REALIDAD Y FICCI�N                                                                          LECTURA, COMENTARIO, CREACI�N Escr�benos
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CR�TICA LITERARIA

COMENTARIO DE TEXTOS

 

1. Sobre los personajes de La verdad sobre el caso Savolta. Eduardo Ruiz Tosaus

2. Realidad y ficci�n en la novela: la ficcionalidad: Conchi Sarmiento V�zquez

 

Realidad y ficci�n en la novela: la ficcionalidad

CONCHI SARMIENTO V�ZQUEZ

 

La ficci�n es el mundo de las posibilidades, de lo que pudo ser y nunca fue, donde todo es posible todav�a porque podr� suceder pues a�n no ha ocurrido ni se sabe que jam�s no ocurrir�. La irrealidad de la ficci�n no es lo fant�stico ni lo inveros�mil sino lo siempre posible en la realidad.

El estatuto de ficcionalidad de una novela (y por ende, en los relatos), es una de las cuestiones m�s debatidas por la cr�tica y por las modernas teor�as de la literatura. Precisamente uno de los casos m�s pol�micos fue el que hace ya varios a�os protagoniz� Javier Mar�as con su novela "Todas las almas", que levant� tal revuelo en la cr�tica a la saz�n sobre su ficcionalidad o su calidad de realidad (el protagonista coincid�a sobremanera con el autor), que �ste se vio obligado a publicar una "novela explicativa" a la anterior, a la que titul� "Negra espalda del tiempo", en la que, aparte de autoproclamarse rey de la "isla" de Redonda,, justifica todos los aspectos m�s pretenciosos de ser reales en la novela anterior. Y no deja de ser c�mico que un escritor consagrado de la talla de Mar�as y en pleno siglo XX, se vea en la situaci�n de dar explicaciones sobre una de sus obras. Ese pacto t�cito entre lector y autor es, en ciertas ocasiones y dependiendo de los lectores, harto dif�cil de establecer. Demostrado queda.

Aunque sea v�lido afirmar que el individuo ficticio no es real, es necesario aceptar que lo ficticio tiene efectividad. Si el vocablo "ficci�n" se entiende como construcci�n de mundos todo el discurrir del ser humano sobre la realidad est� impregnado de ella. Es ficci�n la unidad y exageraste un gesto, la justicia es una convenci�n y simulaste no quererle, el tiempo es una invenci�n y fingi� creerte. Pero entendiendo "ficci�n" como falsedad o mentira se debe distinguir la ficci�n literaria. La mentira sobrepasa la verdad y la obra literaria sobrepasa al mundo real que incorpora ya que como advert�a Philip Sidney El poeta nada afirma y, por tanto, nunca miente. Esta forma de sobrepasar la realidad es algo muy distinto a la mentira. La f�rmula b�sica de la mentira y de la ficcionalidad es provocar la simultaneidad de lo que mutuamente es excluyente, soy fiel e infiel, venc� y perd�, estoy en Regi�n y en Barcelona. La condici�n que separa a las ficciones literarias de la mentira es que descubren su ficcionalidad, algo que la mentira no puede permitirse sin riesgo de interrogatorio y condena.

Hegel afirmaba sin afirmar que La persona es eso que no es lo que es y que es lo que no es. Esta deficiencia resulta ser el resorte de la ficcionalizaci�n, y la ficcionalidad, a su vez, cualifica lo que aqu�lla ha puesto en marcha: el proceso creativo y el c�mo y el por qu� de lo que representa Wolfang Iser advert�a que este resorte deriva de la dimensi�n antropol�gica de la ficci�n. La ficci�n permite a uno imaginarse. Un hombre recuerda que siendo ni�o no quiso jugar en equipo y hoy es empresario; inventa que si ella no ha llamado es porque contin�a reunida o decide que no la quiere; imagina que ma�ana llamar� a su hermano y cree que viajar� el pr�ximo verano. El mismo hombre recuerda que a los veinte dijo que se ir�a de casa y se fue a navegar, inventa durante un rato que su n�mero es el premiado y no descuelga el tel�fono impertinente, imagina que esa noche matar� al infiltrado y dormir�. En este sentido la ficci�n completa y compensa las carencias o frustraciones de la existencia humana. Pero la ficci�n revela, sobre todo, la radical imposibilidad de acceder a nosotros mismos de un modo directo. S�lo la ficci�n busca y encuentra nuestras posibilidades a trav�s de un juego de ocultaci�n y revelaci�n: la ficci�n se vale del enga�o y la simulaci�n para poner al descubierto verdades ocultas donde termina mi propio yo.
     Cruzar la frontera en la que finalizo exige exceder mis propias limitaciones de conocimiento: la ficcionalizaci�n empieza donde el conocimiento termina. La dificultad, o ser� imposibilidad, de conocer excita curiosidad y quien curiosea inventa. En las narraciones coexisten lo real y lo posible, en las vidas coexisten verdades y ficciones, gratuitas o no. Habr� quien satisfaga la deficiencia de no ser lo que es y ser lo que no es siendo espectador de las obras y de las vidas de otros. A quien no le basta la ficci�n ajena inventa otro lugar m�s soportable para vivir y filma, fotograf�a, act�a o escribe. Asumir esa anomal�a y dedicarse al placentero arte de inventar y contar historias permite vivir buena parte del tiempo instalado en la ficci�n, seguramente el �nico lugar soportable o el que lo es m�s para Javier Mar�as y para tantos otros fantaseadores declarados. La ficci�n es el mundo de las posibilidades, de lo que pudo ser y nunca fue, donde todo es posible todav�a porque podr� suceder pues a�n no ha ocurrido ni se sabe que jam�s no ocurrir�. La irrealidad de la ficci�n no es lo fant�stico ni lo inveros�mil sino lo siempre posible en la realidad. Quien narra inventa situaciones y personajes: uno abandona el despacho durante una hora que dedica a hablar con quien pase; otro personaje quisiera decir s� a quien fuera pero contin�a caminando; el tercero conquista al personaje m�s deseado y el �ltimo aparece y desaparece al ritmo de sus conferencias. La ficci�n presente y el posible futuro de la realidad no s�lo da consuelo sino tambi�n diversi�n. La diversi�n de quien quiere y hace s�lo limitado por sus posibilidades y por la espada de otra condena de la que ya ha aprendido a huir acotando los terrenos de la realidad de hechos, datos y sucesos y de la irrealidad de las ficciones efectivas donde todo es todav�a posible.

La literatura es la conexi�n entre los conceptos de realidad y ficci�n pues sugiere la narraci�n o comunicaci�n de hechos ficticios basados en hechos reales (tambi�n sentimientos, experiencias, descripciones o simplemente ideas sueltas aparentemente sin un contenido objetivo o racional). La literatura presenta un car�cter ficticio en el sentido de que necesita de un ente comunicador que relacione lo sucedido o el hecho en si mismo con el lector u oyente (aunque est� en primera persona y coloque en el relato datos biogr�ficos). Lo que el autor comunica o expresa tiene relaci�n con lo que quiere destacar del mundo real. As�, puede burlarse de la realidad o halagarla, o enga�ar al lector, etc. No necesariamente quiere dejar un mensaje en el lector directamente (o una moraleja) pues a veces un texto se presta a varias interpretaciones (seg�n costumbres distintas o �pocas distintas o caracter�sticas personales distintas).

