REALIDAD Y FICCIÓN                                                                          LECTURA, COMENTARIO, CREACIÓN  
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 Artículos sobre El Quijote

 

DOCUMENTOS:

Textos de Américo Castro sobre Cervantes y El Quijote.

                    - UNIVERSAL POÉTICO, PARTICULAR HISTÓRICO

    - ANÁLISIS DEL SUJETO Y CRÍTICA DE LA REALIDAD

  • Texto de Gonzalo Torrente Ballester sobre la narración en El Quijote.

 

 

 

UNIVERSAL POÉTICO, PARTICULAR HISTÓRICO

Américo Castro, Sobre El Quijote, 1925

 

 

El problema de las relaciones que no preocupó al primer Renacimiento, adquiere, pues, en la segunda mitad del siglo particular acuidad entre los trata­distas italianos. Los moralistas censuraban la literatura pura­mente imaginativa, de arte autónomo. Hacía falta una litera­tura verdadera y al mismo tiempo ejemplar, para la que Aristóteles prestaba base sólida con su Poética «No es el oficio del poeta contar las cosas como sucedieron, sino como de­berían haber  sucedido, o como fuese necesario o verosímil. Por­que no está la diferencia entre el poeta y el historiador en que el uno escriba en verso y el otro en prosa, pues, la His­toria  de Herodoto fácilmente se podría poner en verso, y no por eso dejaría de ser historia como antes lo era sin el verso; pero diferéncianse en que el uno escribe las cosas como han sucedido, y el otro como deberían haber sucedido. De donde es, que la poesía tiene más de lo filósofo y de agudeza que la historia, porque la poesía trata las cosas más en lo universal, y la historia las trata en particular». Ese mundo de la verdad posible o de lo verosímil, podía convertirse fácilmente en el paradigma del deber ser, de lo ejemplarmente moral para armonizar la falsedad inevitable de la fantasía poética con la verdad, habían tratado de ennoblecer el arte con­siderando escolásticamente su fin y obligándolo a reflejarse en la abstracción del Bien absoluto, haciendo de los per­sonajes poéticos otros tantos ejemplares de virtud, a despe­cho de la realidad y de la historia.

Según Piccolomini, un comentarista de Aristóteles del siglo XVI, lo verosímil poético tiene más alcance que la verdad, porque es un aspecto eterno de aquello que, tomado (según diríamos hoy en su fugaci­dad fenoménica, puede ser inverosímil y, por tanto, antipoé­tico. «Pero el poeta-dice Toffanin-, mucho más vidente que el historiador, ve aquello en forma inmutable. Es decir, la verdad vista por éste se escribe con minúscula; la vista por aquél, con mayúscula, y se llama «verosímil» un verosímil sobre el cual brilla confirmándolo la luz divina, y que se llama lo «debido».

En medio de tal problema se sitúa Cervantes con plena conciencia de su alcance; para el caso es indiferente que sus informaciones procedan de los tratadistas italianos- de poética o del Pinciano que los sigue paso a paso. Pienso que de am­bas fuentes. En el capítulo III de la segunda parte del Quijote dialogan el Hidalgo, su Escudero y el Bachiller acerca de la primera parte del Quijote y de la forma en que han sido con­cebidos los personajes principales. El genial de Cervantes se revela en el arte que ha introducido en lo más íntimo de la vida de sus héroes el problema teórico que inquietaba a los preceptistas; el autor ha colocado a Don Quijote en la vertiente poética y a Sancho en la histórica; pero serán ellos y no el autor quienes pugnen flor defender sus posiciones respectivas, y lo que es árida disquisición en los libros se torna conflicto vital, moderno, henchido de posibilidades Don Quijote hablará en nombre de la verdad universal y verosímil; Sancho defenderá la verdad sensible y particular. La opo­sición, como es natural y cervantino, no se resuelve, sino que queda patente, como problema abierto. El ejemplo es magnífico para quienes tozudamente siguen hablando de_ la inconsciencia-de-Cervantes y de lo vulgar de sus conoci­mientos.

Dice Don Quijote: «Una de las cosas que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gen­tes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre, porque sien­do al contrario, ninguna muerte se le igualaría.» El Bachiller satisface cumplidamente la inquietud del caballero: «Si por buena fama y si por buen nombre va, sólo v. m. lleva la pal­ma a todos los caballeros andantes; porque el moro en su lengua y el, cristiano en la suya tuvieron cuidado de pintarnos muy al vivo la gallardía de v. m., el ánimo grande en acome­ter los peligros, la paciencia en las adversidades..., la honesti­dad y continencia en los amores tan platónicos de v. m. y de mi señora Doña Dulcinea del Toboso.»

