REALIDAD Y FICCI�N 

Paul Ricoeur

 

 

 

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Revista Lindaraja

n� 5, verano de 2006

 

 

 

NARRARSE A S� MISMO:

RESIDUO MODERNO EN LA HERMEN�UTICA DE
PAUL RICOEUR

MANUEL ALEJANDRO PRADA LONDO�O

 

Universidad Pedag�gica Nacional de Bogot�

Departamento de Cencias Sociales

 

 

Publicado en la Revista Folios Revista de la Facultad de Humanidades. 

Universidad Pedag�gica Nacional, Segunda �poca, No. 17 (2003); pp. 47-55.

 

�Sent�, en la �ltima p�gina, que mi narraci�n era un s�mbolo del hombre que yo fui, mientras la escrib�a y que, para redactar esa narraci�n, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel hombre, yo tuve que redactar esa narraci�n, y as� hasta lo infinito�

Jorge Luis Borges (La b�squeda de Averroes).

Resumen:

Este art�culo se desarrolla en cuatro partes: en la primera planteamos la cr�tica de Ricoeur a la filosof�a del sujeto, inaugurada por Descartes, confrontada con la propuesta nietzscheana que considera enga�oso el lenguaje por el cual puede decirse sujeto; en la segunda se muestra la posibilidad de hablar de identidad personal a partir de la construcci�n de una trama; en tercera instancia afirmamos que hablar de identidad narrativa es reconocer la incapacidad que tiene el sujeto de captarse instant�neamente, lo cual permite a Ricoeur sostener que su planteamiento puede denominarse ontolog�a quebrada; las tres primeras partes siguen a Ricoeur con cierta �fidelidad�. El cuarto apartado es un conjunto de preguntas, a prop�sito de los planteamientos ricoeurianos esbozados, que han ido mostrando su pertinencia en el transcurso de nuestras investigaciones sobre nuevas narrativas en ciencias sociales.

Palabras clave: Sujeto, identidad personal, identidad narrativa, trama, concordancia, discordancia, lenguaje.

Abstract:

This article is developed in four parts. In the first one, criticism by Ricoeur of the philosophy of subject, inaugurated by Descartes, is outlined and confronted with Nietzsche�s proposal that considers that the language by means of which subject can be said is deceiving. In the second one, the possibility of speaking of personal identity, derived from the construction of a plot, is shown. In the third part, it is stated that speaking of narrative identity is to recognize the inability that the subject has of capturing himself instantly, which allows Ricoeur to argue that his position can be denominated broken ontology. These first three parts follow Ricoeur with certain �fidelity.� The fourth section is a group of questions concerning the sketched ricoeurian positions, which have been showing its relevancy in the develpment of our research on new narratives in social sciences.

Key words: Subject, personal identity, narrative identity, plot, agreement, disagreement, language.

�1. El planteamiento ricoeuriano frente a las filosof�as del sujeto

Para comenzar a situar el planteamiento ricoeuriano sobre la identidad narrativa, considero que deben ponerse en consideraci�n las cr�ticas de Ricoeur a Descartes, como fundador de las llamadas filosof�as del sujeto.

La primera problem�tica se refiere a que la duda de Descartes no es una duda desesperanzada, sino que, por el contrario, hace de s� misma su horizonte y quiere convencerse de la existencia de un fundamento �ltimo. Por eso, la primera certeza que de ella se deriva es la existencia, implicada en el ejercicio mismo del pensamiento (en primera instancia, dubitativo). No obstante, podr�a preguntarse: �el que duda es necesariamente �alguien� corporal, de carne y hueso, con un referente espacio-temporal? Ricoeur responde negativamente. Es un yo sin anclaje, no es nadie. Seg�n Ricoeur, aqu� se reduce el sujeto al acto m�s simple y escueto que es el de �pensar�. Adem�s, en la duda ya est� implicado el sujeto: s�lo deb�a sacarse a la luz mediante una sentencia como la que inmortalizar�a a Descartes (cogito, ergo sum).

Pero la pregunta por el qui�n de la duda, unida a la del qui�n del pensamiento, reviste dos nuevas cuestiones: �qui�n existe? y �qu� es eso que existe?, cuando Descartes afirma: �Mientras yo piense, soy algo�.

Con la pregunta por el qu� del sujeto, Descartes llega a la f�rmula: �No soy m�s que una cosa que piensa, un esp�ritu, un entendimiento, una raz�n. (�) Una cosa que duda, entiende, afirma, niega, quiere o no quiere, imagina o siente�2.

