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Realidad y ficción Revista Lindaraja. Revista de estudios interdisciplinares ISSN: 1698 - 2169 | ||||||
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Literatura El Naturalismo en la novela española La Madre Naturaleza de Emilia Pardo Bazán
Mercedes Laguna González, 1997 INTRODUCCIÓN
Claves para comprender la novela Gabriel Pardo ¿el protagonista? Mariano López (1981) afirma respecto a la estructura de la novela que los capítulos 1 al 4 son una especie de apéndice de Los Pazos de Ulloa, o que, incluso, podrían ocupar un lugar distinto en La Madre Naturaleza, ya que, asegura él, es en el capítulo 5, con la llegada de Gabriel Pardo en diligencia a la comarca de los Pazos, cuando realmente comienza la novela; argumenta que en la narrativa de finales del XIX es más importante el personaje que los acontecimientos, que es en torno al personaje cómo se organiza la estructura novelesca. Por este camino llega Mariano López -en uno de los mejores artículos que se han escrito, en mi opinión, sobre La Madre Naturaleza[1]- a considerar a Gabriel Pardo como el auténtico protagonista de la novela, argumentando en contra de la opinión de la un sector de la crítica, que los chicos, Manuela y Perucho, no pueden ser los protagonistas ya que no ocupan el primer plano del relato nada más que en dos capítulos.
El naturalismo cristiano tal y como lo representa el párroco de Ulloa, Julián, ¿es la tesis de la novela? Ignacio Javier López (1992), en la introducción a su edición crítica de La Madre Naturaleza, considera que el personaje de Julián posee en la novela gran importancia, aunque apenas aparece; y no sólo como explicación de la primera parte (Los Pazos), sino en el desenlace de La Madre Naturaleza, y por tanto en la explicación de la misma. Opina Ignacio Javier López que la postura de Julián (que de hecho conduce a un final determinado de la novela) recoge el pensamiento de doña Emilia. “… esta es la marca del naturalismo cristiano de doña Emilia, frente a este imperio de la naturaleza sin control[2], en la segunda novela don Julián invoca la cultura -y, en concreto la religión- como potencia contra la naturaleza desordenada. (…) Esta tesis de superioridad del espíritu, abiertamente expuesta en los capítulos finales por el párroco, está, sin embargo, esbozada a lo largo de toda la novela”.(Ignacio Javier López, 1992: 39-40).
Opinamos que es más adecuada una interpretación polifónica de la novela Ignacio Javier López subraya también que “la autora expone al mismo tiempo una tesis y una antítesis naturalistas” (1992: 35). La primera representada por Julián y la segunda por Gabriel Pardo; a este respecto, el crítico opina que la autora no deja de subrayar en esta novela y en Insolación la falsedad de los juicios de este personaje; y por tanto la tesis que ella defiende es la del sacerdote. Por tanto este juicio de Ignacio Javier López no indica que estamos ante una novela con dos tesis contrapuestas, (si fuese así, las dos posturas poseerían el mismo valor en el texto, y los lectores habrían de extraer la parte positiva de cada una, o comprender el por qué de los puntos que las enfrentan y las razones que mueven a uno y otro personaje). Pero no; en la novela no actúan sólo Gabriel y Julián. Aunque las ideas de Perucho y Manuela no aparezcan de forma explícita, sus vidas componen la parte esencial de la trama narrativa. Incluso don Pedro -que peca constantemente de omisión- es una voz (o un sonido silencioso) en el conjunto armónico de la novela, porque sus omisiones son negligencias con consecuencias graves. De hecho, algún crítico[3] afirma que no queda claro en Los Pazos que Perucho sea hijo de don Pedro, y que posiblemente lo sea del gaitero, el Gallo, que en la segunda parte se casa con Sabel. Si fuese así, no habría “ningún problema” en La Madre Naturaleza; el problema estaría en no actuar con claridad, en los engaños, en los malosentendidos, y sobre todo en el egoísmo de prácticamente todos los adultos, que dejan a los niños -luego jóvenes- solos, con el único cobijo afectivo de la Madre Naturaleza.
