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Idealismo transcendental
Rivera de Rosales, “La reflexión transcendental sobre el cuerpo propio. Kant, Fichte y Schelling”, en Perspectivas filosóficas sobre el cuerpo. UNED, 2002
Kant. Conflicto entre las facultades I
Yo miro el mundo desde un punto de su espacio–tiempo, pero para poder hacer eso he de entrar en relación recíproca real con los demás fenómenos y situarme por tanto entre ellos corporalmente, o sea, he de identificarme con un cuerpo que a la vez cambie y permanezca (al menos relativamente) por una parte, y por otra que sea vivo y que se relacione sensiblemente con su mundo y la conciencia. No lo especificaba así Kant en su primera Crítica, pero debía haberlo hecho y tratar ahí el cuerpo propio como elemento transcendentalmente necesario para el conocimiento objetivo de la naturaleza. Que ese cuerpo sea mío, es decir, que yo me pueda identificar con él, debería haber sido tema de discusión en la segunda parte de la Crítica del Juicio. No fue así hasta el Opus postumun, pues el Kant de la primera Crítica no había tematizado la necesidad de un cuerpo vivido y sólo se había fijado en el aspecto externo de mi cuerpo, considerándolo sin más como una de las “cosas fuera de mí”, como mero cuerpo extenso y objetivado.
Kant Conflicto entre las facultades I “Pero ¿qué es la vida? Un reconocimiento físico de su existencia en el mundo y de su relación con las cosas exteriores; el cuerpo vive porque reacciona a las cosas exteriores, las considera como su mundo y las utiliza para su fin sin preocuparse más allá por su esencia. Sin cosas exteriores este cuerpo no sería un cuerpo vivo, y sin capacidad de acción del cuerpo las cosas exteriores no serían su mundo. De igual modo sucede con el entendimiento. Sólo gracias a su encuentro con las cosas exteriores surge este mundo; sin cosas exteriores estaría muerto, pero sin entendimiento no habría ninguna representación, sin representaciones ningún objeto y sin éstos tampoco el mundo del entendimiento; de igual modo que con otro entendimiento habría también otro mundo, lo cual es claro en el ejemplo de los locos. Luego el entendimiento es el creador de sus objetos y del mundo que forma; pero de manera que las cosas reales son las causas ocasionales de su acción y por tanto de las representaciones”. (Conflicto entre las facultades I. Ak. VII, 71–72)
En ese ámbito práxico es en donde debemos insertar originariamente el conocimiento. Pero aunque Kant establece aquí (en un texto posterior a la Crítica del Juicio) la analogía entre cuerpo vivo y el entendimiento, no llega a entrelazarlos, sin por ello tener que perder de vista su Idealismo transcendental y hacer del entendimiento un producto del cerebro.
(Rivera de Rosales, “La reflexión transcendental sobre el cuerpo propio. Kant, Fichte y Schelling”, 2002, p. 35)
Rivera de Rosales, La Crítica del Juicio teleológico y la corporalidad del sujeto. UNED, 1999
Kant, Crítica del Juicio, § 65
La génesis de la subjetividad, y el destino del sujeto La vida. Los seres orgánicos. El proyecto o finalidad natural
Kant, Crítica del Juicio, § 65: “En semejante producto de la naturaleza, del mismo modo que cada parte existe sólo mediante las demás, también ha de ser pensada como existiendo en orden a las demás y al todo, esto es, como instrumento (órgano). […] Ha de ser pensada como un órgano productor de las otras partes (por consiguiente, cada una productora de las demás, recíprocamente). […] Y sólo entonces y por eso, semejante producto, en cuanto ser organizado y que se organiza a sí mismo, puede ser llamado un fin de la naturaleza. En un reloj una parte sirve de instrumento para el movimiento de las demás, pero una rueda no es la causa eficiente que produzca las otras […] De ahí que tampoco reponga por sí mismo las partes que le falten o remedie las carencias de su primera formación […] En cambio, todo eso podemos esperarlo de la naturaleza organizada. Un ser organizado no es, por tanto, una mera máquina, pues ésta sólo tiene fuerza motriz, sino que él posee en sí fuerza configuradora, y tal, por cierto, que la comunica a la materia que aún no la tiene (la organiza), luego una fuerza configuradora que la propaga y engendra, la cual no puede ser explicada solamente mediante la capacidad de movimiento (mediante el mecanismo)”. (Kant, KU) :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: Rivera de Rosales, La Crítica del Juicio teleológico y la corporalidad del sujeto:
