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Temas fundamentales de la doctrina budista
Las Cuatro Nobles Verdades
1. La experiencia religiosa de Buda Gautama o el despertar de Siddharta.-
Resulta útil dividir la vida de Gautama en cuatro etapas en orden a describir brevemente sus experiencias en cada etapa, que recogen las intuiciones que Buda elaboró en un segundo momento cuando expuso su doctrina.
- La figura de Buda.-
Gautama Siddharta, fundador del Budismo, nació en Nepal hacia el 463 o 563 a. de C. Fue un predicador religioso, que anunció una ley (dharma) salvífica y fundó una comunidad (sangha) que agrupa a monjes y laicos. Su figura se ha convertido, no sólo para los seguidores de su doctrina, en uno de los grandes maestros espirituales que ha tenido la humanidad. Buda, en efecto, es todavía hoy uno de los modelos o “tipos” ideales, al que muchos desean parecerse. (1)
- El Buda histórico.-
Comienza el Budismo en el siglo VI antes de nuestra era, fundado por Gautama dentro de un contexto de religiosidad hinduista, a cuyos ojos se presenta como algo revolucionario. Aparece como un movimiento de reforma religiosa centrado en la meditación como medio de llegar a la iluminación liberadora y, últimamente, a la paz del Nirvana, fuera de la rueda de re-encarnaciones. Cualquiera puede llegar a la iluminación por un camino de salir de sí en la vida cotidiana., evitar los extremos y concentrarse en la meditación. Como niega autoridad a los famosos Vedas tradicionales, choca el Budismo con la ortodoxia brahmánica. Recordemos que también Sócrates y Jesús fueron tenidos por ateos... Por cierto, ninguno de los tres escribió una sola línea. Sus seguidores han sepultado a fuerza de exceso de palabras la sencillez y la radicalidad de los fundadores. Para evitar las confusiones que suele haber en torno al nombre, citado unas veces como Gautama, otras como Shakamuni, aclaremos ante todo: Siddharta es el nombre propio y Gautama el apellido de un sabio (eso significa muni) de la tribu de los shaka, llamado Buda, es decir, el Iluminado. Sobre las fechas de nacimiento y muerte del Buda no hay unanimidad entre los historiadores. Solía decirse 563-483 A.C. Más recientemente se han propuesto las fechas de 463-388 o también 448-368 A.C. Este príncipe es educado de un modo privilegiado, como correspondía a su rango, en medio de una sociedad de castas. El príncipe tiene cuanto quiere, pero vive en una especie de invernadero. Un día sale de su palacio y se le abren los ojos a la realidad. Tienen entonces lugar un cambio de ruta en su vida. Se trata del primero de tres cambios de ruta decisivos. Había sido un choque para este joven de 29 años el encuentro con el sufrimiento “dukkha”: había visto a un anciano decrépito, un enfermo, un cadáver que llevaban a enterrar y un asceta peregrino. Surge entonces el giro decisivo en su vida. Abandona familia y casa para entrar por un camino de ascesis. Se ha producido su primera conversión. En esta etapa aprendió que el “sufrimiento” (dukkha) es el destino de la humanidad; todas las cosas terrenas son precarias y, por eso, no pueden satisfacer los deseos fundamentales del hombre. Esta intuición se convirtió en el primer dogma de su doctrina de las “Cuatro Nobles Verdades”. “Verdad” que no es la verdad ontológica o epistemológica de la filosofía occidental (adaequatio rei et intellectus), sino que es, según Buda, una verdad metaética, fundada, en último análisis, en un principio meta-ético, es decir, el Buda-naturaleza o Dharma o manera de vida budista. Hay que notar que se da el primer paso para sustituir los parámetros ontológicos occidentales con un punto de vista meta-ético. Comienza a peregrinar mendigando y a practicar la meditación y el ayuno. Mientras considera la fugacidad de la vida, se van abriendo más y más sus ojos al desengaño y al desapego. Pero un día descubre que también por este camino hay extravíos. Aunque había pasado del palacio a la ascesis, no haya lo que busca. ¿De qué sirve, en ese caso, pasar de un extremo a otro? Es entonces cuando descubre la vía media y ocurre un nuevo cambio de ruta en su vida: su segunda conversión. Durante casi siete años, Gautama practicó con seriedad el Yoga, pero después lo abandonó considerándolo inútil. Comprendió que la meditación para ser eficaz requiere un cuerpo sano y descubrió que estaba a medio camino entre el ascetismo y la complacencia de los sentidos. Poco después Gautama se dirigió a Bodhagaya en la India central. Aquí meditó, sentado en la posición de loto, alcanzó la Iluminación (nirvana) y se convirtió en el Buda (el Iluminado). Se convenció que la excesiva filosofía distrae al hombre de lo más importante, que es la salvación. Su método para alcanzar la sabiduría salvífica era meditar sentado en posición de loto. Prefirió, ajustando la posición, regulando la respiración y preparando la mente, proceder desde el cuerpo hasta la mente. La iluminación se alcanza por y con el cuerpo, y no a pesar del cuerpo. Esto está en directa oposición con la manera occidental de pensar: reflexionar racionalmente, formular un juicio, voluntad de hacer algo y usar el cuerpo para hacerlo. Este es el segundo paso en la sustitución de los parámetros occidentales por los orientales. Descubre Gautama que la paz hallada mediante la contemplación y la vía media no debe monopolizarla para sí sólo. En vez de encerrarse en el propio aislamiento para disfrutar la iluminación, se siente llamado a transmitir a otros el camino descubierto. Ocurre entonces el tercer cambio en su vida, comienza a predicar y se le suman discípulos. Buda, tras su iluminación, podría haber permanecido tranquilo en un estado de permanente felicidad. Por el contrario, prefirió pensar en la salvación de los demás, enseñándoles cómo salvar a todos los seres vivientes y cómo formar una comunidad que se basara en el altruismo, en la compasión y en el recto actuar. Después de haber pasado cerca de 43 años predicando, pidiendo limosna y trabajando en aquella comunidad, alcanzó el último estadio del nirvana. La cuarta etapa de la vida de Gautama muestra que su intención fundamental era acoger el deseo de salvar todas las cosas vivientes, deseo que se convirtió en la intención principal del Budismo Mahayana. (2)
