REALIDAD Y FICCIÓN                                                                          LECTURA, COMENTARIO, CREACIÓN
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Un nuevo modelo de racionalidad

para la Ciencia

 a la luz del pensamiento crítico

 

MERCEDES LAGUNA GONZÁLEZ

 

 

 

 

ÍNDICE

 

 

1.      ¿Por qué la ciencia necesita a la filosofía?

2.      La objetividad posicional a la luz de la filosofía crítica o filosofía transcendental

3.      ¿Por qué necesitamos otro modo de racionalidad en la ciencia?

4.      Juego, diálogo y presuposiciones. La caja de herramientas “adaptativas”

5.      De Kant a la filosofía de la ciencia actual

6.   A vuelta con los sistemas conceptuales

7.   La expresión de autonomía que podemos encontrar en el agente epistémico

8.  “Kant, Kuhn y la pluralidad de mundos”

9.   Si los discursos filosóficos pueden entablar un diálogo a través de la historia           

10.  A prioris fijos contra a prioris relativos

11.  Los principales rasgos de la acción humana

12.  El modelo de sujeto humano adecuado a la nueva racionalidad

 

 

Introducción

 

Al fracasar su intento teórico, la razón se descubre en el fondo como querer. […] La subjetividad ha de aceptar que es un sistema abierto, precario, en peligro, y que su propio ser se le plantea como tarea, responsabilidad, esfuerzo. […] En esto sacará lo mejor que ella tiene: su dignidad de persona. Pasará el ámbito del objeto, de la naturaleza, en la que propiamente se perdía en una ilimitada trama cósica, al mundo moral, del respeto y del amor personal. Gracias a la razón, el hombre sale de la tutela de la naturaleza y del instinto y se hace responsable de su vida. En eso experimenta el abismo de la libertad, antes desconocido, la incertidumbre del futuro, el trabajo penoso y la muerte […]. De este modo, toda razón es la huella en la conciencia de un acto de libertad, por imperfectos que sean ambos[1].

 

 

              

 

            Me propongo elaborar en el presente trabajo un intento de aproximación entre dos disciplinas, unidas por el nombre y el objeto último, pero excesivamente distantes, en la mayoría de los casos, en la práctica de la investigación y en la docencia. Se trata de poner a dialogar a la Filosofía, en su consideración más aislada de estudiosa de problemas del hombre y del mundo, con la más concreta Filosofía de la Ciencia.

            Filosofía “en sí” y Filosofía de la Ciencia frente a frente.

            No es tan raro ni tan difícil como a primera vista pudiera parecer. De hecho, me ha motivado a seguir esta línea de investigación la obra de filósofos que trabajan en estos campos y que han sabido dejarse interpelar y completar por las distintas corrientes y los distintos saberes, para que no perdamos (los demás tampoco) el sentido “sobre cómo están conectados los problemas”[2].

 

            Ciertamente, como nos dice el profesor Álvarez, necesitamos pensar en seres humanos concretos para construir un modelo adecuado de sujeto agente, un modelo con el que trabajar en las distintas investigaciones en donde las acciones humanas desarrollen su protagonismo. Sin embargo, para ser capaces de conseguir un modelo de ser humano que incorpore al ser de carne y hueso, es preciso disponer de una visión de la totalidad que no nos ofrece la ciencia. Se trata de un conocimiento de la totalidad que sólo ofrece la filosofía. No es lo mismo objetividad que totalidad, y ninguno de estos dos conceptos se puede identificar con universalidad. La clave la tiene la definición de sujeto: es necesario pensar la noción de subjetividad. El concepto de “objetividad posicional”[3] de Amartya K. Sen, utilizado en sus estudios de economía, cumple la función de puente entre la filosofía y la ciencia; es un ejemplo de cómo la ciencia se ha de servir de la filosofía para construirse y avanzar.

Defenderé, implícitamente, que lo práctico ha de tener prioridad sobre lo pragmático; que necesitamos manejar un buen concepto de subjetividad, así como el correspondiente de intersubjetividad (y su importancia); que es preciso acudir a las nociones de limitación, de ser determinado, del otro, del mundo. Seguimos el hilo de la objetividad posicional para aprehender la lección de Amartya Sen: es preciso tener en cuenta los contextos desde los que vemos o explicamos, conceptualizamos la realidad. Tenerlos en cuenta no para elevarlos a categoría de validez total, –sería erróneo y contrario a la postura de Sen– sino para saber que hemos de buscar la objetividad con los datos de los distintos contextos.

Estamos asistiendo en las últimas décadas a un cambio respecto a la necesidad de utilizar en la ciencia un modelo de racionalidad distinta, especialmente en las Ciencias Sociales –las que tratan temas que atañen directamente a los seres humanos o en las que ellos son los protagonistas– . Esta corriente de cambio ha venido propiciada precisamente desde el campo de la filosofía, porque es cuando se reflexiona sobre la totalidad –como nos enseñó Kant–, cuando se toma conciencia de necesidades que afectan a la realidad de manera global, y un tipo de racionalidad que sólo considera a los objetos y a los seres vivos como cosas determinadas heterónomamente y causalmente no puede dar cuenta de esa totalidad.

Algunos de estos teóricos que están contribuyendo al cambio de paradigma son también reputados científicos (economistas, como en el caso de Amartya Sen; sociólogos, como en el caso de Raymond Boudon) que han encontrado en sus investigaciones la necesidad de incorporar el estudio de los valores (tanto de su origen, de su transformación, y sobre todo de su protagonismo) en la tarea de sus respectivas ciencias.

La necesidad de un modo de racionalidad distinta se radicaliza cuando lo que tratamos son las acciones y las decisiones; por tanto, tendremos que revisar de modo especial las teorías sobre la acción y la decisión.

La elevación a primer plano del filtro que suponen los sistemas conceptuales es lo que conduce a la relatividad conceptual y al pluralismo ontológico. Para Kant, sin embargo, el primer plano de nuestra racionalidad no está en el filtro a través del cual vemos, pensamos, interpretamos, decidimos, actuamos, sino que el primer plano de la racionalidad lo ocupa el sujeto: un sujeto cognoscente que se guía por la luz de la apercepción transcendental A mi entender, lo que está implícito en la búsqueda de una nueva racionalidad para la ciencia (y, por extensión para todas las investigaciones, incluidas las filosóficas) es un modelo de ser humano que no cumple exactamente las leyes causales y deterministas en las que lo tenía atrapado la ciencia psicológica, económica, la sociología, la biología, etc. Aunque le afecten y lo condicionen (a veces de una forma que parece coincidir con la determinación).

Me propongo reflexionar sobre lo acertado o no de la tesis de la inconmensurabilidad y sobre una ontología múltiple, que supone ontologías distintas, a manera de mundos paralelos sin interconexión y sin búsqueda de puntos comunes. Así como sobre la relación de esta inconmesurabilidad y ontología múltiple con el pensamiento kantiano.

En las metáforas –filtro, membrana, red reticular– aplicadas al proceso de racionalidad que se da en el agente humano, Álvarez ha escorado[4] el protagonismo de la pantalla y ha puesto en el centro de la acción racional al sujeto cognoscente, emocional, inmerso en un entorno concreto, en una determinada historia de sistemas conceptuales. La “categoría” de “desarrollo” (tomada de la reflexión sobre la historia de la ciencia) podría desvelar algo sobre la forma de reconocer, romper, apoyarse, protegerse, avanzar.

 

La noción de fin, lógicamente, suena a teleología y por este camino conduce a un esquema en donde se diluye, en apariencia, el sujeto autónomo. Sin embargo, en la filosofía kantiana, especialmente en la Crítica del Juicio, la noción de “fin” significa el proyecto que un sujeto se propone a sí mismo organizado en torno a lo que desea conseguir y vertebrado (más bien amasado y fermentado) con la fuerza que supone su voluntad.

Propongo pensar en un tipo de ‘finalidad’ en donde la voluntad –nacida del interés– ocupa el protagonismo: la finalidad sería, así, la elaboración emocional–racional de un proyecto por parte del sujeto, que tiende a la realización del mismo con una fuerza interna, nacida, en principio, de las vísceras, los instintos y que está matizada y reconvertida por la racionalidad integradora: ecológica (adaptada al entorno), expresiva (que tiene en cuenta los elementos que corresponden al individuo como agente; y que, por tanto, le puede llevar a conseguir la autonomía y la libertad personal), acotada (que conoce sus limitaciones y las aprovecha).

            El interés primero es pulsional y luego se hace racional, aunque esta racionalidad que transforma al interés ha de contar con una acción que es a la vez ideal y real: ideal porque surge del razonamiento reflexivo elaborado, idealmente, por el sujeto; real porque nace de la naturaleza que somos. Es preciso analizar las cuestiones temporales de esta relación primero–luego (ya que pueden afectar –y de hecho lo hacen habitualmente– casi al mismo tiempo, interfiriéndose); también necesitamos comprender la corriente de ida y vuelta entre pulsiones y racionalidad: por ejemplo, sabemos que una emoción puede causar, a la larga un valor o un comportamiento social (de inmediato, claro está, puede dar lugar a una acción de apariencia racional o  bien totalmente irracional). Del mismo modo, podemos constatar que hay valores y normas sociales que pueden causar emociones (las producidas por la sensación o la acción efectiva de premio o castigo, etc.).

