Capacidades potenciales y valores en
la tecnología
Elementos para una axionomía de la tecnología
J. Francisco Álvarez
UNED. Madrid
(Álvarez Á., J. F.
(2001), "Capacidades potenciales y valores en la tecnología.
Elementos para una axionomía de la tecnología" en López
Cerezo, J. A. y J. M. Sánchez Ron (comps.) (2001),
Ciencia, tecnología, sociedad y cultura en el cambio de
siglo, Biblioteca Nueva/O.E.I., Madrid, pp. 231-242)
Fragmento
del artículo:
"Tenemos gran renuencia para
admitir la incertidumbre y la indeterminación en los
asuntos humanos. En lugar de admitir los límites de la
razón preferimos los rituales de la razón",
( Jon Elster (Solomonic Judgements, pág. 37)
El estudio del impacto social de las tecnologías, sin
dejar de ser un tema importante, se ha ido transformando en los
últimos treinta años en otro tipo de estudios de mayor calado y
detalle, en análisis que tratan de esclarecer los mecanismos del
cambio tecnológico, los condicionantes sociales de la aplicación
de las tecnologías y toda una serie de problemas relativos a las
decisiones políticas y sociales relacionadas con la
investigación básica y las aplicaciones técnicas. Además, han
proliferado los estudios sobre los valores implícitos o
explícitos en determinadas opciones tecnológicas.
Para que este nuevo tipo de consideraciones tenga un
alcance mayor resulta conveniente analizar la noción de decisión
y el concepto de racionalidad de la acción humana, así
intentaremos comprender con mayor generalidad lo que previamente
parecía restringirse a una simple evaluación del impacto social
de las tecnologías. Un primer aspecto a precisar es el marco
tecnológico o contexto en el que se produce la decisión y, en
particular, el grado de información disponible a la hora de
tomar esa decisión. Se señala así a una distinción importante en
el espacio mismo en cuyo seno se produce la elección
tecnológica.
Dicho rápidamente, el problema se relaciona con la
distinción entre riesgo e incertidumbre. Es muy frecuente que
las decisiones relativas a las tecnologías se produzcan en
situaciones de incertidumbre de alto nivel o de incertidumbre
radical. Habitualmente se ha considerado que la posición
defensora de la incertidumbre se correspondía o bien con ciertas
formas de irracionalismo o con la adopción de ciertos valores
"conservadores" que están contra el proceso mismo de desarrollo
de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, defenderé que es
posible mantener una consciencia clara de la incertidumbre
radical y no por ello compartir alguna de aquellas perspectivas,
ya fuera la irracionalista o la conservadora.
El reconocimiento de la importancia de las situaciones de
incertidumbre puede ser un buen punto de partida para
desarrollar una reflexión que defienda el papel pertinente de la
argumentación racional, los valores y su dinámica en todo el
proceso que conduce a la adopción de decisiones que están
orientadas a intervenir y transformar el medio en el que se
desarrolla la acción.
Hay muchos conceptos que se difunden y que parecen apoyar
racionalmente las decisiones y, sin embargo, son simples
hipótesis teóricas que no están adecuadamente contrastadas. Por
ejemplo, la relación positiva entre diversidad y estabilidad no
es más que una de esas hipótesis teóricas que se difunden como
dogmas o mitos, pero que están lejos de tener contrastes
empíricos adecuados. En casos así la reflexión teórica aparece
como un elemento fundamental. No está comprobado sino que es un
presupuesto teórico suponer que una mayor diversidad sea
beneficiosa para un sistema y que con ello se mejore la
estabilidad. Algo parecido ocurre con la hipótesis del
rendimiento informativo del mecanismo de mercado y su supuesta
capacidad para seleccionar óptimamente la información relevante
para el mejor funcionamiento del sistema social.
Desde el ámbito de la filosofía lo que me parece
interesante señalar y reconocer es que, sin duda, nuestra
capacidad de proyectar y de predecir está avanzando pero que de
la misma forma se incrementa la incidencia de lo que no somos
capaces de predecir. El tipo de interrelaciones a veces es
sumamente complejo y deberíamos reconocer que, cuando menos,
estamos adoptando decisiones en una situación de información
incompleta, y, en muchos casos en situaciones de desconocimiento
radical, en las cuales no podemos asignar probabilidades a los
sucesos futuros porque ni siquiera conocemos cuáles puedan ser.
