LENGUA Y LITERATURA

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Carmen Laforet

 

Datos sobre Carmen Laforet

Carmen Laforet. “Al colegio”

 

APROXIMACIÓN al COMENTARIO

 

Datos sobre Carmen Laforet

 

Carmen Laforet nació en 1921.

El premio Nadal (1945) lanzó a la fama a una joven escritora; alcanzó uno de los grandes éxitos literarios de toda la posguerra.

Recibido con gran expectación tanto en el interior como en los círculos exiliados, Nada protagonizó un cierto escándalo achacable al ambiente en que aparece que al propio contenido.

El tema es el del acceso a la experiencia, el de la maduración de la persona y el de la adquisición de una idea cierta del mundo.

Pero este tema daba lugar a otro, seguramente no intencionado, el de la constatación de un estado colectivo.

De esta manera, desde una literatura de la persona, Nada adquiría un valor testimonial en cuanto reflejo de una realidad degradada y suponía, implícitamente, y al margen de los propósitos de la autora, una respuesta a tanto falseamiento o escapismo literario y, por ello mismo, ofrecía, un posible camino para la recreación novelesca  de la España actual.

Nada utiliza una técnica tradicional y emplea una estructura y un lenguaje de gran sencillez e inaugura un tono lleno de futuro en la novela reciente, sin retoricismos ni ampulosidades.

El relato destaca por su gran sinceridad y autenticidad que proceden, tal vez, del notable transfondo autobigráfico, al que debe responsabilizarse, junto con la inexperiencia y juventud de la escritora, del tono ingenuo de la novela.

El valor testimonial que adquirió Nada resulta, cuando menos, sosprendente, ya que una historia bastante inocente se monta en un entorno de cierta inverosimilitud por el exceso de anormalidades familiares que rodean a Andrea.

Sin embargo, el modo directo de narrar, la escueta y simple presentación de unas amargas y auténticas vivencias personales, el antitriunfalismo del relato, los abundantes detalles de dificultades familiares, el derrumbamiento de unos ideales…, pudieron funcionar como documento colectivo, y, de hecho, eso es lo que sucedió.  

La isla y los demonios, 1952; nuevo acceso a la experiencia.

La mujer nueva, 1955; recuperación de la fe

Estas tres novelas: frente al sinsentido de una realidad oscura.

Persistente preocupación por la intimidad e, incluso, un persistente desinterés por cuestiones históricas concretas.

Esta problemática se convierte en la inquietud medular y casi única de la escritora a partir de 1963 (reaparición): La insolación.

 

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Carmen Laforet. “Al colegio[1]

 

Texto

1.

Vamos cogidas de la mano en la mañana. Hace fresco y el aire está sucio de niebla. Las calles están húmedas. Es muy temprano.

2.

Yo me he quitado el guante para sentir la mano de la mano de la niña en mi mano y me es infinitamente tierno este contacto, tan agradable, tan amical, que la estrecho un poquito emocionada. Su propietaria vuelve hacia mí la cabeza, y con el rabillo de los ojos me sonríe. Sé perfectamente la importancia de este apretón, sabe que yo estoy con ella y que somos más amigas hoy que otro día cualquiera.

3.

Viene un aire vivo y empieza a romper la niebla. A todos los árboles de la calle se les caen las hojas, y durante unos segundos corremos debajo de una lenta lluvia de color tabaco.

4.

‑Es muy tarde; vamos.

‑Vamos, vamos.

5.

Pasamos corriendo delante de una fila de taxis parados, huyendo de la tentación. La niña y yo sabemos que las pocas veces que salimos juntas casi nunca dejo de coger un taxi. A ella le gusta; pero, a decir verdad, no es por alegrarla por lo que lo hago; es, sencillamente, que cuando salgo de casa con la niña tengo la sensación de que emprendo un viaje muy largo. Cuando medito una de estas escapadas, uno de estos paseos, me parece divertido ver la chispa alegre que se le enciende a ella en los ojos, y pienso que me gusta infinitamente salir con mi hijita mayor y oírla charlar; que la llevaré de paseo al parque, que le iré enseñando, como el padre de la buena Juanita, los nombres de las flores; que jugaré con ella, que nos reiremos, ya que es tan graciosa, y que, al final, compra­remos barquillos ‑como hago cuando voy con ella‑ y nos los comeremos alegremente.