A esta enumeraci�n de lo que Descartes considera la respuesta a las preguntas por el qui�n de la duda y del pensamiento y por el qu� de los mismos, replica Ricoeur: �La identidad de (este) sujeto no puede tratarse m�s que de la identidad en cierto sentido puntual, ahist�rica, del �yo� en la diversidad de sus operaciones; esta identidad es la de un �mismo� que escapa a la alternativa de la permanencia y del cambio en el tiempo, puesto que el cogito es instant�neo�3.

Esta dificultad va a provocar, en �ltimo t�rmino, la p�rdida de la pregunta por el qui�n del pensamiento y, mucho m�s: �La problem�tica del s� resulta magnificada, pero a costa de perder su relaci�n con la persona de la que se habla, con el yo-t� de la interlocuci�n, con la identidad de una persona hist�rica, con el s� de la responsabilidad�4.

En los a�os posteriores a los planteamientos de Descartes, David Hume mostr� serias dudas sobre la posibilidad de conocer �acaso sobre la �existencia� � de �algo� a lo cual pudiera llam�rsele yo o sujeto. Hume exige para cada idea una impresi�n correspondiente; y como no encuentra en el examen de su �interior� m�s que una diversidad de experiencias y ninguna impresi�n invariable relativa a la idea de un s�, concluye que esta �ltima es una ilusi�n. Luego de considerar esta dificultad, Hume puede preguntarse: ��qu� nos inclina a superponer una identidad a estas percepciones sucesivas, y a suponer que estamos en posesi�n de una existencia invariable e ininterrumpida durante todo el curso de nuestras vidas?� (SO 123). La respuesta ser�: la imaginaci�n, a la cual se le atribuye �la facultad de pasar con facilidad de una experiencia a otra si su diferencia es d�bil y gradual, y as� transformar la diversidad en identidad� (SO 124); y la creencia, que llena el d�ficit de la impresi�n.

Pero la m�s dura cr�tica a las filosof�as del sujeto fue lanzada por Friedrich Nietzsche. La primera, frente a la tradici�n filos�fica con pretensiones de autofundamentaci�n, tiene como punto neur�lgico el lenguaje: la filosof�a de la subjetividad ha hecho abstracci�n de la mediaci�n ling��stica con la que ha podido decir concluyentemente yo soy y yo pienso, olvidando los recursos ret�ricos (ocultos) en nombre de la inmediatez de la reflexi�n.

Nietzsche, en Verdad y mentira en sentido extramoral5, lleva hasta las �ltimas consecuencias su sospecha radical en el lenguaje. Sostiene all� que todo lenguaje es figurado y, por ello, mentiroso.

El yo pienso no puede sustraerse al lenguaje mentiroso, como tampoco puede hacerlo la realidad formal de las ideas, ni su valor representativo. Por esta raz�n es que se�ala Ricoeur que Nietzsche quiere ser el �genio maligno� aun m�s enga�ador y m�s incisivo que el genio de Descartes.

Podr�amos citar, a manera de ejemplo, uno de los fragmentos que figuran en La voluntad de poder:

Si nuestro �yo� es para nosotros el �nico ser conforme al cual hacemos y comprendemos todo ser: �muy bien! Entonces es muy pertinente la duda de si no se presenta aqu� una ilusi�n perspectivista: la unidad aparente, en la que todo converge como en un horizonte (VP 518). El origen de las �cosas� es por completo la obra de los que imaginan, de los que piensan, quieren, inventan. (�) Incluso el �sujeto� es algo creado de esta forma, una �cosa� como todas las otras (VP 556)6.

Dos puntos aqu� pueden anotarse, a manera de conclusiones de lo que Ricoeur considera la cr�tica fundamental de Nietzsche a las filosof�as del sujeto:

                     No existen �los hechos� del mundo exterior, sino tan s�lo interpretaciones.

                     El cogito no se escapa de ser una interpretaci�n m�s de aparentes hechos fenom�nicos de lo que denominamos �metaf�ricamente� mundo interior. El �yo� no es inherente al cogito, sino una interpretaci�n que relaciona un supuesto sujeto con una acci�n a la que se ha llamado �pensamiento�, que no es m�s que un orden aparente.

Finalmente, Ricoeur considera que Nietzsche ha hecho un ejercicio de duda hiperb�lica, tratando de decir: Dudo mejor que Descartes porque he dudado de la duda misma. Adem�s, ha querido mostrar que el sujeto no es m�s que multiplicidad, todo dentro de la hip�tesis de un enga�o terrible en el lenguaje.