¿Será que doña Emilia se ha alejado definitivamente (como Galdós y Clarín en esta década de los ochenta, con la influencia del naturalismo) de “la novela de tesis”? Por supuesto, no pensamos que Ignacio Javier López (y otros críticos) vean en La Madre Naturaleza una “novela de tesis” en el sentido de subgénero literario propio de los primeros tiempos del realismo en España. Sin embargo, es llamativo cómo se busca a menudo “la tesis” de Emilia Pardo Bazán, como persona real, al estudiar sus obras, y justamente se busca y se cree encontrarla en las opiniones o en la conducta de tal o cual personaje.
Los personajes “claves” están influidos por motivos internos que en la mayoría de las ocasiones les pasan desapercibidos (no llegan al nivel de su conciencia) Doña Emilia, pensamos, no se puede identificar ni con el personaje de Gabriel Pardo ni con el de Julián. ¿Por qué? Hay una razón muy clara: los dos están “afectados” de males interiores, que mueven sus pensamientos, sus palabras, sus acciones y sus decisiones. 1. Gabriel Pardo: Mariano López analiza el conflicto, prácticamente subconsciente, de Gabriel Pardo; un conflicto que apareció en la primera parte de la novela. En Los Pazos de Ulloa se habla de una relación muy estrecha entre Marcelina y su hermano pequeño; ella ejercía de madre, los dos se quería mucho; pero, aunque en la novela de Los Pazos el personaje de Gabriel no aparezca directamente, siempre queda de él una idea de comportamiento extraño; el lector percibe una relación rara entre los hermanos. Proponemos la lectura del texto[4] de Mariano López en donde el crítico analiza esta relación, que él considera “incestuosa”, y que ocasiona un trauma a Gabriel Pardo.
2. Julián: La novela de Los Pazos alcanza su significado pleno cuando el lector lee unas frases del capítulo XXVI de La Madre Naturaleza: “Algo se alza detrás del nicho, junto a los cipreses... Algo que se inclina, vuelve a alzarse, se mueve... ¡Una forma humana...! ¡Un hombre! (…) Rechina el cerrojo, gira la llave, se abre la verja, y sale la persona que momentos antes rezaba al pie del mausoleo de Nucha. El rezador nocturno cierra cuidadosamente la verja, hace por última vez la señal de la cruz volviéndose hacia el cementerio, y pasa rozando con Gabriel y sin verle, con la cabeza baja, cabeza blanquecina y cuerpo encorvado y humilde. ‑¡El cura de Ulloa! Se quedó Gabriel algún rato como si fuese hecho de piedra, sin darse cuenta del porqué semejante persona, en tal sitio y entregada a tal ocupación, le parecía la clave de algún misterio, uno de esos cabos sueltos de la madeja del pasado, que guían para descubrir historias viejas que nos importan o que despiertan novelesco interés.”
