REALIDAD Y FICCIÓN                                                                          LECTURA, COMENTARIO, CREACIÓN
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La larga sombra de Agustín:

el combate neopirrónico contra la memoria

 

Alejandro Miroli

 

 

§1.La conexión entre memoria e identidad personal tiene una tradición venerable, que se puede llevar hasta Agustín de Hipona hace en Confesiones[1].

Allí Agustín expone lo que podemos llamar la teoría clásica de la memoria como facultad cognitiva.   Su propósito es manifestarse frente a Dios tal cual es (X, II, 2; IV, 2), tarea que lo lleva a un camino por la interioridad que lo lleva hasta la memoria (X, VIII, 1-5); en la memoria encuentra una serie de contenidos pretéritos

 

(i)                 imágenes pretéritas sensoriales -cenestésicas, fonéticas- (X, IX)

(ii)               contenidos semánticos  las que no son imágenes sino realidades mismas, X, XIII, sobre contenidos proposicionales)

(iii)             contenidos conceptuales (X, XIII/XIV)

(iv)             afecciones emocionales (X, XIV).

 

Todas estas afecciones del psiquismo están almacenadas cada una por separado, y así se pueden evocar v.g. los contenidos sonoros sin la presencia de táctiles, los semánticos sin la presencia de sonoros, etc.; y pueden presentarse ya sea al ser evocados reflexivamente –ora inmediata, ora mediatamente-, o sin que las evoquemos reflexivamente, o en series ordenadas según una propia secuencia temporal.

Esta presentación evocada o no, estructurada o no, de contenidos pretéritos se presentan a la conciencia presente en modo literal, de tal modo que esta teoría de la memoria parece asumir el siguiente principio

 

(TR) Principio de transparencia: “... <ante sí> me encuentro conmigo mismo y recuerdo qué hice, cuándo y cómo lo hice... de este vastísimo arsenal tomo las imágenes de cosas por mí experimentadas o aceptadas sobre la fe de los otros... “(X, VIII, 4)

 

En todo caso si hay límites a lo que se puede evocar, es a la cantidad de imágenes pretéritas y no a su ¿posible? opacidad conceptual. (X, VIII, 5).  

Esta literalidad parece afirmarse al reconocer que la memoria guarda sus contenidos de tal modo que no se presentan en el presente acompañados por las circunstancias que estuvieron presentes en su momento original i.e. “... ninguna de las nociones que recuerdo me perturba cuando las rememoro; y aún antes de recordarlas yo y hablar de ellas, allí estaban ya presentes y prontas para la evocación... el que habla no sienta en la boca de su pensamiento cuando recuerda ni la dulzura de la alegría ni el amargor de la tristeza” (X, XIV, 3).

Y estos contenidos se presentan como mediadores del presente “... cuando estando yo sano hablo de la salud la realidad de la salud la tengo, pero el conocimiento de que la tengo me sería imposible, si no tuviera en la memoria la imagen de la salud” y tales contenidos se presentan directamente: el presente no repite aquello que está almacenado sino que la evocación lo hace presente, en particular ello se puede entender con el olvido, ya que al evocar un olvido, la misma memoria aparece con la imagen de una interrupción (X, XVI,1, y esto se sigue del hecho que cuando reparamos un olvido es que la memoria actúa como prueba de aquello primero adquirido, luego almacenado, luego imposibilitado de evocar, y ulteriormente evocado con éxito, i.e. lo reconocemos cuando lo re-evocamos como aquello que queríamos evocar la primera vez y no pudimos, y en esto opera la propia memoria presente, X, XIX); todo esto indica que en la memoria parece operar otro principio:

 

(Co) Principio de continuidad: “...la memoria está presente en sí misma no por obra de una imagen sino por su propia realidad.” (X, XV, 2)

 

En ese punto, luego de lo que podríamos llamar –anacrónicamente- una fenomenología de lo que se presenta en la memoria, Agustín se plantea el objeto de tal inspección de la facultad de la memoria: “...me preocupa la investigación... <de> quién soy yo mismo, mi alma, que anda en busca del misterio de la memoria.” (X, XVI, 2) tarea que emprende con el fin último de hallar a Dios, a quién “... habitas en mí, y que te recuerdo siempre, desde que te conocí, y en la memoria te hallo cuando me acuerdo de ti.” (X, XXV).   De ese modo aquello evocado –sea Dios o algo- aparece como autoridad e imperio: conocer algo supondrá conocerse ya que, en la medida en que se evoque X, al presentarse X en la conciencia reflexiva de quien recuerda y reflexiona, ejercerá una influencia inevitable sobre su vida anímica.   Así aquello presente y evocado parece suponer un principio ya que aquello que está en la memoria fungirá de fuente o criterio para lo que consideremos en otro tiempo:

 

(Au) Principio de autoridad de la (presencia evocada en la) primera persona: “Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mi mismo y allá afuera te andaba buscando” (X, XXVII).  