Cada individuo ha de ser como una corriente continua de materia en constante cambio de autoconstrucción y deconstrucción (metabolismo). El proyecto no es sin materia, pero tampoco es una materia concreta, sino la fuerza que la va configurando transitándola. El ser orgánico aparecerá como un río–logos heracliteano donde la materia fluya constantemente según un cosmos, conforme a una ley que rige la totalidad. Eso mostrará que el todo no es meramente un principio ideal de comprensión de la función o sentido de las partes, sino que exhibe cierta independencia y autonomía real, de manera que sus partes son más funciones que materia singular. Pero también tendrá que acomodarse a esa realidad, a la resistencia del mundo. Y se dará a sí mismo, en mayor o menor medida, la no acomodación, que hará imposible la realización completa de la finalidad, de la perfección interna natural. Esto será captado por la idealidad e interioridad como adverso (dolor) apareciendo físicamente en forma de degradación de lo orgánico (enfermedad), donde el proyecto o finalidad natural no tenga la fuerza de configurar convenientemente toda la materia necesaria, lo que podrá llevar a su desaparición (muerte). En realidad, debido a su finitud y a la resistencia del mundo, el proyecto nunca llegará a la perfección (lo que Platón comprendía como una perfección inherente a la materia). Incluso es muy probable que el proyecto como tal, no sólo el individuo se extinga, desapareciendo la raza humana o la vida misma, porque las condiciones materiales ya no lo permitan. Esto no impide que en algún momento pueda volver a despegar el vuelo, como lo consiguió en nuestro planeta hace millones de años, lo cual indica también que la materia o, quizás mejor, la “energía” es más de lo que físicamente detectamos de ella. Por esa misma finitud, el proyecto comportará ensayos, errores y nuevas reformulaciones, más acomodadas y complejas: es lo que llamamos evolución. Partiendo de sus propios productos como trampolín, como lugar de experimento y resultado de sus combinaciones, la fuerza engendradora, en cuanto fuerza imaginativa de la naturaleza, irá configurando una cadena de concreciones distintas del esquema de lo orgánico, cada vez más complicadamente organizadas […], con mayor conciencia de sí, lo cual es necesario pues se trata de un proyecto transcendental de génesis de la subjetividad, y el destino del sujeto es ser cada vez más consciente de sí mismo.
(Rivera de Rosales, La Crítica del Juicio teleológico y la corporalidad del sujeto, pp 75–83).
El
sentir primario
hace relación
no solamente a la idealidad de la
conciencia, sino también a la realidad del sujeto y a su
limitación, por eso “duele”, se siente, se es pasivo.
De ahí nace el interés teórico de objetivar la otra realidad
a fin de poder convertir en positiva dicha dependencia.
Interés teórico, que es en su raíz práctico y pragmático,
aun conservando su autonomía, su necesidad o a prioris
transcendentales.
Pues bien, el ámbito de lo estético en general,
y sobre todo de lo bello, en particular, surge cuando,
poniendo entre paréntesis ese interés teórico, técnico
pragmático (de dominación) por
la otra realidad,
la dejamos ser desde sí
misma, no la metemos en la trama de los conceptos, y abrimos
un ámbito en el que se manifiesta verdaderamente su
individualidad.
En ese
espejo, y en el
sentimiento que nos produce, reconocemos la
nuestra, nuestra realidad concreta, la concreción que somos
de libertad y naturaleza, de originariedad y
limitación o finitud, nuestro ser en el mundo.
Ante esa mirada poética, la
realitas de
las cosas del mundo se subjetiviza y empezamos a
con–vivir, a habitar–con, a co(n)–sentir.
(Rivera de Rosales: Guía de lectura de la
Crítica de la razón pura,
p. 95 UNED, 1992)
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