REALIDAD Y FICCIÓN                                                                          LECTURA, COMENTARIO, CREACIÓN Escríbenos
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CRÍTICA LITERARIA

COMENTARIO DE TEXTOS

 

1. Sobre los personajes de La verdad sobre el caso Savolta. Eduardo Ruiz Tosaus

2. Realidad y ficción en la novela: la ficcionalidad: Conchi Sarmiento Vázquez

 

Realidad y ficción en la novela: la ficcionalidad

CONCHI SARMIENTO VÁZQUEZ

 

La ficción es el mundo de las posibilidades, de lo que pudo ser y nunca fue, donde todo es posible todavía porque podrá suceder pues aún no ha ocurrido ni se sabe que jamás no ocurrirá. La irrealidad de la ficción no es lo fantástico ni lo inverosímil sino lo siempre posible en la realidad.

El estatuto de ficcionalidad de una novela (y por ende, en los relatos), es una de las cuestiones más debatidas por la crítica y por las modernas teorías de la literatura. Precisamente uno de los casos más polémicos fue el que hace ya varios años protagonizó Javier Marías con su novela "Todas las almas", que levantó tal revuelo en la crítica a la sazón sobre su ficcionalidad o su calidad de realidad (el protagonista coincidía sobremanera con el autor), que éste se vio obligado a publicar una "novela explicativa" a la anterior, a la que tituló "Negra espalda del tiempo", en la que, aparte de autoproclamarse rey de la "isla" de Redonda,, justifica todos los aspectos más pretenciosos de ser reales en la novela anterior. Y no deja de ser cómico que un escritor consagrado de la talla de Marías y en pleno siglo XX, se vea en la situación de dar explicaciones sobre una de sus obras. Ese pacto tácito entre lector y autor es, en ciertas ocasiones y dependiendo de los lectores, harto difícil de establecer. Demostrado queda.

Aunque sea válido afirmar que el individuo ficticio no es real, es necesario aceptar que lo ficticio tiene efectividad. Si el vocablo "ficción" se entiende como construcción de mundos todo el discurrir del ser humano sobre la realidad está impregnado de ella. Es ficción la unidad y exageraste un gesto, la justicia es una convención y simulaste no quererle, el tiempo es una invención y fingió creerte. Pero entendiendo "ficción" como falsedad o mentira se debe distinguir la ficción literaria. La mentira sobrepasa la verdad y la obra literaria sobrepasa al mundo real que incorpora ya que como advertía Philip Sidney El poeta nada afirma y, por tanto, nunca miente. Esta forma de sobrepasar la realidad es algo muy distinto a la mentira. La fórmula básica de la mentira y de la ficcionalidad es provocar la simultaneidad de lo que mutuamente es excluyente, soy fiel e infiel, vencí y perdí, estoy en Región y en Barcelona. La condición que separa a las ficciones literarias de la mentira es que descubren su ficcionalidad, algo que la mentira no puede permitirse sin riesgo de interrogatorio y condena.

Hegel afirmaba sin afirmar que La persona es eso que no es lo que es y que es lo que no es. Esta deficiencia resulta ser el resorte de la ficcionalización, y la ficcionalidad, a su vez, cualifica lo que aquélla ha puesto en marcha: el proceso creativo y el cómo y el por qué de lo que representa Wolfang Iser advertía que este resorte deriva de la dimensión antropológica de la ficción. La ficción permite a uno imaginarse. Un hombre recuerda que siendo niño no quiso jugar en equipo y hoy es empresario; inventa que si ella no ha llamado es porque continúa reunida o decide que no la quiere; imagina que mañana llamará a su hermano y cree que viajará el próximo verano. El mismo hombre recuerda que a los veinte dijo que se iría de casa y se fue a navegar, inventa durante un rato que su número es el premiado y no descuelga el teléfono impertinente, imagina que esa noche matará al infiltrado y dormirá. En este sentido la ficción completa y compensa las carencias o frustraciones de la existencia humana. Pero la ficción revela, sobre todo, la radical imposibilidad de acceder a nosotros mismos de un modo directo. Sólo la ficción busca y encuentra nuestras posibilidades a través de un juego de ocultación y revelación: la ficción se vale del engaño y la simulación para poner al descubierto verdades ocultas donde termina mi propio yo.
     Cruzar la frontera en la que finalizo exige exceder mis propias limitaciones de conocimiento: la ficcionalización empieza donde el conocimiento termina. La dificultad, o será imposibilidad, de conocer excita curiosidad y quien curiosea inventa. En las narraciones coexisten lo real y lo posible, en las vidas coexisten verdades y ficciones, gratuitas o no. Habrá quien satisfaga la deficiencia de no ser lo que es y ser lo que no es siendo espectador de las obras y de las vidas de otros. A quien no le basta la ficción ajena inventa otro lugar más soportable para vivir y filma, fotografía, actúa o escribe. Asumir esa anomalía y dedicarse al placentero arte de inventar y contar historias permite vivir buena parte del tiempo instalado en la ficción, seguramente el único lugar soportable o el que lo es más para Javier Marías y para tantos otros fantaseadores declarados. La ficción es el mundo de las posibilidades, de lo que pudo ser y nunca fue, donde todo es posible todavía porque podrá suceder pues aún no ha ocurrido ni se sabe que jamás no ocurrirá. La irrealidad de la ficción no es lo fantástico ni lo inverosímil sino lo siempre posible en la realidad. Quien narra inventa situaciones y personajes: uno abandona el despacho durante una hora que dedica a hablar con quien pase; otro personaje quisiera decir sí a quien fuera pero continúa caminando; el tercero conquista al personaje más deseado y el último aparece y desaparece al ritmo de sus conferencias. La ficción presente y el posible futuro de la realidad no sólo da consuelo sino también diversión. La diversión de quien quiere y hace sólo limitado por sus posibilidades y por la espada de otra condena de la que ya ha aprendido a huir acotando los terrenos de la realidad de hechos, datos y sucesos y de la irrealidad de las ficciones efectivas donde todo es todavía posible.

La literatura es la conexión entre los conceptos de realidad y ficción pues sugiere la narración o comunicación de hechos ficticios basados en hechos reales (también sentimientos, experiencias, descripciones o simplemente ideas sueltas aparentemente sin un contenido objetivo o racional). La literatura presenta un carácter ficticio en el sentido de que necesita de un ente comunicador que relacione lo sucedido o el hecho en si mismo con el lector u oyente (aunque esté en primera persona y coloque en el relato datos biográficos). Lo que el autor comunica o expresa tiene relación con lo que quiere destacar del mundo real. Así, puede burlarse de la realidad o halagarla, o engañar al lector, etc. No necesariamente quiere dejar un mensaje en el lector directamente (o una moraleja) pues a veces un texto se presta a varias interpretaciones (según costumbres distintas o épocas distintas o características personales distintas).