Genette (en Ficci�n y dicci�n) considera que, en el discurso narrativo ficcional, los actos de ficci�n son enunciados de ficci�n narrativa considerados como actos de habla. Desde este punto de vista, en el discurso narrativo ficcional habr�a, al igual que en el discurso narrativo factual, tres tipos de actos de ficci�n: primero, los discursos pronunciados por personajes ficticios, cuya ficcionalidad postula el marco de la representaci�n esc�nica (real o imaginaria) y cuyo estatuto pragm�tico en la di�gesis es similar al de cualquier acto de habla com�n. Segundo, actos de habla de los personajes de ficci�n, cuyas caracter�sticas son similares a las del acto de habla de personas reales. Por supuesto, los personajes dicen dichos (car�cter locutivos), acompa�an su decir con otros actos (punto y fuerza ilocutivos) y sus dichos influyen en los otros personajes (efectos perlocutivo) . En tercer lugar, el discurso narrativo del autor o conjunto de actos de habla constitutivos del contexto ficcional. As�, es notorio que para Genette, los enunciados de ficci�n son aserciones fingidas porque son actos de habla simulados en la ficci�n. Ellos, como los enunciados factuales, y contra lo que pudiera pensarse, pueden transmitir mensajes (como una f�bula o una moraleja). Note el lugar central de la frase aserciones fingidas : los personajes de ficci�n son creados por el novelista que finge referirse a una persona; es decir, las obras de ficci�n son creadas por el novelista que finge hacer aserciones sobre seres ficcionales.

Los discursos literarios son ficciones que refieren a mundos verbalmente posibles y fundamentados en s� mismos. Estos discursos son intransitivos puesto que se encierran en s� mismos o, lo que es lo mismo, no refieren ni a los objetos ni a los eventos del mundo real. En este sentido, los discursos literarios son in�tiles, si se les mide con los par�metros "pragm�ticos" y "mercantiles" que parecen gobernar el mundo en estos d�as. Es decir, la literatura no sirve para construir tractores, no desarrolla teor�as cient�ficas ni tecnol�gicas ni proporciona herramientas para llevar mejor la contabilidad de una empresa. Sin embargo, la literatura es tambi�n una mercanc�a para la que hay un mercado. Varios mercados en realidad pues la industria editorial y los mercados masivos condicionan las caracter�sticas de una buena cantidad de libros de modo diferente a los condicionamientos de los libros de circulaci�n restringida. El artista pues siempre se enfrenta a la disyuntiva de escribir para la gran industria cultural, de escribir para los m�s restringidos c�rculos literarios artesanales o de hacerlo al margen de los circuitos de producci�n circulaci�n y consumo de literatura en su sociedad. Si el escritor elige trabajar para la gran industria, seguir� las normas que los especialistas en mercadeo determinan. Por ejemplo, luego de un secuestro pol�tico importante, el escritor escribir� la historia correspondiente, no como cr�nica, sino como relato ficcional. En esos casos se suele incluir una menci�n paratextual que dice "basado en hechos reales". Las de estas novelas suelen ser extremadamente simples, el l�xico es llano y directo y el estilo de las construcciones sint�cticas exime al lector de la labor de conjeturar los significados de las palabras. Si, por un lado, la acci�n emocionante es tal vez una de las caracter�sticas principales de las estructuras narrativas de las novelas massmedi�ticas de aventuras (de guerra, de espionaje, policiales, de vaqueros, etc.), por otro lado, el drama suele ser m�s emotivo que emocional y las complejidades de la trama no profundizan realmente en la psicolog�a de los personajes o en las complejidades de la vida moderna. Las novelas de amor como las de Cor�n Tellado tampoco examinan al hombre, por el contrario, las situaciones que los personajes enfrentan eluden sus m�s �ntimos conflictos. Esta es pues una literatura sin conflictos, acr�tica y f�cilmente digerible que no alude a las cosas, sino que las simboliza inequ�vocamente.

Por otra parte, una vez que los personajes y los eventos han sido identificados, el lector puede enfocar su atenci�n en los m�viles de los personajes (�Qui�n hace qu� y por qu�?). Comprender estos m�viles permite identificar los valores ideol�gicos que entran en conflicto en los eventos; dicho de otro modo, es una de las maneras del lector de comprender qu� espec�ficamente problematiza el texto, y as� enfrentarse con la naturaleza problematizadora del texto literario moderno. El cuento, seg�n Pacheco, es una representaci�n ficcional con predominio de la funci�n est�tica. Y la ficci�n, claro, es un fingimiento, es hablar de mundos que no existen sino s�lo en el lenguaje. Desde esta perspectiva, los referentes cotidianos de las palabras no son importantes pues ellas adquieren sentidos nuevos en el cuento. Pero �d�nde queda la realidad "real", la cotidiana en la que nos movemos nosotros y no los personajes de las historias? La realidad es s�lo un eje de referencia para evaluar los mundos ficticios del cuento. Esto es, as� como podemos enlistar los objetos mencionados en un cuento y las leyes que rigen los cambios que los afectan, podemos enumerar los objetos de nuestra realidad y las leyes que los rigen. Y as�, la �nica manera que tenemos de comprender un mundo ficticio es compar�ndolo con la descripci�n del mundo real. De hecho no hay acuerdo sobre lo que la realidad es (as� es que podr�amos decir que vivimos una ficci�n que nos permite vivir en alguna realidad...). Por eso, solemos recurrir a la noci�n de realidad m�s extendida, la racionalista y empirista de la ciencia, la mercantil del capitalismo moderno, y la burguesa de los h�bitos mentales de los usuarios normales de la literatura. Note que esto no quiere decir que toda la literatura est� intr�nsecamente de acuerdo con estos modos de concebir el mundo. Hay tambi�n una buena cantidad de escritores que, con diversas suertes, han usado la comodidad de la cosmovisi�n tradicional para atacarla. En este �ltimo grupo podemos situar a la literatura fant�stica. Parad�jicamente, la industria cultural se apropia del arte que la ataca, y as�, la rebeli�n, el cuestionamiento literario, se aburguesa y se torna mercanc�a para aquellos a los que precisamente critica.

Dar�o Villanueva en su investigaci�n del realismo literario: "lo real no consiste en algo ontol�gicamente s�lido y un�voco", y -siguiendo a Nelson Goodman- "no cabe admitir un universo real preexistente a la actividad de la mente humana y al lenguaje simb�lico del que �sta se sirve para, precisamente, crear mundos". Como toda expresi�n es en cierto sentido una ficci�n, las ficciones literarias se convierten en el lugar privilegiado para estudiar el arte de la expresi�n. En una perspectiva pragmatista la realidad de la ficci�n, su significatividad, estriba en las efectivas regularidades emp�ricas con las que las creaciones humanas, entre ellas los textos literarios, se asocian. La verdadera realidad es, pues, el campo de proyecci�n de la experiencia que los miembros de la sociedad comparten mediante sus actividades comunicativas, entre las que "la literatura -ha escrito Francisco Ayala -, cuya materia prima son las palabras, funciona hoy como factor primordial".El an�lisis de la ficci�n y de la libre actividad espont�nea de la raz�n humana (el "musement") iluminan el estatuto de la creatividad. La actividad de la raz�n es crecimiento y en ese crecimiento tiene un papel central la imaginaci�n. "Cada s�mbolo es una cosa viva, en un sentido muy estricto y no como mera met�fora. El cuerpo del s�mbolo cambia lentamente, pero su significado crece de modo inevitable, incorporando nuevos elementos y desechando otros viejos" .Esta divisi�n se reproduce en esas simplistas dicotom�as al uso como ficci�n y no-ficci�n, subjetividad y objetividad, lo mental y lo material, lo privado y lo p�blico todav�a en boga en la cultura dominante. La semi�tica literaria -el estudio filos�fico de la actividad literaria- constituye un camino real para ganar una mejor comprensi�n, m�s rica y con mayor potencia explicativa, de la articulaci�n creativa de pensar y vivir que acontece en nuestro lenguaje. Frente al deconstruccionismo postmoderno esc�ptico que arrumba cualquier idea de objetividad, lo que necesitamos es una nueva comprensi�n de la objetividad como rasgo irreductible de la relaci�n comunicativa.

