Vicente Aleixandre
Ámbito (1924-1927)
La
destrucción o el amor (1932-1933)
Mundo a solas (1934-1936)
No existe el
hombre
Historia del corazón
(1945-1953)
En un vasto dominio (1962)
ÓLEO («NIÑO DE VALLECAS1»)
ÁMBITO
1924-1927
A MANUEL ALTOLAGUIRRE
NOCHE INICIAL
CERRADA
Campo desnudo. Sola
la noche inerme. El viento
insinúa latidos
sordos contra sus lienzos.
La sombra a plomo ciñe,
fría, sobre tu seno
su seda grave, negra,
cerrada. Queda opreso
el bulto así en materia
de noche, insigne, quieto
sobre el límpido plano
retrasado del cielo.
Hay estrellas fallidas.
Pulidos goznes. Hielos
flotan a la deriva en lo alto. Fríos lentos.
Una sombra que pasa,
sobre el contorno serio
y mudo bate, adusta,
su látigo secreto.
Flagelación. Corales
de sangre o luz o fuego
bajo el cendal se auguran,
vetean, ceden luego.
O carne o luz de carne,
profunda. Vive el viento
porque anticipa ráfagas,
cruces, pausas, silencios.
EL VIENTO
Se ha de ver en tus manos el viento,
anclado en tus dedos,
alzarse y prenderte.
De llama en tu pelo
—crepúsculo—,
se enrosca a mi cuerpo
y se yergue
hecho cinta y reflejo,
de cobre en tus ojos,
de carne en mis dedos.
Si te das al viento,
date toda hecha
viento contra viento,
y tómame en él
y viérteme el cuerpo,
antes que mi frente,
tú y el viento lejos,
sea sólo roce,
memoria de viento.
LA FUENTE (INGRES)
Sobre la fuente había piedra limpia.
Limpia el agua pasaba.
Había sol y campo. Tu serena
carne se ofrecía
caliente al viento hecho gracia.
Pasé yo por tu lado. Enhiesta estabas,
cántaro a la cadera, a regresar.
Pasé yo por tu lado. Fresco niño,
al detenerme iba. Tú alargaste
tu gesto permanente y me dijiste:
Pero, pasa...
Y pasaba, pasaba largamente, prolongando
bajo tu sombra mi estancia.
Cuando ya mí cuerpo cataba lejos
y junto a tu sombra el agua.
1
IDEA
Hay un temblor de aguas en la frente.
Y va emergiendo, exacta,
la limpia imagen, pensamiento,
marino casco, barca.
Arriba ideas en bandada,
albeantes. Pero abajo la intacta
nave secreta surge,
de un fondo submarino
botado invento, gracia.
Un momento detiene
su. firmeza balanceada
en la suave plenitud de la onda.
Polariza los hilos de los vientos
en su mástil agudo,
y los rasga
de un tirón violento, mar afuera,
inflamada de marcha,
de ciencia, de victoria.
Hasta el confín externo—lengua—,
cuchilla que la exime
de su marina entraña,
y del total paisaje, profundo y retrasado,
la desgarra.
LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR
1932-1933
UNIDAD EN ELLA
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas menos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.
HISTORIA DEL CORAZÓN
1945-1953
A
DÁMASO ALOSO,
AMIGO DE TODAS LAS HORAS, SEGURO
EN TODA LA VICISITUD,
DESDE LA REMOTA ADOLESCENCIA,
DEDICO HOY ESTE LIBRO,
CUMPLIDO Y REBASADO UN TERCIO DE SIGLO
DE FATERNAL AMISTAD
EL POETA CANTA
POR TODOS
I
Allí están todos, y tú los estás mirando pasar.
¡Ah, sí, allí, cómo quisieras mezclarte y reconocerte!
El furioso torbellino dentro del corazón te enloquece.
Musa frenética de dolor, salpicada
contra aquellas minias parceles interiores de carne.
Y entonces en un último esfuerzo te dediles. Sí, pasan.
Todos están pasando. Hay niños, mujeres. Hombres serios.
Luto cierto, miradas.
Y una masa sola, un único ser, reconcentradamente desfila.
Y tú, con el coraron apretado, convulso de tu solitario
dolor, en un último esfuerzo te sumes.
Sí, al fin, ¡cómo te encuentras y hallas!
Allí serenamente en la ola te entregas. Quedamente derivas.
Y vas acunadamente empujado, como mecido, ablandado.
Y oyes un rumor denso, cántico un cántico ensordecido.
Son miles de corazones que hacen un único corazón que te
lleva.
II
Un único corazón que te lleva.
Abdica de tu propio dolor. Distiende tu propio corazón
contraído.
Un único coraron te recorre, un único latido sube a tus
ojos,
poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho, te hace
agitar las manos cuando ahora avanzas.
Y si te yergues un instante, si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.
Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos se ha
unido y relampagueado,
que a través de cuerpos y almas se liberta de pronto en tu
grito,
es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada
donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te
reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones
esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.
III
Y para todos los oídos, Sí. Mírales cómo te oyen.
Se están escuchando a sí mismos. Están escuchando una única
voz que los canta.
Masa misma del canto, se mueven como una onda.
Y tú sumido, casi disuelto, como un nudo de su ser te
conoces.
Suena la voz que los lleva. Se acuesta como un camino.
Todas las plantas están pisándola.
Están pisándola hermosamente, están grabándola con su carne.
Y ella se despliega y ofrece y toda la masa gravemente
desfila.
Como una montaña sube. Es la senda de los que marchan.
Y asciende hasta el pico claro. Y el sol se abre sobre las
frentes.
Y en la cumbre, con su grandeza, están todos ya cantando.
Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
Y un cielo de poderío, completamente existente,
hace ahora con majestad el eco entero del hombre.
EL NIÑO Y EL
HOMBRE
A José A. Muñoz Rojas.
I
El niño comprende al hombre que va a ser,
y callando se, por indicios, nos muestra, como un padre, al
hombre que apenas todavía se puede adivinar.
Pero él lo lleva, y lo conduce, y a veces lo desmiente en sí
mismo, valientemente, como defendiéndolo.
Si mirásemos hondamente en los ojos del niño, en su rostro
inocente y dulce,
veríamos allí, quieto, ligado, silencioso,
al hombre que después va a estallar, al rostro experimentado
y duro, al rostro espeso y oscuro
que con una mirada de desesperación nos contempla.
Y nada podemos hacer por él. Está reducido, maniatado,
tremendo.
Y detrás de los barrotes, a través de la pura luz de la
tranquila pupila dulcísima,
vemos la desesperación y el violento callar, el cuerpo crudo
y la mirada feroz,
y un momento nos asomamos con sobrecogimiento
para mirar el cargado y tapiado silencio que nos contempla.
Sí. Por eso vemos ni niño con descuidada risa perseguir por
el parque el aro gayo de rodantes colores.
Y le vemos despedir de sus manos los pájaros inocentes.
Y pisar unas flores tímidas tan levemente que nunca estruja
su viviente aromar.
Y dar gritos alegres y venir corriendo a nosotros, y
sonreíamos
con aquellos ojos felices donde sólo apresuradamente
miramos,
oh ignorantes, oh ligeros, la ilusión de vivir y la confiada
llamada a los corazones.
II
Oh, niño, que acabaste antes de lo que nadie esperaba,
niño que, con una tristeza infinita de los que te rodeaban,
acabaste en la risa.
Estás tendido, blanco en tu dulzura póstuma,
y un rayo de luz continuamente se abate sobre tu cabeza
dorada.
En un momento de soledad yo me acerco.
Rubio el bucle inocente, externa y tersa aún
la aterciopelada mejilla inmóvil,
un halo de quietud pensativa y vigilante
en toda tu actitud de pronto se me revela.
Yo me acerco y te miro. Me acerco más y me asomo.
Oh, sí, yo sé bien lo que tú vigilas.
Niño grande, inmenso, que cuidas celosamente al que del todo
ha muerto.
Allí está oculto, detrás de tus grandes ojos,
allí en la otra pieza callada. Allí, dormido, desligado,
presente.
Distendido el revuelto ceño, caída la innecesaria mordaza
rota.
Aflojado en su secreto sueño, casi dulce en su terrible cara
en reposo.
Y al verdadero muerto, al hombre que definitivamente no
nació,
el niño vigilante calladamente bajo su apariencia lo vela.
Y todos pasan, y nadie sabe que junto a la definitiva
soledad del hondo muerto en su seno,
un niño pide silencio con un dedo en los labios.
LA MIRADA INFANTIL
AL COLEGIO
Yo iba en bicicleta al colegio.
Por una apacible calle muy céntrica de la noble ciudad
misteriosa.
Pasaba ceñido de luces, y los carruajes no hacían ruido.
Pasaban majestuosos, llevados por nobles alazanes o
bayos que caminaban con eminente porte.
¡Cómo alzaban sus mimos al avanzar, señoriales,
definitivos,
no desdeñando el mundo, pero contemplándolo
desde la soberana majestad de sus crines!
Dentro, ¿qué? Viejas señoras, apenas poco más que de
encaje,
chorreras silenciosas, empinados peinados, viejísimos
terciopelos:
silencio puro que pasaba arrastrado por el lento tronco
brillante.
Yo iba en bicicleta, casi alado, aspirante.
Y había anchas aceras por aquella calle soleada.
En el sol, alguna introducida mariposa volaba sobre los
carruajes y luego por las aceras
sobre los lentos transeúntes de humo.
Pero eran madres que sacaban a sus niños más chicos.
Y padres que en oficinas de cristal y sueño...
Yo al pasar los miraba.