 

Así en un presente siempre huidizo la memoria completa la realidad, o sea lo que vaya a ser, cualquiera sea el nombre que ello merezca, será en parte una función de la memoria, que hará a eso que sea, continuante, mismo y estructurado; así esa memoria será –como los modos del tiempo que expone Agustín- presente de lo pretérito evocado (XI, XX).   Y sobre estas ideas se armaron criterios y argumentos de identidad personal, que intentaron poner alguna categoría filosófica a qué clase de cosa sea:

 

§2. Numerosos son los recursos empíricos de identificación –v.g. huella digital, datos antropométricos, número de identidad, imagen retiniana, combinación de imagen retiniana con datos antropométricos, combinación de fotografía y número de identidad, combinación de número de identidad y secuencia de registros en archivos bancarios, judiciales, escolares, académicos, hospitalarios; precisamente lo que indica que son criterios empíricos de identidad es que ellos se pueden fraguar.

Pero en cada caso tales recursos parecen reposar sobre criterios conceptuales previos, que fungirían como un test para evaluar cualquier criterio empírico, dicho de otra forma, porque la memoria tiene ciertos rasgos, puede operar como un criterio de adecuación de recursos empíricos y teorías fácticas sobre la identidad personal (v.g. la huella digital fungirá de recurso empírico, porque la continuidad del cuerpo y sus características antropomórficas –los plegamientos dérmicos de los dedos- suponen la continuidad de un psiquismo y de una persona).

Tradicionalmente, ese rol criteriológico se ha atribuido a cierta teoría estándar de la identidad personal: un continuante es alguien que tiene continuidad psicológica reflexiva vinculada causalmente a una continuidad corporal (cerebral) de modo tal que esa continuación psicológica opera como fundamento de atribución y reconocimiento de propiedades del continuante.   Y esa es una relación de ida y vuelta, i.e. lo que le pase al cuerpo (cerebro) se le imputará a la persona, y lo que le pase a la persona, se inscribirá en ese cuerpo (cerebro) v.g. un daño corporal supondrá la posibilidad de una reparación por daño a la persona, una actividad criminal supondrá la suspensión de la libertad ambulatoria corporal, etc...   Y esta continuidad psicológica debe entenderse de dos maneras:

 

(i)                 Como continuidad psicológica subjetiva, i.e. el continuante debe poder representarse que él es ahora-que-se-está-evocando-(haciendo-X ayer) es el mismo que ayer-estaba-haciendo-X,  y

(ii)               Como continuidad psicológico-corporal imputable i.e. debe haber criterios externos a esta representación por el continuante por los cuales un tercero debe poder conectar el ahora-propio-y-del-continuante con un estado-pretérito-del-continuante, y el continuante debe poder representarse tal imputación.

 

Este continuante es básicamente una persona, i.e. un portador, receptor y empleador de derechos políticos, civiles y sociales.   En cada caso, es la seguridad que estemos ante una misma persona –o continuante- lo que garantiza que se satisfaga hoy lo que fue un derecho reconocido en el pasado (v.g. se paga un plazo fijo, una jubilación sobre la base que la persona que tenía los derechos cuando se estableció la obligación es la misma que la que se presenta al cumplimiento de la obligación)

En la filosofía contemporánea se han empleado ingeniosos experimentos mentales para proponer alternativas a la teoría estándar de la identidad personal: así el cerebro en la cubeta, el intercambio de cerebros y el conflicto con los criterios corporales, la fisión de un cuerpo con cerebro, la alternativa de trasplante de cada hemisferio a un cuerpo con la misma serie de recuerdos, la reconstrucción funcional completa de las asambleas neurales en material sintético, etc.   En cada caso se intenta mostrar que la conexión causal que parece pedir la teoría estándar es imposible o es aporética, o se intenta sostener que –dado que la vida mental es lábil y no ofrece un criterio de realidad- entonces la vida mental de evocación también cae debido a dicha labilidad (v.g. los argumentos que apelan a recuerdos implantados y el rechazo en las cortes criminales de la evidencia producida por tecnologías de evocación reflexiva de recuerdos remotos, dado los sesgos, distorsiones y hasta falsificaciones que tales tecnologías pueden generar).   Sin embargo, esta labor de análisis a pesar de tener un tono escéptico y de emplear recursos escépticos se han hecho a los fines dogmáticos de ofrecer nuevas teorías de la identidad personal, que puedan acomodar los dramáticos desarrollos de las ciencias de la salud.

