LENGUA Y LITERATURA                                                                                                         Volver a la Página principal
 

Garcilaso de la Vega

 (1501-1536)

Soneto XI


  Hermosas ninfas que, en el rio metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;

  agora estéis labrando embebecidas,             5
o tejiendo las telas delicadas;
agora unas con otras apartadas,
contándoos los amores y las vidas;

  dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme,               10
y no os detendréis mucho según ando;

  que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá de espacio consolarme.

 

Garcilaso de la Vega

 (1501-1536)
 

Soneto V

Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir a vos deseo:
vos sola lo escribiste; yo lo leo,
tan solo que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí lo que en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os a tomado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
 
 
:::::::::::::::::::::::::::
           Soneto XXIII
 
 
  En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
 
  y en tanto que el cabello, que en la vena      5
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
 
  coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado       10
cubra de nieve la hermosa cumbre;
 
  marchitará la rosa el viento helado.
Todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
 
 
Estrofa:  Soneto (catorce versos de once sílabas: 
          dos cuartetos [o serventesios] y dos tercetos)
 
 
Sílabas:   Once en cada verso
 
  1   2  3   4  5  6  7    8 9 10          + 1 = 11
  En tanto que de rosa_y | azu-cena
 
 1   2   3  4  5 6  7    8   9 10          + 1 = 11
se muestra la color en vuestro gesto,
 
1   2   3   4  5 6  7   8    9  10         + 1 = 11
y que vuestro mirar ardiente,_honesto,
 
1   2   3    4 5 6  7  8  9 10             + 1 = 11
enciende_al corazón y lo refrena;
 
 
Rima:  Rima perfecta con el esquema ABBA ABBA CDE DCE
 
  En tanto que de rosa y azucena                   A
se muestra la color en vuestro gesto,              B
y que vuestro mirar ardiente, honesto,             B
enciende al corazón y lo refrena;                  A
 
  y en tanto que el cabello, que en la vena        A
del oro se escogió, con vuelo presto,              B
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,            B
el viento mueve, esparce y desordena:              A
 
  coged de vuestra alegre primavera                C
el dulce fruto, antes que el tiempo airado         D
cubra de nieve la hermosa cumbre;                  E
 
  marchitará la rosa el viento helado.             D
Todo lo mudará la edad ligera                      C
por no hacer mudanza en su costumbre.              E
 

:::::::::::::::::::::::::

 

Égloga I. Comentario

http://www.ucm.es/info/especulo/numero25/egloga.html

 

Sobre Garcilaso y su obra

http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/Garcilaso.html

 

Garcilaso de la Vega

 (1501-1536)
 

 

           Egloga I

 

 

  El dulce lamentar de dos pastores,

Salicio juntamente y Nemoroso,

he de contar, sus quejas imitando;

cuyas ovejas al cantar sabroso

estaban muy atentas, los amores,                   5

(de pacer olvidadas) escuchando.

Tú, que ganaste obrando

un nombre en todo el mundo

y un grado sin segundo,

agora estés atento sólo y dado                     10

el ínclito gobierno del estado

albano; agora vuelto a la otra parte,

resplandeciente, armado,

representando en tierra el fiero Marte;

                                                

  agora de cuidados enojosos                       15

y de negocios libre, por ventura

andes a caza, el monte fatigando

en ardiente jinete, que apresura

el curso tras los ciervos temerosos,

que en vano su morir van dilatando;                20

espera, que en tornando

a ser restituido

al ocio ya perdido,

luego verás ejercitar mi pluma

por la infinita innumerable suma                   25

de tus virtudes y famosas obras,

antes que me consuma,

faltando a ti, que a todo el mondo sobras.

 

  En tanto que este tiempo que adivino

viene a sacarme de la deuda un día,                30

que se debe a tu fama y a tu gloria

(que es deuda general, no sólo mía,

mas de cualquier ingenio peregrino

que celebra lo digno de memoria),

el árbol de victoria,                              35

que ciñe estrechamente

tu gloriosa frente,

dé lugar a la hiedra que se planta

debajo de tu sombra, y se levanta

poco a poco, arrimada a tus loores;                40

y en cuanto esto se canta,

escucha tú el cantar de mis pastores.