En S� mismo como otro (SO), Ricoeur se propone mostrar que el yo no es inmediato, ni puede colocarse como �ltimo fundamento. El sujeto que trata de sacar a la luz no es el sujeto de las filosof�as que lo exaltan ni el de las filosof�as que lo hacen desaparecer con la m�s dolorosa humillaci�n. La reflexi�n de Ricoeur sobre el sujeto lo ha llevado a considerar que �no hay una aprehensi�n del propio ser en el acto del pensamiento. Hay un hiato, una distancia (y ciertamente no una distancia cualquiera) entre mi conciencia inmediata y mi propio ser efectivo, real�7.

Es por ello que Ricoeur considera tan cercano a J. Greish, ya que �ste afirma que nuestro tiempo puede considerarse como la edad hermen�utica de la raz�n8, en cuanto el hombre es un ser anclado en el lenguaje, un ser eminentemente simb�lico y, por tanto, susceptible de ser interpretado; asimismo, porque insin�a la imposibilidad de sentar un fundamento �ltimo: la palabra hermen�utica, seg�n la perspectiva ricoeuriana, despoja al �yo� de su gloria, a la vez que conforta su arrojo de existir.

 

�2. La identidad narrativa como construcci�n de una trama

Atendiendo a las indicaciones que ofrecen la hermen�utica y la fenomenolog�a sobre el lenguaje como estructura de nuestro ser-en-el-mundo y, por ende, como condici�n de posibilidad del acceso al sujeto, gran parte de la obra ricoeuriana se ha ocupado de hacer visibles los tejidos ling��sticos, en sus dimensiones argumentativa, ret�rica y po�tica, insertos en la cotidianidad.

Las dimensiones se�aladas por Husserl, Heidegger y Gadamer: mundo de la vida, dasein, temporalidad, lenguaje, interpretaci�n, entre otras, se constituyen en los hilos conductores del planteamiento ricoeuriano. En este apartado se pretende ver la relaci�n establecida por Ricoeur entre la temporalidad, que dificulta una respuesta inmediata a la pregunta por el sujeto desde una visi�n que podr�a ser tildada de �esencialista�, y la narraci�n, como construcci�n de una trama, medio que hace emerger la identificaci�n de un qui�n en medio del cambio y la contingencia.

El primer prop�sito de Ricoeur en el estudio VI de SO, titulado El s� y la Identidad Narrativa, ser� mostrar �c�mo el modelo espec�fico de conexi�n entre acontecimientos constituidos por la construcci�n de la trama permite integrar en la permanencia en el tiempo lo que parece ser su contrario bajo el r�gimen de la identidad-mismidad, a saber, la diversidad, la variabilidad, la discontinuidad, la inestabilidad� (SO. 139).

Ricoeur muestra que la identidad comprendida narrativamente puede llamarse identidad del personaje, la cual se constituye en uni�n �ntima con la identidad de la trama.

�Qu� es construir una trama? Es lo mismo que poner en intriga (en franc�s, mise en intrigue). El entramado de la acci�n consiste, b�sicamente, en la s�ntesis de dos elementos heterog�neos: concordancias y discordancias.

Por concordancia entiendo el principio de orden que vela por lo que Arist�teles llama �disposici�n de los hechos�. Por discordancia entiendo los trastocamientos de fortuna que hacen de la trama una transformaci�n regulada, desde una situaci�n inicial hasta otra terminal. Aplico el t�rmino de configuraci�n a este arte de la composici�n que media entre concordancia y discordancia (SO. 139-140).

De la concordancia dependen, obviamente, la definici�n misma de mythos como composici�n de las acciones y los corolarios de esta definici�n, a saber, la unidad, la marca de un comienzo, de un medio y de un fin, la amplitud y la conclusi�n. Pero la concordancia tiene su reverso; �discordancia o inversi�n� de la dicha en desdicha, cambio de fortuna (...), reconocimiento inesperado, incidentes que espantan o inspiran piedad, efectos violentos�9.

La propuesta de Ricoeur no se limita a presentar separados dos conceptos divergentes, sino que apunta a la posibilidad (necesidad) de asumirlos juntos, como concordancia discordante, que es la mediaci�n que hace la trama entre �la diversidad de acontecimientos y la unidad temporal de la historia narrada (...); entre la pura sucesi�n y la unidad de la forma temporal� (SO. 140). Es por ello que no se entiende la discordancia como algo exterior a la concordancia. Al contrario, en aras de una plena �inteligencia narrativa�, consistente en la asunci�n de dicha s�ntesis aparentemente parad�jica, deber� incorporarse la discordancia a la concordancia, �conseguirse que la sorpresa contribuya al efecto de sentido que, con posterioridad, hace que la f�bula (mythos) aparezca como veros�mil, incluso necesaria�10.