Ya nos habíamos dado cuenta de que Julián estaba enamorado de Nucha, pero ahora se confirma hasta qué punto. No la ha olvidado ni un momento durante los diez años que han pasado, tiene cercado el cementerio, como una propiedad privada, suya, reza hasta la noche delante de la tumba de Nucha, ha olvidado a la nenita, a quien tanto quería (en la novela anterior llegó a decir que se quedaba en la casa sólo por la niña). No parece que esté sólo rezando por su alma, más bien parece él, el enamorado, un alma atormentada. Se siente culpable, cada día más, aunque pasarán mil años, de haber animado a don Pedro a casarse con Marcelina, de no haber hecho posible que entrara en el convento. Y a la hora de dar una “solución” al grave problema de Manolita la solución del convento le parece la mejor. Dice que la gracia de Dios enmienda lo que yerra la naturaleza: “La ley de la naturaleza sola invóquenla las bestias, nosotros invocamos otra más alta” (capítulo XXXV). Pero Gabriel le replicará después: “Cura de Ulloa, ni tú ni yo; tú un iluso y yo un necio. Quien nos vence a los dos, es … el rey… ¡No, el tirano del mundo!” (capítulo XXXVI). Se está refiriendo el comandante al amor. Si ambos personajes están movidos por razones internas, casi subconscientes, no pueden representar, de forma directa, las opiniones de la autora. Posiblemente doña Emilia está diciendo otra cosa: Cuando juzgamos y actuamos no estamos libres de nuestros conflictos internos, algunos de los cuáles ni siquiera sabemos llamarlos por su nombre, o actuán por debajo de nuestra conciencia. Pero nos conducen. Una religiosidad más contemplativa Una religiosidad más acorde con la naturaleza, más interior; que vuelve a los textos bíblicos y a los místicos. Más contemplativa y, sobre todo, que comprende las razones de los distintos comportamientos. Ésa podría ser, quizá el tipo de actitud religiosa que doña Emilia quiere transmitir a través de la novela. Aunque ningún personaje represente su vivencia propiamente: - Gabriel Pardo, a pesar de su mentalidad racional y de su “materialismo” sui generis, se aproxima al recogimiento contemplativo por una de las vertientes de su personalidad: la emocional, y de su disposición para captar la belleza. - Julián porque cree vivir una religiosidad sincera; parece que no se da cuenta lo que le influyen sus sentimientos. (No sabemos si es sincero cuando dice a Pardo hacia el final de la novela que él no ha influido a Manolita para que se vaya al convento). Sabemos, no obstante, que su forma de vivir la religión es oscura, está repleta de normas, y sobre todo muy ligada a los cánones del comportamiento social de la época. - Los chicos, Perucho y Manuela no saben de normas culturales, religiosas ni sociales, sólo han aprendido las leyes de la madre naturaleza; viven en plenitud lo que ella les da. Y cuando les quitan “la venda de los ojos” (le dicen a Perucho que son hermanos[5]) actúan como se esperaría de ellos según las coordenadas culturales y sociales de la época: el chico se va y Manuela[6], que no puede pensar la vida sin él, se retira del mundo (no porque la llame Dios a la vida monástica como argumentaba el párroco de Ulloa).
La búsqueda de una religiosidad más auténtica y profunda sólo queda, pues, de manera subyacente, entre líneas en la novela. Así dice las cosas importantes Emilia Pardo Bazán; defiende en sus novelas cuestiones polémicas en la época, pero de forma que la entiendan los lectores de mentalidad progresista (no los que sólo parece que la tienen, como Gabriel Pardo en La Madre Naturaleza y en Insolación), y para ir calando lentamente en el resto. Si no hubiera habido tanta lectura entre líneas, tanta tela para cortar de ideas y propuestas arriesgadas, posiblemente no hubiera levantado “la Pardo Bazán”, como todavía la llaman los críticos (como si fuera una cantante de ópera o de zarzuela), tanta controversia. En el capítulo XXV, que analizaremos después, aparece el libro bíblico del Cantar de los cantares, comentado por Fray Luis de León. Aunque el personaje (que lo ha leído y lo recuerda en ese capítulo) no está de acuerdo con Fray Luis, el lector puede ver colocado en primer lugar el lenguaje del texto bíblico (de la Palabra de Dios), ajeno a las interpretaciones del clero de púlpito, y puede leer una vuelta a los orígenes, a una religiosidad basada en lo esencial. No quiere decir esto que el texto bíblico defienda ni potencie la relación incestuosa, como interpretaba Gabriel. Recordemos que era su “trauma” personal y el miedo por su sobrina, también por perderla, lo que llevaba al comandante a pensar así. Además de presentar a “los místicos y contempladores” como personas que se viven una religiosidad profunda y abierta, se puede pensar que ellos serían capaces de comprender el por qué de las acciones de cada uno de los personajes.
