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El poder de un hilo apenas perceptible

Memoria, s�ntesis originaria, deseo y voluntad

(Nietzsche y el idealismo transcendental)

 

 

MERCEDES LAGUNA GONZ�LEZ

 

 

 

Introducci�n

 

1. Historia y vida en Nietzsche

      

2. Memoria, capacidad de recordar, historia

     La concepci�n de la memoria. La s�ntesis y los fen�menos originarios

 

3. La voz intempestiva de Nietzsche. La s�ntesis originaria

 

4. La protesta airada de Nietzsche: una historia que ense�e a vivir

     Recordar y olvidar: la memoria que construye

     La sentencia del Dios Apolo

     An�lisis filos�fico. S�ntesis originaria

 

5. El inter�s, antes del razonamiento y despu�s del querer

6. Provocando a los partidarios de la raz�n

     Instintos, sentimientos. Voluntad. Pensamiento. Voluntad

 

7. El poder de la voluntad

Qu� es la finalidad

El inter�s transformado en voluntad

El poder de un hilo apenas perceptible

 

7. El modelo de sujeto humano adecuado a la nueva racionalidad

    Los principales rasgos de la acci�n humana

 

8. Juego, di�logo, pre�juicios y presuposiciones

    La funci�n de las normas y los valores   

 

 

 

 

 

 

 

 

La sentencia del dios d�lfico es un s�mbolo para nosotros�.

�Cada uno ha de organizar el caos que tiene dentro de s�.

(Nietzsche: Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, cap. 10)

 

�Por m�s ego�sta que se pueda suponer al hombre,

existen evidentemente en su naturaleza algunos principios

que le hacen interesarse por la suerte de los otros,

y hacen que la felicidad de �stos le resulte necesaria,

aunque no derive de ella nada m�s que el placer de contemplarla".

 (Adam Smith, La teor�a de los sentimientos morales")

 

 

Introducci�n

 

La importancia del tema de la historia en Nietzsche reside en el papel originario que otorga a la vida y en la asociaci�n de lo vital con el tiempo, de tal manera que la vida, y el ser con ella, se convierte en  formaci�n, desarrollo y transformaci�n. De hecho, esta Segunda Intempestiva fue una de las obras m�s  influyentes en la concepci�n de la historicidad del ser de Heidegger[1]. El tiempo en la noci�n de historia de Nietzsche comienza a tener un peso diferente, seg�n la densidad de la vida que se ha vivido en �l. Es un tiempo, adem�s, que descubre un rostro nuevo: ya no es simple ni principalmente lineal.

            En mi opini�n, en el concepto de memoria, reside la uni�n de la filosof�a de la historia con el estudio del cuerpo (ya que todav�a no podemos decir del yo). Por este camino llega, como consecuencia, la relaci�n entre el cuerpo y la cr�tica de la cultura. Con Nietzsche y su cr�tica de la cultura da comienzo el an�lisis y la revisi�n de los sistemas conceptuales: un filtro a trav�s del cual vemos el mundo y que nos impone subrepticiamente una serie de normas y valores que coartan la libertad y matan la vida, as� los piensa Nietzsche. Aunque �sta es la visi�n habitual que tenemos del fil�sofo del martillo. Habr� que revisar, por un lado, en qu� sentido es cierta y, por otro, si las normas y los valores poseen tambi�n una funci�n en la racionalidad (al igual que el punto de vista hist�rico y el no�hist�rico que analiza el joven Nietzsche en esta obra que sirve de base a nuestro estudio).

Las investigaciones sobre los nuevos modos de racionalidad en la ciencia y sobre las herramientas y el m�todo que utilizan tienen mucho que decir en el an�lisis de la formaci�n, desarrollo y mantenimiento de las normas sociales y de los valores, de su importancia para la racionalidad, as� como de su relaci�n con la autonom�a, la libertad y las libertades concretas. El peso de la cr�tica a la cultura de Nietzsche y tambi�n de Freud, no nos permiten comprobar, en bastantes ocasiones, que tambi�n las normas y valores pueden actuar en sentido positivo en la construcci�n de la racionalidad y que, de hecho, son necesarios, tanto para la toma de decisiones individuales como para un avance de las ciencias que haga posible el desarrollo de las libertades concretas y, por tanto, de la justicia.

Es necesario aprender una s�ntesis entre el modo de vida hist�rico y el no�hist�rico. Una s�ntesis que aglutine la capacidad de recordar y la capacidad de olvidar en armon�a. La posici�n extrema en uno de los dos polos acarrea terribles consecuencias. Tanto recordar como olvidar han de estar equilibrados, y ambas acciones han de servir, por necesidad, a la vida. En la direcci�n de este equilibrio tiene que haber una fuerza, organizando y revisando que la vida no se resienta: Nietzsche la llama �la fuerza pl�stica� de un individuo, de un pueblo, de una cultura. Nietzsche incorpora en conexi�n con esta fuerza, sin nombrarla, la noci�n de �memoria�, que hab�a aprendido de Goethe: la capacidad de transformar y revisar el presente, de rectificar, a la luz del pasado, el ser en desarrollo, en formaci�n (Bildung). La memoria a veces aparece como opuesta a la fuerza pl�stica, pero Nietzsche insiste, desde el principio al fin en esta obra, que es necesario buscar el equilibrio).

�Por lo dem�s me es odioso todo aquello que �nicamente me instruye, pero sin acrecentar o vivificar de inmediato mi actividad�. El comienzo de la Segunda Consideraci�n intempestiva deja la voz a Goethe, de nuevo. Apunto una hip�tesis: esta obra de Nietzsche, en la que critica la forma de elaborar la historia en su �poca, en la que se revuelve contra la filosof�a de la historia de Hegel y en la que pone los cimientos de toda su cr�tica de la cultura, es, en esencia, un buceo apasionado por la s�ntesis originaria del ser y una puesta en desarrollo del m�todo gen�tico�sint�tico de Fichte. Nietzsche se levantar�a de su tumba al o�rme hacer esta afirmaci�n, especialmente volver�a a desmantelar el mito de lo originario. Tendr�a que dialogar con �l, si es que pudi�ramos conseguir una forma de salvar la casi imposible traducci�n de conceptos y nociones a trav�s de las �pocas y de los sistemas conceptuales, tambi�n las categor�as racionales que van unidas a la propia idiosincrasia personal de Friedrich Nietzsche. En el di�logo ser�a esencial esclarecer el sentido del adjetivo �originario�. En su intento iconoclasta de luchar contra todo lo especulativo, Nietzsche, en mi opini�n, dio un salto hacia atr�s y arroj� sobre Kant todas las cr�ticas que �ste hab�a lanzado contra los dogm�ticos.

Los instintos son los que producen el sentido, afirma Nietzsche en los Fragmentos p�stumos. �Es preciso seguir su movimiento pulsional a partir del cual el pensamiento discurre. Pues es siempre la actividad infraconsciente de los instintos la que produce el sentido�[2]. El fil�sofo habla en estos fragmentos de forma visceral, tambi�n, queriendo llamar la atenci�n sobre un hecho constatable: la influencia de los instintos, de las sensaciones en la producci�n de los pensamientos y los conceptos. La cuesti�n est� en si son s�lo ellos los productores de pensamientos y de sentido, y en qu� los instintos, emociones (incluidas las pasiones) y sentimientos forman parte de la racionalidad.

Si Nietzsche, en sus obras posteriores, no hubiera estado tan ocupado en mostrarnos los retazos y descosidos del sujeto y, del mismo modo, si no hubiera asimilado tanto �de forma oblicua� las ense�anzas de Hegel respecto a la unidad de todo, su filosof�a habr�a mostrado de manera m�s expl�cita el hilo que, aunque tenue, une al sujeto fragmentado.

            Es �ste un camino abierto para reinterpretar a Nietzsche, y, a pesar de sus propias palabras (califica a la filosof�a de Kant como �escol�stica espantosa�), poner en conexi�n el poder de la voluntad en Kant y la voluntad de poder en Nietzsche. Es cuesti�n de conectar historias casi incomensurables, haciendo una labor de investigaci�n activa, de reformulaci�n, de re�traducci�n, re re�interpretaci�n dos discursos filos�ficos hist�ricos (con el tercero, que es el nuestro). Quiz� as� descubriremos en qu� consiste el poder de un hilo apenas perceptible, d�nde y c�mo est� la s�ntesis originaria.

�Con�cete a ti mismo�. Organiza el caos. Toma posesi�n de ti mismo. La sentencia del dios d�lfico �es un s�mbolo para nosotros�. �cada uno tiene que organizar el caos que tiene dentro de s�. Tal vez estas palabras de Nietzsche, correspondientes a la primera etapa de su producci�n, nos ayuden a interpretar el sentido de la filosof�a nietzscheana, �su cara m�s probable y presentable�[3].

El ser humano es un sujeto fragmentado, retazos que casi olvidan ad�nde pertenecen, pero un hilo que da unidad al yo. �sta es la conclusi�n a la que llega Diego S�nchez Meca en su interpretaci�n de la obra de Nietzsche: nociones como la del autodominio del yo, el continuo ejercicio de lucha no son las que habitualmente nos llegan como referidas al pensador de lo dionis�aco. Ocurre que, en muchas ocasiones, hemos le�do sus obras a trav�s de otras interpretaciones, y no hemos realizado un ejercicio de hermen�utica, desde nosotros mismos, respecto de su discurso �que est� recogido en textos concretos de una historia y contexto concreto�. Conquistar la identidad, desde la naturaleza que constituye a este sujeto y de la que est� rodeado, siendo cr�tico y consciente, en la medida de lo que cada vez va siendo posible, de las redes culturales, de su influencia negativa, pero tambi�n positiva.

            Es nuestro poder para �dominar el caos y reconducir a la unidad�. La clave est� en dominar, no en reprimir; para esta acci�n S�nchez Meca utiliza el t�rmino �sublimar�, acci�n que recoge de forma acertada el paso entre el deseo y la voluntad. Es la que concede el poder, principalmente por una causa: porque no pierde de vista de donde nace, y, por tanto, su limitaci�n.

Habr�a que estudiar tambi�n la relaci�n entre lenguaje y pensamiento �que enlaza con la identificaci�n en Hegel entre pensar y ser�, pero este interesante an�lisis habr� de ser objeto de otro estudio. De todas formas, hemos de decir que la identificaci�n o relaci�n total entre lenguaje y pensamiento pone bastante dif�ciles las cosas al sujeto como identidad aut�noma y libre. (Tambi�n ser� el camino de la cr�tica de la raz�n po�tica). La construcci�n del sentido y el valor, el concepto cr�tico que �no se somete a la estructuras del ser de la metaf�sica�, parece que reniega de unas supuestas categor�as kantianas, entendidas como �a prioris fijos�, pero, y dejo la pregunta abierta, por ahora, ��qui�n pone las estructuras del ser en el sujeto del pensamiento cr�tico?

 

Procedamos ahora a hacer un intento de di�logo a trav�s del tiempo y la cultura. Llevamos en las alforjas las palabras de S�nchez Meca:

 

�El t�rmino Aneignung tiene adem�s otras connotaciones. Una de las finalidades de la historia de la filosof�a es combatir la distancia cultural que separa los pensamientos de �pocas distintas. Esta lucha puede entenderse, en t�rminos puramente temporales, como una lucha contra el alejamiento secular, o, t�rminos propiamente hermen�uticos, como una lucha contra el alejamiento del presente respecto de los mundos de pensamiento que las obras contienen. En este sentido, la interpretaci�n hist�rico�filos�fica es la encargada de acercar, de hacer contempor�neo lo que es pasado, hacer propio lo que es extra�o�[4].

 

 

1. Historia y vida en Nietzsche

 

            Germ�n Cano en su art�culo �El parto del �Centauro�. Historia y vida en el joven Nietzsche�[5] subraya la importancia del tema de la historia en la obra de Nietzsche. Aunque est� analizando la primera parte de su producci�n y especialmente su obra de juventud El origen de la tragedia, Germ�n Cano piensa que en estas primeras obras est� ya en germen lo fundamental de la obra nietzscheana. El eje vertebrador y motivador ser�a la aspiraci�n a convertirse en cr�tica de la sociedad y la cultura de su tiempo. Criticar el presente a la luz de una nueva lectura de la historia y ofrecer, por ese camino, una opci�n de futuro.