El Bachiller conoce bien, los requisitos del personaje del poema heroico, tan bien como Don Quijote, y hacia este nor­te van sus anhelos. Personaje perfecto, idealizado, ejemplar. Veamos, por ejemplo, el tratado Della vera Poética (1558) de Giovanni Pietro. Capriano: «Variando el poema y represen­tando las acciones humanas en el modo que deban haber ocu­rrido y razonablemente sucedido, y reduciéndolas a ideas uni­versales de acciones y de costumbres (que esta es una de las principales diferencias entre el historiador y el poeta), instru­ye y amaestra el ánimo y la vida nuestra... por la vía del ver­dadero bien y del vivir bueno”.

 

Don Quijote aspira a la existencia mítica más Sancho al tirarle de los pies, lo introduce violentamente en su realidad, gracias a la cual surgió el nuevo género de la no­vela.; ahora podemos seguir con alguna mayor precisión la trayectoria de semejante proceso en la mente de Cervantes. Genialmente supo nuestro escritor dominar el estricto problema que le ofrecían los preceptistas.

 

Lo verosímil

 

La preceptiva enseñó a Cervantes a definir claramente el área del arte universal o idealista frente a la del particular o naturalista. Y una vez delimitado el perímetro, se complace en abrirle brechas y en hacer ver lo imposible de tal limi­tación. Donde más notoriamente se practica tal forma de agresión entre esos dos mundos es en el Quijote, y ha mucho que ruedan por los libros fáciles observaciones acerca de ello.

[……….]

Hay que poner mucho cuidado en la in­terpretación de lo que Cervantes entiende por verdad y men­tira. Recuérdese el importante pasaje acerca de los libros de caballerías: «Y si a esto se me respondiese que los que tales libros componen los escriben como cosa de mentira, y que así no están obligados a mirar en delicadezas ni verdades, responderles hía yo que tanto la mentira es mejor cuanto más parece verdadera, y tanto más agrada cuanto tiene más de dudoso y posible.

 

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Américo Castro, Sobre El Quijote, 1925

ANÁLISIS DEL SUJETO Y CRÍTICA DE LA REALIDAD

 

Hasta ahora hemos hablado de la orientación general de Cervantes, de la base racional de su concepción de la vida y de la doctrina literaria que de ella se desprende. Conviene considerar inmediatamente aspectos más concretos: ante todo, la actitud psicológica y la crítica de la realidad.

EL PUNTO DE VISTA EN LOS PERSONAJES

«Has de poner los ojos en quién eres, procurando cono­certe a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey”. En efecto; está en nosotros mismos la raíz del acierto o del desatino, no sólo en lo que atañe a nosotros mismos (como objeto de conocimiento), sino también acerca de cualquier otra reali­dad. Cervantes no puede por menos de colocarse en el fondo de la conciencia de cuantos individuos salgan de su pluma, ya que en el sujeto radica el observatorio y fábrica de la realidad. Las primeras líneas del prólogo de su primera obra ya nos lo presentan, esforzándose por entrar en el punto de vista de los demás: «La ocupación de escrebir églogas en tiempo que, en general, la poesía anda tan desfavorecida, bien recelo que no será tenido por ejercicio tan loable que­ no sea necesario dar alguna particular satisfacción a los que, siguiendo el diverso gusto de su inclinación natural, todo lo que es diferente de él estiman por trabajo y tiempo perdido»..

Mucho se ha escrito, naturalmente, sobre la profundidad psicológica de Don Quijote y los restantes personajes.  Pero ahora no quiero valorar la profundidad de la psicología cer­vantina, sino señalar meramente la estructura de ese movi­miento psíquico y el valor de aquellos momentos subrayados por el autor en los que vemos reflejarse o refractarse la realidad al_ cruzar el alma del personaje, y en que esa reali­dad va siendo dada a luz subjetivamente.

Hay estados de ánimo que imposibilitan ciertas percep­ciones: «No hay cosa más excusada y aun perdida que contar el miserable sus desdichas a quien tiene el pecho colmo de contentos». “¿Dormís, señor? Y no sería malo que durmié­sedes, porque el apasionado que cuenta sus desdichas a quien no las siente, bien es que cause, en quien las escucha, más sueño que lástima» . Pero el apenado no se fijará en esa coordinación con el ánimo ajeno: «Propia condición de afli­gidos que, llevados de sus imaginaciones hacen y dicen cosas_ ajenas a toda razón y buen juicio» .

Sumamente importantes son esas manifestaciones del punto de vista de cada uno, prisma de la realidad, que se ofrece así con muy diversas facetas. Acumulemos ejemplos para probar que el hecho es característico de Cervantes, ya que ningún otro de nuestros clásicos organiza así el desarrollo vital de sus personajes. Una persona frente a otra re­presenta un problema.

