REALIDAD Y FICCIÓN | ||
Revista Lindaraja nº 5, verano de 2006
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LA MISTERIOSA LLAMA DE LA REINA LOANA*
MANUEL ALEJANDRO PRADA LONDOÑO**
Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá Departamento de Ciencias Sociales
Resumen: En la ponencia se hace un ejercicio de lectura de la novela La misteriosa llama de la Reina Loana de Umberto Eco (2005). En él se muestra cómo el protagonista reconstruye su identidad personal a partir de las lecturas hechas en su infancia, íntimamente ligadas al ambiente bélico de Italia, en la Segunda Guerra Mundial; se evidencia cómo los textos amados en la lectura llevan al protagonista a leerse y a leer una época particular, lo cual es posible, a su vez, a partir de la recuperación de su memoria. En la última parte, se esbozan algunas consideraciones que surgen del intento de acercar el mundo del texto al mundo del lector.
Palabras clave: Lectura, Identidad, Memoria, P. Ricoeur
Abstract: In this paper it’s performed an exercise of interpretation of Umberto Eco’s novel The Mysterious Flame of Queen Loana (2005). In it, it’s demonstrated the way the main character reconstructs his personal identity from the readings done throughout his infancy, closely related to the war environment of Italy during the second World War. It’s proven the way the beloved texts in the reading lead the main character to read himself and to read a particular time, which is possible, in turn, from his memory recovery. At the end, some considerations are outlined which come out from the attempt to bring together the text world with the reader world.
Key words: Reading, Identity, Memory, P. Ricoeur
En La misteriosa llama de la reina Loana (2005), Umberto Eco narra la historia de Giambatista Bodoni, librero anticuario, quien pierde la memoria en un colapso que lo conduce al estado de coma. Una vez se despierta, Bodoni se va enterando de pequeños ‘datos’ de su vida sin recordarlos realmente. Paola, su esposa, le sugiere que se vaya a la casa de campo, en Solara, donde pasó su infancia, para que descanse y, sobretodo, pueda recordar los acontecimientos más importantes de sus primeros años de vida. Allí comienza a explorar los libros, revistas, comics y periódicos que, en esa época, constituyeron sus textos amados y configuraron sus primeros valores, creencias y convicciones. Luego de estar varios meses allí, sufre un segundo colapso.
Lo que resulta significativo para una reflexión en torno a la ‘lectura’ es que la novela de Eco cuente, precisamente, los ejercicios de lectura de textos variopintos que hace el protagonista, a partir de los cuales intenta reconstruir sus recuerdos y, por ende, responderse a la pregunta más urgente: ¿quién soy?
Redi in interiorem hominem y encontrarás la Larousse (p. 103)
La primera pregunta que le formulan al protagonista es: “¿Y usted cómo se llama?”. “Espere –dice–, lo tengo en la punta de la lengua” (p. 11). Sobreviene un mar de citas de pasajes leídos, pero no su nombre. Su médico, Gratarolo, le informa que están en 25 de abril de 1991 y que nació hacia 1931; además, que se llama Giambattista Bodoni.
Su problema no radica en que no sea capaz de coordinar ideas, ni en que carezca de una memoria prodigiosa. El médico le explica su problema: tenemos una memoria implícita, “que permite ejecutar sin esfuerzo [e inconscientemente] una serie de cosas que hemos aprendido”. También tenemos una memoria explícita, “aquella por la que recordamos y sabemos que estamos recordando”, que es doble: una memoria pública, o memoria semántica, que “permite saber que una golondrina es un pájaro”. La otra memoria explícita es la autobiográfica o episódica: “Es la memoria episódica la que establece un nexo entre lo que somos hoy y lo que hemos sido” (p. 19). Así, Bodoni tiene atrofiada la memoria de sí, pero sabe todo lo que saben y deben saber los demás, todo lo que ‘se debe’ aprender.
