REALIDAD Y FICCIÓN 

 

 
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Revista Lindaraja

 

 

 

 

 

       ZEN

    ENTRAR Y SALIR EN EL AQUÍ Y AHORA  

   Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza

 

 

    

 

-  En  el  eterno  ahora  (“nunc aeternum” ) de la teología cristiana -

 

 

      La eternidad se actualiza en el ahora y aquí de cada acción. 

                                            Taisen Deshimaru, Maestro Zen    (1) 

                 

                          El ser despierto es el que vive el presente con autenticidad.

                                                                           Buda.

 

 

 

1.         Entrar y salir es la esencia del Zen.

 De hecho esa actitud de entrar y salir, de fijarse en lo que se hace, de vivir el

presente, es la esencia misma del Zen.

 

Es la espiritualidad de “esta” vida” que complementa, ya que no se opone, a la de la “otra” vida que tanto se ha fomentado en Occidente.

Hemos insistido tanto en la importancia de la otra vida que nos hemos olvidado un poquito de ésta, y hemos subrayado tanto la eternidad que le hemos ido quitando importancia al tiempo.

Las dos cosas nos hacen falta, y no existe la una sin la otra. Nuestra vida en el tiempo es la antesala de nuestra vida en la eternidad, y por eso hay que vivirla en plenitud para practicar aquí abajo lo que esperamos gozar allá arriba.

Y la mejor manera de practicar es hacer lo que hacemos día a día y momento a momento de la mejor manera posible, dándole importancia, centrándonos en ello, viviendo el presente. Es la enseñanza fundamental del Budismo, del que deriva el Zen.  (2)

 

 La finalidad del Budismo en todas sus fomas es originar

un cambio fundamental en el estado de consciencia diario del ser

humano.

                                                         Alan Watts   (3)

 

Cada una de nuestras acciones es válida en sí misma. No estamos “ensayando”,

“preparando”, “consiguiendo” nada. Estamos respirando, haciendo, viviendo. Y con

eso estamos revalorizando nuestra vida y cada uno de sus momentos en sencillez y

entrega a lo que nos viene, a lo que nos llega. Todo rostro es revelación. Esta actitud

le devuelve la importancia a cada instante, trae novedad al día, refresca la vida.  (4)

 

 

a)  Entrar y salir.

 

            Entrar y salir. Ahí esta la síntesis, el método, la experiencia de vivir la vida en toda su plenitud y gozar de la existencia en toda su promesa. Ahí está el ritmo del caminar, el palpitar de la búsqueda, la estrategia de la alegría, el secreto del ser. 

Ahí esta, sobre todo, la manera práctica de llegar a ser todo lo que podemos ser y a transmitir a nuestro paso por el mundo para bien de todos aquellos a cuyo lado caminanos y con quienes compartimos lo que queremos ser mientras aprendemos de ellos lo que su propia marcha nos inspira. Todo está en esas dos palabras: entrar y  salir

Entrar y salir. Entrar del todo y salir del todo. La vida se compone de etapas, largas y breves; unas que duran años, y otras que se esfuman en segundos. Pero todas ellas importantes, esenciales, vitales. Tenemos que vivir cada una de ellas en la totalidad de su sentido y la profundidad de su presencia para ir recogiendo la porción de vida que se nos entrega en cada una de ellas y entregar el rompecabezas completo al final de la prueba, con todos sus colores, sus figuras y sus paisajes, que son nuestra biografía completa.

Todas esas piezas juntan forman nuestra vida tal como es y tal como la recogeremos en

 nuestras últimas al “entrar” definitivamente en la morada prometida que nos espera después de “salir” para siempre del único entorno que hasta ahora hemos conocido. Cada entrada y salida de cada evento diario y cotidiano es un ensayo cumulativo y decisivo para el definitivo entrar y salir que marcará nuestra eternidad según haya marcado nuestra vida. 

El problema es que no respetamos la identidad separada de cada pieza del  rompecabezas. Están relacionadas, claro, y gracias a sus bordes y sus dibujos y sus colores encontramos el sitio único de cada una en el lugar que le corresponde. Pero cada pieza es cada pieza, y una vez encaja una, debemos pasar sin interrupción a la siguiente. Y ahí tenemos el peligro de mezclarlas, confundirlas, arrastrarlas, perderlas. Un momento del día que debía haberse vivido con atención exclusiva para su plentitud infividual en el conjunto, queda emborronado por la intrusión de sus momentos vecinos, por la sombra de la memoria del seguir, por la distracción endémica, enfermiza, solapada, impalpable que todos llevamos dentro y que debilita con su temblores y sus fiebres las intensidades vitales de nuestros encuentros, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. Nuestro paso no es limpio, y nos llevamos los barros de cualquier sendero a los pasillos bien fregados de nuestra mansión. Sufre el calzado y sufren las alfombras.    Nuestro problema es que vivimos a medias. No vivimos del todo. Y vivimos nuestra vida a medias  porque vivimos cada situación a medias. No entramos del todo en cada situación, y no salimos de todo de ninguna. (En el Zen se dice: estar con todo el cuerpo; estar de principio a fin). Siempre a medias, siempre a medias tintas, cabalgando entre momentos, divididos entre circunstancias. Momentos grandes o pequeños, acontecimientos de importancia o situaciones mínimas, crisis de al vida o rutinas diarias...: todo lo vivimos a medias. Un pie en una orilla y otro en la otra. Desayunamos leyendo el periódico, cenamos viendo la televisión, conducimos mirando el reloj, paseamos hablando por el celular, trabajamos pensando en casa, volvemo a casa pensando en el trabajo, contestamos sin escuchar, hablamos a uno mirando a otro... Simpre divididos, siempre a medias, siempre aquí y allá, siempre sin acabar de entrar del todo y siempre sin acabar de salir del todo. Así pasamos sin acabar de pasar por cada situación, cada vivencia, cada momento del día y de la vida. No es extraño que nos quede el sabor dudoso de hacerlo todo a medias, de no entregarnos del todo a nada, de no vivir en plenitud, porque no vivimos cada situación en su totalidad.

