Comentario
sobre Actitudes de James Schmitz
“Odum añadió:
-Pero no te equivoques en esto, Azard.
Conservaremos los óvulos Raccels y bajo nuestro
control se creará una nueva generación, Sólo una terrible
necesidad nos impulsaría a destruir una especie. Por eso
vuestra especie no morirá. Pero si morirán su historia,
tradiciones y actitudes.
Azard preguntó: ¿Y qué somos sino
nuestra propia historia, nuestras tradiciones y nuestras
actitudes?
Los Raccels eran una
exoespecie dominante en su biósfera –asentada en el planeta que
llamaban Tiurs- que se encontraba extremadamente alejada de todo
asentamiento y líneas de desarrollo de la humanidad en el
Universo. En torno al primario de Tiurs orbitaba otro planeta
con biosfera semejante: y allí se asienta una comunidad de
humanos disidentes que rompe con la Federación de Hub, y
emprende la forja de una sociedad completamente alejada de la
humanidad. La misma Federación ayuda en el trasporte y el
asentamiento de los Malatlo así como en la preservación de la
intimidad de esa comunidad disidente.
En un momento del desarrollo de la
comunidad Malatlo, una nave se presenta ante la Federación de
Hub con un mensaje desolador: los Raccels habían
atacado el planeta de los Malatlo con campos de conversión, los
cuales provocaron una devastación geológica en ambos planetas;
para salvarse de esta destrucción los Malatlo habían acudido a
una tecnología nueva que habían desarrollado: la conservación de
las personalidades individuales en forma digital. Así
empleando la tecnología de producción de organismos humanos
sintéticos para proveer a tales personalidades de cuerpos
nuevos, la Federación de Hub responde al pedido de socorro que
lleva el único humano Malatlo que queda vivo: Azard.
Y emprenden un viaje en una compleja
nave arca, que lleva cuerpos sintéticos y equipo logístico para
instalar un nuevo asentamiento humano, aislado, preservando las
características propias de la Actitud Malatlo. En ese viaje
Azard viaja acompañado por tres tripulantes humanos de la
Federación de Hub: Odum, Sashien y Griliom Tantrey responsables
de la producción y acondicionamiento de los cuerpos sintéticos.
Pero todo es una conspiración: en
rigor Azard y las personalidades que viajan en suspensión
digital no son humanos Malatlo: son Raccels. Azard
ignora que la Federación de Hub está al tanto de la destrucción
de la comunidad Malatlo y de la conspiración que los
Raccels habían pergeñado para lograr burlar a los
humanos. Y así cuando intenta tomar el control de la nave,
instalando algunas personalidades en los cuerpos sintéticos para
que le ayudaran a maniobrar la compleja maquinaria, eliminar a
los tripulantes humanos y llevar la nave hacia una nueva plaza
que fuera completamente desconocida por ningún humano que
participara en la expedición. Pero la conspiración queda
desbaratada y Azard debe contar la verdad.
Al principio Azard intenta convencer a
los humanos que el plan era avanzar más allá del destino que la
Federación de Hub le había ofrecido, para preservar el valor
supremo de la actitud Malatlo: supremo aislamiento. Pero los
humanos dudan de la versión que les ofrece Azard y lo enfrentan
con un cuerpo sintético que recibe una de las personalidades
preservadas en forma digital. Y allí se patenta la verdad.
Y la verdad es terrible, la
personalidad que se incorpora en el cuerpo sintético es un
Raccels que intenta matar a Odum; y allí Azard cuenta
la historia.
