Heidegger
y la pregunta por el arte
Alejandro Escudero Pérez
UNED, Madrid
Aunque no
fue publicado hasta 1950, en el libro Caminos de
bosque (Holzwege), “El origen de la obra
de arte” data de 1936. Fue redactado, pues, en un
momento de apogeo de las que conocemos como
“vanguardias artísticas” (hecho éste bien
significativo, como iremos viendo). Ese mismo año,
además, apareció un importante escrito de W.
Benjamin (“La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica”) que sería interesante
leer conjuntamente al ensayo de Heidegger, no porque
digan lo mismo sino, al contrario, porque lo que uno
no dice lo dice el otro, a partir, eso sí, de un
diagnóstico de la situación del arte en la “sociedad
moderna” bastante parecido1.
El
horizonte del escrito de Heidegger, aunque no lo
menciona expresamente, es el intento –planteado como
tarea histórica de gran alcance y calado, aquí sólo
esbozada o dando sus primeros pasos- de “superar
la Estética” (una expresión que aparece en los
§§ 278-279 del libro –redactado entre 1936 y 1938-
Contribuciones a la filosofía). Ese es, aún
hoy, pensamos nosotros, nuestro mismo contexto, en
el cuál estamos convocados, entre otras cosas, a
volver a pensar las relaciones de la filosofía con
las artes (y viceversa), por ejemplo (algo a cuya
aclaración el ensayo de Heidegger puede brindar una
nada despreciable ayuda).
Pero aunque
en el ensayo de 1936 no se hable directamente de la
necesidad de “superar la Estética” sí que se hace
referencia, en su Epílogo, a un tema paralelo
destapado por Hegel: el de la “muerte del arte”.
Literalmente Hegel dice que “el arte es cosa del
pasado”. El sentido de esta tesis es controvertido;
nosotros –en parte a partir de lo que Heidegger
señala, en parte por nuestra cuenta- lo entendemos
así: en la modernidad –en tanto protagonizada por
una tecnociencia encarnada en la Industria y por un
Estado que realiza el Derecho (en sus distintos
aspectos)- el arte no tiene lugar propio, ha dejado
de ser algo vivo, capaz de decir algo socialmente
relevante; sólo es, “cosa del pasado”, es decir,
parte del “patrimonio histórico-cultural” (que
visitamos como turistas –como cuando, ejercitando
nuestra “conciencia estética” recorremos Iglesias
románicas o Catedrales góticas, contemplándolas al
margen de su significado religioso-). No todos los
pensadores de la modernidad comparten este
diagnóstico hegeliano; de hecho la ‘propaganda
oficial’ de la modernidad (desde los enciclopedistas
franceses en adelante) declara que sólo en ella, con
la institución de las Bellas Artes, la esfera
estética ha alcanzado su ‘mayoría de edad’, su
autonomía, emancipándose de la Nobleza y el Clero
(el Neoclasicismo, primero, y el Romanticismo
después, serían los “resultados” de este proceso)2.
Pero la “autonomía de la esfera estética” es un
fenómeno histórico ambivalente como bien testimonian
las mismas “vanguardias artísticas” del
1
Un ensayo de G. Vattimo, “El arte de la oscilación”,
en La sociedad transparente, ed. Paidós,
1990, tiene interés desde este punto de vista.
2
Un libro reciente, Larry Shiner, La invención de
arte, ed. Paidós, 2004, proporciona una
interesante versión del moderno nacimiento de las
Bellas Artes. Puede leerse, también, la primera
parte del libro de Marc Jiménez, ¿Qué es la
estética?, ed. Idea Books, 1999, titulada
precisamente “La autonomía estética”.