La relaci�n del arte con la realidad o con la irrealidad, la explicaba Gorgias como " que el efecto que ejerce el arte, especialmente la poes�a, se basa en las ilusiones del enga�o y la decepci�n; su funcionamiento se realiza a trav�s de aquello que, objetivamente no existe en absoluto". Y es que el logro supremo del arte es producir cosas de un modo tan enga�oso que parezcan el modelo real, creando as� el modelo de realidad.

El t�rmino mimesis pas� a ser �matizada aqu� y all�- imitaci�n de la realidad. Este ha sido uno de los axiomas de la teor�a del arte durante m�s de dos mil a�os. Se trata de la copia fiel y la falsificaci�n, la mimesis tanto reproduce fielmente como falsifica. Ante tal duplicidad, es que si las ficciones (lo literario) crean sus mundos, es evidente que no falten quienes crean en la literatura como un realismo, ni se apele a que la referencialidad quede en suspenso o sea aprobada la ficci�n mediante enchufe o conexi�n con la no ficci�n. Si el discurso literario est� invertido de ficcionalidad. Uno de los lugares oscuros de lo ficticio es aquel que soporta la escritura autobiogr�fica, la confesi�n, las memorias, el diario de relatos de viajes, cr�nicas, etc., son usualmente considerados como g�neros literarios y aparecen en numerosas taxonom�as de las que la teor�a ha propuesto, sin faltar los sistemas que extraen algunos de tales g�neros de lo literario para instalarlos en la historia, de donde se hab�an desgajado. Identidad de autor, yo y personaje y veracidad de lo narrado son cl�usulas de la interpretaci�n tradicional de la autobiograf�a, realidad de los referentes.

El ser o no ser ficcional no depende de propiedades discursivas o textuales sino de la intencionalidad de autor y de la posici�n del locutor respecto de su discurso. Para Genette el hecho de que los enunciados de ficci�n son asersiones fingidas no excluye que sean al mismo tiempo otra cosa: crear una obra de ficci�n, producir una ficci�n. Se trata de un acto de lenguaje indirecto que podr�a tener la forma de invitaci�n a entrar en el universo ficcional del tipo "Imaginad conmigo que hab�a una vez una ni�a...". �sta ser�a una descripci�n posible del acto de ficci�n declarado; pero ocurre que esta invitaci�n puede estar presupuesta y no ser declarada, se tiene por culturalmente adquirida y el acto de ficci�n cobra la forma de una declaraci�n, es decir, de actos del lenguaje a trav�s de los cuales el anunciador, en virtud del poder que le ha sido investido, ejerce una acci�n sobre la realidad. La convenci�n literaria permite al autor situar objetos ficcionales sin solicitar el acuerdo del destinatario.

Los locutores no suelen adscribirse de modo radical a la verdad o no verdad de un enunciado. En toda comunicaci�n ocurre que creemos m�s o menos que hay diferencias y matices entre lo que es opini�n, creencia, convicci�n absoluta, tener por cierto, etc. Miguel de Cervantes demostr� hasta que punto la ficci�n es un juego de miradas y un situarse en las difusas fronteras entre el libro y la vida, y as�, don Quijote, que no es una entidad real, ha promovido en cambio m�s realidad, viajes, lugares, zonas que se visitan y espacios geogr�ficos que se viven desde �l que muchas de las entidades realmente existen. La literatura ha ficcionalizado tanto el rol del locutor como el del destinatario, entrando en zonas de convenciones de discurso que la teor�a literaria tiene plenamente asumidas. En la literatura nunca se ejecuta el contexto comunicativo y las presunciones que �stos establecen. La experiencia literaria ense�a que el compromiso del autor para con lo dicho est� mediado por un un imposible. Negar al habla literaria valores de verdad o acogerlos como tales, son dos extremos equidistantes para con la literatura, que rehuye uno y otro y al mismo tiempo quiere situarse en el desplazamiento desde el uno (la creencia de que el lector experimente en la verdad de lo dicho) y el otro (la picard�a que ha de tener con respecto a esa creencia). Igual puede decirse de las distancias temporales entre la situaci�n de comunicaci�n y la experiencia de lectura. Todo lector de ficciones naturaliza y neutraliza la duplicidad de origen entre dos tiempos y vive actualmente, mientras lee, una unidad rigurosamente falsa, pero que necesita sentirse como verdadera. Si el lector de ficciones tuviera que referirse a un acto original de autor , lo dicho en una narraci�n, la experiencia literaria no se producir�a y la vivencia de la narrado ser�a implanteable, ya que lo dicho por el narrador se convertir�a en un documento hist�rico y de valor pasajero, caduco, porque estar�a referido al tiempo de su actualidad originaria.

La ficci�n escapa al sistema enunciativo de los enunciados de realidad. El yo-origen real desaparece y lo que emerge es un mundo con un yo-origen ficcional, es decir, el de los personajes y el de la narraci�n misma, que no son propiamente objetos de aquel origen enunciativo de autor, sino sujetos propiamente dotados de capacidad productora. As� pues, existe una indiscutible solidaridad entre el esquema discursivo de las formas de la representaci�n y la "creaci�n del mundo" e imagen de la vida y que la ficci�n implica. Seg�n L. Dolezel, los mundos ficcionales no pueden ser sin m�s mundos posibles metaf�sicos, y es que se desarrolla un modelo de mundo posible que est� capacitado para explicar las "particularidades ficcionales". Los mundos literarios se hallan dotados de especificidad, que es necesario atender en los t�rminos de una sem�ntica de los mundos posibles armonizada con una teor�a textual y una sem�ntica literaria. Por tanto, ser�a factible la formulaci�n de tres tesis primordiales a fin de explicar c�mo unas sem�ntica ficcional literaria puede ser derivada de un modelo de estructura de mundos posibles:

Los mundos ficcionales son posibles estados de cosas.

Se acepta la existencia de posibles no verdaderos (ya sean individuos, hechos, sucesos, cosas, etc). El particular ficcional se acepta como existente sin reservas, peor tambi�n se acepta la incomunicabilidad de este mundo posible con el real en tanto que los objetos, ciudades y personal que lo habitan, aunque tengan el mismo nombre, no son los mismos que los verdaderos- reales. Al mismo tiempo, los posibles no verdaderos y las entidades ficcionales son ontol�gicamente homog�neos, que es una condici�n necesaria para la coexistencia y plausibilidad compositiva de los particulares ficcionales y explica el por qu� los individuos ficcionales no c�mulo de distancias, iron�as, donde dirimir radicalmente su performatividad en abstracto es comunican unos con otros. Esta sem�ntica rechaza la idea de mestizaje entre gente real y ficcional.

La serie de mundos ficcionales es limitada y lo m�s variada posible.

No hay restricci�n de la literatura a ser imitaci�n de ning�n modo real. No se excluyen mundos-ficcionales an�logos o similares al real, a igual que esta sem�ntica de mundos posibles excluye los m�s fant�sticos o los m�s alejados.

Los mundos ficcionales son accesibles desde el mundo real.

Hay diversos canales sem�nticos que permiten contactar con los mundos ficcionales, ya que la frontera est� cerrada. Hay formas de decodificaci�n que permiten esta comunicaci�n, pero rigurosamente, la comunicaci�n solo se da entre mundos a trav�s de tales canales de transducci�n.

