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Don Quijote de la Mancha
Realidad y razón en “Don Quijote de la Mancha”Juan Carlos Vila Cervantes y su época
Miguel de Cervantes fue un hombre con una historia plagada de desdichas y avatares que le fueron de suma utilidad para poder componer la que se considera primera novela de la Literatura Universal. La novela como género tiene la peculiaridad de ser una narración de la realidad, una muestra temporal de lo real, interpretado por el autor. Como género viene a introducir la importancia de la narración, animada por unos personajes que deben componerse sin la referencia a lo concreto (como sucede en el teatro), debiendo manejar los procesos psicológicos de una manera mucho más compleja. Su llegada viene a complementar el concepto de persona, en cuanto a su relación temporal, en cuanto a su existir como narración; la evolución del concepto de persona producido durante la Edad Media, por el que la máscara griega se ha fijado al rostro y se ha hecho capaz de mirar a Dios, ahora va a tomar conciencia de sí y de sus posibilidades.
En vida de Cervantes van a sucederse los cambios más rápidos habidos hasta entonces en cuanto a ciencia y filosofía; la visión del mundo va transformarse y expandirse, traspasando las limitaciones medievales. Pasado el Renacimiento, con sus ambivalentes conclusiones, se está fraguando la Modernidad; Galileo está en el apogeo de sus estudios y Kepler ya ha publicado lo más importante de su obra: todo está listo para la llegada unos pocos decenios más tarde de Descartes.
A nuestro Miguel le ha tocado en vida contemplar de cerca el horror de la muerte, la agonía del cautiverio, pero también lo relativo de los convencimientos de entonces en cuanto a las diferencias culturales; va a tener tiempo para observar de cerca la vida en Orán. Analizará costumbres de un lado y otro de lo que son los polos de su época, el Occidente cristiano y el Oriente musulmán, realizando una crítica mordaz de las mismas y de sus consecuencias en la vida cotidiana. Con su visión avanzará un modelo laico de interpretación de la realidad, al que no se podrá encontrar similar hasta el siglo XIX o XX.
Hoy podemos ver en Don Quijote la culminación trágica, no exenta de optimismo, de todo el proceso renacentista por el que el ser humano alcanza una posición en el mundo que antes tenía solamente Dios, lo cual se tradujo para unos en el desastre de creerse seres omnipotentes (mediante la ciencia), y para otros recuperar una dignidad enterrada durante siglos. Hace ya cien años, en las celebraciones del tercer centenario, fueron José Ortega y Gasset, en sus “Meditaciones del Quijote”, y Miguel de Unamuno en “Del sentimiento trágico de la vida” quienes entraron de lleno en un análisis de la interpretación que aparece en la obra; el primero desde el autor, dando mayor protagonismo a Cervantes; el segundo, desde el personaje, mirando por los ojos del Quijote. Ambas visiones se complementan y forman un todo, que puede ser desarrollado más allá; España vista desde ángulos distintos, para componer una imagen tan compleja como su realidad. La pluralidad de sus expresiones culturales y lingüísticas; la única y poliédrica visión de lo español.
Alonso Quijano y la transposición entre lo real y lo imaginario.
Don Alonso, ese hidalgo manchego inserto corporalmente en su época, pero imbuido de otro tiempo y otra realidad, nos va a llevar por las sendas de la comprensión del choque entre las realidades que debe intentar entender. Es una persona que se debate entre un mundo cuya realidad es brutal e incomprensible y otro donde cree encontrar los valores que considera como válidos. Pero a su vez, vive en un sueño creado para desviar las miradas del sufrimiento que se palpa; su tragedia es la de una existencia aparentemente absurda que actualiza la rebeldía frente a la injusticia. Quizás hubiera firmado las palabras de Albert Camus; “No es, pues, lo importante todavía el remontarse a la raíz de las cosas, sino que, siendo el mundo lo que es, lo importante es saber como conducirse en él.”[1]
Durante siglos se ha debatido sobre su cordura y su locura; sobre su lucidez en las soluciones y la irracionalidad de sus actos. Pero en pocas ocasiones se ha abordado el tema de qué es lo real y qué lo imaginario en esta novela, y menos aún, si lo imaginario no es también un ámbito de lo real. Quijote y Alonso Quijano son una misma persona, que afronta los problemas, y los resuelve, poniendo en juego, trayendo a este mundo de una racionalidad en ciernes (en el siglo XVI-XVII), lo que de “cordura” ha encontrado en el lugar más insospechado; en los libros de caballería.
