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Algunos aspectos de

la racionalidad científica

en el marco del pensamiento

de T.S. Kuhn

 

ISMAEL SUÁREZ CEREZO

 

 

ÍNDICE

 

  

Introducción.

Racionalidad y Cambio Conceptual

Racionalidad, Aprendizaje e Intuición.

Elección de Teorías.

Una Noción Ampliada de Racionalidad.

Conclusiones Finales.  


 

Introducción

 

El tema elegido para este trabajo es el de la racionalidad científica en el marco del pensamiento de Thomas S. Kuhn. El motivo de la elección es, fundamentalmente, mi interés personal por el asunto de la racionalidad humana en general, aunque pienso que es bien claro que, además, se trata de una cuestión central tanto en la filosofía de la ciencia en general, como concretamente en el pensamiento de Kuhn.

 

Mi punto de partida es la consideración de que el análisis de la racionalidad científica no puede realizarse si no es situándolo en el ámbito de la racionalidad humana en general. Por ello, la propuesta de Kuhn de ampliar el estudio del desarrollo de la ciencia más allá de lo meramente formal y objetivo, alcanzando los aspectos subjetivos, sean individuales o sociales, me parece no sólo procedente, sino incluso obligado.

 

Cuando se analiza el comportamiento, a lo largo de la historia, de las diferentes comunidades científicas, salen a la luz una serie de cuestiones que afectan a la base misma del quehacer científico: los problemas referentes al método, a la construcción de las teorías, al progreso de la ciencia, a los objetivos que tiene o debe tener, a la posibilidad de alcanzarlos, etc., cuestiones todas que son vistas desde múltiples perspectivas, a menudo enfrentadas.

 

Los modelos denominados clásicamente “racionales”, consideran que la ciencia tiene una finalidad concreta, producir teorías, y que estas teorías significan, en general, un acercamiento cada vez mayor a la realidad existente. Consideran también que existe un conjunto de principios que permiten comparar teorías rivales sobre un marco determinado, es decir, una serie de criterios objetivos para la evaluación de las teorías. Los parámetros que permiten esa comparación serían solamente aquellos que son internos a la ciencia. Otro aspecto añadido es la consideración de la filosofía de la ciencia como algo normativo: debería indicar qué deben hacer los científicos para considerarse tales. Esto implica también que debe existir un método científico que guíe las investigaciones.

 

Los modelos denominados “no-racionales” consideran, por su parte, que los factores externos forman parte de la ciencia tanto como los internos. Sus defensores piensan que las diferentes teorías no son comparables, que son inconmensurables. Los conceptos de unas y otras teorías tendrían unos significados tan diferentes que hacen inútil su comparación. Kuhn llega a decir que es como si los defensores de teorías diferentes viviesen en mundos distintos. Otros, como Feyerabend, recalcan que incluso los mismos hechos son dependientes de las teorías. Respecto al método científico, tanto Kuhn como Feyerabend rechazan la existencia de un único método científico. El primero, por considerar que los métodos son dependientes de los paradigmas respectivos; el segundo, porque considera que la única manera de progresar en la ciencia es precisamente alejándose de los métodos y proponiendo teorías inconsistentes con los conocimientos actuales.

 

A la vista de esta dicotomía, debemos preguntarnos si la noción de racionalidad que subyace a la misma, resulta adecuada para el análisis del desarrollo de la ciencia. La idea tradicional de lo que es la ciencia apunta hacia una noción de racionalidad basada en la lógica y la argumentación estrictamente formal, pero parece una noción claramente limitada y que debe ser ampliada adecuadamente para acoger en su ámbito la mayor parte de los elementos involucrados en el desarrollo científico sin que pueda afirmarse que no es racional.

 

En ese sentido, pienso que Kuhn aporta una visión alternativa sobre lo que es o no racional en el quehacer científico, al postular que la elección entre paradigmas no se basa únicamente en la lógica y en la experimentación, sino que la argumentación y la persuasión también deben ser consideradas como parte del proceso. Considero que las propuestas de Kuhn pueden calificarse como racionales, pero con un concepto de racionalidad ampliado, que incluye aspectos referentes a procesos de pensamiento no formalizables, como son las intuiciones, las creencias, las emociones o las experiencias personales.

 

Vamos ahora a ir analizando cómo se enlazan estas cuestiones con distintos aspectos de los procesos de pensamiento de los seres humanos.

 

I.      Racionalidad y Cambio Conceptual.

 

En primer lugar, vamos a tratar el problema del cambio conceptual, cuestión que considero básica en el problema de la racionalidad científica.

 

Toulmin, en su obra La comprensión humana, enfrenta dos concepciones sobre la racionalidad humana: la absolutista, que encarna en Frege, y la relativista, que encarna en Colingwood. La primera concepción considera que existen unos principios fijos y universales de racionalidad; la segunda, considera que  la noción de racionalidad no tiene más que una aplicación local y temporal. Para Frege, la verdad es una y existe un núcleo interno de racionalidad por el que todos los seres humanos están unidos. Por ello, los patrones de juicio racional deben ser igualmente aplicables en todos los contextos históricos y culturales. Para Colingwood, no existe un punto de vista imparcial para el juicio racional. Sin embargo, como indica Toulmin, “ambos coinciden en suponer que nuestros conceptos y proposiciones están vinculados de modos lógicamente sistemáticos”[1], e igualan lo racional a lo lógico. El problema radica precisamente en esa identificación de racionalidad con logicidad.