6.

Luego resulta que la niña empieza a charlar mucho antes de que salgamos de casa, que hay que peinarla y hacerle las trenzas (que salen pequeñas y retorcidas, como dos rabitos dorados debajo del gorro) y cambiarle el traje, cuando ya está vestida, porque se tiró encima un frasco de leche condensada, y cortarle las uñas, porque al meterle las manoplas me doy cuenta de que han creci­do... Y cuando salimos a la calle, yo, su madre, estoy casi tan cansada como el día en que la puse en el mundo... Exhausta, con un abrigo que me cuelga como un manto; con los labios sin pintar (porque a última hora me olvidé de eso), voy andando casi arrastrada por ella, por su increíble energía, por los infinitos “porqué» de su con­versación.

7.

‑Mira, un taxi. ‑Éste es mi grito de salvación y de hundimiento cuando voy con la niña... Un taxi.

8.

Una vez sentada dentro, se me desvanece siempre aquella perspectiva de pájaros y flores y lecciones de la buena Juanita, y doy la dirección de casa de las abuelitas, un lugar concreto donde sé que todos seremos felices: la niña y las abuelas, charlando, y yo, fumando un cigarrillo, solitaria y en paz.

9.

Pero hoy, esta mañana fría, en que tenemos más prisa que nunca, la niña y yo pasamos de largo delante de la fila tentadora de autos parados. Por primera vez en la vida vamos al colegio... Al colegio, le digo, no se puede ir en taxi. Hay que correr un poco por las calles, hay que tomar el metro, hay que caminar luego, en un sitio determina­do, a un autobús... Es que yo he escogido un colegio muy lejano para mi niña, ésa es la verdad; un colegio que me gusta mucho, pero que está muy lejos... Sin embargo, yo no estoy impaciente hoy, ni cansada, y la niña lo sabe. Es ella ahora la que inicia una caricia tímida con su manita dentro de la mía; y por primera vez me doy cuenta de que su mano de cuatro años es igual a mi mano grande: tan decidida, tan poco suave, tan nerviosa como la mía. Sé por este contacto de su mano que le lote el corazón al saber que empieza su vida de trabajo en la tierra, y sé que el colegio que le he buscado le gustará, porque me gusta a mí, y que, aunque está tan lejos, le parecerá bien ir a buscarlo cada día, conmigo, por las calles de la ciudad... Que Dios pueda explicar el porqué de esta sensación de orgullo que nos llena y nos iguala durante todo el camino...

10.

          Con los mismos ojos ella y yo miramos el jardín del colegio, lleno de hojas de otoño y de niños y niñas con abrigos de colores distintos, con mejillas que el aire ma­ñanero vuelve rojas, jugando, esperando la llamada a clase.

11.

Me parece mal quedarme allí; me da vergüenza acom­pañar a la niña hasta última hora, como si ella no supiera ya valerse por sí misma en este mundo nuevo, al que yo la he traído... Y tampoco la beso, porque sé que ella en este momento no quiere. Le digo que vaya con los niños más ‑pequeños, aquellos que se agrupan en un rincón, y nos damos la mano, como dos amigas. Sola, desde la puerta, la veo marchar, sin volver la cabeza ni por un momento. ‑Se me ocurren cosas para ella, un montón de cosas que tengo que decirle, ahora que ya es mayor, que ya va al ‑colegio, ahora que ya no la tengo en casa, a mi disposi­ción a todas horas... Se me ocurre pensar que cada día lo que aprenda en esta casa blanca, lo que la vaya separando de mí ‑trabajo, amigos, ilusiones nuevas‑, la irá acercan­do de tal modo a mi alma, que al fin no sabré dónde termina mi espíritu ni dónde empieza el suyo...

12.

Y todo esto quizá sea falso... Todo esto que pienso y que me hace sonreír, tan tontamente, con las manos en los bolsillos de mi abrigo, con los ojos en las nubes.

13.