Un largo proceso que proviene del siglo XIII, nos ha imbuido de una necesidad aparentemente vital por lo racional. La razón como medida de todas las cosas, y todo aquello que se salga de sus estrechos márgenes queda sin estatuto de realidad; lo real y lo racional son equivalentes. Por ello la fantasía, lo imaginario, la narración que es tiempo pero que no se mantiene entre las lindes del camino marcado, oscila entre la condescendencia y la locura. Y ese camino se ha ido estrechando a la par que se ensanchaba el mundo y las carreteras, y las autovías, y nos hemos quedado con que la medida de todas las cosas (la persona, el ser humano para el Renacimiento), se ha convertido en el objeto medido, y por tanto constreñido, por una razón de la medida, por la ratio, que no sabe ver más que molinos y posadas, donde gigantes y castillos.
Nuestro buen hidalgo se convierte en sujeto de una transposición que tomada por locura, es desvestida de toda la carga lógica que quiere traer a un mundo plagado de guerras nefastas y miseria sin fin. Los verdaderos valores, la virtud, encarnada en este caso en las normas de la caballería andante, no son reconocidos por el “mundo real”, no participan de esa virtud, que yace maltrecha, como Don Quijote abatido por las aspas de la realidad. Y no es que se trate ahora de un elogio de la locura o una oda a la sin-razón; sino de enfrentar una racionalidad científica (encarnada en el poder, la ley, la ciencia…) con una racionalidad cordial (encarnada en el amor, la fraternidad, la paz…). El frío número frente a la cálida palabra; la “cruda realidad” de una embrutecida Aldonza, frente a la “idílica ensoñación” de Dulcinea.
Contemplemos esta novela como el atrevimiento ante la injusticia establecida, que intenta ponernos en otro punto de vista. Es una incitación a la crítica del mundo tal como está; una crítica de lo real en cuanto racional. Decía Tácito: “Ayer sufríamos por los vicios, hoy sufrimos por nuestras leyes”[2]. La pregunta que nos lanza Cervantes es: ¿Hay opción entre Alonso Quijano y Don Quijote? ¿Son tan distintos uno del otro? ¿Es necesario un estado permanente de esquizofrenia, o podemos descubrir que lo real es más complejo de lo que parecía? ¿Es realmente imposible obtener la verdadera felicidad? Todas ellas similares a la que Pascal lanza en su pensamiento 230: “¿Puede haber algo más gracioso que el que un hombre tenga derecho a matarme porque viviendo al otro lado del mar, su príncipe mantiene una querella con el mío, aunque yo no tenga ninguna con él?”[3]
Sancho y la asunción de lo imaginario.
Sancho es el contrapunto. Es la cruda realidad de la ignorancia pero llena de una sabiduría popular ajena a los cánones de la racionalidad fría y calculadora. Decía Descartes de la Filosofía, que ofrecía los medios para “adquirir esa soberana felicidad que las almas vulgares esperan en vano de la fortuna… y que nosotros no sabríamos obtener más que de nosotros mismos”. Sí, porque de hecho pensamos, pero siendo un hecho diferenciador frente a otras especies, no es un criterio de existencia; no es por casualidad que sea en las “Meditaciones del Quijote” donde Ortega dice aquello de “yo soy yo y mis circunstancias y si no las salvo a ellas no me salvo yo”[4]. Sancho es el cordón umbilical que mantiene el nexo con la racionalidad, y que a su vez transfiere a esta lo que va a aprender de sus andanzas como escudero.