            Bien, si nos quedamos aquí, estamos en un círculo de ida y vuelta en donde el sujeto, como agente –en su calidad de autónomo–, prácticamente ha desaparecido. Sin embargo, podemos leer este proceso de influencia mutua con el dato que echamos de menos: la presencia efectiva de una subjetividad (no de un subjetivismo), un sujeto que intenta ser autónomo desde su posición efectiva, y que, al mismo tiempo, no quiere quedarse ligado a su propia perspectiva, y, por eso, busca un tipo de objetividad (una objetividad posicional).

 

Estamos ante un nuevo tipo de racionalidad que, por un lado parte del sujeto –no del individuo concreto, empírico–, y que, por otro lado, se apoya en la acción real del querer, enraizada en los sentimientos y las emociones. El límite ha llevado al sujeto a darse cuenta de que es finito, que su limitación es insoslayable. Querer superarla es un puro deseo.

            Este modelo de racionalidad engloba tanto la facultad de conocer como la facultad de desear (en Fichte se unen definitivamente la razón teórica y la razón práctica). Aunque también descubrirá el sujeto que la tercera facultad (de las tres que constituyen el ánimo, según Kant), la del placer y displacer también es un elemento constituyente de la racionalidad. Hoy diríamos que condiciona los deseos y los sentimientos (tanto en sentido positivo como en sentido negativo), y se deja condicionar por ellos; que puede cambiar nuestra percepción de la realidad: se trata del gusto, el interés, la motivación, el objetivo que tenemos en la mente y sobre todo en el ánimo cuando proyectamos, de forma más o menos consciente o más o menos elaborada, algo.

            Según este análisis, tenemos datos para afirmar que la subjetividad, los valores y la libertad suponen las claves de este nuevo tipo de racionalidad que la ciencia va buscando. Nos quedaría precisar el estatus de los valores dentro de la racionalidad.

           

 

 

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[1] Rivera de Rosales, “La importancia ontológica del sentimiento en Fichte”, en López Domínguez, V. (editora): Fichte, 200 años después. Madrid, Editorial Complutense, 1996, p. 184.

[2] Putnam, La trenza de los tres cabos. La mente, el cuerpo y el mundo. Traducción de J. F. Álvarez. Ed. Siglo XXI, Barcelona, 2001, p. 85.

[3] Sen. A. K. : “Positional objetivity”, Philosophy and Public Affairs, Vol. 22, nº. 2 , Spring, 1993, 126-145.

[4] Según la interpretación que desarrollo en el trabajo.

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1. ¿Por qué la ciencia necesita a la filosofía?                                                                                                                                               

Como nos dice el profesor Álvarez, en varios de sus artículos, necesitamos pensar en seres humanos concretos para construir un modelo adecuado de sujeto agente, un modelo con el que trabajar en las distintas investigaciones en donde las acciones humanas desarrollen su protagonismo. Sin embargo, para ser capaces de conseguir un modelo de ser humano que incorpore al ser de carne y hueso, es preciso disponer de una visión de la totalidad que no nos ofrece la ciencia. Se trata de un conocimiento de la totalidad que sólo ofrece la filosofía. No es lo mismo objetividad que totalidad, y ninguno de estos dos conceptos se puede identificar con universalidad. La clave la tiene la definición de sujeto: es necesario pensar la noción de subjetividad.

El concepto de “objetividad posicional”[2] de Amartya K. Sen, utilizado en sus estudios de economía, cumple la función de puente entre la filosofía y la ciencia; es un ejemplo de cómo la ciencia se ha de servir de la filosofía para construirse y avanzar.

Si el concepto de “objetividad posicional” de Sen se hubiera presentado y utilizado en un ámbito exclusivamente filosófico, diríamos que se parece al perspectivismo[3], concepto presente ya en Leibniz y desarrollado por Ortega. No obstante, el uso que Amartya Sen hace de la noción de “objetividad posicional” en el ámbito de las ciencias sociales, demuestra que no consiste exactamente en un perspectivismo.

Sería perspectivismo si este concepto se detuviera sólo en el “mirar desde un punto de vista determinado”. Éste fue el punto de partida de Ortega en una época en la que Einsten había llamado la atención sobre la necesidad crucial de tener en cuenta la posición del observador, mejor dicho, el espacio propio del observador[4], a la hora de analizar, cuantificar o cualificar cualquier proceso o cualquier observación.

Sin embargo, la objetividad posicional de Sen no es sólo perspectivismo, como decimos, aunque parte de él. No es sólo posición desde un lugar determinado. Esto conduciría al relativismo y al escepticismo, y, en mi opinión, la obra de Sen no se sostiene ni aboca a ninguno de estos dos –ismos, y sus logros así lo avalan.

La “objetividad posicional” no se queda en un punto de vista individual o en la perspectiva de un grupo particular, sino que busca la objetividad –una objetividad específica, no optimizadora ni reductora– a través principalmente de tres instrumentos: en primer lugar, la intersubjetividad, después el bagaje cultural, científico y filosófico de la humanidad y, en tercer lugar, unos valores que van siendo aceptados y conformados como válidos por esa comunidad humana a través de los tiempos y las culturas. 

            Defenderé que lo práctico ha de tener prioridad sobre lo pragmático; que necesitamos manejar un buen concepto de subjetividad, así como el correspondiente de intersubjetividad (y su importancia); que es preciso acudir a las nociones de limitación, de ser determinado, del otro, del mundo. Podríamos seguir el hilo de la objetividad posicional.

 

 

 

2. La objetividad posicional a la luz de la filosofía crítica o filosofía transcendental

 

            Dice Amartya Sen que “la objetividad posicional puede ser usada para reflexionar críticamente el concepto de subjetivismo, así como el relativismo cultural”.

            “La teoría de la decisión de las probabilidades subjetivas está relacionada con el uso racional de la información posicional. No está relacionada con la objetividad como punto de vista desde ninguna parte… hay que relacionar las diferentes consideraciones objetivas que pueden ser invocadas en contextos diferentes”.

            Propongo que nos detengamos en algunos elementos que van implícitos en la noción de “objetividad posicional” de Sen; para ello sugiero que nos situemos en un lugar distinto al de la pragmática: en vez de subrayar la importancia de la posición concreta, el punto de vista del individuo o del grupo, podríamos observar desde la perspectiva de un sujeto que no corresponda con el propiamente empírico. (El lugar concreto del sujeto empírico es, de todas formas, insoslayable).

            Analicemos la noción de “objetividad posicional” desde otros puntos, no menos decisivos que el contexto concreto, que están presentes en la exposición de Sen y que la vertebran. De mi lectura del artículo de Amartya Sen obtengo principalmente dos elementos que ayudan a entender la noción de “objetividad posicional”:

            En primer lugar, un requerimiento: la evaluación transposicional, necesaria no sólo para no caer en el relativismo cultural, también es esencial para que una determinada concepción del mundo, de un individuo, y especialmente de un grupo, no vaya en contra de valores fundamentales que han de regir la vida en sociedad. Sen expone en su artículo varios ejemplos, bastante ilustrativos. Uno de ellos se refiere a la cuestión de los derechos y la dignidad de la mujer negados en grupos, culturas y países apoyados en una defendida raigambre cultural, es decir, en el punto de vista desde donde se sitúan como colectividad. En ese caso (y en otros muchos, más o menos trágicos; siempre importantes), no debemos renunciar a la evaluación transposicional que puede venir de fuera, de otros países, otras culturas. Pero que también, y principalmente, puede y debe surgir desde dentro en forma de crítica. Aquí Amartya Sen habla de la necesidad de la disidencia[5].

            En segundo lugar, “una observación para concluir”: Sen quiere subrayar en su artículo que su concepción de la objetividad contrasta con la formulación tradicional en ciencia que considera la invariancia[6] necesaria para la objetividad. Estamos hablando de una manera de trabajar en ciencia que utiliza la racionalidad “olímpica”, para la que todos los individuos, todos los grupos, todos los casos contienen unas características idénticas.

            Sin embargo, la lección de Sen no debería confundirnos, sobre todo si nos fijamos en cuál es su enseñanza fundamental: en ningún caso está diciendo que buscar la objetividad no sea importante, ni tampoco que sea más cierta una posición contextualizada y que implique valores más adecuados. Simplemente dice que es preciso tener en cuenta los contextos desde los que vemos o explicamos, conceptualizamos la realidad. Tenerlos en cuenta no para elevarlos a categoría de validez total –sería erróneo y contrario a la postura de Sen–, sino para saber que hemos de buscar la objetividad con los datos de los distintos contextos. El artículo de Sen no se escora ni hacia el relativismo cultural (así lo dice expresamente el autor) ni hacia el escepticismo.

 

 

 

 

3. ¿Por qué necesitamos otro modo de racionalidad en la ciencia?

 

Kant en la Crítica de la Razón pura, también en la Crítica del Juicio, construye una defensa del modo de conocer de la filosofía en contraste con el modo de conocimiento que supone la ciencia. Esta observación es correcta para la mayoría de las ciencias, de manera especial para la Física, y ha sido el modo habitual de trabajar en ciencia, incluso en las Ciencias Sociales hasta nuestros días. Supone el uso de un tipo particular de racionalidad substantiva, en terminología H. A. Simon[9], que se basa en la causalidad, en un tipo de objetividad que universaliza todas las conductas de los seres humanos en circunstancias específicas, que trata a los objetos y a las personas según el “modo de ser de la cosa”.