Bodoni comienza el ejercicio de asociación de cada nueva vivencia al núcleo común de su ‘yo’, más que como un pronombre, como un sujeto encarnado, real, que sufre sobretodo por no saber quién es. Bodoni inicia la exploración del mundo, como si fuera la primera vez de todo: se toca su nariz con el índice, palpa las sábanas, disfruta el sabor de la pasta dental y la sensación de lavarse la boca. Todo le parece nuevo. El doctor lo observa y explica que sus automatismos están bien, lo que le hace exclamar: “Parece que aquí hay una persona normal, lo que pasa es que a lo mejor no soy yo” (p. 17).
Por otro lado, Bodoni se niega a recurrir a los recuerdos de los otros. Está convencido de que su memoria debe ser eminentemente individual. En parte, su deseo es legítimo, teniendo en cuenta que responde a la angustia profunda que genera la incertidumbre del olvido. Sin embargo, como descubre más adelante, no es posible, en sentido estricto, tener una memoria totalmente individual, pues hay episodios que, siendo de su vida, sólo figuran en la memoria de los otros[1]. Como vemos, en la memoria hallamos cierta equivocidad en la noción de autor, pues, aunque nadie recuerda por otro, mucho menos cuando se trata de la propia identidad, tampoco es posible pensar en una memoria exenta de referentes sociales, culturales o históricos. En el colapso final, que se narra en la última parte de la novela, incluso se llega a poner en sospecha de manera radical la fiabilidad de una memoria en primera persona: ¿es posible que yo haya construido todo un universo? ¿Alguien proyecta una película en mi cerebro, y creo que habla de mí mismo? ¿Soy ahora un “yo provisional”? Éstas son algunas de las preguntas que lo asaltan en la hybris de locura y cordura que caracteriza su colapso final (pp. 451-454). De todas maneras, la imposibilidad de una memoria meramente individual no excusa el dejar la responsabilidad a los otros de recordar en nuestro lugar. Y Bodoni, rápidamente, se da cuenta de ello. Recordando a san Agustín [cuando afirmaba: “Grande es la virtud de la memoria (...). Y esto es el alma y esto soy yo mismo... En los campos y antros e innumerables cavernas de la memoria, llenas innumerablemente de géneros innumerables de cosas, por todas estas cosas discurro y vuelo de aquí para allá y penetro cuanto puedo, sin que dé con el fin en ninguna parte...”], sabe que tiene que entrar en la caverna sin que nadie le ayude. “Tu caverna está en la casa de campo”, le dice Paola (p. 86).
Todo lector sabe que un recorrido por su biblioteca es, al mismo tiempo, un recorrido por el movimiento de su propia vida y algo así como un catalizador del recuerdo. Jorge Larrosa La exploración en la casa de Solara comenzó en desorden. Todo el desván estaba lleno de cosas que, posiblemente, habían tenido que ver con él. ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo reconocer cuáles habían sido sus lecturas? Con cada palabra encontraba otras mil que le llegaban deshilvanadamente; cada objeto le traía a su cuerpo sensaciones experimentadas antes, sin que pudiera explicitarlas narrativamente, sin que pudiera siquiera construir trozos de relatos cortos que le otorgaran la posibilidad de atribuirse recuerdos. ¿Llegaría a la palabra anhelada: ‘yo’?
2.1. LA ‘IDENTIFICACIÓN-CON’ Y LA BÚSQUEDA DE IDENTIDAD Yambo –así lo llamaban de cariño– comienza a explorar las cajas que hay en el desván y va reviviendo un ‘efecto’ de las lecturas de su infancia, que tiene que ver con lo que Ricœur llama ‘identificación-con’ (1996: 161). Incluso comienza a reconocer su problema en lecturas que hacía en aquella época: La isla del tesoro y La historia de Pipino, que nació viejo y murió siendo niño fueron dos textos que reconoció como suyos, por hablar de tesoros perdidos o de viajes a la infancia, como metáforas para comprender la recuperación de la memoria. Encontró también el Strand Magazine, con las aventuras de Sherlock Holmes.
