REALIDAD Y FICCI�N
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de la p�gina Web de la profesora Mercedes Laguna |
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2� de Bachillerato I.E.S. "P. Jim�nez Montoya". Baza Lengua y Literatura
Art�culo de opini�n
Entre los j�venes espa�oles, los valores de la raz�n y el decoro p�blico parecen menos importantes que los del abandono y el olvido, ensalzados en los macrobotellones que se realizan cada fin de semana en los barrios de nuestras ciudades.
Tan sutiles como los mejores recuerdos son los procesos qu��micos que los hacen posi�bles: el calcio entra en las neuronas disparando una cascada de reacciones que fortalecen las sinapsis, y por lo tanto multiplican las posibilidades de conexiones instant�neas en las que consiste la memoria y la capacidad de aprendizaje. El hilo del recuerdo es una corriente de infinitesimales reacciones qu�micas: aprender es trazar nuevos caminos en el laberinto arb�reo de las c�lulas cere�brales. Pero parece que tan arraigado en la naturaleza humana como el deseo de saber cosas nuevas y de re�capitular con placer o melancol�a las ya vividas est� el instinto de renegar de ambas potestades, porque el aprendizaje pone en pe�ligro las certezas rutinarias en las que muchas veces nos gusta acomodarnos, y porque el recuerdo puede estar envenenado de amargura y de remordimiento. Para aprender algo m�s y no sucumbir al conocimiento, Ulises se hace atar al m�stil de su nav�o en las proximidades de los arrecifes en los que cantan las sirenas, mientras sus com�pa�eros se tapan los o�dos con cera. Quiere saber c�mo es la dulzura de esas voces que enloquecen a los hombres, pero tambi�n quiere sobrevivir, y la astucia que urde es un ejemplo temprano del ejercicio de la raz�n humana como ant�doto para los terrores primitivos del mundo. La Odisea trata de la racionalidad aventurera y la memoria, pero tam�bi�n de ese otro impulso de nuestra naturaleza, el del olvido. En el pa�s de los lot�fagos, los hombres comen de una planta que les borra todos los recuer�dos, y en la isla de la he�chicera Circe se convierten en cerdos y disfrutan de la brutal Felicidad de no ser ya humanos.
A la embriaguez se le ha atribuido el m�rito de restablecer el v�nculo con lo verdadero y hasta con lo sagrado, y cuando se dice tan vulgarmente que de la boca de los bo�rrachos y la de los ni�os procede la verdad se est� repitiendo la idea antigua de que la borrachera es un estado de iluminaci�n y de trance. Quiz�s por eso en el lenguaje com�n se asocia la embriaguez a la ceguera, que en el mundo antiguo era un atributo parad�jico de la clarivi�dencia. "Ponerse ciego", se dice en espa�ol, y en ingl�s la expresi�n equiva�lente para el que est� muy borracho es blind drunk. La cultura griega, seg�n Nietzsche, se construy� sobre el equilibrio inesta�ble entre la raz�n y la irra�cionalidad, la sobriedad y la embriaguez, la inteli�gencia serena representada por Apolo y el arrebato de fiesta y borrachera de Dionisos. Un paseo por cual�quier ciudad espa�ola en las noches del fin de se�mana nos har� pensar que en nuestro pa�s la vieja lu�cha entre Dionisos y Apolo la ha ganado con gran ventaja el primero, y que entre las personas m�s j�venes los dones del aban�dono y el olvido tienden a ser m�s valorados que los de la raz�n y la memoria. No destacamos interna�cionalmente en casi nada, salvo en la escala masiva de esos macrobotellones en los que decenas de miles de j�venes borrachos inundan barrios enteros, dejando en el amanecer una densa pestilencia de v�mitos y orines y un pai�saje de basuras. S� que es inconveniente manifestar disgusto ante ese espect�culo: las autoridades espa�olas llevan d�cadas practi�cando la demagogia de lo juvenil, y con frecuencia son ellas mismas las que alientan jovialmente tales concentraciones. Nadie quiere en Espa�a arriesgarse a no parecer joven, o al menos juvenil y majete, y como es un pa�s en el que la democracia tiene ra�ces muy d�bi�les, muy pocas personas se atreven a decir que ciertas normas de decoro p�blico y civismo son m�s progresistas que el abandono de los espacios de todos a manos de unos cuantos miles de borra�chos que se consideran autorizados a actuar en medio de la calle como no lo har�an jam�s en su propia casa. Y casi nadie quiere resaltar tampoco que adem�s de un problema de degradaci�n c�vica el h�bito juvenil de la borrachera es tambi�n un riesgo pavoroso para la salud p�blica. Estudios recientes prueban que el abuso del alcohol es to�dav�a m�s da�ino para los adolescentes que para los adultos, al entorpecer gravemente o destruir del todo esos sutiles proceses qu�micos que nos permi�ten aprender y recordar, y que desarrollan en los l�bulos frontales de nues�tro cerebro la misteriosa capacidad de prever el re�sultado de nuestros actos y ser capaces de corregir nuestra conducta. Tan h�roe como Ulises en La Odisea es Tel�maco, su hijo adolescente, que sale de la seguridad de su casa en busca del padre perdido y de la vida adulta. Pero un Tel�maco beodo se perder� en el mundo tan irreparablemente como se pierden las j�venes ra�tas de laboratorio intoxi�cadas de alcohol en los la�berintos que trazan para ellas los cient�ficos.
Pocos se atreven a decir que ciertas normas
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