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lindaraja     REVISTA de estudios interdisciplinares y transdisciplinares. ISSN:  1698 - 2169

 

 

Noción de sujeto

La condición humana

 

Ensayo sobre La condición humana de Hannah Arendt. Ismael Suárez

 

ENSAYO REALIZADO 

A PARTIR DE LA LECTURA DE LA OBRA 

 

"LA CONDICIÓN HUMANA" 

DE 

HANNAH ARENDT

 

 ISMAEL SUÁREZ CEREZO


Sobre lo que hacemos

Inicio este ensayo con una primera reflexión, siguiendo la intención de Hannah Arendt en su obra: pensar en lo que hacemos.

Intentando detallar un poco más de lo que lo hace Arendt, yo distinguiría las siguientes categorías de actividades, incluyendo en ese “lo que hacemos” todo aquello que resulta del hecho de nuestras existencias:

En primer lugar, Vivir, vivir entendido como existencia en un sentido meramente físico: incluiría la respiración, el latido del corazón, etc. . Se trataría de cosas que realizamos de forma inconsciente. En segundo lugar, Desarrollo físico,  que abarcaría nuestras necesidades fisiológicas como seres vivos: alimentación y reproducción. Incluye cosas que realizamos conscientemente, pero obligados por la naturaleza.

En tercer lugar, Labores, incluyendo: actividades relacionadas con el aseo personal, que realizamos conscientemente, pero obligados por necesidades personales o sociales, como sentirse a gusto con uno mismo o dar buena imagen ante los demás; el cuidado de nuestros hijos o padres; y las labores domésticas, actividades tales como lavar la ropa, hacer la comida, limpiar la casa, que están encaminadas a mejorar las condiciones en las que se realizan las actividades de los niveles anteriores.

En cuarto lugar, Trabajo, entendido en el sentido de ocupación remunerada. Se refiere a la necesidad de ganar dinero para mantener y mejorar las condiciones de vida.

En quinto lugar, Ocio, el tiempo libre que dejan todas las ocupaciones anteriores y que empleamos de muy distintas maneras: entretenimientos simples, para pasar el tiempo, no creativos ni instructivos, como pasear, ver la televisión, asistir a espectáculos; entretenimientos creativos: realizar obras de arte, construir enseres o arreglar el jardín; entretenimientos instructivos: lectura, aprendizaje de habilidades o práctica de deportes.

En sexto lugar, Prácticas religiosas, actividades relacionadas con las creencias religiosas, ya sean realizadas de forma individual o colectiva.

En séptimo lugar, Relaciones sociales: las personas nos relacionamos con los demás de una forma social que puede implicar sencillamente un trato personal, como una relación de amistad, o con un objetivo común, en colaboración, o en competencia por algún fin.

En octavo lugar, Relaciones políticas: las personas nos relacionamos a un nivel más global, con objetivos no individuales, sino colectivos, y con un tipo de acción que puede ser: colectiva, como la asociación a partidos, ONGs u otro tipo de organizaciones, votar en elecciones, participar en manifestaciones; individual, como emitir opiniones políticas, envío de cartas de protesta.

Y como actividad suprema, por encima de todas, el Pensamiento. Inevitablemente, pensamos, en mayor o menor medida, y es la base de nuestro actuar, sea o no consciente. Pensamos para poder actuar, incluso aunque parezca que actuamos sin pensar, siempre "pensamos" antes de hacer algo, incluso lo más instintivo viene determinado por una actividad cerebral.

 La categorización que propone Arendt es más global: lo que hacemos es laborar, trabajar y actuar. A grandes rasgos, podemos decir que entiende por labor las actividades básicas que son necesarias para la supervivencia, por trabajo, la fabricación de objetos que tengan un carácter durable, y por acción, la participación en los asuntos públicos, a través de las palabras y los actos. Se trata de una categorización que creo que deja fuera algunos aspectos de nuestras vidas y aquello que hacemos en ellas. Mi intención es realizar un pequeño análisis de algunos de esos aspectos.