            �Puede decirse que el tono concreto que recibe en la experiencia filol�gica nietzscheana la crisis del conocimiento hist�rico va a condicionar decisivamente el problema de la verdad a lo largo de su pensamiento y a llevar asimismo su reflexi�n al centro de toda su filosof�a de la cultura�[6].

 

            La insatisfacci�n del joven Nietzsche ante la actitud y el m�todo de la filolog�a �erudita� de su �poca es una de las causas que le conducen a reflexionar sobre los l�mites de la racionalidad, sobre �la profunda resistencia de la cultura occidental a todo posible �di�logo� con los l�mites de la racionalidad, aunque estos l�mites fueran establecidos desde dentro y como radicalizaci�n de la propia cultura ilustrada�[7]

El Nietzsche que habla en estas obras sobre la historia en contra de la ciencia, va a significar el germen de un hallazgo que ser� fecundo tanto en la ciencia como en la filosof�a de la ciencia: la veracidad en oposici�n a la verdad. El desarrollo de esta idea se puede rastrear desde la necesidad de refutaci�n en Karl Popper, pasando por el Wittgenstein de Desde la certeza hasta el extremo del escepticismo de Feyerabend.

           

�Desde luego, la �veracidad� de la mirada nietzscheana distaba mucho de ser esa asc�tica renuncia a toda interferencia �subjetiva� reivindicada orgullosamente por Wilamowitz. Aunque tal vez para su extravagante prop�sito de medir la ciencia moderna desde la �ptica de la vida, era ya necesario comprender el grado de �injusticia� de esa objetividad ajustada a criterios positivistas.[8].

 

            Atender al lenguaje, preguntarle a los textos, poner en contacto las culturas de las distintas �pocas a base de investigar, reflexionando, qu� significaba entonces aquel t�rmino, aquel concepto. Reconsiderar las categor�as de una �poca de oposiciones y escisiones. Justamente el desvelamiento de las supuestas seguridades, la fuerte cr�tica ante las separaciones (lo cognitivo y lo normativo; la ciencia y la filosof�a) llev� a Nietzsche a subrayar la totalidad fragmentada.

 

 

2. Memoria, capacidad de recordar, historia

 

El profesor Diego S�nchez Meca, en su libro El nihilismo, hace referencia a Goethe y habla sobre el significado que el yo y el tiempo tienen en la obra del escritor y pensador alem�n:

 

            �Para Goethe el yo no es, como para el idealismo, un principio de autorreflexi�n subjetivo que produce las formas y domina el mundo a trav�s de ellas, sino que es formaci�n (Bildung), o sea, forma que participa del movimiento metam�rfico de la naturaleza, vida que se desarrolla asumiendo y desechando una serie de posibilidades. No obstante tambi�n el nihilismo se anuncia en su pensamiento en la medida en que, con ese concepto de formaci�n, obliga a tomar conciencia de la situaci�n tr�gica de la existencia y de la ausencia de un sentido predeterminado que gu�e el desarrollo de la cultura. En un mundo que no camina hacia ninguna meta, que no constituye un orden unitario ni sistem�tico susceptible de ser conocido como verdad, existir es dejar a cada momento de ser lo que se es para convertirse en otro, en nosotros y en los otros. Y esto es lo que Goethe entiende por formaci�n: por un lado, p�rdida y disoluci�n continua de uno mismo, aunque por otro, al mismo tiempo, liberaci�n incesante de las delimitaciones r�gidas que limitan y estabilizan al yo permiti�ndole acceder una y otra vez a un ser nuevo [14].

           

 

Habr�a que subrayar en la definici�n del concepto de formaci�n el papel decisivo de la memoria y la reconstrucci�n del pasado [as� como el poder creador de la mirada hacia el futuro (la esperanza)]. Aunque en este texto se subraya la posibilidad de ser otro distinto en un momento determinado porque �queremos�, olvidando lo que hemos sido antes (y cre�amos que nos hab�a ido constituyendo poco a poco). Es como si los fragmentos tomaran vida y direcci�n propia. Pero, adem�s, es necesario tener en cuenta el d�bil pero certero hilo de unidad que justamente lo proporciona tanto la memoria como la esperanza. En la memoria, el tiempo, parad�jicamente, cobra una dimensi�n diferente; tambi�n la reconstrucci�n cambia su sentido. S�nchez Meca nos dir�a que la cuesti�n est� en el yo y en el tiempo; que Nietzsche ha seguido la estela de Goethe y ha repensado la noci�n de sujeto, analiz�ndola, diseccion�ndola hasta que se encuentra con miles de haces de luz y sombra, que son el signo de la vida.

En mi opini�n aqu�, en el concepto de memoria, reside la uni�n de la filosof�a de la historia con el estudio del cuerpo (ya que no podemos decir del yo). Por este camino llega, como consecuencia, la relaci�n entre el cuerpo y la cr�tica de la cultura.

 

 

La concepci�n de la memoria. La s�ntesis y los fen�menos originarios

 

             �Mientras tanto me he hecho spinozista�, dec�a Schelling en una carta a Hegel. El hacerse spinozista signific� para Schelling profundizar en la natura naturans, y hacer de ella el Absoluto: la naturaleza con capacidad de crear vida.

            Tambi�n Goethe siente atracci�n por Spinoza:

 

            �En el peque�o ensayo titulado Estudio sobre Spinoza, desarrolla Goethe la idea de participaci�n de los seres particulares en lo infinito para terminar afirmando que justamente eso en lo que cada ser participa de lo infinito es en lo que le constituye propiamente como ser. En consecuencia con esto, Goethe define el ser del hombre como un momento del proceso infinito de creatividad y metamorfosis de la naturaleza. No obstante el ser humano tiene una diferencia espec�fica propia: es conciencia de s�, y, en cuanto tal, autoconciencia de la naturaleza. Es decir, el hombre es autoconciencia de esa escala que la naturaleza sigue para crear y cambiar las formas�[15].

 

            En el pensamiento de Goethe aparecen una serie de puntos que ser�n claves tanto para el desarrollo de la filosof�a nietzscheana, como para la hermen�utica, despu�s:

� La participaci�n de los seres particulares en la totalidad de la naturaleza, de  tal manera que lo que constituye la esencia de esos seres es justamente la participaci�n en la naturaleza.

� Por tanto, la naturaleza (en la herencia de Spinoza y en conexi�n con la filosof�a de Schelling) se muestra como un ente capaz de crear, de autocrearse y de transformarse.

� El hombre es un ser especial dentro de la naturaleza: es consciente de s� mismo y parece que presta su autoconciencia a la naturaleza; aunque seg�n el primer punto, el hombre tiene que recibir, de alguna manera, su autoconciencia de parte de la naturaleza.

 

Crear y cambiar formas; autocrearse y transformarse. Ha entrado en la escena filos�fica la importancia del tiempo en su desarrollo; un tiempo que a su paso, produce cambios y transformaciones. Un tiempo que, aun siendo lineal para nuestra conciencia, va tejiendo una red de interconexiones entre los distintos tiempos fragmentados que son operantes por medio de la memoria y de la capacidad de autotransformaci�n. De ah� la importancia que cobra en Goethe el yo autobiogr�fico.

Pero, adem�s de la narraci�n, Goethe utiliza su reflexi�n sobre asuntos f�sicos y biol�gicos para apuntalar su pensamiento sobre el desarrollo y la transformaci�n. En especial, tiene importancia su teor�a de los colores; en ella presenta la noci�n de �fen�meno originario�. Al igual que en las plantas la forma est� en el devenir, van creciendo y transform�ndose, no porque algo abstracto dirija su forma, sino que �el movimiento ascendente de composici�n de los distintos �rganos [�] se da en virtud de una referencia continua a lo sensible, que es la que impide que desaparezca en ella el impulso de la vida�[16].

El �fen�meno originario� consistir�a en la s�ntesis entre lo ideal y lo sensible. Parece ser que lo que esta expresi�n significa, en opini�n de S�nchez Meca[17] es la estructura b�sica de una sucesi�n. En alusi�n a determinados experimentos, especialmente aquellos en los que la luz cruza un medio opaco y el ojo humano mira a trav�s de �l, Goethe explica que se trata de fen�menos �originarios� porque �nos permiten descender gradualmente de ellos hasta el caso m�s com�n de la experiencia diaria�[18].

S�nchez Meca en este estudio sobre Goethe avisa del error de los que atribuyen a la noci�n de �fen�meno originario� de Goethe significados metaf�sicos �fant�sticos�, y ofrece la referencia de un trabajo de Eichorn[19]. A mi juicio, hay una forma de explicar este concepto de fen�meno originario en relaci�n a Fichte de Jena y al Kant de la Cr�tica del Juicio, pasando por Hegel, claro est�. Y en esta relaci�n no opino que haya significados �metaf�sicos fant�sticos�, sino teor�a del conocimiento hecha ontolog�a y reconocimiento de nuestra limitaci�n y de nuestro enraizamiento en la naturaleza (tambi�n en el mundo, en la cultura, como dir� Nietzsche), de tal manera que somos sobre todo cuerpo, organismo vivo. M�s adelante desarrollaremos estas cuestiones[20].

           

Veamos  ahora hasta qu� punto desarrolla Nietzsche la idea del desarrollo y la transformaci�n, aunque no podremos en este trabajo analizar c�mo es interpretado y en qu� sentido es desarrollado (y cambiado) por los fil�sofos posteriores y las distintas corrientes de pensamiento. Apunto, solamente, que no comparto la interpretaci�n que Foucault hace del sentido de la historia en Nietzsche. Foucault subraya el perspectivismo, arremete contra la objetividad. Concluye que la mirada objetiva es incompatible con el ser hist�rico. Pero no creo que sea �sa la ense�anza fundamental de Nietzsche (aunque, l�gicamente, desarrollando por un determinado punto de vista su filosof�a, se puede llegar a esas conclusiones). Creo que nos queda una v�a abierta por Nietzsche que, aunque �l no quisiera aceptarlo, aprendi� en Hegel: se trata de la importancia de la historia y de la sucesi�n del tiempo para la vida, tambi�n para la vida humana. A la vez, tambi�n, la multiplicidad de los tiempos.

S�lo que Nietzsche sigue las huellas de Hume en la destrucci�n de la unidad del yo, y, en consecuencia, la rememoraci�n y la reconstrucci�n gracias al pasado, se le vuelven a transformar en fragmentaci�n.

            �El continuo actuar de la vida es por eso el idealismo absolu�to�, hab�a dicho Hegel en su filosof�a de la naturaleza recogida en la Enciclopedia. La vida es lo primero, eso lo aprendi�, quiz� inconscientemente, Nietzsche de Hegel, la diferencia es que para Hegel lo sensible, todo lo finito, se transformaba en Idea, en Infinito, en un proceso gen�tico�sint�tico. Y Nietzsche quiere que lo sensible sea el principio y, de alguna manera tambi�n el fin.

            El poder de la vida y el arraigo en la naturaleza son fundamentales en la obra de Nietzsche, y esto lo aprendi� de Goethe:

 

            �Nietzsche recibe tambi�n de Goethe la inspiraci�n b�sica de su concepci�n de la cultura y del hombre integral que puede servir de contraimagen al nihilismo. Ese problema en Goethe era el de determinar c�mo el naturalismo exuberante e impetuoso puede refinarse y sublimarse hasta alcanzar las formas elevadas del gran estilo, es decir, de la mesura y serenidad griegas. Y Nietzsche ve cumplirse en el propio Goethe las condiciones b�sicas de este proceso de elevaci�n: �no se deslig� de la vida sino que se introdujo en ella�, combati� la desuni�n entre raz�n, sensibilidad, sentimiento, voluntad (desuni�n provocada con una escol�stica espantosa, por Kant, el ant�poda de Goethe); se impuso una disciplina de la totalidad; se cre� a s� mismo; en medio de una �poca de sentimientos irreales, fue un realista convencido�[21].