El Buda Shakyamuni compartía en buena medida la visión del mundo que prevalecía en la India de su época. Las respuestas que aportaba se inscriben por lo tanto en un contexto que de por sí se relacionaba con todos los indios. Sólo algunos raros materialistas ponían entonces en cuestión la idea según la cual la existencia humana no era un hecho aislado. Para los demás, la existencia sólo era un simple episodio en una serie (samsara) casi eterna de nacimientos y muertes, estando prisionero el ser humano de ese ciclo bueno o malo a causa de los actos (karma), de los que era responsable y que orientaban sus renacimientos. La finalidad tanto de la reflexión filosófica como de la práctica religiosa era la liberación (vimoksha) de este ciclo sin fin, a la cual podía llegarse gracias al dominio de la psique y de lo físico a través del yoga, o mediante la devoción (bhakti) a una divinidad. Esta liberación era concebida a menudo como una reunión del Yo individual (atman) y del Principio absoluto (brahman), o del atman individual y del atman supremo. La Bhagavad-Gita, cuya fecha de redacción es desgraciadamente poco segura, da quizá la idea de lo que eran las preocupaciones religiosas en una época bastante cercana a aquella en que vivió el Buda. El Buda no dudaba en absoluto, como los otros pensadores de la India, de la existencia de un orden que sostenía el mundo en todos los planos, el dharma (de la misma raíz que el latín, firmus, firmamento), fundamento de la realidad: su enseñanza , que era el reflejo exacto del mismo, recibía el mismo nombre. El dharma es por lo tanto, a la vez la realidad, el discurso sobre la realidad, los elementos de la realidad fenoménica que hay que superar y la conducta que hay que seguir para llegar a esa superación. El Buda aceptaba también el conjunto de la cosmogonía india, su representación elaborada de los mundos humanos y divinos, pero su doctrina no concede ningún lugar a la revelación védica como tal. (3) Toda la doctrina de Buda se basa sobre las Cuatro Nobles Verdades. Sobre este fundamento va él construyendo todo un sistema de pensamiento con una lógica inexorable. La Iluminación consiste precisamente en el conocimiento de estas cuatro Verdades y en el momento en que Gotaza penetró profundamente con la fuerza de su inteligencia en estas verdades, fue cuando se convirtió en el Buda, el Sabio, el Perfecto y adquirió la Bienaventuranza completa. (4)
2. La enseñanza moral de Buda.
Buda que renuncia a hacer metafísica y evita las disquisiciones filosóficas, no renuncia sin embargo a la reflexión ética y propone formas de vida centradas en la evitación del dolor y del sufrimiento, para lo cual se sirve de parábolas. Su método pragmático arranca de la situación ordinaria del ser humano sufriente. Su método es semejante al que practican los médicos: es preciso diagnosticar la enfermedad, establecer sus causas, descubrir que puede curarse, definir el tratamiento, cosa que describen las cuatro Nobles Verdades. Esta conducta le ha valido el título canónico de Gran Médico. Hoy se diría más bien el Gran Psiquiatra, ya que la enfermedad que cura es mental. No se trata de suprimir las enfermedades físicas, la vejez y la muerte, aunque es posible alejarlas. Aquello de lo que es posible curarse definitivamente son los venenos de la ignorancia, de los apegos y de las pasiones, por medio de la transformación interior, y gracias a la visión justa y al desapego. (5) Existe en la fuentes una unanimidad tan singular en relación con el contenido del primer sermón del Buda que no hay ninguna razón para no ver en el mismo el corazón de su experiencia cognitiva o lo que pensaba poder transmitir de la misma a los seres no despiertos. El tenor de este sermón puede parecer un tanto vago a primera vista. Se refiere esencialmente a la exposición de las “Cuatro Nobles Verdades” (o “realidades”, el término satya proviene de la raíz sánscrita para “ser”) que debe servir de guías al practicante de la vía media que constituye el budismo, a igual distancia de una vida de descuido y de la vana ascesis.
El Sermón de Benarés
El núcleo central de la doctrina del buda Siddharta Gautama es el Sermón de Benarés. Transcurridos cuarenta y nueve días desde su Despertar (“La puesta en marcha de la Rueda de la Ley” (6), de vuelta ya tanto de los placeres mundanos como de la mortificación: “Apartándose de estos extremos, ¡bonzos!, el tathagata (el Buda) ha descubierto el “camino medio”, el camino que depara visión y conocimiento, que conduce a la paz, al discernimiento, a la iluminación, al Nirvana. ¿Y cuál es el camino medio? Es el noble sendero óctuple, o sea: recto conocimiento, recto pensamiento, recta palabra, recta acción, recto esfuerzo, recta intención, recta concentración o meditación, recta intuición o fe justa...
Esta es, ¡bonzos!, la noble verdad del sufrimiento, dolor, mal, daño, insatisfacción. El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, el estar separado de quien se ama es sufrimiento, no alcanzar lo que se desea es sufrimiento. En suma, las cinco clases de cosas que pueden percibirse por los sentidos acarrean sufrimiento. Esta es, ¡bonzos!, la noble verdad del origen del sufrimiento: la sed que lleva al renacer, junto con el placer y el anhelo que alguna que otra vez tienen satisfacción: la sed de placer, la sed de vivir, la sed de lo transitorio. Esta es, ¡bonzos!, la noble verdad de la supresión del sufrimiento: la extinción de esta sed mediante la aniquilación incesante del deseo, no permitiendo que se adueñe de nosotros, desligándose de él, renunciando a él, no dejándole sitio alguno. Esta es, ¡bonzos!, la noble verdad del camino que conduce al término del sufrimiento: es el óctuple sendero, a saber, recto conocimiento, recto pensamiento, recta palabra, recta acción, recto esfuerzo, recta intención, recta concentración o meditación, recta intuición o fe justa”. (7)
a) La Primera Noble Verdad. La verdad sobre el dolor (sufrimiento).