 

§3. ¿Cuál es el relato, la presentación que un escéptico puede hacer ante aquello que llamamos una teoría estándar?   El escepticismo no ofrece muchas variedades, más allá de la distinción -un poco especiosa- que el propio Sexto Empírico hace en la presentación de Bosquejos Pirrónicos, en tanto actitud radical de abandono del juego gnoseológico, no se puede decir que se huya de formas distintas: por el contrario es un abandono que no mira para atrás, al que no le importa lo que vaya a dejar.   Sí han hecho esto filósofos dogmáticos que emplearon argumentos escépticos a sus anchas (como ser los argumentos antimaterialista de Nagarjuna o de Berkeley, los argumentos anti-fundacionistas de Duhem, Quine y Rorty, los argumentos wittgenstenianos sobre la vida mental privada y las reglas, el argumento de Goodman sobre la inducción y el realismo, los argumentos relativistas de Feyerabend, etc.).   En este escenario árido se recorta como una posición casi excluyente la que asume el filósofo brasileño Oswaldo Porchat Pereira cuya obra[2] ha llevado a cabo un proyecto filosófico radical: filosofar desde la propia reducción escéptica, proyecto que él mismo llamo neopirronismo.   Sumariamente, a los fines de esta comunicación: el neopirronismo de Porchat se sintetiza en dos propuestas:

 

(1)     Restringir al máximo el empleo del llamado argumento de las alternativas eventuales[3], que tan eficaz fue en la zétesis pirrónica.

(2)     Tomar los resultados de la epokhé pirrónica, i.e. aquello que queda y satisface los propios cuasi-criterios que proponen los pirrónicos[4] como punto de partida de argumentaciones filosóficas despojadas del sesgo autista de los antiguos dogmatismos.

 

En esta vena el ataque escéptico puede darse en dos direcciones:

 

(Ataque 1) Agustín expone la memoria como una facultad que brinda información genuina y franca, y que funge de criterio acerca de lo evocado: en particular cuando se produce un olvido subjetivo la memoria funge de criterio para el reconocimiento de aquello que fue olvidado[5] (“... cuando hemos olvidado el nombre de alguna persona bien conocida y queremos recordarlo, ya sea que ella esté presente o simplemente que estemos pensando en ella: los nombres que en falso nos ocurren son rechazados al punto... hasta que se nos presenta el nombre verdadero y la memoria, al reconocerlo, recobra su equilibrio.” (X, XIX).   En resumen cada vez que alguien olvida:

 

  • (M1) en un primer momento evoca X, pero no recuerda X: se le presenta que no recuerda o no puede evocar X
  • (M2) en un segundo momento, se le presenta Z, y él cree que eso que se le presenta puede ser aquello que intentó evocar en la primera oportunidad,
  • (M3) pero la memoria, que posee una representación de X, opera como criterio y señala que aquello que se intentó evocar en la primera oportunidad –X- no es lo que ahora aparece –Z-.

 

Pero toda función criteriológica cae bajo los tropos escépticos: en efecto como podemos saber que Z no es X si esto lo da la memoria, y no sabemos si la segunda operación de la memoria (M2) opera francamente o no a menos que supongamos que en ese momento la memoria opera correctamente.  Es claro que en el caso que identifiquemos incorrectamente al alguien que está presente –o algo que un sujeto presente conoce –v.g. cuando está presente X lo evocamos erróneamente Z- él nos corregirá y nos dirá que habíamos olvidado que era X y no Z.   Pero Agustín señala otros casos en los que olvidamos y recordamos sin que haya ninguna autoridad presente que pueda corregir un olvido, pero en ese caso, si no está presente quién nos pueda corregir cómo podemos saber que la corrección de la evocación fallida en que aparece Z es efectivamente X y no X´ o X´´ o lo que sea.   Y en esa segunda situación el asalto escéptico hace caer la función de autoridad de la memoria.   Y ataques semejantes se pueden hacer en el caso de la continuidad y de la transparencia, en cada caso se podría mostrar que una función criteriológica será indistinguible de la función criteriológica inversa.

 

(Ataque 2) Más allá de analizar cada función criteriológica, y oponer funciones contradictorias que sean indiscernibles de la primera –la forma clásica de argumentación escéptica- se puede contraponer una visión que invierte completamente los supuestos que ofrece Agustín.

