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¿Qué es ser un sujeto alógeno?

Hacia una ética de lo extraño.

 

Alejandro Miroli

 

 Comentario sobre Actitudes de James Schmitz

 

“Odum añadió:

-Pero no te equivoques en esto, Azard.   Conservaremos los óvulos Raccels y bajo nuestro control se creará una nueva generación,  Sólo una terrible necesidad nos impulsaría a destruir una especie.  Por eso vuestra especie no morirá.   Pero si morirán su historia, tradiciones y actitudes.

Azard preguntó: ¿Y qué somos sino nuestra propia historia, nuestras tradiciones y nuestras actitudes?[1]

 

Los Raccels eran una exoespecie dominante en su biósfera –asentada en el planeta que llamaban Tiurs- que se encontraba extremadamente alejada de todo asentamiento y líneas de desarrollo de la humanidad en el Universo.   En torno al primario de Tiurs orbitaba otro planeta con biosfera semejante: y allí se asienta una comunidad de humanos disidentes que rompe con la Federación de Hub, y emprende la forja de una sociedad completamente alejada de la humanidad.   La misma Federación ayuda en el trasporte y el asentamiento de los Malatlo así como en la preservación de la intimidad de esa comunidad disidente.

En un momento del desarrollo de la comunidad Malatlo, una nave se presenta ante la Federación de Hub con un mensaje desolador: los Raccels habían atacado el planeta de los Malatlo con campos de conversión, los cuales provocaron una devastación geológica en ambos planetas; para salvarse de esta destrucción los Malatlo habían acudido a una tecnología nueva que habían desarrollado: la conservación de las personalidades individuales en forma digital.   Así empleando la tecnología de producción de organismos humanos sintéticos para proveer a tales personalidades de cuerpos nuevos, la Federación de Hub responde al pedido de socorro que lleva el único humano Malatlo que queda vivo: Azard.

Y emprenden un viaje en una compleja nave arca, que lleva cuerpos sintéticos y equipo logístico para instalar un nuevo asentamiento humano, aislado, preservando las características propias de la Actitud Malatlo. En ese viaje Azard viaja acompañado por tres tripulantes humanos de la Federación de Hub: Odum, Sashien y Griliom Tantrey responsables de la producción y acondicionamiento de los cuerpos sintéticos.

Pero todo es una conspiración: en rigor Azard y las personalidades que viajan en suspensión digital no son humanos Malatlo: son Raccels. Azard ignora que la Federación de Hub está al tanto de la destrucción de la comunidad Malatlo y de la conspiración que los Raccels habían pergeñado para lograr burlar a los humanos.  Y así cuando intenta tomar el control de la nave, instalando algunas personalidades en los cuerpos sintéticos para que le ayudaran a maniobrar la compleja maquinaria, eliminar a los tripulantes humanos y llevar la nave hacia una nueva plaza que fuera completamente desconocida por ningún humano que participara en la expedición.  Pero la conspiración queda desbaratada y Azard debe contar la verdad. 

Al principio Azard intenta convencer a los humanos que el plan era avanzar más allá del destino que la Federación de Hub le había ofrecido, para preservar el valor supremo de la actitud Malatlo: supremo aislamiento.   Pero los humanos dudan de la versión que les ofrece Azard y lo enfrentan con un cuerpo sintético que recibe una de las personalidades preservadas en forma digital.   Y allí se patenta la verdad.

Y la verdad es terrible, la personalidad que se incorpora en el cuerpo sintético es un Raccels que intenta matar a Odum; y allí Azard cuenta la historia.  

Los Raccels eran una exoespecie dominante con una altísima tasa de reproducción, y con una valoración positiva y estimulo a ello; para abordar el problema de la superpoblación habían desarrollado la tecnología de éstasis digital de las personalidades; y al mismo tiempo comenzaban a desarrollar formas de navegación interestelar con la ayuda de la comunidad Malatlo.   Y por ellos se enteraron que la Federación de Hub había desarrollado la tecnología de síntesis corporal completa: así se les planteó a los Raccels la posibilidad de avanzar en la conquista de la Federación y de otras ecoespecies dominantes: su arma suprema sería la altísima fertilidad y las personalidades implantadas en cuerpos producidos en escala industrial.   Pero los humanos de la comunidad Malatlo se enteran de los planes de los Raccels e intentan disuadirlos, pero es imposible, y para evitar que informen a la Federación de Hub, el gobierno de Tiurs decide eliminar a todos los humanos de la comunidad Malatlo.  Pero el arma elegida se vuelve contra el propio Tiurs y este es devastado junto con el planeta Malatlo.  Así los Raccels deben armar un plan de supervivencia: fraguar un ataque Raccel sobre la comunidad Malatlo, que como comunidad humana podía presentarse a sus hermanos de especie de la Federación de Hub para solicitar ayuda ante un ataque alienígena: un fraude que llevaría al mismo fin que originalmente tuvo el gobierno de Tiurs.