Sin embargo, estamos asistiendo en las últimas décadas a un cambio respecto a la necesidad de utilizar en la ciencia un modelo de racionalidad distinta, especialmente en las Ciencias Sociales –las que tratan temas que atañen directamente a los seres humanos o en las que ellos son los protagonistas– . Esta corriente de cambio ha venido propiciada precisamente desde el campo de la filosofía, porque es cuando se reflexiona sobre la totalidad –como nos enseñó Kant– cuando se toma conciencia de necesidades que afectan a la realidad de manera global, y un tipo de racionalidad que sólo considera a los objetos y a los seres vivos como cosas determinadas heterónomamente y causalmente no puede dar cuenta de esa totalidad.

Algunos de estos teóricos que están contribuyendo al cambio de paradigma son también reputados científicos (economistas, como en el caso de Amartya Sen; sociólogos, como en el caso de Raymond Boudon) que han encontrado en sus investigaciones la necesidad de incorporar el estudio de los valores (tanto de su origen, de su transformación, y sobre todo de su protagonismo) en la tarea de sus respectivas ciencias.

Estos hechos nos conducen a pensar –y así intentaremos argumentarlo– que la subjetividad, los valores y la libertad suponen las claves de este nuevo tipo de racionalidad que la ciencia va buscando. (En el momento actual no consiste en un tipo unificado de racionalidad alternativa a la racionalidad científica clásica, sino que habríamos de hablar de distintos tipos: racionalidad expresiva, ecológica, racionalidad acotada, método heurístico…).

La necesidad de un modo de racionalidad distinta se radicaliza cuando lo que tratamos son las acciones y las decisiones; por tanto, tendremos que revisar de modo especial las teorías sobre la acción y la decisión.

 

 

4. Juego, diálogo y presuposiciones. La caja de herramientas “adaptativas”. (“The adaptive toolbox”)

 

            Los conceptos de juego y diálogo cobran un protagonismo decisivo en la construcción de los sistemas conceptuales a través de los cuáles observamos e interpretamos el mundo. Los dos se conectan de manera esencial tanto con el lenguaje –el necesario en la comunicación lingüística y el creativo de la ficción literaria– como con las teorías científicas.

            En relación con estos conceptos de juego y diálogo –conceptos importantes para la pragmática y para la hermenéutica–, elabora Ramón del Castillo su artículo: “Juegos, diálogos, historia: Gadamer y Wittgenstein  en discusión”[10].

 

            “El juego también fue para Wittgenstein [como para Gadamer] el modelo de la comprensión, tanto en un sentido diacrónico como en otro sentido sincrónico. Hablar es jugar: el uso de las palabras –como para Gadamer– es una actividad sin reglas precisas. Por tanto, “juego” tampoco es para Wittgenstein una estructura sino una actividad, y el fin principal de de la analogía entre juego y habla es mostrar que la comprensión es posible sin que la aplicación de los términos esté definida. [..] Cada uno aprende tanteando a su alrededor en la corriente de frases, como lo hacen los niños”[11].

 

            Hemos subrayado estas ideas en torno al pensamiento de Wittgenstein, porque queremos resaltar una coincidencia, bastante esclarecedora. Se trata de la conexión entre esta forma de entender Wittgenstein el juego del lenguaje y el método heurístico esgrimido por la nueva racionalidad que parte de la ciencia y se puede extender a las investigaciones filosóficas: la racionalidad acotada (analizada entre otros por Gigerenzer y Selten[12]).

 

Primero, contrariamente a la creencia convencional, las limitaciones de conocimiento y la capacidad computacional no tienen que ser una desventaja. Los instrumentos heurísticos de la gente, animales, e instituciones pueden ser simples, pero sin embargo eficaces en un entorno dado. El robot de optimización que necesita una representación completa del entorno y datos para el cómputo masivo, nunca puede terminar su análisis antes de que el balón haya golpeado la tierra [el autor comenta un experimento sobre un supuesto robot que pudiera calcular todos los datos para recoger de forma acertad un balón que viene por el aire]. La simplicidad, por el contrario, puede permitir decisiones rápidas, frugales, y exactas.

Segundo, una heurística simple puede explotar un registro útil en el entorno. En este caso, la regularidad es que un ángulo constante de mirada fija causará una colisión entre el balón y el jugador.

Tercero, la heurística de la racionalidad acotada es, en algún grado, un dominio específico antes que estrategias universales. Estas heurísticas son utilizadas en casos específicos, es decir, trabajan en una clase de situaciones (por ejemplo, enseñan a pilotos en un simulador heurístico a evitar colisiones con otros aviones), pero no son instrumentos de uso general como el ideal de un cálculo de optimización de uso múltiple. Lo que llamamos " la caja de herramientas adaptativa " contiene instrumentos para responder en el entorno concreto[13].

 

            Adaptación al entorno, capacidad de resolver cuestiones difíciles mediante unos recursos simples. En esta caja de herramientas “adaptativas”, hay siempre un instrumento que no puede faltar nunca, que de hecho no falta, bien como herramienta aislada, que la podemos delimitar y analizar de forma consciente, bien como elemento aglutinador del que apenas somos conscientes, pero que permanece activo: son las presuposiciones. “Presuposiciones”, si estamos hablando en términos de lenguaje (o en una filosofía que hace del lenguaje la parte fundamental de su cosmovisión; sistemas o esquemas conceptuales si nos movemos en el ámbito filosófico, entendido de forma genérica.

            “En realidad, Wittgenstein describió el proceso de interpretación de una forma sumamente similar a la de la hermenéutica […]. Como explicó en Sobre la certeza[14], las preguntas y respuestas de un juego se dan en el seno de un complejo de presuposiciones que pueden descubrirse posteriormente como un eje en torno al cual gira un cuerpo, un eje que parece inmóvil no porque algo lo mantenga fijo, sino exclusivamente por el movimiento en torno a él”[15].

        

Las presuposiciones corresponden en la hermenéutica a los pre–juicios. Forman un andamiaje que se adquiere de forma indirecta, pero que es necesario para ir asimilando la cultura y para poder comunicarse.

 

“No se mantienen firmes porque sean obvios ni convincentes, sino porque se sostienen en lo que les rodea”. “Wittgenstein también describe esos ejes como cosas que se dan por establecidas porque se ha apartado parte del andamiaje de la circulación, han quedado en vías muertas del lenguaje y ahora forman parte del andamiaje de preguntas y respuestas que considerábamos verosímiles. Este andamiaje es algo que no se aprende sino se adquiere de forma tácita”[16].

 

Justamente son los sistemas conceptuales, con su red, sus filtros y membranas los que van incorporándose al tejido de nuestra racionalidad: una racionalidad que utiliza herramientas sencillas, en tiempo muy limitado, en presencia a veces de riesgo, una racionalidad acotada, que es eficaz en relación al resultado en la mayoría de las ocasiones.

Estas investigaciones sobre los nuevos modos de racionalidad en la ciencia y sobre las herramientas y el método que utilizan tienen mucho que decir en el análisis de la formación, desarrollo y mantenimiento de las normas sociales y de los valores, de su importancia para la racionalidad, así como de su relación con la autonomía, la libertad y las libertades concretas.

 

“Hay diversos caminos para explicar la génesis y el funcionamiento de las normas. Los aspectos prudenciales y morales, su componente evolutivo o reflexivo e incluso su papel directo o indirecto son caminos legítimos de estudio. La cuestión está en enriquecer las posibilidades de explicación y examinar qué combinación funciona mejor. […] Estas complementariedades son centrales para un programa general que intente estudiar los valores y su papel en la organización social y en la economía[17]”.

En las palabras de Amartya Sen: “Los códigos morales son parte integral del funcionamiento económico, y pertenecen de manera destacada a los recursos de una comunidad. La economía moderna ha tendido a abandonar totalmente estos aspectos de los sistemas económicos. Hay buenas razones para intentar cambiar ese abandono y reintroducir en la corriente principal de la ciencia económica este componente crucial de la actividad de una economía”[18]

 

En la medida en que vayamos siendo conscientes de la red, podemos cambiar las presuposiciones en preguntas, como anuncia Wittgenstein en Sobre la certeza.

Hay un camino interesante para el estudio del papel de las normas y valores en el desarrollo de la racionalidad, es el de considerar la racionalidad en clave de información que se recibe y se asimila por parte del sujeto agente. La información pertinente es la significativa para nosotros: la que somos capaces de discriminar y procesar y las que nos impulsa a actuar o lo hace posible. En esta teoría, los conceptos se consideran filtros de información que seleccionan entre toda la información disponible. También las normas y valores son filtros de información que conforman nuestro conocimiento y nuestra actuación. Sin embargo, el peso de la crítica a la cultura de Nietzsche y de Freud, no nos permiten comprobar, en bastantes ocasiones, que también las normas y valores pueden actuar en sentido positivo en la construcción de la racionalidad y que, de hecho, son necesarios, tanto para la toma de decisiones individuales como para un avance de las ciencias que haga posible el desarrollo de las libertades concretas y, por tanto, de la justicia.

 

 

5. De Kant a la filosofía de la ciencia actual

 

El instrumento con el que Kant construye su filosofía es el entendimiento y la razón del sujeto, a través de un hallazgo suyo: el método transcendental, que garantiza y consigue, desde finales del siglo XVIII, lo que las últimas investigaciones sobre la racionalidad están desvelando (desde los campos de la filosofía de la ciencia, y desde la pragmática, aunque en casos bien puntuales). Incluso va más allá, de tal forma que podría considerarse una herramienta fundamental dentro de ese conjunto de “The adaptive toolbox” que hoy esgrimen los filósofos y científicos defensores de la racionalidad acotada.

Antes de analizar este método de conocimiento que parte del sujeto y que supone principalmente reconocimiento de la limitación y creación desde la espontaneidad, recibiremos la ayuda de dos filósofos de la ciencia.