+  Salir de las cosas. No quedarse atrapado, no atascarse, no demorarse. Avanzar, progresar, crecer. Salir. Pero para salir, entrar; y para salir del todo, entrar del todo. No salimos limpios, porque no entramos limpios. Si sólo estábamos con un pie dentro, tenemos que traer el otro también dentro antes de intentar salir. Si no, se trata sólo de salir con un pie mientras entramos con el otro. Siempre a horcajadas entre dos mundos, siempre flotando incómodos sobre al situación que pasa. Nunca del todo con ambos pies firmes sobre la realidad actual. ¿Dónde estás  cuando no estás contigo? Decimos que el alma está dentro del cuerpo. Ojalá fuera así. Es decir, que sí está dentro del cuerpo en realidad: pero en imaginación, en proyección, en fantasía y en recuerdo, nuestro pensamiento, nuestro deseo y nuestra atención están con repetida frecuencia lejos, muy lejos de donde se aloja des-animado nuestro cuerpo. Estamos divididos, y esa división íntima reblandece nuestra existencia. 

Una aclaración. No hablo aquí de un salir precipitado, incompleto, aturdido, impulsado por la impaciencia, las prisas o la veleidad, sino de todo lo contrario: hablo de salir en plenitud, cuando el fruto ha llegado a su madurez y el encuentro desemboca por sí mismo en despedida, completando siempre los ritmos de la vida. Salir cuando se ha de salir, ni antes ni después; pero entonces salir del todo, con generosidad y con entrega. Caminar con limpieza y claridad.  (5)

 

  El Maestro Zen Osho nos dice:

 

                     “Recuerda una cosa:

                      No puedes salir de tu esfuerzo si queda incompleto;

                      una vez que lo inicias, has de completarlo.

                      Porque la mente tiene tendencia

                      A completar lo que comenzó.

                      Tu mente tiende a completar;

                       por eso cualquier cosa sin completar te causa tensión.

 

                      Si querías reír y no has reído,

                      sentirás tensión.

                      Si querías llorar y no has llorado,

                      sentirás tensión.

                      Por eso has estado tanto tiempo enfermo:

                      Porque todo los has dejado a medias.

                                                                                                                                   

                      Nunca has reído del todo, nunca has llorado del todo;

                      nunca te has enfadado de todo,

                      nunca te has pacificado del todo;

                      nunca has odiado del todo, nunca has amado del todo.

                     -todo lo has hecho a medias,

                      Nada es de una pieza, nada es total.

 

                     Por eso se arrastra,

                     y siempre tienes toda una serie de cosas en tu mente.

 

                    Por eso te sientes siempre tan incómodo por dentro,

                    por eso nunca estás a gusto”.

 

 

              (Tomado de “When the Shoe Fits”, pág. 8, traducción del P. Carlos G. Vallés, S.J.).

 

  Soberanas palabras. No estamos nunca a gusto, sencillamente porque nunca “estamos”. Es decir, que nunca estamos tal como somos, unidos e indivisos, cuerpo, mente, alma y corazón, memoria e imaginación; nunca estamos íntegramente en donde estamos. Y al no estar del todo, no obramos del todo. Todo lo hacemos a medias. “Nunca has reído del todo, nunca has llorado del todo”. Quizá sea la condenación más certera de nuestro ser humano. Reímos a medias y lloramos a medias. No es la carcajada abierta cuando reímos, ni el llanto desbordado cuando lloramos. Es una lágrima discreta o una sonrisa tímida. Un inicio sin continuación, un amago sin expresarse, un esbozo sin rellenar. Nunca la satisfacción del dejarse llevar, del entregarse, del tocar fondo, del completar. Y sin tocar fondo no se agarra ímpetu para volver a la superficie. Así andamos malflotando en las aguas, y lo llamamos “nadar”. Siempre cohibidos, reservados, atenazados. El camino de nuestra vida, en vez de ser un itinerario definido con dirección marcada en sus metas y destinos y llegadas y despedidas, se colapsa en un borrón difuminado donde no sabemos a dónde vamos porque no sabemos dónde estamos. Se nos ha dispersado la existencia a lo largo de todo su recorrido y andamos en mil pedazos por horizontes pasados y futuros, en vez de vivir en unidad y conciencia en el único punto del tiempo y el espacio en que estamos y en el que vivimos. Para saber estar hemos de saber entrar. Y para poder entrar hemos de saber salir. Entrar y salir. Ése es el ritmo vital de nuestra existencia.

 

El Maestro Zen Osho nos sigue diciendo en otro de sus libros:

 

    “¿Recuerdas algo que hayas hecho del todo, que hayas

    hecho radicalmente, completamente? Encuentras algún

    momento en tu vida, alguna experiencia, algún evento

    que puedas decir haya sido completo, total, definitivo?

