escapar
de la funesta Caribdis, ¿podré
rechazar a Escila cuando quiera
dañar a mis compañeros? |
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115 |
Así le dije, y al punto me respondió
la divina entre las diosas: |
|
116 |
—¡Oh, infeliz! ¿Aún piensas en obras
y trabajos bélicos, y no has de
ceder ni ante los inmortales dioses?
Escila no es mortal, sino una plaga
imperecedera, grave, terrible, cruel
e ineluctable. Contra ella no hay
que defenderse; huir de su lado es
lo mejor. Si, armándote, demorares
junto al peñasco, temo que se
lanzará otra vez y te arrebatará con
sus cabezas sendos varones. Debes
hacer, por tanto, que tu navío pase
ligero, e invocar, dando gritos, a
Crateis, madre de Escila, que les
parió tal plaga a los mortales y
ésta la contendrá para que no os
acometa nuevamente. |
|
127 |
Llegarás más tarde a la isla de
Trinacia, donde pacen las muchas
vacas y pingües ovejas de Helios.
Siete son las vacadas, otras tantas
las hermosas greyes de ovejas, y
cada una está formada por cincuenta
cabezas. Dicho ganado no se
reproduce ni muere y son sus
pastoras dos deidades, dos ninfas de
hermosas trenzas: Faetusa y
Lampetia; las cuales concibió de
Helios Hiperión la divina Neera. |
|
134 |
La veneranda madre, después que las
dio a luz y las hubo criado,
llevólas a la isla de Trinacia, allá
muy lejos, para que guardaran las
ovejas de su padre y las vacas de
retorcidos cuernos. Si a éstas las
dejaras indemnes, ocupándote tan
sólo en preparar tu regreso, aun
llegaríais a Itaca, después de pasar
muchos trabajos; pero, si les
causares daño, desde ahora te
anuncio la perdición de la nave y la
de tus amigos. Y aunque tú escapes,
llegarás tarde y mal a la patria,
después de perder todos los
compañeros. |
|
142 |
Así dijo; y al punto apareció Eos,
de áureo solio. La divina entre las
diosas se internó en la isla, y yo,
encaminándome al bajel, ordené a mis
compañeros que subieran a la nave y
desataran las amarras. Embarcáronse
acto continuo y, sentándose por
orden en los bancos, comenzaron a
batir con los remos el espumoso mar. |
|
148 |
Por detrás de la nave de azulada
proa soplaba prospero viento que
henchía las velas; buen compañero
que nos mandó Circe, la de lindas
trenzas, deidad Poderosa, dotada de
voz. Colocados los aparejos cada uno
en su sitio, nos sentamos en la
nave, que era conducida por el
viento y el piloto. Entonces alcé la
voz a mis compañeros, con el corazón
triste, y les hablé de este modo: |
|
154 |
—¡Oh amigos! No conviene que sean
únicamente uno o dos quienes
conozcan los vaticinios que me
reveló Circe, la divina entre las
diosas; y os los voy a referir para
que, sabedores de ellos, o muramos o
nos salvemos, librándonos de la
muerte y de la Moira. Nos ordena lo
primero rehuir la voz de las
divinales sirenas y el florido prado
en que éstas moran. Manifestóme que
tan solo yo debo oírlas; pero atadme
con fuertes lazos, de pie y arrimado
a la parte inferior del mástil -para
que me esté allí sin moverme-, y las
sogas láguense al mismo. Y en el
caso de que os ruegue o mande que me
soltéis, atadme con mas lazos
todavía. |
|
165 |
Mientras hablaba, declarando estas
cosas a mis compañeros, la nave,
bien construida llegó muy presto a
la isla de las sirenas, pues la
empujaba favorable viento. Desde
aquel instante echóse el viento y
reinó sosegada calma, pues algún
numen adormeció las olas.
Levantáronse mis compañeros,
amainaron las velas y pusiéronlas en
la cóncava nave; y, habiéndose
sentado nuevamente en los bancos,
emblanquecían el agua, agitándola
con los remos de pulimentado abeto. |
|
173 |
Tomé al instante un gran pan de cera
y lo partí con el agudo bronce en
pedacitos, que me puse luego a
apretar con mis robustas manos.
Pronto se calentó la cera, porque
hubo de ceder a la gran fuerza y a
los rayos del soberano Helios
Hiperiónida, y fui tapando con ella
los oídos de todos los compañeros.