Sherlock Holmes era yo, en ese mismo momento, empeñado en recuperar y componer acontecimientos remotos de los que antes no sabía nada, sin moverme de casa, encerrado, quizá incluso (de controlar todas esas páginas) en un desván. También él, como yo, inmóvil y aislado del mundo, descifrando puros signos. Él, además, conseguía hacer que reaflorara lo reprimido. ¿Lo conseguiría yo? Por lo menos tenía un modelo (p. 171). De la cita anterior llama la atención que Yambo se haya identificado con un detective, cuyo ejercicio consiste en reconocer pistas a partir de huellas dejadas por otros. Si se mantiene la analogía, el trabajo de Yambo sobre su propia memoria opera como si las pistas fueran dejadas por otros, pues no hay un reconocimiento claro de que las ‘huellas’ sean propias, lo cual es una condición sine qua non de la memoria de sí:
El reconocimiento es el acto mnemónico por excelencia. (...) [Consiste] en la exacta superposición de la imagen presente al espíritu y de la huella psíquica, también llamada imagen, dejada por la impresión primera (...). Sobre la presuposición retrospectiva, yo construyo un razonamiento: algo de la primera impresión debió permanecer para que me acuerde ahora de ello. Si vuelve un recuerdo, es que lo había perdido; pero si, a pesar de todo, lo vuelvo a encontrar, es que su imagen había sobrevivido (Ricœur, 2003: 560). Lo que se va dibujando como carácter de Yambo es una manera de ver la lectura. Yambo no sólo leía y se emocionaba con las peripecias de los personajes, sino que su identificación con personajes de ficción constituía de tal forma su identidad personal, que leía episodios enteros de su vida a la luz de las tramas de otros. Veamos dos ejemplos significativos. El primero se refiere a la asociación que él viene haciendo durante todo el relato entre el recuerdo y la llama. (...) me cayó en las manos (...) La misteriosa llama de la reina Loana. Allí estaba la explicación de las misteriosas llamas que me habían agitado tras el despertar, y el viaje a Solara adquiría por fin un sentido. (...) Cino y Franco (...) llegan a un reino misterioso donde una reina igual de misteriosa custodia una misteriosísima llama que proporciona larga vida, o incluso la inmortalidad, dado que Loana reina sobre su tribu salvaje, sin perder un ápice de su belleza, desde hace dos mil años. (...) Loana (...) quería solamente casarse con un amigo de Cino y Franco que se parecía (dos gotas de agua) a un príncipe al que había amado hace dos mil años, y al que luego sacrificó y petrificó porque rechazaba sus encantos. (...) En definitiva, una historia insulsa. Lees de pequeño una historia cualquiera, luego haces que crezca en la memoria, la transformas, la sublimas, y puedes elevar a mito una historia que carece de todo aliciente (p. 277). Una expresión como la misteriosa llama me había hechizado (...) Había vivido todos los años de mi infancia –y quizá también después– cultivando no una imagen sino un sonido. Cuando me olvidé de la Loana ‘histórica’, seguí persiguiendo el aura oral de otras misteriosas llamas. Y años más tarde, con la memoria descompuesta, había reactivado el nombre de una llama para definir la reverberación de las delicias olvidadas (p. 278).
El segundo episodio tiene que ver con lo que, a su juicio, fue la aventura más importante de su infancia. Unos partisanos se esconden en un villorrio vecino, sitiado por soldados fascistas. La única vía de escape que les queda son las montañas del Vallone, pero nadie se atreve a ir por allí, pues están llenas de abismos y los caminos no se distinguen en la niebla. Yambo se sabe el camino de memoria, pues se lo aprendió para llegar sin ser visto y gastarles bromas a los muchachos de ese pueblo. Así, lo llaman a participar de esa aventura, como guía de un grupo comandado por Gragnola, su amigo, que es simpatizante de la causa revolucionaria y enemigo del régimen. Yambo lee esa aventura desde los héroes de comics extranjeros que él ha leído con gusto.