 

            Nietzsche estaba demasiado cerca para ver la influencia que hab�a recibido �l mismo de Hegel, como pr�ximo an�micamente a Goethe �y hostil al kantismo� como para no darse cuenta de que Goethe bebi� su unidad de la naturaleza antes que de la Introducci�n a la filosof�a de la naturaleza, (1787) de Schelling, de la Cr�tica del Juicio teleol�gico de Kant. Nietzsche confundi� a Kant con el kantismo. Hay, por cierto, un art�culo sugerente de Jos� Luis Villaca�as en el que establece paralelismo entre el Kant de la �ltima Cr�tica y el clasicismo de Goethe: �Naturaleza y raz�n: Kant, el fil�sofo del clasicismo�[22]. Dejo para m�s adelante el an�lisis de esta conexi�n Kant�Goethe y mi cr�tica a Nietzsche por estas afirmaciones respecto a la �desuni�n provocada por una escol�stica espantosa�.

            La importancia del tema de la historia en Nietzsche reside en la uni�n de esta potencia de la vida y la introducci�n decisiva del tiempo en la formaci�n, desarrollo y transformaci�n del ser. De hecho, la Segunda Intempestiva fue una de las obras influyentes en la concepci�n de Heidegger, tanto de su obra Ser y tiempo como de la m�s tard�a Tiempo y ser. Si Nietzsche no hubiera estado tan ocupado en mostrarnos los retazos y descosidos del sujeto y, del mismo modo, si no hubiera asimilado �vuelvo a decir de forma oblicua� tanto las ense�anzas de Hegel respecto a la unidad de todo, su obra habr�a mostrado de manera expl�cita el hilo que, aunque tenue, une al sujeto fragmentado.

            La funci�n del tiempo en la construcci�n, revisi�n y transformaci�n de la vida; un tiempo que comienza a tener un peso diferente seg�n la densidad de la vida que se ha vivido en �l. Un tiempo, adem�s, que descubre un rostro nuevo: ya no es simple ni principalmente lineal.

 

 

 

 

3. La voz intempestiva de Nietzsche. La s�ntesis originaria

 

         �Por lo dem�s me es odioso todo aquello que �nicamente me instruye, pero sin acrecentar o vivificar de inmediato mi actividad�. El comienzo de la Segunda Consideraci�n intempestiva deja la voz a Goethe, de nuevo. Me dispongo a apuntar una hip�tesis: esta obra de Nietzsche, en la que critica la forma de elaborar la historia en su �poca, en la que se revuelve contra la filosof�a de la historia de Hegel y en la que pone los cimientos de toda su cr�tica de la cultura, es, en esencia, un buceo apasionado por la s�ntesis originaria del ser y una puesta en desarrollo del m�todo gen�tico�sint�tico de Fichte. Nietzsche se levantar�a de su tumba al o�rme hacer esta afirmaci�n, especialmente volver�a a desmantelar el mito de lo originario. Tendr�a que dialogar con �l, si es que pudi�ramos conseguir una forma de salvar la casi imposible traducci�n de conceptos y nociones a trav�s de las �pocas y de los sistemas conceptuales, tambi�n las categor�as racionales que van unidas a la propia idiosincrasia personal de Friedrich Nietzsche. En el di�logo ser�a necesario esclarecer el sentido del adjetivo �originario�. En su intento iconoclasta de luchar contra todo lo especulativo, Nietzsche, en mi opini�n, dio un salto hacia atr�s y coloc� a Kant todas las cr�ticas que �ste hab�a lanzado contra los dogm�ticos.

            Pero hablemos de �lo originario�. En el pensamiento de Kant lo originario, lo espont�neo, se refiere a la s�ntesis que est� presente y que es real, que est� antes de que el fil�sofo se ponga a reflexionar y a analizar. Con el an�lisis, se van separando los distintos elementos para poder examinarlos bien, de tal manera que lleguen a nuestra conciencia; sin embargo, al final del an�lisis, el fil�sofo descubre que hay una s�ntesis previa, y que, por supuesto, es necesario conocerla y tenerla en cuenta, que no es una s�ntesis elaborada por �l (en cuanto apercepci�n �transcendental� o cr�tica), sino que estaba ya en la realidad. Por tanto, es necesario recordarle a Nietzsche que lo originario no se refiere a lo previo, no en un sentido temporal considerado como l�nea de la historia, sino en cuanto anterior a la reflexi�n, previo al an�lisis, constituyente de la realidad. Esta s�ntesis originaria que Kant descubre no es un ser acurrucado en el regazo del m�s all�, tranquilo en una edad dorada a la que se ha de regresar. Se trata de la s�ntesis entre naturaleza (cuerpo, mundo) y subjetividad. Entendiendo �subjetividad� a la manera que nos ense�a el pensamiento cr�tico y que est�, por otra parte, bastante empa�ada con cr�ticas y nociones contaminadoras, que no dejan entender el significado del t�rmino: habr�a que desbrozar el camino para que los discursos no se conviertan en historias inconmensurables sin posibilidad de di�logo.

            M�s adelante incluiremos un anexo en el que resumiremos el sentido de la noci�n de subjetividad en el idealismo transcendental, as� como el significado de �lo a priori� en Kant. Otro concepto tambi�n mal entendido, y que nos desorienta a la hora de ir borrando la inconmensurabilidad de los distintos discursos de la historia de la filosof�a.

            Si Nietzsche no hubiera tenido que presentar un frente hostil contra los fil�logos y el ambiente cultural y cient�fico de su �poca, se habr�a apercibido de que su filosof�a complementaba la de Kant. En la tarea del an�lisis le faltaba a Kant introducir de manera espec�fica la funci�n de la memoria y de un tiempo que romp�a la estructura lineal, para hacerse �m�s vivo� en unos momentos que en otros. Quiz� a Kant le falt� tiempo y �poca para el desarrollo de la filosof�a de la historia que empez� a esbozar, en especial aquello que sobre la historia dice al final de la tercera Cr�tica. De todas formas, tambi�n le faltaba a Kant la elaboraci�n que vino despu�s, por parte de Fichte, del m�todo gen�tico�sint�tico, la uni�n definitiva de filosof�a te�rica y pr�ctica �que Fichte elabor� en sus a�os de Jena�, y sus ideas sobre la importancia ontol�gica del sentimiento, y del sentir originario[23].

Aunque al seguir a Hegel �de manera no consciente�, y haber roto, con el todo que se cierra sobre s� mismo, la capacidad del sujeto de ser aut�nomo y de liberarse, su autonom�a, su libertad, el hilo de la unidad del sujeto se hace casi imperceptible. Y la autonom�a y la libertad, por �sta y otras causas que mencionaremos no encuentran el camino adecuado.

Por otro lado, tambi�n le faltaba tanto a Kant como a Fichte la aportaci�n de la ciencia. A Kant le sucedi� con la ciencia como a Nietzsche con la tradici�n recibida: con el af�n de luchar en contra de los errores, no aprehendieron el camino abierto que hab�a por debajo. En el caso de la ciencia faltaba, desarrollo, investigaci�n y desarraigo de un cierto tipo de racionalidad que no contaba con la realidad del sujeto agente humano. En el caso de la raz�n, despu�s de descubrir sus principales tipos y cu�l era el primordial, era necesario seguir analizando qu� elementos esenciales del ser participan en la racionalidad, para contar con un tipo de raz�n abarcadora, que cada vez conozca m�s sus l�mites, pero tambi�n que sea consciente de sus posibilidades.

 

 

 

 

4. La protesta airada de Nietzsche: una historia que ense�e a vivir

 

            Con las mismas palabras de Nietzsche, recordaremos el comienzo y el final de esta Segunda Intempestiva, porque ah� aparecen, a mi juicio, las claves tanto de la obra en s� como los elementos que me interesa destacar en mi trabajo.

 

Recordar y olvidar: la memoria que construye

 

�Es cierto que nos hace falta la historia� Es decir, necesitamos la historia para la vida y la acci�n, no para apartarnos c�modamente de la vida y de la acci�n, y menos para encubrir la vida ego�sta y la acci�n vil y cobarde�[24].

 

            �Que sentido podr�a tener la filosof�a cl�sica en nuestro tiempo si no es actuar de una manera intempestiva, es decir, contra el tiempo y, por tanto, sobre el tiempo y, yo as� lo espero, a favor del tiempo venidero�[25].

 

            �El animal vive de modo no�hist�rico�, no recuerda, olvida, para �l cada instante muere y desaparece para siempre. �Pues se funde en el presente como n�mero que no deja sobrante ninguna extra�a fracci�n�[26].

 

            Sin embargo, a pesar de la importancia de recordar el pasado, Nietzsche quiere ense�arnos que es importante el modo de vida no�hist�rico. Y enlaza este modo de vida con la felicidad:

            �La capacidad de olvidar [�], la capacidad de sentir de forma no�hist�rica mientras la felicidad dura. Quien no es capaz de instalarse, olvidando todo el pasado, en el umbral del momento, el que no pueda mantenerse recto en un punto, sin v�rtigo ni temor, como una Diosa de la Victoria, no sabr� qu� cosa sea la felicidad y, peor a�n, no estar� en condiciones de hacer felices a los dem�s�[27].

 

            Es necesario aprender una s�ntesis entre el modo de vida hist�rico y el no�hist�rico. Una s�ntesis que aglutine la capacidad de recordar y la capacidad de olvidar en armon�a. La posici�n extrema en uno de los dos polos acarrea terribles consecuencias: si no sabes recordar, pierdes pie en el constante devenir que fluye sin cesar, nos disolver�amos como existencia borrada en �una multitud de puntos m�viles�. Si, por el contrario, no sabemos olvidar, perdemos la tranquilidad del sue�o, la paz del animal. Al final de este fragmento, Nietzsche redefine su concepto de felicidad de manera oblicua: si pretendemos llevar hasta el extremo las ganas de ser felices y permanecer rumiando tranquilos, sin recordar nada, olvidado todo, la vida se resiente (y recordemos que la vida y aprender a vivir era el primer objetivo que busc�bamos en esta cr�tica intempestiva a la cultura en su vertiente de �constructora� de la historia). Dice Nietzsche en un subrayado que recuerda a un educador serio y con valores morales (no �un moralista�) que se preocupa por la vida y la formaci�n de sus alumnos:

           

Existe un grado de insomnio, de rumiar, de sentido hist�rico, en el que lo vivo se resiente y, finalmente, sucumbe, ya se trate de un individuo, de un pueblo o de una cultura[28].

 

            Tanto recordar como olvidar han de estar equilibrados, y ambas acciones han de servir, por necesidad, a la vida. En la direcci�n de este equilibrio tiene que estar organizando y revisando que la vida no se resienta una fuerza: Nietzsche la llama �la fuerza pl�stica� de un individuo, de un pueblo, de una cultura. En este momento aparece, sin nombrarla, la noci�n de �memoria�, que Nietzsche hab�a aprendido de Goethe: la capacidad de transformar y revisar el presente, de rectificar, a la luz del pasado, el ser en desarrollo, en formaci�n (Bildung):

           

            �Me refiero a esa fuerza para crecer desde la propia esencia, transformar y asimilar lo que es pasado y extra�o, cicatrizar las heridas, reparar las p�rdidas, rehacer las formas destruidas [�]. Cuantas m�s fuertes ra�ces tiene la �ntima naturaleza de un individuo, tanto m�s asimilar� el pasado y se lo apropiar�.�[29].

 

            �La serenidad, la buena conciencia, la actitud gozosa, al confianza en el porvenir �todo eso depende tanto en el individuo como en un pueblo, de que existe una l�nea que separa lo que est� al alcance de la vista y es claro, de lo que est� oscuro y es inescrutable, de que se sepa olvidar y se sepa recordar en el momento oportuno�[30].