 

Sobre la labor

        Laborar sería, para Arendt, realizar las operaciones necesarias para mantenernos vivos. Lo caracteriza como un proceso biológico: siempre laboramos. Aquí estaría incluyendo una serie de actividades que abarcan tanto acciones conscientes como inconscientes, tanto individuales como sociales, y que pueden ser realizadas tanto en provecho propio como en el de los demás. Creo que sería interesante distinguir algunos aspectos en ese laborar.

Desde el punto de vista de lo que resulta de esta actividad, Arendt indica que la labor no deja un producto tras de sí:  lo que produce es vida. Sin embargo, puede decirse que la labor no sólo produce vida en el sentido biológico, sino también en un sentido social: lavarnos, asearnos, vestirnos, podemos hacerlo también para los demás, para que las otras personas se encuentren a gusto con nosotros, y, para ellos, de alguna manera, también eso es vida. 

Pero hay otras dos cuestiones más importantes a plantearse sobre el concepto de labor. Una se refiere a las personas que intervienen en la actividad de laborar: por una parte el laborante, que realiza efectivamente dicha actividad; por otra parte, el destinatario de ese laborar. Parece que habría que distinguir de alguna manera lo que significa una labor-para-mí, de la labor-para-otros. ¿Es lo mismo trabajar la tierra, hacer la comida, lavar o planchar, para uno mismo que para otros? Podría entenderse la labor quizá desde un punto de vista reflexivo, siendo labor todo aquello que realizamos para nosotros mismos, y trabajo aquello que realizamos para otros. El hecho de que otra persona realice las tareas domésticas para mí, en mi casa, se traduce en vida para mí, pero no para la persona que las realiza. Para esa otra persona habría que considerarla como labor-para-otros, o como trabajo, pese a que el resultado no sea un producto, en el sentido de objeto tangible. 

Esta importante cuestión está relacionada con una segunda: ¿dependiendo de si la actividad es retribuida o no, es labor o es trabajo? Hoy día consideraríamos como trabajo toda actividad retribuida, con lo cual muchas actividades como, por ejemplo, el servicio doméstico, se incluirían bajo la categoría de trabajo y no de labor. En realidad, creo que sólo quedaría bajo la categoría de labor aquello que realizamos por nosotros mismos y para nosotros mismos, y siempre que esas actividades no resulten en un objeto tangible. 

También es necesario reflexionar sobre aquellas cosas que realizamos como entretenimiento o diversión, pero que Arendt encuadraría como labor, como arreglar el jardín, mantener un huerto o cocinar. ¿Cuál sería aquí la diferencia? ¿Sería labor cuando llega hasta lo necesario para mantener el proceso de la vida? ¿Y a partir de ahí? Sería necesario introducir una nueva categoría que haga referencia a la labor como ocio, al ocio-laborante. En la concepción de Arendt, labor implica molestia, dolor; pero, sin embargo, muchas de estas actividades sirven actualmente como diversión y disfrute. El ocio es una parte importante de lo que hoy día hacemos, aunque se traduce en actividades muy diferentes. Incluso habría que tener en cuenta también lo que “hacemos” cuando no hacemos nada, sino sencillamente pasear, o asistir a espectáculos. Se trata de actividades que no producen nada, pero que tampoco podríamos considerar como labor. El ocio, pues, resulta ser un tipo de actividad que requiere una reflexión particular. 

Otro aspecto importante en la definición de Arendt de lo que es la labor es la idea de consumo. La labor no produce nada como resultado, se consume en su propia actividad.

Arendt considera que la sociedad de hoy, sociedad de consumo, es una sociedad de laborantes. Y supone que sólo el laborar origina abundancia. No estoy de acuerdo en esta valoración, en dos aspectos: por una parte, en el mundo hay mucho tipos de sociedades y Arendt, al hablar de la sociedad actual, parece que se centra en las sociedades de Europa Occidental y en Estados Unidos; por otra parte, más bien parecen algunas sociedades asiáticas o africanas las que se pueden considerar sociedades de laborantes, ya que no desarrollan tanto productos acabados como productos de consumo diario para el mantenimiento de la vida. No parece acertado identificar el tipo de consumo de las sociedades más desarrolladas con el tipo de consumo de una sociedad laborante. Pienso que, a mayor desarrollo, más consumo de todo tipo de productos acabados. El consumo de “vida” tiene unos límites más allá de los cuales es difícil pasar; sin embargo, los productos acabados pueden ser adquiridos en más cantidad y más lujosos, sin límite alguno (excepto, por supuesto, el económico). Creo que lo que define la abundancia es la posibilidad de acceder a todo tipo de bienes, y no sólo los necesarios para la vida. 