El ejemplo proviene de la literatura, como en toda argumentación escéptica basta enunciar la posibilidad, y en este caso no es una posibilidad contrafáctica, la que las alejaría de la austeridad neopirrónica, sino que esboza simplemente otra visión de la memoria.

Christopher Priest es un escritor que ha explorado los meandros de las realidades mentales alternativas.   En La afirmación[6], Peter Sinclair –su protagonista- intenta elaborar un diario de su vida y se ve enfrentado a la labilidad de la memoria, comienza a redactar la secuencia de eventos i.e. “... no era suficiente que estableciera el mero orden de los sucesos que configuraban mi vida, necesitaba determinar la significación relativa de cada uno de ellos.   Yo era el producto de todos ellos, de aquel aprendizaje, y había perdido todo contacto con el individuo que había sido antes.  Tenía que redescubrirlos, que reaprender, quizá, lo que había olvidado” (p. 28).

Pero al comenzar ese proceso, Sinclair llega a un estancamiento “De pronto, por alguna razón inexplicable, llegué a un punto muerto” (p. 31); esto surgía del hecho que “Hasta ese momento, todo cuanto había escrito dependía por completo de la memoria... <pero> la memoria es un instrumento falaz, y los recuerdos de la niñez suelen estar desfigurados por influencias que en el momento uno es incapaz de discernir.” (32).  

Al romper con el orden cronológico Peter Sinclair cree resolver el problema, pero se encuentra nuevamente con la memoria “La memoria, sin embargo era fundamental y día a día yo tenía nuevas pruebas de su falibilidad.   Aprendí por ejemplo que los recuerdos no tenían la coherencia de un relato.” (p. 36).   Apela a ciertas fuentes como un brazo fracturado o fotografías pero nuevamente se tornaba imposible evocar aquello que en su memoria correspondiera a tales cosas i.e. “... estaba obsesionado por la idea de verificar y autentificar lo que hasta entonces había dado por supuesto, y que no podía confiar en ninguna cosa del pasado.” (p. 37).

Así Peter Sinclair que fracaso en la evocación directa –ya que la memoria no continua, ni autoridad ni transparente- y en el empleo de supuestos vestigios del pasado reales que se suplieran con imaginación –que terminaban involucrando la evocación y la memoria- comienza a escribir una tercera versión de su autobiografía, que no estuviera abierta a la zozobra y el estancamiento que producía la memoria: “Por fin sabía de que modo tenía que contar mi historia.  Si la verdad más profunda sólo podía ser expresada a través de una realidad inventada –en otras palabras, a través de una metáfora- para llegar a al verdad total tenía que crear una falacia total.   Mi manuscrito tenía que transformarse en una metáfora de mío mismo.   Inventé un mundo imaginario y una vida imaginaria.   Mis primeros dos intentos habían sido mudos y claustrofóbicos... El crear un mundo imaginario me permitía modelarlo a la medida de mis necesidades, hacer que representara ciertos símbolos personales de mi vida,   ya había dado el paso fundamental; al alejarme de la pura narración autobiográfica; ahora avanzaba hacia una etapa ulterior, situando al protagonista, mi yo metafórico, en un entorno vasto y estimulante”. (pp. 41-2)

Así Peter Sinclair escribe su autobiografía, genera un mundo inventado, completamente diferente al mundo real, donde él escribe una ficción acerca de un tal Peter Sinclair que vive en Londres, en la campiña.

La memoria expuesta, llega en la falsedad más absoluta y deliberada, y sin ser ni autoridad ni transparente ni continua.   Y en ese caso, cabe la interrogación, de claro talante escéptico: ¿Por qué el optimismo casi pleno de Agustín, y no el pesimismo, la huida de Peter Sinclair?  En parte porque si aceptamos la versión de Peter Sinclair, se cae completamente la teoría ingenua de la identidad personal: no se sostiene ni la continuidad psicológica subjetiva, i.e. el continuante debe poder representarse que él es ahora-que-se-está-evocando-(haciendo-X ayer) es el mismo que ayer-estaba-haciendo-X,  ya que Peter Sinclair no se puede representar casi nada de su supuesta vida pretérita ni se sostiene la continuidad psicológico-corporal imputable -debe haber criterios externos a esta representación por el continuante por los cuales un tercero debe poder conectar el ahora-propio-y-del-continuante- con un estado-pretérito-del-continuante ya que las marcas presentes del cuerpo de Peter Sinclair –la fractura del brazo- no se pueden asociar con sucesos que se puedan evocar sin duda.(“ Era el brazo izquierdo el que me había fracturado, Esto lo sabía sin lugar a dudas, ya que nadie puede confundir el recuerdo de esas cosas...   Y sin embargo, el único testimonio objetivo de la lesión aparecía en una corta secuencia de fotos en blanco y negro... allí había un niñito de aire compungido a quien reconocía como yo mismo, con el brazo derecho en un cabestrillo blanco”. (p. 37).)

