Realidad y ficción

              Revista Lindaraja. Revista de estudios interdisciplinares  ISSN:  1698 - 2169                  

 

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Heidegger: el arte del ser

 

Alejandro Escudero Pérez

UNED, Madrid

El escrito principal de Heidegger sobre este tema es un texto de mediados de los años treinta, titulado “El origen de la obra de arte” (traducido en Caminos de bosque, ed. Alianza, 1996). Es a él al que preferentemente nos referiremos.

Dicho al margen: de todas las artes la que más constantemente atrajo la atención de Heidegger fue la poesía (especialmente la de Hölderlin, Rilke y Trakl). Aunque en interesantes ensayos como “Arte y espacio” y “Construir, habitar, pensar” se acercó, respectivamente, a la escultura y a la arquitectura (cuando redactó estos ensayos mantuvo un fecundo contacto, por ejemplo, con Eduardo Chillida).

Heidegger, como sucede con todo gran pensador, ha intentado volver a definir qué sea la filosofía y, en el contexto que nos atañe qué sea arte. Heidegger concibe la filosofía como ‘onto-logía’, como saber del ser (el verbo por excelencia, algo que alude, pues, a un acto, una acción, un acaecer, una eclosión; ‘ser’ es, ante todo, el aparecer de lo que aparece, aquello por lo que y desde lo cual los entes son lo que son y lo que pueden ser, ganando cada vez lo que les es propio).

Un breve acercamiento a sus planteamientos puede comenzar con la lectura de la primera página de “El origen de la obra de arte” (pg. 11 de la edición citada).

A modo de comentario –y después de leerla- diremos lo siguiente:

Lo primero que en todo momento nos ayudará a entender lo que dice –en este y otros casos- es fijarnos a qué situación de experiencia nos remite el texto. Una situación que en dos pinceladas caracterizaremos así:

“Estamos, hoy, aquí y ahora, ante una obra de arte, tal vez en un museo o una sala de conciertos. Lo que, a la vez, quiere decir: estamos –al hacer eso tan corriente- imbuídos por una comprensión –más o menos explícita- de qué sea arte (y sólo desde ella y por ella el cuadro o la pieza musical tiene para nosotros el sentido que tiene cuando los experimentamos). Con esa comprensión contamos siempre, sin que reparemos en ella”.

Y es ahí y sólo ahí donde cabe formular una pregunta filosófica sobre el arte – una pregunta formulada en una actitud que implica una cierta suspensión,

aunque sea parcial, de la comprensión del arte vigente, en la que de ordinario nos movemos-. Heidegger, reactivando un inveterado gesto filosófico, pero dándole matices ‘novedosos’, en este contexto, propone que preguntemos por el “origen” (Ursprung) y la “esencia” (Wesen) de la obra de arte.

Si seguimos los vericuetos del fragmento que hemos leído entenderemos que el origen de la obra de arte es su esencia considerada a partir de su fuente (Herkunft), la fuente de qué es y cómo es la obra de arte que antes contemplábamos en otra actitud (sin pregunta filosófica por medio). A esa fuente la llama Heidegger el Arte (die Kunst).

Heidegger denomina “Arte”, por un lado, a una constelación (el Arte es un conjunto de elementos diferenciados e irreductibles, articulados e interdependientes), y, por otro, a aquello a partir de lo cual y por lo cual esa constelación adopta una figura precisa, un contenido y una consistencia específica. El Arte posee, pues, dicho en otro lenguaje, a la vez, un aspecto óntico y otro ontológico.

Es importante destacar que a pesar de que todos los elementos de esa constelación son necesarios, y juegan su peculiar papel, su centro no es ni el artista (como en las estéticas románticas del genio) ni el espectador (como en las estéticas del gusto) sino la propia obra de arte (un centro, eso sí, descentrado y descentrable en tanto no es posible establecer de una vez por todas la ‘esencia’ del arte; ‘ser’ es un ‘acontecer’ –una eclosión-, y si el Arte es una fuente lo es porque actúa como un manantial del que brotan, cuando lo hacen, obras de arte en torno a las cuales cristaliza una entera constelación (que incluye a los artistas y al público, a los modos técnicos de elaboración y a los canales de difusión etc.).

Para continuar, llegados aquí, nos detendremos en algo que apunta Gadamer en su artículo “La verdad de la obra de arte” (escrito como introducción a la edición de 1960 del ensayo de Heidegger). En la página 104 de su traducción castellana leemos:

«Con ello, aunque no sólo esto, [Heidegger] ofrece una descripción del modo de ser de la obra de arte que evita los prejuicios de la estética tradicional y del pensamiento subjetualista moderno».