Resulta extraño decir, como hace Arendt, que sólo la labor origina abundancia, cuando el laborar es algo improductivo desde el punto de vista del resultado material. Parece más bien el trabajo lo que puede originar esa abundancia, tanto de artículos de primera necesidad, como de artículos de todo tipo. Por otra parte, la consideración de artículo de primera necesidad tampoco sería la misma en todas las sociedades, ni la abundancia se definiría de la misma manera. 

Por último, habría que recordar también que, en las modernas sociedades occidentales, tiende a evitarse la labor, y a dejarse en "manos" de máquinas (robots de cocina, aparatos para las tareas domésticas), al igual que el trabajo. Por lo menos, la labor que puede ser realizada por otros para nosotros. En todo caso, quedaría solamente esa otra parte de la labor, aquella que, inevitablemente, hemos de realizar por nosotros mismos, y que es realmente nuestra propia vida, biológicamente hablando.
 

Sobre el trabajo

Arendt distingue el trabajo de nuestras manos frente a la labor de nuestros cuerpos. Trabajar es fabricar objetos para el uso que tienen un carácter durable. Sus principales reflexiones en cuanto a la categoría de trabajo se centran en las relaciones humano-máquina y en el problema de la deshumanización de la sociedad. Considera Arendt que la relación humano-máquina, tanto en su origen como en su desarrollo, ha sido, y es, de sumisión del humano a la máquina. Entiende que es el humano el que se adapta a las máquinas, ya que el desarrollo de éstas se basa en su propia eficacia y no en su adaptación al humano. Si aquellas se construyen atendiendo a mejorar su capacidad, al humano no le queda mas que adaptarse. Para Arendt, “el homo faber inventó los últiles e instrumentos para erigir un mundo y no para ayudar al proceso de la vida humana”.  

Yo pienso que, en su origen, los instrumentos fueron objetos de la naturaleza que el humano utilizó de una manera artificial, a partir de unas determinadas necesidades. Una vez descubierto un uso alternativo de esos objetos, el humano intentó mejorarlos para que fueran más eficaces, y luego, poco a poco, construyó objetos artificiales para sustituir y mejorar los objetos naturales. En un principio, pues, los útiles no serían otra cosa que creaciones de los humanos para servirse de ellos. 

A lo largo de la historia, este proceso parece ir siguiendo el mismo camino, manteniendo los instrumentos bajo el dominio del humano. Sin embargo, hubo un momento crucial en la historia de la relación humano-máquina: la revolución industrial. En esa época, la investigación y la técnica se centraron absolutamente en la máquina. Los avances científicos y, en concreto, el descubrimiento de la posibilidad de convertir en trabajo (energía mecánica) otras diferentes fuentes de energía (térmica, hidráulica, ...), llevó a que la eficacia de esa transformación fuese el objetivo primordial a perseguir. Se trataba, por encima de todo, de mejorar el rendimiento y reducir el coste de fabricación de las máquinas. A partir de ahí, los aspectos técnicos y económicos primaron sobre los humanos y el humano quedó sometido a las máquinas; se convirtió en una pieza más, formando parte de un engranaje mecánico. Durante muchos años las máquinas mediatizaron incluso las relaciones entre las personas. 

Pero las mejoras técnicas no terminaron ahí, y el propio humano fue poco a poco reemplazado en esas funciones mecánicas por otras máquinas, más eficaces y menos costosas. Gradualmente, ha ido transformándose el tipo de trabajo que las personas realizan, y el humano ha ido volviendo a controlar las máquinas. Además, vuelve a tenerse en cuenta a las personas en el diseño, tanto de máquinas como de todo tipo de herramientas y objetos.