Para Buda la existencia está amenazada por dukkha (duhkha, en sánscrito), que significa “dolor”, pero también “impermanencia”(mujo), “vacuidad”, “insustancialidad”, y todo lo que se oponga a una existencia feliz. (Así lo comenta Ceferino Santos). El dolor está presente en todas partes y es el que determina la investigación de la doctrina, el que da el tono a todo el pensamiento de Buda. El dolor es como un inmenso incendio que devora el mundo y lo hace temblar desde sus fundamentos. El dolor es un mal cósmico. Ningún samana (asceta), ningún personaje noble, ningún sacerdote, ningún Dios brahmánico, ni Mara –el demonio búdico- ni Brahma, el Señor Supremo del panteón hindú, nadie puede hacer que el dolor no exista en el mundo. Ningún poder, así sea sobrenatural, no puede reducir el dolor, El dolor es todopoderoso y fatal. ¿Cómo reaccionan los hombres ante la realidad del dolor que todo lo penetra? Unos buscan librarse del dolor entregándose desenfrenadamente a los placeres, con lo cual no consiguen sino aumentar el dolor, ya que el deseo nunca se apaga. Otros, como los brahmanes se entregan a exageradas prácticas de penitencia con lo cual se acarrean más tormento y dolor. Para superar el dolor Buda pide que se eviten los extremos y enseña la Vía del Centro. Aunque para muchos el Budismo presenta una visión pesimista, negativa y fatalista del mundo, en realidad no es así, porque si no podemos negar que el dolor está en todas partes, Buda enseña el camino para librarse del dolor, como se verá más adelante. (8) Frente al sufrimiento y dolor manifiestos y directamente experimentables se encuentra el dolor larvado en las sensaciones agradables, que son impermanentes y no duran, engendrando infelicidad con su cambio. Además del dolor que se agazapa en el placer, están también los estados condicionados al dolor, tales como las agrupaciones compuestas que llamamos “individuo”, “persona”, “yo”, que se encuentran sometidos a la ley universal del dolor. En el Budismo el “yo” está sometido al dolor. El “yo” es un compuesto de elementos sicofísicos que pueden asociarse en cinco agregados. Para Buda esos cinco agregados son esencialmente dolor y cambio: “debe decirse que dukkha son los cinco agregados del apego”. (9) El primer agregado es la materia (rupa), que abarca toda la corporeidad y sus sentidos. Para el budista estos elementos son sufrimiento, pero no sujeto sufriente. El segundo agregado son las sensaciones (vedana). Hay que admitir que existen sensaciones agradables, desagradables e indiferentes; pero para el budista se convierten en algo desagradable por su continuo cambio y fugaz inestabilidad. El tercer agregado lo componen las percepciones (sañña, sanyana en sánscrito), que alcanzan los objetos del mundo externo. Las formaciones mentales (samkhara) comprenden las voliciones, tanto buenas como malas, que pueden producir efectos kármicos. Estos productos kármicos forman el cuarto agregado. Por la ley del karma budista no es el alma la responsable en una futura existencia de sus actos buenos o malos, sino que la sucesión causal retributiva pasa de un acto a otro, como la llama de una antorcha a otra, siendo éstas entre sí diferentes. El acto o formación mental se convierte así también en algo transitorio, caduco, imperfecto y degenerativo, esto es, se convierte en dolor. El quinto y último agregado del compuesto individuo o “yo” budista es la conciencia (viññana), que es el conocimiento de las otras facultades o componentes en su actuación, sin que esto suponga para el budista tampoco una facultad espiritual o permanente frente al flujo de lo doloroso o impermanente.- Hay distintas clases de conciencia –visual, auditiva, mental-, pero siempre, según el budista, en estricta dependencia de la materia. El “yo” no es nada más que un rótulo para los cinco agregados impermanentes, con una ilusión de permanencia en su denominación. Todos los agregados fluyen, cambian, mueren; luego todo es dolor sin sujeto doliente; todos son actos pasajeros sin actor, drama sin personajes, matrimonio sin contrayentes. Pudiera parecer que el budista ante esta noble verdad del dolor debería ser pesimista. Sin embargo, el budista debe vivir en alegría porque conoce que el dolor es pasajero; no deber ser aumentado con la impaciencia; en realidad no hay un verdadero “yo” que sufra y, finalmente, las formaciones de dolor pueden transformarse al llegar a un estado de iluminación y budeidad liberadora. La iluminación enseña el origen del dolor y también su cesación. (10)
b) Segunda Noble Verdad. La verdad sobre el origen (samuyada) del dolor (sánscrito: duhja, pali: dukja). Es una constatación del malestar radical (11), que resulta inherente a toda forma de existencia, porque todos los compuestos fenoménicos son impermanentes y desprovistos de Yo (sin atman, lo que es contrario de las ideas indias corrientes), mientras que los seres deben creer en su permanencia y su individualidad (incluida la propia) como principio de sus acciones. Los que existen (dharma) son compuestos psico-fisiológicos de “cinco agregados” inseparables; estos agregados dan a la conciencia que los percibe la apariencia engañosa de una entidad única y se encuentran en el origen de los procesos de corrupción, de división, de apetencia que causan el dolor. Incluso lo que se toma por placer o felicidad resultará a fin de cuentas dolor, porque eso contribuye a vincular al ser con el ciclo de las existencias. (12) En el origen del sufrimiento fundamental se encuentra un conjunto de causas, cuya enumeración puede variar, pero que siempre se caracterizan por actuar conjuntamente. El Budismo no utiliza