Miguel de Unamuno
Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.
Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.
Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida
el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.
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Eres sueño de un dios; cuando despierte
¿al seno tornarás de que surgiste?
¿Serás al cabo lo que un día fuiste?
¿Parto de desnacer será tu muerte?
¿El sueño yace en la vigilia inerte?
Por dicha aquí el misterio nos asiste;
para remedio de la vida triste,
secreto inquebrantable es nuestra suerte.
Deja en la niebla hundido tu futuro
ve tranquilo a dar tu último paso,
que cuanta menos luz, vas más seguro.
Aurora de otro mundo es nuestro ocaso?
Sueña, alma mía, en tu sendero oscuro:
"¡Morir... dormir... dormir... soñar acaso!"
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IR MURIENDO
Ves al ocaso en limpio mar de plata
flotar vagos islotes de ceniza
celeste, entre los cuales agoniza
el
dragón que los días arrebata.
Santa visión que el alma te rescata
del mundo que a su afán nos esclaviza
y
la esperanza, de la fe melliza,
despierta en ti. Y en ese que retrata
del cielo el mar, arrullador regajo
que entre tomillo y mejorana brota,
dejas correr el alma aguas abajo
mientras el siglo desbocado trota,
y
gozas, libertado del trabajo,
rincón en que morirte gota a gota.
(Rosario
de sonetos líricos, 1911)
EN HORAS DE INSOMNIO
Me voy de aquí, no
quiero más oírme;
de mi voz toda voz
suéname a eco,
y a falta así de
confesor, si peco
se me escapa el poder
arrepentirme.
No hallo fuera de mí
en que me afirme
nada de humano y me
resulto hueco;
si esta cárcel por otra
al fin no trueco
en mi vacío acabaré de
hundirme.
Oh triste soledad, la
del engaño
de creerse en humana compañía
moviéndose entre espejos,
ermitaño.
He ido muriendo hasta
llegar al día
en que espejo de espejos,
soyme extraño
a mí mismo y descubro no
vivía.
(Lunes, 24-IV-1911)
Publicado en Cancionero (Diario poético),1953
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Me destierro a la
memoria,
voy a vivir del
recuerdo.
Buscadme, si me
os pierdo,
en el yermo de la
historia,
que es enfermedad
la vida
y muero viviendo
enfermo.
Me voy, pues, me
voy al yermo
donde la muerte
me olvida.
Y os llevo
conmigo, hermanos,
para poblar mi
desierto.
Cuando me creáis
más muerto
retemblaré en
vuestras manos.
Aquí os dejo
mi alma-libro,
hombre-mundo
verdadero.
Cuando vibres
todo entero,
soy yo, lector,
que en ti vibro.
(9-III-29)
Publicado en
Cancionero (Diario poético),1953
Leer,
leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer,
leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan
las que se quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las olas, las humanas emociones,
el poso de la espuma.
Leer,
leer, leer, ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi
creador, mi criatura,
seré lo que pasó?
Publicado
en Cancionero (Diario poético), 1953
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1.
Localización. Relación con la teoría
2.
Comentario
del texto. Puedes seguir los siguientes pasos:
a.
Explicación del texto. Métrica.
b.
Relación con la teoría.
c.
Tema. (Idea principal)
d.
Estructura interna.
e.
Comentario lingüístico: relación de la lengua con
el contenido (adjetivos, sustantivos, verbos, tipo de
elocución, etc. –importancia para el contenido del
poema).
f.
Comentario literario: figuras literarias.
Explicación y función dentro del poema.
3. Comentario crítico
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Niebla.
Unamuno
Capítulo XXVIII
Sentóse Eugenia a tocar
el piano y mientras lo tocaba escribió Augusto
esto:
Mi alma vagaba lejos de
mi cuerpo
en las brumas perdidas de la idea,
perdida allá en las notas de la música
que según dicen cantan las esferas;
y yacía mi cuerpo solitario
sin alma y triste errando por la tierra.
Nacidos para arar juntos la vida
no vivían; porque él era materia
tan sólo y ella nada más que espíritu
buscando completarse, ¡dulce Eugenia!
Mas brotaron tus ojos como fuentes
de viva luz encima de mi senda
y prendieron a mi alma y la trajeron
del vago cielo a la dudosa tierra,
metiéronla en mi cuerpo, y desde entonces
¡y sólo desde entonces vivo, Eugenia!
Son tus ojos cual clavos encendidos
que mi cuerpo a mi espíritu sujetan,
que hacen que sueñe en mi febril la sangre
y que en carne convierten mis ideas.
¡Si esa luz de mi vida se apagara,
desuncidos espíritu y materia,
perderíame en brumas celestiales
y del profundo en la voraz tiniebla!
––¿Qué te parecen? ––le
preguntó Augusto luego que se los hubo leído.
––Como mi piano, poco o
nada musicales. Y eso de «según dicen...» .
––Sí, es para darle
familiaridad...
––Y lo de «dulce
Eugenia» me parece un ripio.
––¿Qué?, ¿que eres un
ripio tú?
––¡Ahí, en esos versos,
sí! Y luego todo eso me parece muy... muy...
––Vamos, sí, muy
nivodesco.
––¿Qué es eso?
––Nada, un timo que nos
traemos entre Víctor y yo.
––Pues mira, Augusto,
yo no quiero timos en mi casa luego que nos
casemos, ¿sabes? Ni timos ni perros. Conque ya
puedes ir pensando lo que has de hacer de
Orfeo...
––Pero ¡Eugenia, por
Dios!, ¡si ya sabes cómo le encontré,
pobrecillo!, ¡si es además mi confidente...!,
¡si es a quien dirijo mis monólogos todos...!
––Es que cuando nos
casemos no ha de haber monólogos en mi casa.
¡Está de más el perro!