El protagonismo de la Madre Naturaleza Decía Mariano López (1981) que los cuatro primeros capítulos no eran en realidad el principio de la novela, que empezaba con la llegada de Gabriel Pardo a los Pazos, porque éste era el personaje protagonista. Pensamos que doña Emilia ha colocado introduciendo la novela estos capítulos en los que habla de la naturaleza y de Perucho y Manolita, en los que describe la plenitud de la naturaleza, lo bueno y también lo malo que hay en ella; la relación paradisíaca de los dos jóvenes, su amor, porque ése es su lugar, no como unión con la novela de Los Pazos de Ulloa, sino porque es la naturaleza la verdadera protagonista de la novela. Aunque, no lo es de forma abstracta; es protagonista en cuanto que es la vida: la del cielo y las nubes, la de los árboles y las plantas, la de las montañas y los ríos, la de los animales, la de las personas. De aquí que cada uno de los personajes, en cuanto ser vivo puede ser en su momento, en su ámbito, protagonista. La naturaleza, la vida, que a cada uno, según sean sus creencias y su forma de vida, le hace exclamar, como decía Gabriel Pardo, algo diferente: “-¿Por qué causa tal impresión la naturaleza? Yo lo había leído en libros, pero me costaba mis trabajos creerlo. Esto de que, porque uno vea cuatro montañas y media docena de nubes, se ponga a meditar sobre orígenes, causas, el ser, la esencia, la fatalidad, y otras cien mil cosazas que carecen de solución. ¡Empeñarnos en que la naturaleza tiene voces, y voces que dicen algo misterioso y grande! ¡Ay, a esto sí que se le puede llamar chifladura! ¡Voces... Voces! ¡Unas voces que están hablando hace miles y miles de años, y a cada cual le dicen su cosa diferente! Deduzco que ellas no dicen maldita la cosa, y que nosotros las interpretamos a nuestra manera. Lo que pasa con las campanas: enseguida cantan lo que a uno se le antoja. Las voces están dentro. A mi cuñado le suena la naturaleza así «¡Buen día de maja!» Y al creyente le murmura que hay Dios.” (capítulo XXV). En medio de la naturaleza y de sus leyes, el ser humano actúa muchas veces rompiendo la armonía: - bien por omisión: - Gabriel había dejado abandonada a su sobrina muchos años, hasta que piensa en volver a casa, y luego decide casarse con la hija de su querida hermana. - Julián, tan encariñado que estaba con la niña, después de regresar tras diez años de “destierro”, se sepulta en vida, se dedica a sus rezos tortuosos ante la tumba de Nucha, y deja sola a Manolita. - Don Pedro, el padre de la chica, no la ha querido nunca; incluso ha tratado mejor, como a su propio hijo, a Perucho (Manolita le recordaba a su madre, y era una mujer). - bien por actuaciones que han sido motivadas por razones ocultas, como hemos señalado arriba.
Gabriel Pardo cierra la novela llamando “madrastra” a la naturaleza. Ésta ha sido la opinión que muchos críticos han señalado como la conclusión de la autora. Sin embargo, el título de la obra es la Madre Naturaleza. El título que le otorga el comandante Pardo a la naturaleza parece un nuevo subterfugio para no aceptar su responsabilidad y para soportar el dolor que le causa el alejarse de Manolita y el dejársela sepultada en el convento, como Nucha estaba en el cementerio. ------------------------------------------------------- [1] Ver bibliografía (1981, “A propósito de La Madre Naturaleza de Emilia Pardo Bazán”). [2] El que aparece en la novela de Zola La Faute de l’Abbé Mouret. [4] Reproducimos el fragmento tras esta introducción. [5] Si es que en realidad lo son. [6] A Manuela no le quieren decir que son hermanos.
--------------------------------------------------------------------------------- © Mercedes Laguna González, 2005 © LINDARAJA. Revista de estudios interdisciplinares. Nº 3, septiembre de 2005 Foro universitario de Realidad y ficción.
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