“De Kant a Khun, acotando por Putnam”[19] es un artículo interesante y motivador escrito por la profesora Ana Rosa Pérez Ransanz, de la UNAM, y el profesor José Francisco Álvarez, de la UNED. Los autores presentan algunos datos de la influencia de la epistemología kantiana en el modelo de progreso científico de Khun, especialmente el tipo de realismo que está implícito en este modelo. De paso, relacionan el “realismo interno” propuesto por Khun en 1981 como un tipo de realismo kantiano. Al final, subrayan algunas ventajas que esta perspectiva kantiana ofrece en la manera de construir unas nociones más adecuadas de objetividad y de racionalidad.

Su estudio supone un ejemplo de cómo la filosofía de la ciencia, y la ciencia con ella, se enriquecen al revisarse a sí mismas a la luz de la historia de la Filosofía y al hacer el intento de leer con ojos distintos lo que ya creían asimilado.

Resaltaré las cuestiones que considero más destacadas en este estudio y propondré un análisis a la luz de la subjetividad transcendental.

 

 

 

6. A vuelta con los sistemas conceptuales

 

         Pérez Ransanz y Álvarez se refieren en su artículo a la oposición entre el realismo  externo y el realismo interno recogida en las investigaciones de Putnam:

           

“Putnam comienza por rechazar el supuesto externalista básico que consiste en concebir la realidad como una totalidad de objetos que existen con total independencia de nuestro conocimiento (mente, lenguaje, representaciones o esquemas conceptuales). Y la razón que aduce, en breve, es que: “Los ‘objetos’ no existen independientemente de los esquemas conceptuales” (Putnam, 1981, 52).

 

            La cuestión está en la referencia del término “objeto”. Desde luego lo que llega a nuestra mente pantalla está interpretado y, por eso, reconstruido (o construido) por el lenguaje, los esquemas conceptuales, impregnado por nuestras emociones (que también lo pueden “alterar”). Si a la “parte” que llega a nosotros la llamamos “objeto”, entonces es cierto que no tiene “una realidad en sí”, separada de nosotros.

Pero somos limitados: nos interesa señalar ahora dos sentidos de la limitación del sujeto: primero, no somos toda la realidad, hay una realidad distinta a nosotros, que no protagonizamos; segundo, a la hora de elaborar la información que nos llega, a la hora de decidirnos y en el momento de actuar, somos limitados: estamos inmersos en una determinada época, en una cultura específica, con un lenguaje concreto; vemos, pensamos, decidimos, actuamos inmersos en una cosmovisión específica, en sistemas conceptuales determinados. Además de la situación específica del entorno y la situación concreta de nuestro cuerpo en un momento determinado.

El argumento de Putnam acepta la influencia de los sistemas conceptuales, y parece concluir que “no hay una realidad independiente de nuestro conocimiento”. Interpretado así, no creo que debamos oponerlo al pensamiento de Kant. Ya que, si refiere a la realidad que nos llega, es cierto que ésta depende de nuestro proceso de conocimiento y de los elementos que intervienen en él. Pero ése era también el pensamiento de Kant. Es cierto que Putnam en varios de sus libros y artículos se detiene a distinguir de qué tipo de realidad está hablando (de ésa que llega a nosotros interpretada, re–creada).

Pérez Ransanz y Álvarez habían señalado dos nociones de existencia como atribuibles a la filosofía kantiana:

 

“Habría dos nociones de realidad en Kant y, paralelamente, dos nociones de existencia: 1) La realidad  y la existencia como categorías, es decir, como predicados generales que condicionan el fenómeno u objeto empírico, a partir de lo dado en la intuición sensible (y en este sentido, aquello que es real o existente lo sería sólo para nosotros); 2) Y la realidad incondicionada de ese algo cuya existencia nos vemos obligados a postular para que nuestro conocimiento no sea  tan sólo una ficción de conjunto”[20].

 

En mi opinión, ésta no es una exposición correcta del significado de la realidad para Kant. En primer lugar, no hay dos nociones de existencia en Kant, referidas a la realidad en su conjunto. Kant concibe una realidad, pero con dos modos de ser: el modo de ser de la cosa y el modo de ser de lo incondicionado. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que el modo de ser incondicionado es propio del sujeto debido a su condición de ser autónomo y libre (a su posibilidad de serlo)[21].

Ransanz y Álvarez señalan que la afirmación de Putnam genera un mar de confusiones cuando no se tiene en cuenta que el autor está utilizando la noción kantiana de objeto empírico, junto con el sentido de existencia que la acompaña, el de existencia condicionada, que es de hecho el único tipo de existencia involucrado en nuestro conocimiento empírico, sea ordinario o científico”.

A mi juicio no es ése el sentido de las palabras de Putnam, ni consiste en la distinción de dos nociones de existencia la diferencia fundamental con Kant. Parece que Hilary Putnam sigue la estela de Berkeley y de Hume (“cómo salir de su mente-pantalla y ver la coincidencia entre mente y realidad”).

“"Por muy inocente que se considere al idealismo respecto a los objetivos esenciales de la metafísica (de hecho no lo es), escribe I. Kant en la Crítica de la razón pura, sigue siendo un escándalo de la filosofía y del entendimiento humano común el tener que aceptar sólo por fe la existencia de las cosas exteriores a nosotros […] y el no poder contraponer una prueba satisfactoria a quien se le ocurra dudar de tal existencia" (2). Cuando Kant habla de idealismo está pensando en Descartes, que duda de la realidad de las cosas, pero sobre todo en Berkeley. Éste, en su lucha contra el materialismo, sostuvo que el mundo exterior carece de realidad en sí, pues de él sólo podemos asegurar enteramente nuestras percepciones, luego su realidad se agota en ser percibido por los seres pensantes”[22].

El realismo interno (la perspectiva internalista de Putnam) pone en primer plano el filtro de los esquemas conceptuales:

 

“Los esquemas son más bien una pieza clave, indispensable en la constitución misma de los objetos. Los objetos son, por tanto, productos de un proceso de constitución conceptual, proceso que opera desde el nivel mismo de la percepción sensorial”[23].

 

La elevación a primer plano del filtro que suponen los sistemas conceptuales es lo que conduce a la relatividad conceptual y al pluralismo ontológico. Para Kant, sin embargo, el primer plano de nuestra racionalidad no está en el filtro a través del cual vemos, pensamos, interpretamos, decidimos, actuamos, sino que el primer plano de la racionalidad lo ocupa el sujeto: un sujeto cognoscente que se guía por la luz de la apercepción transcendental.

 

“Esta estructura última de la objetividad es el criterio básico o “verdad transcendental” gracias al cual nos atrevemos a decir que algo es “objetivamente real” y no mera ilusión u opinión subjetiva de un individuo. Como estructura que es (idealidad), se disuelve en definitiva en meras relaciones, pero los objetos han de responder positivamente a ellas (realismo empírico) al igual que la naturaleza responde positiva o negativamente a las hipótesis y a los experimentos científicos. Sin esa respuesta, las categorías y demás estructuras de la subjetividad no habrían llegado a la conciencia, no habrían tenido lugar como funciones (y son sólo funciones), pues carecerían de toda realidad empírica. Por tanto, la forma de los objetos empíricos es tan puesta por el sujeto e ideal (pues en caso contrario no sería conocida y careceríamos de fundamento para hablar sobre la realidad) como dada y real empírica (pues, si no, sería mera ilusión).[24]

 

Es lo que sucedió, salvando las distancias, a Hegel con la Razón: la razón se había sometido “a sí misma” a crítica, se había levantado por encima del entendimiento. Hegel toma lo mejor de este “destilarse a sí misma” de la razón, pero se olvida de que en sí misma es una metáfora, concretamente una metonimia (tomar el instrumento por el agente mismo, en este caso). Hegel se olvida del sujeto mirando a la Razón; no del individuo empírico, sino del sujeto que es más o menos consciente de lo que ocurre en el acto de mirar, de pensar, de sentir, de desear, de organizar con la voluntad. Se olvida del proceso y de que la limitación lo constituye.

Elevar al primer plano el filtro de los sistemas conceptuales es detenerse en la pantalla: si hay mil pantallas hay mil conocimientos (como si hay mil millones). ¿Podemos hablar todavía de “sujeto transcendental” sin que los pre–juicios nos lo pinten de metafísica “transcendente”?

A mi entender, lo que está implícito en la búsqueda de una nueva racionalidad para la ciencia (y, por extensión para todas las investigaciones, incluidas las filosóficas) es un modelo de ser humano que no cumple exactamente las leyes causales y deterministas en las que lo tenía atrapado la ciencia psicológica, económica, la sociología, la biología, etc. Aunque le afecten y lo condicionen (a veces de una forma que parece coincidir con la determinación.

Evidentemente tenemos que servirnos de “modelos de ser humano” o “modelos de agente”, aunque nos basemos en lo empírico en los datos que ofrece el individuo concreto, en su situación determinada. ¿Por qué la expresión “modelo de ser humano” no se tiñe de metafísica alejada del suelo o de idea contraria al pragmatismo? Porque consiste en una herramienta necesaria para la ciencia, aun necesitada de revisión. En esta revisión habremos de incluir elementos que no se han utilizado en primer término en la ciencia, (en la llamada ciencia moderna) pero que están presentes y actuando. Y quizá la filosofía nos pueda ayudar.

La existencia condicionada y la incondicionada no son dos realidades distintas (a la manera de dos bandas paralelas –aunque sean capaces de curvarse sobre sí mismas para formar círculos concéntricos–). Para entender esto mejor tendremos que acudir al método genético–sintético de Fichte.