un modelo de causalidad simple y lineal, como puede encontrarse en las escuelas mecanicistas de Occidente, sino complejo, circular, en el que todas las causas reaccionan entre sí. Una presentación frecuente es la de los tres venenos de la ignorancia, el deseo y la repulsión. Estos dos últimos términos sería sin duda mejor traducirlos por apego al deseo y a la repulsión, ya que las fuerzas físicas o psicológicas, positivas o negativas, son de suyo neutras y necesarias. Pero, sometidas a la ignorancia, que les presenta como único fin el de sostener y satisfacer al yo, revisten la intensidad dramática de una misión imposible. En este contexto, la ignorancia es el desconocimiento de las Cuatro Nobles Verdades y por tanto la adhesión a un yo ilusorio, enraizado en sus pulsiones positivas o negativas, determinado por su pasado, conducido ciegamente hacia un objetivo delirante. El carácter ilusorio del yo (anatman) frecuentemente mal entendido en Occidente como si se tratara de una doctrina nihilista que busca la aniquilación de un yo realmente existente. El yo es una realidad empírica cierta, pero que se toma por lo que no es: un ser autónomo, existente por sí mismo, un ego estable en el centro del mundo. Desmontar este error, liberarse de sus apegos e identificaciones, deshacerse del egocentrismo, realizar la liberación última en el nirvana, tal es el objetivo de la enseñanza sobre la ilusión del yo. La personalidad empírica, como todos los fenómenos, está sometida a la ley del karma, que en buen sánscrito significa la acción y designa sencillamente la ley de la causalidad. Este término, lejos de sus deformaciones populares y modernas, designa, en el terreno psicológico, incluso físico, las consecuencias naturales, las tendencias, las adquisiciones provenientes del pasado y destinadas a constituir el futuro. Nada de todo esto difiere de lo que conocemos, en el marco de la vida occidental, sobre el funcionamiento psicológico consciente e inconsciente, fuera de que, y este punto tiene mucha importancia, la posibilidad de una reencarnación hace que estos factores dinámicos constitutivos del yo se transmiten al recién nacido, heredero de esta conciencia renaciente, de una vida a otra a través de la muerte. El ciclo continúa, grávido de los errores pasados, lo cual estimula al budista a desear romper por fin ese circulo. (13)
Las causas principales del dolor son la ignorancia (avidya) y el deseo (tanha).
Al hablar de la ignorancia, Buda se refiere ante todo a la ignorancia de las Cuatro Nobles Verdades, ya que ellas solas contienen las verdad única, cuyo conocimiento es condición para alcanzar la misma salvación. La ignorancia está determinada por una falsa concepción de las cosas. La ignorancia es una manera de designar la nada bajo el aspecto ilusorio del SER. Las cosas no son lo que aparecen. El hombre ignorante las toma como reales, pero ellas son solo maya, es decir, ilusión. La representación que tenemos del mundo se debe a percepciones de nuestros sentidos. Pero nuestros sentidos son perecederos y sus percepciones ilusorias. La sed o deseo egoísta se extiende no sólo a los placeres, las riquezas y el poder, sino también al apego por ideas, opiniones y creencias. Por el deseo pasa el hombre a la acción y al karma. El karma, en cuanto actividad, tiene efectos kármicos. El deseo de existir, de continuar, de ser, alcanza para el budista más allá de la muerte, como una llama que antes de consumir una antorcha se continúa en otra distinta. La vida que concluye condiciona la que comienza. (14) En cuanto al deseo, hay que decir que es múltiple en sus manifestaciones, pero se resume en la sed de existencia o en la sed de felicidad. Nuestros deseos nos atraen sin cesar a los bienes terrestres y crean lazos cada vez más estrechos y difíciles de romper. La sed de existencia que tuvimos en la vida anterior suscitó nuestra existencia actual. Los deseos acumulados a lo largo de nuestra vida nos encadenan a ella cada vez más. En el momento de la muerte, la sed que tenemos todavía de seguir viviendo nos hará renacer en una nueva condición. Y así seguirá dando vueltas la rueda de la transmigración: nuevo nacimiento, vejez y otra vez muerte. Precisamente estas tres experiencias son causa de dolor: nacimiento, vejez (junto con la enfermedad) y la muerte. De manera que para Buda la existencia proviene de la voluntad, del deseo de existir. Vivimos porque estamos poseídos por la sed de vivir. Sufrimos porque nuestros deseos insaciables nunca nos dejan en paz. Nuestros re-nacimientos no tienen fin porque la muerte nos sorprende insatisfechos y con deseos intensos de revivir. Deseo de la vida, deseo de felicidad, deseos de los órganos y de los sentidos, son otras tantas cadenas que nos atan fuertemente a la rueda de la transmigración. Todo es deseo porque todo es sufrimiento, y todo es sufrimiento porque todo es sed no apagada, todo es apego a lo pasajero, un vano abrazar de aquello que se nos escapa. “Igual que si la raíz queda intacta, un árbol, aún después de cortado, brota con vigor; así también si la excitación de la sed no está muerta, el dolor picará todavía y siempre”. (15) El Budismo presenta el mecanismo de la transmigración en forma de doce lazos, concatenados como causa y efecto, que atan el ser humano al dolor: 1- la ignorancia; 2 – las tendencias; 3 – la conciencia; 4 – el nombre y la forma; 5 – los seis sentidos; 6 – el contacto; 7 – la sensación; 8 – el deseo; 9 – el apego; 10 – el devenir; 11 – el renacimiento; 12 – la vejez y la muerte (melancolía y desesperación). (16)
c) La Tercera Noble Verdad. La verdad sobre la supresión del dolor.