 

Toulmin considera que es necesario abandonar estos análisis estáticos para intentar comprender la dinámica histórica del cambio conceptual y así discernir la naturaleza de la racionalidad[2]. Su reflexión se centra en la posibilidad de encontrar alternativas a la racionalidad formal, y propone que, a través del análisis del cambio conceptual, es decir, observando, dentro de las empresas racionales, cómo se introducen nuevos conceptos, cómo se desarrollan históricamente y cómo prueban su valor, podemos acariciar la esperanza de identificar la “racionalidad”.

 

Respecto a las tesis de Kuhn, Toulmin las considera “relativistas”, en la misma línea que Collingwood. La inconmensurabilidad de los paradigmas implicaría que las revoluciones científicas no pueden juzgarse racionalmente. Para Toulmin, dos paradigmas rivales no equivalen a visiones alternativas del mundo, y las revoluciones científicas se producen a través de discusiones sobre argumentos teóricos, y no ignorándolos. En mi opinión, Toulmin se encuentra entre los que no captan adecuadamente las propuestas de Kuhn. Las diferentes visiones del mundo existentes entre científicos que defienden paradigmas diferentes no implican falta de argumentación, sino dificultades de comprensión, que no resultan fácilmente superables. No es que no puedan discutirse y juzgarse racionalmente las bondades de las diferentes teorías, sino que debe considerarse la existencia de problemas de interpretación entre conceptos pertenecientes a teorías diferentes, así como el hecho de que existen múltiples factores que forman parte esas visiones del mundo.

 

Sí que resulta más interesante la sugerencia de Toulmin en el sentido de que, más que una explicación revolucionaria del cambio intelectual, “es necesaria una explicación evolutiva que muestre cómo se transforman progresivamente las “poblaciones conceptuales””[3]. Toulmin aboga por considerar el proceso histórico del cambio conceptual en términos de un modelo de población, en el que, en el proceso de variación conceptual hallamos factores intrínsecos (intelectuales) y extrínsecos (sociales) que influyen en su desarrollo.

 

En su examen de las argumentaciones científicas, indica que debe sustituirse el análisis en términos de argumentos formales por el análisis histórico. Todos nuestros juicios son resultado de una experiencia acumulada, tanto a nivel personal como colectivo, y no pueden generalizarse de forma única y permanente. Estas sugerencias no parecen nada alejadas de las tesis de Kuhn, y, de hecho, Toulmin reconoce la intención de Kuhn de extender la noción de racionalidad más allá del ámbito de la lógica formal. Lo que le critica es su consideración del cambio conceptual como una anomalía a explicar, aspecto que el propio Toulmin intenta superar. Sin embargo, sobre esto, yo diría que, más que una anomalía, Kuhn lo considera un hecho a explicar, pero un hecho que incluye un aspecto esencial para entender el desarrollo de la ciencia: las propias concepciones condicionan la comprensión de las novedades en la ciencia, es decir, nuestros conceptos actuales son condición de nuestras interpretaciones de esas novedades.

 

Toulmin se pregunta finalmente cómo reconciliar la necesidad de un punto de vista imparcial del juicio racional con los hechos de la diversidad conceptual y la variedad de normas racionales. Su respuesta hace referencia a un “enfoque ecológico”: las cuestiones de juicio racional colectivo deben ser consideradas en términos ecológicos, y no en términos formales. Este enfoque permitiría, a su juicio, la comparación racional prescindiendo de criterios de demarcación externos y de normas a priori. El enfoque toma en cuenta la experiencia anterior acumulada por los seres humanos en todas las sociedades y períodos históricos, para alcanzar un punto de vista imparcial y en continua revisión. Toulmin no desarrolla mucho la idea, pero me parece que no sería del desagrado de Kuhn, ya que llama la atención sobre la necesidad de incorporar los factores externos a la ciencia, incluyendo los históricos y sociales. También esta idea puede enlazar con otra que veremos posteriormente: la noción de racionalidad acotada.

 

En este análisis del cambio conceptual resulta también de interés la propuesta de Paul M. Churchland de sustituir la noción de cambio conceptual (Conceptual Change) por la de reorganización conceptual (Conceptual Redeployment). Churchland describe esta noción como “a process in which a conceptual framework that is already fully developed, and in regular use in some other domain of experience or comprehension, comes to be used for the first time in a new domain”[4]. Churchland considera que el cambio conceptual es, generalmente, una cuestión de reorganización conceptual, como opuesta a la idea de novedad conceptual. Según aduce, eso explicaría los casos de cambio conceptual repentino, los “click" en la comprensión de un determinado concepto, los cambios de visión (gestalt) o las conversiones repentinas a las nuevas teorías.

 

Kuhn proporciona un interesante ejemplo de este tipo de cambios conceptuales en la aplicación a la química que realizó John Dalton de conceptos procedentes de la física y la meteorología, para desarrollar su teoría atómica: “What all of Dalton’s accounts omit are the revolutionary effects of appliyng to chemistry a set of questions and concepts previously restricted to physics and meteorology. That is what Dalton did, and the result was a reorientation toward the field, a reorientation that taught chemists to ask new questions about and to draw new conclusions from old data”[5].

 

Esta idea resulta muy interesante ya que, además de explicar este tipo de “conversiones” que tanto Churchland como Kuhn destacan, nos proporciona una nueva vía de investigación sobre cómo se desarrolla la ciencia, y cómo una noción o concepto originado en un ámbito se aplica a otro, provocando en ocasiones importantes o incluso revolucionarios avances.

 

Por último, en cuanto al cambio conceptual, hay que tomar en consideración la posterior evolución de Kuhn hacia un análisis taxonómico del cambio conceptual. Peter Baker, Xian Chen y Hanne Andersen detallan, en un interesante texto[6], algunas características de esta evolución que vale la pena examinar aunque sea brevemente: Durante un cambio en una estructura taxonómica, algunas clases de términos antiguos se mantienen, a la vez que otras desaparecen, nuevas clases se añaden, y muchas otras se reorganizan de diferentes maneras. Así, al estar el cambio de significado restringido a algunas clases de términos, y no a otras, siempre existen conceptos que pueden ser utilizados como base para la comparación racional entre paradigmas rivales. De esta manera, se superaría el problema de la inconmensurabilidad y evitaría cualquier cargo de relativismo.

