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Artículos de opinión

 

Ciencia para la sociedad del siglo XXI.

José Adolfo de Azcárraga Feliu,

Catedrático de Física teórica de la Universidad de Valencia

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Un mito contemporáneo

Carmen Martín Gaite

El País, 23 de diciembre de 1980

 

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Hablando de la memoria y el olvido. Mercedes Laguna

 

 

 

Hablando de la memoria y del olvido

 

            En nuestra nueva sección de Biología, el profesor José Manuel Gutiérrez acaba de publicar un artículo sobre la memoria, en el que habla de cómo nuestro cerebro es capaz de guardar y organizar la información, cómo recordamos. Elabora José Manuel Gutiérrez un artículo de calidad científica (comprobadlo), pero con un tono de periodismo divulgativo, que convierte al escrito en un artículo que atrapa y que invita a la investigación y al diálogo.

Para continuar con la conversación iniciada por nuestro compañero, he rescatado del baúl de la memoria -con la inestimable ayuda de los archivos de mi ordenador- el pequeño discurso que escribí en junio del año pasado para los alumnos que terminaban sus estudios de Bachillerato en le Centro. Traigo aquí, desde un acontecimiento que sucedió, las palabras que escribí para ellos, pero que, también, pueden decirnos algo ahora.

                

 

La conquista de la distancia temporal

 

            Así llama Paul Ricoeur a la función principal de la memoria: “la conquista de la distancia temporal”. Recorrer el camino inverso al que hemos transitado, con el fin de volver, hasta llegar al presente (que ya será pasado) y reencontrar, de alguna forma, aquel acontecimiento vivido, un paisaje contemplado, aquella persona que, ahora, a pesar de los años, reconocemos como la misma que fue.

            Paul Ricoeur era un filósofo francés[1], un gran pensador al que gustaba reflexionar sobre la vida y sobre el ser humano, pero partiendo del lenguaje y de sus instrumentos, también de sus capacidades; estudiaba la historia -y su pretensión de veracidad-  a partir de las técnicas propias de la narrativa: somos seres que contamos, que narramos lo que ha sucedido, y, en esa tarea, al volver sobre lo que ya ha pasado, utilizamos, por una parte, testimonios que consideramos fidedignos –pueden ser los nuestros- y, por otra, manejamos, con peor o mejor habilidad, la hermenéutica, es decir, la necesaria reflexión e interpretación sobre lo sucedido.

            Paul Ricoeur dedica sus dos últimos libros a hablar de la memoria y del reconocimiento (el reconocimiento de uno mismo y el reconocimiento de los otros). En estos dos libros subraya la capacidad de la memoria, como constitutivo esencial del ser humano. A Ricoeur le gustaba apuntalar sus reflexiones con ejemplos tomados de la literatura (el lector se va dando cuenta de que esa costumbre suya no era un mero adorno para conseguir una filosofía más amable, sino que, dentro de la literatura, encontraba Ricoeur, como en la historia, un componente de veracidad). No es extraño, por tanto, que en el testamento filosófico que supone sus Caminos del reconocimiento (Parcours de la reconnaissance), publicado en París en el 2004, Paul Ricoeur acudiera a las páginas de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, especialmente a la cena en casa del príncipe Guermantes (hacia el final del Tiempo recobrado). Había en aquella cena, que retrata con su estilo narrativo Marcel Proust, una serie de personajes sobre los que había pasado el tiempo, a quienes el tiempo había desfigurado el rostro, cambiándoles la cara. Cada uno de ellos se preguntaba interiormente respecto al que tenía al lado y enfrente ¿será la misma persona? Y el lector, espectador de la escena, que sabe más porque ha estado pendiente de la narración, exclama: “¡Sí, sin duda es ella! ¡Sin duda es él!”.

            ¿Qué hay de esencial en una persona para que la recordemos y sobre todo la reconozcamos a través y a pesar del tiempo? Esa pregunta la habremos de contestar de forma individual; sólo os señalo que en el “reconocimiento” del otro cada uno pondrá, sin duda, lo que él mismo era cuando compartía trozos de vida.

            Yo os invito […] a hacer balance: qué hemos aprendido, sobre todo, en estos años […], qué nos llevamos de cada uno y qué se llevan de nosotros. Y ojalá que un día, reunidos en torno a una mesa, envejecidos por el tiempo, seamos capaces, ojalá, de reconocer quiénes éramos: nosotros y cada uno de los que nos miran con ojos de asombro y búsqueda.

            […] Os propongo un repaso todavía de los dos cursos de Bachiller: un examen de Suficiencia “sui generis”. Se trata de repasar cómo ha sido vuestro aprendizaje, con el objetivo de comprobar si sólo habéis aprendido a memorizar o si, también, y sobre todo, habéis aprendido el arte de la rememoración.

            La habilidad de memorizar es imprescindible para estudiar, para aprobar, para sacar buenas notas, ya lo sabéis, pero para la vida es muchísimo más importante haber adquirido la capacidad de rememoración. Rememorar es un arte.

            La capacidad de la rememoración consiste en haber adquirido un método de búsqueda, una destreza para indagar; consiste en utilizar la imaginación y la creatividad con el objetivo de volver hacer presente la impresión aquella que produjo algo decisivo en nuestra vida. (Y algo decisivo no tiene que ser un hecho fundamental según las valoraciones habituales; un hecho decisivo puede ser mirar una puesta de sol con ojos nuevos, conocer a una persona, hablar con ella, entender algo en un texto; o algo tan simple como la sensación de saber que vas a hacer algo productivo cuando suena el despertador y te espera algún libro o algún reto).

            El arte de la rememoración se puede definir como un conjunto de habilidades aptitudes y actitudes de la persona que la convierten en un ser capaz de elaborar, de transformar, de crear, en cualquier momento, con los materiales de que dispone en su presente concreto, porque sabe que cuenta, de alguna forma, con la presencia del pasado que lo ha ido constituyendo.

            No quiero terminar sin hacer un homenaje, entre tanto halago a la memoria, también al olvido. Es necesaria una dosis de olvido para seguir adelante. Cada uno de vosotros sabéis lo que tenéis que olvidar. Y a algunos se lo digo esta noche como un encargo señalado. La historia de cada uno está formada por hitos en el camino dignos de ser rememorados, pero conocéis muy bien aquellas brozas (o inutilidades) que es preciso olvidar. No dejéis que ocupen un espacio que no les corresponde.

            Acabo, pues, con otra historia, una leyenda de los griegos que recuperó el filósofo latino Cicerón (también era retórico y, sobre todo político). Se trata de una leyenda griega que cuenta la proeza de memoria atribuida a Simónides. Un poeta había ofrecido a Simónides (desterrado de su tierra) enseñarle el arte mirífico de “acordarse de todo”. El gran hombre había respondido que se le enseñara, mejor, el arte de olvidar, capaz de ahorrarle el sufrimiento de acordarse de lo que no quería y de no poder olvidar lo que quería olvidar.

            […]

 

            Mercedes Laguna

 

                        Para ver el artículo de José Manuel Gutiérrez Sánchez: "La memoria".

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©  Mercedes Laguna González, profesora de Lengua española y Literatura del I.E.S. "P. Jiménez Montoya.


 

[1] Nació en 1913 y murió en mayo del 2005.

 

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