REALIDAD Y FICCIÓN                                                                          LECTURA, COMENTARIO, CREACIÓN Escríbenos

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Alquimias de la mente. La racionalidad y las emociones.

Ed. Paidós, 2002 (original 1999)

 

 

La racionalidad y las emociones

Jon Elster

 

            Las relaciones entre la racionalidad y las emociones configuran una intrincada maraña. Se pueden diferenciar tres conjuntos de cuestiones que coinciden sólo en parte.

            En primer lugar, podemos intentar determinar el impacto de las emociones en la racionalidad de la toma de decisiones y de la formación de creencias.

En segundo lugar, podemos preguntarnos si las propias emociones pueden ser valoradas como más o menos racionales, independientemente de su influencia en las elecciones que hacemos o en las creencias que nos formamos.

Y, en tercer lugar, podemos preguntarnos si las emociones pueden ser objeto de una elección racional, es decir, si las personas pueden entrar en una deliberación racional acerca de cuáles son las emociones que han de inducirse en sí mismas o en los demás y si realmente lo hacen.

 

En cuanto a al primer conjunto de cuestiones, la perspectiva tradicional es la de que las emociones suponen un estrobo para la elección racional. Son, por así decirlo, como arenilla en la maquinaria de la acción.

Más recientemente son varios los autores y autoras que han defendido una perspectiva revisionista según la cual las emociones, lejos de interferir en la toma racional de las decisiones, pueden llegar incluso a fomentarla. Así pues, se puede decir que las emociones nos ayudan a tomar decisiones funcionando como facores que deshacen el empate en los casos de indeterminación y que, de modo más general, mejoran la calidad de la toma de decisiones al hacer posible que nos centremos en los rasgos mas destacados de la situación.

Otra idea revisionista es la de que la formación racional de creencias es incompatible con el bienestar emocional (“la hipótesis del “más triste, pero más sabio”).

Hay quienes han adoptado posiciones contrarias tanto a la perspectiva tradicional como a la revisionista, afirmando que las emociones afectan sólo a los parámetros de la elección sin llegar a afectar a la racionalidad de la elección misma.

Según esta perspectiva, las emociones intervienen en las decisiones como costes y beneficios asociados a las diversas opciones, pero no como fuerzas psíquicas capaces de moldear o distorsionar los mecanismos de la elección.

 

……….

Corazonadas

Ronald de Sousa y Antonio Damasio sostienen que las emociones, más que arenilla en la maquinaria de la acción, pueden en realidad, fomentar la conducta racional en situaciones de indeterminación. Su argumento no es, o no es solamente) el de que una persona sin emociones tomaría decisiones irracionales. También afirman (y creo que ésta es su idea clave) que en muchas situaciones esa persona no tomaría decisión alguna o la retrasaría durante mucho tiempo y tal abstención o falta de inmediatez podría ser irracional. “Decidir también significa decidir prontamente, especialmente cuando el tiempo es de fundamental importancia” (Damasio, 1994, p. 169).

Tal como está formulada esa afirmación, no implica que las emociones tengan un papel causal a la hora de llegar a una decisión o en el hecho de que se llegue a ella antes que después.

No obstante, está claro que ambos autores quieren defender la tesis más fuerte según la cual las emociones intervienen causalmente en la toma de decisiones racionales.

[…]

De Sousa escribe: “El papel de la emoción es el suplementar la insuficiencia de la razón. […] Durante un tiempo variable, pero siempre limitado, una emoción limita la cantidad de información que el organismo va a tener en cuenta, las interferencias […] y el conjunto de opciones relevantes de entre las que va a escoger” (De Sousa, 1987: 195).

“Es muy posible que la emoción aumente el uso de esos instrumentos heurísticos, dada la deseabilidad de una acción rápida” (Frijda, 1986: 121).

Lo que posiblemente estamos observando en este caso, sin embargo, no es que la emoción esté haciendo lo que la razón no puede hacer, sino que la emoción está haciendo lo que la razón también podría hacer, pero de modo distinto.

[…]

Todos estos autores asumen que racionalidad equivale a lo que he llamado en una obra anterior adicción a la razón. […] Una persona racional sabe que es mejor seguir una simple regla decisoria mecánica que utilizar procedimientos más elaborados con mayores costes de oportunidad.