Hace su aparici�n en el escenario el problema del acontecimiento. Con Donald Davidson, en su obra Essays on actions and events11, se hab�a puesto en duda que el acontecimiento, en cuanto ocurrencia, tuviera derecho a un estatuto ontol�gico o pudiera constituir el objeto de una descripci�n impersonal.

�Qu� es lo que hace, en cambio, que un acontecimiento se vuelva importante, desde su propia contingencia? El acontecimiento es lo inesperado, lo sorprendente, pero se convierte en parte integrante de la historia cuando se mira en la perspectiva de la totalidad temporal llevada a su t�rmino. Se convierte, entonces, en necesario, siendo parad�jicamente contingente:

La inversi�n del efecto de contingencia en efecto de necesidad se produce en el coraz�n mismo del acontecimiento: en cuanto simple ocurrencia, este �ltimo se limita a frustrar las expectativas creadas por el curso anterior de los acontecimientos; es simplemente lo inesperado, lo sorprendente; s�lo se convierte en parte integrante de la historia cuando es comprendido despu�s, una vez transfigurado por la necesidad, de alguna forma indirecta, que procede de la totalidad temporal llevada a su t�rmino. Y esta necesidad es una necesidad narrativa cuyo efecto de sentido procede del acto configurador como tal (SO. 141).

Reforzando esta idea, en Autocomprensi�n e historia afirma que �la acci�n de intrigar es tambi�n una s�ntesis de lo heterog�neo, por el hecho de que una disposici�n de los hechos en una historia contada extrae de un polvo de acontecimientos un relato unificado�12. O como explica en otra parte: �el poner en intriga es una suerte de innovaci�n sem�ntica pues, en su dinamismo, re�ne en una historia unitaria incidentes heterog�neos, transforma en historia los acontecimientos dispersos y, rec�procamente, extrae la historia narrada de esos acontecimientos�13.

Un paso adelante. Para concebir narrativamente la identidad personal es necesario pasar de la configuraci�n de acciones a la adscripci�n de acciones a personajes, es decir pasar del �qu�?, propio de la mismidad, al �qui�n? de la ipseidad. Se distingue una correlaci�n muy estrecha (casi subordinada) entre personaje y acci�n: �Es en la historia narrada, con sus caracter�sticas de unidad, de articulaci�n interna y de totalidad, conferidos por la operaci�n de construcci�n de la trama, donde el personaje conserva, a lo largo de toda la historia, una identidad correlativa a la de la historia misma� (SO 142).

Terminada la primera parte de la exposici�n sobre la identidad del personaje y de la trama, concluye Ricoeur que es en el relato donde se puede atribuir el qu� de la acci�n a un qui�n, y m�s aun, desarrollarse otro tipo de interrogantes como el �por qu�? y el �c�mo? de las acciones mismas. Sobre esto, afirma que �la persona (...) comparte el r�gimen de la identidad din�mica propia de la historia narrada. El relato construye la identidad del personaje, que podemos llamar su identidad narrativa, al construir la de la historia narrada. Es la identidad de la historia la que hace la identidad del personaje� (SO. 147).

De la correlaci�n entre acci�n y personaje del relato se deriva una dial�ctica interna al personaje, punto m�s alto de la dial�ctica entre discordancia y concordancia desplegada en la construcci�n de la trama de la acci�n. Ahora bien, �en qu� consiste esa dial�ctica? Aunque ya hab�amos hablado de ello cuando nos refer�amos a la concordancia discordante, cabe anotar un aspecto m�s de dicha correlaci�n.

La dial�ctica consiste en que, seg�n la l�nea de concordancia, el personaje saca su singularidad de la unidad de su vida considerada como la totalidad temporal singular que lo distingue de cualquier otro. Seg�n la l�nea de discordancia, esta totalidad temporal est� amenazada por el efecto de ruptura de los acontecimientos imprevisibles que la van se�alando (encuentros, accidentes, etc.); la s�ntesis concordante-discordante hace que la contingencia del acontecimiento contribuya a la necesidad en cierto sentido retroactiva de la historia de una vida, con la que se iguala la identidad del personaje. As� el azar se cambia en destino. Y la identidad del personaje, que podemos decir �puesto en trama�, s�lo se deja comprender bajo el signo de esta dial�ctica (SO. 147).