siglo XX;
al respecto, en su Teoría de la vanguardia,
ed. Península, 1987, Peter Bürger escribe: «Los
movimientos europeos de vanguardia se pueden definir
como un ataque al
status
del arte en
la sociedad burguesa. No impugnan una expresión
artística precedente (un estilo), sino la
institución arte en su separación de la praxis vital
de los hombres. Cuando los vanguardistas plantean la
exigencia de que el arte vuelva a ser práctico, no
quieren decir que el contenido de las obras sea
socialmente significativo. La exigencia no se
refiere al contenido de las obras; va dirigida
contra el funcionamiento del arte en la sociedad,
que decide tanto sobre el efecto de la obra como
sobre su particular contenido», pg. 103. Lo que aquí
se trae a colación es tan importante como complicado
–y merecería una discusión a parte, sobre todo en
nuestros días en los que los ‘radicales’ impulsos de
las vanguardias han sido ‘domesticados’ al ser
absorbidos, a partir de la II Guerra Mundial, por
las instituciones del arte, o sea: por los Museos y
por el mercado, dando lugar así a nuestra situación
‘postvanguardista’-. Sólo añadir, por el momento,
que nada de lo que aquí es está exponiendo es, en el
fondo, ajeno al diagnóstico hegeliano de la “muerte
del arte”.
Heidegger,
en todo caso, no echa en saco roto lo que afirmaba
el anti-romántico Hegel, y por eso en el Epílogo de
su opúsculo escribe: «… sigue abierta la pregunta de
si el arte sigue siendo todavía un modo esencial y
necesario en el que acontece una verdad decisiva
para nuestro existir histórico o si ya no lo es»3.
Una pregunta que nos planta ante una encrucijada:
aquella que define nuestra época –y respecto a la
cual la filosofía está llamada a aportar una parte
de la respuesta, aquella que le corresponde en razón
del tipo de saber en que consiste-.
Un primer
elemento de la respuesta filosófica a la situación
descrita –definida, con más o menos fortuna, bajo la
expresión “superación de la Estética”- es el que se
plantea precisamente en el título del escrito que
estamos comentando. Hay que intentar, para empezar,
aclarar cuál es el “origen” de la “obra de arte”, es
decir: hay que reconducir la “obra de arte” a su
“origen”4.
Conviene
adelantar, llegados aquí, que el punto fuerte del
ensayo de Heidegger está en la pretensión de
conectar al arte no ya con la “belleza” –que es lo
habitual, lo “tradicional”5- sino, nada
menos, con la “verdad” (como se ve en el texto que
acabamos de citar). Algo, para empezar, muy extraño
a nuestros oídos, pues en tanto hijos de la
modernidad nos expresamos y entendemos en el
“lenguaje del gusto” –un lenguaje que Heidegger
pretende desarticular, pidiéndonos en consecuencia
que empecemos a hablar, respecto al arte, “otro
lenguaje”…-. ¿Arte y verdad? ¿qué puede querer decir
que una obra musical, una pieza teatral o una
escultura es “verdadera” o tiene que ver en su
núcleo con una “verdad”? A hacerse cargo de esto es
a lo que nos desafía, y nos invita, Heidegger.
De la
lectura de la primera página del ensayo de Heidegger
–en la traducción castellana, pg. 11- se desprende
lo siguiente: el “origen” de la obra de arte
(aquello a
3
M. Heidegger, Caminos de bosque, ed. Alianza,
1995, pg. 69.
4
Determinar el “origen” de la obra de arte no
significa aquí llegar a establecer –ayudados, por
ejemplo, por la paleontología o algo así- cuándo
apareció históricamente la “primera obra de arte”
(¿las cuevas de Altamira? ¿o …?). Pero sí significa
señalar “algo” que hizo posible tal cosa, “algo” sin
lo cual nada de eso sería. Una parte de la
dificultad de lo que aquí se plantea –tanto de
entenderlo como de argumentarlo-es que el “origen”
es algo, a la vez “a priori” e “histórico”, a la vez
“inmanente” a las obras de arte y “trascendente” a
ellas etc.
5
O que era lo habitual, como bien explica Arthur C.
Danto en El abuso de la belleza, ed. Paidós,
2005.
partir de
lo cual recibe y adquiere su “esencia”) es el
“Arte”. Sobre esto diremos, sólo con la pretensión
de introducir un poco de claridad, lo siguiente:
-Origen
(Ursprung) significa aquí “fuente” (Herkunft). Esto
es, el “de dónde” las obras de arte (una y otra vez,
cada vez) surgen, provienen, llegan. Las obras de
arte con las que nos topamos nos llegan de una
instancia denominada “Arte”.