De su capacidad de servicio vendrá la posibilidad de aceptar lo que para él es irreal, como posible. Va a confiar en Don Quijote, va a ponerse en sus manos, sufrirá con él, y terminará convertido en Gobernador de Barataria. Es en este momento donde Alonso Quijano/Don Quijote le da unos consejos de buen gobierno que podríamos encontrar como perfectamente contrapuestos a los del Príncipe de Maquiavelo.
Empieza Don Quijote[5]: “Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.”
Recordemos que el “temor de Dios” significa respeto y no miedo. Respeto que como vemos es aconsejado como un padre a un hijo. Y como añadidura; “conócete a ti mismo”. Todo buen “gobierno” comienza por uno, y por ello tener una clara conciencia de sí mismo es fundamental para poder avanzar en el resto de los consejos. “Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio.”
Otra nueva virtud del buen gobierno sería la humildad. Reconocerse en sus orígenes y no renegar de ellos. Veamos que se le llama pecadores a quienes ejercen de soberbios, siendo el pecado la falta de virtud, no atenerse a los valores que uno tiene. ”Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.”
Aquí introduce la compasión como uno de los criterios de la justicia. Hay que hacer notar que la justicia de la que habla Cervantes aquí no se corresponde con la justicia de las leyes y jueces que en su caso le llevaron por varios años a la cárcel. La equidad es colocada en un segundo plano, como filtro ante las injusticias. Y al final la misericordia: ”Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción, considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver, el de la misericordia que el de la justicia.”
La inclusión de una virtud tan extraña a la justicia, viene a rubricar los consejos de buen gobierno que la locura de Don Quijote da para la pantomima de Sancho. Pero hay que hacer notar una diferencia notable en el caso de la Ínsula Barataria. Ésta proviene de un engaño, no de la imaginación de Alonso Quijano; y será de esa situación tragicómica de donde Sancho tomará medida de las injusticias de aquellos que se burlan de la aparente sin-razón. O con palabras nuevamente de los pensamientos de Pascal, “Se esconden entre el gentío, y llaman al número en su auxilio”.[6]
Porque acaso, la razón del número se ha adueñado de nuestra realidad que ya no nos pertenece. Existir es ser en el tiempo, avanzar por la utopía sin caer en la ucronía, que para nosotros es la nada. Alonso Quijano caído en las costas del mediterráneo; caído su cuerpo, caída su alma. Perdido su tiempo, hay un momento en el que pareciera no hay nada que narrar; la lógica se ha perdido. Es un instante de suspenso, como el que ocurre en La Metamorfosis de Kafka en el despertar de George Samsa. En palabras de P.-L. Landsberg, al respecto: “Una vez admitido el acontecimiento, el resto de la historia transcurre con una lógica, con una verosimilitud, con una banalidad, diría yo, que caracteriza al mundo cotidiano.”[7] Como en la cotidianeidad de un Don Quijote cabalgando “desfaciendo entuertos”; hay un momento clave, el acontecimiento, que sirve de punto de inflexión, tras el cual su ser personal se narra de otra forma.
¿Convertir la vida en un acontecimiento es nuestro camino? ¿Queremos comprometer nuestro tiempo, como Alonso Quijano? ¿Preferiremos al pájaro en mano que a ciento volando, o como Bergamín, al pájaro que vuela que a ciento en la mano? [1] Camus, Albert “El hombre rebelde” en Ensayos, Ed. Aguilar Madrid 4ª ed. 1981 pág 556 [2] Publio Cornelio Tácito “Annales” III, 25 [3] Pascal, Blaise “Pensamientos” Ed Orbis 1984 Pág 87 [4] Ortega y Gasset, José OO.CC. T.I Revista de Occidente 1987 pág 322 [5]Cervantes, Miguel de “El Quijote” Ed. Vergara Barcelona 1967 págs. 879-882
[6] Pascal, Blaise op. Cit. Pag 91 [7] Landsberg, P.-L. “Problèmes du personnalisme” Ed du Seuil Paris 1952 86-87
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