Genette (en Ficción y dicción) considera que, en el discurso narrativo ficcional, los actos de ficción son enunciados de ficción narrativa considerados como actos de habla. Desde este punto de vista, en el discurso narrativo ficcional habría, al igual que en el discurso narrativo factual, tres tipos de actos de ficción: primero, los discursos pronunciados por personajes ficticios, cuya ficcionalidad postula el marco de la representación escénica (real o imaginaria) y cuyo estatuto pragmático en la diégesis es similar al de cualquier acto de habla común. Segundo, actos de habla de los personajes de ficción, cuyas características son similares a las del acto de habla de personas reales. Por supuesto, los personajes dicen dichos (carácter locutivos), acompañan su decir con otros actos (punto y fuerza ilocutivos) y sus dichos influyen en los otros personajes (efectos perlocutivo) . En tercer lugar, el discurso narrativo del autor o conjunto de actos de habla constitutivos del contexto ficcional. Así, es notorio que para Genette, los enunciados de ficción son aserciones fingidas porque son actos de habla simulados en la ficción. Ellos, como los enunciados factuales, y contra lo que pudiera pensarse, pueden transmitir mensajes (como una fábula o una moraleja). Note el lugar central de la frase aserciones fingidas : los personajes de ficción son creados por el novelista que finge referirse a una persona; es decir, las obras de ficción son creadas por el novelista que finge hacer aserciones sobre seres ficcionales.

Los discursos literarios son ficciones que refieren a mundos verbalmente posibles y fundamentados en sí mismos. Estos discursos son intransitivos puesto que se encierran en sí mismos o, lo que es lo mismo, no refieren ni a los objetos ni a los eventos del mundo real. En este sentido, los discursos literarios son inútiles, si se les mide con los parámetros "pragmáticos" y "mercantiles" que parecen gobernar el mundo en estos días. Es decir, la literatura no sirve para construir tractores, no desarrolla teorías científicas ni tecnológicas ni proporciona herramientas para llevar mejor la contabilidad de una empresa. Sin embargo, la literatura es también una mercancía para la que hay un mercado. Varios mercados en realidad pues la industria editorial y los mercados masivos condicionan las características de una buena cantidad de libros de modo diferente a los condicionamientos de los libros de circulación restringida. El artista pues siempre se enfrenta a la disyuntiva de escribir para la gran industria cultural, de escribir para los más restringidos círculos literarios artesanales o de hacerlo al margen de los circuitos de producción circulación y consumo de literatura en su sociedad. Si el escritor elige trabajar para la gran industria, seguirá las normas que los especialistas en mercadeo determinan. Por ejemplo, luego de un secuestro político importante, el escritor escribirá la historia correspondiente, no como crónica, sino como relato ficcional. En esos casos se suele incluir una mención paratextual que dice "basado en hechos reales". Las de estas novelas suelen ser extremadamente simples, el léxico es llano y directo y el estilo de las construcciones sintácticas exime al lector de la labor de conjeturar los significados de las palabras. Si, por un lado, la acción emocionante es tal vez una de las características principales de las estructuras narrativas de las novelas massmediáticas de aventuras (de guerra, de espionaje, policiales, de vaqueros, etc.), por otro lado, el drama suele ser más emotivo que emocional y las complejidades de la trama no profundizan realmente en la psicología de los personajes o en las complejidades de la vida moderna. Las novelas de amor como las de Corín Tellado tampoco examinan al hombre, por el contrario, las situaciones que los personajes enfrentan eluden sus más íntimos conflictos. Esta es pues una literatura sin conflictos, acrítica y fácilmente digerible que no alude a las cosas, sino que las simboliza inequívocamente.

Por otra parte, una vez que los personajes y los eventos han sido identificados, el lector puede enfocar su atención en los móviles de los personajes (¿Quién hace qué y por qué?). Comprender estos móviles permite identificar los valores ideológicos que entran en conflicto en los eventos; dicho de otro modo, es una de las maneras del lector de comprender qué específicamente problematiza el texto, y así enfrentarse con la naturaleza problematizadora del texto literario moderno. El cuento, según Pacheco, es una representación ficcional con predominio de la función estética. Y la ficción, claro, es un fingimiento, es hablar de mundos que no existen sino sólo en el lenguaje. Desde esta perspectiva, los referentes cotidianos de las palabras no son importantes pues ellas adquieren sentidos nuevos en el cuento. Pero ¿dónde queda la realidad "real", la cotidiana en la que nos movemos nosotros y no los personajes de las historias? La realidad es sólo un eje de referencia para evaluar los mundos ficticios del cuento. Esto es, así como podemos enlistar los objetos mencionados en un cuento y las leyes que rigen los cambios que los afectan, podemos enumerar los objetos de nuestra realidad y las leyes que los rigen. Y así, la única manera que tenemos de comprender un mundo ficticio es comparándolo con la descripción del mundo real. De hecho no hay acuerdo sobre lo que la realidad es (así es que podríamos decir que vivimos una ficción que nos permite vivir en alguna realidad...). Por eso, solemos recurrir a la noción de realidad más extendida, la racionalista y empirista de la ciencia, la mercantil del capitalismo moderno, y la burguesa de los hábitos mentales de los usuarios normales de la literatura. Note que esto no quiere decir que toda la literatura esté intrínsecamente de acuerdo con estos modos de concebir el mundo. Hay también una buena cantidad de escritores que, con diversas suertes, han usado la comodidad de la cosmovisión tradicional para atacarla. En este último grupo podemos situar a la literatura fantástica. Paradójicamente, la industria cultural se apropia del arte que la ataca, y así, la rebelión, el cuestionamiento literario, se aburguesa y se torna mercancía para aquellos a los que precisamente critica.

Darío Villanueva en su investigación del realismo literario: "lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco", y -siguiendo a Nelson Goodman- "no cabe admitir un universo real preexistente a la actividad de la mente humana y al lenguaje simbólico del que ésta se sirve para, precisamente, crear mundos". Como toda expresión es en cierto sentido una ficción, las ficciones literarias se convierten en el lugar privilegiado para estudiar el arte de la expresión. En una perspectiva pragmatista la realidad de la ficción, su significatividad, estriba en las efectivas regularidades empíricas con las que las creaciones humanas, entre ellas los textos literarios, se asocian. La verdadera realidad es, pues, el campo de proyección de la experiencia que los miembros de la sociedad comparten mediante sus actividades comunicativas, entre las que "la literatura -ha escrito Francisco Ayala -, cuya materia prima son las palabras, funciona hoy como factor primordial".El análisis de la ficción y de la libre actividad espontánea de la razón humana (el "musement") iluminan el estatuto de la creatividad. La actividad de la razón es crecimiento y en ese crecimiento tiene un papel central la imaginación. "Cada símbolo es una cosa viva, en un sentido muy estricto y no como mera metáfora. El cuerpo del símbolo cambia lentamente, pero su significado crece de modo inevitable, incorporando nuevos elementos y desechando otros viejos" .Esta división se reproduce en esas simplistas dicotomías al uso como ficción y no-ficción, subjetividad y objetividad, lo mental y lo material, lo privado y lo público todavía en boga en la cultura dominante. La semiótica literaria -el estudio filosófico de la actividad literaria- constituye un camino real para ganar una mejor comprensión, más rica y con mayor potencia explicativa, de la articulación creativa de pensar y vivir que acontece en nuestro lenguaje. Frente al deconstruccionismo postmoderno escéptico que arrumba cualquier idea de objetividad, lo que necesitamos es una nueva comprensión de la objetividad como rasgo irreductible de la relación comunicativa.