-La noción
de Arte alude a la vez a dos cosas distintas y, sin
embargo, inseparables:
1.
A una
determinada
constelación6,
es decir, a un conjunto de elementos distintos e
interconectados. ¿Cuáles? La constelación artística
está compuesta por los artistas, un público o
comunidad de receptores, unos lugares de exhibición
o de difusión, unos medios expresivos, un horizonte
extra-artístico y, en el
centro
de la
constelación, unas obras de arte con su peculiar
“estilo”7. En cada concreta constelación
cada elemento tiene un peculiar modo de ser y de
actuar etc.8.
2.
A aquello
que (a partir de ese centro –descentrable- que es la
obra de arte del caso) determina en conjunto a una
constelación a ser lo que es y puede ser. Esto es:
lo que posibilita que cada elemento posea una
precisa figura y que estén conectados de un modo etc9.
El Arte es, así, “fuente”, “origen” etc.
Como se ve
explicar esto –y por lo tanto también entenderlo a
fondo, y no sólo ‘un poco’- es bastante difícil.
Sólo se puede llegar a ello a partir de rodeos,
trazando círculos concéntricos. Nos preguntaremos
ahora ¿qué implica que el “origen” de la obra de
arte sea el Arte (a la vez una constelación y su
principio determinante)? Dos textos de H. G. Gadamer
(de su artículo “La verdad de la obra de arte”,
escrito como
introducción a la edición de 1960 del ensayo de
Heidegger) nos ayudan a precisarlo, con la
peculiaridad de que, además, nos permiten retomar
una cuestión que antes sólo mencionamos:
-«Con ello,
aunque no sólo esto, [Heidegger] ofrece una
descripción del modo de ser de la obra de arte que
evita los prejuicios de la estética tradicional y
del pensamiento subjetualista moderno».
-«Es
necesario superar el concepto mismo de estética»10.
6
En
otro lenguaje, pero diciendo lo mismo, diríamos: a
un ámbito de lo ente, a un ámbito de experiencia y
de saber. Importa subrayar que lo que vamos a
exponer aquí no está dicho tal cual en el texto de
Heidegger (se
trata de un injerto que hacemos a fin de que gane
–si conseguimos hacerlo bien- concreción y
capacidad sugestiva).
7
Siendo una obra de arte, del género que sea (musical
o arquitectónica, literaria o pictórica), una
“composición” su
“estilo” es precisamente su manera –reiterable,
hasta cierto punto- de estar compuesta, según
un doble eje: de ‘selección’ y de ‘combinación’. La
cosa va, pues, de “todos” y “partes”, de “análisis”
y “síntesis”.
8
Una filosofía del arte (una ontología regional del
peculiar ámbito de lo ente delimitado por el término
“arte”) tiene
que preguntarse ¿cómo es la ‘constelación’ aquí y
ahora en marcha? ¿Cómo son sus artistas?
¿Cuáles son sus lugares de exhibición? Etc.
9
El término Arte, pues, es otro nombre para lo que
Heidegger (siguiendo la tradición de Parménides y de
Aristóteles) denomina “ser”. El ser no es algo
óntico (no es ninguno de los elementos de la
constelación)
sino aquello que reúne y determina etc. Ver, por
ejemplo, el capítulo tres de M. Heidegger
Introducción a la metafísica, ed.
Gedisa, 1993. En mi escrito “Filosofía y diferencia
ontológica” (en Internet, www. ) se intenta explicar
en qué sentido la filosofía “pregunta por el ser”.
10
H. G. Gadamer, Los caminos de Heidegger, ed.
Herder, 2004, páginas 104 y 99, respectivamente.