[…]

No deja de ser un tanto engañoso afirmar que las emociones son “un principio suplemental” que “llena el hueco” que hay entre el comportamiento a base de reflejos y la acción plenamente racional[1].

[…]

 

Las normas sociales se sustentan en las emociones de los agentes (y de los observadores) más que en las sanciones materiales (Ver el apartado III, 2).

 

Apartado III, 2:

 

He argumentado en alguna otra parte que las normas sociales constituyen una influencia enormemente poderosa sobre el comportamiento. Ahora creo, sin embargo, que había errado el énfasis en cierto sentido […] Ahora creo que la emoción de la vergüenza no constituye sólo un apoyo para las normas sociales, sino el apoyo.

 

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[1] El profesor Álvarez ha señalado en varias ocasiones su disconformidad con alguna de estas ideas de Jon Elster; no así con las de Damasio, a las se refiere como punto de partida en distintos trabajos.

 

 

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  1. Damasio

El error de Descartes

Ed. Crítica, 1999 (original 1994)

 

 

El cerebro centrado en el cuerpo

Si no hay cuerpo, no hay mente

 

            “Su cuerpo se ha ido a su cerebro” (el personaje de novela Dorothy Parker).

 

            Retomo la idea de que el cuerpo proporciona una base de referencia para la mente.

            Imagínese el lector que se dirige andando a su casa solo, alrededor de medianoche y que de repente se da cuenta de que alguien lo está siguiendo a no mucha distancia y de forma persistente. En el discurso del sentido común esto es lo que ocurre: el cerebro del lector detecta la amenaza; evoca unas cuantas opciones de respuesta; selecciona una; actúa en consecuencia y así reduce o elimina el riesgo. Sin embargo, tal y como hemos visto en la exposición sobre las emociones, las cosas son más complicadas. Los aspectos neuronales y químicos de la respuesta del cerebro producen un profundo cambio en la manera de operar de los tejidos y los sistemas de órganos enteros. La disponibilidad de energía y la tasa metabólica de todo el organismo se ven alteradas, al igual que ocurre con el estado de alerta del sistema inmunitario; todo el perfil bioquímico del organismo fluctúa rápidamente; los músculos esqueléticos que permiten el movimiento de la cabeza, el tronco y las extremidades se contraen; y las señales acerca de todos estos cambios son retransmitidas al cerebro, algunas a través de rutas neurales, otras a través de vías químicas en el torrente sanguíneo, de modo que el estado cambiante del cuerpo propiamente dicho, que se modifica continuamente, segundo a segundo, afecte al sistema nervioso central, de forma neural y química en diversos puntos. El resultado neto de que el cerebro detecte el peleigro (o cualquier otra situación excitante similar) es un apartarse muchísimo de la situación normal, tanto en sectores restringidos del organismo (cambios “locales”) como en el organismo en su conjunto (cambios “globales”). Y, lo que es más importante, los cambios tienen lugar a la vez en el cerebro y en el cuerpo propiamente dicho

 

            A pesar de los muchos ejemplos que se conocen en la actualidad de estos complejos ciclos de interacción, por lo general, cuerpo y cerebro se conceptualizan por separado, en estructura y función. Se suele descartar, si acaso se consideró la idea de que es todo el organismo, y no el cuerpo solo o el cerebro solo, lo que interactúa con el ambiente. Pero cuando vemos, u oímos, o gustamos, o tocamos, u olemos, en esta interacción con el ambiente participan el cuerpo propiamente dicho y el cerebro.

            Piénsese en la contemplación de un paisaje favorito. Está implicado en ella mucho más que la retina y las cortezas visuales del cerebro. Podría decirse que mientras que la córnea es pasiva, el cristalino y el iris no sólo dejan pasar la luz, sino que ajustan su forma y tamaño en respuesta a la escena que hay frente a ellos. El globo ocular es posicionado por varios músculos, de modo que pueda seguir de manera efectiva la posición de los objetos, y la cabeza y el cuello se mueven hasta la posición óptima. A menos que tengan lugar éstos y otros ajustes, no podemos ver mucho. Todos ellos dependen de señales que van del cerebro al cuerpo y de señales relacionadas que se dirigen del cuerpo al cerebro.