           

 

La sentencia del Dios Apolo

 

            �C�mo volver a ser seres humanos, y no �agregados que se parecen a los hombres�? Antes de escuchar la respuesta de Nietzsche, quiero llamar la atenci�n sobre el hilo de unidad de sujeto que and�bamos buscando. Posiblemente aqu� la traducci�n nos juegue una mala pasada, porque ante la ausencia del texto original, no sabemos si �agregados� recuerda a los reba�os de los que hab�a hablado antes Nietzsche (los que no se dejan guiar por su fuerza pl�stica, aut�noma, sino que siguen los dictados de otros, en especial de las normas y conceptos, pesados, del pasado). Pero tambi�n se puede referir a �conglomerados�: en el sentido de un conjunto de fragmentos inconexos a los que falta el hilo de la unidad del sujeto. Con suerte en el texto original podemos encontrar una de esas �palabras de la lengua alemana�, de las que hablaba Hegel, que tienen dos sentidos, casi contradictorios.

            �Con�cete a ti mismo�. Organiza el caos. Toma posesi�n de ti mismo. La sentencia del dios d�lfico �es un s�mbolo para nosotros�. �cada uno tiene que organizar el caos que tiene dentro de s�[31].

            Tal vez estas palabras de Nietzsche correspondientes a la primera etapa de su producci�n nos ayuden a interpretar el sentido de la filosof�a nietzscheana, �la cara m�s probable y presentable�, en palabras de S�nchez Meca, de su filosof�a. Diego S�nchez Meca no estaba hablando de la sentencia del dios Apolo cuando hizo este comentario, ni de la historia en Nietzsche, sino del posible significado de lo dionis�aco nietzscheano[32].

 

 

An�lisis filos�fico. S�ntesis originaria

 

Si Nietzsche se hubiera dado cuenta de que le mov�a el mismo inter�s fundamental que a Kant, si no lo hubiera le�do a trav�s de los ojos de Hegel, quiz� no habr�a invertido tantos esfuerzos en desmantelar lo kantiano. Tal vez era necesario poner en evidencia los vicios de un kantismo que hab�a retrocedido, en algunos casos, hasta volver a ser dogm�tico. Otra vez me refiero a la s�ntesis originaria. Dec�amos que Kant hab�a insistido una y otra vez en la necesidad de an�lisis que ten�a nuestra raz�n: es necesario separar, desmenuzar, diferenciar para poder comprender; pero que el fil�sofo nunca pod�a perder de vista la s�ntesis originaria, lo que somos y nos constituye antes del proceso de razonamiento, aunque lleguemos darnos cuenta de nuestra realidad, la mayor�a de las veces, despu�s de un proceso de an�lisis. Comparemos estas ideas kantianas con las palabras de Nietzsche en la Segunda Consideraci�n Intempestiva:

           

Habr�a, pues, que considerar a la facul�tad de ignorar hasta cierto punto la dimensi�n hist�rica de las cosas como la m�s profunda e importante de las facultades, en cuanto en ella reside el fundamento sobre el que puede crecer lo que es justo, sano, grande, verdaderamente humano. Lo ahist�rico es semejante a una atm�sfera protectora, �nicamente dentro de la cual puede germinar la vida y, si esta atm�sfera desapa�rece, la vida se extingue. Es cierto: tan solo cuando el hombre pensando, analizando, comparando, separando, acercando, limita ese elemento no hist�rico; tan solo cuando, dentro de ese vaho envolvente, surge un rayo luminoso y resplandeciente, es decir, cuando es suficientemente fuerte para utilizar el pasado en beneficio de la vida y transformar los acontecimientos antiguos en historia presente, llega el hombre a ser hombre. Pero un exceso de historia aniquila al hombre y, sin ese halo de lo ahist�rico, jam�s hubiese comenzado ni se hubiese atrevido a comenzar. �Qu� hechos hubiese sido capaz de realizar sin antes haber penetrado en esa bruma de lo ahist�rico?�[33].

           

            En realidad, si dejamos por un momento la dicotom�a entre hist�rico�ahist�rico, y nos centramos en la cuesti�n de la vida, vemos que ambos, Kant y Nietzsche sit�an en la ra�z una fuerza b�sica que nace de dos elementos �ntimamente unidos: la naturaleza y lo incondicionado o aut�nomo. Dicho en palabras de Kant: el modo de ser naturaleza y el modo de ser libertad. Recordemos que una de las motivaciones principales de Nietzsche fue el luchar contra el poder�o y la forma de actuar de la ciencia y la tecnolog�a de su �poca. Como nos recuerda S�nchez Meca:

           

            �Todas estas consecuencias no positivas del proceso de modernizaci�n se pueden reconducir, en definitiva, a una determinada situaci�n de doble alienaci�n del hombre, por un lado respecto a la naturaleza externa y por otro respecto a su propia naturaleza interna. Porque, al ser objetivo prioritario del desarrollo moderno de las ciencias y de la t�cnica convertir al hombre en una fuerza capaz de dominar el mundo, eso s�lo podr�a lograrse bajo dos condiciones: Primera, el desencantamiento de la naturaleza, la disoluci�n de su misterio y su reducci�n a pura m�quina. Y, segunda, el extra�amiento del hombre respecto al propio cuerpo, convirti�ndose �l mismo tambi�n en mero artefacto o m�quina. Para constituirse en poder, la raz�n anal�tica y dominadora necesita liberarse de sus �impulsos� y �sentimientos�, reprimir la parte sensible�afectiva de su ser imputada al cuerpo. O sea, le es necesario, como lo empieza expresando ejemplarmente el pensamiento de Descartes, aislar su yo pensante y calculador y separarlo de su propio cuerpo. Con lo que este yo cartesiano, convertido en pura res cogitans, contempla entonces y analiza su cuerpo como una forma externa, como un objeto similar a los dem�s objetos de su entorno. [�]

La dominaci�n sobre una naturaleza externa objetivada y una naturaleza interna reprimida constituye el signo caracter�stico del proceso de Ilustraci�n europeo, cuyas consecuencias se saldan en el desenlace apor�tico al que Nietzsche nombra como nihilismo[34].

 

            Pero la raz�n que defiende Kant no es la anal�tica calculadora, ni Kant pretende separar el cuerpo de la racionalidad. La forma de tratar al cuerpo que defend�a Descartes est� originada por el modo de ser de la cosa. Antonio Damasio en su libro El error de Descartes analiza desde un punto de vista cient�fico y reflexivo los fallos de este tipo de racionalidad que no incluye el papel de las emociones y la funci�n del cuerpo en nuestros procesos racionales.

            Escuchemos a Kant hablando sobre la vida y el cuerpo[35]:

 

�Pero �qu� es la vida? Un reconocimiento f�sico de su existencia en el mundo y de su relaci�n con las cosas exteriores; el cuerpo vive porque reacciona a las cosas exteriores, las considera como su mundo y las utiliza para su fin sin preocuparse m�s all� por su esencia. Sin cosas exteriores este cuerpo no ser�a un cuerpo vivo, y sin capacidad de acci�n del cuerpo las cosas exteriores no ser�an su mundo. De igual modo sucede con el entendimiento. S�lo gracias a su encuentro con las cosas exteriores surge este mundo; sin cosas exteriores estar�a muerto, pero sin entendimiento no habr�a ninguna representaci�n, sin representaciones ning�n objeto y sin �stos tampoco el mundo del entendimiento; de igual modo que con otro entendimiento habr�a tambi�n otro mundo, lo cual es claro en el ejemplo de los locos. Luego el entendimiento es el creador de sus objetos y del mundo que forma; pero de manera que las cosas reales son las causas ocasionales de su acci�n y por tanto de las representaciones�[36].

 

 

 

 

5. El inter�s, antes del razonamiento y despu�s del querer

 

La noci�n de �inter�s� puede responder a distintos sentidos. Principalmente aparece en la �tica utilitarista y en la ciencia �y filosof�a de la ciencia� cuando, tradicionalmente, se ha utilizado, como modelo de racionalidad, un tipo de racionalidad substantiva[37]� para referirse a la causa fundamental que rige la acci�n del sujeto agente en una determinada decisi�n o acci�n. Podemos distinguir varias modalidades de �inter�s�, en especial: el inter�s ego�sta, el inter�s que procede del autoenga�o (ver Gigerenzer y Selten[38]) y el inter�s que supone el sentimiento del anhelo hacia lo bueno: un sentimiento de aspiraci�n. Los primeros se sit�an dentro de lo que Fichte llama el �sentimiento de limitaci�n�, una de las hojas de las tijeras de H. A. Simon[39], la trama en la concepci�n de racionalidad entretejida de J. F. �lvarez[40]. El segundo tiene que ver con un fin que no se consigue del todo y al que se busca en el proceso, est� claramente relacionado con la esperanza y con el sujeto limitado que busca, en tensi�n, perfeccionarse. Para analizar estos distintos tipos de �inter�s� tenemos que dar cabida a la racionalidad, y tener en cuenta la s�ntesis originaria que nos constituye.

 

 

El sentimiento y la verdad, la realidad y la validez objetiva. La adaptaci�n de las preferencias

 

Fichte relaciona el sentimiento con la representaci�n de la realidad: la realidad es puesta por nosotros como consecuencia del sentimiento. �el sentimiento est� en nosotros y es transferido al objeto que est� fuera de nosotros; el objeto externo es interpretaci�n de nuestro sentimiento (o sentir)�. Es decir, de nuestro sentimiento en un momento determinado �inmerso en unas circunstancias individuales, sociales y de entorno concretas� surgir� un inter�s, determinado tambi�n, que supondr� nuestra verdad, realidad, validez. Fichte utiliza esta idea para dar categor�a de verdad y validez a los conceptos sin entidad real concreta que nacen de representaciones de nuestro sentimiento, concretamente del sentimiento del anhelo: los conceptos morales, el concepto de Dios, aunque no posea una realidad f�ctica, tiene validez objetiva, verdad, porque procede de nuestro sentimiento de anhelo y supone armon�a con nosotros mismos:

 

�Del estado de sentimiento se sigue una cierta intuici�n y eso es verdad; pero cuando yo ideo algo ficticio, entonces el estado de sentimiento y de la intuici�n van cada uno por su lado, en esa medida lo ideal y lo sintiente est�n desgarrados el uno del otro, y entonces no hay ninguna verdad en mi representaci�n.

Verdad es concordancia con nosotros mismos, armon�a.

Este concepto de verdad va mucho m�s all�; a nuestras representaciones de Dios, moralidad, derecho, etc., les corresponde validez objetiva, de igual modo que a nuestras representaciones del mundo. Ambas se fundamentan en el sentimiento�[41].

 

            No nos vamos a centrar ahora en la posible validez objetiva de estas representaciones sin entidad f�ctica. Nos detendremos en la �creaci�n de cierta verdad�, que podr�amos llamar subjetiva (no en un sentido transcendental, sino en sentido psicol�gico) que originan los sentimientos nacidos de la limitaci�n. A este juego del escondite producido por los sentimientos, que originan representaciones y nos �convencen� de que una verdad es �objetiva� los fil�sofos de la ciencia los llaman �la adaptaci�n de las preferencias�. Algunos de ellos han utilizado la f�bula adaptada por Samaniego sobre la zorra y las uvas: �Mir�, salt� y anduvo en probaduras, / pero vio el imposible ya de fijo. / Entonces fue cuando la Zorra dijo: / �No las quiero comer. No est�n maduras�. Si no puedo conseguir lo que quiero en principio, me convenzo, mediante subterfugios, m�s o menos conscientes, de que no es lo adecuado, que no me gusta, que no es bueno, que no lo quiero. Desde luego este cambio en la representaci�n de la validez lo ha ocasionado un sentimiento de limitaci�n.

            Para este tr�nsito entre el sentimiento de limitaci�n y el sentimiento de anhelo, Fichte recurre a la acci�n. �En medio est� el actuar�. Sobre la ra�z del sentimiento y el deseo se sit�a el querer. La acci�n del querer es real, y supone un acto originario de libertad. El sentimiento y el deseo forjan nuestros intereses, es la base, la ra�z que nos une a la naturaleza y al mundo, pero sobre ellos se sit�a, gen�ticamente, el querer: una acci�n real que lleva consigo la autonom�a y la libertad.