 

�3. La propuesta ricoeuriana de la ontolog�a quebrada

�Qu� tipo de ser es el ente que llamamos yo? Si ya no se trata de pretender una autofundaci�n absoluta, al modo de las filosof�as del cogito, entonces, �qu� seguridad nos deja hablar de identidad narrativa? La respuesta es: �ninguna! No podemos hablar de una seguridad infranqueable, indubitable o absoluta. El nuevo saber que se nos proporciona es el de la atestaci�n, gracias al cual �sabemos de seres que act�an y que sufren, que pueden empe�arse en una promesa, amar y recibir amor de otra persona�14.

Por tanto, la ontolog�a que nos corresponde no puede ser otra que una ontolog�a �militante y rota�. Decimos �rota� en el sentido que toma Le con flit des interpr�tations: es una ontolog�a no separable de la interpretaci�n, por lo tanto, una ontolog�a que reconoce como �nico acceso al ser, como la �nica manera de hablar de �l, la forma que adopta la hermen�utica. M�s a�n, la ontolog�a es comparable con la imagen de Mois�s y de la tierra prometida. �Se puede bien decir que la ontolog�a es la tierra prometida para una filosof�a que comienza con el lenguaje y la reflexi�n; pero, como Mois�s, el sujeto que habla y reflexiona puede s�lo divisarla antes de morir�15.

Entonces, si la ontolog�a est� en manos de la interpretaci�n, decir �identidad�, m�s si se califica de �narrativa�, es reconocer la imposibilidad de una aprehensi�n inmediata y directa de s� por s� mismo. Ricoeur acude al recuerdo de algunos criterios sobre la hermen�utica que ayudan a comprender mejor el papel que se le da a un tipo de reflexi�n sobre la identidad que se funde con la ret�rica, la po�tica, la literatura, el arte.

Puesto que no es posible una hermen�utica �nica y universal, cada hermen�utica descubrir� aquel aspecto de la existencia que la funde como m�todo. Ricoeur ha acudido a la narraci�n como modelo de aprehensi�n del ser-en-el-mundo.

 

El hombre s�lo se puede referir a lo real a trav�s de la simbolizaci�n del lenguaje, pero siempre ser� una referencia parcial y limitada. Tal funci�n simb�lica es, en consecuencia, una condici�n de posibilidad de un yo significativo, ya que s�lo siguiendo la din�mica de los s�mbolos que nosotros mismos utilizamos, podremos acceder a parcelas (ontol�gicas) dif�cilmente alcanzables por otros medios16.

Por tanto, bajo el presupuesto de que somos seres-dichos, seres que se dicen, seres de los que se puede decir algo, inscribimos la pregunta �qui�n soy yo? en el requerimiento de las mediaciones simb�licas y culturales. �La meditaci�n sobre el ser de la existencia tiene lugar como hermen�utica: pasando por una hermen�utica la filosof�a reflexiva sale de la abstracci�n y encuentra en la interpretaci�n de signos el camino largo de la toma de conciencia�17.

Ahora bien, �qu� tendr�a que decir una propuesta de este tipo a los fil�sofos y a la Filosof�a? Quiz�s se haya olvidado que el mundo es una interpretaci�n hecha por nosotros, y que, por ser interpretaci�n, la filosof�a no ri�e nunca con la po�tica, con la met�fora, con la narraci�n, con la ret�rica. Quiz�s, tambi�n, se est� invitando a considerar en un tono m�s moderado (humilde, si se quiere) el trabajo filos�fico, �sin pretender lecturas absolutas o totalitarismos, porque (la filosof�a) ha aprendido que la realidad y la verdad est�n abiertas a m�ltiples interpretaciones y, que, en �ltima instancia, m�s que una realidad o una verdad existe una variedad de discursos que las constituyen y explican�18.

 

�4. Cuestiones en discusi�n

Hasta aqu� puede haberse presentado un panorama general de la narraci�n de s� mismo como construcci�n de una trama, frente a las pretensiones autofundantes de las filosof�as del sujeto; asimismo, se ve con claridad la importancia que reviste el lenguaje en la construcci�n de la identidad personal por medios narrativos. �Qu� residuos de modernidad se resguardan en esta propuesta?

a.

En primer lugar, la preocupaci�n por el sujeto. Ciertamente Ricoeur intenta mediar entre las filosof�as que lo exaltan y las que lo someten a humillaci�n, pero apuesta m�s por la exaltaci�n narrativa, en una confianza acendrada en el lenguaje. �Acaso, en �ltima instancia, no sale airoso el sujeto �ya consciente de su temporalidad, de su finitud, de su mutabilidad� en una suerte de dispositivo contra aquello que pone a prueba su identidad?