La relación del arte con la realidad o con la irrealidad, la explicaba Gorgias como " que el efecto que ejerce el arte, especialmente la poesía, se basa en las ilusiones del engaño y la decepción; su funcionamiento se realiza a través de aquello que, objetivamente no existe en absoluto". Y es que el logro supremo del arte es producir cosas de un modo tan engañoso que parezcan el modelo real, creando así el modelo de realidad.

El término mimesis pasó a ser –matizada aquí y allá- imitación de la realidad. Este ha sido uno de los axiomas de la teoría del arte durante más de dos mil años. Se trata de la copia fiel y la falsificación, la mimesis tanto reproduce fielmente como falsifica. Ante tal duplicidad, es que si las ficciones (lo literario) crean sus mundos, es evidente que no falten quienes crean en la literatura como un realismo, ni se apele a que la referencialidad quede en suspenso o sea aprobada la ficción mediante enchufe o conexión con la no ficción. Si el discurso literario está invertido de ficcionalidad. Uno de los lugares oscuros de lo ficticio es aquel que soporta la escritura autobiográfica, la confesión, las memorias, el diario de relatos de viajes, crónicas, etc., son usualmente considerados como géneros literarios y aparecen en numerosas taxonomías de las que la teoría ha propuesto, sin faltar los sistemas que extraen algunos de tales géneros de lo literario para instalarlos en la historia, de donde se habían desgajado. Identidad de autor, yo y personaje y veracidad de lo narrado son cláusulas de la interpretación tradicional de la autobiografía, realidad de los referentes.

El ser o no ser ficcional no depende de propiedades discursivas o textuales sino de la intencionalidad de autor y de la posición del locutor respecto de su discurso. Para Genette el hecho de que los enunciados de ficción son asersiones fingidas no excluye que sean al mismo tiempo otra cosa: crear una obra de ficción, producir una ficción. Se trata de un acto de lenguaje indirecto que podría tener la forma de invitación a entrar en el universo ficcional del tipo "Imaginad conmigo que había una vez una niña...". Ésta sería una descripción posible del acto de ficción declarado; pero ocurre que esta invitación puede estar presupuesta y no ser declarada, se tiene por culturalmente adquirida y el acto de ficción cobra la forma de una declaración, es decir, de actos del lenguaje a través de los cuales el anunciador, en virtud del poder que le ha sido investido, ejerce una acción sobre la realidad. La convención literaria permite al autor situar objetos ficcionales sin solicitar el acuerdo del destinatario.

Los locutores no suelen adscribirse de modo radical a la verdad o no verdad de un enunciado. En toda comunicación ocurre que creemos más o menos que hay diferencias y matices entre lo que es opinión, creencia, convicción absoluta, tener por cierto, etc. Miguel de Cervantes demostró hasta que punto la ficción es un juego de miradas y un situarse en las difusas fronteras entre el libro y la vida, y así, don Quijote, que no es una entidad real, ha promovido en cambio más realidad, viajes, lugares, zonas que se visitan y espacios geográficos que se viven desde él que muchas de las entidades realmente existen. La literatura ha ficcionalizado tanto el rol del locutor como el del destinatario, entrando en zonas de convenciones de discurso que la teoría literaria tiene plenamente asumidas. En la literatura nunca se ejecuta el contexto comunicativo y las presunciones que éstos establecen. La experiencia literaria enseña que el compromiso del autor para con lo dicho está mediado por un un imposible. Negar al habla literaria valores de verdad o acogerlos como tales, son dos extremos equidistantes para con la literatura, que rehuye uno y otro y al mismo tiempo quiere situarse en el desplazamiento desde el uno (la creencia de que el lector experimente en la verdad de lo dicho) y el otro (la picardía que ha de tener con respecto a esa creencia). Igual puede decirse de las distancias temporales entre la situación de comunicación y la experiencia de lectura. Todo lector de ficciones naturaliza y neutraliza la duplicidad de origen entre dos tiempos y vive actualmente, mientras lee, una unidad rigurosamente falsa, pero que necesita sentirse como verdadera. Si el lector de ficciones tuviera que referirse a un acto original de autor , lo dicho en una narración, la experiencia literaria no se produciría y la vivencia de la narrado sería implanteable, ya que lo dicho por el narrador se convertiría en un documento histórico y de valor pasajero, caduco, porque estaría referido al tiempo de su actualidad originaria.

La ficción escapa al sistema enunciativo de los enunciados de realidad. El yo-origen real desaparece y lo que emerge es un mundo con un yo-origen ficcional, es decir, el de los personajes y el de la narración misma, que no son propiamente objetos de aquel origen enunciativo de autor, sino sujetos propiamente dotados de capacidad productora. Así pues, existe una indiscutible solidaridad entre el esquema discursivo de las formas de la representación y la "creación del mundo" e imagen de la vida y que la ficción implica. Según L. Dolezel, los mundos ficcionales no pueden ser sin más mundos posibles metafísicos, y es que se desarrolla un modelo de mundo posible que está capacitado para explicar las "particularidades ficcionales". Los mundos literarios se hallan dotados de especificidad, que es necesario atender en los términos de una semántica de los mundos posibles armonizada con una teoría textual y una semántica literaria. Por tanto, sería factible la formulación de tres tesis primordiales a fin de explicar cómo unas semántica ficcional literaria puede ser derivada de un modelo de estructura de mundos posibles:

Los mundos ficcionales son posibles estados de cosas.

Se acepta la existencia de posibles no verdaderos (ya sean individuos, hechos, sucesos, cosas, etc). El particular ficcional se acepta como existente sin reservas, peor también se acepta la incomunicabilidad de este mundo posible con el real en tanto que los objetos, ciudades y personal que lo habitan, aunque tengan el mismo nombre, no son los mismos que los verdaderos- reales. Al mismo tiempo, los posibles no verdaderos y las entidades ficcionales son ontológicamente homogéneos, que es una condición necesaria para la coexistencia y plausibilidad compositiva de los particulares ficcionales y explica el por qué los individuos ficcionales no cúmulo de distancias, ironías, donde dirimir radicalmente su performatividad en abstracto es comunican unos con otros. Esta semántica rechaza la idea de mestizaje entre gente real y ficcional.

La serie de mundos ficcionales es limitada y lo más variada posible.

No hay restricción de la literatura a ser imitación de ningún modo real. No se excluyen mundos-ficcionales análogos o similares al real, a igual que esta semántica de mundos posibles excluye los más fantásticos o los más alejados.

Los mundos ficcionales son accesibles desde el mundo real.

Hay diversos canales semánticos que permiten contactar con los mundos ficcionales, ya que la frontera está cerrada. Hay formas de decodificación que permiten esta comunicación, pero rigurosamente, la comunicación solo se da entre mundos a través de tales canales de transducción.