            Ya en la Cr�tica del Juicio, Kant hab�a hablado de la diferencia entre el deseo y la voluntad. All� el paso entre deseo y voluntad est� unido al concepto de finalidad, ya que la finalidad supone limitaci�n, finitud, un mundo real dado. En el sentimiento, en el deseo, en nuestro cuerpo propio se unen el modo de ser de la naturaleza y el modo de ser de la libertad �una unidad sint�tica, que estaba en el origen y el fil�sofo cr�tico descubre despu�s de su an�lisis�. El paso de la naturaleza a la libertad es una exigencia subjetiva: llegar a la acci�n originaria que supone la libertad, y que se eleva sobre las leyes deterministas propias de la naturaleza: estamos ante la aspiraci�n a lo incondicionado. Sin embargo, como nos recuerda repetidamente Rivera de Rosales, esta acci�n trascendental de la libertad no se da sin mundo (no es un objeto aparte del mundo), sino que el mundo, la naturaleza son la conditio sine qua non de su realizaci�n.

            Para el tema que nos ocupa: sin deseo, sin sentimiento, sin inter�s no habr�a anhelo, aspiraci�n a la plenitud, tensi�n hacia el desarrollo de la libertad.     

Sobre este inter�s nacido del deseo y del sentimiento, se apoya la acci�n real del querer, que podr�amos llamar voluntad. Esta acci�n es tambi�n funci�n porque existe a causa de una finalidad: �su destino o deber es configurar dicho mundo seg�n sus propias exigencias, como una fuerza originaria que ha de instaurar un nuevo orden y sentido. El deber es una llamada de la libertad a la libertad que, siendo a la vez su conciencia de ser independiente ya aut�noma, la liga de nuevo al mundo, pero esta vez seg�n el modo de ser propio de la libertad, sin desvirtuarlo y cosificarlo por miedo o por pereza, lo cual requiere del sujeto una revoluci�n interior�[42].

            La racionalidad es una cuesti�n de subjetividad, entendida �sta desde el pensamiento cr�tico (de la filosof�a transcendental). La acusaci�n de formalismo a la �tica kantiana se difumina si miramos el deber de la libertad desde esta exigencia ontol�gica, claramente intersubjetiva y que plenifica purific�ndolo el inter�s y por tanto el sentimiento de bienestar del sujeto. Aqu� deber se identifica con destino y con funci�n, con finalidad que configura; constituye al Yo teniendo en cuenta el ser del otro. Y en esto la filosof�a transcendental ha aprendido de Hegel, pero manteni�ndose en su l�nea fundamental: partir del sujeto que se pone a s� mismo.

 

 

 

 

6. Provocando a los partidarios de la raz�n

 

Escuchemos a Nietzsche provocando a los partidarios de la raz�n:

           

 �Incluso al pensamiento m�s sutil corresponde un entramado de instintos. Las palabras son, por as� decir, un teclado de instintos y los pensamientos (convertidos en palabras) son los acordes que sobre �l se tocan� (NF[43], oto�o de 1880, 6 (264))�

            �Las palabras son signos sonoros para conceptos. Pero los conceptos son grupos m�s o menos definidos de sensaciones que se repiten y se asocian. Para que se los comprenda no basta con que se empleen las mismas palabras para la misma clase de experiencias interiores. Y es preciso que se tengan esas experiencias en com�n� (NF, abril�junio de 1885, 34 (86))�.

 

 

Instintos, emociones, sentimientos. Voluntad. Pensamiento. Voluntad

 

            �Es preciso seguir su movimiento pulsional a partir del cual el pensamiento discurre. Pues es siempre la actividad infraconsciente de los instintos la que produce el sentido�[44]. Los instintos son los que producen el sentido, afirma Nietzsche en los Fragmentos p�stumos. El fil�sofo del martillo habla en estos fragmentos de forma visceral, tambi�n, queriendo llamar la atenci�n sobre un hecho constatable: la influencia de los instintos, de las sensaciones en la producci�n de los pensamientos y los conceptos. La cuesti�n est� en si son s�lo ellos los productores de pensamientos y de sentido.

Para avanzar, propongo de nuevo volver al punto en el que dej� Kant su filosof�a transcendental: la anal�tica del concepto de fin. Comienza Kant su an�lisis del concepto de fin reflexionando sobre la facultad de desear de la que hab�a tratado ampliamente en la Cr�tica de la raz�n pr�ctica. Pero esta vez no lo hace situando en primer lugar las implicaciones �ticas ni subrayando el aspecto formal de las leyes morales, sino que, al analizar el concepto de fin, va a definir de la voluntad, de tal manera que �sta se convertir� en el eje de la facultad de desear, pero no simplemente como consecuencia de una ley moral (que, aun asumida y aut�noma, y libre, nos ofrece su versi�n formalista). Aqu� la voluntad se coloca como instrumento imprescindible en el tejido de una ontolog�a: una ontolog�a que piensa al ser de forma teleol�gica. Sin embargo, habremos de liberar nuestro pensamiento de los prejuicios que interpretan la teleolog�a como una fuerza exterior que nos gu�a a manera de providencia secularizada. �De d�nde nace la finalidad?

            Kant est� elaborando filosof�a, concretamente filosof�a transcendental, pero se muestra aqu� tambi�n como un conocedor de la antropolog�a y la psicolog�a. Deteng�monos en la observaci�n emp�rica que hay detr�s de esta afirmaci�n.

Los deseos, los fines. Aqu� aparecen ya destilados de las connotaciones ego�stas, particulares, ciegas que podr�an conducir al capricho, a la adaptaci�n de las preferencias (��las uvas no est�n maduras, por eso no las quiero�), incluso a la pasi�n descontrolada. En lugar de fines, tendr�amos que utilizar para este caso, el t�rmino �inter�s�, intereses particulares y ego�stas. Los deseos estar�an a�n sin amasar por la voluntad, no se han dejado organizar por una levadura que los har�a fermentar con un fin.

Kant nos hubiera dicho hoy: escuchemos las investigaciones sobre las emociones, las pasiones, y su relaci�n con la formaci�n del pensamiento y la racionalidad; escuchemos estas investigaciones realizadas desde la ciencia biol�gica, neurol�gica, desde la psicolog�a, y tambi�n las investigaciones sociol�gicas. Y despu�s reflexionemos desde el pensamiento cr�tico (a la manera transcendental) sobre ellas.

La primera ense�anza para esta reflexi�n posterior es que no podemos olvidar, tampoco para la ciencia la subjetividad (entendida como sujeto transcendental), y, por tanto, tampoco la finalidad.

Ya estemos escuchando que �los conceptos son grupos m�s o menos definidos de sensaciones que se repiten y se asocian�, que �incluso al pensamiento m�s sutil corresponde un entramado de instintos�, como aseguraba Nietzsche; ya se afirme que �la emoci�n de la verg�enza no constituye s�lo un apoyo para las normas sociales, sino el apoyo�, seg�n afirma Jon Elster[45], habremos de pasar estas afirmaciones por la criba del pensamiento cr�tico.

Instintos, sensaciones, intereses, emociones, normas sociales y un largo etc�tera influyen en la construcci�n de la racionalidad y, como dice Elster, en la formaci�n de las normas sociales (o en los valores en general), pero el ser humano dispone de una facultad (que posiblemente estaba �est� en germen en la naturaleza), que le hace capaz de sobreponer a esta influencia la influencia de la libertad; capaz de tomar estos materiales que lo constituyen y elaborar en torno a un inter�s[46] �ltimo (que no significa transcendente, sino unificador, superador, liberador) un proyecto. Se trata de la facultad de la voluntad, que supone una acci�n real, la acci�n del �querer�.

Es decir, la voluntad nos capacita para pasar del modo de ser condicionado que somos como objetos del mundo al modo de ser incondicionado de la libertad. Es la voluntad como organizadora de los fines:

 

�La voluntad ha de ser pensada como una actividad real e ideal a la vez. Real en cuanto ha de gobernar las causas instrumentales en pro de su prop�sito. E ideal en cuanto conciencia (o concepto) autoconsciente, en cuanto proyectante. Se trata de una voluntad, esto es, un querer real que es acci�n, no mero deseo vano e inoperante.�[47]

 

 

6. El poder de la voluntad

 

Qu� es la finalidad

            Podemos apuntar una posible definici�n de �voluntad� con los materiales que tenemos hasta ahora: la finalidad ser�a la elaboraci�n emocional�racional de un proyecto por parte del sujeto, que tiende a la realizaci�n del mismo con una fuerza interna, nacida, en principio, de las v�sceras, los instintos y que est� matizada y reconvertida por la racionalidad integradora: ecol�gica (adaptada al entorno), expresiva (que tiene en cuenta los elementos que corresponden al individuo como agente; y que, por tanto, le puedes llevar a conseguir la autonom�a y la libertad personal), acotada (que conoce sus limitaciones y las aprovecha).

            El inter�s primero es pulsional y luego se hace racional, aunque esta racionalidad que transforma al inter�s ha de contar con una acci�n que es a la vez ideal y real: ideal porque surge del razonamiento reflexivo elaborado, idealmente, por el sujeto; real porque nace de la naturaleza que somos. Es preciso analizar las cuestiones temporales de esta relaci�n primero�luego (ya que pueden afectar �y de hecho lo hacen habitualmente� casi al mismo tiempo, interfiri�ndose); tambi�n necesitamos comprender la corriente de ida y vuelta entre pulsiones y racionalidad: por ejemplo, sabemos que una emoci�n puede causar, a la larga un valor o un comportamiento social (de inmediato, claro est�, puede dar lugar a una acci�n de apariencia racional o  bien totalmente irracional). Del mismo modo, podemos constatar que hay valores y normas sociales que pueden causar emociones (las producidas por la sensaci�n o la acci�n efectiva de premio o castigo, etc.).

            Bien, si nos quedamos aqu�, estamos en un c�rculo de ida y vuelta en donde el sujeto, como agente �en su calidad de aut�nomo�, pr�cticamente ha desaparecido. Sin embargo, podemos leer este proceso de influencia mutua con el dato que echamos de menos: la presencia efectiva de una subjetividad (no de un subjetivismo) que intenta ser aut�nomo desde su posici�n efectiva, y que, al mismo tiempo, no quiere quedarse ligado a su propia perspectiva, y, por eso, busca un tipo de objetividad (una objetividad posicional[48]).

 

 

El inter�s transformado en voluntad

            Cuando el inter�s se transforma en voluntad, �sta se convierte en poder; no por la cantidad de fuerza que es capaz de utilizar en la acci�n, sino por lo conseguido para el sujeto humano en ese estado. Volvamos a escuchar a Nietzsche en la Segunda Consideraci�n Intempestiva:

Dejemos im�genes de lado y acudamos, para ilustraci�n, a un ejemplo. Imaginemos a un hombre al que empuja y arrastra una ardiente pasi�n por una mujer o una gran idea. �C�mo cambia su mundo para �l! Mirando hacia el pasado se siente como ciego; prestando el o�do a su entorno percibe lo ajeno como un ruido sordo carente de sentido. Pero lo que ahora percibe, jam�s lo percibi� antes con esa viveza: tan palpablemente cercano, tan coloreado, tan resonante, tan iluminado como si lo percibiera con todos sus sentidos a la vez. Sus evaluaciones todas est�n para �l cambiadas y privadas de valor; hay tantas cosas que ya no puede valorar porque �l ya apenas las siente; se pregunta si no ha sido hasta entonces v�ctima de frases ajenas, de opiniones de otros, se admira de que su memoria gire incansablemente dentro de un c�rculo y se siente muy d�bil y agotado para dar un solo salto y salir de ese c�rculo. Es el estado m�s injusto del mundo, limitado, ingrato hacia el pasado, ciego a los peligros, sordo a las advertencias, un peque�o torbellino de vida en medio de un oc�ano congelado de noche y olvido. Y, no obstante, ese estado -ahist�rico, absolutamente anti-hist�rico- es no solo la matriz de una acci�n injusta, sino tambi�n, y sobre todo, de toda acci�n justa, y ning�n artista realizar� su obra, ning�n general conseguir� la victoria, ning�n pueblo alcanzar� su libertad, sin antes haberlo anhelado y pretendido en un estado ahist�rico como el descrito. Como el hombre de acci�n, en expresi�n de Goethe, act�a siempre sin conciencia, tambi�n act�a siempre sin conocimiento; olvida la mayor parte de las cosas para realizar solo una; es injusto hacia todo lo que le precede y no reconoce m�s que un derecho: el derecho de lo que ahora va a nacer. As� pues, el hombre de acci�n ama su obra infinitamente m�s de lo que esta merece ser amada, y las mejores acciones se realizan siempre en una exaltaci�n de amor tal que, aunque su valor pueda ser incalculable en otros respectos, no son, en todo caso, dignas de ese amor�[49].