            A continuación, las señales sobre el paisaje se procesan en el interior del cerebro. Se activan estructuras subcorticales, como los colículos superiores. […] Mientras internamente se activa el conocimiento pertinente al paisaje a partir de representaciones disposicionales en estas distintas áreas cerebrales, el resto del cuerpo participa en el proceso. Tarde o temprano las vísceras se ven impelidas a reaccionar a las imágenes que estamos viendo y a las imágenes que nuestra memoria está generando internamente, en relación a lo que vemos. [… ]

            Así pues, percibir el ambiente no es sólo cuestión de que el cerebro reciba eñales directas procedentes de un determinado estímulo. El organismo se modifica activamente de manera que la interfase pueda tener lugar de la mejor manera posible. El cuerpo propiamente dicho no es pasivo.

            La razón por la que tienen lugar la mayoría de las interacciones con el ambiente es que el organismo requiere que ocurran para poder mantener la homeostasis, el estado de equilibrio funcional.

            El organismo actúa continuamente sobre el ambiente (las acciones y la exploración es lo primero que tiene lugar), de manera que pueda propiciar las acciones necesarias para la supervivencia.

            Debe sentir el ambiente.

            Percibir tiene que ver tanto con actuar sobre el ambiente como con recibir señales del mismo.

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Cuerpo y mundo

Rivera de Rosales, “La reflexión transcendental sobre el cuerpo propio. Kant, Fichte y Schelling”, en Perspectivas filosóficas sobre el cuerpo. UNED, 2002

 

Kant. Conflicto entre las facultades I

 

 

 

Yo miro el mundo desde un punto de su espacio–tiempo, pero para poder hacer eso he de entrar en relación recíproca real con los demás fenómenos y situarme por tanto entre ellos corporalmente, o sea, he de identificarme con un cuerpo que a la vez cambie y permanezca (al menos relativamente) por una parte, y por otra que sea vivo y que se relacione sensiblemente con su mundo y la conciencia. No lo especificaba así Kant en su primera Crítica, pero debía haberlo hecho y tratar ahí el cuerpo propio como elemento transcendentalmente necesario para el conocimiento objetivo de la naturaleza.

            Que ese cuerpo sea mío, es decir, que yo me pueda identificar con él, debería haber sido tema de discusión en la segunda parte de la Crítica del Juicio. No fue así hasta el Opus postumun, pues el Kant de la primera Crítica no había tematizado la necesidad de un cuerpo vivido y sólo se había fijado en el aspecto externo de mi cuerpo, considerándolo sin más como una de las “cosas fuera de mí”, como mero cuerpo extenso y objetivado.

 

Kant

Conflicto entre las facultades I

“Pero ¿qué es la vida? Un reconocimiento físico de su existencia en el mundo y de su relación con las cosas exteriores; el cuerpo vive porque reacciona a las cosas exteriores, las considera como su mundo y las utiliza para su fin sin preocuparse más allá por su esencia. Sin cosas exteriores este cuerpo no sería un cuerpo vivo, y sin capacidad de acción del cuerpo las cosas exteriores no serían su mundo. De igual modo sucede con el entendimiento. Sólo gracias a su encuentro con las cosas exteriores surge este mundo; sin cosas exteriores estaría muerto, pero sin entendimiento no habría ninguna representación, sin representaciones ningún objeto y sin éstos tampoco el mundo del entendimiento; de igual modo que con otro entendimiento habría también otro mundo, lo cual es claro en el ejemplo de los locos. Luego el entendimiento es el creador de sus objetos y del mundo que forma; pero de manera que las cosas reales son las causas ocasionales de su acción y por tanto de las representaciones”.

(Conflicto entre las facultades I. Ak. VII, 71–72)

 

En ese ámbito práxico es en donde debemos insertar originariamente el conocimiento. Pero aunque Kant establece aquí (en un texto posterior a la Crítica del Juicio) la analogía entre cuerpo vivo y el entendimiento, no llega a entrelazarlos, sin por ello tener que perder de vista su Idealismo transcendental y hacer del entendimiento un producto del cerebro.