Existe una serie de rasgos específicos de la ficción literaria, según Dolezel:

Los mundos ficcionales literarios son incompletos.

Muchos mundos ficcionales literarios son semánticamente o homogéneos.

Los mundos ficcionales literarios son constructos de la realidad ficcional.

Con respecto al personaje y a la trama narrativa, en relación a la ficionalidad, merece señalarse que en lo referente a la teoría del personaje, resulta habitual considerar dos vertientes del problema, y es que "persona", el lugar que vamos a reconocer como el de la identidad, quiere decir máscara, ya que se oculta y al mismo tiempo se revela la identidad, ya que ese reconocimiento del sujeto viene dado por la cadena significante en la que se integra y también desde parámetros lingüísticos. Sin embargo, el recorrido por la etimología de la acepción de persona no debe hacer olvidar algo que se supo ver notablemente en loa tradición estructuralista, esto es, la dimensión textual y productiva del personaje, porque éste "no es una persona y no es nadie" al mismo tiempo, como diría Charles Grivel. Como efecto textual, el personaje muestra en sus trazos materiales la huella de la producción del texto, los rasgos de su trabajo tanto desde la huella de la producción del texto, los rasgos de su trabajo tanto desde la vertiente de la escritura como de la lectura, procesos ambos que desde Barthes se consideran indiferenciables. Seymour Chatman ofreció en 1.978 una lectura del planteamiento aristotélico que distinguía dos registros del ámbito del personaje claramente diferenciados. Por un lado, el ámbito del carácter (ethos), relacionado con las calidades del personaje, lo que lo constituye como una cierta identidad y prácticamente relacionado con la oposición entre personajes round/flat de la tradición forsepsiana o de los rectilíneos y agónicos que presenta Unamuno en "Niebla". Y por otro lado, un aspecto de agente del personaje (pratton) que se define como una exigencia de la acción y que se vincula directamente a la construcción dela trama de la tragedia. La distinción entre ethos y pratton es que la primera se puede traducir por "morada"," hogar" o "lugar donde se vive", mientras que el pratton , algunas traducciones posibles son "atravesar", "recorrer", pero también "realizar", "obrar", "trabajar"...Así, por un lado el ethos se incorporaría a sí mismo los aspectos de persona inherentes al personaje u por otro, el pratton contendría los elementos funcionales, discursivos y estructurales que todo personaje desarrolla en la construcción del texto. La función agente ya fue destacada precisamente por el propio Aristóteles mediante el privilegio de las acciones sobre las caracterizaciones. Por tanto, definiría la manera restrictiva cuatro opciones posibles en la caracterización: Bondad, conveniencia /adecuación, semejanza/ verosimilitud y consistencia / uniformidad.

Para Aristóteles no hay una diferencia entre dos registros asignados a la función de personaje, es decir, entre un componente de persona y otro de agente o funcionalidad. La noción de personaje es secundaria y está absolutamente sometida a la noción de acción: puede haber fábulas sin caracteres pero no caracteres sin fabula. Los personajes están supeditados a la acción, pero hay que considerar que para Aristóteles el planteamiento de acciones (praxeos) no se agota en una explicación pragmática o descriptiva de los hechos que determinan la trama, sino que posee una función estructurante o compositiva de la trama en su más profundo sentido. Para Lubomir Dolezel, mitos, ethos y dianoia ( drama, carácter y pensamiento- además del adorno visual- opsis-) se constituyen desde la finalidad mimética de la tragedia en la que se conjugan como unidad que, de forma abstracta acaba orientando hacia la elaboración del mitos, el elemento más destacado en la composición mimética y el que supedita jerárquicamente a los demás.

El problema del personaje solo tiene una lectura fundamental para Aristóteles en su elaboración discursiva: unirse a la trama en la tragedia. Hay aspectos como las motivaciones, la causalidad o la lógica de las acciones que se ven como los elementos motrices del texto narrativo, excluyendo así cualquier otro tipo de consideración sobre su construcción temporal, al se estás las más operativas desde un planteamiento de análisis retórico. Un ejemplo considerativo de este tipo de enfoque puede encontrarse en "Figures III" de Genette, antes de someter al tiempo a un análisis retórico, define el componente temporal de la literatura escrita en términos estrictamente espaciales, no reconociendo otro tipo de temporalidad que la que proviene de la duración de la lectura. También Genette (en Ficción y dicción) considera que, en el discurso narrativo ficcional, los actos de ficción son enunciados de ficción narrativa considerados como actos de habla. Desde este punto de vista, en el discurso narrativo ficcional habría, al igual que en el discurso narrativo factual, tres tipos de actos de ficción: primero, los discursos pronunciados por personajes ficticios, cuya ficcionalidad postula el marco de la representación escénica (real o imaginaria) y cuyo estatuto pragmático en la diégesis es similar al de cualquier acto de habla común. Segundo, actos de habla de los personajes de ficción, cuyas características son similares a las del acto de habla de personas reales. Por supuesto, los personajes dicen dichos (carácter locutivos), acompañan su decir con otros actos (punto y fuerza ilocutivos) y sus dichos influyen en los otros personajes (efectos perlocutivo). En tercer lugar, el discurso narrativo del autor o conjunto de actos de habla constitutivos del contexto ficcional. Así, es notorio que para Genette, los enunciados de ficción son aserciones fingidas porque son actos de habla simulados en la ficción. Ellos, como los enunciados factuales, y contra lo que pudiera pensarse, pueden transmitir mensajes (como una fábula o una moraleja). Note el lugar central de la frase aserciones fingidas : los personajes de ficción son creados por el novelista que finge referirse a una persona; es decir, las obras de ficción son creadas por el novelista que finge hacer aserciones sobre seres ficcionales.

La experiencia temporal se resiste a ser compartimentada, desglosada, a pesar de ser un componente fundacional en cualquier relato. Emparentada también con aspectos pragmáticos e incluso vitales de experiencia del mundo, su radical planteamiento determina que sea un problema que la semiótica o la narratología intentan clasificar según criterios codificadores. El problema de las dimensión temporal no deja se ser también, en cuanto que plantea cuestiones inherentes al ámbito discursivo y a la constitución del sujeto, un aspecto clave de la formación del relato con el emplazamiento del hombre como elemento cultural.

Finalmente, decir que la literatura es la conexión entre los conceptos de realidad y ficción pues sugiere la narración o comunicación de hechos ficticios basados en hechos reales (también sentimientos, experiencias, descripciones o simplemente ideas sueltas aparentemente sin un contenido objetivo o racional). La literatura presenta un carácter ficticio en el sentido de que necesita de un ente comunicador que relacione lo sucedido o el hecho en si mismo con el lector u oyente (aunque esté en primera persona y coloque en el relato datos biográficos). Lo que el autor comunica o expresa tiene relación con lo que quiere destacar del mundo real. Así, puede burlarse de la realidad o halagarla, o engañar al lector, etc. No necesariamente quiere dejar un mensaje en el lector directamente (o una moraleja) pues a veces un texto se presta a varias interpretaciones (según costumbres distintas o épocas distintas o características personales distintas).