Solo alguien ajeno podrá decir que –vía radiografías y comparaciones antropométricas con el pequeño fotografiado- que el brazo es el mismo, pero en ese caso la continuidad será afirmada de afuera, y nunca será parte de lo que Sinclair pueda evocar, o sea será una verdad más profunda –ajena por completo a la memoria de Peter Sinclair- que para la propia memoria será de Peter Sinclair una falsedad, una construcción que él acepte por autoridad, como pueda aceptar lo que él mismo invente sobre si.

Y tal reconstrucción externa, será como aquello que aceptan los cuasi-criterios pirrónicos, una presencia inevitable en el ámbito de lo que aparece ahora, sin abrir juicio sobre su pasado o futuro o estructura no aparecida.   En ese caso, Peter Sinclair será para sí y para todos aquello que está ahora, más aquello se asocie con él y que se nos aparezca inevitable, sin abrir juicio, más aquello que estimemos y normamos sobre Peter Sinclair sin pretender que estas estimaciones o normas correspondan a nada de Peter Sinclair que exceda aquello que nos aparece ahora.

Nada del optimismo ante la memoria, y nada de la propia memoria que tan bien nos narrara Agustín, en modo tan claro y tan aplicable a cualquiera, nada de las teorías que sostengan que algo presente se conecte con algo pasado a partir de una vida mental auto conciente continua.   Pero esto no es un escenario de inmovilismo, clásicamente atribuido al escéptico, sino que la opción neopirrónica nos propone pensar y argumentar a partir de las ruinas dogmáticas, que la lisis escéptica dejan.

Y en ese caso, la revisión neopirrónica de la sombra de Agustín, llevará a una situación de revisión radical de nuestras intuiciones y tesis filosóficas, éticas, jurídicas y políticas todas las que supongan tales evaluaciones o estimaciones.   Por ejemplo la imputación penal supone una identidad entre el que cometió cierta acción tipificada como delito por el derecho penal, y la persona que está presente en el tribunal, la atribución de derechos supone una continuación entre la persona titulada y quien los ejercerá o titulada en el pasado y quién los ejerce en este momento, y así sucesivamente.

Queda esbozado un campo de trabajo, cuyo cometido va más allá de los límites de esta comunicación.

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[1] Agustín de Hipona, Confesiones, traducción de Antonio Brambilla Z, Buenos Aires, San Pablo, 2003.    En adelante C, libro y capítulo.

[2] La obra de Porchat se ha desarrollado en una serie de trabajos publicados a lo largo de más de veinticinco años en revistas académicas, la mayoría de los cuales están recogidos en el libro Vida Comun e Ceticismo, San Pablo Editora Brasiliense, 1993.

[3] Se conoce como argumento de las alternativas eventuales, a aquella familia de argumentos que dudan de la justificación o los títulos de X dado que es posible meramente imaginar una situación en la que sea no-X, y que no se puede dirimir el conflicto entre X y no-X apelando a la supuesta realidad de X porque ello será una petición de principio, ya que se parte de asumir que X era real.

[4] "Atendiendo a los fenómenos, vivimos sin dogmatismo, en la observancia de la exigencias vitales... <que son> (i) la guía natural... según la cual somos capaces de sentir... (ii) el apremio de las pasiones según la cual el hambre nos incita a la comida y la sed a la bebida, (íii) el legado de las leyes y las costumbres... asumimos en la vida como bueno el ser piadosos y como malo el ser impíos y (iv) el aprendizaje de las artes según el cual son somos útiles en aquellas artes para la que nos instruimos" (HP, 1, 23-4)

[5] Agustín distingue entre olvido subjetivo y olvido objetivo, siendo este último equivalente a la amnesia i.e.”Solo cuando una c osa está completamente ausente del ánimo no la podemos recordar aunque nos la recuerden, y cuando recordamos que hemos olvidado es porque el olvido no fue total.   Lo totalmente olvidado ni siquiera lo podemos buscar” (X, XIX).  Aquí se ve claramente la distinción entre los dos tipos de olvido.

[6] Christopher Priest La afirmación, Barcelona, Ediciones Minotauro, 1984 (1981).

 

 

 

 

© Alejandro Miroli, 2005

LINDARAJA. Revista de estudios interdisciplinares y transdisciplinares. Foro universitario de Realidad y ficción.

URL: http://www.filosofiayliteratura.org/lindaraja/agustinmemoria.htm

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