Existe una serie de rasgos espec�ficos de la ficci�n literaria, seg�n Dolezel:

Los mundos ficcionales literarios son incompletos.

Muchos mundos ficcionales literarios son sem�nticamente o homog�neos.

Los mundos ficcionales literarios son constructos de la realidad ficcional.

Con respecto al personaje y a la trama narrativa, en relaci�n a la ficionalidad, merece se�alarse que en lo referente a la teor�a del personaje, resulta habitual considerar dos vertientes del problema, y es que "persona", el lugar que vamos a reconocer como el de la identidad, quiere decir m�scara, ya que se oculta y al mismo tiempo se revela la identidad, ya que ese reconocimiento del sujeto viene dado por la cadena significante en la que se integra y tambi�n desde par�metros ling��sticos. Sin embargo, el recorrido por la etimolog�a de la acepci�n de persona no debe hacer olvidar algo que se supo ver notablemente en loa tradici�n estructuralista, esto es, la dimensi�n textual y productiva del personaje, porque �ste "no es una persona y no es nadie" al mismo tiempo, como dir�a Charles Grivel. Como efecto textual, el personaje muestra en sus trazos materiales la huella de la producci�n del texto, los rasgos de su trabajo tanto desde la huella de la producci�n del texto, los rasgos de su trabajo tanto desde la vertiente de la escritura como de la lectura, procesos ambos que desde Barthes se consideran indiferenciables. Seymour Chatman ofreci� en 1.978 una lectura del planteamiento aristot�lico que distingu�a dos registros del �mbito del personaje claramente diferenciados. Por un lado, el �mbito del car�cter (ethos), relacionado con las calidades del personaje, lo que lo constituye como una cierta identidad y pr�cticamente relacionado con la oposici�n entre personajes round/flat de la tradici�n forsepsiana o de los rectil�neos y ag�nicos que presenta Unamuno en "Niebla". Y por otro lado, un aspecto de agente del personaje (pratton) que se define como una exigencia de la acci�n y que se vincula directamente a la construcci�n dela trama de la tragedia. La distinci�n entre ethos y pratton es que la primera se puede traducir por "morada"," hogar" o "lugar donde se vive", mientras que el pratton , algunas traducciones posibles son "atravesar", "recorrer", pero tambi�n "realizar", "obrar", "trabajar"...As�, por un lado el ethos se incorporar�a a s� mismo los aspectos de persona inherentes al personaje u por otro, el pratton contendr�a los elementos funcionales, discursivos y estructurales que todo personaje desarrolla en la construcci�n del texto. La funci�n agente ya fue destacada precisamente por el propio Arist�teles mediante el privilegio de las acciones sobre las caracterizaciones. Por tanto, definir�a la manera restrictiva cuatro opciones posibles en la caracterizaci�n: Bondad, conveniencia /adecuaci�n, semejanza/ verosimilitud y consistencia / uniformidad.

Para Arist�teles no hay una diferencia entre dos registros asignados a la funci�n de personaje, es decir, entre un componente de persona y otro de agente o funcionalidad. La noci�n de personaje es secundaria y est� absolutamente sometida a la noci�n de acci�n: puede haber f�bulas sin caracteres pero no caracteres sin fabula. Los personajes est�n supeditados a la acci�n, pero hay que considerar que para Arist�teles el planteamiento de acciones (praxeos) no se agota en una explicaci�n pragm�tica o descriptiva de los hechos que determinan la trama, sino que posee una funci�n estructurante o compositiva de la trama en su m�s profundo sentido. Para Lubomir Dolezel, mitos, ethos y dianoia ( drama, car�cter y pensamiento- adem�s del adorno visual- opsis-) se constituyen desde la finalidad mim�tica de la tragedia en la que se conjugan como unidad que, de forma abstracta acaba orientando hacia la elaboraci�n del mitos, el elemento m�s destacado en la composici�n mim�tica y el que supedita jer�rquicamente a los dem�s.

El problema del personaje solo tiene una lectura fundamental para Arist�teles en su elaboraci�n discursiva: unirse a la trama en la tragedia. Hay aspectos como las motivaciones, la causalidad o la l�gica de las acciones que se ven como los elementos motrices del texto narrativo, excluyendo as� cualquier otro tipo de consideraci�n sobre su construcci�n temporal, al se est�s las m�s operativas desde un planteamiento de an�lisis ret�rico. Un ejemplo considerativo de este tipo de enfoque puede encontrarse en "Figures III" de Genette, antes de someter al tiempo a un an�lisis ret�rico, define el componente temporal de la literatura escrita en t�rminos estrictamente espaciales, no reconociendo otro tipo de temporalidad que la que proviene de la duraci�n de la lectura. Tambi�n Genette (en Ficci�n y dicci�n) considera que, en el discurso narrativo ficcional, los actos de ficci�n son enunciados de ficci�n narrativa considerados como actos de habla. Desde este punto de vista, en el discurso narrativo ficcional habr�a, al igual que en el discurso narrativo factual, tres tipos de actos de ficci�n: primero, los discursos pronunciados por personajes ficticios, cuya ficcionalidad postula el marco de la representaci�n esc�nica (real o imaginaria) y cuyo estatuto pragm�tico en la di�gesis es similar al de cualquier acto de habla com�n. Segundo, actos de habla de los personajes de ficci�n, cuyas caracter�sticas son similares a las del acto de habla de personas reales. Por supuesto, los personajes dicen dichos (car�cter locutivos), acompa�an su decir con otros actos (punto y fuerza ilocutivos) y sus dichos influyen en los otros personajes (efectos perlocutivo). En tercer lugar, el discurso narrativo del autor o conjunto de actos de habla constitutivos del contexto ficcional. As�, es notorio que para Genette, los enunciados de ficci�n son aserciones fingidas porque son actos de habla simulados en la ficci�n. Ellos, como los enunciados factuales, y contra lo que pudiera pensarse, pueden transmitir mensajes (como una f�bula o una moraleja). Note el lugar central de la frase aserciones fingidas : los personajes de ficci�n son creados por el novelista que finge referirse a una persona; es decir, las obras de ficci�n son creadas por el novelista que finge hacer aserciones sobre seres ficcionales.

La experiencia temporal se resiste a ser compartimentada, desglosada, a pesar de ser un componente fundacional en cualquier relato. Emparentada tambi�n con aspectos pragm�ticos e incluso vitales de experiencia del mundo, su radical planteamiento determina que sea un problema que la semi�tica o la narratolog�a intentan clasificar seg�n criterios codificadores. El problema de las dimensi�n temporal no deja se ser tambi�n, en cuanto que plantea cuestiones inherentes al �mbito discursivo y a la constituci�n del sujeto, un aspecto clave de la formaci�n del relato con el emplazamiento del hombre como elemento cultural.

Finalmente, decir que la literatura es la conexi�n entre los conceptos de realidad y ficci�n pues sugiere la narraci�n o comunicaci�n de hechos ficticios basados en hechos reales (tambi�n sentimientos, experiencias, descripciones o simplemente ideas sueltas aparentemente sin un contenido objetivo o racional). La literatura presenta un car�cter ficticio en el sentido de que necesita de un ente comunicador que relacione lo sucedido o el hecho en si mismo con el lector u oyente (aunque est� en primera persona y coloque en el relato datos biogr�ficos). Lo que el autor comunica o expresa tiene relaci�n con lo que quiere destacar del mundo real. As�, puede burlarse de la realidad o halagarla, o enga�ar al lector, etc. No necesariamente quiere dejar un mensaje en el lector directamente (o una moraleja) pues a veces un texto se presta a varias interpretaciones (seg�n costumbres distintas o �pocas distintas o caracter�sticas personales distintas).