Desde la naturaleza, en la que estamos plantados de raíz (instintos, emociones, sentimientos, “sentir originario”), donde se empiezan a gestar nuestras facultades: la del placer y displacer, la facultad de desear y la facultad del conocimiento) hasta nuestra capacidad de desatarnos de lo condicionado, de las leyes deterministas y causales, construyendo una racionalidad en la que se amasa el entendimiento con la voluntad sin desatender ninguno de los niveles básicos.

Para el método genético–sintético, Hegel utilizó la metáfora biológica de la semilla y el fruto: distintas etapas que se suceden la una a la otra, pero sin que se pierda ninguna por el camino, se van transformando, pero están presentes. [Hegel, por cierto, aplica este método genético–sintético a toda la estructura de lo real, olvidándose, aquí también de que el que piensa de este modo, al que le afectan las limitaciones, pero puede pasar de lo condicionado a lo incondicionado es el sujeto; que significa aquel ser que actúe con subjetividad (ser humano o no), ya sea de forma reflexiva o prerreflexiva; siempre que entendamos “subjetividad” a la manera del idealismo transcendental (ver los parágrafos dedicados a esta noción)].

 Es decir, la ciencia no tiene por qué seguir diciendo: “la existencia condicionada [la del objeto empírico, junto con el sentido de existencia que la acompaña] es de hecho el único tipo de existencia involucrado en nuestro conocimiento empírico, sea ordinario o científico”, como afirma Pérez Ransanz en el artículo que analizamos.

De hecho, creo que no me equivoco si digo que en la obra de investigación del profesor Álvarez la búsqueda de un nuevo modelo de ser humano no se queda circunscrita a esa “existencia condicionada”. Y cuando decimos “condicionada” podríamos pensar sólo en los esquemas conceptuales. De Kant a Kuhn: el cambio de un paradigma científico a otro indica que no actuamos –los sujetos agentes– de una forma totalmente condicionada, ni por la naturaleza, ni por nuestra cosmovisión y esquemas conceptuales.

Tal vez en la naturaleza también esté en germen la subjetividad –prerreflexiva– que da lugar a un modelo de agente distinto al que ha sido usado tradicionalmente por la ciencia.

 

 

7. La expresión de autonomía que podemos encontrar en el agente epistémico

 

“Parece razonable, dice Álvarez, plantear como modelo ideal un sujeto situado en el mundo e interrelacionado con otros agentes, que sortea sus propias limitaciones temporales, informativas y computacionales en su interacción con el mundo y con otros agentes. La expresión de su autonomía se da precisamente en esa capacidad de interacción y [en la capacidad] de utilizar reglas de decisión rápida, poco costosas desde el punto de vista informativo, que se corresponden con sus teorías y con la forma en que esas teorías permiten el acceso al conocimiento”[25]

 

La expresión “situado en el mundo” es la forma con que Álvarez contrapone este sujeto al agente olímpico de la racionalidad substantiva tradicional. Este tipo de agentes, utilizados hasta ahora en la ciencia disponían de toda la información a la hora de tomar las decisiones y actuaban con ella, en un tipo de decisiones totalmente “lúcidas” que satisfacían óptimamente su interés. A pesar del parecido terminológico, este sujeto “olímpico”, “situado fuera del mundo” es un agente totalmente opuesto al sujeto transcendental. Es obvio si lo pensamos, pero las palabras muchas veces ejercen de trampas para la comprensión.

En el sujeto olímpico de la racionalidad substantiva está implícita la filosofía humeana del utilitarismo. (Dicho sea de paso: al tratarse de un sujeto “olímpico” no está tratado desde el punto de vista del pragmático, aunque, paradójicamente si del pragmatismo en el que se han basado las investigaciones más influyentes hasta ahora –por ejemplo las de Sperver y Wilson en Lingüística, con su teoría de la Relevancia).

En este punto encontramos semejanzas y diferencias respecto a la teoría kantiana del sujeto racional. Coinciden en la separación respecto al utilitarismo como horizonte único del sujeto agente. Se parecen también en cuanto a la importancia decisiva de los filtros a través de los cuales nos llega la realidad, y la interpretamos y la re–construimos (principalmente los sistemas conceptuales, o las “categorías”, en terminología kantiana).

Se diferencian principalmente en el protagonismo de esos “condicionantes”. De todas formas, como he dicho antes, ese protagonismo, colocado en primer plano, de los sistemas conceptuales lo encuentro más en Putnam que en Álvarez. Por tanto, la consecuencia principal de esta postura, que es el relativismo y el escepticismo tiene un peso mayor en Putnam que en Álvarez; a pesar de que este último subraya en varias ocasiones su actitud escéptica.

La cuestión reside en qué tipo de escepticismo es del que estamos hablando: como el mismo Álvarez subrayó en su artículo sobre “La razón impura”[26] su llamado “escepticismo” entronca con el antiguo, el de Sexto Empírico, y no coincide con el relativismo actual, dentro del cual se enmarca Putnam, por lo menos en los trabajos de los que hablan los autores del artículo “De Kant a Kuhn, acotando por Putnam”.

 

 

8. “Kant, Kuhn y la pluralidad de mundos”

 

            Para reflexionar sobre la ontología múltiple y para ver si hay algún tipo  de conexión entre las distintas ontologías, incluso si se puede tender a una objetividad común, aunque ésta sea posicional, vamos a repasar los datos sobre la obra de Kuhn que nos ofrecen Pérez Ransanz y Álvarez:

            “Con base en sus análisis de la dinámica evolutiva de la ciencia, Kuhn intentaba convencernos de que no hay evidencia histórica que apoye la especulación de que el desarrollo científico converge hacia una teoría o concepción última del mundo. […] Al efectuar esta comparación histórica nos encontramos más bien con una serie de concepciones que suponen ontologías o mundos divergentes. […]

            “El problema de cambio de mundos sólo se plantea cuando se toma en serio la tesis de la incomensurabilidad, esto es, cuando se reconoce que no todas las descripciones de un dominio de investigación son traducibles o formulables en el lenguaje de paradigmas alternativos.

            A partir de los años 80 cuando Kuhn desarrolla la formulación taxonómica, se pone en claro que la inconmensurabilidad implica una divergencia en la estructura de categorías ontológicas: dos teorías son incomensurables cuando sus estructuras taxonómicas no son homologables (cf. Kuhn, 1981). Y es precisamente este hecho, –la divergencia en la manera de clasificar o agrupar las entidades de un dominio de investigación– lo que en última instancia daría cuenta de la imposibilidad de reducir los diversos mundos, los diversos recortes ontológicos, a uno solo. De ahí que, en nuestra lectura, la formulación taxonómica de la incomensurabilidad no haya hecho más que reforzar la perspectiva internalista y pluralista de Kuhn, así como su fuerte filiación con una tradición kantiana” [27].

 

            Me propongo reflexionar sobre lo acertado o no de la tesis de la inconmensurabilidad y sobre una ontología múltiple, que supone ontologías distintas, a manera de mundos paralelos sin interconexión y sin búsqueda de puntos comunes. Así como sobre la relación de esta inconmesurabilidad y ontología múltiple con el pensamiento kantiano.

 

9. Si los discursos filosóficos pueden entablar un diálogo a través de la historia

 

         Dejamos de la mano a Kuhn y su reflexión sobre la ciencia y su historia y nos detenemos en los discursos que suponen las investigaciones filosóficas. Se produce en estos discursos un tipo de construcción de la realidad, desde un determinado contexto y, especialmente, desde unos determinados sistemas conceptuales.

 

¿Historias inconmensurables?

 

            La imagen del mundo que compartimos no es única, no solamente porque pensemos de distinta forma respecto a otras culturas diferentes a la nuestra; dentro de las mismas culturas, el ámbito particular de comprensión en el que estamos situados, puede hacer variar nuestra visión de la realidad: si somos científicos, o filólogos, si nos sociólogos o economistas, si somos escritores de ficción. Analizando esta realidad, Eloy Rada en un artículo sugerente (“¿Historias inconmensurables”) subraya que “la idea de un lenguaje capaz de expresar una única imagen del mundo parece demasiado utópica”[28].

            Un caso especial de estas diferentes visiones del mundo lo constituyen los discursos filosóficos de las distintas épocas: todo parece indicar que las cosmovisiones contenidas en los discursos de los filósofos del pasado “escasamente resultarán expresables en nuestro lenguaje”. Parece casi imposible encontrar un “discurso neutral que garantice la objetividad”.

            “Lo histórico como tal, dicen, no está en la objetividad sino en el decir del historiador, decir que surge de su propia visión del mundo en que se vive y que metodológicamente es previa. De ello surge la duda sobre la opacidad de los discursos pasados y la imposibilidad de la traducción. Queda como alternativa la traducción que, en el mejor de los casos, vendría a consistir en reconstruir en nuestra visión del mundo una cuarta dimensión temporal respecto de la cual nuestra imagen se destaca como actual. […] Sería posible caracterizar el DH[29] (discurso histórico de los filósofos) como el discurso en el que se expresa la racionalidad presuntamente contenida en las diferentes imágenes del mundo expresadas por los filósofos del pasado[30].

 

Trabajando en nuevos mundos” 

 

            Parece una tarea imposible comprender los mundos diferentes a los que vivimos, especialmente los que han quedado atrapados en el pasado: allí había referentes distintos a los nuestros, tendríamos que ser capaces de entender a qué corresponde cada elemento del que se habla en un discurso del pasado, y no se trataría de una comprensión directa producida por una traducción directa, habría que intentar traspasar cada valor significativo a nuestra visión concreta. “El dilema reside, dice Eloy Rada, en si lo nuevo o lo meramente distinto es incompatible con lo actual”.