En el fondo era una aventura que más tarde podría contar, una cosa de partisano, un golpe tal que Gordon en la selva de Arborias se quedaba chico[2]. Y Tremal-Naik en la Jungla Negra también, por no hablar de Tom Sawyer en la caverna misteriosa. Vamos, que la Patrulla del Marfil por semejantes junglas no se había aventurado nunca. Sería mi momento de gloria y era por la Patria, la justa, no la equivocada. Y sin ir por ahí pavoneándome con bandoleras y Sten, sin armas, a puñetazo limpio como Dick Fulmine. Resultaba que todo lo que había leído iba a servirme (p. 396).
No se trata, en ambos episodios, de una simple imitación de los personajes; se trata de un efecto estético, que Ricœur llamaría ‘identificación-con’, en el que un lector –en este caso, Bodoni– encuentra un conjunto de valores que forman su carácter y que lo llevan a ficcionalizar su vida y a ‘historizar’ la ficción. Este proceso se entiende mejor si nos aproximamos al contexto político, referido en la novela, en el que se enmarcan las lecturas de Yambo.
2.2. ENTRE LA HISTORIA Y LA IMAGINACIÓN... Es en el contexto político descrito en la novela donde Yambo se identifica con los personajes y asume los valores que terminan siendo suyos. Explorando libros y revistas, comienza a ver las artimañas editoriales del régimen, que italianizaba las ficciones literarias, a fin de promulgar la identidad nacional y promover los valores fascistas. Asimismo, se hace fundamental para su reconstrucción la exploración de los libros escolares de esa época. Encuentra, por ejemplo, en un cuaderno de 1941, un discurso del Duce dictado por el maestro; también, mensajes racistas: «En el libro de quinto había más bien una meditación sobre las diferencias raciales, con un capitulito sobre los judíos y el ojo con el que había que andarse con esta estirpe traidora, que “habiéndose infiltrado astutamente entre los pueblos Arios... inoculó en los laboriosos pueblos norteños un espíritu nuevo hecho de mercantilismo y sed de ganancias”» (p. 208). De igual forma, descubre los formatos de belleza agenciados por el régimen: canciones al Duce en las que se exaltaba su barbilla y pecho cuadrados; revistas en las que se admiraban los pechos grandes y curvas suaves de las mujeres italianas, “espléndidas máquinas para hacer hijos”. “Feos eran obviamente los enemigos” (p. 211). Salta a la vista el papel formador de la escuela, como lugar cultural en el que se promueve un tipo de lectura que sustenta un tipo de sujeto y de sociedad. El régimen fascista insistía por todos los medios en que la escuela fuera reproductora de sus valores y creara en los estudiantes una identidad afín a sus propósitos. Más aún, llega el momento en el que Yambo no sabe si olvidó que fue un niño inclinado a morir por el Duce o, por el contrario, que fue indiferente al régimen o comprometido con una causa política distinta. En últimas, sufrió una manipulación de la memoria, hecha por los centros de poder, que incorporaban sus valores a partir de diversos relatos que, a su vez, podían configurar –en un fenómeno de ‘identificación-con’– el carácter de Yambo (Cf. Ricœur, 2003: 116-117). La incertidumbre se agudiza cuando encuentra dos composiciones suyas, escritas a nueve meses de distancia, que son completamente diferentes respecto a los valores y creencias que ponen en juego: la primera, de marzo de 1942, a favor del Duce, declaraba el deseo de ser soldado de Italia para defender la nueva civilización heroica; la segunda, de diciembre, se titulaba El vaso irrompible: “Una de las primeras historias mías de verdad; no era la repetición de clichés escolares y tampoco el recuerdo de una buena novela de aventuras” (p. 232). En el segundo colapso aclara la preocupación que le causaron estos hallazgos. Sobre la primera composición, recuerda que sus padres le insistían en que, para sacar buenas notas, había que “prepararse unas buenas frases de efecto”. “(...) si hay que hablar como un Balilla, habrá que estudiar de memoria cómo