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                                            REVISTA PYTHAGORAS        

                                                                           I.E.S. "Pedro Jiménez Montoya" Baza (Granada). Curso 2006-2007

Revista Pythagoras

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  Formación de lectores, oyentes, ponentes y escritores. Crítica y creatividad  

Conversaciones en la biblioteca

 

 

El libro, ese sujeto peligroso

 

 Alberto Tasso[2]

 

A Eleonora.

 

El diccionario define al libro como “un conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”.[1] Para Jorge Luis Borges era un paralelepípedo de seis caras con portada, portadilla y pie de imprenta. Julio Cortázar consideraba que los libros son el lugar más tranquilo de la casa. No falta quien diga que, además del perro, el libro es el mejor amigo del hombre.

 

Estas son buenas frases. Pero no te confundas. En realidad, si bien es amistoso, el libro es también un sujeto peligroso. Ten cuidado. Cuando nos acostumbra a su encantamiento, ya no podemos vivir sin leer.

 

El libro no ata con una cadena, pero nos mantiene quietos. Nos aparta de las cosas del día y nos lleva a su propio mundo. Podemos viajar, sin movernos. ¿Qué parece magia? Claro que sí. Aunque algunos son mejores que otros, y aunque pudiera haber un “mal libro”, siempre proponen algo que también parece cosa de magia: el desafío de comprenderlo.

 

Miremos un libro escrito en árabe, o en chino. ¿Qué quieren decir esos signos extraños? Son incomprensibles, salvo que uno sepa árabe o chino. ¿Has leído algo sobre la Piedra Roseta, escrita en un antiguo dialecto latino, que halló un ejército de Napoleón en el siglo XVIII? Es un tema apasionante que podemos tratar en otra conversación. Imagínate, un libro escrito en piedra.

 

Todos los libros, aun los escritos en castellano, tienen sus dificultades para ser comprendidos. Por ejemplo, si no sabemos leer. ¿Sabías que en Santiago del Estero hay aproximadamente cincuenta o sesenta mil personas que no han tenido la oportunidad de ir a la escuela, o tuvieron que dejarla porque tenían que trabajar? Si sumamos las personas que se olvidaron de leer, por falta de medios o de estímulos, el número se duplica.

 

Entonces, lo primero es poder leer. Saber leer, y tener una calidad de vida tal que nos lo permita, a nosotros y a todos los miembros de nuestra comunidad. Tener los libros cerca, como amigos con los que se puede conversar. Es mejor si hay una biblioteca en la escuela, en el pueblo o el barrio. Y si no la hay, pues podemos formarla.

 

Por suerte, siempre hay otro que habla de un libro. Puede ser el abuelo o la mamá; puede suceder en la escuela o la sala de espera del dentista, o una conversación escuchada en el colectivo. Alguien dice algo sobre un libro, y nos da ganas de leerlo.

 

¿Y de qué hablan los libros? Más fácil sería decir de que no hablan. El libro nos trae el poema oportuno cuando estamos enamorados, y el consuelo cuando estamos tristes. La técnica precisa de la jardinería y la horticultura[2], el método de la guerra y el arte de la paz, cómo hacer batik, los modos del ceremonial en la antigua China[3], el mate y todo lo que hay que saber sobre el modo cebar[4], las especies tintóreas nativas y su aplicación en el tejido[5], la duda ante la página en blanco[6], la historia de la eternidad[7], qué le sucedió a un semiótico en prostíbulo argentino[8], o los derechos humanos contados a los niños, con ilustraciones convenientes de mitos recién inventados[9].

 

Algunos piensan que la proliferación de libros es excesiva. Samuel Schkolnik recomienda “No escriba” en un irónico ensayo, pero en realidad nos está dando la recomendación de un escribir provocativo.[10]

 

Como los libros contienen algún saber, y por lo tanto la posibilidad de la sabiduría (claro que en su carozo, y no siempre en el primer bocado) mucha gente los ha visto como peligrosos. Por eso a veces los libros han sido escamoteados, incinerados[11], ocultados en cavernas en ambientes secos y salobres[12], o extraviados voluntaria y culposamente ante la amenaza de los enemigos del conocimiento. Por suerte, en la actualidad nuestra sociedad ya no cree tanto como antes en la censura, y los libros son recomendados, editados, comprados, robados, pirateados o fotocopiados[13].