Los Raccels eran una
exoespecie dominante con una altísima tasa de reproducción, y
con una valoración positiva y estimulo a ello; para abordar el
problema de la superpoblación habían desarrollado la tecnología
de éstasis digital de las personalidades; y al mismo tiempo
comenzaban a desarrollar formas de navegación interestelar con
la ayuda de la comunidad Malatlo. Y por ellos se enteraron que
la Federación de Hub había desarrollado la tecnología de
síntesis corporal completa: así se les planteó a los
Raccels la posibilidad de avanzar en la conquista de la
Federación y de otras ecoespecies dominantes: su arma suprema
sería la altísima fertilidad y las personalidades implantadas en
cuerpos producidos en escala industrial. Pero los humanos de
la comunidad Malatlo se enteran de los planes de los
Raccels e intentan disuadirlos, pero es imposible, y
para evitar que informen a la Federación de Hub, el gobierno de
Tiurs decide eliminar a todos los humanos de la comunidad
Malatlo. Pero el arma elegida se vuelve contra el propio Tiurs
y este es devastado junto con el planeta Malatlo. Así los
Raccels deben armar un plan de supervivencia: fraguar
un ataque Raccel sobre la comunidad Malatlo, que
como comunidad humana podía presentarse a sus hermanos de
especie de la Federación de Hub para solicitar ayuda ante un
ataque alienígena: un fraude que llevaría al mismo fin que
originalmente tuvo el gobierno de Tiurs.
Descubierta la conspiración los
humanos esperan un gesto de Azard: este perdido, creyendo que
los Raccels implantados lo ayudarán trata de ganar
tiempo y al mismo tiempo trata de justificar la decisión de los
Raccels:
“No debéis juzgarnos con dureza.
Nuestra historia y tradiciones convertían en una necesidad
urgente la expansión de nuestra especie. No podíamos permitir
que algo lo impidiera.”
.
Azard está desesperado y ofrece
colaboración entre las tecnologías que manejan humanos y
Raccels, pero es inevitable: los humanos han constatado
el plan deliberado de Azard y el raccel
implantado, en cada caso es una hostilidad total. Los Raccels
no han pasado la prueba y por ello las personalidades en éstasis
digital serán implantadas en la exoespecie dominante en el
planeta al que la expedición se dirigía: una suerte de ambas
gigantes sin sistema nervioso de ningún tipo. Vivirían pero
una penumbra latente de la personalidad que habían poseído y
luego morirían. Azard se horroriza ante lo que van a hacer:
“Entonces eso significa que sois
peores que nosotros. En nuestro caso sólo destruimos a la
población de un mundo, pero vosotros liquidareis a una especie
inteligente”
Odum responde que la ira humana no es
completa; preservarán genes Raccels; no
personalidades completas con los recuerdos de la vida en
Tiurs. Y allí viene la réplica de Azard.
En las estrechas márgenes de una
narración de ciencia ficción, aparece la pregunta central de la
filosofía: qué hace que seamos lo que somos, qué límites puede
tener aquello que somos; la ética, la política, la economía, la
sociedad, todo se encolumna en torno a aquello que somos. Los
Raccels con una biología extraña, con un
imperativo reproductivo que excede toda experiencia humana, con
tecnologías de preservación que superan nuestra imaginación, son
eso, extraño y hostil pero son eso, no pueden eludirlo, y sólo
les cabe llevarlo a cabo.
Es en las políticas donde los
Raccels no están determinados por la biología: la propia
destrucción de Tiurs muestra que hubo un error, y la presencia
de un error nos habla de una contingencia, de la selección de un
curso de acción, de políticas que no fueron efectivas para
llevar a cabo aquello que eran. Pero hay una configuración que
hace de los Raccels lo que son: imperativo
reproductivo e historia, tradiciones y actitudes.
Pero la pregunta filosófica se repite:
¿qué sucede si tales historias, tradiciones y actitudes no nos
gustan, nos parecen odiosas, entran en conflicto con las
nuestras? Si analizamos la actitud humana es simple: no hay
necesidad de reflexión filosófica alguna, sino que los humanos
de la Federación de Hub obran a partir de una actitud de poder,
excediendo la mera defensa propia –en la misma lógica que los
Raccels emplean para enfrentar a cualquier
exoespecie inteligente.