 

Estos autores consideran, además, que desde el punto de vista de la ciencia cognitiva, la investigación sobre la naturaleza de los conceptos presta un soporte adicional a la posición de Kuhn. Utilizan la idea de representación de conceptos en estructuras dinámicas (dynamic frame representation of concepts) para analizar la teoría de conceptos de Kuhn y revisan un caso de la historia de la ornitología que, desde este punto de vista, confirmaría las expectativas de la dinámica del cambio taxonómico de Kuhn. Las representaciones estructurales de las taxonomías referentes a las aves acuáticas y a las aves terrestres pre- y post-Darwinianas eran inconmensurables. Pero, a pesar de ello, eran comparables entre sí, por estar referidas a listas de atributos que eran compatibles y sobre las que se podía juzgar y evaluar racionalmente.

 

El ejemplo que presentan es instructivo. Analizan el concepto de pájaro (bird) a través de una estructura de representación formada por atributos tales como el cuello, el pico, el cuerpo, los pies y las piernas, con sus correspondientes valores para cada pájaro. Según esos atributos, los pájaros pueden agruparse en acuáticos y terrestres. A partir de aquí examinan la secuencia de cambios históricos ocurridos en la ornitología en el siglo XIX. En la versión pre-Darwiniana de Sundevall, los atributos utilizados para la clasificación eran el pico, las plumas, las alas, las piernas y los pies, y los grupos resultantes eran Nadadores (Pato, Cisne), Zancudas (Garza, Cigüeña) y Gallináceos (Gallina, Codorniz). En la clasificación post-Darwiniana de Gadow, los atributos utilizados estaban influenciados por la concepción evolucionista, y pasaban a ser el paladar, los músculos, los tendones, los intestinos y las alas, dando como resultado un grupo Anseriforme, que incluía dos subgrupos, Ansares y Palamedeae, y un grupo Galliforme. A primera vista, ambas clasificaciones, basadas en atributos diferentes, parecen inconmensurables. Sin embargo, las dos se basan en partes de las anatomías de los pájaros y, por tanto, pueden ser comparadas racionalmente, y puede evaluarse qué atributos pueden considerarse más relevantes para realizar una clasificación. En este caso concreto, el problema de dónde situar a los “screamers”, determinó que la clasificación de Gadow resultaba más adecuada. Este ejemplo, a su juicio, permite concluir que el mecanismo de cambio conceptual que se produce cuando una taxonomía reemplaza a otra confirma las expectativas de Kuhn y nos permite rechazar la acusación de que tales cambios no son susceptibles de comparación racional[7].

 

Su conclusión, con la que coincido, es que la relectura cognitiva de Kuhn finalmente derrumbará los mitos sobre su trabajo. Estiman, además, que el análisis que ellos mismos realizan, en el marco de esta reconstrucción cognitiva, muestra un amplio rango de factores que apoyan la mutua inteligibilidad y la evaluación racional de las posiciones en competencia[8].

 

Un último apunte, en cuanto a la cuestión del cambio conceptual, es el que hace referencia al papel de las metáforas en la ciencia. Me parece un tema muy interesante, y que puede ocupar un lugar destacado en la investigación del cambio conceptual. Varios autores se han ocupado de la cuestión, entre ellos el propio Kuhn. Eduardo de Bustos considera que la obra de Kuhn es un “hito fundamental” en “la reconsideración del papel de las metáforas en todas las dimensiones de la empresa científica, desde la formación de conceptos hasta la confrontación (comparación) y cambio de teorías”[9]. La introducción de nuevos términos científicos suele deber a las metáforas buena parte de su rendimiento heurístico y su éxito entre la comunidad científica. Además, como indica Kuhn, “Las conexiones entre el lenguaje científico y el mundo no están dadas de una vez por todas. El cambio de teoría va acompañado de un cambio en algunas de las metáforas relevantes y en las partes correspondientes de la red de semejanzas mediante las cuales los términos se conectan con el mundo”[10]. Pero incluso la metáfora, como destaca la teoría interaccionista de Max Black, no se limita a mostrar los aspectos de las semejanzas, sino que a menudo crea esas semejanzas. La mediación de las metáforas entre la realidad y el pensamiento, especialmente en el terreno de la ciencia, es una vía de investigación de sumo interés, aunque aquí quede tan sólo como una pequeña pincelada en este pequeño cuadro que estoy pintando.

 


 

 

II.      Racionalidad, Aprendizaje e Intuición.

 

Otro aspecto importante a tener en cuenta en el análisis de la racionalidad, muy relacionado con el cambio conceptual, es el de cómo los seres humanos aprendemos. Especialmente, la influencia de nuestros conceptos y estructuras de pensamiento previas para la comprensión de lo que nos rodea, incluyendo las teorías científicas. En muchos modelos de aprendizaje se presentan las relaciones de similitud como un hecho crucial en ese proceso. Aprendemos nuevas cosas según asociación y comparación con experiencias y hechos anteriores.