            “Salvo que caigamos en el solipsismo de un hombre un mundo, parece razonable considerar algunas unidades de espacio y tiempo como uniformes culturalmente y partícipes de una misma (aproximada) visión del mundo.

            El problema, entonces, parece tener que ver con los mecanismos y fórmulas que posibilitan las diferencias y que, a la postre dan lugar a “nuevos mundos”. Inmediatamente hay que recordar, sin embargo, que nuevo no es aquí más que un término relativo. Nuevo quiere decir visto ahora por vez primera. Esta visión o concepción del mundo, diferente respecto a otra presunta anterior, nos recoloca en un sistema de relaciones conceptuales diferentes, ya eso llamamos “nuevo mundo”, que también equivale a nueva perspectiva o Weltanschauung. El mundo como tal no cambia por este hecho, aunque por este hecho nuestra relación con el mundo haya cambiado”[31].

 

Categoría del “desarrollo científico”

 

            “Es éste clásicamente un tema que ha abierto brecha entre los historiadores de la ciencia. Si las concepciones científicas son entre sí incomensurables, entonces la historia de la ciencia se transforma en las historias de los diferentes episodios (más o menos paradigmáticos), que se agotan cuando otro episodio le arrebata el candelero. Si tal es el caso, las ciencias atomatizadas en teorías o en paradigmas o en tradiciones dejarían de pertenecer a una historia general o global –incluso cada ciencia en particular resultaría fragmentada–, renunciando por tanto a comprender cosas que parecen evidentes como el desarrollo científico. Pero si consideramos que hay evidencias suficientes en las manifestaciones mismas de la ciencia de que las nuevas teorías o paradigmas, o lo que se quiera considerar como unidad, deben parte o mucho a las anteriores, entonces podemos intentar comprender cómo se produce esta transferencia de sentido desde unas a otras y cómo empieza a aparecer, casi imperceptiblemente al principio, un ‘mundo nuevo’”[32]

            Al final de su artículo, Eloy Rada, establece una comparación entre la historia de la ciencia y la historia de las investigaciones filosóficas y sus distintos discursos, subrayando la cuestión de la supuesta ontología múltiple. Deja una puerta abierta para la reflexión: ¿por qué no nos creemos que “valen igual” todas las teorías filosóficas? o, por lo menos, ¿por qué nos situamos cercanos a unas y alejados de otras? Rada propone utilizar la noción de “desarrollo” como una categoría aplicable también a la sucesión de las investigaciones filosóficas:

            “Si la Historia de la Filosofía puede dar alguna luz sobre esta clase de problemas es probable que tenga que incorporar a su discurso filosófico una categoría del desarrollo, que dé cuenta de los ‘cambios de mundo’”[33].

 

 

10. A prioris fijos contra a prioris relativos

 

“Cabe destacar que Kuhn retoma la distinción que hiciera Hans Reichenbach entre un a–priori fijo (el del carácter absoluto de las categorías kantianas) y un a–priori relativo a las distintas culturas y períodos históricos. Y es justamente este segundo sentido de a–priori el que Kuhn otorga a las categorías taxonómicas, ya que a pesar de no ser fijas, de todos modos son constitutivas de la experiencia posible del mundo. De este modo, si el mundo de de la experiencia depende de manera constitutiva de los sistemas de categorías, tenemos entonces que el repertorio de entidades que se consideran existentes no puede permanecer inmutable a través del cambio de paradigmas (del cambio de estructuras taxonómicas). La diversidad de los mundos, en consecuencia, no es sólo un mero recurso retórico, sino que implica una genuina pluralidad ontológica”[34]

 

Vuelven a insistir los autores [tal vez Ana Rosa Pérez Ransanz] en el “mundo de la experiencia”, como si estas “categorías taxonómicas” de las que habla Kuhn sirvieran específicamente para el mundo condicionado de la experiencia y las otras, las categorías kantianas, que según está opinión serían un tipo de categoría “olímpica”, fija, de valor universal, valdría para la existencia incondicionada, la cual no tendría “mundo”, no tendría naturaleza, en este modo de interpretar los a prioris kantianos.

¿Por qué los a priori de Kant son fijos? “A priori” en Kant significa “auto”, categorías que pone el sujeto y por las que conoce que es limitado. Si cada sujeto “pone” las categorías, ¿cómo pueden ser fijas?

Kant en su época, en su filosofía, como sujeto transcendental, tenía sus principios a priori, ¿por qué han de ser fijos e iguales a los nuestros? Ésa no es la cuestión. Lo esencial es la certeza que se busca con ese tipo de racionalidad, la búsqueda de los puntos comunes y universales (en la medida de lo posible).

 

“En la perspectiva teórica, el mundo aparece como fenómeno: dependiente de la subjetividad transcendental en cuanto a la forma e independiente de ella en su materialidad.

            La forma, o estructura última de la objetividad (espacio y tiempo, esquemas, categorías, principios e ideas) es configurada por el sujeto transcendental, el cual es individual en cuanto a acto, o sea, cada uno de nosotros los somos, pero tiene como tarea ser universal e intersubjetivo en cuanto a la forma, ser capacidad de ciencia, de comunicación y de acción coordinada”[35].

 

 

No sé muy bien si hemos entendido desde la escena filosófica, y salvando las distancias, la teoría de la relatividad de Einstein[36]. Sería difícil explicar de forma acertada y breve en qué consiste la teoría de la relatividad especial de Einstein, como resulta complicado elaborar unas cuantas reflexiones al hilo de sus dos postulados principales. Sin embargo, podríamos subrayar que resulta necesario conocer el punto relativo en el que se está para poder aplicar desde él unas leyes –las más universales y válidas de las conocidas hasta el momento–. ¿Significa esto que el ejemplo sobre el primer postulado nos sirve como metáfora para hablar de a una ontología múltiple, del relativismo? ¿Todas las posiciones suponen verdad? Creo que lo fundamental no es eso. En opinión, lo decisivo es buscar la aproximación a la verdad, conociendo bien en dónde estamos y los condicionantes implicados.

Porque a priori no significa “categorías fijas, absolutas”, sino categorías que se “pone” el sujeto (la autolimitación del sujeto –que es “ideal” porque él la pone, no es real–). Teniendo esto presente, nos damos cuenta de que “el modo ser empírico” no se contrapone a un modo de ser sin mundo, como parece interpretar Pérez Ransanz, sino al modo de ser del sujeto. Estar como sujeto (camino por el cual se puede el sujeto separar de algún modo de lo condicionado) no significa, obviamente, estar sin mundo.

Por su importancia para el tema, presentamos aquí un texto esclarecedor sobre el significado de lo a priori en Kant:

 

“En primer término, según se estudia en la Estética transcendental de la Crítica de la razón pura, tenemos la autolimitación ideal del sujeto, que da lugar a las formas a priori de la sensibilidad: el espacio y el tiempo.

Espacio y tiempo significan limitación, es decir, la posibilidad de que exista otra realidad fuera de nosotros en su modo de ser transcendental, y no meramente empírico, representan una acción del sujeto por el cual él pone la posibilidad de ser empíricamente limitado; por eso es autolimitación, donde “auto” en términos kantianos significa a priori.

Si el sujeto no se hubiera abierto idealmente desde sí a su limitación real, entonces ésta estaría puesta, pero no para el Yo pues Él no se enteraría de su estar limitado; lo estaría como cosa, pero no como sujeto.

Por eso, el espacio y el tiempo son las formas a priori que hacen posible la sensibilidad, esto es, la capacidad de recibir idealmente (comprender) a lo otro de sí, gracias a lo cual el sujeto se prepara como sujeto para recibirlo y comprenderlo como otro, como realidad que él no protagoniza.

Esas formas son la acción ideal subjetiva (eso significa ser a priori) de aceptar que existen otras realidades al lado de nosotros, en otro espacio y en otro tiempo (de ahí su función transcendental de hacer posible el conocimiento objetivo de lo otro), o sea, de aceptar que no somos toda la realidad (aunque lo intentamos). Más aún, ni siquiera protagonizamos toda la realidad, pues dependemos del mundo y por eso nos interesa conocerlo, proceso en el cual nos objetivamos a nosotros mismos, nos encontramos situados en un mundo, siendo también objetos entre objetos (heteronomía).”[37]

 

 

11. Los principales rasgos de la acción humana

               

                En el proceso de conocimiento, de recogida de información, de decisión y de acción que presenta Álvarez, apoyándose en los estudios recientes sobre nuevos modelos de racionalidad en la ciencia (y en estudios neurológicos como los de Damasio) aparecen en primer plano (en lugar de las pantallas que recogen y retocan la información, como instrumentos que se agrandan hasta llenar el espacio de la racionalidad) los rasgos esenciales de la acción humana: características que hablan de un ser humano con capacidad de ser lúcido, con capacidad de evaluar el entorno y adecuarse a él, que comprende la influencia de sus emociones y que puede aprovechar la motivación que le proporcionan:

 

“El modelo estándar no logra representar idealmente uno de los principales rasgos de la acción humana, esa capacidad integrativa, la capacidad de equilibrio reflexivo, que conjuga elementos situacionales, emocionales y lógicos. Desde luego, en esta dirección podríamos apoyarnos en trabajos como los de A. Damasio”[38].

