NIEVES GARCÍA-TEJEDOR
Nos remontamos al siglo XIX, siglo que comenzó muy tristemente
para España en general y Madrid muy en particular: debilidad de
Carlos IV, Godoy, invasión napoleónica, Fernando VII... En estos
años, sin embargo, se llevaron también a cabo ciertos proyectos
urbanísticos de gran envergadura –aunque no alcanzaran las
magníficas ideas surgidas bajo los buenos auspicios de Carlos
III– y uno de ellos fue el muy difícil de la construcción de la
Plaza de Oriente. Fue éste un proceso tortuoso. Ya Sachetti
había ideado una plaza ajardinada en el lado oriental del
Palacio, como primordio de la reforma que conocemos en la
actualidad. Pero fue en 1817 cuando Fernando VII encarga a
Isidro González Velázquez un proyecto que consistía en una plaza
de planta ultrasemicircular, abierta frente al Palacio, tomando
como eje el del teatro a construir en el lado diametralmente
opuesto. Un pórtico y seis manzanas, tres a cada lado,
conformaban el conjunto.
Así pues, ese año se derribó el Coliseo de los Caños del Peral,
que ya sustituía al anterior del mismo nombre que fuera
levantado en 1737 e inaugurado en 1738 con la ópera “Demetrio”
sobre un texto del poeta romano Pietro Metastasio. Continuó
dedicado a la ópera italiana y tenía también sus hinchas, como
sucedía con los otros teatros de la villa (entonces no existía
el fútbol), denominados “panduros”; y a él asistía un público
diferente, más selecto, formado por aristócratas, ilustrados y
“petimetres”, pasando por él grandes figuras del canto como
Manuel García, Arteaga o Bernardo Gil. Cerrado y abierto muchas
veces a lo largo de los años, fue definitivamente derribado y en
1818 se comenzó la construcción del Teatro Real, proyectado por
Antonio López Aguado, que dirigió las obras hasta 1831, tras
cuya muerte se encargó Custodio Teodoro Moreno.
Tras varias interrupciones en su construcción (abandono,
incompetencia...), el Teatro fue inaugurado en 1850 por
Isabel II, en cuyo honor se cambió el nombre de la plaza de
los Caños del Peral (llamada así porque en ella estaban los
lavaderos de la villa). La alta burguesía y la aristocracia
isabelinas tenían una nueva seña de identidad y Madrid se
equiparaba un poco más a las otras capitales europeas.
Debido a que el espacio físico donde se enclavaba el teatro
estaba ya configurado por las dos plazas y las calles
adyacentes, el edificio adquirió su peculiar planta pentagonal y
su fachada posterior ligeramente combada. La construcción, de
evidente gusto neoclásico, sufrió también las consecuencias de
la escasez de recursos económicos, lo cual repercutió en una
mediocre calidad de sus materiales, por lo que la cimentación no
tenía la consistencia adecuada, además del hecho de estar sobre
un cauce de aguas subterráneas (las que van precisamente desde
los originarios caños hasta el río Manzanares). Esto ha sido el
origen de los numerosos cierres y reformas que ha padecido desde
entonces.
Y no sólo ha conocido diversas
reformas en su arquitectura sino también en su, digamos,
contenido: el Teatro Real se destinó a salón de baile, a Real
Conservatorio de Música, Escuela de Arte Dramático e, incluso,
cuartel de la Guardia Civil; actividades éstas muy alejadas de
la finalidad con la que se concibió: un gran escenario para la
ópera a lo que, por fin y después de tantos avatares, se destina
tras su última reinauguración, el 11 de octubre de 1997, con un
acto solemne presidido por sus majestades los Reyes de España.
Hay que decir, también, que esta última remodelación ascendió a
casi veintidós mil millones de pesetas.
Ya son cerca de tres siglos de Historia los que palpitan en este
edificio desde que el artista italiano Francisco Bartoli
instalase su compañía lírico-dramática en aquel barracón junto a
los lavaderos públicos de los Caños del Peral que se convirtiera
en teatrito gracias al capricho de las gentes bien de entonces.
Actualmente, conserva su elegante aspecto neoclásico, pero con
todas las dotaciones modernas que proporcionan a su enorme
escenario, su hermoso salón y patio de butacas, las
privilegiadas condiciones acústicas que lo hicieron famoso y
prestigioso en aquellos tiempos “mejores”. Claro que también
conserva las polémicas en su entorno, en este caso más bien
derivadas de sus problemas de gestión, cargos directivos, etc;
tema en el que no pretendemos entrar, no es nuestro cometido.
Mencionaremos algunos propósitos interesantes, como su afán por
fomentar la ópera y las actividades líricas en toda España, con
la firma y suscripción de acuerdos con el Círculo de Bellas
Artes (en cuyo proyecto están interesados en participar
intelectuales como Mario Vargas Llosa, Vicente Molina Fox, Lluis
Pasqual, Jaume Plensa, José Luis Gómez, Carlos Castilla del
Pino, José Carlos Plaza, Calixto Bietio y Eduardo Arroyo) o con
el Gran Teatre del Liceu de Barcelona para aunar esfuerzos en
un proyecto a cuatro años para extender al máximo la proyección
de la ópera, con propuestas como la adhesión del Teatro Real a
la realización conjunta de grabaciones y producciones de DVDs de
ópera; la creación de la Asociación de Teatros, Temporadas y
Festivales de ópera de España; la constitución de la asociación
American Friends del Real y el Liceu, con sede en Nueva York; la
invitación de ambos directores a participar en las Comisiones
Ejecutivas del otro coliseo; o la potenciación del llamado
"producto multicultural Madrid Barcelona".
El Teatro Real amplía también su oferta a otras representaciones
artísticas, como las de la Compañía Nacional de Danza, ciclos de
charlas y conferencias, o los conciertos sinfónicos y
coproducciones de pequeño formato, dirigidas principalmente al
público infantil, juvenil y familiar, que tendrá como primera
coproducción ¡cómo no! Dulcinea, obra basada en el Quijote de
Cervantes, y que conmemorará el cuarto centenario de su
publicación.
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