 

  Saliendo de las ondas encendido,

rayaba de los montes al altura

el sol, cuando Salicio, recostado                  45

al pie de un alta haya en la verdura,

por donde un agua clara con sonido

atravesaba el fresco y verde prado,

él, con canto acordado

al rumor que sonaba,                               50

del agua que pasaba,

se quejaba tan dulce y blandamente

como si no estuviera de allí ausente

la que de su dolor culpa tenía;

y así, como presente,                              55

razonando con ella, le decía:

 

Salicio:

 

  ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,

y al encendido fuego en que me quemo

más helada que nieve, Galatea!,

estoy muriendo, y aún la vida temo;                60

témola con razón, pues tú me dejas,

que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.

Vergüenza he que me vea

ninguno en tal estado,

de ti desamparado,                                 65

y de mí mismo yo me corro agora.

¿De un alma te desdeñas ser señora,

donde siempre moraste, no pudiendo

de ella salir un hora?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              70

 

  El sol tiende los rayos de su lumbre

por montes y por valles, despertando

las aves y animales y la gente:

cuál por el aire claro va volando,

cuál por el verde valle o alta cumbre              75

paciendo va segura y libremente,

cuál con el sol presente

va de nuevo al oficio,

y al usado ejercicio

do su natura o menester le inclina,                80

siempre está en llanto esta ánima mezquina,

cuando la sombra el mondo va cubriendo,

o la luz se avecina.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

 

  ¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada,              85

sin mostrar un pequeño sentimiento

de que por ti Salicio triste muera,

dejas llevar (¡desconocida!) al viento

el amor y la fe que ser guardada

eternamente sólo a mí debiera?                     90

¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,

(pues ves desde tu altura

esta falsa perjura

causar la muerte de un estrecho amigo)

no recibe del cielo algún castigo?                 95

Si en pago del amor yo estoy muriendo,

¿qué hará el enemigo?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

 

  Por ti el silencio de la selva umbrosa,

por ti la esquividad y apartamiento                100

del solitario monte me agradaba;

por ti la verde hierba, el fresco viento,

el blanco lirio y colorada rosa

y dulce primavera deseaba.

¡Ay, cuánto me engañaba!                           105

¡Ay, cuán diferente era

y cuán de otra manera

lo que en tu falso pecho se escondía!

Bien claro con su voz me lo decía

la siniestra corneja, repitiendo                   110

la desventura mía.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

 

  ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,

(reputándolo yo por desvarío)

vi mi mal entre sueños, desdichado!                115

Soñaba que en el tiempo del estío

llevaba, por pasar allí la sienta,

a beber en el Tajo mi ganado;

y después de llegado,

sin saber de cuál arte,                            120

por desusada parte

y por nuevo camino el agua se iba;

ardiendo yo con la calor estiva,

el curso enajenado iba siguiendo

del agua fugitiva.                                 125

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

 

  Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?

Tus claros ojos ¿a quién los volviste?

¿Por quién tan sin respeto me trocaste?

Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?                  130

¿Cuál es el cuello que, como en cadena,

de tus hermosos brazos anudaste?

No hay corazón que baste,

aunque fuese de piedra,

viendo mi amada hiedra,                            135

de mí arrancada, en otro muro asida,

y mi parra en otro olmo entretejida,

que no se esté con llanto deshaciendo

hasta acabar la vida.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              140

 

  ¿Qué no se esperará de aquí adelante,

por difícil que sea y por incierto?

O ¿qué discordia no será juntada?,

y juntamente ¿qué tendrá por cierto,

o qué de hoy más no temerá el amante,              145

siendo a todo materia por ti dada?

Cuando tú enajenada

de mi cuidado fuiste,

notable causa diste,

y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,          150

que el más seguro tema con recelo

perder lo que estuviere poseyendo.

Salid fuera sin duelo,

salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

 

  Materia diste al mundo de esperanza              155

de alcanzar lo imposible y no pensado,

y de hacer juntar lo diferente,

dando a quien diste el corazón malvado,

quitándolo de mí con tal mudanza

que siempre sonará de gente en gente.              160

La cordera paciente

con el lobo hambriento

hará su ayuntamiento,

y con las simples aves sin ruido

harán las bravas sierpes ya su nido;               165

que mayor diferencia comprendo

de ti al que has escogido.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

 

  Siempre de nueva leche en el verano

y en el invierno abundo; en mi majada              170

la manteca y el queso está sobrado;

de mi cantar, pues, yo te vi agradada

tanto que no pudiera el mantuano

Títiro ser de ti más alabado.