Atáronme éstos en la nave, de pies y
manos, derecho y arrimado a la parte
inferior del mástil; ligaron las
sogas al mismo; y, sentándose en los
bancos, torron a batir con los remos
el espumoso mar. |
|
181 |
Hicimos andar la nave muy
rápidamente. y, al hallarnos tan
cerca de la orilla que allá pudieran
llegar nuestras voces, no se les
encubrió a las sirenas que la ligera
embarcación navegaba a poca
distancia y empezaron un sonoro
canto: |
|
184 |
—¡Ea, célebre Odiseo, gloria insigne
de los aqueos! Acércate y detén la
nave para que oigas nuestra voz.
Nadie ha pasado en su negro bajel
sin que oyera la suave voz que fluye
de nuestra boca; sino que se van
todos después de recrearse con ella,
sabiendo más que antes; pues sabemos
cuántas fatigas padecieron en la
vasta Troya argivos y teucros, por
la voluntad de los dioses, y
conocemos también todo cuanto ocurre
en la fértil tierra. |
|
192 |
Esto dijeron con su hermosa voz.
Sintióse mi corazón con ganas de
oírlas, y moví las cejas, mandando a
los compañeros que me desatasen;
pero todos se inclinaron y se
pusieron a remar. Y, levantándose al
punto Perimedes y Euríloco, atáronme
con nuevos lazos, que me sujetaban
más reciamente. Cuando dejamos atrás
las sirenas y ni su voz ni su canto
se oían ya, quitáronse mis fieles
compañeros la cera con que había yo
tapado sus oídos y me soltaron las
ligaduras. |
|
201 |
Al poco rato de haber dejado atrás
la isla de las sirenas, vi humo e
ingentes olas y percibí fuerte
estruendo. Los míos, amedrentados,
hicieron volar los remos, que
cayeron con gran fragor en la
corriente; y la nave se detuvo
porque ya las manos no batían los
largos remos. |
|
206 |
A la hora anduve por la embarcación
y amonesté a los compañeros,
acercándome a ellos y hablándoles
con dulces palabras: |
|
208 |
—¡Oh amigos! No somos novatos en
padecer desgracias y la que se nos
presenta no es mayor que la
experimentada cuando el Ciclope,
valiéndose de su poderosa fuerza,
nos encerró en la excavada gruta.
Pero de allí nos escapamos también
por mi valor, decisión y prudencia,
como me figuro que todos
recordaréis. Ahora, ea, hagamos
todos lo que voy a decir. Vosotros,
sentados en los bancos, batid con
los remos las grandes olas del mar,
por si acaso Zeus nos concede que
escapemos de esta desgracia,
librándonos de la muerte. |
|
217 |
Y a ti, piloto, voy a darte una
orden que fijarás en tu memoria
puesto que gobiernas el timón de la
cóncava nave. Apártala de ese humo y
de esas olas, y procura acercarla al
escollo, no sea que la nave se lance
allá, sin que tu lo adviertas, y a
todos nos lleves a la ruina. |
|
222 |
Así les dije, y obedecieron sin
tardanza mi mandato. No les hablé de
Escila, azar inevitable, para que
los compañeros no dejaran de remar,
escondiéndose dentro del navío. |
|
226 |
Olvidé entonces la penosa
recomendación de Circe de que no me
armase de ningún modo; y, poniéndome
la magnífica armadura, tomé dos
grandes lanzas y subí al tablado de
proa, lugar desde donde esperaba ver
primeramente a la pétrea Escila que
iba a producir tal estrago en mis
compañeros. Mas no pude verla en
lado alguno y mis ojos se cansaron
de mirar a todas partes registrando
la obscura peña. |
|
234 |
Pasábamos el estrecho llorando, pues
a un lado estaba Escila y al otro la
divina Caribdis, que sorbía de
horrible manera la salobre agua del
mar. Al vomitarla dejaba oír sordo
murmurio, revolviéndose toda como
una caldera que está sobre un gran
fuego, y la espuma caía sobre las
cumbres de ambos escollos. Mas,
apenas sorbía la salobre agua del
mar, mostrábase agitada
interiormente, el peñasco sonaba
alrededor con espantoso ruido y en
lo hondo se descubría la tierra
mezclada con cerúlea arena. El
pálido temor se enseñoreó de los
míos, y mientras contemplábamos a
Caribdis, temerosos de la muerte,