    Si has tenido una experiencia realmente completa, tu

    mente ya no vuelve a ella. No la necesita. No la necesi-

    ta en absoluto. Lo que la mente necesita es completar

    las cosas. Ésa es su tendencia, y ésa hace posible nues-

    tra vida.

      ¿Te estás duchando? Pues dúchate de veras. ¿Cómo

    hacer que la ducha sea completa? ¡Estando en ella! Tu

    mera presencia lo hace todo. Estáte allí, disfruta el

  momento, vívelo, siéntelo. Saluda al agua  que  te

empapa, déjate mojar, déjate saturar. Sal de la ducha

habiéndola vivido en su totalidad. Si no, la ducha te

seguirá. Se te hará tu sombra, te acosará todo el día.

  ¿Estás comiendo? ¡Pues come con toda el alma y con

todo el cuerpo! Olvídate de todo lo demás. Nada existe

para ti en ese momento más que el hecho presente.

Hagas lo que hagas, hazlo por completo, sin prisas, con

tranquilidad, de modo que la mente se sature y quede

contenta. Sólo entonces puedes pasar al momento

siguiente.

  El Buda usó la expresión “el recto vivir”. Es uno de

Los principios fundamentales en su “Camino de los

Ocho caminos”. Y “el recto vivir” quiere decir “el com-

pleto vivir” es “vivir del todo”. Ése es el secreto”.  (6)

 

 Ésa es la lección: Que lo que yo hago me salga de dentro, de mis entrañas, de mis raíces, de mi ser, casi sin poder remediarlo, como la inspiración del poeta o la sonrisa del niño. Que sea el florecer de mi existencia, no el resultado buscado y planificado de un deseo, una necesidad, un propósito. Que no haga yo lo que por el deseo del fruto, sino como expresión espontánea de lo que soy en libertad y gozo. ... Lo que nace del deseo puede dañar; lo que nace del ser siempre hace el bien. Es el reto para que “seamos” en plenitud, lo que nos devuelve una vez más a la responsabilidad de vivir el presente en toda su realidad, de entregarnos a la vida, de “entrar y salir” con ligereza alegre, para vivir cada momento en su totalidad vital.  (7)

 

 

a)1.  Vivir la vida en plenitud.

 

    La práctica del Zen es un tomar conciencia plenamente de nuestra vida, aquí y ahora.

                                                                  Steve Smith   (8) 

 

Es claro que nos conviene “entrar” en cada situación con generosidad y totalidad, para entregarnos a la vida y vivirla con la plenitud con que estamos llamados a vivirla. La dificultad surge cuando aquello en que tenemos que “entrar” es algo penoso, que nos desagrada y nos causa aprensión y temor. Es fácil entrar en casa de un amigo con la alegría anticipada del encuentro familiar, y es difícil entrar en el quirófano con la ansiedad palpitante de una operación quirúrgica. Es agradable entrar en la lectura de un libro que sabemos no va a deleitar con su tema y su estilo de autor favorito, y es desagradable entrar en el estudio de un odiado libro de texto para preparar un examen inevitable. Es fácil entrar en un empleo nuevo, y difícil entrar en el desempleo. ¿Qué hacer cuando nos toca entrar –como tantas veces en la vida- en algo molesto, desagradable, doloroso? ¿También hay que entrar en ello con toda el alma, con decisión, con totalidad?

La respuesta es que sí. Y el mismo ejemplo del quirófano lo aclara. No es agradable entrar en él, pero, si hemos de hacerlo, más vale que lo hagamos de veras, cuanto antes, sin retrasos ni remilgos ni protestas que no harían más que empeorar la situación. Y también visualizamos el final: el entrar de veras nos facilitará después el salir de veras. Al Mulla Naseruddín le preguntaron después de la operación de su esposa: “¿Qué tal está su mujer? ¿Se ha recuperado ya de la operación?” Y él contestó: “No. Todavía sigue hablando de ella”. La operación, que ha ocupado nuestra mente con miedo y temores antes de padecerla, seguirá ocupándola con dudas y preocupaciones mucho después de habérsenos dado de alta en el hospital. La salida limpia sólo se consigue cuando la entrada ha sido limpia. Eso nos puede ayudar cuando nos toca entrar en situaciones desagradables en nuestras vidas como a todos nos sucede más veces de lo que quisiéramos.  (9)

Si entrar en lo desagradable es difícil, entrar en lo agradable es peligroso. Es fácil ver por qué. Porque al desearlo, anticiparlo, apresurarlo, entramos en el acontecimiento vivamente esperado con tal intensidad que luego se nos hace difícil salir limpiamente de él. La despedida de la ocasión en la que “lo hemos pasado muy bien” nos lleva al sentimiento de que después no lo vemos a pasar tan bien. Se impone el contraste. Se acabó la fiesta. Se apagaron las luces. Se disolvió el grupo. Y sólo queda la nostalgia, el recuerdo, la impaciencia de cuándo volverá a repetirse. Se nos pegan las experiencias agradables, y es difícil limpiarse claramente del polvillo festivo que se ha alojado en nuestros vestidos y en nuestr piel. Al llegar a casa y quitarnos la ropa, la sacudimos para que se desprendan de ella los vestigios de cintas o confetti o espumas o burbujas que lo adornaron durante la fiesta. Es fácil sacudir la ropa y limpiarla, pero no tan fácil sacudir la ropa y despejarla de todos los recuerdos y emociones de la velada intensa. Y esos recuerdos, que el tiempo además revaloriza y aumenta si fueron agradables, se convierten en medida con que medir futuras fiestas, en comparación permanente de encuentros semejantes y en veredicto pesimista ante nuevos festejos: la otra fiesta fue mejor; ésta no puede ni compararse con la del otro día; ya no hay diversiones ocmo las de antes. La comparación ahoga la realidad. El pasado se traga al futuro.  (10)