Desde luego
aquí el término “estética” se refiere no sólo a esa
disciplina filosófica surgida en el siglo XVIII (en
la Crítica del Juicio de Kant, por ejemplo)11
sino también, y de manera más amplia, a todo un modo
de ser y de darse el arte: el propio y peculiar de
la época moderna (desde las “bellas artes” del
neoclasicismo hasta el complejo y ambiguo episodio
de las “vanguardias” del siglo XX). Pero ¿qué es la
Estética? ¿Cuál es el ‘prejuicio’ (el presupuesto)
que encierra? Varios textos de Heidegger nos ponen
sobre la pista:
-«… la
estética es la consideración del estado del
sentimiento del hombre en su relación con lo bello,
es la consideración de lo bello en la medida en que
está referido al estado sentimental del hombre. Lo
bello mismo no es otra cosa que aquello que al
mostrarse produce ese estado»12.
-«En
referencia al saber acerca del arte y a la pregunta
por el arte, la estética es, pues, aquella
meditación sobre el arte en la que la relación
sentimental del hombre respecto de lo bello expuesto
en él proporciona el ámbito decisivo para su
determinación y fundamentación y constituye su
principio y su fin»13.
-«La obra
de arte es puesta como un “objeto” para [y
por,
añadimos
nosotros –al menos en las estéticas “idealistas”-]
un “sujeto”. La relación sujeto-objeto, en cuanto
relación sentimental, se vuelve determinante para su
consideración. La obra se convierte en objeto en su
cara girada a la vivencia»14.
-«Un tercer
fenómeno de igual rango en la época moderna es el
proceso que introduce al arte en el horizonte de la
estética. Esto significa que la obra de arte se
convierte en objeto de la vivencia, y, en
consecuencia, el arte pasa por ser expresión de la
vida del hombre»15.
-«El modo
en que el hombre vive el arte es [según la estética]
el que debe informarnos sobre su esencia. La
vivencia no es sólo la fuente de la que emanan las
normas que rigen el deleite artístico sino también
la que rige la creación artística»16.
Resumiendo
el núcleo de la cuestión: la Estética –en su sentido
más amplio- consiste en introducir al arte en
general en el seno de la relación sujeto-objeto (una
relación de tipo ‘sentimental’, ‘emotivo’)17.
La clave –esto es, el ‘prejuicio’ o ‘presupuesto’-
de la estética está en que sostiene que el Arte es
algo “del Hombre”, algo suyo, propuesto por
11
Elio Franzini, La estética del siglo XVIII,
ed. Visor, 2000; George Dickie, El siglo del
gusto, ed. Visor, 2003.
12
M. Heidegger, Nietzsche, vol. I, ed. Destino,
2000, pg. 83.
13
Ibid., pg. 83.
14
Ibid., pg. 83.
15
El contexto de este fragmento es un ‘listado’ de los
principales fenómenos (o procesos históricos) que
constituyen la época moderna. “La época de la imagen
del mundo”, en M. Heidegger, Caminos de
bosque, ed. Alianza, 1995, pgs. 75-76.
16
“El origen de la obra de arte”, M. Heidegger,
Caminos de bosque, op. cit., pg. 68.
17
Según esto en el marco de la estética cabe dos
grandes opciones: o estéticas idealistas (que ponen
el peso de la relación en el sujeto) o estéticas
realistas (que acentúan el papel del objeto en esa
relación). Así pues toda “superación” de la estética
pasa por conseguir desbaratar en su raíz la
posibilidad de ambas opciones (a eso apunta el
escrito de Heidegger cuando señala al Arte como
“origen” de la obra de arte – aunque tal vez esto,
siendo un paso necesario, no sea un paso suficiente,
pero eso es algo que no podemos discutir en este
momento-).
él y para
él. El Hombre (según su esencia racional y universal
etc.) es, a la vez, el Sujeto
(lo que subyace,
soporta y sostiene, fundamenta etc.) y el Objeto (el
tema por excelencia etc.) del Arte.