El narrador puede presentarse como una figura nueva del cogito cartesiano �esta afirmaci�n puede convertirse en pregunta�: cuestiona las discordancias de los acontecimientos que advienen sin aviso, como se�al de la contingencia humana que conlleva nuestra temporalidad, y las organiza, siempre en un discurso, de tal forma que resulte una unidad narrativa, emergente de la dispersi�n de la vida misma; exorciza la muerte y los vac�os de la memoria, acudiendo a principios narrativos que llegan como noticia de otros �quienes prestan su voz a nuestro relato e inmediatamente desaparecen� y a finales de episodios que nunca logran apresar la muerte, aunque s� pueden anticiparla19; acude a la memoria para �descubrir� el movimiento que lo llev� a ser quien es, luego de lo cual no le queda sino decir: �Am�n�20; en fin, al narrador le queda la satisfacci�n de decir: Narro, luego soy.

�Salva la referencia a la temporalidad, asunto que invade la teor�a narrativa del s�, el intento de hacer una nueva filosof�a del sujeto que se funde a s� misma? Queda esto por discutir. Por ahora, digamos que el intento de poner en intriga un personaje se corresponde con la lucha que los seres humanos establecemos cuerpo a cuerpo contra nuestro ser-para-la-muerte, que se patentiza en nuestra experiencia temporal confusa, informe y, en el fondo, muda21; narrarse a s� mismo �o interpretarse en la lectura de obras literarias� tiene la virtud de �debilitar el aguij�n de la angustia frente a la nada desconocida, d�ndole imaginariamente el contorno de tal o cual muerte, ejemplar por un motivo o por otro� (SO 164-165). �Podr�a vislumbrarse en la postura de Ricoeur una autofundaci�n, ahora m�s consciente de sus limitaciones?

b.   

En segundo lugar, si el cogito cartesiano es, seg�n Ricoeur, ahist�rico, el s� mismo que se narra no tiene anclaje topogr�fico. Quiz� en este trabajo no nos detengamos en el problema espacial de la narraci�n, pero valdr�a la pena que no pasara desapercibido. Garrido Dom�nguez afirma: �A primera vista el espacio desempe�a dentro del relato un contenido puramente ancilar: es el soporte de la acci�n. Sin embargo, una consideraci�n un poco m�s atenta revela de inmediato que el espacio en cuanto componente de la estructura narrativa adquiere enorme importancia respecto de los dem�s elementos, en especial, el personaje, la acci�n y el tiempo�22.

El mundo tambi�n es construcci�n, y construcci�n topol�gica, especialmente en el marco narrativo. Todo es contemplado desde una perspectiva y resulta imposible sorprender al objeto al margen del sesgo que el sujeto observador le imprime. La espacialidad se manifiesta en los relatos verbales desde los marcadores espaciales del idioma: a) en primer lugar, las pre-posiciones que, como su nombre indica, ubican, pre�ponen espacialmente; b) los sustantivos que est�n en una topolog�a espacial abstracta o concreta, com�n o propia, pero siempre sustentando; c) los adjetivos, (ad-jectum: lo que est� junto a otra cosa) sean nominales o verbales (adverbios) que marcan modificadores espaciales y se a�aden a las cualificaciones sustantivas o verbales ; d) los verbos, que al establecer dynamis, movimiento, cambio, transformaci�n, sit�an igualmente e implican un eje topol�gico.

c.   

     En tercer lugar, en la narraci�n todav�a no se vislumbra c�mo el otro puede ser reconocido como sujeto que piensa, act�a y se narra con su propia voz23. Ve�amos atr�s

que Ricoeur critica del cogito cartesiano su p�rdida de la relaci�n con la persona de la que se habla, con el yo-t� de la interlocuci�n. El sujeto que se narra a s� mismo �incluye efectivamente al otro? �Puede reducirse su inclusi�n a la menci�n escueta? Nuestra respuesta es negativa. Estamos de acuerdo: somos coautores de nuestras narraciones, lo cual supone que otros han hecho con nosotros una historia que contar; incluimos personajes distintos a nosotros, a la manera de co-protagonistas de nuestra vida; sabemos de las imbricaciones que se tejen entre nuestras historias y las historias de los dem�s. �Nos �libran� estas min�sculas inclusiones discursivas de la urgencia moral suscitada por aquellos que no tienen c�mo narrarse para ser o�dos y alcanzar la posibilidad de hacer respetar sus derechos? Con nuestras narraciones, por ejemplo en ciencias sociales, en etnograf�a o en historia, por poner un ejemplo, los otros tienen que soportar, incluso padecer o sufrir nuestras interpretaciones sobre ellos24.