Escila me arrebato de la cóncava
embarcación los seis compañeros que
más sobresalían por sus manos y por
su fuerza. Cuando quise volver los
ojos a la velera nave y a los
amigos, ya vi en el aire los pies y
las manos de los que eran
arrebatados a lo alto y me llamaban
con el corazón afligido,
pronunciando mi nombre por la vez
postrera. |
|
251 |
De la suerte que el pescador, al
echar desde un promontorio el cebo a
los pececillos valiéndose de la
luenga caña, arroja al ponto el
cuerno de un toro montaraz y así que
coge un pez lo saca palpitante de
esta manera, mis compañeros,
palpitantes también, eran llevados a
las rocas y allí, en la entrada de
la cueva, devorábalos Escila
mientras gritaban y me tendían los
brazos en aquella lucha horrible. De
todo lo que padecí peregrinando por
el mar, fue este espectáculo el más
lastimoso que vieron mis ojos. |
|
260 |
Después que nos hubimos escapado de
aquellas rocas, de la horrenda
Caribdis y de Escila, llegamos muy
pronto a la intachable isla del
dios, donde estaban las hermosas
vacas de ancha frente, y muchas
pingües ovejas de Helios, hijo de
Hiperión. |
|
264 |
Desde el mar, en la negra nave, oí
el mugido de las vacas encerradas en
los establos y el balido de las
ovejas, y me acordé de las palabras
del vate ciego Tiresias de tebano, y
de Circe de Eea, los cuales me
encargaron reiteradamente que huyese
de la isla de Helios, que alegra a
los mortales. |
|
270 |
Y entonces, con el corazón afligido,
dije a lo compañeros: |
|
271 |
—Oíd mis palabras, amigos, aunque
padezcáis tantos males, para que os
revele los oráculos de Tiresias y de
Circe de Eea, los cuales me
encargaron reiteradamente que huyese
de la isla de Helios, que alegra a
los mortales, diciendo que allí nos
aguarda el más terrible de los
infortunios. Por tanto, encaminad el
negro bajel por fuera de la isla. |
|
277 |
Así les dije. A todos se les partía
el corazón, y Euríloco me respondió
en seguida con estas odiosas
palabras: |
|
279 |
—Eres cruel Odiseo, disfrutas de
vigor grandísimo, y tus miembros no
se cansan, y debes de ser de hierro,
ya que no permites a los tuyos,
molidos de la fatiga y del sueño,
tomar tierra en esa isla azotada por
las olas, donde aparejaríamos una
agradable cena; sino que les mandas
que se alejen y durante la rápida
noche anden a la ventura por el
sombrío ponto. Por la noche se
levantan fuertes vientos, azotes de
las naves. ¿A dónde iremos, para
librarnos de una muerte cruel, si de
súbito viene una borrasca suscitada
por el Noto o por el impetuoso
Céfiro, que son los primeros en
destruir una embarcación hasta
contra la voluntad de los soberanos
dioses? |
|
290 |
Obedezcamos ahora a la obscura noche
y aparejemos la comida junto a la
velera nave; y al amanecer nos
embarcaremos nuevamente para
lanzarnos al dilatado ponto. |
|
294 |
Tales razones profirió Euríloco y
los demás compañeros las aprobaron.
Conocí entonces que algún dios
meditaba causarnos daño y,
dirigiéndome a aquél, le dije estas
aladas palabras: |
|
297 |
—¡Euríloco! Gran fuerza me hacéis
porque estoy solo. Mas, ea, prometed
todos con firme juramento que si
damos con alguna manada de vacas o
grey numerosa de ovejas ninguno de
vosotros matará, cediendo a funesta
locura, ni una vaca tan solo, ni una
oveja, sino que comeréis tranquilos
los manjares que nos dio la inmortal
Circe. |
|
303 |
Así les hablé; y en seguida juraron,
como se lo mandaba. Apenas hubieron
acabado de prestar el juramento,
detuvimos la bien construida nave en
el hondo puerto; cabe a una fuente
de agua dulce; y los compañeros
desembarcaron, y luego aparejaron
muy hábilmente la comida. Ya
satisfecho el deseo de comer y de
beber, lloraron, acordándose de los
amigos a quienes devoró Escila
después de arrebatarlos de la
cóncava embarcación; y mientras
lloraban les sobrevino dulce sueño.