 

Precisamente la interacción con el mundo, su posibilidad, su necesidad y las reglas que supone es la característica fundamental que nos identifica como sujetos agentes con una racionalidad acotada (“clave de nuestra epistemología como agentes acotados”. “Razonamos en un proceso de constante interacción con el mundo”.)

 

Amartya Sen, recuerda Álvarez, considera “nuestros conceptos como filtros de información de entre toda la disponible; y es precisamente aquella información, una vez filtrada, la que deviene información pertinente para nosotros”. Álvarez –como un desarrollo que hace avanzar en la investigación– presenta la noción de “membrana semipermeable” (metáfora tomada de la biología y de la química) para utilizar una herramienta que atienda más al carácter activo por parte del agente en la que, a diferencia de los filtros informativos. Incluso Álvarez propone la metáfora de la “red reticular”:

“Las membranas y los filtros pueden verse englobados en una red o tejido reticular […]. La red sostiene, el filtro deja pasar. Es conveniente disponer de una red para enfrentarse a las consecuencias no deseadas de nuestras acciones. Una membrana, según el diccionario de la lengua, es una capa delgada de tejido orgánico, elástico y resistente que separa dos cavidades o envuelve algún órgano. La red aparece como una malla de hilo, cuerda, alambre, etc. de forma adecuada para contener o retener cosas, o para cualquier uso. Se puede caer en la red (víctima de un engaño preparado –urdido–) y alguien podría sentirse aprisionado por la red, aunque hay una visión más positiva. […] Se propone una trilogía conceptual para pensar la racionalidad (filtros, membranas y redes) y con la que se puede pensar críticamente a propósito de la relación entre ciencia, tecnología y sociedad, y en particular sobre las relaciones entre economía y ética”.[39]

 

            En estas metáforas de la membrana y de la red aparecen dos elementos destacables en el sujeto que toma las decisiones y realiza las acciones: por un lado, su cualidad de agente activo, con su dosis de autonomía y de lucidez ante la propia red o membrana (que a veces es sólo un filtro porque no ejercemos como sujetos autónomos). Por otro lado, pero en un proceso unido claramente al anterior, el sujeto va comprendiendo cuáles son los filtros a través de los cuales ve el mundo, cuál es su papel y cuál debe ser su acción teniendo en cuenta el entorno, las ventajas e inconvenientes de su propia membrana y de su propia red.

            Es decir, en estas metáforas aplicadas al proceso de racionalidad que se da en el agente humano, Álvarez ha escorado el protagonismo de la pantalla y ha puesto en el centro de la acción racional al sujeto cognoscente, emocional, inmerso en un entorno concreto, en una determinada historia de sistemas conceptuales. Otra vez la “categoría” de “desarrollo” desvela algo sobre la forma de reconocer, romper, apoyarse, protegerse, avanzar.

 

 

 

 

12. El modelo de sujeto humano adecuado a la nueva racionalidad

 

La síntesis originaria

 

         La síntesis originaria que encuentra Kant después de su análisis reflexivo, le conduce a reconocer que somos una unión de naturaleza y de libertad. La naturaleza demuestra ser libre cuando se pone a sí misma sus propios fines.

            La noción de “fin” es, tanto como la de “sujeto transcendental”, o la cuestión del a priori, uno de esos conceptos que no hemos sabido “traducir” bien al cambiar de un paradigma a otro en la historia de la filosofía (que, recordemos, también supone una historia de investigación). Todo indica que no hemos aplicado de manera adecuada el pensamiento sobre “el desarrollo” del que nos hablaba Eloy Rada como herramienta fundamental para conseguir que las distintas secciones de la historia de la filosofía (con sus determinados discursos) no sean “paradigmas inconmensurables”, sino que podamos establecer una “transferencia de sentido” de unas otras, y comprendamos que la historia de la investigación filosófica se va nutriendo de lo que antes otros han descubierto.

            La noción de fin suena a teleología y por este camino conduce a un esquema en donde se diluye en apariencia el sujeto autónomo. Sin embargo, en la filosofía kantiana, especialmente en la Crítica del Juicio, la noción de “fin” significa el proyecto que un sujeto se propone a sí mismo organizado en torno a lo que desea conseguir y vertebrado (más bien amasado y fermentado) con la fuerza que supone su voluntad.

            Para este proceso de comprensión, hemos de tener en cuenta también el significado de la fuerza llamada “voluntad”. Si la entendemos sólo como una facultad superior que se sitúa sobre todo lo demás a manera de fuerza misteriosa, y además indicamos que nace de nuestra libertad, de nuestro modo de ser incondicionado, podríamos llegar a pensar en una fuerza ideal que está por encima de nosotros y para la que se dan tradicionalmente dos explicaciones: o bien se sitúa en un mundo de Ideas, con carácter heterónomo, o bien nace de instintos inconfesables y en realidad tendríamos que llamarla “la voluntad de poder”.

            Para entender bien lo que significa la voluntad, la historia de la filosofía tuvo que seguir su curso, tomando de lo anterior, contrastando y desarrollándose. La filosofía de Fichte, desarrollando el pensamiento crítico de la filosofía transcendental, nos consiguió una nueva herramienta para la racionalidad y una convicción (que lejos de cerrarnos en la seguridad de algo ya conocido, nos lanza constantemente a la búsqueda). La herramienta proporcionada por Fichte fue el método genético–sintético. La convicción estimuladora fue la unión de la filosofía teórica y la filosofía práctica.

            Mediante el método genético–sintético, Fichte ofrece una mayor comprensión respecto a la síntesis originaria (a la que Kant situaba tanto en el origen como en el horizonte de los fines). El que seamos naturaleza y libertad no significa, como decíamos antes, que se trate de dos elementos paralelos que nos constituyen, uno al margen del otro. Por un lado el mundo empírico –condicionado–, por otro lado el incondicionado (recordemos que “incondicionado” no significa lo mismo que “ideal”; lo explicamos más adelante).

            Somos naturaleza y libertad, pero los distintos elementos y facultades que nos constituyen se van sucediendo una a la otra, de forma que las distintas etapas no quedan anuladas sino que permanecen, aunque transformadas en las otras. En esta sucesión, es necesario señalar que no se da un tiempo lineal: no quiere decir que un instinto ha pasado de interés ciego a voluntad con interés purificado y ya no hay retroceso. Posiblemente nos abrió los ojos Nietzsche, aunque el descubrimiento, tras la ruptura con la filosofía anterior, lo llevó a desechar la escalera en la que se había apoyado; al quedarse, sin retorno radicalizó su postura.

           

 

  

El individuo como sujeto agente

 

         En una determinada situación, en el momento de actuar, el sujeto agente ha de tomar una decisión, y en ese momento lo más importante es su cualidad de autor y actuante. ¿Dispone de toda la información para tomar una decisión acertada? ¿Su decisión será la más conveniente? Los elementos que le afectan en ese momento, la falta de datos y la premura del tiempo le conducen a tomar una decisión que no está dirigida total o parcialmente por los razonamientos. Si recordamos las tres facultades del ánimo de las que hablaba Kant[40], podemos decir que en una decisión intervienen tres grupos de elementos:

  1. El conocimiento, ligado éste de forma inevitable, a las categorías, a los sistemas conceptuales.

  2. El deseo de conseguir algo. Éste deseo puede partir de un instinto o estar alentado por una emoción. Produce el interés con el que miramos un objetivo (por tanto, va a tener que ver directamente con el tercer grupo de elementos). La “facultad de desear” está ligada con los valores morales porque deseamos fundamentalmente el bien –se traduzca como se traduzca en nuestro determinado sistema de valores– y concretamos este deseo en la acción del querer, la que demuestra que somos autónomos y que podemos ser libres. Esta facultad se relaciona también con la primera (la del conocimiento) debido a que los valores morales organizan claramente nuestros sistemas conceptuales.

  3. La facultad del “placer y displacer”, relacionada con lo estético y con lo teleológico permanece en la base y en el fin (finalidad que se “pone” el sujeto como proyecto organizado). Un interés basado en instintos y emociones que se deja organizar por la acción de querer y se transforma en un nuevo interés poseedor de una fuerza que conduce a la finalidad que nos hemos propuesto: la voluntad.

 

El principio de responsabilidad moral

 

J. F. Álvarez afirma lo que sigue respecto al papel del individuo como sujeto agente:

 

      “Nos interesa señalar la importancia de incorporar en el papel del individuo como sujeto agente, como autor, como artífice de sus propias decisiones morales; la consideración de un individuo como actor de una acción intencional cuyos resultados no podemos sin más prever, determinista y consecuencialistamente, parece apoyar el principio de responsabilidad moral, y que es preciso valorar además de los resultados la posibilidad misma del ejercicio de las libertades concretas por parte de los individuos”[41]

 

         Un ejemplo de noción de desarrollo aplicada a la historia de las investigaciones filosóficas: en el texto anterior J. F. Álvarez se muestra cercano a las posiciones kantianas que venimos presentando. Sin embargo, en el que sigue vemos cómo, sin romper la coherencia de su pensamiento, Álvarez ha asimilado parte de las enseñanzas de Hegel y de Nietzsche, aunque leyéndolas, en nuestra opinión, a la luz de las claves esenciales kantianas.

 

            “Sin duda el juicio moral lo realiza un individuo, pero el tipo de información que ese individuo está en condiciones de utilizar, o que está dispuesto a utilizar, depende en gran medida del tipo de principios morales que adopta; principios que en muchos casos le vienen dados como constricción informativa social. Aunque metodológicamente lo previo sea el individuo y, sin lugar a dudas, lo previo éticamente, sin embargo, lo que podemos llamar producción social del conocimiento, y la normatividad producida socialmente son factores decisivos en la constitución del propio individuo como sujeto moral”[42].