Un modo
rápido de ver que esto en la modernidad estética es
así18 puede ser acudir, por ejemplo, a
dos libros de José Jiménez, catedrático de Estética
de la Universidad Autónoma de Madrid: La estética
como utopía antropológica, ed. Tecnos, 1983, e
Imágenes del hombre (fundamentos de estética),
ed. Tecnos, 1992. Visitar sus páginas –por más que
nos intentan dar ‘gato por liebre’- tiene interés
porque nos hace ver –a pesar suyo, desde luego- cómo
entendemos y se nos da el arte hoy por hoy, es
decir: cómo la concepción antropocéntrica y
antropomórfica del arte propia de la modernidad aún
está, en parte al menos, vigente y se nos presenta
como vinculante (en o por su obviedad misma)19.
El
propósito de Heidegger –y por esto, a mi entender,
tiene algo que decirnos y merece atención en nuestra
situación histórica20- es discutir todo
esto en su misma raíz. Leídos sus ensayos “sobre
cuestiones artísticas” a ésta luz puede decirse que
nos plantean un dilema de gran calado. Un dilema que
escuetamente puede formularse así: el Arte,
o
es algo
“del Hombre” (como sostiene la Estética)
o
es algo
“del ser”21. Sabiendo, en todo caso, que
si respondemos lo segundo estamos apuntando hacia
otra (posible) época del arte, quedando a partir de
ese momento comprometidos a una sola cosa: a
prepararla22.
El primer
paso de esa preparación consiste en problematizar lo
vigente, en señalar las grietas del statu quo de la
constelación artística que nos es contemporánea e
ir, en ella, rastreando opciones y alternativas.
Algo inseparable del desarrollo de propuestas que
removiendo nuestras creencias más arraigadas vayan
abriendo brecha en este terreno. A este respecto,
por ejemplo, Heidegger plantea al menos dos cosas:
1.
La
necesidad de reconocer, con firmeza y con todas sus
consecuencias, que el Arte tiene en sí mismo su
“arché” y su “télos”. No está pues, a disposición
del Hombre, a su servicio, no es un medio de su
afirmación como Sujeto. El Arte, en tanto
“constelación”, es un ámbito (constituido y
reconstituido una y otra vez) al que los hombres
pertenecemos y en cuyo desarrollo participamos en
grados y modos diversos (el más excelso es el que
tiene lugar cuando nos entregamos a su “cuidado”
–nada hay más alto que el “amor al arte”, por
decirlo así-).
2.
Establecer
la conexión intrínseca entre el “arte” y la
“verdad”. Una conexión, como mínimo, para nosotros,
‘chocante’ pues pone patas arriba el reparto aún
vigente de las esferas de racionalidad –que se
trasluce, por ejemplo, en las tres críticas de Kant,
en el que la verdad en la Crítica de la razón
pura se
18Porque
en los epígonos las cosas suelen estar más claras (y
más romas) que en los maestros.
19No
dejamos de oír por todos lados, este año de
celebración de la publicación de “El Quijote”, que
su grandeza, que su carácter de “obra eminente de la
Literatura Universal”, se debe a que “refleja como
pocas la
naturaleza humana” (¿?). Banalidades como ésta
pertenecen por entero a la órbita –estéril, pero
aún pregnante- de la “estética”.
20Atención
sin ápice de ‘devoción’. La lectura de sus escritos
o se hace para pensar ‘con ellos’ pero ‘más allá’ de
ellos o se convierte en mero ‘comentario’ o, aún
peor, pobre ‘doctrina’.
21Aunque
esto último es un modo de decir que nada ni nadie es
“dueño y señor” del arte, pues el “ser” (el acto o
acción de aparecer de lo que aparece etc.) no es un
ente sino un “acontecer”, una “eclosión” etc.
22Tal
y como la entiende Heidegger una porción bastante
grande de la actividad filosófica tiene un carácter
“preparatorio”: se trata de preparar lo por venir,
lo que (puede) llegar (si llega).
asigna a la
ciencia (a través del entendimiento del Sujeto), el
bien en la Crítica de la razón práctica a la
moral(a partir de la voluntad del Sujeto), lo bello
y lo sublime en la Crítica del Juicio a la
estética (en base al sentimiento del Sujeto)23.