CONCHI SARMIENTO V�ZQUEZ

 

                                  

 

 

 

 

Sobre los personajes de

La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza

                                                Dr. Eduardo Ruiz Tosaus

(Otros fragmentos del autor en Filosof�a y literatura)

Eduardo Ruiz Tosaus present� su tesis sobre la novela de Mendoza en el 2001. Ha preparado este estudio sobre los personajes como material de trabajo para sus alumnos de Bachiller.

 

Los hombres de las pistolas eran h�roes para muchos apocados y d�biles que ve�an encarnadas en aquellos hombres las cualidades de entereza y bravura de que ellos carec�an. Aparentemente eran unos quijotes que se jugaban la vida por sus compa�eros y que representaban, adem�s, la justicia r�pida y sin contemplaciones, la justicia desnuda y elemental que la situaci�n de desamparo y de impotencia de los d�biles obreros requer�a.(...) Como los bandidos generosos del romance, los pistoleros tuvieron tambi�n su leyenda... (�ngel Pesta�a, retrato de un anarquista , p�g. 173 )

 

       Uno de los ingredientes m�s atractivos que contiene La verdad sobre el caso Savolta  de Eduardo Mendoza es la proliferaci�n de personajes pertenecientes a muy diversos �mbitos de la sociedad catalana y, por extensi�n, espa�ola de principios de siglo. Vamos a tratar en estas p�ginas de estudiar brevemente los diferentes caracteres que Mendoza ha volcado en su narraci�n. Como dec�amos, el panorama social en la novela es completo y los personajes, junto a su comportamiento corrupto, pretenden ejercer una cierta funci�n representativa de clase. �sta es la raz�n por la que Mendoza no elige s�lo una clase espec�fica, sino que pulula por distintos estratos que acaban convergiendo, como es l�gico, en el m�s poderoso: la burgues�a.

       Intencionadamente, Mendoza (como ya lo hab�a hecho su admirado Gald�s) culpa a la burgues�a de todos los complots sociales, hist�ricos y pol�ticos que marcaron la sociedad durante esos a�os. Quiz�, por ello, casi todos los nombres tienen valores simb�licos o humor�sticos (Pajarito de Soto, Serramadriles, Totorno...) y fijan alg�n aspecto de su car�cter. Mendoza los escribe de muy diversas formas: los mu�equiza cual marionetas grotescas, aplica sobre ellos una distanciaci�n ir�nica o incluso los repasa con una mirada tierna. A esta estructura narrativa en tres partes, que coment�bamos anteriormente, corresponden otros tantos personajes, que se erigen con el protagonismo. Los tres tienen algo del h�roe picaresco.

       La alta burgues�a se refleja en los directivos de la empresa, marcados por la ambici�n de poder. La descripci�n y la ubicaci�n de estos personajes nos recuerda tambi�n algunas novelas de Ignacio Agust� como Mariona Rebull  y El viudo Rius . El autor se encarga de crear alrededor de ellos una atm�sfera de banalidades y vidas vulgares (las conversaciones entre las mujeres de la fiesta, el cabaret) donde internamente se deja entrever una sociedad corrompida (el adulterio de la Sra. Rocagrossa, la supuesta homosexualidad del marido). Claudedeu ("Llave de Dios"), es conocido tambi�n como "Mano de hierro", conservador inflexible y de modales burdos, es el jefe de personal de Savolta; Parells es el asesor financiero y fiscal de la empresa, liberal de trato distinguido, el �nico obst�culo de Lepprince y personaje que cabe relacionar con el modelo de Maquiavelo. Todos ellos representan a los inflexibles capitalistas directivos de la empresa que mantienen una implacable estrategia de explotaci�n capitalista y no tienen inconveniente en recurrir a maniobras sin escr�pulos para sofocar los conflictos sociales. Las respectivas mujeres (Rosa Savolta, Mar�a Rosa Savolta, Neus Claudedeu y la Sra. Parells) mantienen en toda la novela una actitud sumisa, propia de su educaci�n burguesa. No hemos de olvidar tampoco aqu� la presencia breve del propio Savolta basado, como apunt�bamos, en la figura hist�rica del industrial del metal Barret Moner, como coment�bamos anteriormente.

       El primer personaje importante de la novela es el asesino de Savolta, Lepprince. Contraposici�n de Javier Miranda, este personaje es deudor de los mafiosos cinematogr�ficos[1]. Guapo, refinado, brutal, se casa con una rica heredera tras haber hecho matar al que iba a ser su suegro. Envuelto en un aire de misterio, Lepprince es un amoral trepador, de inteligencia sinuosa y reflexiva. Lepprince es el motor de la acci�n y en �l convergen m�ltiples puntos de vista. Sabe analizar con lucidez la sociedad que le rodea, una selva deforme en la que se ha propuesto triunfar con procedimientos que no difieren de los habituales entre los poderosos. Nada le detiene, recurre fr�amente al crimen. Su fascinaci�n sobre todos, incluido Javier, le facilitan la tarea. Sin embargo, en alg�n momento adivinamos sus soledad, lo vemos necesitado de amistad: as�, se conf�a a Javier, a la vez que lo utiliza sin reparos. Su doblez desconcierta al mismo lector. Podr�amos conectar a Lepprince con aquellos h�roes de acci�n barojianos como Silvestre Paradox o Zalaca�n, contrarios diametralmente a los ab�licos Andr�s Hurtado o Fernando Ossorio. Lepprince es un luchador, un amoral, como �l mismo afirma:

 

En este mundo moderno que nos ha tocado vivir, donde los actos humanos se han vuelto multitudinarios, como el trabajo, el arte, la vivienda e incluso la guerra, y donde cada individuo es una pieza de un gigantesco mecanismo cuyo sentido y funcionamiento desconocemos, �qu� raz�n se puede buscar a las normas de comportamiento? (p�g. 106)

 

       Cr�ticos como Buckley ven en este personaje un referente real: el bar�n De Koenig, un aventurero, jugador, asesino a sueldo y chivato policial que incit� a la huelga a los obreros del industrial catal�n Barret (Savolta). Las andanzas reales de este personaje fueron escritas por el comisario Casal G�mez en el desconocido libro La banda negra , uno de los que cita el autor al inicio del libro como fuente bibliogr�fica y que hemos comentado anteriormente.

       Otros cr�ticos como Ignacio Soldevila[2] identifican a este aventurero (creo que err�neamente) con Sacha Stavisky, franc�s jugador y famoso en la �poca por un juicio contra su persona conocido como el affaire Stavisky . Sacha Stavisky (Serge Alexandre de nombre real), que lleg� a Francia a principios de los a�os treinta y que con su afici�n al juego, sus estafas y sus negocios fraudulentos conmocion� la vida del pa�s dando pie a uno de los juicios m�s escandalosos de aquellos a�os. Sacha Stavisky (cuya vida fue llevada al cine por el cineasta Alain Resnais), nieto e hijo de jud�o, fue fichado por primera vez en 1914. Amante de una madura dama, se le describe como un personaje bien vestido, perfumado y con un indudable don de gentes. En 1926 empez� su afici�n por las falsificaciones de documentos bancarios hasta dar su gran golpe al falsificar en 1933 los bonos del Cr�dito Municipal de Bayona (unos 470 millones de francos de entonces) haci�ndose pasar por un gran financiero. La vida ostentosa y despilfarradora de Stavisky, sus alardes de prodigalidad e incluso su intervenci�n directa en ciertos semanarios atrajeron sobre �l la atenci�n de la polic�a. Stavisky escap� hacia la Alta Saboya. Ante el acoso policial, el famoso aventurero muere en extra�as circunstancias (suicidio, seg�n la polic�a) eliminando as� toda posibilidad de complicar con sus declaraciones a los pol�ticos que le hab�an ayudado en sus "aventuras financieras".[3]

       Lo cierto es que Lepprince es quien mejor encarna esa obsesi�n de Mendoza por el poder; el franc�s se define, ante todo, por su individualismo absoluto y por su capacidad de actuar.