 Vivir en el presente, tomando las energ�as de s� mismo, de la propia s�ntesis que somos, nos concede fuerza, un tipo de poder, que puede causar las acciones m�s justas y las m�s injustas. Cuando a esa energ�a privilegiada le sumamos, nuestra capacidad cognitiva y, con ella la voluntad, obtenemos el aut�ntico poder.

Sin embargo, Nietzsche �en su momento hist�rico, con la fuerte motivaci�n cr�tica que lo empuja� no puede dejar de poner en tela de juicio la filosof�a de la historia kantiana y el sentimiento de anhelo de Fichte:

 

[A los hombres hist�ricos] �el espect�culo del pasado los empuja hacia el futuro, inflama su coraje para continuar en la vida, enciende su esperanza de que lo que es justo puede todav�a venir, de que la felicidad los espera al otro lado de la monta�a hacia donde encaminan sus pasos. Estos hombre hist�ricos creen que el sentido de la existencia se desvelar� en el curso de un proceso y, por eso, tan solo miran hacia atr�s para, a la luz del camino recorrido, comprender el presente y desear m�s ardientemente el futuro. No tienen idea de hasta qu� punto, a pesar de todos sus conocimientos hist�ricos, de hecho piensan y act�an de manera no-hist�rica o de que su misma actividad como historiadores est� al servicio, no del puro conocimiento, sino de la vida�[50].

 

            Pero, s� que ten�an idea; una idea bien formada, que les hac�a comprender que la fuerza de esa voluntad, nacida de los sentidos, preparada en el sentir originario y sublimada por una racionalidad integradora y por la voluntad �que no olvida la ra�z de la que recibe sabia�, no les consigue lo que desean, del todo, en el presente.

            Y no s�lo podemos traer a colaci�n el sentimiento del anhelo y la esperanza �con su esencial proceso�, hay una raz�n m�s interesante ahora con la que podr�amos �salvar distancias� y poner a dialogar al idealismo transcendental con Nietzsche: la diferencia entre lo real y lo ideal, nuestra constituci�n como organismo, nuestro proceso de conocimiento y, por tanto, la direcci�n de nuestra racionalidad. Mediante la actividad ideal que tiene lugar en el proceso de conocimiento no somos capaces de �ver� al yo (s�lo observar�amos fragmentos, estados dispersos y contradictorios, influencias en lucha�). Sin embargo, hay una acci�n real con la que s� podemos llegar al yo: podemos sentirlo: �En el sentimiento se halla todo el yo no dividido�, dice Fichte. En el sentimiento captamos sint�tica y vivamente, esto es, real e idealmente a la vez, los dos componentes b�sicos del yo, la acci�n y la limitaci�n. El sentimiento es f�cticamente lo primero y lo originario�, y de ah� partir�n todas las dem�s representaciones.

 

�El sentimiento es el estado m�s b�sico �al cual se liga todo lo dem�s�, toda otra reflexi�n. �El sentimiento es una �conciencia necesaria e inmediata a la cual podemos ligar la serie de las dem�s conciencias�. �El sentimiento es el objeto primero e inmediato de nuestra reflexi�n�, de nuestra actividad ideal. Una intuici�n, un concepto o una acci�n son m�as gracias a un sentimiento, mediante el cual soy consciente de la ligaz�n; no basta la Apercepci�n intelectual kantiana, dice Fichte�[51].

 

            Ahora bien, el sentimiento puede enga�ar a nuestra reflexi�n: movido por el inter�s instintivo, puede adaptar nuestras preferencias, incluso hasta sumergirnos en una realidad ficticia, es decir, puede desconectar de la realidad. Por eso, el sentimiento necesita la acci�n real�ideal del querer, que hace surgir la conciencia del sujeto: �Qu� propicia la acci�n ideal de la conciencia? Un acci�n real: el acto de querer (estamos seg�n Kant en la facultad de desear). Este acto de querer se manifiesta en la raz�n, como nos dice Rivera de Rosales, �en su inalcanzable exigencia te�rica de lo absoluto�.

            �Ese acto de querer se articula en dos grandes momentos en los que la subjetividad se ha reconocido al recorrerse idealmente gracias a la actividad te�rica: la sensibilidad�pasividad y la raz�n (en sentido gen�rico)�actividad.

            El primer querer est� configurado por los deseos (las inclinaciones en t�rminos kantianos) [�]. El deseo es un querer permanecer en mi objetualidad de mundo, en mi individualidad objetiva de yo emp�rico.      El segundo querer es el espont�neo, y expresa la necesidad de la subjetividad de ser un sistema y partir enteramente de s� misma, esto es, de ser libre y aut�noma. Este querer, que podemos llamar �voluntad�, le va despegando progresivamente de los objetos concretos e introduci�ndola en una universalidad, en un reino de la libertad, diferente al otro, que se expresa en el deber y le revela su destino comunitario. Justamente esta dualidad entre los dos quereres [�] es la experiencia b�sica del querer como tal, en necesaria dualidad para que pueda surgir precisamente a la conciencia en su complejidad, como acto individual que se debe acomodar a una forma racional, esto es, universal.

            La frustraci�n fue necesaria para reconocer en s� un destino propio, para el riesgo y la acci�n responsable[52].

 

            De esta manera, podemos establecer la siguiente relaci�n: identificar al inter�s que no se ha dejado modelar por la acci�n ideal�real del querer como deseo; y llamar a esta acci�n del querer voluntad. De todas formas, no podemos perder de vista que la voluntad est� hecha de deseo (y el deseo de sentimientos, de emociones �incluidas las pasiones� y de instintos). Y tampoco podemos obviar que la voluntad no est� conseguida de una vez por todas (para esto, pese a Nietzsche, pero tambi�n con �l, hay que ser hist�rico): el desarrollo de la voluntad es un proceso de formaci�n que aprende del pasado y aspira ha ir consolid�ndose en el futuro; un proceso que aprende de sus errores y que espera hacia el futuro. De ah� que la voluntad necesite principalmente de un sentimiento: el sentimiento del anhelo.

 

 

El poder de un hilo apenas perceptible

 

         Un sujeto fragmentado, retazos que casi olvidan ad�nde pertenecen, pero un hilo que da unidad al yo. �sta es la conclusi�n a la que llega Diego S�nchez Meca en su interpretaci�n de la obra de Nietzsche:

 

            �Como Ulises, s�lo a trav�s de los peligros, astucias y huidas, y del autodominio que el yo logra con este continuo ejercicio de lucha, s�lo a trav�s, por tanto, de una continua renuncia �el canto de las sirenas en la Odisea recuerda una felicidad antes otorgada por la indistinci�n de la vida animal� conquista su identidad a la vez que se despide del arcaico ser�uno con la naturaleza, externa e interna.

            En conclusi�n, m�s que la perspectiva �irracionalista�, es la perspectiva cr�tico�cultural la que se muestra en la visi�n nietzscheana de lo dionis�aco. El delirio b�quico y orgi�stico revela un fondo pulsional enormemente ca�tico, donde se revuelven multitud de instintos, pasiones, gustos, preferencias. Todo eso es lo que el hombre dionis�aco o superhombre debe dominar y reconducir a unidad�[53]

 

Nociones como la del autodominio del yo, el continuo ejercicio de lucha no son las que habitualmente nos llegan como referidas a Nietzsche. Ocurre que, en muchas ocasiones, hemos le�do sus obras a trav�s de otras interpretaciones, y no hemos realizado un ejercicio de hermen�utica, desde nosotros mismos, respecto de su discurso �que est� recogido en textos concretos de una historia y contexto concreto�. Conquistar la identidad, desde la naturaleza que constituye al sujeto y de la que est� rodeado; siendo cr�tico y consciente, en la medida de lo que cada vez va siendo posible, de las redes culturales, de su influencia negativa, pero tambi�n positiva.

            Nuestro poder para �dominar el caos y reconducir a la unidad�. La clave est� en dominar, no en reprimir; para esta acci�n S�nchez Meca utiliza el t�rmino �sublimar�, acci�n que recoge de forma acertada el paso entre el deseo y la voluntad. Es la que concede el poder, principalmente por una causa: porque no pierde de vista de donde nace, y, por tanto, su limitaci�n.

 

            �Y digo dominar y no reprimir porque la mesura que revela el gran estilo cl�sico, como imagen del superhombre, no es jam�s la negaci�n de la sensualidad, sino la victoria de un poder que conserva la vitalidad de los sentidos y sabe producir con ella bellas armon�as, formas, ritmos, etc. El superhombre y su creatividad, como el contrapunto del ascetismo plat�nico, cristiano y schopenhaueriano del hombre nihilista, son una fiesta en la que la voluptuosidad y la sensualidad est�n presentes de manera sublimada�[54].

           

            Se trata de no olvidar la s�ntesis que nos constituye. De paso, definimos el t�rmino �nihilismo� y borramos fronteras en relaci�n al idealismo transcendental:

            �Esto significa que, en vez de eliminar lo sensible, que es lo propio del nihilismo, se apuesta por un reforzamiento y mutuo potenciamiento de la unidad indisoluble de lo sensible y lo inteligible. [�] La gran salud consiste en la capacidad de dominar la hipersensiblididad, en el poder de subyugar el propio caos, en la disposici�n a resistirse al abandono y al deseo de disoluci�n, que es lo que el nihilista no es capaz de conseguir y lo que el rom�ntico tal vez desea. [�] Lo que distingue al superhombre es su voluntad de hacerse ley [�]. Y �sta es, al menos si tenemos en cuenta estas consideraciones, la cara m�s probable y presentable de lo dionis�aco nietzscheano�[55].

 

            Habr�a que estudiar tambi�n la relaci�n entre lenguaje y pensamiento �que enlaza con la identificaci�n en Hegel entre pensar y ser�, pero este interesante an�lisis habr� de ser objeto de otro estudio. De todas formas, hemos de decir que la identificaci�n o relaci�n total entre lenguaje y pensamiento pone bastante dif�ciles las cosas al sujeto como identidad aut�noma y libre. (Tambi�n ser� el camino de la cr�tica de la raz�n po�tica). La construcci�n del sentido y el valor, el concepto cr�tico que �no se somete a la estructuras del ser de la metaf�sica�, parece que reniega de unas supuestas categor�as kantianas, entendidas como �a prioris fijos�, pero, y dejo la pregunta abierta, por ahora, ��qui�n pone las estructuras del ser en el sujeto del pensamiento cr�tico?

 

        

7. El modelo de sujeto humano adecuado a la nueva racionalidad

Los principales rasgos de la acci�n humana

 

         La s�ntesis originaria que encuentra Kant despu�s de su an�lisis reflexivo, le conduce a reconocer que somos una uni�n de naturaleza y de libertad. La naturaleza demuestra ser libre cuando se pone a s� misma sus propios fines.

            La noci�n de �fin� es, tanto como la de �sujeto transcendental�, o la cuesti�n del a priori, uno de esos conceptos que no hemos sabido �traducir� bien al cambiar de un paradigma a otro en la historia de la filosof�a (que, recordemos, tambi�n supone una historia de investigaci�n). Todo indica que no hemos aplicado de manera adecuada el pensamiento sobre �el desarrollo� del que nos hablaba Eloy Rada como herramienta fundamental para conseguir que las distintas secciones de la historia de la filosof�a (con sus determinados discursos) no sean �paradigmas inconmensurables�, sino que podamos establecer una �transferencia de sentido� de unas otras, y comprendamos que la historia de la investigaci�n filos�fica se va nutriendo de lo que antes otros han descubierto.