tiene que pensar un Balilla” (p. 349). Respecto a la segunda, recuerda un compañero de clase, Bruno: sucio, pobre, de ‘malos modales’. Se muere su padre y toda la clase se conmueve y le lleva un mercado. Pero Bruno, al día siguiente, camina en cuatro patas en plena fila, como gesto legítimo de indignación ante la “pegajosa generosidad”. Asimismo, en un acto de juramento de obediencia al Duce, mientras todos gritaban “Lo juro”, Bruno gritaba: “Arturo”. “Se rebelaba. Ha sido la primera vez que he asistido a un acto de sublevación. (...) Anárquico revolucionario él, apenas escéptico yo, su Arturo se había convertido en mi vaso irrompible” (pp. 351-352). Encontró luego las novelas de Salgari, en las que aparecían personajes como el Corsario negro o Sandokán. Pero, “¿qué sucedía cuando un muchacho de Italia en el mundo leía a Salgari, donde los de color solían ser los héroes y los blancos eran los malos?” (p. 168). Así, pues, Yambo va descubriendo dos mundos, dos tramas paralelas a veces imbricadas: La radio transmitía tanto el himno de los subversivos como la reconvención de las señoritas, aunque fuera a horas distintas. Dos mundos. Y al escuchar las demás canciones, parecía precisamente que la vida corría por dos raíles distintos: por un lado, los partes de guerra; por el otro, la continua lección de optimismo y alegría difundida a toda marcha por nuestras orquestas (p. 222). ¿Y yo?, yo, ¿cómo vivía esta Italia esquizofrénica? (p. 226). El narrador de la novela, que es el mismo Bodoni, no nos cuenta si de niño era conciente de la esquizofrenia de su formación. Lo que él está haciendo no es revivir lo que sintió y pensó de niño –como al principio creía–, sino lo que a sus sesenta años ve retrospectivamente. No se podría entender la construcción de una trama acerca del pasado sino a partir de la comprensión de la narración de sí como la configuración de una trama que lee el tiempo al revés, asociando en lo que en las vivencias y en la memoria de éstas resulta discordante. Queda claro que la narración de sí no sólo se atiene a la contingencia de la vida que impide que uno sea autor absoluto de los recuerdos que configuran el relato, sino que, además, tiene que ver con la imbricación de múltiples historias de vida, y con la posibilidad de relacionar, inclusive, historias que se beben de la literatura. Empero, la tragedia de la pérdida de la memoria y el encuentro constante con datos y ‘llamas’ que operan más como hipótesis de trabajo que como reconocimientos de lo que le pudo haber pasado a él, le hacen dudar sobre qué trama de las que se imagina a partir de lo que lee es la trama de su vida, cuáles son los comienzos y los fines narrativos de las historias que en ella se imbrican. Han pasado días (...) en que los recuerdos se amalgaman, y quizá es algo positivo, porque lo que a mí me ha quedado ha sido, cómo diría yo, la quintaesencia de un montaje. He pegado testimonios desiguales, cortando, enlazando, ya sea por natural secuencia de ideas y emociones, ya sea por contraste. Lo que me ha quedado ya no es lo que he visto y oído en estos días, ni siquiera lo que podía haber visto y oído de niño: es el figmento, la hipótesis elaborada a los sesenta años de lo que podría haber pensado a los diez (p. 199). Por último, en los primeros meses de búsqueda, llega a concluir que lo descubierto en Solara no le había devuelto nada que fuera verdadera y únicamente suyo. “Lo que había descubierto era lo que había leído, pero tal como lo habían leído muchos otros. A eso se reducía toda mi arqueología: (...) no había revivido mi infancia, sino la de una generación” (p. 298). 3. LA DECISIÓN DE OLVIDAR
Estaba recién destetado y ya me preocupaba de coleccionar recuerdos apenas desvaídos por el tiempo. Un poema decía: Me edifico recuerdos./ La vida/ tiendo hacia ese espejismo./ Cada instante que pasa,/ cada momento/ vuelvo leve una hoja/ con la mano temblorosa./ Y el recuerdo es esa ola/ que encrespa las aguas rápida,/ y desaparece (p. 307).