�El lenguaje, aceptado como legado cultural y, por ende, comunitario, asegura que la narraci�n del s� sea un recurso creador de sentido en posibilidades equitativas para todos? Tal vez sea oportuno escuchar a Habermas: �Los sujetos hablantes son, o bien se�ores o bien pastores de su sistema de lenguaje. O bien se sirven del lenguaje en t�rminos de creaci�n de sentido, para alumbrar innovadoramente su mundo, o bien se mueven ya siempre dentro del horizonte de la apertura o alumbramiento del mundo, que el propio lenguaje se cuida de efectuar para ellos�25. Se hace apremiante comprender que la narraci�n requiere volver al di�logo entre dos sujetos igualmente capaces de alzar la voz.

d.

Otro asunto que queremos poner en consideraci�n se refiere a lo que podr�a llamarse confianza en el lenguaje como estructura posibilitadora de la comprensi�n de s�. La propuesta ricoeuriana de la narraci�n de s� mismo o de la autocomprensi�n en la lectura de obras de ficci�n se desarrolla en t�rminos de discurso. Y a �ste se le designa la responsabilidad de construir la unidad narrativa de una vida, es decir, una identidad personal.

�Puede apresar el lenguaje discursivo (oral o escrito) lo que soy yo mismo, �ntimamente, o lo que es una comunidad, en sus dimensiones m�s originarias? �Puede suponerse que todo el fluir de acontecimientos, que ti�e nuestra vida de tan variado colorido, puede ser siempre puesto en un orden narrativo, en una trama? �No sentimos a veces que los acontecimientos de nuestra propia vida nos ponen frente a la limitaci�n de nuestras estructuras ling��sticas?26.

La teor�a en torno a la met�fora, desarrollada por Ricoeur especialmente en su obra La met�fora viva, nos hace notar la distancia que toma la hermen�utica de los lenguajes del positivismo y, en general, de la ciencia heredera de la Modernidad. En esta perspectiva la met�fora hace emerger sentidos insospechados que irrumpen en el letargo de nuestros discursos cotidianos.

No obstante los caminos que abre el lenguaje metaf�rico, podr�a afirmarse que no todo el fluir de nuestras vivencias est� cimentado ling��sticamente. Todav�a creemos que hay en nuestras experiencias, y aun en nuestra conciencia, un conjunto que clasificamos dentro de lo �inefable�; sin embargo, esa expresi�n es ya una confesi�n ling��stica de la escasez de nuestras palabras; quiz�s decir �inefable� sea seguir girando en torno al fonocentrismo sin darle cabida a las ampl�simas posibilidades de la gestualidad humana, tan rica en matices, o al arte, o a la m�stica. En todo caso, queremos insistir en que tambi�n es factible expresar nuestra identidad como sujetos, individuales y colectivos, a trav�s de la imagen, de la m�sica y, a veces, del silencio.

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1.  Profesor Universidad Pedag�gica Nacional

2.  DESCARTES, Rene. M�ditations m�taphysiques. Paris, Garnier-Flammarion, 1979; p. 22.

 

3. RICOEUR, Paul. S� mismo como otro. M�xico, Siglo XXI editores, 1996; p. XVIII.

 

4. Ib�d., p. XXII.

5.  NIETZSCHE, Friedrich. �Verdad y mentira en sentido extramoral�. En: El libro del fil�sofo. Madrid, Ed. Taurus, 1974; pp. 85-108.

 

6. NIETZSCHE, Friedrich. Fragmentos p�stumos. Bogot�, Ed. Norma, 1997; pp. 92-93.

 

7.  CALVO MART�NEZ, Tom�s. �Del s�mbolo al texto�. En: CALVO, Tom�s y �VILA, Remedios. Paul Ricoeur: los caminos de interpretaci�n. Granada, Ed. �nthropos, 1991; p. 117.

8. GREISH, Jean. L �age herm�neutique de la raison. Paris, Ed. du Cerf, 1985.

 

.9 RICOEUR, Paul. �Relectura de la Po�tica de Arist�teles�. En: VALD�S, Mario y OTROS. Con Paul Ricoeur: indagaciones hermen�uticas. Barcelona, Azul Editorial, 2000; pp. 146-147.

 

10. Ib�d., p. 147.

 

11. Oxford, Claredon Press, 1980.

 

12. RICOEUR, Paul. �Autocomprensi�n e historia�. En: CALVO, Tom�s y �VILA, Remedios. Op. cit., p. 38.

 

13. RICOEUR, Paul. �La vida: un relato en busca de narrador�. En: Educaci�n y pol�tica. De la historia personal a la comuni�n de libertades. Buenos Aires: Docencia, 1984; p. 38-39.