            Individuo y sociedad interrelacionándose en un todo, que pasa de una determinación a otra a través de un límite: sobre las huellas de Hegel. El papel importante de la sociedad en la construcción de las normas: herencia de Nietzsche. Pero el juicio moral lo realiza el individuo actuando como sujeto autónomo (aunque condicionado en mayor o menor medida). Además tiene que ir haciéndose consciente de las constricciones sociales, de la influencia en su constitución como sujeto.

            Concluimos de esta visión de Álvarez sobre la racionalidad propia del sujeto agente que su escepticismo se refiere a los dogmatismos: “Una mirada escéptica ante todo tipo de fundamentalismo”[43]. También éste fue el origen motivador (o interés que impulsó) las Críticas a la Razón (con otro tipo de razón).

 

Nota:

Para la noción des subjetividad ver el trabajo sobre Hegel y la filosofía transcendental
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[1] Para esta sección, me quedaría por elaborar el siguiente apartado: “Responsabilidad y confianza.

Emociones, valores, membranas y redes de un tipo renovado (y antiguo–desarrollado) de racionalidad”.

 

[2] Sen. A. K. : “Positional objetivity”, Philosophy and Public Affairs, Vol. 22, nº. 2 , Spring, 1993, 126-145.

[3]Doctrina según la cual la realidad solo puede ser interpretada desde un punto de vista o perspectiva”, dice el Diccionario de la Real Academia.

 

[4] Es su teoría de la relatividad, Einstein concede importancia no al observador como punto de un espacio común, sino al espacio como ámbito propio de cada observador. Cada observador tiene su espacio: “el espacio funcional topológico”. “Un elemento es cualquier concepto con entidad distinguible del todo. Un conjunto es la reunión de uno, varios, infinitos o ningún elemento. Un espacio es un tipo especial de conjunto dotado de ciertas propiedades matemáticas. En el estudio de las matemáticas todos aprendemos y empleamos conjuntos de números: los reales, los enteros etc. Sabemos que dentro de estos conjuntos podemos definir distancias mediante la introducción de una norma. Una norma es una aplicación; una aplicación es una relación entre dos conjuntos. Más tarde estos conceptos se amplían para trabajar en espacios funcionales, donde cada función (aplicación con características especiales) juega el mismo papel que un número. Así podemos hablar del espacio de las funciones continuas, constantes... La topología es el estudio de la forma y los conjuntos”. (Castellano, J.: “El espacio funcional topológico”, inédito).

 

[5] En este tema es muy interesante el artículo de Javier Muguerza sobre “El derecho a la disidencia”; así como otros trabajos tuyos en los que expone sus ideas sobre ética, especialmente en Desde la perplejidad, Ed. FCE, Madrid, 1990.

[6] En Matemáticas, la “invariancia” es la cualidad de invariante; “invariante” es la magnitud o expresión matemática que no cambia de valor al sufrir determinadas transformaciones; p. ej., la distancia entre dos puntos de un sólido que se mueve pero no se deforma.

[7] Rivera de Rosales, J.: La Crítica del Juicio Teleológico y la corporalidad del sujeto. Madrid, UNED, 1999.

[8] Rivera de Rosales, J. Debate sobre la libertad y el determinismo. Intervención en el Foro “Pensar la vida” de la web Realidad y ficción (www.realidadyficcion.org/forofilosofia.htm); mayo de 2005.

[9] Simon, H. A.: "De la racionalidad substantiva a la procesal", en Hahn, F. H. y M. Hollis (comps.),  FCE, México, 1986, pp. 130-172.

 

[10] En Vega Reñón, Rada García y Mas Torres, (eds.), Del pensar  y su memoria. Ensayos en homenaje al profesor Emilio Lledó. UNED, Madrid, 2001, pp. 476–496.

[11] Op. cit., p. 485.

[12] Gigerenzer G. y Selten, R. (comps.): Bounded Rationality. The Adaptive Toolbox, The MIT Press, Cambridge, MA, 2001.

[13] Gigerenzer y Selten, op. cit., p. 6 y 7.

[14] Wittgenstein: Sobre la certeza. Ed. Paidós, Barcelona, 1998, p. 103.

[15] Del Castillo, R.: op. cit., p. 486.

[16] Op. cit., p. 486.

[17] Álvarez Álvarez. J. F.: “Información, ética y racionalidad acotada. En el Congreso Iberoamericano de Filosofía sobre “Ética y política de la ciencia y la tecnología”. Alcalá, septiembre, 2002.

[18] Palabras de Amartya Sen en su discurso de recepción del Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Valencia.

[19] Pérez Ransanz. A. R. y  Álvarez, J. F. : “De Kant a Khun, acotando por Putnam”. Revista “Endoxa”, nº 18, dedicado a Kant (el 2004 se celebraba el segundo centenario de su muerte). UNED, Madrid, 2004.

 

[20] Op.cit., p. 497 y ss.

[21] Que el modo de ser incondicionado propio del sujeto se pueda ampliar a la naturaleza como una subjetividad prerreflexiva fue ago que Kant entrevió en su Crítica del Juicio.

[22] Rivera de Rosales, J.: “La realidad como problema moral y afectivo”. Página web del Foro de Realidad y ficción.

[23] Pérez Ransanz y Álvarez Álvarez, op. cit., p. 497 y ss.

[24] Rivera de Rosales, J.: La Crítica del Juicio y la corporalidad del sujeto. UNED, Madrid, 1999. p. 18.

[25] Pérez Ransanz y Álvarez Álvarez, op. cit., p. 511.

[26] Álvarez, J. F. : “La inteligencia de la razón impura. Emociones y racionalidad”. En  Vega Reñón, Rada García y Mas Torres, (eds.), Del pensar  y su memoria. Ensayos en homenaje al profesor Emilio Lledó. UNED, Madrid, 2001, pp.  207–220.

[27] Pérez Ransanz y Álvarez Álvarez, op. cit., p. 506–507.

[28] Rada, Eloy: “¿Historias inconmensurables?” En  Vega Reñón, Rada García y Mas Torres, (eds.), Del pensar  y su memoria. Ensayos en homenaje al profesor Emilio Lledó. UNED, Madrid, 2001, pp. 173–192.

[29] “Discurso histórico en tanto que es el discurso (realmente meta–dicurso) del propio historiador mediante el cual explica, interpreta, compara o esclarece los discursos originales de los filósofos de su HF (Historia de la Filosofía)”. (Rada, lugar citado, p. 179).

[30] Rada, E.: lugar citado, p. 186.

[31] Rada, E.: op. cit., citado, p. 188.

[32] Rada, E.: op. cit., p. 188.

[33] Op. cit, p. 189.

[34] Pérez Ransanz y Álvarez Álvarez, op. cit., p. 508.

[35] Rivera de Rosales, J.: La Crítica del Juicio y la corporalidad del sujeto, p. 17.

[36] Recordemos los postulados de la relatividad especial:

El primer postulado es el principio de relatividad: Las leyes de la física son las mismas para cualquier observador inercial (no acelerado). El segundo postulado es la constancia de a la velocidad de la luz en el vacío, (idéntica para todos los observadores, independientemente de la localización, época, orientación o velocidad uniforme de la fuente).

Respecto al primer postulado el profesor de Física J. Illana, de la Universidad de Granada indica lo siguiente:

“Este primer postulado no significa que un observador subido a un vagón con velocidad uniforme y otro observador en el andén de una estación obtengan los mismos resultados numéricos para un fenómeno determinado: por ejemplo, ambos observadores ven trayectorias diferentes para una pelota que el primero deje caer libremente, pero en los dos casos las trayectorias se describen utilizando las mismas leyes de Newton”

Respecto al segundo de los postulados Illana asegura que es el más difícil de digerir ya que supone una innovación dramática y exige revisar conceptos fundamentales como el espacio, el tiempo y la energía.

No se pueden distinguir “estados de  reposo o movimiento absolutos para un observador inercial: el observador en el tren no puede distinguir si se está moviendo a no ser que pueda observar directamente la velocidad relativa respecto al anden (descorriendo la ventanilla y mirando a través de ella”.

Notas: Se llama relatividad especial o restringida a la que se aplica sólo a observadores no acelerados. La relatividad general, que Einstein desarrolló después, incluye también a observadores acelerados.

– Illana, J. Curso sobre la Teoría de la relatividad de Einstein. Universidad de Granada. Curso 2003–2004.

 

[37] Rivera de Rosales, “La importancia ontológica del sentimiento en Fichte”, en López Domínguez, V. (editora): Fichte, 200 años después. Madrid, Editorial Complutense, 1996.

[38] Pérez Ransanz y Álvarez, op. cit., p. 513.

[39] Álvarez Álvarez. J. F.: “Información, ética y racionalidad acotada. En el Congreso Iberoamericano de Filosofía sobre “Ética y política de la ciencia y la tecnología”. Alcalá, septiembre, 2002, p. 12.

[40] Carta a Reinhold cuando preparaba la Crítica del Juicio. Diciembre de 1787.

[41] Álvarez Álvarez. J. F.: “Información, ética y racionalidad acotada. En el Congreso Iberoamericano de Filosofía sobre “Ética y política de la ciencia y la tecnología”. Alcalá, septiembre, 2002, p. 7.

[42] Op. cit. p. 7.

[43] Op. cit., p. 16

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© Mercedes Laguna González, 2005

LINDARAJA. Revista de estudios interdisciplinares y transdisciplinares. Foro universitario de Realidad y ficción.

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