El famoso Dhammapada (Camino de virtud) atribuye a Buda esta sentencia: “Así como vuelve a crecer el árbol cuyas raíces quedan intactas y firmes al ser talado, así continúa brotando el sufrimiento si no desarraigamos de nosotros el deseo”. (17) (25) Así, en este mundo, el Nirvana que el sabio puede alcanzar desde esta vida, no es otra cosa que el estado de perfección, la Sabiduría perfecta. El Nirvana es mas que la supresión de la ignorancia y el deseo, más aun que el estado sin pecado y sin dolor. El Budismo hace del Nirvana el dominio del más allá, un refugio supremo para aquel que ha podido librarse del círculo de la transmigración. 2. No tomar aquello que no te pertenece. 4. Relectura de las Cuatro Verdades Sublimes desde una perspectiva antropológica:
a) Hay algo que no funciona bien en esta humanidad que tropieza por doquier. Miremos donde miremos, nos encontramos con la realidad inevitable de lo profundo y extendido del mal. Lo propio de esta Primera Verdad es la constatación del hecho del sufrimiento y de la falta de felicidad. No se disimula el lado oscuro de la realidad y del ser humano.
Cuando uno se percata de esta realidad, y está dado el primer paso para desengañarse, despegarse y, en una palabra, liberarse. Aquí es donde juegan un papel importante las religiones. Las religiones están llamadas a aportar una palabra de orientación y fuerza para sobrellevar esta realidad del mal, común a los mortales. Lo más específico, en esta aportación por parte de la religiosidad, debería ser su ayuda para alcanzar la liberación. La actitud religiosa nos da lucidez para mirar cara a cara el aspecto doliente de la vida: nacer, envejecer, enfermar, morir. Ni Dios ni Buda nos quitan el sufrimiento, pero esta lucidez y capacidad de mirarlo cara a cara es ya indicio de un camino para superarlo. El Budismo pone el dedo en la llaga, señalando los aspectos de frustración en la vida humana. Pero no se limita a señalarla con el dedo. Hace ver sus causas: en medio de la impermanencia de todas las cosas, estamos como atados a la rueda del devenir, de la que no acabamos de despegarnos, a causa de nuestro apego al yo, que nos impide percatarnos de la transitoriedad y relatividad de todo.
b) La Segunda Verdad viene a decirnos que, de algún modo, siempre nos toca alguna parte a cada uno en la acumulación de sufrimiento que hay en el mundo. Las causas del sufrimiento se acumulan y todos tenemos parte en ello. Hay una parte que se acumula dentro de nosotros mismos. Todo el mal del mundo conecta de algún modo con raíces de mal en cada uno de nosotros.
Si ahondamos en las raíces de los males, tanto sociales como individuales, descubriremos que se relacionan, de una u otra manera, con raíces parecidas de mal dentro de cada uno de nosotros: desorientaciones, apegos, engaños, ilusiones, extravíos. De todo mal se puede decir que, de alguna manera, cooperamos cada uno a producirlo o, por lo menos, a aumentarlo o exagerarlo. De ningún mal podemos decir que nos viene completamente de fuera o que es ajeno del todo a nuestras propias raíces de mal. Si no estoy convencido de que las raíces del mal cometido por el más cruel de los terroristas conectan de algún modo con semillas de odio presentes dentro de mí mismo, no podré comprender ni la segunda verdad budista ni la parábola evangélica de la cizaña y el trigo. Es muy fuerte nuestra inclinación a acentuar el yo individual, tanto en uno mismo como en las demás realidades. Por eso es fácil que nos olvidemos de la íntima conexión de todo con todo. El resultado es un aumento de sufrimiento y de mal en el mundo. El Budismo ha formulado esta realidad mediante la llamada “cadena de la causalidad” (karma), que remite a la conexión de todo con todo y a la repercusión de todo con todo. Esta originación y dependencia mutua de todas las cosas interrelacionadas da lugar al mundo pasajero y efímero (samsara), en el que predomina el dolor (dukkha).
Hasta aquí las dos Primeras Verdades. Pero habrá que llevar cuidado para no limitarnos solamente a esta primera parte de las cuatro verdades. Si nos quedamos únicamente con estas dos primeras, no es de extrañar que se produzca una fuerte impresión de pesimismo. Todavía empeorará la manera de captar las cuatro verdades cuando vaya emparejada con interpretaciones nihilistas o quietistas del nirvana. La tercera verdad nos hablará del nirvana, como extinción del deseo, pero habrá que fijarse en lo positivo de esa extinción, que es un apagarse una candela porque se ha encendido un gran foco.
c) Al llegar a la Tercera Verdad comienza a abrirse camino una visión más optimista. Si las dos primeras verdades nos habían dejado como metidos en un túnel, la tercera nos dice que hay salida y nos muestra la luz.
No sólo hay una salida posible. Esa salida se lleva a cabo a través de una puerta que se abre desde dentro de nosotros mismos. Si en la segunda verdad descendimos desde la superficialidad de ignorar nuestras raíces de mal a la profundidad de mirar cara a cara nuestro lado oscuro, ahora bajamos aún más hondo: hasta el fondo mejor nuestro, allí donde somos infinitamente mejores de lo que creemos. Hay dentro de nosotros una capacidad de recuperar la paz, la alegría y la tranquilidad, de liberarnos mediante la reorientación del deseo. Hay siempre dentro de nosotros la capacidad y la posibilidad de un renacer. No se trata de mitos de renacimiento, sino de estar ya desde ahora renaciendo en esta vida. De este modo, si la segunda verdad budista me descubría que soy peor de lo que me creo cuando me autojustifico, la tercera me hace caer en la cuenta de que soy mejor de lo que me creo cuando me autocondeno. Cuando actúo como un asno es como si me hubiera muerto ya y reencarnado en un asno. Cuando actúo sensatamente, reorientando el deseo, se da el nirvana en esta vida, descubro y realizo lo divino en mí. (Esta es la profundidad de los símbolos y mitos de reencarnación cuando se los ve desde una hermenéutica que supere las ingenuidades de la versión literal, propia de la religiosidad popular). Esta manera de releer la tercera verdad puede conectar también con las psicoterapias. Restauramos nuestra salud corporal y mental desde el fondo precisamente de lo mejor nuestro. Hay en nuestro interior un poder de liberarnos que nos desborda. A pesar de la riqueza de esta tercera verdad, cuesta mucho comprenderla. Lo han obstaculizado a menudo las interpretaciones quietistas o nihilistas acerca del nirvana, a que acabo de aludir. No es adecuado concebir el nirvana como una mera extinción, el cese del carrusel de la cadena causal o la simple desaparición del sufrimiento al extinguirse un deseo, fácilmente confundible con imperturbabilidades estoicas. El nirvana connota algo mucho más positivo: beatitud, paz, liberación, seguridad, tranquilidad, profundidad, lucidez. Todo esto tiene sus raíces, según nos dice la tercera verdad, dentro de nosotros mismos. Si en el fondo del propio pozo estaba lo que nos perdía, allí yace también lo que nos salva, a la espera de que lo descubramos y aprovechemos.
