REALIDAD Y FICCIÓN

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DIOTIMA de Mantinea. Revista de Lectura y creación. ISSN:  1698 - 2622

   
 
   

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POEMAS

 

PEDRO DE TENA

 

 SOSTIENE QUEVEDO

 

Polvo sin más, ceniza de individuo

calcinado en los tumbos de la vida,

yago con el amor, qué deshabida

pasión penal, qué muerto más antiguo.

 

Lo que queda de mí, yermo residuo

de lo que fue una lírica encendida,

maldice al cielo entero. No hay herida

más honda, ni infierno más contiguo.

 

Polvo seré sin besos, mortecino

desierto para un alma, despiadado

montón ciego de versos, polvo fino

 

majado por el tiempo, torturado

por la reminiscencia y el destino

fatal de no morir enamorado.

 

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“Resucita”, dijeron. Condenado a volver,

torbellino de células pero también de versos,

decir adiós al viento que acama al crisantemo

y dolerse otra vez, llorar sin esperanza,

ver tu sombra en las celdas de la miel abatida

y esperar a otra muerte, ese extraño desmayo

del corazón enfermo cuando siente la marcha

funeral de esa espalda que parece la tuya.

Y aquí estoy, por castigo, no porque te desee,

no porque me derrote la gravedad maciza

de tus pechos malditos, no porque vea en tus labios

promesa alguna de remordimiento 

ni porque tus mentiras me sigan vertebrando

sin compasión alguna. Estoy porque me he muerto.

Estoy porque mi vida no puede ser eterna

si tú no estás en ella para hacerla pedazos.

 _________________________

 

  

Agosto en España

 

Despellejando agosto, día tras día,

dejando al descubierto sus entrañas

de gaviota sonámbula y extraña,

desovo en su interior mi alegoría.

 

Vago por él con la melancolía

tatuada en mis sentidos por España,

desilusión remota y aledaña,

hueso pelado ya de la utopía.

 

Agosto es como el mar, indiferente

al levante que abrasa o al sumiso

vaivén de la marea. Inertemente, 

 

huero de fe, de sueño circunciso,

va como yo, hundido en la corriente

que a otoño llegará, no al paraíso.

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A Alda.

 

Baja, sol, baja, luna, que bajen los planetas,

bajen los meteoros de todo el universo,

que vengan los demonios, los ángeles, Dios mismo.

Sean testigos de un héroe que muere en el combate

con el alma insurgente y la mirada atenta

a la desconocida que repta en sus entrañas

y ordena a los gusanos el asalto final.

No se rinde, es hermoso. Fue adiestrado en los vientres

marmóreos donde un hijo se pare con la espada

en la mano y un cántico que ennoblece sus gestas.

No sabe confesarse. ¿Qué pecado podría

cometer quien no ha hecho sino lo que hace el viento,

lo que hacen las arenas de las dunas del Sur,

lo que hacen los latidos del corazón que ahora

fallece destensado como un viejo tambor?

“Yo no soy libre”, grita a los cardos atónitos,

“nací predestinado en un erial de estrellas 

tatuadas en mi sangre y en la sangre del cielo

y ahora espero la muerte sin doblar la rodilla”.

Un montón de cadáveres le aplaude enardecido

y los grajos corean el himno de las cumbres.

¿Y ella? ¿Dónde ella? ¿Es la que se desploma

entre las mariposas de la infancia?¿Es aquella,

la que yace abatida sobre las negras hierbas

calientes de las vírgenes?¿La que muere espantada

por recordar a un hombre que la mata de olvido? 

Bajen pronto los buitres, devoren los despojos

solitarios del ídolo y deshuellen el sitio.

No haya palabra suya que encuentren los cronistas.

Y vosotros, amigos, contaminad la historia,

cantad quién era ella, la que fue preterida,

la que no mereció ni versos ni canciones

en la escena final donde el amante expira

y transmitid las letras de su nombre bendito.

 

 

No habrá papel de carta que resista

la avalancha de versos que contengo.

Atrevido reciente, camarlengo

del gozo de escribir, contrabandista

 

de verbos y adjetivos, yo devengo

de mi literatura destajista

un mal salario de zarabandista

y un público ligero de abolengo.

 

¿Por qué escribir entonces? Porque puedo

donarte el corazón entre dibujos

de letras y fantasmas. Con mis dedos

 

soy capaz de dolerte y como un brujo

desencanto tu amor o lo intercedo.

No, no hay papel para tan hondo flujo.

 

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¿Has bebido la arena del desierto?

Si lo has hecho sabrás que sus minúsculos

puñales saltan vivos como peces

en el charco voraz de tu naufragio.

Mira a tu alrededor. Cientos de miles

de millones de seres triturados

por las secas quijadas de los siglos

esperan el crujido de la víctima.

Toda la luz del mundo se desploma

salvajemente sobre tu humedad.

Tus creencias, aun masas resistentes,

llagan el tembladal amarillento

donde pairan unánimes los fósiles.

Estás solo, cercado de espejismos,

sin puntos cardinales ni una sombra

de palmera que alivie tu sequía.

Tú sabrás qué decir, tú eres la presa.

Bebe otro sorbo, siente cómo el vidrio

desbaratado pica tu memoria

y observa cómo el viento se amotina

lanzando sobre ti restos de público.

Yo seré tu poeta, fingiré tus hazañas

y escribiré que estabas elegante

cuando la luna negra, la terrible

plaza de toros de los sueños muertos,

clavó en tu corazón sus banderillas.

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NOCHE EN SANLÚCAR (para Dolors Alberola)

 

Por si tú no lo sabes, te diré que mi pluma,

pulcra, silente, humilde, inofensiva arma,

te acecha con el garbo del halcón peregrino

e hincará en tus carnosos adentros sus palabras.

¿No me crees? Sí, reposa. Sobre el buró, dormita,

serpiente venenosa rectilínea y urbana,

inquieta por la ausencia del calor de su nido

natural, estos dedos que gritan y la inflaman.

Más azul que las venas, su sangre delincuente

espera que los búhos del crepúsculo partan

hacia la impunidad de bárbaras repúblicas.

Hambrienta al despertarse, beberá de mi alma

el zumo de mis noches y el licor de mis verbos.

Me subirá en su lomo de embustera de plata,

ojearemos nerviosos las manadas de víctimas

y entonces te veremos, bruja desorientada

que ahora barres rincones en lugar de volar.

No te daremos tiempo. Clavará en tus entrañas

el diccionario errante que aguza sin sentido

y manchará tu seno con su jerga infectada. 

Cuando ya no lo esperes, en tu boca cautiva

se erguirá el enemigo, una tela de araña

donde tiemblan jugosas las voces del abismo

al que te empujarán ardientes mis metáforas,

innumerables crías sin misión ni piedad.

Ponte a salvo, mi amor, la tarde se derrama

como un glaciar espeso sobre tu valentía

y el peligro bosteza en sus crines metálicas.

Por si no me creyeras, te diré que mi pluma

condena por instinto y cimarrona caza

eremíticos versos, esas chispas que brincan

en el carbón pagano de tus ojos de gata.


 

 

 

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