Si las comparaciones nos sacan del presente y nos roban la capacidad de disfrutarlo, la imitación de lo que vemos, oímos y se nos impone como norma de moda y estilo de vida, prolonga esa influencia y debilita nuestra reacción espontánea ante lo que de veras nos gusta y agrada. Nos mete en molde prefabricado al que nos acomodamos creyendo que lo hacemos a gusto, y en el que perdemos nuestra originalidad y personalidad sin casi llegar a darnos cuenta de ello. Ya no se trata de “entrar y salir”, sino de seguir empaquetados en el envoltorio circundante y dejarnos llevar por lo que todos hacen y todos dicen, sin que de veras lo haga a gusto ninguno, y mucho menos nosotros mismos. De poco sirve hablar de “entrar y salir” cuando estamos atascados en un túnel de gustos y modales y giros y costumbres que se nos imponen forzosamente en los ambientes que apenas parecemos notarlo. Esa fuerza del ambiente embota nuestros sentidos y reduce nuestra capacidad de reacción y de espontaneidad ante las novedades de la vida.  (11)

Sí, somos nosotros. Somos todos nosotros lo que estamos retratados en esos anuncios que nos rodean, nos asedian, nos atacan, pero nos divierten tanto que ya no pensamos en el daño que nos hacen, y nos dejamos arrastrar sin resistencia por el ambiente al que nos precipitan. Difícil se nos pone el “entrar y salir” cuando apenas somos nosotros los que entramos y salimos, sino que son las cosas externas, los vestidos, los muebles, los coches, los viajes, los espectáculos, la comida y la bebida, los modos de hablar y la manera de gesticular los que entran y salen entre nosotros, lo que ordenan nuestra vida sin dejarnos tiempo a pensar en lo que de veras queremos nosotros; más aún, sin permitirnos el valor de sentir dentro de nosotros que queremos ser diferentes, porque queremos ser nosotros mismos en vez de modelos repetidos de fabricación en serie sobre una banda automática.  (12)

 

El P. Héctor Makibi Enomiya-Lassalle, S.J., Maestro Zen,  nos dice:

 

      Quien practica Zen deja de ser esa especie de objeto indefenso, arrastrado

       por vientos y corrientes, sin peso, sin personalidad interior, en el que corre-

mos peligro de convertirnos los hombres de hoy.  (13)

 

Claro que no podemos liberarnos por las buenas de los efectos del ambiente, y menos en el imperio de la TV y de la computadora, del grupo y de la sociedad, pero sí podemos vivir en el ambiente en que nos toca vivir, desarrollando al mismo tiempo una libertad interior que nos permita acomodarnos inteligentemente a lo que nos pide el ambiente, pero sin convertir a esa táctica en norma de vida, en principio moral, en convicción interior. Una cosa es ir a un concierto ensordecedor de escenario escatológico “porque no puedo vivir sin ver a mi héroe”, y otra muy distinta es ira al mismo concierto, si así lo requiere mi permanencia en un grupo que por otras razones me interesa, y en algún grupo he de estar de todas maneras; pero ir con el alma libre y el espíritu alegre –y quizá con tapones en los oídos-, con el deseo de la compañía, con la curiosidad de la novedad, con el respiro del ocio, con la observación del fenómeno; es decir, ir libre de necesidades compulsivas y abierto a experiencias culturales. El concierto es el mismo, pero la actitud lo cambia todo. Y éste es un ejemplo extremo que con facilidad puede aplicarse a otras situaciones más sencillas de la vida. Hacer lo que hacemos, pero no por rutina, sino por libertad; no por necesidad, sino por gusto; no por estar atascados, sino por entrar y salir una vez más de una situación de las que van componiendo la vida. Dejar que lo que pasa, pase. Dejarlo pasar. Y que no quede huella.  (14)

 

b)  Haz lo que haces.

 

  A Buda le preguntaron sus monjes acerca de lo que debían hacer para alcanzar la perfección, Buda contestó:

 

    “El monje, al andar, se entrega totalmente al andar; al estar de pie, se

     entrega a estar de pie; al estar sentado, se entrega a estar sentado;

     y al estar acostado, se entrega a estar acostado. Al mirar se dedica

     a mirar; al extender el brazo, a extender el brazo; al vestirse, a

     vestirse; y lo mismo al comer, beber, masticar o gustar o cualquier

     otrta acción, se dedica y entrega con perfecta comprensión a lo que

     se hace.