d) Una vez llegados aquí, el Budismo nos recuerda: todo esto no se alcanza de la noche a la mañana. Hay que recorrer un camino. Y el camino es largo. La Cuarta Verdad dice que hay un sendero de ocho carriles. Formulado tal y como lo suelen expresar al pie de la letra las traducciones literales: correcto ver y pensar; correcto hablar, actuar y vivir; correcto esforzarse, atender y concentrarse.
Resumiendo estos ocho aspectos en uno solo: el arte de no exagerar. Ver y pensar sin exagerar; hablar, actuar y vivir sin exagerar; esforzarse, atender y concentrarse sin exagerar. Ver las cosas como son y adecuarse a la realidad, reaccionando sin exageración ante ella. Vivir desde sí y ante la realidad, sin exagerar ni en el modo de verse a sí mismo ni en el de ver la realidad, ni en el de actuar desde sí ante ella. ¿Qué hacer para ello? Salir de sí, nos dirán los maestros budistas por activa y por pasiva. Este salir de sí es un camino de terapia, iluminación y praxis que nos libera. Es un camino de salir de sí doblemente: en la contemplación, que da lucidez, y en la compasión, que nos hace salir hacia el otro liberadoramente. La óctuple vía de esta Cuarta Verdad conduce a la superación de cuanto impide, a causa de nuestras exageraciones, el dejar a las cosas ser como son, el dejar a la realidad que sea “tal cual es”, el dejar ser a las personas. Desde una libertad así, la Regla de Oro se parafrasea diciendo: “Deja a los demás como te gustaría que te dejaran ser a tí, para estar liberado y ser libre”. Hay un camino de terapia hacia esa iluminación y liberación: diez mandamientos y seis virtudes. Aquellos dan lucidez y éstas destellan hacia los otros. Se trata de una praxis y un camino que requiere tiempo: por eso la óctuple vía para liberarse de la exageración es larga. Lo común a los diversos recursos de este camino múltiple es el descentrarse, el salir de sí para encontrarse. Pueden agruparse en tres los ocho senderos citados: ver y pensar adecuadamente; hablar, actuar y vivir equilibradamente; esforzarse, atender y concentrarse unificadamente. Con formulación del P. Juan S. Rivera, S.J.: de la ilusión a la desilusión, del apego al desapego y del control al descontrol. Dicho de otro modo, abrir los ojos, tener el corazón desatado y acoger realidades y personas receptivamente y sin dominarlas. Corresponderían, según el P. Aloisius Pieris, S.J., estos tres bloques, respectivamente, a la ascesis y disciplina mental (correcto ver y pensar), la pureza moral (correcto hablar, actuar y vivir) y el conocimiento místico (correcto esfuerzo, atención y concentración).
En cuanto a los ocho carriles del sendero, se pueden desarrollar así: Ver adecuadamente: mirar el mundo sin exageraciones ni prejuicios y tratar de captar las cosas como son “sin pintar pies a la serpiente”, para que no se convierta en ciempiés. Pensar adecuadamente: no dejarse llevar de lo que nos centra obsesionadamente en el propio yo; liberarse de la avidez avariciosa, la agresividad, violencia, malevolencia y cuanto distorsiona la relación con los demás tal y como son. Liberarse del modo de pensar dominador y manipulador; hacerse receptivo para con la realidad y dejar que sea pensada tal cual es. Hablar adecuadamente: evitar las exageraciones, tanto por exceso como por defecto, con las que desfiguramos la realidad. Evitar injurias, mentiras, dobles lenguajes y engaños disimulados; superar con lenguaje amable los males de la lengua. Actuar adecudamente: evitar las ofensas contra las personas que suelen provenir de la actitud dominante y agresiva contra los otros en lo relativo a la vida, la propiedad o la sexualidad. Si, en vez de oprimir y aplastar así a los demás, les dejamos ser y dejamos a la realidad ser tal cual es, aparecerá la “naturaleza búdica” de todas las cosas y respetaremos la dignidad de todas las personas. Vivir adecuademte: tanto el lujo como la miseria forman parte de las exageraciones a evitar; también aquí se recomienda la “vía media” que se contenta sensatamente viviendo con lo que tiene. Esfuerzo adecuado: en el camino ascendente hacia la lucidez de la iluminación, el primer paso es algo tan elemental como esforzarse por evitar el mal, practicar el bien y purificar el corazón. A estas tres cosas se reduce, dicen los maestros, la enseñanza del Buda. Atención adecuada: en vez de perdernos en el momento presente, huyendo al pasado y al futuro, atender sin más a estar en lo que se está; en vez de dispersarnos acá y allá con mil cosas, nos paramos en lo único necesario; tanto al mirar al mundo como al mirarse a sí mismo, tanto al imaginar como al recordar, atendemos a lo esencial más allá de lo superficial. Concentración adecuada: no dejarse seducir por las distracciones que nos apartan del camino; no extraviarse, ni perder de vista lo esencial; dejarse iluminar.