CONCHI SARMIENTO VÁZQUEZ

 

                                  

 

 

 

 

Sobre los personajes de

La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza

                                                Dr. Eduardo Ruiz Tosaus

(Otros fragmentos del autor en Filosofía y literatura)

Eduardo Ruiz Tosaus presentó su tesis sobre la novela de Mendoza en el 2001. Ha preparado este estudio sobre los personajes como material de trabajo para sus alumnos de Bachiller.

 

Los hombres de las pistolas eran héroes para muchos apocados y débiles que veían encarnadas en aquellos hombres las cualidades de entereza y bravura de que ellos carecían. Aparentemente eran unos quijotes que se jugaban la vida por sus compañeros y que representaban, además, la justicia rápida y sin contemplaciones, la justicia desnuda y elemental que la situación de desamparo y de impotencia de los débiles obreros requería.(...) Como los bandidos generosos del romance, los pistoleros tuvieron también su leyenda... (Ángel Pestaña, retrato de un anarquista , pág. 173 )

 

       Uno de los ingredientes más atractivos que contiene La verdad sobre el caso Savolta  de Eduardo Mendoza es la proliferación de personajes pertenecientes a muy diversos ámbitos de la sociedad catalana y, por extensión, española de principios de siglo. Vamos a tratar en estas páginas de estudiar brevemente los diferentes caracteres que Mendoza ha volcado en su narración. Como decíamos, el panorama social en la novela es completo y los personajes, junto a su comportamiento corrupto, pretenden ejercer una cierta función representativa de clase. Ésta es la razón por la que Mendoza no elige sólo una clase específica, sino que pulula por distintos estratos que acaban convergiendo, como es lógico, en el más poderoso: la burguesía.

       Intencionadamente, Mendoza (como ya lo había hecho su admirado Galdós) culpa a la burguesía de todos los complots sociales, históricos y políticos que marcaron la sociedad durante esos años. Quizá, por ello, casi todos los nombres tienen valores simbólicos o humorísticos (Pajarito de Soto, Serramadriles, Totorno...) y fijan algún aspecto de su carácter. Mendoza los escribe de muy diversas formas: los muñequiza cual marionetas grotescas, aplica sobre ellos una distanciación irónica o incluso los repasa con una mirada tierna. A esta estructura narrativa en tres partes, que comentábamos anteriormente, corresponden otros tantos personajes, que se erigen con el protagonismo. Los tres tienen algo del héroe picaresco.

       La alta burguesía se refleja en los directivos de la empresa, marcados por la ambición de poder. La descripción y la ubicación de estos personajes nos recuerda también algunas novelas de Ignacio Agustí como Mariona Rebull  y El viudo Rius . El autor se encarga de crear alrededor de ellos una atmósfera de banalidades y vidas vulgares (las conversaciones entre las mujeres de la fiesta, el cabaret) donde internamente se deja entrever una sociedad corrompida (el adulterio de la Sra. Rocagrossa, la supuesta homosexualidad del marido). Claudedeu ("Llave de Dios"), es conocido también como "Mano de hierro", conservador inflexible y de modales burdos, es el jefe de personal de Savolta; Parells es el asesor financiero y fiscal de la empresa, liberal de trato distinguido, el único obstáculo de Lepprince y personaje que cabe relacionar con el modelo de Maquiavelo. Todos ellos representan a los inflexibles capitalistas directivos de la empresa que mantienen una implacable estrategia de explotación capitalista y no tienen inconveniente en recurrir a maniobras sin escrúpulos para sofocar los conflictos sociales. Las respectivas mujeres (Rosa Savolta, María Rosa Savolta, Neus Claudedeu y la Sra. Parells) mantienen en toda la novela una actitud sumisa, propia de su educación burguesa. No hemos de olvidar tampoco aquí la presencia breve del propio Savolta basado, como apuntábamos, en la figura histórica del industrial del metal Barret Moner, como comentábamos anteriormente.

       El primer personaje importante de la novela es el asesino de Savolta, Lepprince. Contraposición de Javier Miranda, este personaje es deudor de los mafiosos cinematográficos[1]. Guapo, refinado, brutal, se casa con una rica heredera tras haber hecho matar al que iba a ser su suegro. Envuelto en un aire de misterio, Lepprince es un amoral trepador, de inteligencia sinuosa y reflexiva. Lepprince es el motor de la acción y en él convergen múltiples puntos de vista. Sabe analizar con lucidez la sociedad que le rodea, una selva deforme en la que se ha propuesto triunfar con procedimientos que no difieren de los habituales entre los poderosos. Nada le detiene, recurre fríamente al crimen. Su fascinación sobre todos, incluido Javier, le facilitan la tarea. Sin embargo, en algún momento adivinamos sus soledad, lo vemos necesitado de amistad: así, se confía a Javier, a la vez que lo utiliza sin reparos. Su doblez desconcierta al mismo lector. Podríamos conectar a Lepprince con aquellos héroes de acción barojianos como Silvestre Paradox o Zalacaín, contrarios diametralmente a los abúlicos Andrés Hurtado o Fernando Ossorio. Lepprince es un luchador, un amoral, como él mismo afirma:

 

En este mundo moderno que nos ha tocado vivir, donde los actos humanos se han vuelto multitudinarios, como el trabajo, el arte, la vivienda e incluso la guerra, y donde cada individuo es una pieza de un gigantesco mecanismo cuyo sentido y funcionamiento desconocemos, ¿qué razón se puede buscar a las normas de comportamiento? (pág. 106)

 

       Críticos como Buckley ven en este personaje un referente real: el barón De Koenig, un aventurero, jugador, asesino a sueldo y chivato policial que incitó a la huelga a los obreros del industrial catalán Barret (Savolta). Las andanzas reales de este personaje fueron escritas por el comisario Casal Gómez en el desconocido libro La banda negra , uno de los que cita el autor al inicio del libro como fuente bibliográfica y que hemos comentado anteriormente.

       Otros críticos como Ignacio Soldevila[2] identifican a este aventurero (creo que erróneamente) con Sacha Stavisky, francés jugador y famoso en la época por un juicio contra su persona conocido como el affaire Stavisky . Sacha Stavisky (Serge Alexandre de nombre real), que llegó a Francia a principios de los años treinta y que con su afición al juego, sus estafas y sus negocios fraudulentos conmocionó la vida del país dando pie a uno de los juicios más escandalosos de aquellos años. Sacha Stavisky (cuya vida fue llevada al cine por el cineasta Alain Resnais), nieto e hijo de judío, fue fichado por primera vez en 1914. Amante de una madura dama, se le describe como un personaje bien vestido, perfumado y con un indudable don de gentes. En 1926 empezó su afición por las falsificaciones de documentos bancarios hasta dar su gran golpe al falsificar en 1933 los bonos del Crédito Municipal de Bayona (unos 470 millones de francos de entonces) haciéndose pasar por un gran financiero. La vida ostentosa y despilfarradora de Stavisky, sus alardes de prodigalidad e incluso su intervención directa en ciertos semanarios atrajeron sobre él la atención de la policía. Stavisky escapó hacia la Alta Saboya. Ante el acoso policial, el famoso aventurero muere en extrañas circunstancias (suicidio, según la policía) eliminando así toda posibilidad de complicar con sus declaraciones a los políticos que le habían ayudado en sus "aventuras financieras".[3]

       Lo cierto es que Lepprince es quien mejor encarna esa obsesión de Mendoza por el poder; el francés se define, ante todo, por su individualismo absoluto y por su capacidad de actuar.