       La figura de Max, el guardaespaldas, es tambi�n un desdoblamiento del propio Lepprince. El prototipo del guardaespaldas es com�n a la novela polic�aca que tan bien conoce Mendoza. En La llave de cristal  (1931) de Dashiell Hammett el personaje principal es Ned Beaumont, que no es un detective, sino un guardaespaldas del ganster Paul Madwig.

       El funcionarado viene representado por el comisario V�zquez y el abogado Cortabanyes ("Cortacuernos"). Cortabanyes es un colaborador oscuro de la corrupci�n del poder, retrata la hipocres�a que bajo la apariencia de bondad ro�oso-paternal esconde un pozo de tetemanejes indignos. El abogado desarrollar� un papel muy importante en la trama ya que en su despacho tiene lugar contactos o intrigas fundamentales. Cortabanyes simboliza el poder que se mueve en las sombras.

       El segundo est� sacado de la novela polic�aca, de psicolog�a monol�tica y coordenadas obsesivas en su an�lisis de la realidad social aunque, a la vez, muestra una implacable voluntad de solucionar un caso, que en gran medida contradice sus propias fijaciones del mundo. Algunos cr�ticos como Gonz�lez Vigil relacionan a V�zquez con otros polic�as famosos como el Lew Archer de Ross McDonald. El personaje, creado en 1949, posee ciertos rasgos que comparte con el personaje de Mendoza: es el arquetipo de detective privado que se lanza al esclarecimiento de los hechos con prioridad sobre la dedicaci�n a la caza de delincuentes. Lo que destaca de Archer es su contumacia en el rastreo de culpas y en la indagaci�n de oscuros pret�ritos, con habitual referencia a la clase alta californiana.

        Creemos que el referente hist�rico inmediato de V�zquez es el comisario Casal G�mez, el autor del libro que encabeza nuestra novela (Origen y actuaci�n de los pistoleros ). Como el inspector V�zquez, Manuel Casal denuncia los extra�os tetemanejes de empresarios y sindicatos durante los a�os del pistolerismo. Este personaje policial, pasado por el tamiz de la iron�a, volver� a aparecer en posteriores novelas de Mendoza como El misterio  y El laberinto  (comisario Flores) y en Una comedia ligera  (Lorenzo Verdugones, gobernador de Barcelona, que tambi�n acabar� siendo trasladado). Creo ver tambi�n en el personaje de V�zquez una versi�n bondadosa de algunos jefes de polic�a de Barcelona de aquella �poca, en concreto citar� dos nombres: Miguel Arlegui y Narciso Portas.

       Miguel Arlegui, militar castellano (1858-1924) fue jefe superior de polic�a de Barcelona, a las �rdenes inmediatas del gobernador civil general Severiano Mart�nez Anido entre noviembre de 1920 y octubre de 1922. Sus adversarios le acusaron de patrocinar a los pistoleros de los Sindicatos Libres y de aplicar la ley de fugas. Fue obligado a dimitir al mismo tiempo que el general Mart�nez Anido en 1922. Recordemos que en nuestra novela, p�gina 120, V�zquez recibe una misteriosa llamada de "don Severiano".

El otro jefe de polic�a en el que se puede haber basado la figura de V�zquez es Narciso Portas, jefe de la polic�a especial de la represi�n del anarquismo durante el proceso de Montjuich de 1896.

       El comisario V�zquez re�ne las caracter�sticas del h�roe de la serie negra, pues act�a al margen de las instituciones. A pesar de ser un funcionario al servicio del Estado y por lo tanto defensor de �stas, seguir� la investigaci�n del caso a�n despu�s de que los supuestos asesinos de Savolta hayan sido ajusticiados. Su alto sentido del deber har� que incluso despu�s de haber sido alejado de Barcelona e incluso despu�s de haber dejado de formar parte de la polic�a, contin�e buscando al asesino de Savolta, lo cual lo identifica con el h�roe justiciero de la literatura popular decimon�nica. La diferencia que presenta este personaje con respecto a sus predecesores, utilizados por Chandler o Hammett, es que no ocupa un lugar protagonista dentro de la historia.

       El grupo de asalariados se refleja en los empleados del despacho de Cortabanyes, y, especialmente, en el protagonista de la novela.

Se trata del segundo personaje importante de la trama, Javier Miranda, que ocupa, aparentemente, el centro de la peripecia. Como suceder� en novelas posteriores como Una comedia ligera , Mendoza escoge el recurso del protagonista que acaba convirti�ndose en sospechoso de la trama central de la novela. Lo picaresco en �l es el hecho mismo de escribir un relato autobiogr�fico: es un p�caro que va en busca de fortuna, trabaja para varios amos y acepta el papel de "consentido", repudiando una tradici�n moral que ha hecho de la liviandad de la esposa un insulto. A partir del esclarecimiento del caso Savolta, Javier Miranda intenta arrojar alguna luz sobre su propio "caso", como dice el Lazarillo de Tormes : dilucidar c�mo ha llegado a la situaci�n en que se encuentra. Nacido en la conservadora Valladolid (muy cerca de la Salamanca de nuestro Lazarillo), lleg� a Barcelona en busca de unas oportunidades que no hallaba en su tierra. Encuentra un empleo que no le satisface, pero s�lo logra mejorar a costa de una abyecci�n: el matrimonio con la querida de su jefe, un aventurero llamado Paul-Andr� Lepprince. No anda muy lejos el recuerdo del Lazarillo, casado con la barragana del cl�rigo de Maqueda. Este p�caro y cornudo consentido va a ser una de las bases del personaje an�nimo de El misterio de la cripta embrujada . Incluso algunas de sus expresiones las veremos calcadas ya que coincide con �l en su pesimismo, desarraigo y determinismo:

 

A lo largo de mi vida he podido experimentar esto: que me comporto t�midamente hasta un punto, sobrepasado el cual, pierdo el control de mis actos y cometo los m�s inoportunos desatinos. Con frecuencia, en estos momentos de reflexi�n, me digo que no se puede luchar contra el car�cter y que nac� para perder en todas las batallas. (La verdad , p�g. 205)

 

       Miranda es ambiguo y contradictorio, incluso en su propio nombre simb�lico se encuentra la esencia de su personalidad: Miranda pudiera derivarse perfectamente de un personaje que se dedica a "mirar" sin actuar. Hay en �l nobleza, bondad, sentido de la justicia; pero es tambi�n d�bil, vulnerable. Al igual que los personajes barojianos es sincero, sensible y de buen coraz�n, pero incapaz de actuar, de esforzarse para cambiar la realidad o su propia vida. Aun cuando conoce a Teresa[4], una mujer que �l considera el �nico verdadero amor de su vida. En medio de un mundo de fieras se ve arrastrado por las circunstancias. As�, se deja tentar por el panorama que, frente a su vida gris, ve tras Lepprince. A la vez, se siente atra�do por sue�os revolucionarios:

 