En el camino de búsqueda de sí que inicia Yambo, va descubriendo que su olvido es más que el resultado de un colapso; su olvido fue una decisión tomada ante la incapacidad de perdonarse y ante el rostro irretenible de un amor perdido. Yambo no pudo perdonarse que su amigo, Gragnola, se hubiera suicidado al verse capturado por los soldados del régimen, como anunció que lo haría, con tal de proteger a sus amigos de una delación. Yambo no logra perdonarse el hecho de que su amigo haya muerto por protegerlo con su silencio. No tiene el valor de confesarse con el padre, además, porque no ha hecho ni visto nada, sólo ha sospechado: “Al no tener nada que hacerme perdonar, ni siquiera puedo ser perdonado. Lo suficiente para sentirme condenado para siempre” (p. 411). Tampoco fue capaz de confesar un amor, que sólo se vio recompensado con agradecimientos y encuentros pasajeros. El rostro de Lila Saba fue como su propia reina Loana: una vez perdida en la distancia, desaparecida en el recuerdo, dejó de ser su ‘Lila’ histórica para convertirse en un rostro buscado como llamas misteriosas en los distintos rostros que pasaron por su vida: “Desaparecida bruscamente Lila, viví hasta las puertas de la universidad en un limbo incierto, y luego –una vez que los símbolos mismos de esa infancia, padres y abuelo, desaparecieron definitivamente– renuncié a cualquier intento de relectura benévola. Borré mi memoria y empecé desde cero” (p. 451). Una vez reencontró su decisión y la reconoció como la piedra de toque de una nueva manera de entender su identidad, descubrió por qué se había hecho librero anticuario: “No quedaba nada más, por lo menos en Solara. Sólo podía deducir que, tras esa renuncia, decidí dedicarme, ya universitario, a los libros antiguos, para consagrarme a un pasado que no fuera mío y no pudiera implicarme” (p. 313). Yambo no sólo perdió la memoria en un accidente que, podríamos decir, lesionó las huellas cerebrales; tampoco su ‘mal’ radicaba en que estuviera incapacitado para rememorar lo vivido. De tiempo atrás se había decidido por un tipo de olvido que carcomió parte de su identidad personal, al punto de hacerlo optar por un oficio en el que lograba sumergirse en “la manía de saber”, cuyo pathos se consumió en volúmenes e infolios. Su bibliomanía lo llevó al extremo de no poder conmoverse más allá de ‘misteriosas llamas’ y pequeñas taquicardias con alguno de sus recuerdos: ni sus juguetes infantiles, ni las cenas revividas por la cocinera de infancia, ni los lugares amados, ni el recuerdo del despertar de su escepticismo fueron capaces de implicarlo tanto como el encuentro de una edición de 1623 de las obras de Shakespeare. “Con ese infolio estoy viviendo una novela mucho más excitante que todos los misterios del castillo vividos entre las paredes de Solara, durante casi tres meses de tensión alta. La emoción me está confundiendo las ideas, me suben a la cara oleadas de calor. Es como para dejarse la vida” (p. 325). Después de ese encuentro, se narra un colapso de fantasía, tejido con recuerdos que se amalgaman, a veces claros, a veces confusos, mezcla de acontecimientos de la vida del protagonista y de escenas de novela, letras de canciones escuchadas, personajes de ficción. El estado en el que se encuentra Yambo es metáfora de una identidad distorsionada, perdida en la recuperación indiscriminada de recuerdos, en la procesión continua de lecturas que reavivan la decisión de olvidar, aunque él mismo ya no pueda decidir sobre cuáles recuerdos trae, cuáles deja ir y cuáles olvida. Asimismo, es el tiempo de pequeñas ráfagas de lucidez en las que comprende retrospectivamente cómo se relacionan en tramas que integran lo discordante el conjunto de recuerdos recuperados dispersamente. Es como si la detención de la lectura, obligada por el colapso, fuera remanso imitado de una memoria feliz, que a su vez –paradoja– recuerda su deseo de perderse en los libros. Se acuerda de Un hombre acabado, en el que se narra la historia de uno “que nunca fue niño”, que se salva “con la manía de saber, se consume en volúmenes (...). Soy yo –dice Yambo–, no sólo en el desván de Solara sino en la vida que he elegido después. Nunca he salido de los libros: lo sé ahora en la vigilia continua de mi sueño, cuyo recuerdo recabo en este instante” (p. 433). Luego afirma: “Yo no soy como el hombre acabado, pero me gustaría llegar a ser como él. Hacer de su furia bibliomaníaca mi posibilidad de fuga no conventual del mundo. Construirme un mundo exclusivamente mío” (p. 434). Todo el colapso final es búsqueda del único rostro que no quiso olvidar, del único nombre que buscó en la espesura de su bibliomanía; pero ese nombre nunca se le dio, no tuvo la fortuna de una memoria feliz que lo dejara morir tranquilo. Cada vez que el rostro de Lila parecía querer donársele en la visión final, Mandrake, Gordon o la misma Loana la antecedían, y la escena se prolongaba en la angustiosa espera de lo irrecuperable. Cuando ya va aparecer definitivamente, el sol se pone negro.