       La figura de Max, el guardaespaldas, es también un desdoblamiento del propio Lepprince. El prototipo del guardaespaldas es común a la novela policíaca que tan bien conoce Mendoza. En La llave de cristal  (1931) de Dashiell Hammett el personaje principal es Ned Beaumont, que no es un detective, sino un guardaespaldas del ganster Paul Madwig.

       El funcionarado viene representado por el comisario Vázquez y el abogado Cortabanyes ("Cortacuernos"). Cortabanyes es un colaborador oscuro de la corrupción del poder, retrata la hipocresía que bajo la apariencia de bondad roñoso-paternal esconde un pozo de tetemanejes indignos. El abogado desarrollará un papel muy importante en la trama ya que en su despacho tiene lugar contactos o intrigas fundamentales. Cortabanyes simboliza el poder que se mueve en las sombras.

       El segundo está sacado de la novela policíaca, de psicología monolítica y coordenadas obsesivas en su análisis de la realidad social aunque, a la vez, muestra una implacable voluntad de solucionar un caso, que en gran medida contradice sus propias fijaciones del mundo. Algunos críticos como González Vigil relacionan a Vázquez con otros policías famosos como el Lew Archer de Ross McDonald. El personaje, creado en 1949, posee ciertos rasgos que comparte con el personaje de Mendoza: es el arquetipo de detective privado que se lanza al esclarecimiento de los hechos con prioridad sobre la dedicación a la caza de delincuentes. Lo que destaca de Archer es su contumacia en el rastreo de culpas y en la indagación de oscuros pretéritos, con habitual referencia a la clase alta californiana.

        Creemos que el referente histórico inmediato de Vázquez es el comisario Casal Gómez, el autor del libro que encabeza nuestra novela (Origen y actuación de los pistoleros ). Como el inspector Vázquez, Manuel Casal denuncia los extraños tetemanejes de empresarios y sindicatos durante los años del pistolerismo. Este personaje policial, pasado por el tamiz de la ironía, volverá a aparecer en posteriores novelas de Mendoza como El misterio  y El laberinto  (comisario Flores) y en Una comedia ligera  (Lorenzo Verdugones, gobernador de Barcelona, que también acabará siendo trasladado). Creo ver también en el personaje de Vázquez una versión bondadosa de algunos jefes de policía de Barcelona de aquella época, en concreto citaré dos nombres: Miguel Arlegui y Narciso Portas.

       Miguel Arlegui, militar castellano (1858-1924) fue jefe superior de policía de Barcelona, a las órdenes inmediatas del gobernador civil general Severiano Martínez Anido entre noviembre de 1920 y octubre de 1922. Sus adversarios le acusaron de patrocinar a los pistoleros de los Sindicatos Libres y de aplicar la ley de fugas. Fue obligado a dimitir al mismo tiempo que el general Martínez Anido en 1922. Recordemos que en nuestra novela, página 120, Vázquez recibe una misteriosa llamada de "don Severiano".

El otro jefe de policía en el que se puede haber basado la figura de Vázquez es Narciso Portas, jefe de la policía especial de la represión del anarquismo durante el proceso de Montjuich de 1896.

       El comisario Vázquez reúne las características del héroe de la serie negra, pues actúa al margen de las instituciones. A pesar de ser un funcionario al servicio del Estado y por lo tanto defensor de éstas, seguirá la investigación del caso aún después de que los supuestos asesinos de Savolta hayan sido ajusticiados. Su alto sentido del deber hará que incluso después de haber sido alejado de Barcelona e incluso después de haber dejado de formar parte de la policía, continúe buscando al asesino de Savolta, lo cual lo identifica con el héroe justiciero de la literatura popular decimonónica. La diferencia que presenta este personaje con respecto a sus predecesores, utilizados por Chandler o Hammett, es que no ocupa un lugar protagonista dentro de la historia.

       El grupo de asalariados se refleja en los empleados del despacho de Cortabanyes, y, especialmente, en el protagonista de la novela.

Se trata del segundo personaje importante de la trama, Javier Miranda, que ocupa, aparentemente, el centro de la peripecia. Como sucederá en novelas posteriores como Una comedia ligera , Mendoza escoge el recurso del protagonista que acaba convirtiéndose en sospechoso de la trama central de la novela. Lo picaresco en él es el hecho mismo de escribir un relato autobiográfico: es un pícaro que va en busca de fortuna, trabaja para varios amos y acepta el papel de "consentido", repudiando una tradición moral que ha hecho de la liviandad de la esposa un insulto. A partir del esclarecimiento del caso Savolta, Javier Miranda intenta arrojar alguna luz sobre su propio "caso", como dice el Lazarillo de Tormes : dilucidar cómo ha llegado a la situación en que se encuentra. Nacido en la conservadora Valladolid (muy cerca de la Salamanca de nuestro Lazarillo), llegó a Barcelona en busca de unas oportunidades que no hallaba en su tierra. Encuentra un empleo que no le satisface, pero sólo logra mejorar a costa de una abyección: el matrimonio con la querida de su jefe, un aventurero llamado Paul-André Lepprince. No anda muy lejos el recuerdo del Lazarillo, casado con la barragana del clérigo de Maqueda. Este pícaro y cornudo consentido va a ser una de las bases del personaje anónimo de El misterio de la cripta embrujada . Incluso algunas de sus expresiones las veremos calcadas ya que coincide con él en su pesimismo, desarraigo y determinismo:

 

A lo largo de mi vida he podido experimentar esto: que me comporto tímidamente hasta un punto, sobrepasado el cual, pierdo el control de mis actos y cometo los más inoportunos desatinos. Con frecuencia, en estos momentos de reflexión, me digo que no se puede luchar contra el carácter y que nací para perder en todas las batallas. (La verdad , pág. 205)

 

       Miranda es ambiguo y contradictorio, incluso en su propio nombre simbólico se encuentra la esencia de su personalidad: Miranda pudiera derivarse perfectamente de un personaje que se dedica a "mirar" sin actuar. Hay en él nobleza, bondad, sentido de la justicia; pero es también débil, vulnerable. Al igual que los personajes barojianos es sincero, sensible y de buen corazón, pero incapaz de actuar, de esforzarse para cambiar la realidad o su propia vida. Aun cuando conoce a Teresa[4], una mujer que él considera el único verdadero amor de su vida. En medio de un mundo de fieras se ve arrastrado por las circunstancias. Así, se deja tentar por el panorama que, frente a su vida gris, ve tras Lepprince. A la vez, se siente atraído por sueños revolucionarios:

 

