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La mirada se constituye en el
tiempo. Necesita maceración. Rinde frutos luego de un trabajo
prolongado. No es posible concebir un certero “golpe de vista”
sin ejercicio previo, sin reflexión.
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El que mira es espejo de lo
mirado, pero sólo uno de los infinitos espejos posibles.
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Lo mirado no es sólo objeto, sino
también espejo del que mira. Lo mirado se “contagia” de la forma
en que es mirado, y acaba por decirnos algo del que mira.
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Mirar encuentra su réplica en el
acto de ser mirado.
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El que mira es un lector en
sentido figurado. Pero su “texto” carece del código básico que
la lengua provee a la lectura real. El que mira debe disponer de
un código, ya sea “inventado” o “descubierto” según los arreglos
de las cosas que mira. Los códigos que así surjan asumen la
forma de un postulado, o bien de una conjetura.
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La mirada es un acto social.
Implica una comunicación entre seres o una relación entre seres
y cosas. El lenguaje de esta comunicación o de esta relación son
las imágenes y las interpretaciones de las imágenes. El mirar
puede ser unilateral o recíproco, pero siempre es relacional: no
solo alude a una relación fáctica o posible, sino que además la
crea.
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El acto de mirar y/o el de ver
implican una inteligencia de las cosas o los seres. Constituyen
por lo tanto uno de los accesos al entendimiento y al
conocimiento.
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El que mira se da por supuesto.
Una mirada “completa” requiere, sin embargo, verse a sí mismo,
saberse. ¿Quién soy? ¿Para qué miro?
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Así como hay el problema del que
mira, hay el problema de lo mirado: la cosa, el otro. Parecidos
o distintos de mí, ellos son seres que al ser mirados generan
datos sobre sí mismos: apariencia, forma, color, sustancia,
totalidad, posibilidad, corporeidad.
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Lo imaginario, no menos que lo
existente, puede ser abordado por la mirada.
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Hay formas de mirar, códigos y
estilos preestablecidos. Los lenguajes y las disciplinas
reclaman distintos modos de producción de la imagen.
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La retina, la razón y el sentir
se articulan y combinan de diferentes maneras. Hay combinaciones
simples y complejas, homogéneas y heterogéneas. Esas
combinaciones trasladan a la interioridad diferentes
percepciones, distintas ecuaciones de paz o de conflicto para el
ánimo.
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En el acto de mirar hay pre-supuesta
una distancia, un espacio. Puede imaginarse un continuo desde
mirar cerca, con, involucrado y siendo visto, hasta mirar lejos,
sin, ajeno y sin ser visto.
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El que mira puede graduar esa
distancia colocándose deliberadamente en un punto u otro ante
otro ser mediante un artificio mental, visual o sensitivo. El
sistema visual y comprensivo es un objeto manipulable, tanto
como una lente.
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Todos los maestros del
conocimiento y el arte, así como muchos desconocidos discípulos,
se ejercitaron en el arte de mirar. Podemos aprender de ellos.
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Existen condicionamientos
sociales y culturales que otorgan al mirar un sentido y una
intencionalidad apriorística, producto de cada sociedad y cada
tiempo. Podemos reconstruir esas formas de mirar como lo haría
un arqueólogo, describirlos como la haría un novelista, o jugar
a prever sus posibilidades como lo haría un narrador de ciencia
ficción.
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Así como hay un fondo
condicionante en el que mira (su cultura, su tiempo), hay un
fondo en lo mirado, respecto del cual se revela y se explica el
otro o el objeto: la situación, el ambiente.
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Mirar con beneficio requiere
definir un “foco” y delimitar un “cuadro”. Los pintores, los
fotógrafos y los científicos son aquí nuestros maestros.
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El objetivo último del que mira
es, lo sepa o no, ver lo invisible. La religión, la magia, la
ciencia, la poesía. Las artes tienen ese –acaso único- elemento
en común. Todos se basan y a la vez desconfían del sentido
visual y lo consideran solo una vía para un mirar profundo.
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El que sabe que mira, el que
puede desarrollar un mirar reflexivo, tiene más de dos ojos,
pues conoce sus posibilidades y sus límites.
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Quien cultiva el mirar desarrolla
una ética y unas reglas acordes. Conocer y respetar esas reglas
ayuda –aunque no garantiza necesariamente- a evitar un mirar
deformado o un mirar deformante.
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La mirada implica goce y, por
definición, sensualidad. También interés, deseo. Entre la
subyugación y la voluntad de dominio, el justo medio es la
contemplación. Más allá del temor, el asombro y el poder, el que
contempla es dueño de sí mismo y de las imágenes.
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El que aprende a mirar puede
captar más completamente el mundo, puede enriquecerse y ser más.
El dominio del mirar implica un ejercicio de disciplina, de
autoconocimiento, de ascesis.
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En el mirar, la asimetría es la
norma, la simetría la excepción.
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Hay el enigma de lo que nunca fue
mirado. Oculta faz de la luna, replegada sombra del otro que
nunca visitaremos.
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El que mira está en riesgo.
Preguntarle al espía.