Descubierta la conspiración los humanos esperan un gesto de Azard: este perdido, creyendo que los Raccels implantados lo ayudarán trata de ganar tiempo y al mismo tiempo trata de justificar la decisión de los Raccels:

“No debéis juzgarnos con dureza.   Nuestra historia y tradiciones convertían en una necesidad urgente la expansión de nuestra especie.  No podíamos permitir que algo lo impidiera.” [2].

Azard está desesperado y ofrece colaboración entre las tecnologías que manejan humanos y Raccels, pero es inevitable: los humanos han constatado el plan deliberado de Azard y el raccel implantado, en cada caso es una hostilidad total.   Los Raccels no han pasado la prueba y por ello las personalidades en éstasis digital serán implantadas en la exoespecie dominante en el planeta al que la expedición se dirigía: una suerte de ambas gigantes sin sistema nervioso de ningún tipo.   Vivirían pero una penumbra latente de la personalidad que habían poseído y luego morirían.  Azard se horroriza ante lo que van a hacer:

“Entonces eso significa que sois peores que nosotros. En nuestro caso sólo destruimos a la población de un mundo, pero vosotros liquidareis a una especie inteligente”[3]

Odum responde que la ira humana no es completa; preservarán genes Raccels; no personalidades completas con los recuerdos de la vida en Tiurs.   Y allí viene la réplica de Azard.

En las estrechas márgenes de una narración de ciencia ficción, aparece la pregunta central de la filosofía: qué hace que seamos lo que somos, qué límites puede tener aquello que somos; la ética, la política, la economía, la sociedad, todo se encolumna en torno a aquello que somos.   Los Raccels con una biología extraña, con un imperativo reproductivo que excede toda experiencia humana, con tecnologías de preservación que superan nuestra imaginación, son eso, extraño y hostil pero son eso, no pueden eludirlo, y sólo les cabe llevarlo a cabo.

Es en las políticas donde los Raccels no están determinados por la biología: la propia destrucción de Tiurs muestra que hubo un error, y la presencia de un error nos habla de una contingencia, de la selección de un curso de acción, de políticas que no fueron efectivas para llevar a cabo aquello que eran.  Pero hay una configuración que hace de los Raccels lo que son: imperativo reproductivo e historia, tradiciones y actitudes.

Pero la pregunta filosófica se repite: ¿qué sucede si tales historias, tradiciones y actitudes no nos gustan, nos parecen odiosas, entran en conflicto con las nuestras?   Si analizamos la actitud humana es simple: no hay necesidad de reflexión filosófica alguna, sino que los humanos de la Federación de Hub obran a partir de una actitud de poder, excediendo la mera defensa propia –en la misma lógica que los Raccels  emplean para enfrentar a cualquier exoespecie inteligente.

Pero de la mera situación de poder no se sigue la legitimidad de tal actitud: la Federación de Hub ayuda a los Malatlo  quienes son humanos a instalarse en el planeta vecino de Tiurs: entre ellos hay –mas allá de las distancias políticas y de creencias, una pertenencia común, algo que los hace lo mismo.   Pero con los Raccels aparece algo que es diferente, que no tiene nada en común, que no se puede comprender, son una especie dominante e inteligente y son completamente alógenos, ya que la dimensión del imperativo reproductivo excede completamente cualquier comparación con la historia de la especie humana.   Nunca sabemos cómo son físicamente los Raccels, ya que Azard está implantado en un cuerpo humano de un Malatlo, y los cuerpos sintéticos que lleva la nave son cuerpos humanos con lo que la historia soslaya la comunicación de los cuerpos, ni pulpos, ni babosas gigantes que con el mero asco cerrarían cualquier consideración.  No, sus cuerpos son –por mera razón instrumental- cuerpos humanos, igualmente el rechazo y hostilidad humana es recíproco al que manifiestan los Raccels, a pesar que solo conocemos sus actitudes y sus discursos.