También han cambiado totalmente las propias herramientas de trabajo. La revolución informática ha transformado radicalmente el concepto de trabajo en muchos casos. Gran cantidad de máquinas se manejan a través de medios informáticos, y la mayoría de los nuevos trabajos se apoyan en herramientas informáticas para su desarrollo. El trabajo tiene cada vez un menor componente físico y un mayor componente intelectual. Por otra parte, esas herramientas informáticas se diseñan con el objetivo de facilitar las tareas a las personas que las utilizan. 

Hoy día, pienso que las personas vuelven a ser, en general, los dominadores en la relación humano-máquina. Sin embargo, esto no quiere decir que no sigan existiendo personas que utilizan las máquinas para el dominio de otras personas, pero las máquinas, aquí también, no son más que instrumentos. Por otra parte, no debemos olvidarnos de uno de los problemas más graves: el progreso no nos afecta a todos por igual. Sigue existiendo trabajo esclavo y semi-esclavo en muchos lugares del mundo y, por cierto, en muchos casos incentivado por las grandes multinacionales de las sociedades desarrolladas. 

¿Y cómo afectan estas transformaciones a las relaciones entre las personas? La relación persona-persona estuvo, durante los años posteriores a la revolución industrial, condicionada por, y subsumida en, la relación persona-máquina. Siendo parte integrante de la maquinaria, las personas no tenían más relación con los otros que la que tenía una pieza con otra. Sin embargo, hoy existe, e incluso es necesaria, otro tipo de relación. Para desarrollar los respectivos trabajos, es necesaria una comunicación entre las personas, y una comunicación, además, fluida y de intercambio de conocimientos. Gran parte de lo que hacemos dentro del marco del trabajo es relacionarnos con otros: reuniones, reflexiones, tomas de decisiones, etc. Estos tipos de actividades van sustituyendo a los trabajos de operario-autómata. Cada vez hay menos personas en las plantas industriales y más en oficinas. Y por otra parte, el trabajo en equipo va desplazando al trabajo individual. Hay que contar con los demás, con el resultado sus trabajos y sus opiniones. 

En esta situación, los problemas derivados de este tipo de relaciones son diferentes a los problemas laborales clásicos, más centrados en las condiciones materiales de trabajo. Las relaciones personales requieren otro tipo de capacidades y el desarrollo de la persona debe tenerlo en cuenta. La educación no puede ser meramente técnica y debería darse más peso al conocimiento de nosotros mismos, a la formación humana. 

Creo que hoy día es necesaria una nueva reflexión sobre el trabajo, partiendo de presupuestos muy diferentes de los que partieron los grandes filósofos de los siglos diecinueve y veinte. Como comentamos más arriba, las condiciones materiales, personales y sociales son muy diferentes a las de entonces, y se plantean unos problemas radicalmente diferentes, que requieren, por tanto, nuevas soluciones. Pienso que, hoy día, la deshumanización de nuestras sociedades no proviene tanto de las máquinas como de los propios humanos. La mayoría de las personas se encuentra bajo el dominio de unos pocos, que disponen de poderosas herramientas de alienación de masas, como son los medios de comunicación. La mayor deshumanización es la negación del pensamiento, la conculcación del derecho a la reflexión libre y al desarrollo de las propias ideas. 

 

Sobre la acción 

Arendt pone la acción humana en relación con la parte pública de aquello que hacemos: con las palabras y los actos nos insertamos en el mundo humano. Esta inserción no viene obligada por la necesidad, como en el caso de la labor, ni dirigida por la utilidad, como en el trabajo, sino que su impulso surge con el nacimiento. 

La reflexión sobre la acción debe partir de una perspectiva general de la existencia humana para poder determinar el significado de nuestras actividades. Existen diversos tipos de actividades que pueden incluirse bajo lo que Arendt denomina acciones: sociales, políticas, religiosas, el pensamiento, ... Estas diferentes actividades se organizan mediante determinados tipos de relaciones de cada persona con el mundo exterior: relación física, social, individual, colectiva, ... 

Una persona, desde el momento de su nacimiento, comienza a recibir influencias del mundo exterior: primero, establece una relación física con lo que le rodea, y, poco a poco, va aprendiendo a manejarse a través de sus sentidos. A medida que se hace capaz de entender, se le van enseñando unas pautas de conducta para relacionarse con las demás personas. El entorno familiar sería un primer condicionante en la formación de la persona y, así, la relación que tenga en la infancia con sus padres y familiares determinará de alguna manera sus actuaciones futuras. 