 

Las investigaciones de Paul Churchland[11], en el marco de la neurobiología cognitiva, apuntan hacia una concepción, tanto del cambio como del aprendizaje conceptual, basada en el funcionamiento de las redes neurales. La noción de activación de prototipos (prototype activation) resulta central en este análisis. Una red neuronal puede ser programada mediante algoritmos de retro-propagación y entrenada para el reconocimiento de distintos patrones de estimulación. Posteriores inputs son procesados por la red en función de la existencia de prototipos registrados anteriormente. Churchland piensa que estos prototipos son una referencia para las nuevas entradas de información y actúan como atractores dinámicos (dynamic attractors) hacia los cuales los diversos estímulos tienden a “caer”. Afirma que “At bottom, this is how you recognize the objects and situations in the world”[12]. Si los cerebros funcionan de la misma manera, la formación de prototipos sería una parte fundamental de nuestro aprendizaje y una condición para el reconocimiento de nuevos conceptos.

 

Kuhn ya había adelantado algunas de estas ideas. Destaca, especialmente, la noción de “relación de similitud aprendida” (learned similarity relationship), que considera de una importancia radical, recalcando que es un criterio básico de aprendizaje de los estudiantes: “His basic criterion is a perception of similarity that is both logically and psychologically prior to any other criteria...”[13]. Kuhn desarrolló algunos ejemplos sobre cómo el entrenamiento y la repetición de casos nos lleva a ver cosas diferentes a medida que se desarrolla el proceso de aprendizaje. Distinguir un pato, un ganso o un cisne, significa compararlos con una serie de modelos que se han ido almacenando previamente, construyéndose a partir de múltiples casos.

 

Estas propuestas nos permiten, además, incorporar a la discusión sobre la racionalidad un nuevo y muy importante aspecto: la intuición. La intuición siempre ha aparecido como una instancia misteriosa, producto de no se sabe qué circunstancias y orígenes, fuera del pensamiento lógico y racional. Sin embargo, si se estudia detenidamente, y especialmente a la luz de estas concepciones, podemos comprender la intuición como un elemento más de la racionalidad.

 

Hebert A. Simon, en su obra Naturaleza y límites de la razón humana, describe las experiencias de intuición como el reconocimiento de “viejos amigos”: “Intuición es la habilidad para reconocer a un amigo y rescatar de la memoria todo lo que se ha aprendido de él durante años de conocerlo”[14]. Personalmente, pienso que razón e intuición son dos aspectos de los mismos procesos de pensamiento. Gran parte de nuestras convicciones se basan en procesos similares a la intuición: tras múltiples experiencias de determinada clase, aprendemos a reconocer las situaciones o hechos futuros, aunque no seamos capaces de expresar formalmente o explicar ese reconocimiento. El reconocimiento de caras, por ejemplo, sigue esos mismos patrones. No podemos explicar en qué nos basamos o cómo somos capaces de realizar algo tan complejo como reconocer un rostro, pero lo hacemos, y basándonos en la similitud con percepciones recibidas anteriormente. La existencia de prototipos formados a partir de las caras con las que nos hemos ido familiarizando a lo largo de los años, no sólo nos permite una automatización del proceso de reconocimiento, sino que, además, nos permite hacerlo con una rapidez que no estaría al alcance de un algoritmo que ejecutase un proceso de análisis individualizado de elementos geométricos o espaciales. De la misma manera, pienso que puede reconocerse la existencia de una “intuición científica”: a través de años de estudio, trabajo e investigaciones, se aprende a reconocer y evaluar las teorías científicas. Se adquieren “prototipos” de lo que son teorías correctas y teorías incorrectas, según las experiencias que hayamos tenido directamente o de las que tengamos conocimiento por otros. Las teorías que se nos presentan posteriormente, tenderán a “caer” en uno u otro grupo según las similitudes que presenten, incluso antes de que podamos decir exactamente por qué. Estas “pre-evaluaciones” pueden ser en ocasiones difícilmente formalizables, pero no puede considerárselas irracionales. Quizá no podamos explicar cómo nuestra red neural cerebral realiza un proceso de reconocimiento, pero esto no quiere decir que no exista, y que no se base en experiencias previas válidas y racionales.

 

Kuhn concede gran importancia al papel de la intuición, frente al razonamiento explícito, en la aceptación de teorías científicas. En el examen que realiza Alexander Bird sobre cuál puede ser el balance entre razón e intuición en el pensamiento kuhniano, se inclina por la posibilidad de que Kuhn considere que “nuestros juicios sobre la calidad de una hipótesis sean producto de la intuición alimentada por la reflexión”[15]. Sin embargo, Bird afirma que “aunque sea plausible que los juicios sobre la calidad de una hipótesis se apoyan en un acto final de intuición, no es en absoluto claro que este poder de intuición nos venga dado por el aprendizaje de una relación de similaridad con soluciones ejemplares de enigmas”[16]. Creo que en esto Bird se equivoca, el aprendizaje de un gran número de casos, o ejemplares, sí nos prepara para un reconocimiento automático, llamémosle intuitivo, de casos futuros. Y, en base a ese conocimiento, saber si una teoría es mejor o peor sin necesidad de analizar en detalle todos sus postulados (igual que, por ejemplo, en ajedrez un buen jugador puede decir si una jugada es mejor o peor sin necesidad de analizar todas las combinaciones de jugadas posibles). En cualquier caso, plantear este análisis como razón versus intuición no me parece adecuado, ya que, en mi opinión, insisto, se trata de dos aspectos de los mismos procesos de pensamiento, y no pueden ser separados, y menos aún enfrentados.

 


 

 

III.      Elección de Teorías

 

Cuando los filósofos de la ciencia analizan la cuestión de la elección entre teorías, inevitablemente se realizan algunas de las siguientes preguntas: ¿Qué es lo que puede considerarse “racional” y qué no, a la hora de decidir qué teoría científica es mejor? ¿Es posible establecer una serie de criterios objetivos para la elección o siempre existirán factores subjetivos entremezclados? ¿Cuándo hablamos de “subjetivo”, a qué nos estamos refiriendo, a cuestiones de gusto o a juicios fundamentados, como indica Kuhn?