Entonces ¿se puede comprender, aceptar, tolerar siquiera desde la máxima distancia, desde una imposibilidad de representarnos aquello que hace que los Raccels sean, y que nos lleva a rechazar sus actitudes con extrema hostilidad?

Aquí surge el dilema que se les presenta a los humanos: O imponemos nuestro esquema, nuestra lógica, nuestras configuraciones o nos queda el silencio, el rechazo, en suma la hostilidad. Azar increpa a los humanos que lo acompañan, cuando ve que van a disponer de las personalidades en éstasis digital:

“¡No tenéis autoridad para tomar tal decisión!”[4]

Al dilema que parecen encarar los humanos, Azard opone el dilema que los Raccels imponen a los humanos: o aceptan lo que haya, aquello que hace a los Raccels ser lo que son por más extraño y extremo que sea, o sólo queda tomar un camino autista, no reconocer la presencia de seres sentientes inteligentes y dominantes en una biósfera alógena.

El caso de los Raccels es relevante porque está más allá de los límites de la humanidad, límites que le permiten al liberalismo ético armar un argumento en contra de la relevancia moral de la diversidad cultural.   Esto es abordado por Ernesto Garzón Valdés quién dedica un pequeño opúsculo[5] el autor aborda la refutación de la pretensión de dar relevancia moral a la diversidad cultural y las identidades colectivas. Allí sostiene que “... la legitimidad... está directamente vinculada con la medida en que se respeten y garanticen a todos los individuos que la practiquen, la posibilidad de satisfacer sus intereses primarios, es decir aquellos que están vinculados con sus necesidades primarias válidas... cuyo catálogo no es de difícil formulación y vale para todo ser humano”[6]    Aquí hay una clara decisión: imponemos nuestra lógica –al menos el liberal lo hace- porque sabemos que es lo que nos hace humanos, lo que me hace humano a mí, y por analogía lo que vale para todos, ni más ni menos, por ende ningún reclamos fundado en diversidades sobre aquello que nos haga humanos será atendible[7].el ideal será “   poder pasar se una otra cultura y reconocerse plenamente en cada uno como ser humano” [8].    Y este reconocimiento converge en una nota constitutiva de nuestra humanidad: “... el derecho a la autodefensa y la prohibición de dañar arbitraria e innecesariamente a sus semejantes... dos proposiciones que tiene que aceptar todo ser humano racional.”[9].

Teniendo un catálogo de intereses primarios comunes e irrenunciables, es analíticamente verdadero que nuestros semejantes serán todos los que tengan tales intereses.   Por ello los derechos que surjan de tales intereses serán un límite al daño posible que pudiéramos infligir.   Pero ¿es seguro que tal catálogo es posible, o que no es una mera réplica de mis intereses, formulados de un modo pomposo e impersonal como los intereses de todos?

Y si fuera posible, qué garantiza que ese catálogo no será una réplica por analogía, que impongo en otros mis intereses básicos, bajo el supuesto que la identidad biológica y específica nos hace suficientemente iguales como para que pueda descubrir en mí ciertos intereses que luego extiendo a todos los miembros de la especie.    Pero en el caso de la exoespecie Raccel tal cosa es imposible: aquello que menciona Azard, que hace a los Raccel ser Raccel y no humanos se funda en una determinación extraña: un imperativo reproductivo que excede todo lo que podamos conocer o reconocer en nuestra biósfera.   No son seres humanos racionales, si bien son dominantes e inteligentes por lo cual serán seres no-humanos con otra racionalidad, y están más allá de nada que valga para todos los seres humanos, por lo nunca podremos movernos a través de nuestra cultura y la cultura Raccel porque son extraños.

          Pero a pesar de la extrañeza interactuamos: cuando cohabitaron con los Malatlo hubo intercambio fuerte que llegó al nivel de productos de tecnología avanzada; cuando intentaron atacar la Federación de Hub aprendieron aquello que necesitaban para sus planes bélicos. Entonces hubo interacción, hostil al principio, hostil hasta donde se conoce, pero la extrañeza no era límite; el mismo Azard reconoce que la decisión del gobierno de Tiurs no se fundó en la hostilidad sino en un sentimiento de autodefensa que surgía del imperativo reproductivo.