No soy, pues, bien mirado,                         175

tan disforme ni feo;

que aún agora me veo

en esta agua que corre clara y pura,

y cierto no trocara mi figura

con ese que de mí se está riendo;                  180

¡trocara mi ventura!

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

 

  ¿Cómo te vine en tanto menosprecio?

¿Cómo te fui tan presto aborrecible?

¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?              185

Si no tuvieras condición terrible,

siempre fuera tenido de ti en precio,

y no viera de ti este apartamiento.

¿No sabes que sin cuento

buscan en el estío                                 190

mis ovejas el frío

de la sierra de Cuenca, y el gobierno

del abrigado Estremo en el invierno?

Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo

me estoy en llanto eterno!                         195

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

 

  Con mi llorar las piedras enternecen

su natural dureza y la quebrantan;

los árboles parece que se inclinan:

las aves que me escuchan, cuando cantan,           200

con diferente voz se condolecen,

y mi morir cantando me adivinan.

Las fieras, que reclinan

su cuerpo fatigado,

dejan el sosegado                                  205

sueño por escuchar mi llanto triste.

Tú sola contra mí te endureciste,

los ojos aún siquiera no volviendo

a lo que tú hiciste.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              210

 

  Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,

no dejes el lugar que tanto amaste,

que bien podrás venir de mí segura;

yo dejaré el lugar do me dejaste;               

ven, si por sólo esto te detienes;                 215

ves aquí un prado lleno de verdura,

ves aquí una espesura,

ves aquí una agua clara,

en otro tiempo cara,                            

a quien de ti con lágrimas me quejo.               220

Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo)

al que todo mi bien quitarme puede;

que pues el bien le dejo,

no es mucho que el lugar también le quede.      

 

  Aquí dio fin a su cantar Salicio,                225

y suspirando en el postrero acento,

soltó de llanto una profunda vena.

Queriendo el monte al grave sentimiento

de aquel dolor en algo ser propicio,            

con la pesada voz retumba y suena.                 230

La blanca Filomena,

casi como dolida

y a compasión movida,

dulcemente responde al son lloroso.             

Lo que cantó tras esto Nemoroso                    235

decidlo vos Piérides, que tanto

no puedo yo, ni oso,

que siento enflaquecer mi débil canto.

 

Nemoroso:

 

  Corrientes aguas, puras, cristalinas,

árboles que os estáis mirando en ellas,            240

verde prado, de fresca sombra lleno,

aves que aquí sembráis vuestras querellas,

hiedra que por los árboles caminas,

torciendo el paso por su verde seno:

yo me vi tan ajeno                                 245

del grave mal que siento,

que de puro contento

con vuestra soledad me recreaba,

donde con dulce sueño reposaba,

o con el pensamiento discurría                     250

por donde no hallaba

sino memorias llenas de alegría.

 

  Y en este mismo valle, donde agora

me entristezco y me canso, en el reposo

estuve ya contento y descansado.                   255

¡Oh bien caduco, vano y presuroso!

Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,

que despertando, a Elisa vi a mi lado.

¡Oh miserable hado!

¡Oh tela delicada,                                 260

antes de tiempo dada

a los agudos filos de la muerte!

Más convenible fuera aquesta suerte

a los cansados años de mi vida,

que es más que el hierro fuerte,                   265

pues no la ha quebrantado tu partida.

 

  ¿Dó están agora aquellos claros ojos

que llevaban tras sí, como colgada,

mi ánima doquier que ellos se volvían?

¿Dó está la blanca mano delicada,                  270

llena de vencimientos y despojos

que de mí mis sentidos le ofrecían?

Los cabellos que vían

con gran desprecio al oro,

como a menor tesoro,                               275

¿adónde están?  ¿Adónde el blando pecho?

¿Dó la columna que el dorado techo

con presunción graciosa sostenía?

Aquesto todo agora ya se encierra,

por desventura mía,                                280

en la fría, desierta y dura tierra.

 

  ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,

cuando en aqueste valle al fresco viento

andábamos cogiendo tiernas flores,

que había de ver con largo apartamiento            285

venir el triste y solitario día

que diese amargo fin a mis amores?