Pero yo quisiera que alguien me explicase por qué cuando me voy alejando por la acera, manchada de sol y niebla, y siento la campana del colegio, llamando a clase, por qué, digo, esa expectación anhelante, esa alegría, porque me imagino el aula y la ventana, y un pupitre mío pequeño, desde donde veo el jardín y hasta veo clara, emocionantemente, dibujada en la pizarra con tiza amari­lla una A grande, que es la primera letra que yo voy a aprender...


 

[1] Texto de la edición de 1970. Es un relato que pertenece al libro La niña y otros relatos. Madrid: Magisterio Español, pp. 205- 207.

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“Al colegio”. Carmen Laforet

 

APROXIMACIÓN al COMENTARIO

 

  

            Desde el principio del texto, una serie de marcas formales (pronombres, tiempos de los verbos, etc. - recursos de cohesión- nos sitúan en el tiempo y en el espacio del relato y señalan a los personajes.

             Después de leer con atención el texto, podemos pasar a redactar el tema y , en síntesis, las técnicas narrativas que presenta.

            Recordemos que el título de este libro de Carmen Laforet es La niña, que el título de este capítulo es “Al colegio” y quien narra es una narrdora-protagonista, la madre.

            La narradora protagonista -una madre- narra en presente cómo lleva a su niña al colegio el día que comienza -el primer día de colegio en la vida de una niña. El texto va presentando la unión entre la madre y la hija, incluso la identificación interior que la madre siente o espera a partir de ese día decisivo.

 

 

“Somos más amigas hoy que cualquier otro día”:

            En esta frase del segundo párrafo, aparecen las dos ideas principales del texto:

n    la importancia para la niña (y por extensión para la madre) del primer día de colegio;

n    ese primer día las une aún más.

            Antes de esta afirmación -referida a un proceso interior: la amistad-, la narradora relata los actos externos que demuestran el cariño y la complicidad entre la madre y la niña:

                        apretón; sonrisa (rabillo del ojo); agradable; tierno contacto…

 

            Subrayamos la importancia del deíctico temporal hoy: señala el presente en el que sucede la acción (el primer día de colegio -título del relato-).

            Las referencias sobre la unión entre la madre y la hija aparecen varias veces en el texto, por ejemplo, en el párrafo tercero vemos cómo las dos viven al unísono la impresión que les produce el paisaje, aunque para la niña sea principalmente un juego y para la madre una placer estético:

            A todos los árboles de la calle se les caen las hojas, y durante unos segundos corremos debajo de una lenta lluvia de color tabaco.

 

            Casi al final del texto, en el párrafo 11, encontramos el climax de esta unión-identificación:

      Se me ocurre pensar que cada día lo que aprenda en esta casa blanca, lo que la vaya separando de mí ‑trabajo, amigos, ilusiones nuevas‑, la irá acercan­do de tal modo a mi alma, que al fin no sabré dónde termina mi espíritu ni dónde empieza el suyo...

           

            La vida adulta, que separa y separará aún más a la niña de su madre, será la que las una en el interior (en el espíritu).

 

El lenguaje literario (función poética; lirismo):

            Uno de los procedimientos más eficaces del lenguaje literario es el empleo de palabras, combinaciones de palabras, expresiones que no son de uso habitual y que suponen un separación respecto al lenguaje no literario. Éste es uno de los pilares de la función poética del lenguaje (el lenguaje llama la atención sobre sí mismo, sobre su valor estético).

            En este texto de La niña aparece, por supuesto, la función poética del lenguaje, como texto literario que es; no obstante, la abundancia de recursos literarios lo convierten en un texto casi lírico; podríamos estar ante un relato lírico.

 

 

?Analicemos estas expresiones:

·      el aire está sucio de niebla

·      viene un aire vivo

·      empieza a romper la niebla

·      lenta lluvia de color tabaco

            Explica en qué consiste en estas expresiones la función poética del lenguaje ¿Qué efecto producen?

 

 

El tiempo en el relato:         

            El tiempo en el que se narra la acción es el presente de indicativo: la acción se desarrolla en la medida en que la va contando la narradora; parece un presente puntual, sin embargo, se trata de un recurso narrativo utilizado para dar acercar la historia que cuenta al presente; es una forma de volver a vivirla, para el narrador y, a la vez, para que el lector la experimente más cercana. Cuando contamos algo casi siempre lo hacemos en pasado, porque lo que contamos ya ha sucedido; podemos utilizar el presente para dar mayor expresividad a nuestro relato (Solamente se trataría de un presente realmente puntual si fueramos narrando lo que nos va sucediendo en el momento, pero esta narración no tendría un fin literario).