 

En primer lugar, habría que realizar una pequeña reflexión sobre cómo elegimos los seres humanos, sobre cómo tomamos decisiones en nuestras vidas diarias. Cuando se nos presentan distintas alternativas u opciones, solemos pensar en ellas intentando vislumbrar las ventajas e inconvenientes de tal o cual opción, las evaluamos internamente, y también externamente, muchas veces hablando con otras personas sobre la cuestión, argumentando a favor y en contra, etc. Pero no podemos dejar de atender a nuestras sensaciones: puede darnos la impresión de que esto es mejor que lo otro, sin poder decir porqué, sencillamente nos parece mejor, o nos gusta más. Cuando tomamos definitivamente la decisión, casi nunca podríamos decir exactamente porqué elegimos una cosa y no otra, ni cuál ha sido nuestro proceso de pensamiento hasta llegar a tomar esa decisión. O, en cualquier caso, se trata siempre más de justificaciones a posteriori de esas decisiones que de razonamientos previos que las expliquen.

 

En nuestras elecciones, de todo tipo, influyen nuestras experiencias anteriores, nuestras creencias individuales, nuestras preferencias personales. Cuando decidimos, no lo hacemos con un algoritmo de toma de decisiones, sino con un cerebro y con un cuerpo, construidos a lo largo de nuestras vidas. Y hay que hacer notar que las creencias científicas y las creencias ordinarias no parecen ser muy diferentes: se trata de convicciones, basadas en esas experiencias previas, que nos han mostrado ser válidas a lo largo del tiempo.

 

Pero pasemos ahora a la elección entre teorías científicas. Para Kuhn[17], una nueva teoría surge solamente después de un pronunciado fallo en la actividad normal de resolución de problemas. En ausencia de anomalías, no son necesarias alternativas a las teorías actuales. Sólo cuando la teoría comienza a resultar problemática, algunos científicos empiezan a perder la fe y a considerar alternativas, pero aún sin abandonarla. En principio, no se tratan las anomalías como contrainstancias; no puede darse por falsa una teoría por una anomalía, ni tampoco sería sensato abandonar una teoría sin una buena alternativa.

 

En esta situación, y ante la aparición de nuevas teorías que aspiran a ocupar el puesto de las anteriores, ¿cómo se realiza la elección? Por una parte, tenemos la cuestión de la dependencia de las teorías de los paradigmas en los que nacen: “The choice between competing paradigms… is not and cannot be determined merely by the evaluative procedures characteristic of normal science, for these depend in part upon a particular paradigm“[18]. Por otra parte, la elección es algo mucho más complejo que una simple comparación de datos: “The competition between paradigms is not the sort of battle that can be resolved by proofs”[19]. A lo que habría que añadir el hecho de que los científicos no resultan convencidos mediante simples argumentaciones. Para Max Planck, “a new scientific truth does not triumph by convincing its opponents and making them see the light, but rather because its opponents eventually die, and a new generation grows up that is familiar with it”[20].

 

Desde otro punto de vista, el denominado habitualmente “constructivismo social”, la explicación de la elección de teorías hay que buscarla en las fuerzas sociales. La versión débil de esta tendencia admite la existencia de una realidad sobre la cual los científicos teorizan y mantienen creencias, pero niega que esa realidad tenga una influencia determinante sobre la elección de teorías. La elección estaría fundada en lealtades políticas, relaciones sociales, intereses de clase, sentimientos nacionalistas, deseos de promoción profesional y otros factores de este tipo. La versión fuerte evita incluso las consideraciones sobre la realidad,  y toma como “real” simplemente lo que está establecido en las teorías aceptadas por los científicos. La realidad sería, pues, lo que los científicos creen que es real.

 

A Kuhn se le ha situado con frecuencia cercano a estas posiciones. Sin embargo, la posición de Kuhn solamente toma los factores sociales como algunos más entre todos los que afectan a los seres humanos en sus elecciones, y más bien con menor influencia que los factores individuales.

 

Visto todo esto, volvemos a la pregunta central: ¿cómo se eligen las teorías científicas? Pues, pienso que, consecuentemente, de forma similar a cualquier otro tipo de elección. La decisión final se basará en una mezcla de factores objetivos y subjetivos, personales y sociales que no son separables. Como indica Kuhn[21], “”Every individual choice between competing theories depends on a mixture of objective and subjective factors, or of shared and individual criteria”. Sean cuales sean los criterios de elección que añadamos como pertinentes para la evaluación de las teorías, serán solamente una parte más de ese entramado de circunstancias que diría Ortega que somos las personas. La intuición, las preferencias personales, la cultura, etc, también formar parte, inexcusablemente, de los criterios de elección de las teorías científicas.

 

Hay que considerar también, en relación con las palabras anteriores de Plank, la implicación y el compromiso de los científicos con las teorías de las que se sienten partícipes. Los científicos que han desarrollado una determinada teoría siempre serán más renuentes a aceptar otra nueva, mientras que los científicos noveles tenderán a ver con más simpatía nuevas y revolucionarias ideas. Son esclarecedoras las palabras de Werner Heisenberg: “La historia enseña que, por lo común, una teoría es aceptada, no porque esté libre de contradicciones ni en virtud de su claridad, sino porque uno espera poder participar en su elaboración y verificación. Es el deseo de nuestra propia actividad, la esperanza de ver los resultados de nuestro esfuerzo, lo que nos guía por el camino de la ciencia. Y ese deseo es más fuerte que todo juicio racional acerca de las ventajas de tal o cual idea teórica”[22].