 

 

(Rivera de Rosales, “La reflexión transcendental sobre el cuerpo propio. Kant, Fichte y Schelling”, 2002, p. 35)

 

 

 Rivera de Rosales, La Crítica del Juicio teleológico y la corporalidad del sujeto. UNED, 1999

 

 Kant, Crítica del Juicio, § 65

 

La génesis de la subjetividad, y el destino del sujeto

La vida. Los seres orgánicos. El proyecto o finalidad natural

           

            Kant, Crítica del Juicio, § 65:

            “En semejante producto de la naturaleza, del mismo modo que cada parte existe sólo mediante las demás, también ha de ser pensada como existiendo en orden a las demás y al todo, esto es, como instrumento (órgano). […] Ha de ser pensada como un órgano productor de las otras partes (por consiguiente, cada una productora de las demás, recíprocamente). […] Y sólo entonces y por eso, semejante producto, en cuanto ser organizado y que se organiza a sí mismo, puede ser llamado un fin de la naturaleza. En un reloj una parte sirve de instrumento para el movimiento de las demás, pero una rueda no es la causa eficiente que produzca las otras […] De ahí que tampoco reponga por sí mismo las partes que le falten o remedie las carencias de su primera formación […] En cambio, todo eso podemos esperarlo de la naturaleza organizada. Un ser organizado no es, por tanto, una mera máquina, pues ésta sólo tiene fuerza motriz, sino que él posee en sí fuerza configuradora, y tal, por cierto, que la comunica a la materia que aún no la tiene (la organiza), luego una fuerza configuradora que la propaga y engendra, la cual no puede ser explicada solamente mediante la capacidad de movimiento (mediante el mecanismo)”.

(Kant, KU)

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 Rivera de Rosales, La Crítica del Juicio teleológico y la corporalidad del sujeto:

 

            Cada individuo ha de ser como una corriente continua de materia en constante cambio de autoconstrucción y deconstrucción (metabolismo). El proyecto no es sin materia, pero tampoco es una materia concreta, sino la fuerza que la va configurando transitándola. El ser orgánico aparecerá como un río–logos heracliteano donde la materia fluya constantemente según un cosmos, conforme a una ley que rige la totalidad. Eso mostrará que el todo no es meramente un principio ideal de comprensión de la función o sentido de las partes, sino que exhibe cierta independencia y autonomía real, de manera que sus partes son más funciones que materia singular.

            Pero también tendrá que acomodarse a esa realidad, a la resistencia del mundo. Y se dará a sí mismo, en mayor o menor medida, la no acomodación, que hará imposible la realización completa de la finalidad, de la perfección interna natural. Esto será captado por la idealidad e interioridad como adverso (dolor) apareciendo físicamente en forma de degradación de lo orgánico (enfermedad), donde el proyecto o finalidad natural no tenga la fuerza de configurar convenientemente toda la materia necesaria, lo que podrá llevar a su desaparición (muerte).

            En realidad, debido a su finitud y a la resistencia del mundo, el proyecto nunca llegará a la perfección (lo que Platón comprendía como una perfección inherente a la materia). Incluso es muy probable que el proyecto como tal, no sólo el individuo se extinga, desapareciendo la raza humana o la vida misma, porque las condiciones materiales ya no lo permitan. Esto no impide que en algún momento pueda volver a despegar el vuelo, como lo consiguió en nuestro planeta hace millones de años, lo cual indica también que la materia o, quizás mejor, la “energía” es más de lo que físicamente detectamos de ella.

            Por esa misma finitud, el proyecto comportará ensayos, errores y nuevas reformulaciones, más acomodadas y complejas: es lo que llamamos evolución. Partiendo de sus propios productos como trampolín, como lugar de experimento y resultado de sus combinaciones, la fuerza engendradora, en cuanto fuerza imaginativa de la naturaleza, irá configurando una cadena de concreciones distintas del esquema de lo orgánico, cada vez más complicadamente organizadas […], con mayor conciencia de sí, lo cual es necesario pues se trata de un proyecto transcendental de génesis de la subjetividad, y el destino del sujeto es ser cada vez más consciente de sí mismo.

 

  (Rivera de Rosales, La Crítica del Juicio teleológico y la corporalidad del sujeto, pp 75–83).