            La noci�n de fin suena a teleolog�a y por este camino conduce a un esquema en donde se diluye en apariencia el sujeto aut�nomo. Sin embargo, en la filosof�a kantiana, especialmente en la Cr�tica del Juicio, la noci�n de �fin� significa el proyecto que un sujeto se propone a s� mismo organizado en torno a lo que desea conseguir y vertebrado (m�s bien amasado y fermentado) con la fuerza que supone su voluntad.

            Para este proceso de comprensi�n, hemos de tener en cuenta tambi�n el significado de la fuerza llamada �voluntad�. Si la entendemos s�lo como una facultad superior que se sit�a sobre todo lo dem�s a manera de fuerza misteriosa, y adem�s indicamos que nace de nuestra libertad, de nuestro modo de ser incondicionado, podr�amos llegar a pensar en una fuerza ideal que est� por encima de nosotros y para la que se dan tradicionalmente dos explicaciones: o bien se sit�a en un mundo de Ideas, con car�cter heter�nomo, o bien nace de instintos inconfesables y en realidad tendr�amos que llamarla �la voluntad de poder�.

            �Qu� es la voluntad?

            Oigamos a Kant:

�La facultad de desear en cuanto es determinable s�lo por conceptos, es decir, en cuanto es capaz de actuar seg�n la representaci�n de un fin, ser�a la voluntad� (KU � 10). Aunque ya en la Cr�tica de la raz�n pr�ctica hab�a anunciado esta definici�n: �se podr�a definir tambi�n la voluntad como la facultad de los fines, en cuanto que ellos son siempre fundamentos de determinaci�n de la facultad de desear� (KpV, A, 103).

           

            De todas formas, para entender bien lo que significa la voluntad, la historia de la filosof�a tuvo que seguir su curso, tomando de lo anterior, contrastando y desarroll�ndose. La filosof�a de Fichte, desarrollando el pensamiento cr�tico de la filosof�a transcendental, nos consigui� una nueva herramienta para la racionalidad y una convicci�n (que lejos de cerrarnos en la seguridad de algo ya conocido, nos lanza constantemente a la b�squeda). La herramienta proporcionada por Fichte fue el m�todo gen�tico�sint�tico. La convicci�n estimuladora fue la uni�n de la filosof�a te�rica y la filosof�a pr�ctica.

            Mediante el m�todo gen�tico�sint�tico, Fichte ofrece una mayor comprensi�n respecto a la s�ntesis originaria (a la que Kant situaba tanto en el origen como en el horizonte de los fines). El que seamos naturaleza y libertad no significa, como dec�amos antes, que se trate de dos elementos paralelos que nos constituyen, uno al margen del otro. Por un lado el mundo emp�rico �condicionado�, por otro lado el incondicionado (recordemos que �incondicionado� no significa lo mismo que �ideal�; lo explicamos m�s adelante).

            Somos naturaleza y libertad, pero los distintos elementos y facultades que nos constituyen se van sucediendo una a la otra, de forma que las distintas etapas no quedan anuladas sino que permanecen, aunque transformadas en las otras. En esta sucesi�n, es necesario se�alar que no se da un tiempo lineal: no quiere decir que un instinto ha pasado de inter�s ciego a voluntad con inter�s purificado y ya no hay retroceso. Posiblemente nos abri� los ojos Nietzsche, aunque el descubrimiento, tras la ruptura con la filosof�a anterior, lo llev� a desechar la escalera en la que se hab�a apoyado; al quedarse, sin retorno radicaliz� su postura.

 

 

 

 

 

8. Juego, di�logo, pre�juicios y presuposiciones. La caja de herramientas �adaptativas�

 

            Diego S�nchez Meca public� en 1996 un libro, La historia de la filosof�a como hermen�utica, en el que se propon�a salir de las dos v�as habituales en el desarrollo de la historia de la filosof�a. Ten�a la intenci�n de plantearse esta disciplina como la tarea de conectar historias aparentemente incomensurables. La historia de la filosof�a como hermen�utica, as� como el concepto de �desarrollo� en la reflexi�n sobre la historia de la ciencia tienen en la Segunda intempestiva de Nietzsche un pensamiento hacia el que miran, de forma m�s o menos consciente, y del que han recibido influencia decisiva. Hemos aprendido de Nietzsche a analizar el lenguaje y sus referencias, sus sentidos, y a utilizar el lenguaje tambi�n como desvelador de significados:

 

            �Para interpretar lo que dice una obra filos�fica habr� que encadenar un discurso nuevo al discurso del texto. Este encadenamiento revela la capacidad de la obra escrita de replantearse, o sea, su car�cter abierto. La interpretaci�n es la apertura prolongada a trav�s del encadenamiento de los discursos y del replanteamiento de la obra. Por ello, la interpretaci�n tiene que tener el car�cter de una apropiaci�n (Aneignung), entendiendo por tal el hecho de que la obra pasa por la autointerpretaci�n del int�rprete en un movimiento literalmente reflexivo, aunque de ning�n modo subjetivista. La historia de la filosof�a es, as�, la historia de la autorreflexi�n�[56].

 

            Nietzsche hablaba en el cap�tulo 10 de Sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida de una fuerza pl�stica, que se podr�a considerar la fuerza aut�noma capaz de discernir y dirigir: ser la propia gu�a. Esta fuerza pl�stica tiene bastantes puntos de conexi�n con la idea de �apropiaci�n� de la hermen�utica. Para que esta fuerza pl�stica sea efectiva y realmente consigamos hacer nuestros los sistemas entretejidos en el discurso hist�rico que estamos investigando (a trav�s de textos concretos), necesitaremos llevar a cabo un proceso de autorreflexi�n, que ha de cumplir la condici�n de no ser subjetivista.

Siguiendo la ense�anza de Nietzsche, deber�amos poner en claro el significado de los t�rminos, especialmente de dos de las nociones del texto citado: el adjetivo �subjetivista� referido a autointerpretaci�n, y el t�rmino �autorreflexi�n�. Hemos de recordar que �subjetivismo� tiene un sentido muy distinto a la noci�n de �subjetividad� del pensamiento cr�tico[57]. Respecto a la noci�n de �autorreflexi�n�, encontramos en ella  rasgos en com�n con una noci�n paralela: la autoconciencia del pensamiento cr�tico, que une la apercepci�n transcendental kantiana y el sentir originario del que habla Kant, y sobre todo Fichte[58].

S�nchez Meca en su proposici�n de historia como hermen�utica subraya la funci�n de los signos y las obras de la cultura, �stos poseen rasgos en com�n con la noci�n de sistemas conceptuales utilizada en filosof�a de la ciencia y en la pragm�tica. Gadamer hab�a presentado la importancia decisiva de los �pre�juicios�. Wittgenstein en su filosof�a del lenguaje hablar� de �presuposiciones�. Filtros y redes a trav�s de los cuales vemos el mundo y recibimos la informaci�n; tambi�n el sentido del texto:

 

�Por una parte, la comprensi�n de s� pasa por el rodeo de los signos de cultura en los que el yo se documenta y se forma. [�] Contrariamente a la filosof�a del cogito y a la pretensi�n moderna del sujeto de conocerse �l mismo pro intuici�n inmediata, hay que decir que no nos comprendemos m�s que por el rodeo de los signos de la humanidad depositados en las obras de la cultura�[59].

 

El autor se muestra aqu� disconforme tanto con la filosof�a cartesiana como con la transcendental. Verdaderamente, Fichte err� en la expresi�n �intuici�n intelectual�, aunque, el sujeto del pensamiento cr�tico no se conoce de manera inmediata: en la apercepci�n transcendental, el sujeto s�lo conoce a trav�s de los elementos a priori �los reconocidos por el sujeto en su reflexi�n y convertidos por ello en categor�as conscientes�. Tambi�n hay que dar cabida a los filtros que nos condicionan y de los que nos somos conscientes.

 

Juego y di�logo

            Los conceptos de juego y di�logo cobran un protagonismo decisivo en la construcci�n de los sistemas conceptuales a trav�s de los cu�les observamos e interpretamos el mundo. Los dos se conectan de manera esencial tanto con el lenguaje como con las teor�as cient�ficas y las investigaciones filos�ficas. En relaci�n con estos conceptos de juego y di�logo �conceptos importantes para la pragm�tica y para la hermen�utica�, elabora Ram�n del Castillo su art�culo: �Juegos, di�logos, historia: Gadamer y Wittgenstein  en discusi�n�[60].

 

            �El juego tambi�n fue para Wittgenstein [como para Gadamer] el modelo de la comprensi�n, tanto en un sentido diacr�nico como en otro sentido sincr�nico. Hablar es jugar: el uso de las palabras �como para Gadamer� es una actividad sin reglas precisas. Por tanto, �juego� tampoco es para Wittgenstein una estructura sino una actividad, y el fin principal de de la analog�a entre juego y habla es mostrar que la comprensi�n es posible sin que la aplicaci�n de los t�rminos est� definida. [..] Cada uno aprende tanteando a su alrededor en la corriente de frases, como lo hacen los ni�os�[61].

 

Queremos resaltar una coincidencia: la conexi�n entre esta forma de entender Wittgenstein el juego del lenguaje y el m�todo heur�stico esgrimido por la nueva racionalidad que parte de la ciencia y se puede extender a las investigaciones filos�ficas: la racionalidad acotada (analizada entre otros por Gigerenzer y Selten[62]). El m�todo heur�stico analiza la forma de actuar del sujeto agente humano: su adaptaci�n al entorno, la capacidad de resolver cuestiones dif�ciles mediante unos recursos simples. En su caja de herramientas �adaptativas�, hay siempre un instrumento que no puede faltar nunca, que de hecho no falta, bien como herramienta aislada, que la podemos delimitar y analizar de forma consciente, bien como elemento aglutinador del que apenas somos conscientes, pero que permanece activo: son las presuposiciones. �Presuposiciones�, si estamos hablando en t�rminos de lenguaje (o en una filosof�a que hace del lenguaje la parte fundamental de su cosmovisi�n; sistemas o esquemas conceptuales si nos movemos en el �mbito filos�fico, entendido de forma gen�rica.

            �En realidad, Wittgenstein describi� el proceso de interpretaci�n de una forma sumamente similar a la de la hermen�utica [�]. Como explic� en Sobre la certeza[63], las preguntas y respuestas de un juego se dan en el seno de un complejo de presuposiciones que pueden descubrirse posteriormente como un eje en torno al cual gira un cuerpo, un eje que parece inm�vil no porque algo lo mantenga fijo, sino exclusivamente por el movimiento en torno a �l�[64].

        

Las presuposiciones corresponden en la hermen�utica a los pre�juicios. Forman un andamiaje que se adquiere de forma indirecta, pero que es necesario para ir asimilando la cultura y para poder comunicarse.

 

�No se mantienen firmes porque sean obvios ni convincentes, sino porque se sostienen en lo que les rodea�. �Wittgenstein tambi�n describe esos ejes como cosas que se dan por establecidas porque se ha apartado parte del andamiaje de la circulaci�n, han quedado en v�as muertas del lenguaje y ahora forman parte del andamiaje de preguntas y respuestas que consider�bamos veros�miles. Este andamiaje es algo que no se aprende sino se adquiere de forma t�cita�[65].

 

Justamente son los sistemas conceptuales, con su red, sus filtros y membranas los que van incorpor�ndose al tejido de nuestra racionalidad: una racionalidad que utiliza herramientas sencillas, en tiempo muy limitado, en presencia a veces de riesgo, una racionalidad acotada, que es eficaz en relaci�n al resultado en la mayor�a de las ocasiones.