Pero de la mera situación de poder no
se sigue la legitimidad de tal actitud: la Federación de Hub
ayuda a los Malatlo quienes son humanos a instalarse en el
planeta vecino de Tiurs: entre ellos hay –mas allá de las
distancias políticas y de creencias, una pertenencia común, algo
que los hace lo mismo. Pero con los Raccels
aparece algo que es diferente, que no tiene nada en común, que
no se puede comprender, son una especie dominante e inteligente
y son completamente alógenos, ya que la dimensión del imperativo
reproductivo excede completamente cualquier comparación con la
historia de la especie humana. Nunca sabemos cómo son
físicamente los Raccels, ya que Azard está
implantado en un cuerpo humano de un Malatlo, y los cuerpos
sintéticos que lleva la nave son cuerpos humanos con lo que la
historia soslaya la comunicación de los cuerpos, ni pulpos, ni
babosas gigantes que con el mero asco cerrarían cualquier
consideración. No, sus cuerpos son –por mera razón
instrumental- cuerpos humanos, igualmente el rechazo y
hostilidad humana es recíproco al que manifiestan los
Raccels, a pesar que solo conocemos sus actitudes y sus
discursos.
Entonces ¿se puede comprender,
aceptar, tolerar siquiera desde la máxima distancia, desde una
imposibilidad de representarnos aquello que hace que los
Raccels sean, y que nos lleva a rechazar sus actitudes
con extrema hostilidad?
Aquí surge el dilema que se les
presenta a los humanos: O imponemos nuestro esquema, nuestra
lógica, nuestras configuraciones o nos queda el silencio, el
rechazo, en suma la hostilidad. Azar increpa a los humanos que
lo acompañan, cuando ve que van a disponer de las personalidades
en éstasis digital:
“¡No tenéis autoridad para tomar tal
decisión!”
Al dilema que parecen encarar los
humanos, Azard opone el dilema que los Raccels imponen a los
humanos: o aceptan lo que haya, aquello que hace a los
Raccels ser lo que son por más extraño y extremo que
sea, o sólo queda tomar un camino autista, no reconocer la
presencia de seres sentientes inteligentes y dominantes en una
biósfera alógena.
El caso de los Raccels
es relevante porque está más allá de los límites de la
humanidad, límites que le permiten al liberalismo ético armar un
argumento en contra de la relevancia moral de la diversidad
cultural. Esto es abordado por Ernesto Garzón Valdés quién
dedica un pequeño opúsculo
el autor aborda la refutación de la pretensión de dar relevancia
moral a la diversidad cultural y las identidades colectivas.
Allí sostiene que “... la legitimidad... está directamente
vinculada con la medida en que se respeten y garanticen a todos
los individuos que la practiquen, la posibilidad de satisfacer
sus intereses primarios, es decir aquellos que están vinculados
con sus necesidades primarias válidas... cuyo catálogo no es de
difícil formulación y vale para todo ser humano”
Aquí hay una clara decisión: imponemos nuestra lógica –al
menos el liberal lo hace- porque sabemos que es lo que nos hace
humanos, lo que me hace humano a mí, y por analogía lo que vale
para todos, ni más ni menos, por ende ningún reclamos fundado en
diversidades sobre aquello que nos haga humanos será atendible.el
ideal será “ poder pasar se una otra cultura y reconocerse
plenamente en cada uno como ser humano”. Y este reconocimiento converge en una
nota constitutiva de nuestra humanidad: “... el derecho a la
autodefensa y la prohibición de dañar arbitraria e
innecesariamente a sus semejantes... dos proposiciones que tiene
que aceptar todo ser humano racional.”.
Teniendo un catálogo de intereses
primarios comunes e irrenunciables, es analíticamente verdadero
que nuestros semejantes serán todos los que tengan tales
intereses. Por ello los derechos que surjan de tales intereses
serán un límite al daño posible que pudiéramos infligir. Pero
¿es seguro que tal catálogo es posible, o que no es una mera
réplica de mis intereses, formulados de un modo pomposo e
impersonal como los intereses de todos?
Y si fuera posible, qué garantiza que
ese catálogo no será una réplica por analogía, que impongo en
otros mis intereses básicos, bajo el supuesto que la identidad
biológica y específica nos hace suficientemente iguales como
para que pueda descubrir en mí ciertos intereses que luego
extiendo a todos los miembros de la especie. Pero en el caso
de la exoespecie Raccel
tal cosa es imposible: aquello que menciona Azard, que hace a
los Raccel ser Raccel y no humanos
se funda en una determinación extraña: un imperativo
reproductivo que excede todo lo que podamos conocer o reconocer
en nuestra biósfera. No son seres humanos racionales, si bien
son dominantes e inteligentes por lo cual serán seres no-humanos
con otra racionalidad, y están más allá de nada que valga para
todos los seres humanos, por lo nunca podremos movernos a través
de nuestra cultura y la cultura Raccel porque son
extraños.