Como podemos comprobar, toda la ética budista está contenida en los ocho carriles del sendero sugerido por la Cuarta Verdad. (37)
4. La Salvación como Curación: el mensaje cristiano.
Mientras que la tradición budista expresa la problemática humana en términos de duhkha, la visión cristiana presenta la condición humana como un estado de pecado, entendido como un estado de separación o alienación de Dios. En la historia de la creación del libro del Génesis, el hombre y la mujer, originalmente creados a imagen de Dios, escogen un curso que les separa de los planes de Dios y a partir del cual se sitúan en un estado de oposición a Dios, así como al resto de la creación. Es esa separación de Dios y del resto de la creación lo que enajena al hombre y a la mujer de sus verdaderas identidades creadas a imagen de Dios. Se debe hacer notar un punto importante, y es que el presupuesto inicial del mensaje cristiano no es que el hombre y la mujer han pecado sino que fueron originalmente creados a imagen de Dios, esto es fueron creados en principio en un estado de gracia, gozando de la presencia divina en sus vidas. Siguiendo el relato del Génesis, sea cual fuere su interpretación teológica, la caída ocurrió cuando el hombre y la mujer comieron del “fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal” en contra de la voluntad divina, perdiendo su estado de gracia por propia elección. El término utilizado ampliamente para expresar la comprensión cristiana de la condición humana –el pecado original- es un término equívoco que ha dado lugar a numerosos malentendidos y a actitudes distorsionadas fuera y dentro de la propia tradición cristiana. Se necesita recuperar la visión, a partir del propio relato del Génesis, de que nuestra condición original es la de un ser en estado de gracia y no de pecado. En otras palabras, lo que es “original” en nuestro ser creado es la gracia antes que el pecado. Las obras de los teólogos católicos Henri de Lubac, Kart Rahner, Edward Schillebeeckx, y otros han desarrollado este tema desde antes del Vaticano II. El movimiento reciente conocido como Espiritualidad de la Creación dirigido por Matthew Fox asume esa intuición y presenta sus implicaciones en relación con temas contemporáneos al tiempo que llama nuestra atención sobre los escritores místicos cristianos que evocan un espíritu similar. Pero el hecho es que, histórica y existencialmente, nos encontramos ahora en un estado de pecado, un estado de separación y alienación de Dios, la misma fuente de nuestra vida y de esa bendición original. Tal situación de alejamiento de Dios también puede ser denominada nuestra herida cósmica. Podemos reconocer en este estado de separación de Dios tres niveles. En primer lugar, la separación de Dios encuentra su expresión en nuestra alienación del mundo natural, el mundo de la creación de Dios. Hemos llegado a separarnos del resto de la creación, de la naturaleza, a la que consideramos algo externo y susceptible de control y conquista y sometimiento. Está alienación es la base de la crisis global ecológica con la que nos enfrentamos. El segundo nivel es la alienación de nuestros semejantes, creados también a imagen de Dios, una imagen a la que no estimamos del modo debido a causa de nuestra separación de Dios. En tal estado, consideramos a los demás en oposición a nosotros, como competidores, objetos, medios para nuestros propios fines. Este tipo de alienación que separa a unos de otros está en la base de la violencia humana que los seres humanos se perpetran entre sí. El tercer nivel es la alienación de nuestra propia identidad, hecha a imagen de Dios pero incapaz de reflejar esa imagen en nuestra conciencia y en nuestra forma de vida, preocupados como estamos por nuestras falsas e idealizadas imágenes de nosotros mismos. Las diversas facetas de nuestra herida existencial descritas con anterioridad también pueden verse en correspondencia con nuestro estado de alienación, y basadas en la misma herida cósmica. Eso es lo que tenemos presente al decir que la condición humana se encuentra en un estado de pecado y necesitada de salvación. La palabra salvación, un término clave para la comprensión de la cosmovisión cristiana, procede de la palabra latina salus, que quiere decir sano y salvo, y que a su vez procede del griego holos, que significa íntegro, completo. El evangelio cristiano, como un mensaje de salvación, también puede entenderse como un mensaje de curación que aporta integridad a nuestras vidas. El evangelio, o la buena noticia, se dirige a nosotros en cuanto enfermos de ese malestar cósmico, proclamando el camino en el que podemos sanar y recuperar nuestra integridad nuevamente. Eso puede acontecer mediante un cambio total de corazón y mente, una metanoia en la que experimentemos una renovación de nuestro ser al reconciliarnos con Dios, con nuestro verdadero ser, con nuestro prójimo, y con toda la creación. Así entendida, podemos ver la expresión budista de la situación humana en términos de duhkha, esto es, como una situación de extrañamiento, de malestar, de alejamiento de sí, encuentra una resonancia y un acuerdo básicos con la comprensión cristiana de nuestra afección cósmica. (38)
5. NOTAS