El cielo en mis dolores

cargó la mano tanto,

que a sempiterno llanto                            290

y a triste soledad me ha condenado;

y lo que siento más es verme atado

a la pesada vida y enojosa,

solo, desamparado,

ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.            295

 

  Después que nos dejaste, nunca pace

en hartura el ganado ya, ni acude

el campo al labrador con mano llena.

No hay bien que en mal no se convierta y mude:

la mala hierba al trigo ahoga, y nace              300

en lugar suyo la infelice avena;

la tierra, que de buena

gana nos producía

flores con que solía

quitar en sólo vellas mil enojos,                  305

produce agora en cambio estos abrojos,

ya de rigor de espinas intratable;

yo hago con mis ojos

crecer, llorando, el fruto miserable.

 

  Como al partir del sol la sombra crece,          310

y en cayendo su rayo se levanta

la negra escuridad que el mundo cubre,

de do viene el temor que nos espanta,

y la medrosa forma en que se ofrece

aquello que la noche nos encubre,                  315

hasta que el sol descubre

su luz pura y hermosa:

tal es la tenebrosa

noche de tu partir, en que he quedado

de sombra y de temor atormentado,                  320

hasta que muerte el tiempo determine

que a ver el deseado

sol de tu clara vista me encamine.

 

  Cual suele el ruiseñor con triste canto

quejarse, entre las hojas escondido,               325

del duro labrador, que cautamente

le despojó su caro y dulce nido

de los tiernos hijuelos, entre tanto

que del amado ramo estaba ausente,

y aquel dolor que siente                           330

con diferencia tanta

por la dulce garganta

despide, y a su canto el aire suena,

y la callada noche no refrena

su lamentable oficio y sus querellas,              335

trayendo de su pena

al cielo por testigo y las estrellas;

 

  desta manera suelto yo la rienda

a mi dolor, y así me quejo en vano

de la dureza de la muerte airada.                  340

Ella en mi corazón metió la mano,

y de allí me llevó mi dulce prenda,

que aquél era su nido y su morada.

¡Ay muerte arrebatada!

Por ti me estoy quejando                           345

al cielo y enojando

con importuno llanto al mundo todo:

tan desigual dolor no sufre modo.

No me podrán quitar el dolorido

sentir, si ya del todo                             350

primero no me quitan el sentido.

 

  Una parte guardé de tus cabellos,

Elisa, envueltos en un blanco paño,

que nunca de mi seno se me apartan;

descójolos, y de un dolor tamaño                   355

enternecerme siento, que sobre ellos

nunca mis ojos de llorar se hartan.

Sin que de allí se partan,

con sospiros calientes,

más que la llama ardientes,                        360

los enjugo del llanto, y de consuno

casi los paso y cuento uno a uno;

juntándolos, con un cordón los ato.

Tras esto el importuno

dolor me deja descansar un rato.                   365

 

  Mas luego a la memoria se me ofrece

aquella noche tenebrosa, escura,

que siempre aflige esta ánima mezquina

con la memoria de mi desventura

Verte presente agora me parece                     370

en aquel duro trance de Lucina,

y aquella voz divina,

con cuyo son y acentos

a los airados vientos

pudieras amansar, que agora es muda.               375

Me parece que oigo que a la cruda,

inexorable diosa demandabas

en aquel paso ayuda;

y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

 

  ¿Ibate tanto en perseguir las fieras?            380

¿Ibate tanto en un pastor dormido?

¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,

que, conmovida a compasión, oído

a los votos y lágrimas no dieras,

por no ver hecha tierra tal belleza,               385

o no ver la tristeza

en que tu Nemoroso

queda, que su reposo

era seguir tu oficio, persiguiendo

las fieras por los monte, y ofreciendo             390

a tus sagradas aras los despojos?

¿Y tú, ingrata, riendo

dejas morir mi bien ante los ojos?

 

  Divina Elisa, pues agora el cielo

con inmortales pies pisas y mides,                 395

y su mudanza ves, estando queda,

¿por qué de mí te olvidas y no pides

que se apresure el tiempo en que este velo

rompa del cuerpo, y verme libre pueda,

y en la tercera rueda,                             400

contigo mano a mano,

busquemos otro llano,

busquemos otros montes y otros ríos,

otros valles floridos y sombríos,

do descansar y siempre pueda verte                 405

ante los ojos míos,

sin miedo y sobresalto de perderte?