Pero a pesar de la extrañeza interactuamos: cuando cohabitaron
con los Malatlo hubo intercambio fuerte que llegó al nivel de
productos de tecnología avanzada; cuando intentaron atacar la
Federación de Hub aprendieron aquello que necesitaban para sus
planes bélicos. Entonces hubo interacción, hostil al principio,
hostil hasta donde se conoce, pero la extrañeza no era límite;
el mismo Azard reconoce que la decisión del gobierno de Tiurs no
se fundó en la hostilidad sino en un sentimiento de autodefensa
que surgía del imperativo reproductivo.
Entonces Azard tenía razón: lo que
sean los Raccels no lo podemos juzgar desde
ninguna configuración humana, desde ningún interés básico que
poseamos todos nosotros, desde ninguna legitimidad recíproca que
nos debamos unos –humanos- a otros –humanos- y porque no lo
podemos juzgar no podemos decidir, no podemos extender nuestra
auto-defensa hasta el exterminio.
Donde el liberalismo homogeneizaba en
un corsé moral único –la identidad humana fundada en intereses
primarios comunes- no queda posibilidad alguna de
homogenización: sólo hay diferencia y comunicación desde la
extrañeza más radical, comunicación que comienza –y al menos en
la narración se agota- en la exposición de las acciones de
auto-defensa que cada especia lleva a cabo. Por ello más allá
de la auto preservación queda la no intervención, el estar
frente a frente construyendo convergencias donde surjan, sin
programa común ni tolerancia presuntuosa que se funde en alguna
supuesta identidad humano-Raccel.
Al mantener células germinales
Raccel sin tradición, sin actitudes, lo que los humanos
hacen es reducir los Raccel a mera materia viva, a
la que se le pudiera imponer cualquier subjetividad; pero para
ello se expropia la subjetividad que tales organismos produjeron
en el proceso histórico que se desarrolló en la biósfera de
Tiurs. Reacción despótica de poder, abuso de defensa propia,
juicio sobre cánones humanos, la existencia de los Raccels
impone un límite a la homogenización liberal, la
extrañeza rompe el universalismo moral y abre la puerta a cierto
relativismo moral, complejo, difícil y nada intuitivo; así
debemos defendernos pero nada se sigue que podamos juzgar sobre
los extraños, porque su extrañeza los arranca de nuestra
posibilidad de comprensión.
¿Y que garantiza que no haya casos
como los Raccels en nuestra biosfera? Bien
podrían ser los náhuatl, los mayas quiches, los iroqueses, los
chiriguanos, por decir algunos. Bien podría ser que ese
carácter común no sea más que identidad morfológica como especie
–igual que Azard en un cuerpo humano- pero que haya una
subjetividad completamente alógena, y por ende una completa
extrañeza para nosotros, extrañeza que nos inhibiría de
pretender alguna tabla universal de títulos que tengamos con
ellos, a menos que estemos aplicando una relación de poder,
fundada en el fusil y la dominación territorial.
Igual que el destino de los
Raccels: aún sin ser sujetos colectivos, cosa que
molesta en el paladar liberal, son subjetividades extrañas, y
tal extrañeza será un límite a toda idea de un universalismo
moral. Es el dilema que plantea Azard: o aceptamos la
relevancia moral de las subjetividades tal como están
conformadas, más allá de la identidad corporal común a la
especie o toda subjetividad será una réplica de la mía erguida
en patrón racional de la condición moral de la humanidad.
Así lo extraño hace límite al
liberalismo, pero abre un mundo donde no hay certezas y donde
cada cosa exigirá argumentos específicos, tal vez algunos de
tinte menos relativos que otros, pero incluso en esos casos no
habrá ninguna esencia –humana/humana o humana/Raccel
que los fundamente, solo razones prudenciales y locales, como la
justificación de la defensa de la Federación de Hub que solo
justificará una única acción reactiva frente al proyectado
ataque Raccel y no un genocidio de especie.