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Realidad y ficción Revista Lindaraja. Revista de estudios interdisciplinares ISSN: 1698 - 2169 | ||||||
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Las condiciones del pájaro solitario
José Ángel Valente
La forma se cumple sólo en el descondicionamiento radical de la palabra. La experiencia de la escritura es, en realidad, la experiencia de ese descondicionamiento y en ella ha de operarse ya la disolución de toda referencia o de toda predeterminación. Tal es la vía única que en la escritura lleva a lo poético, a la forma como repentina y libre manifestación. Quedan a un lado, por supuesto, los condicionamientos del lenguaje de la comunicación y los elementos censores que, de toda necesidad, el lenguaje utilitario aloja. Por eso, la escritura (o lo que acaso cabría llamar estado de escritura) se ha podido sentir en lo moderno (así lo siente explícitamente Flaubert) como un estado de suspensión de la vida, al que por lo demás nunca lo poético ha sido ajeno[1]. No es otro, en efecto, el estado de suspensión que en la galera del romance del conde Arnaldos aloja la aparición de lo poético: Marinero que la manda diciendo viene un cantar que la mar facía en calma, los vientos hace amainar, los peces que andan n’el hondo arriba los hac andar, las aves que andan volando n’el mástel las faz posar He ahí la soledad en que, como ruptura de lo sólito, la obra o la forma aparecen, si realmente se constituyen como tales, es decir, cuando son sólo espacio la epifanía o libre manifestación de la palabra. La obra o la forma tiene (en tal sentido ha de entenderse) entidad o naturaleza autónomas, son (y siempre en tal sentido) asemióticas, lo que las distinguiría del signo lingüístico en su funcionamiento ordinario, si aceptásemos, retomando una conocida distinción de Henri Focillon, que el signo significa y la forma se significa. En tal significarse de la forma las nociones de forma contenido se unifican, como en la forma se unen los contrarios. No otra cosa entendió acaso Nietzsche al decir que para ser artista ha de sentirse como contenido lo que el habla ordinaria llama forma. En el punto de unificación de la forma, la referencia al hombre o al autor –¿quién es el autor?- está ya de antemano disuelta. La experiencia personal ingresa en el movimiento natural del universo, en el Ursatz, en el movimiento primario que, a la vez, precede y la sucede. La obra es así anónima, como la poesía está, en verdad, hecha por todos. Soledad o libertad esencial de la obra, cuya definición mejor acaso fuese predicar de ella las cinco condiciones del pájaro solitario, según las declaró Juan de la Cruz, que deberían aprender los niños de memoria –cantando– en las escuelas: La primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente. -------------------------------------------------------- [1] Thomas Bernhard da, en lo inmediato, otra penetrante aproximación a este estado: “la escritura le advenía como a otros advienen los sueños, y como los sueños era frágil” (“Kulterer”, en An der Baumgrenze, 1969).
Publicado en José Ángel Valente: Variaciones sobre el pájaro y la red. Precedido de La piedra y el centro. Ed. Tusquets.Barelona, 2000.
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