 

Otra idea que considero muy interesante es la sugerencia de Kuhn[23] de que los criterios de elección como la precisión, la consistencia, el alcance o la simplicidad, funcionan, no como reglas que determinan la elección, sino como valores, que las influencian. Así, según Kuhn, dos personas comprometidas con los mismos valores, podrían, sin embargo, realizar elecciones diferentes en una situación particular. Esto no quiere decir que los valores no sean importantes para la decisión, sino que no suponen un algoritmo compartido para la elección. Kuhn se hace la pregunta de que cómo una empresa basada en valores de este tipo es capaz de desarrollarse tal como lo hace la ciencia, produciendo nuevas y poderosas técnicas para la predicción y el control, pero responde que no tiene la respuesta, sencillamente piensa que así es como sucede.

 

Esta sugerencia de Kuhn tiene relación con otro problema filosófico fundamental tanto de la ética como de la filosofía de la ciencia: la dicotomía hecho-valor. Frente a quienes consideran que los “valores” se encuentran fuera del dominio de la ciencia, e incluso del conocimiento, siendo meramente una expresión de nuestras emociones, están quienes defienden que los valores son algo objetivo. Autores como Mario Bunge o Hilary Putnam consideran que existen valores propios de la actividad científica y que, además, son objetivos. Putnam insiste en la necesidad de superar esa dicotomía para hacer posible la discusión racional sobre los valores éticos, y esa misma reclamación de superación nos sirve para recordar que los hechos mismos no están libres de valores. La actividad científica está imbricada en sistemas de valores que la condicionan, pero esto no implica estar abocados al relativismo; existen ámbitos de análisis para la comparación y la elección. Javier Echeverría, por ejemplo, ha propuesto la consideración de los valores no como cualidades de las cosas, sino como “funciones axiológicas” que se aplican a determinados argumentos. Esas funciones axiológicas no implican tampoco ningún tipo de algoritmo de resolución, pero sí muestran la posibilidad de comparación racional entre enunciados valorativos.

 

Para finalizar este apartado quiero examinar la defensa que Kuhn realiza ante las acusaciones específicas de relativismo y subjetivismo en la elección de teorías.

 

Pienso, con el propio Kuhn, que cuando se le acusa de que hace de la elección de teorías una cuestión de gustos, no se está comprendiendo el trasfondo de la cuestión. Kuhn se defiende de estas acusaciones[24] apelando a la distinción de dos sentidos del término “subjetivo” (subjective): uno, como opuesto a “objetivo” (objective); otro, como opuesto a “juicio objetivo” (judgmental). Según Kuhn, los críticos estarían entendiendo “subjetivo” como una cuestión de mero gusto, como opuesto al segundo sentido, a “juicio objetivo”, algo que puede ser evaluado, argumentado y discutido; mientras que él entiende “subjetivo” como un juicio que debe incluir factores dependientes de la biografía o la personalidad individual para poder ser interpretado.

 

Creo que, incluso yendo más allá de estas precisiones, podemos considerar que la propia noción de “gusto” puede ser sujeta a análisis de su significado. El término “gusto”, no hace referencia siempre a algo arbitrario. También podemos decir que se tiene mejor o peor gusto, o que algo es de buen o mal gusto. Y esto no es arbitrario, sino que se basa en unos conocimientos y consideraciones objetivas sobre determinadas cuestiones, sean pictóricas, musicales, culinarias o científicas. Desde este punto de vista, podríamos definir “gusto” como un juicio más o menos fundamentado no formalizable o traducible en argumentos proposicionales. Sería una sensación asociada a experiencias y conocimientos previos, adquiridos a través del aprendizaje. Por tanto, la evaluación como cuestión de gusto también puede considerarse algo racional. El gusto también se educa: en la pintura, en la música, en la comida, o en la ciencia.

 

Incluso, en ocasiones, las cuestiones estéticas y hasta las simpatías personales, llegan a formar parte de los elementos que intervienen en apoyar o rechazar una determinada teoría científica. Un famoso físico, del que no recuerdo el nombre, llegó a decir que le parecía mejor la teoría de Einstein que otras alternativas porque le resultaba más simpática. Creo que ni siquiera de una expresión como ésta, que parece no tener ninguna “base racional”, es decir, que parece no apoyarse en un juicio fundamentado, sino en una cuestión de mero gusto, podríamos decir que no tenga un fondo, más profundo, intuitivo y no expresable en argumentos con palabras.

 

Feyerabend, en relación a esta cuestión, afirmaba que “la elección de una cosmología básica puede llegar a ser también una cuestión de gusto” y que, además, “las cuestiones de gusto no están completamente fuera del alcance de la argumentación”[25], poniendo como ejemplo los poemas, que pueden ser comparados en su gramática, estructura sonora, ritmo, imágenes, y pueden ser evaluados sobre esas bases.

 

Según estos datos, parece, pues, que el conjunto de factores que influyen en la elección de teorías que Kuhn sugiere, resulta totalmente conforme con la manera en que se producen realmente de esas elecciones, y que, por tanto, resultan pertinentes en el análisis de la racionalidad científica.

 


 

 

IV.      Una noción ampliada de racionalidad

 

Como último apartado de este pequeño escrito, quiero abordar esta noción ampliada de racionalidad que estamos examinando desde una perspectiva que considero muy interesante y excelentemente fundada, y que aporta nuevas ideas para el desarrollo de estos conceptos: se trata de la noción de “Racionalidad Acotada”.

 

La racionalidad acotada atiende, fundamentalmente, a dos aspectos que sirven para enmarcar o acotar nuestra racionalidad: el primero es el de la limitación cognitiva de nuestros cerebros; el segundo, el de las condiciones del entorno que nos rodea. Es un hecho que tanto uno como otro aspecto, definen el marco en el que podemos movernos intelectualmente, en el que podemos pensar y actuar. El entorno tiene una importante función en la definición de lo que resulta o no ser racional, y las limitaciones cognitivas de los seres humanos obligan a tener en cuenta los factores no-cognitivos en la reflexión sobre la noción de racionalidad.