Un poco antes, en la página 99, completando esta idea, decía el fundador de la hermenéutica filosófica: «Es necesario superar el concepto mismo de estética». La cuestión es ¿por qué es necesario intentar tal cosa? ¿qué hay de malo en la ‘estética’ tal como la conocemos hasta ahora?

Con el término ‘estética’ se designa aquí la disciplina filosófica surgida en el siglo XVIII aunque también a todo un modo de entender el arte (sobre esto se puede leer la primera parte del libro de Gadamer Verdad y método, ed.

Sígueme, el libro de Sergio Givone Historia de la estética, ed. Tecnos etc.). Lo relevante es que la ‘estética’ –hija de la modernidad ilustrada y romántica-contiene un presupuesto, encierra un prejuicio que –según dicen Heidegger y Gadamer- tiene que ser cuestionado. ¿Cuál?

Sobre todo el de que el ‘Hombre’ es el ‘Sujeto’ del arte (y de la ciencia, la técnica, la ética, la política, la religión etc.), es decir, lo que le ‘subyace’, lo que lo sostiene y lo funda, su fundamento necesario y universal, su ‘razón de ser’.

En un escrito de Heidegger, “La época de la imagen del mundo”, que ofrece en sus primeras páginas un recuento de los principales aspectos constitutivos de la modernidad, y a este respecto, podemos leer:«Un tercer fenómeno de igual rango en la época moderna es el proceso que introduce al arte en el horizonte de la estética. Esto significa que la obra de arte se convierte en objeto de la vivencia y, en consecuencia, el arte pasa por ser expresión de la vida del hombre» (Caminos del bosque, ed. Alianza, pg. 75-76).

En la época moderna (o sea, tanto en la estética filosófica como en las artes que la corresponden) se sostiene –con inmensas consecuencias (unas mejores y otras peores)- que el arte es algo del Hombre, él es, por emplear dos términos griegos, su ‘arché’ y su ‘télos’. El arte en su conjunto se concibe como algo para el Hombre, algo por él dispuesto como Sujeto universal de la razón, algo gracias a lo cual o por medio de lo cual el Sujeto llega a ser Sujeto.

Dos ejemplos pueden ayudar a precisar esta última idea:

-En el diccionario Anaya, como primera acepción del término ‘arte’ se dice lo siguiente: “capacidad del hombre para crear belleza” (un definición que habría que estudiar con todo detalle).

-Los libros de José Jiménez, catedrático de Estética en la Universidad Autónoma de Madrid, La estética como utopía antropológica e Imágenes del hombre (fundamentos de estética), ambos publicados en la editorial Tecnos, como explícitos herederos de la tradición moderna, explican que las obras de arte son una ‘imagen del hombre’, en el doble sentido que tiene la expresión: suya en tanto a él referida y suya en cuanto por él producida; pero ¿de qué hombre es la obra de arte ‘imagen’? Del hombre emancipado, del sujeto libre, por eso afirma el carácter utópico del arte: éste nos libera, nos hace libres, y esa es su ‘función’, para eso ‘sirve’.

A partir de éstas coordenadas –cuya aclaración requiere un desarrollo mucho más amplio y minucioso- nosotros, los hijos de la era moderna, entendemos el arte en general.

Heidegger –al que puede considerase un pionero- pretende, como indicaba Gadamer en los textos que antes citamos, poner todo esto en tela de juicio. Según él otra época para el arte –aunque no sólo para el arte- empieza a ser posible, comienza a vislumbrarse de un modo aún oscuro y confuso. El asunto

es ¿cómo iniciar, en este terreno, la discusión (o problematización) de la situación aún vigente? De varios modos, por ejemplo estos:

1.      Para empezar hay que reconocer, con todas sus consecuencias, que el Arte (como constelación, como ámbito óntico y ontológico etc.) tiene en sí su ‘arché’ y su ‘télos’. No es algo, pues, al servicio del Hombre, a su disposición como medio para llegar a ser él mismo. Más bien hay que pensar (en tanto, a la vez, pertenecemos a ese ámbito y participamos en él) que estamos al cuidado de él, que nos corresponde cuidar de él como de algo ‘sagrado’; sólo desde el amor al arte cabe cultivar con acierto ese fértil territorio al que nos debemos.