 

  Parece un programa fácil. Come cuando comas y anda cuando andes. ¿No es eso lo que todos hacemos? No del todo. De hecho, no lo hacemos nunca. Lo que hacemos es lo contrario: hablamos mientras comemos, pensamos mientras andamos y volvemos a pensar en otra cosa mientras estábamos pensando en la primera. Somos expertos en mezclarlo todo, interrumpirnos a nosotros

Mismos y mantener nuestra mente lo más lejos posible de donde están y de lo que hacen nuestras manos y nuestros pies. Apenas estamos donde estamos. Nos especializamos en estar donde no estamos, en ahcer con la imaginación algo enteramente distinto de lo que estamos haciendo con las manos. Age quod agis era la antigua máxima latina: haz lo que haces. Es decir, haz con toda tu alma, tu cuerpo y todo tu ser aquello que estás haciendo en este momento, sin distraerte y sin ponerte a soñar despierto. Bien sencillo y bien difícil. Sí que entendemos el sentido de la máxima y alabamos su sabiduría; pero se nos hace más agradable el soñar despiertos, y seguimos con nuestros sueños.  (15)

 

 

2.  Aquí y ahora.

                      “La eternidad se actualiza en el ahora y aquí de cada acción”.

Taisen Deshimaru.  (16)

                               

Sé lo que eres. Haz lo que haces. Di lo que dices.

  Nuestros pensamientos, bien se al estudiar, al conversar o al orar, no siguen con facilidad un curso continuo, sino que se van interrumpiendo a sí mismos con ligereza desoladora. El estudiante se queja de que no puede concentrarse en lo que estudia, y el religioso pide consejo para combatir las distracciones que no le dejan rezar. Incluso en una conversación ordinaria nos perdemos muchas veces lo que el otro ha dicho y tenemos que pedirle muchas veces lo que el otro ha dicho y tenemos que pedirle que nos lo repita, porque estábamos distraídos. La misma palabra “distracción” es angustiosa: dis-tracción quiere decir, literalmente, tirar violentamente en direcciones opuestas, desgarrar, desmembrar. Cuando nos distraemos, nos desgarramos a nosotros mismos, nos hacemos pedazos, dejamos ser de un todo, una unidad; dejamos de ser lo que somos. Distraerse significa poniendo en escena las tramas inconmpletas de ayer. Y proyectando las preocupaciones de mañana en la pantalla de hoy. En cualquier caso, nos dividimos por dentro y nos incapacitamos para vivir la plenitud de la vida en el único momento en que puede vivirse, que el aquí y ahora.

  Según la terapia de la Gestalt, el hombre se vuelve neurótico cuando pierde el contacto consigo mismo, con los demás y con el hic et nunc, con el aquí y el ahora.  (17)

  Los psicólogos definen al neurótico como “persona que se interrumpe a sí misma”, y me temo que la mayor parte de nosotros nos ganamos el título sin dificultad, si esa es la definición. Una vez que admitimos eso, podemos usar esas mismas interrupciones para conocernos mejor a nosotros mismos. Cada distracción, sea en conversación o en oración, es el hilo suelto que ha quedado colgado de una situación sin acabar que está clamando que la acabemos para permitirnos pasar a disfrutar de la siguiente.

  Esas barreras que llevamos dentro no nos dejan ser nosotros mismos, no nos dejan entregarnos de veras a lo que hacemos y responder con toda agudeza del entendimiento y el calor de los sentimientos. Se nos escapa el arte tan sencillo de cerrar puertas y dejamos a nuestro paso una estela de puertas abiertas que siguen dando portazos con el viento y distrayéndonos en nuestro andar. Si ha sido una experiencia desagradable, deja tras de sí un rastro de malestar contra uno mismo y contra todos los que han intervenido en ella; y, si ha sido una experiencia agradable, deja el deseo de prolongarla, de repetirla, de recordarla una y otra vez, de manera que ya no nos da placer, porque ha pasado, y no nos deja disfrutar de otros placeres, porque el recuerdo del pasado ensombrece la realidad del presente. Estas barreras reducen nuestra vitalidad y destruyen espontaneidad.  (18)

 

 

3.      El momento presente.

     Entrar profundamente en contacto es una práctica importante. Entramos en contacto con nuestras manos, con nuestros ojos, con nuestro oídos y también con nuestra atención vigilante. (19)  La primera práctica que aprendí –nos dice Thich Nhat Hanh, Maestro Zen vietnamita- cuando era un monje novicio era inspirar y espirar conscientemente, entrar en contacto con cada respiración mediante mi atención vigilante, identificando la inspiración como inspiración y la espiración como espiración. Cuando se lleva a cabo esta práctica la mente y el cuerpo se alinean, los pensamientos errabundos se detienen y se está en lo mejor de uno mismo. La atención vigilante es la sustancia de un buda. Cuando se penetra profundamente en este momento se percibe la naturaleza de la realidad y esta comprensión libera del sufrimiento y la confusión. De alguna manera aparece la paz: el problema es si sabemos o no entrar en contacto con ella. La respiración consciente es la práctica budista más básica para entrar en contacto con la paz. Me gustaría ofrecerles este corto ejercicio:

        

       Inspirando tranquilizo mi cuerpo.

       Espirando sonrío.

       Mirando en el momento presente,

       sé que éste es un instante maravilloso. 

 

  “Inspirando tranquilizo mi cuerpo”. Es como beberse un vaso de agua fresca. Se siente cómo la frescura permea el cuerpo. Cuando inspiro y recito esta línea experimento cómo mi respiración tranquiliza mi cuerpo y mi mente. En la meditación budista, el cuerpo y la mente se convierten en uno.

  “Espirando sonrío”. Una sonrisa puede relajar cientos de músculos en el rostro y convertirnos en dueños de nosotros mismos. Siempre que vemos una imagen de Buda aparece sonriendo. Cuando se sonríe con atención vigilante, se comprende lo maravilloso de una sonrisa.