Atribuir “verdad” al Arte y a las obras de arte
implica, pues, replantear esto en todos sus puntos
(para empezar porque ‘la ciencia’ deja de tener el
monopolio de la verdad –como una y otra vez ha
afirmado el ‘positivismo’, esa poderosa mitología
tecnocrática y cientifista que atraviesa y sostiene
a la modernidad-).
Desde luego
vincular el arte y la verdad24 requiere
un enorme y complejo esfuerzo. Para empezar supone
distinguir dos sentidos de “verdad”: la verdad
óntica (entendida como “adecuación”,
“correspondencia”, “conformidad” etc.) y la verdad
ontológica (concebida como desocultamiento,
desencubrimiento etc. – en la estela de la idea
griega de “alétheia”-)25. Distinguir y,
también, conectar. Nada de esto es fácil ni de
explicar ni de entender. Hay aquí “mucha tela que
cortar” (cosa lógica, en tanto se trata de uno de
los temas principales de toda la tradición
filosófica). Con el único fin de sugerir cómo se
concreta la cuestión de la “verdad” en el caso del
arte tal vez baste el siguiente apunte.
No es
casual –lo mencionamos al inicio de este escrito-
que el contexto en que fue redactado el ensayo de
Heidegger fuesen las “vanguardias artísticas”. ¿Por
qué? Porque desde ellas es más fácil hacerse cargo
de la tesis de Heidegger: la verdad de la obra de
arte excluye que ésta sea entendida como
re-presentación (en tanto la ‘representación’ apela,
de un modo u otro, a la “adecuación” a un ‘modelo’
previo etc.). Una meditación de las siguientes
frases –si se cruzan y prolongan sus respectivas
ideas- pensamos que ayudaría a precisar lo que
Heidegger plantea:
-«Se trata
de alcanzar lo desconocido por el desarreglo de los
sentidos» (Rimbaud).
-«El arte
intenta ver lo invisible» (Kandinsky).
-«No se
trata de pintar lo visible, sino de volver visible»
(Klee).
Es a todo
esto, con los pertinentes matices, a lo que con su
vocabulario se refiere Heidegger cuando sostiene que
la verdad de la obra de arte trasparece en la lucha
del “mundo” y la “tierra”. Una obra de arte enseña
escondiendo, esconde enseñando, por ejemplo (como
ocurre en el cuadro de Vincent Van Gogh que
Heidegger menciona en su estudio).
No podemos,
en este contexto, desarrollar lo que acabamos de
esbozar. Sólo recordar un punto clave del estudio de
Heidegger: en él el Arte es concebido como un
“acontecer”, como una
fuente
(inagotable
–en tanto se la cuide, pues la “muerte del arte”
23
Este reparto es ratificado y tenido por intocable,
por ejemplo, por Jürgen Habermas en su conocido
artículo “La modernidad, un proyecto incompleto”.
24
Para abrir boca, aunque sólo eso, puede leerse el
artículo de José García Leal “Verdad en el arte”,
contenido en J. A. Nicolás, Mª J. Frapolli (eds.),
Verdad y experiencia, ed. Comares, 1998.
25
Sobre esto dice Otto Pöggeler: «Verdad es alétheia,
desocultamiento (Un-Verborgenheit) que hay que
arrancar de un ocultamiento en última instancia
insuperable» y «En la verdad hay que distinguir
entre el
desvelamiento del ser (verdad ontológica) y la
manifestación del ente (verdad óntica)»,
respectivamente, pgs. 97 y 98 de El camino
del pensar de Martin Heidegger, ed. Alianza,
1986.
siempre está al
acecho-) de “modos de artisticidad”, de ser y de darse
lo artístico, de configurarse y articularse ese ámbito
de experiencia, de saber y verdad.
Esperamos que
estas pistas –pues poco más es lo que hemos
ofrecido-contribuyan, al menos un poco, a leer y
aprender de un relevante escrito de Heidegger. Un ensayo
que, nos parece, da –y dará aún- mucho que pensar
respecto a cuestiones ineludibles en la actual situación
del mundo del arte.
Alejandro Escudero Pérez. Mayo, 2005
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