Entonces Azard tenía razón: lo que sean los Raccels no lo podemos juzgar desde ninguna configuración humana, desde ningún interés básico que poseamos todos nosotros, desde ninguna legitimidad recíproca que nos debamos unos –humanos- a otros –humanos- y porque no lo podemos juzgar no podemos decidir, no podemos extender nuestra auto-defensa hasta el exterminio.

Donde el liberalismo homogeneizaba en un corsé moral único –la identidad humana fundada en intereses primarios comunes- no queda posibilidad alguna de homogenización: sólo hay diferencia y comunicación desde la extrañeza más radical, comunicación que comienza –y al menos en la narración se agota- en la exposición de las acciones de auto-defensa que cada especia lleva a cabo.   Por ello más allá de la auto preservación queda la no intervención, el estar frente a frente construyendo convergencias donde surjan, sin programa común ni tolerancia presuntuosa que se funde en alguna supuesta identidad humano-Raccel.

Al mantener células germinales Raccel sin tradición, sin actitudes, lo que los humanos hacen es reducir los Raccel a mera materia viva, a la que se le pudiera imponer cualquier subjetividad; pero para ello se expropia la subjetividad que tales organismos produjeron en el proceso histórico que se desarrolló en la biósfera de Tiurs.   Reacción despótica de poder, abuso de defensa propia, juicio sobre cánones humanos, la existencia de los Raccels impone un límite a la homogenización liberal, la extrañeza rompe el universalismo moral y abre la puerta a cierto relativismo moral, complejo, difícil y nada intuitivo; así debemos defendernos pero nada se sigue que podamos juzgar sobre los extraños, porque su extrañeza los arranca de nuestra posibilidad de comprensión.

¿Y que garantiza que no haya casos como los Raccels en nuestra biosfera?   Bien podrían ser los náhuatl, los mayas quiches, los iroqueses, los chiriguanos, por decir algunos.   Bien podría ser que ese carácter común no sea más que identidad morfológica como especie –igual que Azard en un cuerpo humano- pero que haya una subjetividad completamente alógena, y por ende una completa extrañeza para nosotros, extrañeza que nos inhibiría de pretender alguna tabla universal de títulos que tengamos con ellos, a menos que estemos aplicando una relación de poder, fundada en el fusil y la dominación territorial.

Igual que el destino de los Raccels: aún sin ser sujetos colectivos, cosa que molesta en el paladar liberal, son subjetividades extrañas, y tal extrañeza será un límite a toda idea de un universalismo moral.   Es el dilema que plantea Azard:  o aceptamos la relevancia moral de las subjetividades tal como están conformadas, más allá de la identidad corporal común a la especie o toda subjetividad será una réplica de la mía erguida en patrón racional de la condición moral de la humanidad.

Así lo extraño hace límite al liberalismo, pero abre un mundo donde no hay certezas y donde cada cosa exigirá argumentos específicos, tal vez algunos de tinte menos relativos que otros, pero incluso en esos casos no habrá ninguna esencia –humana/humana o humana/Raccel que los fundamente, solo razones prudenciales y locales, como la justificación de la defensa de la Federación de Hub que solo justificará una única acción reactiva frente al proyectado ataque Raccel y no un genocidio de especie.


 

[1] James H. Schmitz, “Actitudes” en Ciencia Ficción 18, Editorial Bruguera, Colección Libro Amigo 330, 1975, pags 143-169 página 168, (Orig. “Attitudes” publicado originalmente en The Magazine of Science Fiction and Phantasy 1968).

[2] Op. cit p. 167.

[3] P. 167.

[4] Ídem, p 167.

[5] Cfr. Cinco confusiones acerca de la relevancia moral de la diversidad cultural, Santa Fe, Centro de Publicaciones, Universidad Nacional del Litoral, 2001 (publicado también como un capítulo del libro  Calamidades, Barcelona, Gedisa Editorial, 2004, ps. 93-136).

[6] Garzón, op. cit. 48.

[7] Si los reclamos sobre las consecuencias de aquello que nos haga humanos, i.e. lo que nos haga habitantes del trópico, poseedores de alguna identidad de género, fanáticos del waterpolo y demás, es decir sobre las necesidades derivadas o secundarias.

[8] Ídem, p. 50.

[9] Ïdem, p. 20.

 

© Alejandro Miroli, 2005

LINDARAJA. Revista de estudios interdisciplinares y transdisciplinares. Foro universitario de Realidad y ficción.

URL: http://www.filosofiayliteratura.org/lindaraja/sujetosymoralidad.htm

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