¡Fanfarronadas, Perico! Hoy dices esto y te sientes un héroe. Pero pasarán los años estérilmente y te devorará la primera que se cruce en tu camino. Tendréis una docena de hijos, ella se volverá gorda y vieja en un decir amén y tú trabajarás hasta reventar para dar de comer a los niños, llevarlos al médico, vestirlos, costearles una deficiente instrucción y hacer de ellos honestos y pobres oficinistas como nosotros, para que perpetúen la especie de los miserables. (pág. 269)

 

Hay sucesos felices cuando acontecen y amargos en el recuerdo, y otros, insípidos en sí, que al transcurrir el tiempo se tiñen de un nostálgico barniz de felicidad. Los primeros duran un soplo; los segundos llenan la vida entera y solazan en la desgracia. Yo, personalmente, prefiero éstos. (pág. 290)

 

       Indignidad y amor se mezclan también en su vida sentimental. Al cabo, se define a sí mismo como "un náufrago" en un mundo vulgar y ajeno, de ahí su "soledad agónica", su "hastío"; es decir, su malestar existencial, su sentimiento de frustración y de fracaso le llevan a ser un hombre triturado por la vida, porque no ha sabido ser ni un héroe, ni un pícaro, ni un canalla. Su trayectoria conduce inevitablemente al desencanto. Exactamente  como el Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia  o el Fernando Ossorio de Camino de perfección , ambas novelas muy representativas de uno de los escritores admirados por Mendoza: Pío Baroja.

       Por lo tanto, hay que ver también en el personaje de Miranda uno de aquellos personajes barojianos caracterizados por su abulia y una blanda voluntad que le incapacita para definir su existencia. Son seres que pasan por la vida de espectadores, testigos que no se implican ni se comprometen con la realidad, dotados de una psicología confusa pero que constantemente buscan algo que dé sentido a sus vidas. Son seres que, atrapados en un medio hostil, se refugian en una lucha con su propio mundo interior, su desasosiego que nunca llegan a aclarar. Si por un lado simpatiza con Pajarito y los argumentos obreristas, también, deslumbrado por el mundo de Lepprince, ve en el empresario la posibilidad de ascenso económico y social.

       Para Joaquín Marco[5] Miranda es una mezcla de conspirador barojiano, de "extrañado", existencialista, ingenuo testigo de una sociedad que no llega a admitirle, a la que sirve y a la que no comprende. Un ser humano desarraigado, testigo insolidario de la vida y que, en último término, no es más que una marioneta inconsciente de todos los intereses que nunca llega a comprometerse con nada.

El propio Mendoza define así su interés por el personaje:

 

Javier Miranda no entiende nada y todo y por eso tiene la ventaja de contar la historia objetivamente. Está claro que Miranda es un trepador social, como es tonto, sigue la trayectoria al revés. El hombre menos preparado para sobrevivir es el único que sobrevive, el más torpe, el más cobarde, el que tiene menos temple es el único que queda vivo. Esto suele suceder en la vida real.[6]

 

       Santos Alonso en su Guía  apunta un valor fundamental del personaje de Miranda: su inconsciencia, su ciega ingenuidad tiene ventajas para la novela porque sólo alguien que lo ve todo y no entiende nada es capaz de narrar objetivamente sin deslucir los hechos a través de la subjetividad.

       Pero no debemos cegarnos ante esta aparente "debilidad" de Miranda; es un personaje que también, arribista y fracasado, trata de acercarse a las esferas del poder, como muchos otros personajes que crea Mendoza. Javier admite que "lo que buscaba era el éxito a cualquier precio" (52) y sólo parece ver en el francés Lepprince la esperanza, la fortuna y, sobre todo, el acceso a ascender en las altas esferas sociales para abandonar la pobreza.

       Del mismo estilo son la Doloretas y Perico Serramadriles, compañeros de Miranda en el despacho de Cortabanyes, personajes que pasan su vida trabajando sin levantar cabeza. No podemos pasar por alto en el personaje de la Doloretas un aspecto que Mendoza trabajará en novelas posteriores: el bilingüismo y el aparente enfrentamiento entre las lenguas catalana y castellana. También, en el personaje de la secretaria, hemos de ver su crítica hacia un sistema de vida (el catalán) basado en el trabajo y en la escasez de diversión. No sin ironía, Mendoza sitúa la vivienda de la Doloretas (su nombre simbólico nos lo anticipa) en la calle Cambios Nuevos (339), la misma calle donde el 7 de junio de 1896 estalló una bomba al paso de la procesión del Corpus que causó doce muertos y más de treinta heridos. Este atentado junto a los de Paulino Pallás contra Martínez Campos (24 de septiembre de 1893) y Santiago Salvador en el Liceo (7 de noviembre de 1893) desató una represión gubernamental indiscriminada que desembocaría en el proceso de Montjuich.

       Esta visión de la sociedad catalana será uno de los puntos de apoyo en Sin noticias de Gurb . Sin embargo, también queda en la novela la defensa nacionalista ante las críticas foráneas, como cuando Miranda llega a su pueblo:

 

Con las nuevas amistades, las cosas eran aún peor. Experimentaban una visceral aversión por Cataluña y todo lo catalán. Su contacto con el comerciante desangelado, pretencioso y chauvinista les había creado una imagen del catalán de la que no se apeaban. Remedaban el acento, ironizaban y se mofaban del carácter regional y criticaban con exasperación el separatismo, abrumándome con argumentos como si yo fuera el portaestandarte de los defectos catalanes. (pág. 173)

 

       El proletariado forma un cuadro sin individualizar, presente en huelgas, mítines, ambientes anarquistas y discursos. Destaca Domingo Pajarito de Soto, un pseudointelectual bohemio, idealista desvalido e ingenuo, cuya alta misión obrera contrasta con la miseria de su vida, la generosa reflexión sobre la causa de los trabajadores y la ceguera e insensibilidad para la realidad cotidiana como la triste situación que padece su propia familia. El personaje de Pajarito bien podría estar basado en algún periodista ácrata del momento, como Fortunato Bartho, redactor jefe de la publicación Espartaco .[7] Incluso, en un sentido algo paródico, la denuncia en los periódicos de Pajarito recuerda vivamente las denuncias que sobre la corrupción policial y los agentes alemanes realizaba el sindicalista Ángel Pestaña en las páginas de Solidaridad Obrera . Es , pues, Pajarito un idealista muy particular que arriesga su vida de forma consciente por la lucha obrera pero que proporciona el desamparo a su propia familia por su difusa ideología utópica y sus preocupaciones sociales. Recordemos que este tipo de personaje, el anarquista idealizado, volverá a aparecer en novelas posteriores como el Pablo de La ciudad de los prodigios .

       Un grupo digno de mención es el que forman Julián y los miembros de la célula anarquista, caracterizados por su agresividad y el secreto de sus actuaciones; este grupo guarda una gran similitud con los anarquistas que describía Bastos Ansart en la novela que comentábamos anteriormente.