4. UNA LECTURA DE LA LECTURA La obra que se ha comentado tiene muchas vías de acceso a su mundo. Hasta aquí se ha intentado mostrar una de las rutas que hallamos: el autor de la obra, Umberto Eco, configuró un personaje de ficción que narró la reconstrucción de su identidad a través de múltiples lecturas; este proceso, paradójicamente, lo llevó a reafirmar una decisión de olvido de sí, tomada en los primeros años de su vida. En las páginas anteriores hemos desarrollado esa vía de interpretación, creyendo otear una posible estrategia de ‘persuasión’ que se jugó Eco en la escritura de la novela. No obstante, no podría detenerse la lectura de la obra sin preguntarnos: ¿cómo nos concierne y nos implica su lectura? Esta pregunta parte de la idea hermenéutica según la cual el trabajo de lectura exige superar la distancia que separa el mundo del texto (en este caso, marcado por el fascismo, la guerra, literatura italiana, etc.) del mundo del lector. A continuación apuntamos cuatro reflexiones para la discusión: Primera. En la obra de Eco se evidencia una manera de representar la lectura: como lugar de identificación, de variación imaginativa del yo –aun del ‘nosotros’–, cantera de la que surgen maneras diversas de ser; pero, al tiempo, lugar de escape, de renuncia al compromiso consigo mismo y con el otro que reclama de mí la construcción de un mundo compartido. En ese encapsulamiento, se niega la posibilidad de tomar distancia de lo leído, se cae en la veneración del texto por el texto, y se renuncia a la crítica del mundo crudo que adolece de metaforizaciones constructoras de nuevos sentidos. Una lectura así es la que promueven quienes no están interesados en la proyección de un mundo compartido y optan por la contemplación, desde el solipsismo vulgar, de mundos imaginados; o por quienes ven como una amenaza inminente que la literatura abra mundos posibles distintos a los que ellos proponen a través de todo el encantamiento mediático que tienen a su disposición. Segunda. La reflexión sobre la lectura como camino de interpretación de sí, derivada de la novela comentada, nos exige ampliar la noción de ‘texto de ficción’. Las ficciones a las que nos vemos enfrentados, y que pueden ser consideradas como ‘textos’, no son predominantemente las escritas. Urge continuar la ampliación de la noción de texto (legible-leído) que abarque la imagen, la telenovela, el reality, que cada vez se constituyen en nuevos textos que configuran nuevas formas de subjetividad, de identidad social. Asimismo, se hace cada vez más pertinente insistir en la función crítica de la filosofía, como ‘cernidor’ de los valores, creencias, convicciones y referentes de identidad que se ponen en juego. ¿Quién promueve los nuevos referentes identitarios? ¿A quién le interesa su promoción e ‘implantación’? ¿Todos los referentes son válidos en la construcción de un tipo de sujeto y de sociedad autónomo y, al tiempo, capaz de comprometerse con y por el otro? Tercera. No se puede desconocer el contexto bélico en el que se enmarca la obra ni que, por supuesto, nos es ajeno. Sin embargo, ¿no vivimos en una esquizofrenia parecida a la que soportó Yambo, representada en los múltiples textos que luchaban por erigirse en ‘textos verdaderos’? ¿No nos debatimos entre ‘héroes’ de novela que se desgastan con el sueño de ser presidentes de empresa por un gesto inexplicablemente generoso de una millonaria, y un Presidente de verdad, que se proclama salvador mesiánico del país y que también