  “Morando en el momento presente”. Recitamos esta línea al volver a inspirar y no pensemos en nada más. Sabemos exactamente dónde estamos. Por lo general solemos decir: “Espera a que acabe los estudios y obtenga mi licenciatura en Filosofía y entonces estaré vivo de verdad”. Pero cuando la hemos conseguido, nos decirmos: “Tengo que esperar hasta que tenga un trabajo para poder vivir realmente“. Después del trabajo, necesitamos un coche, y tras el coche, una casa. No somos capaces de vivir el momento presente. Siempre posponemos el estar vivos para el futuro, no sabiendo exactamente cuándo llegará. Es posible que no lleguemos a estar realmente vivos en toda nuestra vida. La técnica, si es que podemos hablar de una técnica, es ser en el momento presente, ser conscientes de lo que somos aquí y ahora, de que el único momento para vivir es el momento presente. Cuando espiramos decimos: “Sé que éste es un instante maravilloso”. Ser verdaderamente aquí y ahora y gozar del momento presente es nuestra tarea más importante.  (20)

 

 

a)       Respira, “aquí y ahora”: entra en el “instante”

 

                              “Entrega tu alma a la experiencia del momento”.

 

  Como estamos acostumbrados a un mundo acelerado y agobiante, que solicita continuamente nuestra respuesta, nuestro movimiento, nuestra sintonía, resulta perfectamente “normal” que uno se sienta cansado cuando no se detiene y raro, extraño, desorientado cuando todo se detiene.

  La mente ofrece mucha resistencia a detenerse. No tiene sosiego, no se aquieta.

 La respiración, que refleja inevitablemente nuestra manera de ser y de estar, puede ser clave importante para crear sosiego y esa detención, sin trauma, y para facilitar la hondura  creciente de nuestra conciencia, frecuentemente agobiada.

  Siempre que tengas tiempo, aunque sea sólo unos pocos minutos, “lentifica tu respirar”. En cualquier circunstancia en que te encuentres sentado, esperando en una antesala del doctor, en un autobús, en una conferencia aburrida, en la iglesia, lentifica tu respirar.

  Ordinariamente estamos alterando nuestra respiración, frenándola, inhibiéndola. Es un reflejo de nuestra mente. Se ha llegado a afirmar que:

 

    “La inhibición de la respiración es el mecanismo fundamental de la neurosis”.     

W. Reich (1897-1957).  (21)

 

  Y también:

           “No existe neurosis sin tensión abdominal crónica”.

 

Cierra tus ojos y observa tu respiración:

observa tu “respirar”; observa tu aliento

entrando y saliendo, saliendo y entrando.

 

 

  b)  Encuentra tu hogar en tu respiración

 

   Encuentra tu hogar en la “sensación” de tu respirar.

  Colócate en una posición en la que puedas sentirte cómodo durante quince minutos.

  Cierra los ojos. Suavemente centra la atención en tu respiración. No se trata de que pienses en la respiración; trata de experimentar la sensación física del aire que entra y sale de tu cuerpo. No hay nada que hacer, ningún lugar adonde ir. Sencillamente toma conciencia de la sensación de respirar.

  Siente el recorrido del aire, cómo pasa por tu nariz, por tu garganta, tu pecho y tu abdomen. Experimenta la corriente natural del aire al entrar y salir. Sin tratar de controlar ni cambiar la respiración, déjala ser tal como es, “que la respiración respire”, sin comentarios. Si es lenta, que sea lenta, si es superficial, que sea superficial, si es rápida o profunda, que sea rápida o profunda.

  Si surgen pensamientos, déjalos marchar amablemente y vuelve a centrar la atención en la respiración. Deja que todos los demás pensamientos pasen, manteniendo suavemente la atención centrada en la respiración, en el suave movimiento de subir y bajar. No te desanimes. Al principio tu pensamiento divagará muchas veces. Cada vez que lo haga sencillamente adviértelo y vuelve a concentrarte en la respiración.

  Imagínate que creas tu hogar en la respiración. Nota la sensación de hogar en ese lugar del abdomen donde reside el aire inspirado. Siente abierto ese espacio de tu cuerpo y recibe el aliento que lo hace tu hogar. Pasado un rato podrás acompañar en silencio la espiración con la palabra “hogar”. Observa cuando tengas la sensación de hogar, observa cómo se eleva y baja esa sensación de hogar.

  La función respiratoria, a la vez vegetativa involuntaria y voluntaria, está indisolublemente ligada a la vida mental. Es expresión de la calidad de la mente. Y gracias a que interfiere con la mente, puede convertirse en un magnífico instrumento para la reeducación de la mente.

  La respiración es una gran oportunidad para tranquilizar la mente; para adentrarnos en nuestro cuerpo, y para crear una elemental conciencia de estar en presentes: “aquí y ahora”.

  La respiración es un ancla en medio de las mareas de circunstancias y emociones que no cesan de cambiar.

  En nuestro hogar; ahí es donde vivimos y “somos”. El aire nos hace “ser” –de alguna manera-, existir, sentirnos, vivirnos: ser y estar.

  En esa observación nada es rechazado; lo aceptas todo: el ruido de la calle, ¡está bien!, lo acepto, no me estorba. Yo sigo observando mi respiración; alguien no para de toser a mi lado, está bien!, lo acepto, no me estorba. Yo sigo observando mi respiración. Recuerda: ¡nada es rechazado!