 

14. JERVOLINO, Domenico. L �amore dificile. Roma, Ed. Studium, 1995; p. 31.

 

15. RICOEUR, Paul. Le conflit des interpr�tations: essais d�herm�neutique. Paris, Ed. Seuil, 1969; p. 28.

 

16. Cf. MACEIRAS, Manuel. �Paul Ricoeur: una ontolog�a militante�. En: CALVO, Tom�s y �VILA, Remedios. Op. cit., pp. 52-53.

 

17. NAVARRO, Juan Manuel. �Existencia y libertad: sobre la matriz ontol�gica del pensamiento de Paul Ricoeur�. En: CALVO y �VILA. Op. cit., p. 152.

 

18. MONASTERIOS, Elizabeth. �Poes�a y filosof�a: el aporte de Paul Ricoeur al estudio de la met�fora�. En: VALD�S, Mario y OTROS. Op. cit., p. 53.

 

19.�La memoria se pierde en las brumas de la infancia. (...) El acto por el que he sido concebido pertenece m�s a la historia de los dem�s, en este caso [del nacimiento] de mis padres, que a m� mismo. Y la muerte s�lo ser� final narrado en el relato de los que me sobrevivan� (SO 162).

 

20.�Se trata de la �ltima mirada dirigida a una historia que se cierra como un libro, de la �ltima palabra pronunciada al final de una vida que vuelve sobre sus propios pasos para decir: As� sea. S�. Am�n�. (RICOEUR, Paul. �Funci�n narrativa y experiencia humana del tiempo�. En: Historia y narratividad. Barcelona, Ed. Paid�s, 1999; p. 209).

 

21.Cf. RICOEUR, Paul. Tiempo y relato I. Madrid, Ed. Cristiandad, 1987; p. 13.

 

22. El Texto narrativo. Madrid, Ed. S�ntesis, 1993; p. 207.

 

23. Si se sigue al mismo Ricoeur, la inclusi�n real del otro s�lo tiene plena comprensi�n en el plano �tico de la pregunta qui�n. El desarrollo de este asunto puede encontrarse claramente en los estudios VII, VIII y IX de SA.

 

24 Sin embargo, Ricoeur advierte: �En realidad, omitir y soportar, incluso padecer, sufrir, son tanto hechos de interacci�n como de comprensi�n subjetiva. Estos dos t�rminos recuerdan que, tanto en el plano de la interacci�n como de la comprensi�n subjetiva, el no-obrar es tambi�n un obrar: no atender, dejar hacer, es tambi�n dejar que otro haga, a veces de forma criminal; en cuanto a soportar, es mantenerse uno mismo, de grado o por fuerza, bajo el poder de obrar de otro (...); soportar se convierte en padecer, que linda con sufrir. En este punto, la teor�a de la acci�n se extiende desde los hombres actuantes a los hombres sufrientes� (SO. 158). Acaso las ciencias sociales puedan ayudar a que los sujetos marginados por interpretaciones for�neas se hagan conscientes de que su no-narrarse es condici�n de posibilidad de su marginalidad y de su desidentificaci�n; pero, al tiempo, est�n en capacidad �las ciencias sociales� de suscitar mecanismos efectivos de participaci�n, por medio de los cuales no sean m�s los que tomen la voz de los que han enmudecido, sino que, justamente, los que han carecido de voz comiencen a pronunciar su propio nombre.

 

25. HABERMAS, J�rgen. El discurso filos�fico de la modernidad. Buenos Aires, Ed. Taurus, 1989; pp. 376-377.

 

26. �Todo evento es la vida misma que sobreviene en su ola plena, pero tambi�n es el signo de su abandono, del hecho de que hemos sido abandonados por el resplandor que nos ha herido y atravesado y que cada vez ha hecho de nosotros las v�ctimas se�aladas de esta existencia, nosotros que nunca hemos nacido del todo, llamados de improviso a la vida y de la misma manera repentina vaciados de toda existencia� (GARGANI, Aldo Giorgio. �La copia y el original�. En: VATTIMO, Gianni (Comp.). Hermen�utica y racionalidad. Bogot�, Ed. Norma, 1994; p. 93).


 

� Manuel Alejandro Prada Londo�o: �Narrarse a s� mismo: residuo moderno en la hermen�utica de Paul Ric�ur�.  Publicado en:

Folios.  Revista de la Facultad de Humanidades.  Universidad Pedag�gica Nacional, Segunda �poca, No. 17 (2003); pp. 47-55.

 

 

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Revista Lindaraja. ISSN: 1698 - 2169

N� 5, verano de 2006

 

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