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Revista Diotima

 

 

Poemas de Jacinto Rivera de Rosales

 

       Acabo de encontrarme con un libro especial del profesor Rivera de Rosales: La luz de la jornada. Huerga y Fierro, 2000. No se trata de un libro sobre Kant, o sobre Fichte, no habla de Schelling ni de Hegel. Es un libro de poemas.

       Jacinto Rivera de Rosales ha logrado atrapar, en mi opinión, la hondura universal mediante la vivencia particular (delicadamente atenta). En especial me estremecen por lo vivos y "autoconscientes"; porque invitan a otra autoconciencia a releer la vida, el dolor y la muerte (y en medio de ellos, el amor, la esperanza y una nostalgia profundísima), tres de sus poemas: "Me adocenaron las alas", "Tanto bregar en desatino" y "Siempre me quedará", para mí un destello de luz en seis versos (que hablan de un "agente personal" o un ser humano consciente, capaz de asombrarse por las pequeñas luces de cada día, a las que sabe mirar por dentro).

        Hay muchas más cosas que decir, y muchos más poemas que comentar. Ya seguiré. Os paso tres de estos poemas.

                                                                              Mercedes Laguna (4-12-04)

                                         Foro por un mundo habitable: "Una ciudad y un balcón"

 

           Siempre me quedará

 

                    "Polvo seré, más polvo enamorado"

                            (Francisco de Quevedo)

 

 

        Deshecha la esperanza sólo quedan

        las palabras desnudas y los huesos.

 

        Deshecha la palabra y la figura

        queda sólo el gesto del silencio.

 

        Mas siempre quedará, aun en cenizas,

        todo el amor y el mar que siempre llevo.

 

 

                                (Jacinto Rivera de Rosales)

 

    Me  adocenaron las alas

 

 

Me asesinaron, me acuchillaron con cien mil esquinas

las espaldas. Curvaron

mi aliento como un interrogante usado.

Pisaron con extrañas voces

mi garganta abotagada de tanta palabra,

de tanto grito atragantado.

 

Y todo porque tenía en el alma hiel silvestre,

como si lo silvestre no fuera sangre o paloma,

como si en lo silvestre no hubiera madrugadas

y filos.

 

Y todo, digo, porque tenía el mar en mis ojos

y una gaviota amarga de vuelos en los remos

y en los labios.

                        Ya recuerdo, fue con las hélices;

me asesinaron con las hélices y los párrafos largos,

las psicologías maduras y las rectas,

mejor dicho las quebradas.

                        Me talaron por los montes,

donde nacía la blancura del loto y de la nieve,

donde crece el paisaje,

porque les dolía la llanura y el corzo,

porque nos dolía el mundo.

 

Se traicionaron las alas,

como lo hacemos cada minuto,

                               y rezaban y rezábamos:

“El suicidio nuestro de cada día

hagámoslo hoy”.

 

Me asesinaron, me acuchillaron las alas porque no cabían,

y ocupe la tumba exacta de cemento y yeso –de cuchillos siempre-

sin ese puñado de tierra y mar que nos pertenece.

-Recuerdo que el mar se alzaba de blanco, y azul entre las velas-.

  

                (Jacinto Rivera de Rosales)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        Tanto bregar en desatino

 

Todo está dicho y todo es mi condena.

Todo está dicho y todo lo mantengo.

Es difícil llegar a donde vengo,

sincero y descubriéndome la pena;

 

pero debo seguir con la cadena

de versos y palabras que sostengo,

pues me arde el alma, y todo el mar que tengo

me subleva la sangre y me encadena.

 

       (Jacinto Rivera de Rosales)

 

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