También la sociedad en la que se nace condiciona de forma fundamental las acciones de las personas. Las sociedades imponen determinadas normas de conducta y una educación apropiadas con vistas a la integración de sus nuevos miembros, y esto implica que la formación de una persona está totalmente condicionada. Un ser que nazca en una sociedad de Europa Occidental actuará de una manera absolutamente diferente que uno nacido en Uganda, o en Afganistán. Sus motivaciones que son las condicionantes de sus acciones, sufrirán una carga histórico-social que las dirigirá toda su vida, quiera o no, en algún sentido. Por otra parte, dentro de la misma sociedad, tampoco tendrá las mismas posibilidades de actuación una persona que nazca en una familia adinerada que en una familia pobre. No tendrá las mismas posibilidades de actuación materiales, podrá o no acceder a una educación, y se integrará más o menos en esa sociedad; y tampoco tendrá las mismas perspectivas del mundo. Sus acciones tendrán también una carga económica y cultural.

Todos estos condicionantes no implican un determinismo, pero es importante reconocer su decisiva influencia en las acciones de los individuos. 

En este punto hay que plantearse también la cuestión de la responsabilidad de las acciones. Cuando un niño empieza a actuar por sí sólo es cuando realmente empieza a relacionar actos con consecuencias. El hecho de hacer o decir algo por sí mismo y ver las consecuencias de la acción empieza a hacerle responsable de sus acciones. Esa responsabilidad se incrementa a medida que la persona se hace más consciente de las consecuencias de sus actos y, así, somos responsables en la medida en que somos conscientes. Aunque también podemos ser responsables de nuestra inconsciencia. 

Además de la acción individual, donde cada persona se hace responsable de sus propios actos, hay que tener en cuenta la acción colectiva: la comunidad o la sociedad como ser con entidad propia y también capaz de acción, partidos políticos, organizaciones, etc. Se trata de acciones que implican a todas las personas de una comunidad y cuyas consecuencias afectan a todos, hayan o no tomado las decisiones. De alguna manera, pues, aún sin hacer nada, podemos estar "actuando", de forma indirecta. 

Otro tipo de acciones, de gran influencia en la historia de la humanidad, son las resultantes de las adscripciones religiosas. Las personas, en su enfrentamiento a una realidad que desconocen y que en muchos casos les supera, tienden a proyectar esa necesidad de amparo en un Ser sobrenatural que les proteja y mantenga sus esperanzas de victoria en ese enfrentamiento. Una gran cantidad de personas no son capaces de actuar sin esa ayuda frente a la realidad como un todo y apenas tienen más alternativas que la evasión (espectáculos, televisión, drogas, alcohol, ...) y la creencia religiosa.

De esta manera, las personas pueden estar también condicionadas en sus acciones por su adscripción religiosa: pueden o no hacer determinadas cosas y su comportamiento en conjunto tiene unas directrices muy concretas según su religión. En algunos casos, las personas llegan incluso a dar la propia vida por esas ideas religiosas. Esta sería una acción última, más allá de la cual no caben más acciones. Acción posible, por supuesto, tanto en el marco de la creencia religiosa como en el marco sencillamente humano. 

El concepto de acción como un todo, de acción en sí, de obligación de las personas de actuar frente al mundo, que subsume cualquier otro tipo de acción particular, es el que más problemas filosóficos plantea.  El propio hecho de existir obliga a la acción, a tomar decisiones, se quiera o no. Esa relación indisoluble existencia-acción desemboca en respuestas simétricas a dos de las preguntas existenciales clásicas: ¿Por qué actuamos? Por que existimos; ¿Por qué existimos? Por que actuamos. Y parece que no podríamos ir más allá. 