Nuestro sino es el de la racionalidad imperfecta, las
pretensiones de optimización y de alcanzar una información
completa son casos simples de pensamiento desiderativo, de
confundir nuestros deseos con la realidad (Álvarez, 1992).
Como han señalado algunos economistas, lo conmensurable,
intercambiable y apropiable es lo que habitualmente se ha
considerado definitorio del espacio de lo económico. Estos
criterios conducen de manera inevitable a la búsqueda de alguna
unidad de medida que permita establecer unívocamente esa
conmensurabilidad. Este mismo proceso teórico hace que para la
economía tradicional resulten incomprensibles buena parte de los
aspectos de la conducta que quedan fuera del mecanismo de
intercambio por antonomasia que, se supone, es el mercado.
Muchos aspectos que pueden resultar decisivos y que son
propiedad de los objetos y de los procesos de acción humana
quedan fuera del espacio de lo económico pero, en general, se ha
aceptado tal simplificación como cláusula inevitable para
formular un modelo de acción y de ser humano que permita avanzar
en la ciencia económica. Sin embargo, en nuestra época las
nuevas tecnologías de la información están transformando estos
conceptos y la nueva "economía digital" se preocupa cada vez más
de las "licencias de uso" que de la transmisión de la propiedad.
La "vieja economía" no solamente resulta ciega ante, por
ejemplo, la "contabilidad ecológica" sino incluso ante los
rasgos diferenciales de la economía digital.
Teniendo en cuenta que ese mismo modelo de la ciencia
económica ha sido el que ha tenido un lugar preponderante en los
análisis sobre las decisiones en materia tecnológica, parece
conveniente, como procedimiento general, analizar los límites de
ese modelo de acción racional para con ese bagaje poder abordar
temas más concretos sobre la forma que adopta nuestra valoración
de las nuevas tecnologías, para analizar los diversos modelos de
cambio técnico y para plantearnos los aspectos prospectivos que
ayuden a orientarnos en el mundo de la transformación
tecnológica.
Un problema tradicional en filosofía de la ciencia, que
incluso tiene más importancia en filosofía de la tecnología, es
el de la distinción y posible conexión entre explicación y
predicción. Resulta particularmente pertinente en situaciones en
las que hay que adaptarse a un objetivo móvil, como ocurre con
todos los estudios relacionados con el futuro. Este es el ámbito
teórico que me gusta llamar, con términos utilizados por G.
Hawthorn, el análisis de los "mundos plausibles, o mundos
alternativos". La distinción tradicional entre explicación y
predicción, que prácticamente se reducía a una simple diferencia
temporal, reaparece en nuestra reflexión pero tratando de evitar
la ingenua simetría utilizando para ello las nociones de
"incertidumbre y filtros informativos". Nociones que nos
facilitan la comprensión del lugar que ocupa el análisis de los
valores que orientan inevitablemente cualquiera de las opciones
tecnológicas. Los valores se muestran como piezas clave en
nuestro análisis de las relaciones entre las tecnologías y la
sociedad porque, cuando se utiliza como criterio básico de la
decisión la información disponible, pueden entenderse los
valores como filtros informativos que permiten el paso de
determinada información e impiden el paso de otros elementos
informativos. Por ejemplo, la consideración del individuo como
agente y la consiguiente valoración de su ser sujeto agente de
la acción, nos conduce a incorporar un tipo de información que
valora los derechos del individuo y los ámbitos de su libertad
(digamos, positiva), y a considerar que tal información es un
elemento decisivo a la hora de analizar su actividad, pues ahora
no serán sólo los elementos referidos al bienestar y a la
utilidad social los que entren en la consideración global de la
acción humana.
La autonomía y el aspecto agente de una persona, tal como
ha mostrado Amartya Sen, tiene el efecto de hacer inaceptable la
exclusiva adopción del bienestar como fundamento informativo
para el razonamiento moral substantivo. También sirve valorar la
autonomía para destacar que el bienestar de una persona debe
verse tanto en términos de libertad como de logros efectivos.
(Fragmento del artículo)
© J. Francisco Álvarez
Álvarez, 2001 (en la edición citad arriba)