Yo bogaba en el humo dulce, y allí la mariposa no se
extrañaba.
Pálida en la irisada tarde de invierno,
se alargaba en la despaciosa calle como por un abrigado
valle lentísimo.
Y la vi alzarse alguna vez para quedar suspendida
sobre aquello que bien podía ser borde ameno de un río.
Ah, nada era terrible.
La céntrica calle tenía una posible cuesta y yo
ascendía, impulsado.
Un viento barría los sombreros de las viejas señoras.
No se hería en los apacibles bastones de los caballeros.
Y encendía como una rosa de ilusión, y apenas de beso,
en las mejillas de los inocentes.
Los árboles en hilera era un vapor inmóvil,
delicadamente
suspenso bajo el azul. Y yo casi ya por el aire,
yo apresurado pasaba en mi bicicleta y me sonreía...
y recuerdo perfectamente
cómo misteriosamente plegaba mis alas en el umbral mismo
del colegio.
MUNDO A SOLAS
Vicente Aleixandre
1934-1936
1
NO EXISTE EL HOMBRE
Sólo la luna sospecha la verdad.
Y es que no existe el hombre.
La luna tantea por los llanos, atraviesa los ríos,
penetra por los bosques.
Modela las aún tibias montañas.
Encuentra el calor de las ciudades erguidas.
Fragua una sombra, mata una oscura esquina,
inunda de fulgurantes rosas
el misterio de las cuevas donde no huele a nada.
La luna pasa, sabe, canta, avanza sin descanso.
Un mar no es un lecho donde el cuerpo de un hombre puede
tenderse a solas.
Un mar no es un sudario para una muerte lúcida.
La luna sigue, cala, ahonda, raya las profundas arenas.
Mueve fantástica los verdes rumores aplacados.
Un cadáver en pie un instante se mece,
duda, ya avanza, verde queda inmóvil.
La la luna miente sus brazos rotos,
su imponente mirada donde unos peces anidan.
Enciende las ciudades hundidas donde todavía se pueden oír
(qué dulces) las campanas vividas;
donde las ondas postreras aún repercuten sobre los pechos
neutros,
sobre los pechos blandos que algún pulpo ha adorado.
Pero la luna es pura y seca siempre.
Sale de un mar que es una caja siempre,
que es un bloque con límites que nadie, nadie estrecha,
que no es una piedra sobre un monte irradiando.
Sale y persigue lo que fuera los huesos,
lo que fuera las venas de un hombre,
lo que fuera su sangre sonada, su melodiosa cárcel,
su cintura visible que a la vida divide,
o su cabeza ligera sobre un aire hacia oriente.
Pero el hombre no existe.
Nunca ha existido, nunca.
Pero el hombre no vive, como no vive el día.
Pero la luna inventa sus metales furiosos.
Vicente
Aleixandre
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En un vasto dominio
(1962)
ÓLEO («NIÑO DE VALLECAS1»)
A veces ser humano
es difícil. Se nació casi al borde. Helo aquí, y casi mira.
Desde su estar inmóvil rompe el aire y asoma súbito a este
frente: aquí es asombro.
Pues está y os contempla, o más, pide ser visto, y más:
mirado, salvo.
Tiene su pelo mixto, cubriendo desigual la enorme masa,
y luego, más
despacio, la mano de quien aquí lo puso trazó lenta la
frente,
la inerte frente que sería y no fuese,
no era. La hizo
despacio como quien traza un mundo a oscuras, sin
iluminación posible,
piedra en espacios que nació sin vida
para rodar externamente yerta.
Pero esa mano
sabia, humana, más despacio lo hizo, aquí lo puso como
materia, y dándole su calidad con tanto amor que más verdad
sería:
sería más luces, y luz daba esa piedra.
La frente muerta
dulcemente brilla, casi riela en la penumbra, y vive.
Y enorme vela sobre unos ojos mudos,
horriblemente dulces, al fondo de su estar, vítreos sin
lágrima.
La pesada cabeza,
derribada hacia atrás, mira, no mira, pues nada ve. La boca
está entreabierta; sólo por ella alienta, y los bracitos
cortos juegan, ríen, mientras la cara grande muerta,
ofrécese.
La mano aquí lo pintó, o acarició
y más: lo respetó, existiendo.
Pues era. Y la mano
apenas lo resumió exaltando su dimensión veraz. Más templó
el aire, lo hizo más verdadero en su oquedad posible para el
ser, como una onda que límites se impone y dobla suavemente
en sus orillas.
Si le miráis le veréis hoy ardiendo
como en húmeda luz, todo él envuelto
en verdad, que es
amor, y ahí adelantado, aducido, pidiendo, suplicando sin
voz: pide ser salvo. Miradle, sí: salvadle. Él fía en el
hombre.
(De En un vasto
dominio.)
Famoso cuadro de Velázquez, conservado en el Museo del Prado