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Extracto del artículo publicado en La experiencia mística. Ed. Trotta, 2004

Cerebro y experiencia mística

 

Francisco Mora Teruel

Doctor en Medicina, catedrático de Fisiología Humana

en la Universidad Complutense de Madrid

 

“Mientras nuestro cerebro sea un arcano, el Universo,

reflejo de su estructura, será también un misterio”.

 

Santiago Ramón y Cajal, Charlas de café

 

 

 

 

            La idea central de este capítulo[1] es establecer una posible aproximación entre el fenómeno de la experiencia mística y el funcionamiento del cerebro. Cada vez más se hace necesario establecer ese puente entre disciplinas científicas y el mundo del humanismo, lo que incluye a la religión. […]

            Pero ¿es posible lanzar un puente entre ciencias y humanidades en cuanto se refiere a la religión y, más específicamente, al fenómeno místico?, ¿es posible hablar de cerebro (que a la postre son células y moléculas) y relacionarlo con aquello otro que son experiencias personales, mundo subjetivo y palabras que vehiculizan emociones, sentimientos y pensamientos? Intentémoslo.

            […]

            Yo, personalmente, estoy convencido de que, en última instancia, toda actividad humana está dictada por las leyes que gobiernan el funcionamiento del cerebro. Y que es sólo a través de ese funcionamiento como podrá cambiar el mundo futuro a cotas más “humanas” hoy todavía no predecibles. Estos cambios del mundo afectarán a las raíces de las concepciones éticas, religiosas y sociales, y, consecuentemente, a las normas que gobiernan los seres humanos, lo que incluirá la moralidad, la jurisprudencia y la política[2].

            La neurociencia llega aún más lejos, ya que alcanza a considerar que la realidad que nos circunda y las propias concepciones humanas, como he señalado, son elaboradas y creadas, al menos en parte, por el funcionamiento del propio cerebro. […]

            Una parte importante del Orebro, situada debajo de ese inmenso hongo arrugado que aparece en superficie y que llamamos corteza cerebral, está dedicada a elaborar ese mundo tan humano que se refiere a la emoción y los sentimientos. Se trata de estructuras neuronales que en conjunto se conocen como “sistema límbico”. Las emociones y las motivaciones están ligadas a todas las conductas del hombre y de los animales. […]

            Toda información sensorial que entra en el cerebro, sea visión, adución, tacto, gusto u olfato, alcanza significado para el individuo cuando llega a ese sistema límbico que acabamos de mencionar. Es en los circuitos de ese sistema límbico donde lo visto u oído se colorea emocionalmente. La información sensorial que llega a esta área del cerebro se colorea de “bueno” o “malo” en función de la experiencia que se haya tenido a lo largo de toda la vida. Y es con esta información como se orquesta una respuesta de conducta coherente”. En este sistema límbico hay una estructura que es la puerta de entrada de esa información y que juega un papel fundamental, es la amígdala.

            La amígdala es un área donde se realizan las asociaciones entre los llamados refuerzos primarios y secundarios, es decir, aquellos (los primarios) que por naturaleza tienen propiedades de refuerzo, como por ejemplo una buena comida, si uno está hambriento, y aquellos otros (secundarios) que por sí solos no son reforzantes (una luz o un sonido) pero que si se asocian con el refuerzo primario (alimento) adquieren propiedades de refuerzo con su correspondiente significado (asociación por aprendizaje).

            […]

 

(Conclusión del artículo)

 

            Una vez más esto nos lleva a la idea de que el cerebro normal, el cerebro de cada ser humano, alberga los substratos capaces de llevarnos a tener experiencias que llamamos místicas. Es más, se piensa que esas experiencias se pueden alcanzar a través de la concentración, meditación o rezo tras largos años de práctica. En este contexto se ha propuesto dos caminos por los que, con una apropiada metodología y disciplina, el ser humano puede llegar a experimentar estos fenómenos. Uno sería el camino de la contemplación. Con ello se alude al proceso por el que, a través de la concentración, en una idea u objeto determinado los procesos normales del pensamiento, automáticos, quedarían anulados, Es decir, se produciría el bloqueo del proceso discursivo normal que cada uno de nosotros desarrollamos mientras estamos despiertos. El otro, complementario, sería el camino de la renuncia, es decir, de la renuncia activa a todo tipo de placeres, de distracciones y hasta de pensamientos.

            […] Esos caminos parece que pueden conducir a lograr lo que se conoce como un proceso de desautomatización de los procesos mentales y con ello la deaferenciación o bloqueo de las entradas sensoriales.

            […]

            Estudios recientes utilizando técnicas de imagen (SPECT) han revelado que en el cerebro de las personas sin patologías aparentes (personas normales), pero que llevan muchos años meditando o rezando, en el punto máximo de meditación hay una alta actividad en la corteza prefontral (procesos antecionales) junto a una ausencia de actividad de  los lóbulos parietales (áreas de orientación –tiempo y espacio– del propio cuerpo). Punto máximo de meditación en que estas personas relatan a posteriori la experiencia de que “el tiempo y el espacio han desaparecido y se alcanza el infinito con la disolución del yo en el universo”. Newberg señala que “estos hallazgos no son errores ni ideas deseosas de encontrar algo. Estos hallazgos reflejan eventos reales, biológicos, que ocurren en el cerebro”.

            La única conclusión posible hoy de todo cuanto acabo de relatar en este artículo, y, como conclusión, siquiera sea provisional, es, de nuevo, poner de manifiesto que las experiencias de los místicos o las experimentadas en la meditación, tras muchos años de aprendizaje, son procesos que ocurren en el cerebro y que pueden ser activados por procesos fisológicos. A todo esto Ramachandran concluye: “La única conclusión clara que podemos sacar es que en el cerebro humano existen circuitos neuronales que intervienen en la experiencia religiosa y que en algunos epilépticos estos circuitos se vuelven hiperactivos”[3].


 

[1] En La experiencia mística. Estudio interdisciplinar. Ed. de Juan Martín Velasco, Madrid, editorial Trotta, 2004, pp. 169 a 182.

[2] F. Mora, Continuum, Alianaza, Madrid, 2002.

[3] V.S. Ramachandran y S. Blakeslee, Fantasmas en el cerebro, Debate, Madrid, 1999.

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© MORA TERUEL, Francisco

La experiencia mística. Estudio interdisciplinar. Ed. de Juan Martín Velasco, Madrid, editorial Trotta, 2004, pp. 169 a 182.

 

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