Cuando la noche hubo llegado a su
último tercio y ya los astros
declinaban, Zeus, que amontona las
nubes, suscitó un viento impetuoso y
una tempestad deshecha, cubrió de
nubes la tierra y el ponto, y la
noche cayó del cielo. |
|
316 |
Apenas se descubrió la hija de la
mañana, Eos de rosáceos dedos,
pusimos la nave en seguridad,
llevándola a una profunda cueva,
donde las Ninfas tenían asientos y
hermosos lugares para las danzas. |
|
319 |
Acto continuo los reuní a todos en
junta y les hablé de esta manera: |
|
320 |
—¡Oh amigos! Puesto que hay en la
velera nave alimentos y bebida,
abstengámonos de tocar esas vacas, a
fin de que no nos venga ningún mal,
porque tanto las vacas como las
pingües ovejas son de un dios
terrible, de Helios, que todo lo ve
y todo lo oye. |
|
324 |
Así les dije, y su ánimo generoso se
dejó persuadir. Durante un mes
entero sopló incesantemente el Noto,
sin que se levantaran otros vientos
que el Euro y el Noto: y mientras no
les faltó pan y rojo vino,
abstuviéronse de tomar las vacas por
el deseo de conservar la vida. Pero
tan pronto como, agotados todos los
víveres de la nave, viéronse
obligados a ir errantes tras de
alguna presa -peces o aves, cuanto
les viniese a las manos-, pescando
con corvos anzuelos, porque el
hambre les atormentaba el vientre. |
|
333 |
Yo me interné en la isla con el fin
de orar a los dioses y ver si alguno
me mostraba el camino para llegar a
la patria. Después que, andando por
la isla, estuve lejos de los míos,
me lavé las manos en un lugar
resguardado del viento, y oré a
todos los dioses que habitan el
Olimpo, los cuales infundieron en
mis párpados dulces sueños. Y en
tanto, Euríloco comenzó a hablar con
los amigos para darles este
pernicioso consejo: |
|
340 |
—Oíd mis palabras, compañeros,
aunque padezcáis tantos infortunios.
Todas las muertes son odiosas a los
infelices mortales, pero ninguna es
tan mísera como morir de hambre y
cumplir de esta suerte el propio
destino. Ea, tomemos las más
excelentes de las vacas de Helios y
ofrezcamos un sacrificio a los
dioses que poseen el anchuroso
cielo. Si consiguiésemos volver a
Itaca, la patria tierra, erigiríamos
un rico templo a Helios, hijo de
Hiperión, poniendo en él muchos y
preciosos simulacros. Y si, irritado
a causa de las vacas de erguidos
cuernos, quisiera Helios perder
nuestra nave y lo consienten los
restantes dioses, prefiero morir de
una vez, tragando el agua de las
olas, a consumirme con lentitud, en
una isla inhabitada. |
|
352 |
Así habló Euríloco y aplaudiéronle
los demás compañeros. Seguidamente,
habiendo echado mano a las más
excelentes vacas de Helios, que
estaban allí cerca -pues las
hermosas vacas de retorcidos cuernos
y ancha frente pacían a poca
distancia de la nave de azulada
proa-, se pusieron a su alrededor y
oraron a los dioses, después de
arrancar tiernas hojas de una alta
encina, porque ya no tenían blanca
cebada en la nave de muchos bancos. |
|
359 |
Terminada la plegaria, degollaron y
desollaron las reses; luego cortaron
los muslos, los pringaron con
gordura por uno y otro lado y los
cubrieron de trozos de carne; y como
carecían de vino que pudiesen verter
en el fuego sacro, hicieron
libaciones con agua mientras asaban
los intestinos. |
|
364 |
Quemados los muslos, probaron las
entrañas; y dividiendo lo restante
en pedazos muy pequeños, lo
espetaron en los asadores. |
|
366 |
Entonces huyó de mis párpados el
dulce sueño y emprendí el regreso a
la velera nave y a la orilla del
mar. Al acercarme al corvo bajel,
llegó hasta mí el suave olor de la
grasa quemada y, dando un suspiro,
clamé de este modo a los inmortales
dioses: |
|
371 |
—¡Padre Zeus, bienaventurados y
sempiternos dioses! Para mi daño,
sin duda, me adormecisteis con el
cruel sueño, y mientras tanto los
compañeros, quedándose aquí, han
consumado un gran delito. |
|
374 |
Lampetia, la del ancho peplo, fue
como mensajera veloz a decirle a
Helios, hijo de Hiperión, que
habíamos dado muerte a sus vacas.