se desgasta por alargar su ‘democracia autoritaria’? ¿No hay una especie de esquizofrenia en las estructuras de los noticieros de los canales privados que le apuestan a tranquilizar la conciencia de la ‘opinión pública’ con los encantos de Loanas misteriosas, que custodian la misteriosa llama de la belleza fácil y duradera? Cuarta. ¿No se nos invita con frecuencia a leer más y a recordar menos? ¿No se nos invita a considerar retrospectivamente la historia de la violencia en el país y a confundir amnistía con amnesia? ¿No es ésta una decisión de olvido rayana en la indiferencia, que impide la consolidación de una manera de entendernos, de construir nuestra identidad? Para terminar, dejemos resonando las palabras de Ricœur: (...) el recurso al relato puede convertirse en trampa cuando poderes superiores toman la dirección de la configuración de esta trama e imponen un relato canónico mediante la intimidación o la seducción, el miedo o el halago. Se utiliza aquí una forma ladina de olvido, que proviene de desposeer a los actores sociales de su poder originario de narrarse a sí mismos. Pero este desposeimiento va acompañado de una complicidad secreta, que hace del olvido un comportamiento semi-pasivo y semi-activo, como sucede en el olvido de elusión, expresión de la mala fe, y su estrategia de evasión y esquivez motivada por la oscura voluntad de no informarse, de no investigar sobre el mal cometido por el entorno de cada uno, en una palabra, por un querer-no-saber (2003: 582). -------------------------------------------------------------------------- BIBLIOGRAFÍA
ECO, Umberto (2005). La misteriosa llama de la reina Loana. Barcelona, Lumen. RICŒUR, Paul (1996). Sí mismo como otro. México, Siglo XXI. RICŒUR, Paul (2003). La memoria, la historia, el olvido. Madrid, Trotta. RICŒUR, Paul (1983). Temps et récit. París, Seuil; Vol. 1. LARROSA, Jorge (2003). La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación. México, Fondo de Cultura Económica. * Este texto fue presentado como ponencia en el XV Foro Nacional de Filosofía. Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, noviembre de 2005. ** Profesor Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Pedagógica Nacional. Correo electrónico: mprada79@yahoo.es
[1] Recordamos a Ricœur cuando afirma: “(...) la memoria individual toma posesión de sí misma precisamente a partir del análisis sutil de la experiencia individual y sobre la base de la enseñanza recibida de los otros (...). Atravesamos la memoria de los otros, esencialmente, en el camino de rememoración y del reconocimiento (...) los primeros recuerdos encontrados en el camino son los recuerdos compartidos, los recuerdos comunes (...). Del rol del testimonio de los otros en la rememoración del recuerdo se pasa gradualmente a los recuerdos que tenemos en cuanto miembros de un grupo; (...). Accedemos así a acontecimientos reconstruidos para nosotros por otros distintos de nosotros” (Ricœur, 2003: 159). [2] Flash Gordon es un personaje de ficción, con el cual “(...) debería haber tenido la primera imagen –está claro que podía decirlo sólo ahora, al releer, no entonces– de un héroe de guerra de liberación combatida en un Dondequiera Absoluto, donde se hacían estallar asteroides fortificados en lejanas galaxias” (p. 260).
---------------------------------------------------- © Manuel Alejandro Prada Londoño: Revista Lindaraja. ISSN: 1698 - 2169 Nº 5, verano de 2006
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