 

            ------

 

  Nunca pusieran fin al triste lloro

los pastores, ni fueran acabadas

las canciones que sólo el monte oía,               410

si mirando las nubes coloradas,

al tramontar del sol bordadas de oro,

no vieran que era ya pasado el día,

la sombra se veía

venir corriendo apriesa                            415

ya por la falda espesa

del altísimo monte, y recordando

ambos como de sueño, y acabando

el fugitivo sol, de luz escaso,

su ganado llevando,                                420

se fueran recogiendo paso a paso.

 
 
 
Estrofa: Aquí Garcilaso usa la estancia, que consta de versos de 
once sílabas (endecasílabos) y de siete (heptasílabos), con rima 
perfecta.  El número de versos puede variar.  Para este poema 
Garcilaso ha usado 14 versos en cada estrofa, según el modelo: 
ABCBACcddEEFeF.  (Nótese que las letras minúsculas representan 
los versos de siete sílabas.)
 
1   2  3  4 5  6   7  8   9 10       + 1 = 11
El dulce lamentar de dos pastores,
 
 1 2  3  4  5 6   7   8 9 10         + 1 = 11
Salicio juntamente_y Nemoroso,
 
 1  2  3  4    5    6 7  8 9 10      + 1 = 11
he de contar, sus quejas imitando;
 
 1 2  3 4 5  6   7  8   9 10         + 1 = 11
cuyas ovejas al cantar sabroso
 
1  2 3   4  5 6  7    8  9 10        + 1 = 11
estaban muy atentas, los amores,
 
  1  2 3  4  5 6 7   8  9  10        + 1 = 11
(de pacer olvidadas) escuchando.
 
 1    2  3 4   5   6                 + 1 = 7
Tú, que ganaste_obrando
 
1   2    3    4  5    6              + 1 = 7
un nombre_en todo_el mundo
 
 1     2 3  4   5 6                  + 1 = 7
y_un grado sin segundo,
 
1 2  3   4  5 6  7  8  9  10         + 1 = 11
agora_estés atento sólo_y dado
 
1  2   3 4  5  6  7  8  9 10         + 1 = 11
el ínclito gobierno del estado
 
1  2    3 4 5   6   7    8   9  10   + 1 = 11
Albano;_agora vuelto_a la_otra parte,
 
 1  2  3  4    5   6                 + 1 = 7
resplandeciente,_armado,
 
 1  2 3  4   5     6   7     8 9  10 + 1 = 11
representando_en tierra_el fiero Marte;
 
 
Rima:  Rima perfecta, en un esquema complicado: ABCBACcddEEFeF
 
  El dulce lamentar de dos pastores,      A
Salicio juntamente y Nemoroso,            B
he de contar, sus quejas imitando;        C
cuyas ovejas al cantar sabroso            B
estaban muy atentas, los amores,          A
(de pacer olvidadas) escuchando.          C
Tú, que ganaste obrando                   c
un nombre en todo el mundo                d
y un grado sin segundo,                   d
agora estés atento sólo y dado            E
el ínclito gobierno del Estado            E
Albano; agora vuelto a la otra parte,     F
resplandeciente, armado,                  e
representando en tierra el fiero Marte;   F
                                             

 

___________________________________
Fragmento de la Égloga I

Cual suele el ruiseñor con triste canto

quejarse, entre las hojas escondido,               325

del duro labrador, que cautamente

le despojó su caro y dulce nido

de los tiernos hijuelos, entre tanto

que del amado ramo estaba ausente,

y aquel dolor que siente                           330

con diferencia tanta

por la dulce garganta

despide, y a su canto el aire suena,

y la callada noche no refrena

su lamentable oficio y sus querellas,              335

trayendo de su pena

al cielo por testigo y las estrellas;

 

  desta manera suelto yo la rienda

a mi dolor, y así me quejo en vano

de la dureza de la muerte airada.                  340

Ella en mi corazón metió la mano,

y de allí me llevó mi dulce prenda,

que aquél era su nido y su morada.

¡Ay muerte arrebatada!

Por ti me estoy quejando                           345

al cielo y enojando

con importuno llanto al mundo todo:

tan desigual dolor no sufre modo.

No me podrán quitar el dolorido

sentir, si ya del todo                             350

primero no me quitan el sentido.