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Los cuerpos y las personas
Sí mismo como otro Paul Ricoeur
Ed. Siglo XXI, Madrid, 1996, pp. 9 –11
§ III del primer estudio: La “persona” y la referencia identificante
Los cuerpos y las personas
La segunda gran tesis de Strawson en Les individus es que los primeros particulares de base son los cuerpos, porque cumplen con carácter primario los criterios de localización en el único esquema espaciotemporal. Mejor aún, hay entre el criterio y lo que satisface tal acuerdo mutuo que podemos aventurarnos a decir que lo mismo que resuelve el problema es también lo que permite plantearlo. Strawson señala con razón que esta elección mutua del problema y de su solución caracteriza los verdaderos argumentos trascendentales. Esta prioridad reconocida a los cuerpos es de la mayor importancia para la noción de persona. Puesto que, si, como diremos más tarde, es verdad que el concepto de persona es una noción no menos primitiva que la del cuerpo, no se tratará de un segundo referente distinto del cuerpo, como el alma cartesiana, sino, de un modo que quedará por determinar, de un único referente dotado de dos series de predicados, predicados físicos y predicados psíquicos. La posibilidad de que las personas sean también cuerpos, se mantiene en reserva en la definición general de los particulares de base, según la cual éstos son cuerpos o poseen cuerpos. Poseer un cuerpo es lo que hacen o, más bien, lo que son las personas. Ahora bien, la noción primitiva de cuerpo refuerza la primacía de la categoría de mismidad que acabamos de subrayar: son ellos los que, por razón eminente, son identificables y reidentificables como los mismos. La ventaja de esta nueva posición estratégica es evidente: decir que los cuerpos son los primeros particulares de base, es eliminar como candidatos eventuales, los acontecimientos mentales, digamos, las representaciones, los pensamientos, cuyo fallo para este tipo de análisis, es el de ser entidades privadas y no públicas. Su suerte, en cuanto predicados específicos de las personas, sólo es aplazada. Pero primero era necesario desalojarlos del puesto dominante de referentes últimos que ocupan en un idealismo subjetivista. El primer corolario de esta especie de pérdida de posición de los acontecimientos mentales en cuanto particulares de base, es que la persona no podrá ser tendida por una conciencia pura a la que se añadiría a título secundario un cuerpo, como ocurre en todos los dualismos de alma y cuerpo. Los acontecimientos mentales y la conciencia, en cualquier sentido que se tome este término, sólo podrán figurar entre los predicados especiales atribuidos a la persona. Esta disociación entre la persona como entidad pública y la conciencia como entidad privada es de la mayor importancia para la continuación de nuestro análisis.
[…….…] […] Será un problema para nosotros comprender cómo el sí puede ser a la vez una persona de la que se habla y un sujeto que se designa en primera persona, al tiempo que se dirige a una segunda persona. Esto va a ser un problema, pues será preciso que una teoría de la reflexividad no nos haga perder el beneficio cierto de la posibilidad de enfocar a la persona como una tercera persona, y no sólo como un yo o como un tú. La dificultad estará más bien en comprender cómo una tercera persona puede ser designada en el discurso como alguien que se designa a sí mismo como primera persona. Ahora bien, esta posibilidad de trasladar la autodesignación en primera persona a la tercera, por insólita que sea, es sin duda esencial para el sentido que damos a la conciencia que añadimos a la propia noción de acontecimiento mental: pues, ¿podemos asignar estados mentales a una tercera persona sin asumir que ese tercero los experimenta? Ahora bien, experimentar parece, sin duda, caracterizar una experiencia en primera persona. […]
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