|
|
376 |
Inmediatamente Helios, con el
corazón airado, habló de esta guisa
a los inmortales: |
|
377 |
—¡Padre Zeus, bienaventurados y
sempiternos dioses! Castigad a los
compañeros de Odiseo Laertíada,
pues, ensoberbeciéndose, han matado
mis vacas; y yo me holgaba de verlas
así al subir al estrellado cielo,
como al volver nuevamente del cielo
a la tierra. Que si no se me diere
la condigna compensación por estas
vacas, descenderé a la morada de
Hades y alumbraré a los muertos. |
|
384 |
Y Zeus, que amontona las nubes, le
respondió diciendo:
—¡Oh Helios! Sigue alumbrando a los
inmortales y a los mortales hombres
que viven en la fértil tierra; pues
yo despediré el ardiente rayo contra
su velera nave, y la haré pedazos en
el vinoso ponto. |
|
389 |
Esto me lo refirió Calipso, la de
hermosa cabellera, y afirmaba que se
lo había oído contar a Hermes, el
mensajero. |
|
391 |
Luego que hube llegado a la nave y
al mar, reprendí a mis compañeros
-acercándome ora a éste, ora a
aquél-, mas no pudimos hallar
remedio alguno, porque ya las vacas
estaban muertas. Pronto los dioses
les mostraron varios prodigios: los
cueros serpeaban, las carnes asadas
y las crudas mugían en los asadores,
y dejábanse oír voces como de vacas. |
|
397 |
Por seis días mis fieles compañeros
celebraron festines, para los cuales
echaban mano a las mejores vacas de
Helios, mas, así que Zeus Cronión
nos trajo el séptimo día, cesó la
violencia del vendaval que causaba
la tempestad y nos embarcamos,
lanzando la nave al vasto ponto
después de izar el mástil y de
descoger las blancas velas. |
|
|
|
403 |
Cuando hubimos dejado atrás aquella
isla y ya no se divisaba tierra
alguna, sino tan solamente cielo y
mar, Zeus colocó por cima de la
cóncava nave una parda nube debajo
de la cual se obscureció el ponto.
No anduvo la embarcación largo rato,
pues sopló en seguida el estridente
Céfiro y, desencadenándose, produjo
gran tempestad: un torbellino rompió
los dos cables del mástil, que se
vino hacia atrás, y todos los
aparejos se juntaron en la sentina.
El mástil, al caer en la popa, hirió
la cabeza del piloto aplastándole
todos los huesos; cayó el piloto
desde el tablado, como salta un
buzo, y su alma generosa se separó
de los huesos. |
|
|
|
415 |
Zeus despidió un trueno y al propio
tiempo arrojó un rayo en nuestra
nave; ésta se estremeció, al ser
herida por el rayo de Zeus,
llenándose del olor del azufre, y
mis hombres cayeron en el agua.
Llevábalos el oleaje alrededor del
negro bajel como cornejas, y un dios
les privó de la vuelta a la patria. |
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420 |
Seguí andando por la nave, hasta que
el ímpetu del mar separó a los
flancos de la quilla, la cual flotó
sola en el agua; y el mástil se
rompió en su unión con ella. Sobre
el mástil hallábase una soga hecha
de cuero de buey; até con ella
mástil y quilla y, sentándome en
ambos, dejéme llevar por los
perniciosos vientos. |
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426 |
Pronto cesó el soplo violento del
Céfiro, que causaba la tempestad, y
de repente sobrevino el Noto, el
cual me afligió el ánimo con
llevarme de nuevo hacia la
perniciosa Caribdis. Toda la noche
anduve a merced de las olas, y al
salir el sol llegue al escollo de
Escila y a la horrenda Caribdis, que
estaba sorbiendo la salobre agua del
mar; pero yo me lancé al alto
cabrahigo y me agarré como un
murciélago, sin que pudiera afirmar
los pies en parte alguna ni tampoco
encaramarme en el árbol, porque
estaban lejos las raíces y a gran
altura los largos y gruesos ramos
que daban sombra a Caribdis. |
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437 |
Me mantuve, pues, reciamente asido,
esperando que Caribdis devolviera el
mástil y la quilla; y éstos
aparecieron por fin, cumpliéndose mi
deseo. A la hora en que el juez se
levanta en el ágora, después de
haber fallado muchas causas de
jóvenes litigantes, dejáronse ver
los maderos fuera ya de Caribdis.
Soltéme de pies y manos y caí con
gran estrépito en medio del agua,
junto a los larguísimos maderos; y,
sentándome encima, me puse a remar
con los brazos. Y no permitió el
padre de los hombres y de los dioses
que Escila me viese, pues no me
hubiera librado de una terrible
muerte. |
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447 |
Desde aquel lugar fui errante nueve
días y en la noche del décimo
lleváronme los dioses a la isla
Ogigia, donde vive Calipso, la de
lindas trenzas, deidad poderosa,
dotada de voz; la cual me acogió
amistosamente y tuvo gran cuenta
conmigo. Mas, ¿a qué contar el
resto? Os lo referí ayer en esta
casa a ti y a tu ilustre esposa, y
me es enojoso repetir lo que queda
explicado claramente. |
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