2.      Restablecer el vínculo entre el ‘arte’ y la ‘verdad’, haciéndonos ver que el arte es un modo o aspecto de la verdad. Algo que, con razón, en primera instancia nos puede parecer chocante, ante todo porque contraviene el reparto de ámbitos aún vigente; este reparto, por ejemplo, puede encontrarse en las tres críticas de Kant: en la Crítica de la razón pura se establece, a través del entendimiento del Sujeto, el nexo entre el conocimiento y la verdad; en la Crítica de la razón práctica, a partir de la voluntad del Sujeto, se fija la conexión de la moral y el bien; y en la Crítica del Juicio, desde el sentimiento del Sujeto se decide qué es bello y qué es sublime, esto es, las dos ‘categorías’ que articulan la esfera estética. Heidegger piensa que este reparto no tiene por qué ser aceptado, subrayando que todo esto tiene que ser replanteado a fondo.

Cuando Heidegger propone vincular el arte y la verdad lo hace, desde luego, a partir de un intento de redefinir qué sea la verdad. La acepción tradicional (la verdad es una adecuación, una conformidad, una correspondencia etc.) no tiene que ser enteramente desechada, pero sí conducida a una dimensión más radical: la de la verdad como desocultamiento (de lo ente por el ser, desde el ser). Sólo de este modo el Arte puede comparecer como uno de los modos en los que la verdad acaece.

Una posible, y parcial, traducción de esto al nivel de la obra de arte (en la que se concretaría la posible verdad del Arte como tal) lleva a decir que ésta no es, en sentido literal, una re-presentación: la presentación segunda de algo que ya estaba antes ahí dado. La obra de arte es la presentación o la mostración de algo, desplegada, pues, de acuerdo con el modo artístico de manifestación del ente (en la que lo óntico gana brillo y esplendor).

Heidegger, y éste es uno de los nudos de su ensayo, señala que la verdad de la obra de arte se establece en y como una lucha, una tensión, en el seno de cada obra, entre su ‘mundo’ y su ‘tierra’, siendo ‘mundo’ lo desplegado por la obra y ‘tierra’ lo replegado en la obra (en los cuatro ensayos de la segunda parte de G.

Vattimo, El final de la modernidad, ed. Gedisa, pueden encontrarse más precisiones sobre estos términos).

La clave, en todo caso, de lo propuesto por Heidegger –y es lo que pretendemos resaltar en la medida en que incita a pensar lo que hoy nos corresponde pensar en este ámbito de cuestiones filosóficas- está en entender el Arte como ‘acontecer’, como una fuente y manantial (inagotable) de modos de artisticidad, de maneras (a la vez distintas y enlazadas) de configurarse y articularse epocalmente lo artístico (ese peculiar ámbito de lo ente).

¿Es posible aportar, dicho esto, y a fin de concretarlo algo más, una pista al menos de por dónde va la cosa según este planteamiento? Tal vez, y dicho para concluir, ayude a ello la indicación siguiente:

Desde esta perspectiva –que debe ser puesta a prueba para ver hasta dónde da de sí a la hora de ‘pensar las artes’-, por ejemplo, y a propósito de las ‘artes plásticas’ cabe decir que éstas ensayan en cada caso una sensibilización de lo insensible (el pintor Paul Klee decía, en este sentido, que la pintura no pinta lo ya visible, sino que “hace visible” etc.). Es aquí, en este volver sensible lo que no lo es o no lo era, donde se pone en juego el conflicto entre el ‘mundo’ y la ‘tierra’, en cuyo filo se sostienen las obras de arte.

Indicaciones bibliográficas.

En castellano, salvo artículos dispersos en revistas, hay pocos textos que se puedan leer con provecho sobre tratamiento heideggeriano del problema del arte.

Por su calidad e interés son recomendables los ensayos de Félix Duque – precisamente porque no son escritos ‘sobre Heidegger’ sino ‘a partir de Heidegger’, aprendiendo de lo que éste ha enseñado y haciendo algo con ello-por ejemplo Arte público y espacio político, ed, Akal, 2001 y La fresca ruina de la tierra, ed. Calima, 2002. Muy interesante es su introducción (titulada “La mirada y la mano”) a un libro que recoge dos ensayos de Heidegger, “Observaciones relativas al arte-la plástica-el espacio” y “El arte y el espacio”, publicados por la Cátedra Jorge Oteiza en el 2003.

El comentario más exhaustivo del ensayo de Heidegger “El origen de la obra de arte” es el elaborado por F. -W. Von Herrmann, se trata de Heideggers Philosophie der Kunst, ed. V. Klostermann, 1994.

Alejandro Escudero Pérez, Marzo, 2004.

 

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©  Alejandro Escudero Pérez, 2004

Publicado en la Revista Rastros del Departamento de Filosofía

Facultad de Filosofía de la UNED

 

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