Estas investigaciones sobre los nuevos modos de racionalidad en la ciencia y sobre las herramientas y el m�todo que utilizan tienen mucho que decir en el an�lisis de la formaci�n, desarrollo y mantenimiento de las normas sociales y de los valores, de su importancia para la racionalidad, as� como de su relaci�n con la autonom�a, la libertad y las libertades concretas. En la medida en que vayamos siendo conscientes de la red, podemos cambiar las presuposiciones en preguntas, como anuncia Wittgenstein en Sobre la certeza.

Hay un camino interesante para el estudio del papel de las normas y valores en el desarrollo de la racionalidad, es el de considerar la racionalidad en clave de informaci�n que se recibe y se asimila por parte del sujeto agente. La informaci�n pertinente es la significativa para nosotros: la que somos capaces de discriminar y procesar y las que nos impulsa a actuar o lo hace posible. En esta teor�a, los conceptos se consideran filtros de informaci�n que seleccionan entre toda la informaci�n disponible. Tambi�n las normas y valores son filtros de informaci�n que conforman nuestro conocimiento y nuestra actuaci�n. Sin embargo, el peso de la cr�tica a la cultura de Nietzsche y de Freud, no nos permiten comprobar, en bastantes ocasiones, que tambi�n las normas y valores pueden actuar en sentido positivo en la construcci�n de la racionalidad y que, de hecho, son necesarios, tanto para la toma de decisiones (individuales y colectivas) como para un avance de las ciencias que haga posible el desarrollo de las libertades concretas y, por tanto, de la justicia.

         Hemos de reflexionar por qu� y para qu�, de d�nde vienen, las obligaciones morales. Podr�amos seguir investigando, en la estela de Nietzsche, si son fruto del cristianismo, si la culpa de que sus consecuencias sean perniciosas para el hombre las tienen los sacerdotes de las religiones. Pero tambi�n podemos analizar, con ayuda de la ciencia y con la luz de la filosof�a si los valores y las obligaciones morales act�an como filtros o membranas de informaci�n que nos posibilitan valorar r�pidamente las situaciones y tomar decisiones acertadas. Tambi�n el peso de la historia �y la cultura�puede ser bueno, ya lo dec�a Nietzsche.

 

 

 

 


 

[1] Tanto de su obra Ser y tiempo como de la m�s tard�a Tiempo y ser.

[2] Fragmento de la introducci�n del libro de Diego S�nchez Meca: Nietzsche. La experiencia dionis�aca del mundo. Ed. Tecnos, Madrid, 2005.

[3] En palabras de S�nchez Meca. Diego S�nchez Meca no estaba hablando de la sentencia del dios Apolo cuando hizo este comentario, ni de la historia en Nietzsche, sino del posible significado de lo dionis�aco nietzscheano. (�Lo dionis�aco y la nueva comprensi�n de la modernidad�.  Logos, Anales del Seminario de Metaf�sica, 2000, n� 2, pp. 31�53. Servicio de publicaciones de la Universidad Complutense de Madrid).

[4] S�nchez Meca, op. cit, p. 251.

[5] Cano, Germ�n: �El parto del �Centauro�. Historia y vida en el joven Nietzsche�. En Vega Re��n, Rada Garc�a y Mas Torres, (ed.): Del pensar y su memoria. (Ensayos e homenaje al profesor Emilio Lled�). Madrid, UNED, 2001. pp 452�453.

[6] Cano, Germ�n, op.cit. p. 460.

[7] Cano, Germ�n, op.cit., p. 454.

[8] Cano, Germ�n, op.cit., p. 452.

[9] Hegel, Enciclopedia, � 337. Traducci�n de Ram�n Valls Plana. Ed. Alianza, Madrid, 1997.

[10] Hegel, Enciclopedia, � 350, p. 410 de la traducci�n de Ram�n Valls Plana. Ed. Alianza, Madrid, 1997.

[11] Enciclopedia359.

[12] Rivera de Rosales, J.: �Dolor y muerte en la filosof�a hegeliana. Del dolor del animal a la lucha a muerte por el reconocimiento�. Revista �caro, n� 2�3, a�os 2001�2002, pp. 421�450.

[13] S�nchez Meca, op. cit., p. 51�52.

[14] Ed. S�ntesis, Madrid, 2004, p. 10 de la Introducci�n.

[15] S�nchez Meca, D.: El nihilismo. Ed. S�ntesis, Madrid, 2004, p. 36.

[16] Eckermann:  Gespr�che mit Goethe in den lezten Jahren seines Lebens (1823�1832). 1948, p. 589.

[17] S�nchez Meca, op. cit., p. 46.

[18] Goethe: Teor�a de la naturaleza. Ed. de S�nchez Meca. Tecnos, Madrid 1997, p. 175.

[19] S�nchez Meca, op. cit., p. 46.

[20] Ver p�ginas 16�25.

[21] Nietzsche: Incursiones de un intempestivo, af. 49, 2001.

[22] Villaca�as, J.L.: �Naturaleza y raz�n: Kant el fil�sofo del clasicismo�, en Villaca�as et alii: Estudios sobre la �Cr�tica del Juicio�. Ed. Visor, CSIC, Madrid, 1990.

[23] En el Anexo tendremos la oportunidad de extendernos m�s sobre la teor�a del sentimiento en Fichte.

[24] Nietzsche, op. cit., cap. 1, p. 32.

[25] Nietzsche, op. cit., cap. 1, p. 34.

[26] Nietzsche, op. cit., cap. 1,  p. 36.

[27] Nietzsche, op. cit., cap. 1, p. 38.

[28] Nietzsche, op. cit., cap. 1, p. 39.

[29] Nietzsche, op. cit., cap. 1, p. 39.

[30] Nietzsche, op. cit., cap. 1, p. 40.

[31] Nietzsche, op. cit., cap. 10, p. 159.

[32] S�nchez Meca, D.: �Lo dionis�aco y la nueva comprensi�n de la modernidad�.  Logos, Anales del Seminario de Metaf�sica, 2000, n� 2, pp. 31�53. Servicio de publicaciones de la Universidad Complutense de Madrid.

[33] Nietzsche, op. cit., cap�tulo 1, p. 41.

[34] S�nchez Meca, D.: �Lo dionis�aco y a nueva comprensi�n de la modernidad�, p. 35.

[35] �Yo miro el mundo desde un punto de su espacio�tiempo, pero para poder hacer eso he de entrar en relaci�n rec�proca real con los dem�s fen�menos y situarme por tanto entre ellos corporalmente, o sea, he de identificarme con un cuerpo que a la vez cambie y permanezca (al menos relativamente) por una parte, y por otra que sea vivo y que se relacione sensiblemente con su mundo y la conciencia. No lo especificaba as� Kant en su primera Cr�tica, pero deb�a haberlo hecho y tratar ah� el cuerpo propio como elemento transcendentalmente necesario para el conocimiento objetivo de la naturaleza. Que ese cuerpo sea m�o, es decir, que yo me pueda identificar con �l, deber�a haber sido tema de discusi�n en la segunda parte de la Cr�tica del Juicio. No fue as� hasta el Opus postumun, pues el Kant de la primera Cr�tica no hab�a tematizado la necesidad de un cuerpo vivido y s�lo se hab�a fijado en el aspecto externo de mi cuerpo, consider�ndolo sin m�s como una de las �cosas fuera de m�, como mero cuerpo extenso y objetivado. En ese �mbito pr�xico es en donde debemos insertar originariamente el conocimiento. Pero aunque Kant establece aqu� (en un texto posterior a la Cr�tica del Juicio) la analog�a entre cuerpo vivo y el entendimiento, no llega a entrelazarlos, sin por ello tener que perder de vista su Idealismo transcendental y hacer del entendimiento un producto del cerebro. (Rivera de Rosales, �La reflexi�n transcendental sobre el cuerpo propio. Kant, Fichte y Schelling�, 2002, p. 35).

[36] Kant: Conflicto entre las facultades I. Ak. VII, 71�72.

[37] Esta �racionalidad substantiva� considera que el sujeto agente busca el m�ximo inter�s para �l, y que es este motivo el que le mueve a decidir y a actuar. Ha sido el tipo de racionalidad utilizado en ciencia y filosof�a de la ciencia, en general, en la mayor parte del siglo XX, aunque hunde sus ra�ces en la filosof�a y la �tica utilitarista; tambi�n en una lectura demasiado parcial de la obra sociol�gica y econ�mica de Adam Smith. "Por m�s ego�sta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de los otros, y hacen que la felicidad de �stos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada m�s que el placer de contemplarla".

 (Adam Smith, La teor�a de los sentimientos morales",citado por J.F. �lvarez).

[38] Gigerenzer, G. y R. Selten (comps.) (2001), Bounded Rationality. The Adaptive Toolbox, The MIT Press, Cambridge, MA.

[39] Simon. H. A.: "De la racionalidad substantiva a la procesal", en Hahn, F. H. y M. Hollis (comps.),  FCE, M�xico, 1986, pp. 130-172.

[40] �lvarez, �lvarez, J. F.: �El tejido de la racionalidad acotada y expresiva�. Manuscrito, XXV (2), pp. 11-29, Michael B. Wrigley (ed.) (2002): Dialogue, Language, Rationality: A Festchrift for Marcelo Dascal.  CLE/UNICAMP, State University of Campinas, Campinas, Sp, Brasil

[41] Rivera de Rosales: �La importancia ontol�gica del sentimiento en Fichte�.

[42] Rivera de Rosales: La Cr�tica del Juicio Teleol�gico y la corporalidad del sujeto, p. 29.

[43] Con las siglas NF nos referimos, siguiendo el libro citado de S�nchez Meca en la nota siguiente a la colecci�n de Fragmentos p�stumos: Nachgelassene Fragmente, KSA, vols. 7�13.

[44] Fragmento de la introducci�n del libro de Diego S�nchez Meca: Nietzsche. La experiencia dionis�aca del mundo. Ed. Tecnos, Madrid, 2005.

 

[45] Elster, J.: Alquimias de la mente. La racionalidad y las emociones. Ed. Paid�s, Barcelona, 2002 (original, 1999).

[46] �sta ser�a la principal diferencia entre el Juicio est�tico (o del gusto) y el Juicio Teleol�gico. Por eso, seg�n la filosof�a transcendental, la utop�a rom�ntica del arte, como educador o como Absoluto no basta. Tambi�n por aqu� estar�a la clave para la cr�tica tanto del giro ling��stico de la filosof�a como de la raz�n po�tica.

[47] Rivera de Rosales: La Cr�tica del Juicio y la corporalidad del sujeto, pp. 37�45.

[48] Ver el apartado sobre  la �objetividad posicional� en el Anexo.

[49] Nietzsche, op. cit., cap�tulo 1, p. 42.

[50] Op. cit., p. 43.

[51] Rivera de Rosales, J.: �La importancia ontol�gica del sentimiento en Fichte�, pp. 55�67.

[52] Lugar citado, p. 185.

[53] S�nchez Meca, Diego: �Lo dionis�aco y la nueva comprensi�n de la modernidad�, p. 52.

[54] S�nchez Meca, op. cit, p. 52.

[55] Op. cit, p. 52�53.

 

[56] S�nchez Meca, D.: La historia de la filosof�a como hermen�utica. UNED, Madrid, 1996, p. 250.

[57] Ver el anexo sobre el pensamiento cr�tico.

[58] Ver el anexo sobre el pensamiento cr�tico.

[59] S�nchez Meca, op. cit., p. 251.

[60] En Vega Re��n, Rada Garc�a y Mas Torres, (eds.), Del pensar  y su memoria. Ensayos en homenaje al profesor Emilio Lled�. UNED, Madrid, 2001, pp. 476�496.

[61] Op. cit., p. 485.

[62] Gigerenzer G. y Selten, R. (comps.): Bounded Rationality. The Adaptive Toolbox, The MIT Press, Cambridge, MA, 2001.

[63] Wittgenstein: Sobre la certeza. Ed. Paid�s, Barcelona, 1998, p. 103.

[64] Del Castillo, R.: op. cit., p. 486.

[65] Op. cit., p. 486.

 

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� Mercedes Laguna Gonz�lez, 2005

LINDARAJA. Revista de estudios interdisciplinares y transdisciplinares. Foro universitario de Realidad y ficci�n.

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