 

Considero, por otra parte, que es una noción que se ajusta en aspectos fundamentales al pensamiento kuhniano: por una parte, la idea de una acotación por el entorno es asimilable a la idea de paradigma y a la existencia de un marco cognitivo en el que la ciencia normal se desarrolla; por otra, la referencia a nuestra limitación cognitiva y la necesidad de incorporar otros factores los modelos de racionalidad, es similar a la reclamación de Kuhn de tener en cuenta ese otro tipo de factores, emocionales y personales, en la evaluación y elección entre teorías.

 

En cuanto a las condiciones del entorno, la sociedad en la que inevitablemente nacemos y nos educamos representa una “carga” para nuestros pensamientos. “Carga” en el sentido de que es un presupuesto de nuestro propio pensamiento: pensamos dentro de una determinada sociedad. Pero esa carga es también una ventaja adaptativa: recibimos una herencia cultural y social que nos permite movernos con ventaja en el entorno material en el que nacemos. Lo social nos condiciona, pues, en nuestras evaluaciones y toma de decisiones, pero gracias a lo social adquirimos una serie de conocimientos que nos permiten realizar esos procesos de manera rápida y económica. Como indican Gigerenzer y Selten: “Social norms can be seen as fast and frugal behavioral mechanisms that dispense with individual cost-benefit computations and decision making”[26]. Como ejemplo ponen la cultura, como sistema de valores y creencias que ayudan a los seres humanos a minimizar el número de posibles combinaciones disponibles a la hora de tomar decisiones a lo largo de sus vidas. Estos mecanismos son igualmente válidos en el marco global de la cultura y en el marco de la ciencia. Lo conocido y aceptado, el “paradigma” podríamos decir, es una base compartida que nos permite un desarrollo adecuado y un progreso continuo. No es necesario que cada persona que nace experimente y aprenda por sí misma de nuevo todo lo que sabe el resto de las personas para sobrevivir en el mundo. Tampoco es necesario que cada científico experimente por sí mismo todo lo necesario para alcanzar el nivel de conocimientos del resto de científicos. Lo conocido sirve como modelo de aprendizaje para personas y científicos, y en este sentido, la existencia de un “paradigma”, conocimiento compartido o como quiera llamarse, resulta ser un componente de nuestra racionalidad, un marco de nuestro pensamiento que nos supone una ventaja adaptativa.

 

El otro aspecto de la racionalidad acotada en este análisis es el de nuestra limitación cognitiva. Selten[27] destaca la incapacidad de los seres humanos de tomar decisiones basándonos en una racionalidad formal. Creo que cualquiera de nosotros podría hacer la prueba, como ejercicio, a la hora de tomar una decisión, de formalizar completamente al proceso que realiza, y luego, una vez tomada, contestar honradamente si esa formalización ha sido el proceso real de su decisión. No parece ser así. Las emociones y sentimientos son una parte fundamental de nuestros organismos que nos permite efectuar valoraciones y tomar decisiones sin conocer en detalle todos los parámetros y factores que influyen en una situación, o en el caso de la ciencia, sin conocer en detalle hasta el último dato o la última implicación de la aceptación de una determinada teoría.

 

 

Muchos autores destacan este papel de las emociones y concluyen que es un aspecto fundamental que no puede quedar fuera de un análisis de la racionalidad. Herbert A. Simon, por ejemplo, afirma que es necesario contemplar el papel de la emoción, y especialmente en su función selectiva entre las cosas de nuestro ambiente, a fin de contar con una teoría completa de la racionalidad humana[28].

 

Antonio Damasio pone énfasis en la eficacia de las emociones y sentimientos para la toma de decisiones antes de que cualquier proceso deductivo o análisis de tipo coste/beneficio pueda ponerse en marcha. Según su hipótesis del “marcador somático”, existen sentimientos que han sido conectados mediante el aprendizaje a determinadas situaciones, y ante expectativas de determinados resultados de acciones. Se trataría de una especie de alarmas que se activan de forma automática en esas situaciones, y que nos permiten descartar opciones y elegir a partir de un menor número de alternativas. Damasio afirma[29] que “los marcadores somáticos aumentan probablemente la precisión y la eficiencia del proceso de decisión” y que “la racionalidad está modelada por señales corporales”.

 

Para Antonio Damasio, los sentimientos y las emociones forman parte indisoluble de la racionalidad humana: “La acción de los impulsos biológicos, estados corporales y emociones puede ser un fundamento indispensable para la racionalidad”[30]. Las respuestas bioquímicas corporales no sólo nos ayudan a decidir, sino que son condición de posibilidad para tomar decisiones, tal y como se ha demostrado en diversos casos clínicos, como el famoso caso de Elliott, detallado por el propio Damasio, al que una operación en la corteza frontal le produjo la pérdida de la capacidad de sentir emociones. Pese a que su memoria y su capacidad de cálculo y razonamiento deductivo estaban intactos, no era capaz de tomar las decisiones más simples. Sin emociones no era capaz de evaluar las alternativas, la frialdad de sus razonamientos le impedía asignar valores a las diferentes opciones y, por tanto, tomar una decisión. Nuestra racionalidad está formada por una serie de elementos que no pueden ser separados sin que la propia capacidad racional se desmorone.

En Kuhn, esas emociones y sentimientos tampoco son algo ajeno al quehacer científico: “What the tradition sees as eliminable imperfections in its rules of choice I take to be in part responses to the essential nature of science”[31].