1. Conio C., Budismo. En: AA.VV., Nuevo Diccionario de Espiritualidad. Paulinas. Madrid 1991, 4ª., ed., pág. 141. 2. Kadowaki K., Budismo. En: Karotemprel (Dir.), Seguir a Cristo en la misión. Verbo Divino. Estella 1998, págs. 249-250; Masiá C.J., Caminos sapienciales de Oriente. Col. Crecimiento personal 66. Desclée De Brouwer. Bilbao 2002, págs. 13-15. 3. Robert J.N., El Budismo. Historia y fundamentos. En: Delumeau J. (Dir.), El hecho religioso. Alianza Editorial. Madrid 1995, págs. 435-436. 4. Sandoval I.J., Budismo y Cristianismo ante el Dolor. Impre-Jal., Guadalajara, Jal., 1999, pág. 33. 5. Bourgeois H., Schnetzler J.P., Oración y meditación en el Cristianismo y en el Budismo. Col. La Barca de Pedro 13. Mensajero. Bilbao 1999, págs. 14-15. 6. Cfr. Kennedy A., La rueda, la espiral y el mandala: Teoría y práctica del Budismo. Edicomunicación. Barcelona 1992. Citado por Díaz C., Religiones Personalistas y Religiones Transpersonalistas. Desclée De Brouwer. Bilbao 2003, pág. 129 nota 20; Cornu Ph., Diccionario Akal del Budismo. Col. Diccionarios 40. Editorial Akal. Madrid 2004, pág. 134. 7. Mahavagga I, 6,17-30. Citado por Díaz C., op.cit., pág. 129 nota 21. 8. Sandoval I.J., op.cit., págs. 33-34. 9. Samyutta Nikaya v.III, PTS, 158. Citado por Díaz C., op.cit., pág. 130 nota 22. 10. Idem págs. 130-131. 11. El profesor Bernard Franck utiliza a este respecto la palabra “desazón” empleada por Charles de Orleáns. Citado por Delumeau J., op.cit., pág. 436. 12. Idem. 13. Bourgois H., Schnetzler J.P., op.cit., págs. 15-16. 14. Díaz C., op.cit., pág. 131. 15. Frola E., (trad.), Dhammapada, Torino, Boringheri, 1979, no. 338. Citado por Sandoval I.J., op.cit., pág. 35 nota 25. 16. Sandoval I.J., Idem págs. 34-35. 17. Díaz C., op.cit., pág. 131 nota 23. 18. Idem págs. 131-132. 19. Delumeau J., op.cit., pág. 437. 20. Frola E., op.cit., No. 383. Citado por Sandoval I.J., op.cit., pág. 36 nota 26. 21. Ibidem No. 414. 22. Sandoval I.J., Ibidem págs. 35-36. 23. Low A., Introducción a la práctica del Zen. Kairós. Barcelona 2004, 3ª., ed., págs. 26-27. 24. Frola E., Ibidem No. 23. Citado por Sandoval I.J., op.cit., pág. 37 nota 28. 25. Samyutta Nikaya IV, 251. Citado por Bernard-Thierry S., Le Bouddhisme d’apres les Texts Palis, en: “France du Synthese”, Saigon, Tome XVI, Fevrier-Juin por Sandoval I.J., Ibídem pág. 37 nota 29. 26. Ibídem. 27. Samyutta Nikaya IV, 374 y 599. Citado por Bernard-Thierry S., op.cit., 622. A su vez citado por Sandoval I.J., Ibidem pág. 39 nota 31. 28. “Aquel (...) cuyo objeto es el vacío, el no-signo, la liberación, su camino no puede ser descrito, como tampoco lo es el de los pájaros en el aire”, Dham, 93, Dhammapada, Albin Michel, 1993. Citado por Bourgeois H., Schnetzler J.P., op.ct., pág. 17 nota 13. 29. Kalou Rinpoche, La voie du Bouddha selon la tradition tibétaine, Seuil, 1993, p. 52-56. Citado por Bourgeois H., Schnetzler J.P., op.cit., pág. 17 nota 14. 30. Henri Bourgeois, Idem. 31. Fuss M., Il Budhismo, apuntes “Ad usum privatum auditorium”. Roma. Universidad Gregoriana, 1977-1978, 22. Citado por Sandoval I.J., op.cit., págs. 39-40 nota 32. 32. Santos C., El Budismo. La rama tibetana en España. In “Pluralismo religioso” III. Atenas. Madrid 1997, 305-309. Citado por Díaz C., op.cit., pág. 132 nota 24. 33. Díaz C., op.cit., pág. 134. 34. Henri Bourgois. En: Bourgeois H., Schnetzler J.P., op.cit., pág. 18 nota 16. 35. Idem págs. 18-19. 36. Habito R., El aliento curativo. Col. Nuevos Fermentos 16. San Pablo. Madrid 1994, págs. 46-49. 37. Masiá C.J., Caminos..., op.cit, pags. 90-96; Idem Buda y los budismos. Fundación Santa María. Madrid 1996, págs., 20-27; Idem Budistas y cristianos. Col. Cuadernos FyS 39. Sal Terrae. Bilbao 1997, pág. 31; Echizen K., La dimensión religiosa del hombre. En: Castañeda J.F., Inoue H., Ser Humano. Col. Hermeneia 24. Sígueme. Salamanca 1984, pág. 26i; Habito R.L., El aliento..., op.cit., 41-49; Johnston W., La música callada. Col. Betania 49. Paulinas. Madrid 1988, 4ª., ed., págs. 201-213. 38. Habito R., op.cit., págs. 49-52.
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© Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza Revista Lindaraja Foro de Realidad y ficción www.filosofiayliteratura.org/zen/beneficioszen.htm Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza, M.G. (Misionero de Guadalupe). Nacido en Aguascalientes, Ags., (Méx.). Estudió filosofía en la Universidad Iberoamericana y teología en la Universidad Intercontinental, obteniendo el título de licenciado en teología. Ordenado sacerdote en 1983. Reside en Japón desde 1986. Párroco de Sukugawa, Pref. Fukushima (1992-1996). Representante de los Misioneros de Guadalupe ante el Consejo Diocesano de Pastoral de la Diócesis de Sendai, noroeste de Japón (1993-97) y del 2004 a la fecha miembro del Consejo Presbiteral y en ausencia del obispo del Consejo de Gobierno de la misma. Trabajo de Pastoral de Conjunto en la región de Aizu, Prefectura de Fukushima (1996-2004), donde fue director de dos grupos de contemplación Sadhana y Moderador de la misma (2002-2004). Practicó zazen con los Maestros Zen, Drs. Sato Kenko y Klaus Riesenhuber, S.J., y continúa bajo la asesoría del último. Desde febrero 2005 formará parte del Consejo Regional de la Misión de Japón de los Misioneros de Guadadalupe para el período 2005-2009. Actualmente reside en la catedral de Sendai.
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