            Por tanto, aunque la forma sea la de presente, en realidad el relato es una analepsis en la que la narradora recuerda cómo vivió y vivieron las dos, madre e hija, el trayecto hacia el colegio el primer día de clase.

            Respecto a la frecuencia diremos que el texto ofrece un relato singulativo (narra -en presente- un hecho que sucede una vez en la historia): el camino hacia el colegio el primer día de clase.

            Pero, además, la narradora inserta referencias a lo que suele hacer cuando sale con su hija (las pocas veces que salimos juntas casi nunca dejo de coger un taxi…). Los párrafos 5, 6, 7 y 8 presentan este relato iterativo (cuenta una vez lo que ocurre n veces en la historia -casi siempre que sale con la niña. Se demora la madre que narra en detallar lo que suele ocurrir cuando prepara una de estas salidas, lo que ocurre cuando están en la calle y cuando llegan a casa de las abuelitas. Para este tipo de relato también utiliza la narradora los presentes de indicativo.

      Al final del párrafo 11 (ya hemos hablado de este fragmento) en el pensamiento de la madre aparece una especie de prolepsis:

Se me ocurre pensar que cada día lo que aprenda en esta casa blanca, lo que la vaya separando de mí ‑trabajo, amigos, ilusiones nuevas‑, la irá acercan­do de tal modo a mi alma, que al fin no sabré dónde termina mi espíritu ni dónde empieza el suyo...

 

            Hay un “adelanto del futuro” pero a partir de una suposición de la madre.

 

 

Pero hoy no cogemos un taxi

            A partir del párrafo 9, la narradora vuelve a situarnos temporalmente en el hoy de la historia, en la mañana fría en que por primera vez en la vida van al colegio. Explica el por qué hoy se desvían de la norma -de lo que hacen habitualmente cuando salen juntas- y no toman un taxi (aunque precisamente hoy haga frío y tengan más prisa que nunca): hoy es un día especial, comienza una nueva etapa de la vida. Para explicarlo las narradora utiliza las mismas palabras que dirige a la niña: al colegio, le digo, no se puede ir en taxi. Se podría decir que emplea el estilo directo libre (estilo directo pero incluido dentro de la narración sin separaciones de punto y aparte ni de guiones que indican que habla un personaje (aunque aquí aparece el verbo dicendi: "le digo"- por tanto, no es exactamente estilo directo libre). Este tipo de discurso se emplea en la novela moderna; hace que el relato gane agilidad, pero, a la vez, aporta la riqueza expresiva de la propia voz de los personajes.

            Después de los puntos suspensivos que cierran la razón de por qué hoy es un día especial, comienza esta frase en estilo directo, y comienza con la expresión al colegio, igual que termina la frase anterior. Esta repetición, recurso literario (que además es un paralelismo morfológico, sintáctico y semántico) podría formar una concatenación (repetición que pone de relieve la continuidad; generalmente la última palabra de una frase es la primera en la frase siguiente).

 

Los puntos suspensivos:

            La enumeración de las acciones que hay que realizar en lugar de tomar un taxi también termina con puntos suspensivos. Y los puntos suspensivos vuelven a parecer al final de este párrafo 9 en dos ocasiones; también en la tercera línea y la última del párrafo 11, como después de la primera oración del párrafo 12 y al final de 13, que es el final del texto. Esta abundancia de puntos suspensivos (también aparecían el párrafo 7) remarcan el tono íntimo y de confidencia del texto, su carácter lírico. Las relaciones de amistad entre dos personas normalmente poseen este tono de sentimientos que no se pueden explicar; la relación de amistad entre una madre y su hijita justamente cuando vislumbra que ésta empieza a separarse de ella porque entra un poco en la vida adulta envuelven a la narrador protagonista en  una atmósfera de emociones contenidas que el relato escrito marca mediante los puntos suspensivos.

 

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