 

A los autores de los libros también les han sucedido cosas asombrosas, que ya quisiera narrar Vilas Mata[14]. Uno escribió un solo libro toda la vida, otros fueron amenazados, encarcelados, celebrados y veces convertidos en iconos vivientes. Se los honra en mausoleos y mesas redondas. Muchos son descubiertos muchos años después de su muerte. Aquél fue omitido, y el otro, perimido. Tiene suerte el que ha sido discutido, y mucha más el que no se la ha creído. Además, está el oculto, el que firma con pseudónimo y hasta el que es, simplemente, anónimo.

 

Pero además, los objetos llamados libros tienen su historia. He visto unos de piedra, y sé que los hubo de cera y de cuero, de algodón hilado y de metal, de arcilla y de cortezas, de hilo anudado. ¿Cómo no mencionar al libro de arena? Esta etapa del libro mineral y vegetal, luego del papiro y el papel y la imprenta, se multiplica en el silicio y la pantalla, en Internet, el nuevo libro de mil hojas.

 

El libro es, como ya se darán cuenta, misterioso. A veces, hasta nos da miedo. Porque nos han dicho que muerde. Y es verdad. Pero sólo el que ha sido “mordido” por los libros sabe que no se trata de dientes sino de sabores, de aromas, de saberes, de curiosidades y pasiones, de entretenimiento y de necesidad de saber.

 

Como pájaros, los libros vuelan. Están hechos sólo de alas, que por cierto parecen hojas. Cada uno tiene un contenido, y a menudo mensajes. Un libro es botella al mar, barrilete en la punta del viento, secreta apuesta pronunciada en una jabonería e impresa clandestinamente[15], y hasta un modo de conquistar a alguien.

 

Es cierto que a veces no podemos comprarlo. Pero mil veces peor es el tiempo que pasamos sin darnos cuenta de lo bueno que es leer. 

 

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[1] DRAE: “Libro”, Microsoft® Encarta® 2007. © 1993-2006 Microsoft Corporation.

[2] Gentile, Nicolás: La huerta familiar.  

[3] Laiseca, Alberto: La mujer en la muralla. S/ref.

[4] Villanueva, Amaro: El mate, arte de cebar. Fabril Editora, Buenos Aires, 1958.

[5] Stramigioli, Celestina: Plantas tintóreas en el arte textil del noroeste. S/ref.

[6] Zurita, Carlos V.: “El bloqueo de la página en blanco”, Trabajo y sociedad, Nº 4.

[7] Hawking Stephen,: Historia del tiempo; Isaac Asimov: Historia de la eternidad.

[8] Guzmán, José Aldo: “Severino Pedernera y los problemas del diluvio”. Barco edita.

[9] Gelosi, Juan: Hacedor de mitos. Barco edita.

[10] Schkolnik, Samuel: “No escriba”, La Gaceta, Tucumán, 2001.

[11] Biblioteca (Popular) de Alejandría. Bradbury, Ray: Fahrenheit 451º.

[12] ¿Te hablaron ya de los rollos del Mar Muerto?

[13] De acuerdo a las normas del Círculo Editorial Internacional, al que pertenezco es un pecado. Venial. Se purga luego de perder la copia, adquiriendo el libro, o solicitándolo a una biblioteca pública.

[14] Vila Matas, Carlos: Bartleby y sus amigos. Contiene sabrosas referencias sobre escritores que dejaron de escribir por alguna razón.

[15] Hacia 1810-20, en Buenos Aires, los jóvenes nacionalistas se reunían clandestinamente en la Jabonería e Vieytes.

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© Alberto R. Tasso.

Sociólogo y escritor, investigador del CONICET y profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSE). Integra la Comisión Directiva de la Biblioteca Sarmiento y atiende la sala de lectura de la Biblioteca Popular Amalio Olmos Castro. Fue delegado del Fondo Nacional de las Artes en Santiago del Estero desde 2003 hasta 2006. Ha publicado varios libros de poesía, cuentos, sociología e historia, entre ellos Manual del bibliotecario aficionado. En 2002 se graduó como Doctor en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Con Pablo Tasso coordina el sello Barco Édita.

          

 

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