       Por último, los bajos fondos barceloneses, aparecen representados, entre otros, por María Coral, gitanilla de 18 ó 19 años, artista de cabaret que es un producto de la miseria; de ahí sus contradictorios perfiles. Lepprince la define certeramente: "Era suave, frágil, sensual como un gato; y también caprichosa, egoísta, desconcertante." Conoce el poder de su belleza misteriosa, la impresión que produce en los hombres y juega con ellos, como si se complaciera en dominarlos. Vital y esquiva, su única ambición es salir de la miseria al coste que sea. En el personaje de María Coral confluyen rasgos tradicionales: el romanticismo, el carácter folletinesco y, en general, la tradición folklórica.

       El tercer protagonista es un personaje del que Miranda, de forma característica, no ha tenido noticia alguna hasta el día del proceso. Se llama Nemesio Cabra Gómez. El primer apellido alude quizá al maestro Cabra del Buscón  o, simplemente, a que está loco como este animal. El referente real de este personaje está basado en la persona de un confidente de la policía que, según una crónica periodística del año 1918, mató de un tiro a un comisario. Y, como el agresor estaba loco, nunca se supo si fue un acto de demencia o si, simplemente, después de veinte años de chivato, decidió eliminar a la autoridad. Es un personaje que Mendoza recuperará en novelas posteriores como El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas .[8] Buen conocedor de esa zona de la sociedad donde el poder se exhibe sin asomo de mala conciencia (manicomio, comisarías, cárceles), se ve sometido a una permanente manipulación por parte de las bandas anarquistas y de la policía, y se convierte en un vagabundo con arrebatos de locura mística. Estas visiones de Nemesio (Capítulo IV de la primera parte, secuencias 87 y 89, recuerdan vivamente las del Luisito de Miau  de Galdós:

 

Es Jesucristo quien habla por mi boca. El otro día, ¿sabe?, vi una luz resplandeciente que traspasaba las paredes; tuve que cerrar los ojos para no volverme ciego..., y cuando los abrí, Él estaba delante, como está usted ahora, señor comisario, igual que usted, con el blanco sudario que le regaló la Magdalena. Sus ojos desprendían chispas y su barba tenía puntos luminosos como estrellas y en las manos llevaba sus llagas puestas como cuando se le apareció a santo Tomás, el incrédulo. (pág. 142)

 

       Por último, y ésta es una característica que se repetirá y será base narrativa en La ciudad de los prodigios  : la aparición de personajes históricos como personajes integrantes de la novela. Así, a lo largo de la historia son citados políticos como Francesc Cambó (fundador de la Sociedad Catalana y ministro), Alejandro Lerroux (fundador del Partido Radical y ministro), Antonio Maura (jefe del gobierno conservador), García Prieto (jefe del gobierno liberal), Eduardo Dato (jefe del gobierno conservador) y otros como Cánovas, Sagasta, el ingeniero Pearson o el mismísimo Alfonso XIII.

       También están presentes en la novela conocidos anarquistas revolucionarios como Paulino Pallás, Santiago Salvador, Ramón Sempau, Salvador Seguí y Francisco Ferrer Guardia, así como otros de quien novelescamente se sospecha que tienen relación con "el caso Savolta" como Andrés Nin.

       Finalmente, tampoco podemos olvidar dos personajes o motivos insistentes en las novelas de Mendoza y que se inician aquí. En primer lugar el cine, con su halo de fantasía y sueño. El Hollywood de directores como Douglas Fairbanks que aparece en nuestra novela volverá a ser centro importante en Una comedia ligera .

       En segundo lugar, otra obsesión del novelista, el mago chino Li Wong (51) que reaparecerá también en Una comedia ligera . En ambos casos, se trata de una evasión ensoñadora a través de personajes y motivos diferentes.

       En cuanto a las técnicas del retrato y la descripción, anotaremos que el retrato no se prodiga en la obra, pero los escasos que hay son admirables: el de Cortabanyes, el de Pajarito de Soto y algunos personajes secundarios. Paradójicamente, no encontraremos retratos de los personajes principales: no sabemos cómo son físicamente Javier o Lepprince; de María Coral, sólo conocemos la intensa impresión que produce su belleza.

       Mucho mayor es el lugar otorgado a las descripciones o pinturas de ambientes. Es imborrable la impresión que nos producen, por ejemplo, el cabaret, el salón de baile popular, la casa de Pajarito de Soto, el barrio Chino o el balneario. Tanto en retratos como en descripciones hallaremos muestras de una técnica realista tradicional, junto a tratamientos irónicos, poéticos, etc.

       Por último, no podemos olvidarnos del simbolismo de los nombres propios con los que juega el novelista, aprovechándose incluso de nombres reales. Como Cervantes, Galdós, Baroja o Cela, a Mendoza le encanta identificar a sus personajes con sus nombres, produciéndose muchas veces el juego irónico. Algunos ejemplos en nuestra novela son evidentes: Pepín Matacríos, Remedios "la loba de Murcia", Rocagrossa, Vicente Puentegarcía,  Perico Serramadriles, Doloretas, Doctor Flors, Sr. Farigola, Sargento Totorno, Augusto Casabona , Rosita "la idealista", Señor Follater, Max, Tío Burillas, bufete de abogados Hinder, Maladjusted and Mangle, el pistolero Lucas "el ciego"...

 


 

[1]. El origen del apellido Lepprince es incierto y Mendoza no lo ha explicado nunca. Apunto dos posibilidades: en el año 1888 uno de los pioneros en el estudio del fenómeno cinematográfico fue el francés Leprince que en ese año ya contaba con aparatos perfeccionados basados en faros múltiples. Es posible que Mendoza escogiera el nombre de su protagonista de esta persona. Aunque, probablemente, el nombre encierre un guiño de Mendoza: Lepprince, "el príncipe".

 

[2]. Soldevila, Ignacio (1984): La novela española desde 1936 , Madrid, Ed. Fundamentos, pág. 256.

 

[3]. Martínez Tomás, A. (1978): "Stavisky, estafador de guante blanco", Madrid, Historia y Vida ,  Extra 12, págs. 106-117.

 

[4]. El nombre de Teresa escogido para designar a la mujer de Pajarito no parece gratuito; varias mujeres relacionadas con el movimiento obrero se llamaban así: Teresa Sanmartí (mujer de Ferrer y Guardia), Teresa Claramunt (anarquista nacida en 1862) o Teresa de Mera, viuda del anarcosindicalista Cipriano de Mera.

 

[5]. op. cit., pág. 47.

 

[6]. Tuñón, art. cit., pág. 52.

 

[7]. Así lo recuerda Casal Gómez en su libro, página 130.

 

[8]. "Este ser marginal me vino sugerido por una noticia leída en un periódico, me pareció un sujeto interesante por su conducta inadecuada" (El Socialista, junio 1982, pág. 7).

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Eduardo Ruiz Tosaus. Nacido en Badalona (Barcelona) en 1968. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Ha presentado su tesis doctoral ¨La narrativa de Eduardo Mendoza, paradigma de la transgresión (1975-1996)¨ por la UNED (Madrid). Es profesor de Educación Secundaria en el colegio Maristas Valldemia.

(Otros fragmentos del autor en Filosofía y literatura)

© Eduardo Ruiz Tosaus, 2004

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