�Fanfarronadas, Perico! Hoy dices esto y te sientes un h�roe. Pero pasar�n los a�os est�rilmente y te devorar� la primera que se cruce en tu camino. Tendr�is una docena de hijos, ella se volver� gorda y vieja en un decir am�n y t� trabajar�s hasta reventar para dar de comer a los ni�os, llevarlos al m�dico, vestirlos, costearles una deficiente instrucci�n y hacer de ellos honestos y pobres oficinistas como nosotros, para que perpet�en la especie de los miserables. (p�g. 269)

 

Hay sucesos felices cuando acontecen y amargos en el recuerdo, y otros, ins�pidos en s�, que al transcurrir el tiempo se ti�en de un nost�lgico barniz de felicidad. Los primeros duran un soplo; los segundos llenan la vida entera y solazan en la desgracia. Yo, personalmente, prefiero �stos. (p�g. 290)

 

       Indignidad y amor se mezclan tambi�n en su vida sentimental. Al cabo, se define a s� mismo como "un n�ufrago" en un mundo vulgar y ajeno, de ah� su "soledad ag�nica", su "hast�o"; es decir, su malestar existencial, su sentimiento de frustraci�n y de fracaso le llevan a ser un hombre triturado por la vida, porque no ha sabido ser ni un h�roe, ni un p�caro, ni un canalla. Su trayectoria conduce inevitablemente al desencanto. Exactamente  como el Andr�s Hurtado de El �rbol de la ciencia  o el Fernando Ossorio de Camino de perfecci�n , ambas novelas muy representativas de uno de los escritores admirados por Mendoza: P�o Baroja.

       Por lo tanto, hay que ver tambi�n en el personaje de Miranda uno de aquellos personajes barojianos caracterizados por su abulia y una blanda voluntad que le incapacita para definir su existencia. Son seres que pasan por la vida de espectadores, testigos que no se implican ni se comprometen con la realidad, dotados de una psicolog�a confusa pero que constantemente buscan algo que d� sentido a sus vidas. Son seres que, atrapados en un medio hostil, se refugian en una lucha con su propio mundo interior, su desasosiego que nunca llegan a aclarar. Si por un lado simpatiza con Pajarito y los argumentos obreristas, tambi�n, deslumbrado por el mundo de Lepprince, ve en el empresario la posibilidad de ascenso econ�mico y social.

       Para Joaqu�n Marco[5] Miranda es una mezcla de conspirador barojiano, de "extra�ado", existencialista, ingenuo testigo de una sociedad que no llega a admitirle, a la que sirve y a la que no comprende. Un ser humano desarraigado, testigo insolidario de la vida y que, en �ltimo t�rmino, no es m�s que una marioneta inconsciente de todos los intereses que nunca llega a comprometerse con nada.

El propio Mendoza define as� su inter�s por el personaje:

 

Javier Miranda no entiende nada y todo y por eso tiene la ventaja de contar la historia objetivamente. Est� claro que Miranda es un trepador social, como es tonto, sigue la trayectoria al rev�s. El hombre menos preparado para sobrevivir es el �nico que sobrevive, el m�s torpe, el m�s cobarde, el que tiene menos temple es el �nico que queda vivo. Esto suele suceder en la vida real.[6]

 

       Santos Alonso en su Gu�a  apunta un valor fundamental del personaje de Miranda: su inconsciencia, su ciega ingenuidad tiene ventajas para la novela porque s�lo alguien que lo ve todo y no entiende nada es capaz de narrar objetivamente sin deslucir los hechos a trav�s de la subjetividad.

       Pero no debemos cegarnos ante esta aparente "debilidad" de Miranda; es un personaje que tambi�n, arribista y fracasado, trata de acercarse a las esferas del poder, como muchos otros personajes que crea Mendoza. Javier admite que "lo que buscaba era el �xito a cualquier precio" (52) y s�lo parece ver en el franc�s Lepprince la esperanza, la fortuna y, sobre todo, el acceso a ascender en las altas esferas sociales para abandonar la pobreza.

       Del mismo estilo son la Doloretas y Perico Serramadriles, compa�eros de Miranda en el despacho de Cortabanyes, personajes que pasan su vida trabajando sin levantar cabeza. No podemos pasar por alto en el personaje de la Doloretas un aspecto que Mendoza trabajar� en novelas posteriores: el biling�ismo y el aparente enfrentamiento entre las lenguas catalana y castellana. Tambi�n, en el personaje de la secretaria, hemos de ver su cr�tica hacia un sistema de vida (el catal�n) basado en el trabajo y en la escasez de diversi�n. No sin iron�a, Mendoza sit�a la vivienda de la Doloretas (su nombre simb�lico nos lo anticipa) en la calle Cambios Nuevos (339), la misma calle donde el 7 de junio de 1896 estall� una bomba al paso de la procesi�n del Corpus que caus� doce muertos y m�s de treinta heridos. Este atentado junto a los de Paulino Pall�s contra Mart�nez Campos (24 de septiembre de 1893) y Santiago Salvador en el Liceo (7 de noviembre de 1893) desat� una represi�n gubernamental indiscriminada que desembocar�a en el proceso de Montjuich.

       Esta visi�n de la sociedad catalana ser� uno de los puntos de apoyo en Sin noticias de Gurb . Sin embargo, tambi�n queda en la novela la defensa nacionalista ante las cr�ticas for�neas, como cuando Miranda llega a su pueblo:

 

Con las nuevas amistades, las cosas eran a�n peor. Experimentaban una visceral aversi�n por Catalu�a y todo lo catal�n. Su contacto con el comerciante desangelado, pretencioso y chauvinista les hab�a creado una imagen del catal�n de la que no se apeaban. Remedaban el acento, ironizaban y se mofaban del car�cter regional y criticaban con exasperaci�n el separatismo, abrum�ndome con argumentos como si yo fuera el portaestandarte de los defectos catalanes. (p�g. 173)

 

       El proletariado forma un cuadro sin individualizar, presente en huelgas, m�tines, ambientes anarquistas y discursos. Destaca Domingo Pajarito de Soto, un pseudointelectual bohemio, idealista desvalido e ingenuo, cuya alta misi�n obrera contrasta con la miseria de su vida, la generosa reflexi�n sobre la causa de los trabajadores y la ceguera e insensibilidad para la realidad cotidiana como la triste situaci�n que padece su propia familia. El personaje de Pajarito bien podr�a estar basado en alg�n periodista �crata del momento, como Fortunato Bartho, redactor jefe de la publicaci�n Espartaco .[7] Incluso, en un sentido algo par�dico, la denuncia en los peri�dicos de Pajarito recuerda vivamente las denuncias que sobre la corrupci�n policial y los agentes alemanes realizaba el sindicalista �ngel Pesta�a en las p�ginas de Solidaridad Obrera . Es , pues, Pajarito un idealista muy particular que arriesga su vida de forma consciente por la lucha obrera pero que proporciona el desamparo a su propia familia por su difusa ideolog�a ut�pica y sus preocupaciones sociales. Recordemos que este tipo de personaje, el anarquista idealizado, volver� a aparecer en novelas posteriores como el Pablo de La ciudad de los prodigios .

       Un grupo digno de menci�n es el que forman Juli�n y los miembros de la c�lula anarquista, caracterizados por su agresividad y el secreto de sus actuaciones; este grupo guarda una gran similitud con los anarquistas que describ�a Bastos Ansart en la novela que coment�bamos anteriormente.