 

En mi opinión, no es en absoluto irracional que el cerebro atienda a los estados corporales a la hora de tomar decisiones, e incluso que ese estado corporal, la “sensación”, sea algo prioritario frente al cálculo lógico.  En muchas ocasiones, a lo largo de nuestra historia evolutiva como seres humanos, este comportamiento ha debido resultar crucial para salvar muchas vidas. Actualmente, sigue siendo fundamental como atajo en la toma de decisiones cuya complejidad en alternativas y ramificaciones en sus consecuencias llevaría a provocar un colapso en un sistema de decisión meramente algorítmico.


 

 

V.      Conclusiones finales

 

Por todo lo visto, parece claro que los seres humanos no tomamos decisiones únicamente por procedimientos de tipo lógico o algorítmico, sino que las sensaciones y las emociones influyen, decisivamente, en nuestras acciones y opiniones. También parece claro que esas sensaciones y emociones se han ido implementando en nuestros cerebros como parte de nuestros mecanismos de funcionamiento como organismos que viven en un determinado entorno, y que, por tanto, son parte integral de nuestra racionalidad. Feyerabend consideraba que “una empresa cuyo carácter humano puede verse por todos lados es preferible a una que se muestre “objetiva” e impermeable a los deseos y las acciones humanas. Las ciencias, después de todo, son nuestra propia creación, incluidos todos los severos standards que parecen imponernos”[32].

 

En esta línea, Kuhn nos ha mostrado que existen importantes aspectos de la naturaleza humana que son pertinentes en un análisis de la racionalidad científica, y que esos aspectos atañen a toda la empresa científica desde la investigación a la justificación. La racionalidad científica no es algo separado de nuestra racionalidad como seres humanos en cualquier otro asunto de nuestras vidas, y por tanto, no debe analizarse de forma separada. Todo aquello que resulta formar parte de nuestros seres en cualquier orden de la realidad, resulta también parte de nuestro “ser científico”. Aunque hay que insistir en el hecho de que esta ampliación de los factores y criterios implicados en el análisis del desarrollo científico no invalida ni los métodos, ni las demostraciones, ni la argumentación científica. Se trata de que lo que realmente ocurre va más allá de lo considerado “interno” a la ciencia.

 

Hemos visto, también, que las propuestas de Kuhn resultan reforzadas por las recientes investigaciones en neurobiología, y que las redes neurales ofrecen un modelo de gran interés para comprender los procesos de aprendizaje y de cambio conceptual, y en definitiva, para comprender el desarrollo de la ciencia. Pienso que es el camino más prometedor para descubrir cómo pensamos los seres humanos.


 

 

 

 

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[1] S. Toulmin, La comprensión humana, Alianza, Madrid, 1977, p. 92.

[2] Ibíd, p. 96.

[3] Ibíd, p. 131.

[4] P. M. Churchland, A Neurocomputational Perspective, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 1992, p. 236.

[5] T. S. Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions, The University of Chicago Press, Chicago, 1971, p. 139.

[6] P. Barker/X. Chen/H. Andersen, “Kuhn on Concepts and Categorization”, en T. Nickles (ed.), Thomas Kuhn, Cambridge University Press, Cambridge, 2003, p. 222.

[7] Ibíd, p. 229.

[8] Ibíd, p. 238.

[9] E. de Bustos, La Metáfora. Ensayos transdisciplinares, FCE, Madrid, 2000, p. 136.

[10] Kuhn, T. S., El camino desde la estructura, Paidós, Barcelona, 2002, p. 241.

[11] Paul M. Churchland, “On the Problem of Truth and the Immensity of Conceptual Space”, en G. Levine (ed.), Realism and Representation..., Univ. of Wisconsin Press, Madison (Wisconsin), 1993, p. 44 y ss.

[12] Ibíd, p. 61.

[13] T. S. Kuhn, The Essential Tension, The University of Chicago Press, Chicago & London, 1977, p. 308.

[14] H. A. Simon, Naturaleza y límites de la razón humana, FCE, México, 1989, p. 40.

[15]  A. Bird, Thomas Kuhn, Tecnos, Madrid, 2002, p. 135.

[16] Ibíd, p. 136.

[17] T. S. Kuhn, TSSR, p. 71 y ss.

[18] T. S. Kuhn, TSSR, p. 94.

[19] Ibíd, p. 148.

[20] Ibíd, p. 151.

[21] T. S. Kuhn, TET, p. 325.

[22] W. Heisenberg, “La tradición en la ciencia”, en W. Heisenberg, Encuentros y conversaciones con Einstein y otros ensayos, Alianza Editorial, Madrid, 1980, p. 14.

[23] T. S. Kuhn, TET, p. 331.

[24] Ibíd, p. 336 y ss.

[25] P. K. Feyerabend, Contra el método, Ariel, Barcelona, 1989, p. 120.

[26] G. Gigerenzer / R. Selten, “Rethinking Rationality”, en G. Gigerenzer / R. Selten (eds.), Bounded Rationality. The Adaptative Toolbox, The MIT Press, Cambridge, 2001, p. 10.

[27] R. Selten, “What is Bounded Rationality?” en G. Gigerenzer / R. Selten (eds.), Bounded Rationality. The Adaptative Toolbox, The MIT Press, Cambridge, 2001, pp. 14-15.

[28] H. A. Simon,  o.c.., p. 43.

[29] A. R. Damasio, El error de Descartes, Crítica, Barcelona, 2001, p. 166.

[30] Ibíd, p. 188.

[31] T. S. Kuhn, TET, p. 330.

[32] P. K. Feyerabend,  o.c.., p. 120.

 

 

© Ismael Suárez Cerezo, investigador en la UNED.

 

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