  Estás respirando y construyendo, al mismo tiempo tu presencia: Estás en presente, es una de las prácticas más importantes. Es la base de todas las prácticas restantes: fundamentalmente la meditación y, sobre todo, la oración. Es tener la conciencia puesta exactamente donde uno está ahora y en este momento, en lugar de estar pendiente de lo pasado o de lo que se cree que va a ocurrir.

  Estar presente experimentarse tal cual se es en este momento: “aquí y ahora”. Y experimentarse en algo tan básico como es el hecho de “respirar”.

  En el presente uno siempre se serena. La serenidad siempre está relacionada con estar “aquí y ahora” sin recuerdos ni proyectos ni proyecciones.

  Volver al presente, además de volver a la serenidad, es volver a ese ámbito donde todo puede ocurrir. Todo lo que ocurre, ocurre siempre en presente: nunca en pasado ni en futuro.

  El “aquí y ahora”, la serenidad, nos prepara para que nos ocurra Dios, cuando nuestra fe asuma ese momento de serenidad, de estar en casa, de sentirse integrado y abierto.

 

                            “Dios siempre ocurre en presente.

                                  Dios está siempre presente.

                                         ¡Dios es presencia!”

 

  El hombre, el orante, frecuentemente está ausente. Necesita educarse para sintonizar con esa Presencia, que es Dios.

  Estando en presente la mente y el cuerpo se relajan; la conciencia se libera; el tiempo parece que se detiene; se obtiene una reanimación y renovación interior saludable, que irá aumentando con el tiempo.

 

                         “La persona, aunque sea por unos

                       momentos, se libera de las presiones

                     y de las tensiones de la vida ordinaria”.  (22)

 

 

c)      Dios en el momento de la vida cotidiana

 

  En nuestro camino espiritual intentamos llegar al momento presente y hacernos uno con lo que estamos haciendo en ese preciso instante. Es allí donde Dios nos es más íntimo.

  La acción más insignificante debería estar acompañada de la mayor atención interior; por ejemplo, cuando subimos las escaleras, abrimos la puerta, nos lavamos las manos o estamos esperando un semáforo.

  Cuando vamos al trabajo, hacia la estación o de compras, andamos de forma diferente. Ya no estamos con nosotros mismos. Ya no estamos en el momento presente. Ya no estamos en la Vida. La Vida está únicamente en el instante. Hay santísimas ocasiones de ejercitar la vida auténtica, es decir, de estar completamente con nosotros mismos, de estar totalmente en lo que hacemos. Puede que entonces resulte difícil leer y escuchar música al mismo tiempo; no será posible. Debemos aprender de nuevo cómo se come, cómo se limpia la lechuga, cómo se va al trabajo, cómo se pasa el tiempo libre. Muchos que se encaminan al Zen o a la contemplación tienen expectativas erróneas. No se trata de ningún estado separado del mundo sino de la experiencia del mundo en este preciso instante.  (23)

  Zen es espiritualidad cotidiana.  (24)

 

 

d)     Fluyendo en el presente eterno

 

                      Sólo de la mente serena surge la plenitud del presente, en el no-yo.

                                                                 Jordi Vilanova  (25)

 

  La meditación Zen es un método excelente para fundir el pasado y el futuro en el instante presente. El Zen enseña la práctica y la filosofía del instante presente. Nuestra existencia es ahora. Vivimos ahora y aquí. La vivencia plena del presente nos libera de la carga pesada del pasado permitiéndonos una gran libertad de crear nuestra vida instante tras instante. Al mismo tiempo nos hace ver la futilidad de nuestras proyecciones sobre el futuro.

  No obstante, la experiencia del aquí y ahora de la que nos hablan los maestros Zen no puede ser concebida totalmente desligada del pasado ni del futuro. Ello sería un acto de irresponsabilidad extrema. Lo que el Zen viene a decirnos es que el momento presente, aunque no sea exactamente el pasado, es la cristalización actual de todos los acontecimientos pasados y, al mismo tiempo, constituye la semilla del futuro. El momento presente del Zen no es una estación intermedia en la línea ferroviaria que viene del pasado y que se dirige hacia el futuro. El momento presente es sencillamente el único que existe, el único que es real. Su realidad incluye, no excluye, todos los instantes pasados y todos los instantes futuros.

  Lo único que existe, instante tras instante, es el momento presente. Por lo cual, podemos decir que la vida fluye incesantemente de un instante a otro sin abandonar nunca el presente. Al experimentar de esta forma el tiempo evitamos las percepciones extremas del tiempo percibido como un círculo cerrado sobre sí mismo o percibido como una línea continuamente proyectada hacia el futuro.

  El tiempo fluye y al mismo tiempo es siempre presente. Un presente eterno. Por ello, la mejor manera de experimentar el tiempo es fluyendo en el presente eterno.  (26)

 

  O como nos dice la Maestra Zen Aoyama Shundo: “Debes eliminar todos los pensamientos sobre lo que te gustaría hacer y dedicar toda tu energía, aquí y ahora, a la función que se te ha asignado”. (27)

 

  El Maestro Deshimaru nos explica lo que es el Zen en la vida cotidiana: “Concentrarse en lo que se hace aquí y ahora, estar plenamente atento a la acción presente. Ser y estar siempre en lo que se hace, tal es el espíritu del Zen. Debes concentrarte en cada acción cotidiana. Cuando comas no hables, no mires la televisión, no leas el periódico., Sobre todo, evita hacer preguntas. Es lo que hace todo el mundo hoy día. Las personas que hablan comiendo no están concentradas. Por otro lado, las que hablan mucho no son demasiado cuerdas.