En armonía con esta observación del fondo de la con­ciencia, el obrar de la persona se nos presenta como con­secuencia de esa actitud inicial: el camino viene trazado por la psique. «A vuestra consideración discreta dejo el imaginar lo que podía sentir un corazón a quien de una parte comba­tían las leyes de la amistad y de otra las inviolables de Cupi­do».

Muy interesante es la plática entre Don Quijote y el Caballero del Verde Gabán; nosotros querríamos que no se interrumpie­se; «pero a la mitad de esta plática, Sancho, por no ser muy de su gusto, se había desviado del camino a pedir un poco de leche a unos pastores que allí junto estaban ordeñando unas ove­jas». Para la ventera, maldita la gracia que tiene Don Quijo­te: «En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta».

No es necesario aducir más ejemplos para que se perciba con claridad este esencial aspecto de la técnica cervantina. De esa suerte, el personaje máximo y más conocido, Don Quijote, se presenta estructurado inicialmente, como otros a que he aludido: «Del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio», etc.

 

NOTA: «El mundo antiguo parece una pura corporeidad sin mo­radas y secretos interiores. El Renacimiento descubre en toda su vasta amplitud el mundo interno, el me ipsum, la conciencia, lo subjetivo”, (J. ORTEGA GASSET, Meditaciones del Qujote, 1914, Pág. 195).

 

SENTIDO CRÍTICO

 

Este mundo de variadas personas, que así nos descubre su ser íntimo, no permanece en estática contemplación ante el universo. Cervantes no es un lírico ni un místico. Cada uno de esos individuos aparece dotado de dinámica finalidad, y se pondrá muy luego a desarrollar la épica curva de su órbita, engarzando en ella cosas y personas. ¿Cómo son estas realidades objetivas con que se enfrontan los personajes? Si antes veíamos que la acción o el ademán surgían en conexión con un susbstratum íntimo, ahora veremos cómo se analizan las condiciones en que se produce el contacto con la rea­lidad.

No es realizar un descubrimiento decir que Cervantes creó el Quijote y con él la novela moderna, haciendo que las fan­tasías de los libros caballerescos se despeñen por la vertien­te de la ironía, la forma más aguda de la crítica. Ya lo vio así el romanticismo alemán. Herder llama al Quijote «epope­ya cómica» (Bertrand, pág. 349); para Novalis, la novela (es decir, el Quijote) tiene por tema resolver la antítesis entre la realidad y el sueño (Ibíd., pág. 209); más precisamente, Bou­terwek se representará el Quijote como el conflicto de la na­turaleza y la razón. «Por eso es el primer modelo clásico de la novela moder­na; gracias a Cervantes, el libro de caballerías, bastardo equívoco, fruto del genio y el mal gusto, se convirtió en la verdadera novela para los modernos» (Ibíd., pág. 369). Me­néndez Pelayo refleja la misma manera de ver: los libros de caballerías «se proyectan como espléndida visión ideal, y, muertos en sí mismos, continúan viviendo enaltecidos y transfigurados por el Quijote.

Cómo es sabido, lo central del pensamiento renacentista consiste en variar la relación en que, según la Edad Media, se hallaban el sujeto y el objeto; para aquélla, la mente era una especie de tabla en la cual quedaban impresas las huellas de la realidad; ésta y el sujeto se correpondían exactamente. La filosofía aristotélico-escolástica llevaba esas ideas a todas las cabezas, y Cervantes conoce y aprueba esa teoría tradi­cional, aunque, como hemos visto y veremos aún, no la prac­tique al realizar sus concepciones literarias: «No me maravi­llaría yo tanto de esto si fuese de aquella opinión del que dijo que el saber de nuestras almas era acordarse de lo que ya sabían, presuponiendo que todas se crían enseñadas; mas cuando veo que debo seguir el otro mejor parecer del que afirmó que nuestra alma era como una tabla rasa, la cual no tenía ninguna cosa pintada, no puedo dejar de admirarme, etc.».

Pero junto a tan realista concepción del mundo, el huma­nismo había comenzado a dar importancia al hombre: éste no se limitará a reflejar pasivamente la realidad, sino que se volve­rá su modelador ideal. Lo seguro, la base de apoyo serán los estados de conciencia, nuestra mente; de aquí hay que partir para conocer lo que realmente sean las cosas, siendo así que el testimonio de los sentidos es falaz. La literatura venía aludiendo a esa inquie­tud que inspiraba el aspecto cambiante de la realidad y a la importancia del propio juicio para fallar en definitiva.

 

 

 

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