       Por �ltimo, los bajos fondos barceloneses, aparecen representados, entre otros, por Mar�a Coral, gitanilla de 18 � 19 a�os, artista de cabaret que es un producto de la miseria; de ah� sus contradictorios perfiles. Lepprince la define certeramente: "Era suave, fr�gil, sensual como un gato; y tambi�n caprichosa, ego�sta, desconcertante." Conoce el poder de su belleza misteriosa, la impresi�n que produce en los hombres y juega con ellos, como si se complaciera en dominarlos. Vital y esquiva, su �nica ambici�n es salir de la miseria al coste que sea. En el personaje de Mar�a Coral confluyen rasgos tradicionales: el romanticismo, el car�cter folletinesco y, en general, la tradici�n folkl�rica.

       El tercer protagonista es un personaje del que Miranda, de forma caracter�stica, no ha tenido noticia alguna hasta el d�a del proceso. Se llama Nemesio Cabra G�mez. El primer apellido alude quiz� al maestro Cabra del Busc�n  o, simplemente, a que est� loco como este animal. El referente real de este personaje est� basado en la persona de un confidente de la polic�a que, seg�n una cr�nica period�stica del a�o 1918, mat� de un tiro a un comisario. Y, como el agresor estaba loco, nunca se supo si fue un acto de demencia o si, simplemente, despu�s de veinte a�os de chivato, decidi� eliminar a la autoridad. Es un personaje que Mendoza recuperar� en novelas posteriores como El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas .[8] Buen conocedor de esa zona de la sociedad donde el poder se exhibe sin asomo de mala conciencia (manicomio, comisar�as, c�rceles), se ve sometido a una permanente manipulaci�n por parte de las bandas anarquistas y de la polic�a, y se convierte en un vagabundo con arrebatos de locura m�stica. Estas visiones de Nemesio (Cap�tulo IV de la primera parte, secuencias 87 y 89, recuerdan vivamente las del Luisito de Miau  de Gald�s:

 

Es Jesucristo quien habla por mi boca. El otro d�a, �sabe?, vi una luz resplandeciente que traspasaba las paredes; tuve que cerrar los ojos para no volverme ciego..., y cuando los abr�, �l estaba delante, como est� usted ahora, se�or comisario, igual que usted, con el blanco sudario que le regal� la Magdalena. Sus ojos desprend�an chispas y su barba ten�a puntos luminosos como estrellas y en las manos llevaba sus llagas puestas como cuando se le apareci� a santo Tom�s, el incr�dulo. (p�g. 142)

 

       Por �ltimo, y �sta es una caracter�stica que se repetir� y ser� base narrativa en La ciudad de los prodigios  : la aparici�n de personajes hist�ricos como personajes integrantes de la novela. As�, a lo largo de la historia son citados pol�ticos como Francesc Camb� (fundador de la Sociedad Catalana y ministro), Alejandro Lerroux (fundador del Partido Radical y ministro), Antonio Maura (jefe del gobierno conservador), Garc�a Prieto (jefe del gobierno liberal), Eduardo Dato (jefe del gobierno conservador) y otros como C�novas, Sagasta, el ingeniero Pearson o el mism�simo Alfonso XIII.

       Tambi�n est�n presentes en la novela conocidos anarquistas revolucionarios como Paulino Pall�s, Santiago Salvador, Ram�n Sempau, Salvador Segu� y Francisco Ferrer Guardia, as� como otros de quien novelescamente se sospecha que tienen relaci�n con "el caso Savolta" como Andr�s Nin.

       Finalmente, tampoco podemos olvidar dos personajes o motivos insistentes en las novelas de Mendoza y que se inician aqu�. En primer lugar el cine, con su halo de fantas�a y sue�o. El Hollywood de directores como Douglas Fairbanks que aparece en nuestra novela volver� a ser centro importante en Una comedia ligera .

       En segundo lugar, otra obsesi�n del novelista, el mago chino Li Wong (51) que reaparecer� tambi�n en Una comedia ligera . En ambos casos, se trata de una evasi�n enso�adora a trav�s de personajes y motivos diferentes.

       En cuanto a las t�cnicas del retrato y la descripci�n, anotaremos que el retrato no se prodiga en la obra, pero los escasos que hay son admirables: el de Cortabanyes, el de Pajarito de Soto y algunos personajes secundarios. Parad�jicamente, no encontraremos retratos de los personajes principales: no sabemos c�mo son f�sicamente Javier o Lepprince; de Mar�a Coral, s�lo conocemos la intensa impresi�n que produce su belleza.

       Mucho mayor es el lugar otorgado a las descripciones o pinturas de ambientes. Es imborrable la impresi�n que nos producen, por ejemplo, el cabaret, el sal�n de baile popular, la casa de Pajarito de Soto, el barrio Chino o el balneario. Tanto en retratos como en descripciones hallaremos muestras de una t�cnica realista tradicional, junto a tratamientos ir�nicos, po�ticos, etc.

       Por �ltimo, no podemos olvidarnos del simbolismo de los nombres propios con los que juega el novelista, aprovech�ndose incluso de nombres reales. Como Cervantes, Gald�s, Baroja o Cela, a Mendoza le encanta identificar a sus personajes con sus nombres, produci�ndose muchas veces el juego ir�nico. Algunos ejemplos en nuestra novela son evidentes: Pep�n Matacr�os, Remedios "la loba de Murcia", Rocagrossa, Vicente Puentegarc�a,  Perico Serramadriles, Doloretas, Doctor Flors, Sr. Farigola, Sargento Totorno, Augusto Casabona , Rosita "la idealista", Se�or Follater, Max, T�o Burillas, bufete de abogados Hinder, Maladjusted and Mangle, el pistolero Lucas "el ciego"...

 


 

[1]. El origen del apellido Lepprince es incierto y Mendoza no lo ha explicado nunca. Apunto dos posibilidades: en el a�o 1888 uno de los pioneros en el estudio del fen�meno cinematogr�fico fue el franc�s Leprince que en ese a�o ya contaba con aparatos perfeccionados basados en faros m�ltiples. Es posible que Mendoza escogiera el nombre de su protagonista de esta persona. Aunque, probablemente, el nombre encierre un gui�o de Mendoza: Lepprince, "el pr�ncipe".

 

[2]. Soldevila, Ignacio (1984): La novela espa�ola desde 1936 , Madrid, Ed. Fundamentos, p�g. 256.

 

[3]. Mart�nez Tom�s, A. (1978): "Stavisky, estafador de guante blanco", Madrid, Historia y Vida ,  Extra 12, p�gs. 106-117.

 

[4]. El nombre de Teresa escogido para designar a la mujer de Pajarito no parece gratuito; varias mujeres relacionadas con el movimiento obrero se llamaban as�: Teresa Sanmart� (mujer de Ferrer y Guardia), Teresa Claramunt (anarquista nacida en 1862) o Teresa de Mera, viuda del anarcosindicalista Cipriano de Mera.

 

[5]. op. cit., p�g. 47.

 

[6]. Tu��n, art. cit., p�g. 52.

 

[7]. As� lo recuerda Casal G�mez en su libro, p�gina 130.

 

[8]. "Este ser marginal me vino sugerido por una noticia le�da en un peri�dico, me pareci� un sujeto interesante por su conducta inadecuada" (El Socialista, junio 1982, p�g. 7).

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Eduardo Ruiz Tosaus. Nacido en Badalona (Barcelona) en 1968. Licenciado en Filolog�a Hisp�nica por la Universidad de Barcelona. Ha presentado su tesis doctoral �La narrativa de Eduardo Mendoza, paradigma de la transgresi�n (1975-1996)� por la UNED (Madrid). Es profesor de Educaci�n Secundaria en el colegio Maristas Valldemia.

(Otros fragmentos del autor en Filosof�a y literatura)

� Eduardo Ruiz Tosaus, 2004

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