Sin embargo, saltando a la acción práctica, podemos plantearnos otras cuestiones y continuar investigando. Y aquí, plantearnos la pregunta decisiva sobre la acción humana: ¿Somos libres? Y, si es así, ¿hasta qué punto? Cuando hablamos de acción humana, ¿cómo debemos entenderla? ¿qué sería una acción libre? Lo que hacemos se encuentra bajo condicionamientos internos y externos lo suficientemente poderosos como para plantearnos seriamente estas cruciales cuestiones. Como hemos visto antes, las personas están sujetas, desde su nacimiento, a todo tipo de condicionantes de su actuar.  

En primer lugar, condicionantes biológicos.  Las personas no somos sino animales y nuestro desarrollo físico sigue unas pautas determinadas por nuestros códigos genéticos. Y el desarrollo físico incluye el desarrollo cerebral, órgano responsable de nuestras tomas de decisiones y, por tanto, de nuestra actuación en el mundo. Ese desarrollo cerebral queda condicionado, además, a partir del nacimiento, por todo el entorno en que vive el individuo, en sus aspectos familiares, económicos, sociales, culturales, ... Por tanto, cualquier acción de una persona está condicionada y no es totalmente libre, como podemos pensar. 

Un animal también está condicionado por su desarrollo genético y por las circunstancias de su entorno, su "educación" o enseñanzas de cómo debe enfrentarse al mundo y comportarse en su "sociedad". Esto no es tan diferente al caso de los humanos. Yo diría que son dos las diferencias decisivas de los humanos con los animales, y que son las que hacen que, en algún aspecto, nuestras acciones sean diferentes de las de los animales: la palabra y la consciencia. La palabra, en cuanto que nos permite la posibilidad de convertir en concepto hechos e ideas (entendiendo aquí como idea algo difuso que cristaliza en el concepto), y manejarlos formando lenguajes de gran complejidad, facilitando la comunicación. La consciencia, en cuanto a ese darse cuenta de las consecuencias de nuestras acciones. Un darse cuenta, además, reflexivo, que nos hace caer en la cuenta no sólo hacia los otros y hacia el futuro, sino hacia nosotros mismos y hacia el pasado. 

Pero también los animales tienen un lenguaje y una consciencia y también actúan y toman decisiones. Sólo es el nivel de ese lenguaje y de esa consciencia lo que nos diferencia de ellos. Y creo que sólo es cuestión de esa diferencia de nivel en cuanto que nos podemos llamar libres. Nos llamamos libres porque pensamos que actuamos nuestra propia voluntad, como si ésta no tuviera limitaciones, pero sólo en la medida en que conozcamos esos límites y las condiciones de esa actuación podremos decir si somos o no realmente libres. 

En resumen, la acción humana sería una acción dentro de unos límites, aun cuando límites tan amplios que estamos obligados a tomar decisiones ante muchas alternativas. Esto implica responsabilidades, tanto individuales como colectivas; y estas responsabilidades obligan a las personas a la reflexión antes de tomar decisiones. Si algo podría caracterizar la condición humana es esa reflexión, ese pensamiento consciente previo a la acción. Es cuando no reflexionamos cuando perdemos nuestra condición de personas y nos quedamos en lo meramente animal. 

Como final, es muy importante hacer notar que la reflexión sobre lo que hacemos no debe quedarse en un análisis estático, un “esto es lo que hacemos”, sino que debe buscar una proyección hacia el futuro: debemos plantearnos continuamente cómo podemos mejorarnos a nosotros mismos y nuestro actuar.  Esto es lo que hacemos, sí, pero ¿qué debemos hacer? 

La cuestión práctica siempre es el horizonte de la reflexión sobre la condición humana. De la reflexión sobre nuestras condiciones de vida y sobre nuestras acciones, podemos concluir que son mejorables en diferentes aspectos: podemos y debemos mejorar nuestras condiciones de vida biológica, y no la de algunas personas, sino las de todos; podemos y debemos mejorar nuestras condiciones de trabajo, materiales y personales, las de todos; podemos y debemos actuar ante y con los demás para conseguir alcanzar metas inalcanzables individualmente, pero con la participación de todos y cada uno, sin caer el la dominación ni de unos pocos ni de las mayorías aplastantes. 

La consciencia de lo que hacemos debe ser, siempre, el punto de partida de nuestras acciones.

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© Ismael Suárez Cerezo, 2004

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