  Cuando camines no hace falta que hagas kin-hin (Zen caminando); camina más rápido pero concentrado, y cuando conduzcas ten cuidado, no hables con los pasajeros, no los preocupes mientras estés al volante.

  Zen es concentrarse en cada instante de la vida cotidiana. La vida moderna vuelve las cosas muy difíciles; aunque uno se resista a ello, nadie lo negará. Algunos de nuestros contemporáneos se dan cuenta de la situación, pero debido a su dispersión no se molestan en enseñar a los niños a concentrarse, ni tampoco a desarrollar su intuición y sabiduría.

  Aquí y ahora significa estar enteramente en lo que se hace y no pensar en el pasado o en el futuro, olvidando el instante presente. Si no sois felices aquí y ahora, no lo seréis jamás.

  Cuando se tiene que pensar se piensa. Se piensa aquí y ahora, se trazan planes aquí y ahora, se recuerda aquí y ahora. La sucesión de aquí y ahora se hace cósmica y se extiende hasta el infinito.  (28)

 

  Zazen es tomarse el tiempo de ser. Zazen es ser, aquí y ahora. Zazen es sentarse y sentirse. Sentir lo que somos aquí y ahora. Zazen no significa atrapar algo, ni siquiera la iluminación. No tenemos nada que atrapar puesto que cuando somos, lo somos todo, incluida la iluminación.

  Zen significa mirarse a sí mismo, conocerse a sí mismo, hacerse íntimo consigo mismo. Zazen significa sentirse a sí mismo. En el Zen no se trata de obtener nada, sea lo que sea. No se trata de correr detrás de algo, ni siquiera la iluminación. No se trata de aprender teorías ni de adoctrinarse en una nueva religión. Zazen significa sentarse y sentirse, nada más y ni nada menos.

  Al sentarnos en zazen nos tomamos el tiempo de ser lo que somos, aquí y ahora. No nos sentamos para dejar de ser lo que somos y llegar a ser otra cosa. Zazen es un camino en el que no se va a ningún sitio distinto del aquí y ahora. Sentarse en zazen significa abandonar todas las perspectivas, todas las expectativas de nuestra mente egoica. La mente egoica no tiene nada que hacer durante el zazen, nada a lo que aferrarse. Zazen es el abandono de todas las expectativas. No tratamos de llegar a ser santos, ni sabios, ni budas. No huimos de la basura interna. Simplemente nos sentamos y nos sentimos. Es todo.

  Durante el zazen, por el simple hecho de sentarnos y sentirnos totalmente, sin categorías ni limitaciones, rompemos con la imagen mental, parcial e ilusoria que teníamos hasta entonces de nosotros mismos. Simplemente por el hecho de sentarnos, callarnos y sentirnos. Es muy simple: sentir la respiración, sentir los latidos del corazón, sentir los movimientos de las tripas, del estómago... Esto es muy importante.

  En la vida diaria estamos tan ocupados en llegar a ser que nunca somos aquí y ahora. Zen no es llegar a ser nada, sea lo que sea, sino ser aquí y ahora.

  La Vía del Zen es una vía de conocimiento y de sabiduría muy antigua. Ha sido transmitida de generación en generación, de maestro a discípulo. Todos los budas, todos los Maestros Zen han alcanzado este ser, esta plenitud de ser, sentándose, solamente sentándose y sintiéndose.  (29)

  Zen es recuperar naturalmente la pureza de ser, la calidad de ser, que el crío tiene antes de que los adultos los pervirtamos. Zen es volver al niño que somos. Descubrir nuestra vida a cada instante. Ser de nuevo a cada instante. El ser que somos ahora no tiene nada que ver con el ser que fuimos hace una hora. Es otra cosa.  (30)

     

  Zazen es ante todo tomar conciencia de nuestra posición de ser humano. Tomar conciencia del espacio, del aquí, y tomar conciencia del momento, del ahora. Tomar conciencia aquí y ahora de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu. Siguiendo el sentido común, podríamos decir que zazen no es una vía espiritual, de desarrollo del espíritu, porque no se apoya tan sólo en el espíritu sino también en el cuerpo, en lo material tanto como en lo espiritual. No busca una iluminación especial, ni un contacto extraterrestre, ni un poder que nos sitúe entre los dioses. Zazen es caminar con el cielo encima de nuestra cabeza y con la tierra debajo de nuestro pies, es encontrar nuestra condición normal como seres humanos.

El Zen es estar de pie. El Zen es sentarse. El Zen es caminar. A cada momento nos encontramos en presencia de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu. Los dos juntos son nuestra vida aquí y ahora. Zazen es la posibilidad para el hombre de encontrar su verdadero sitio en el seno del universo, su sitio en el seno de la humanidad, es en ese momento cuando puede aparecer la verdadera vocación espiritual.  (31)

Lo importante es darse cuenta del valor verdadero del más mínimo fragmento, de la más minúscula de las cosas que vienen a nosotros en nuestra vida diaria.  (32)

El lugar último de reposo del Zen, la vida del Budismo, es el Zen-en-acción, es no desviarse de la actividad natural de la vida cotidiana ordinaria.  (33)

 

 

4.      Vivir el presente con entrega y desprendimiento.

 

Vivir el presente no es tarea fácil como parece. Paradójicamente, cuesta una vida entera aprender el valor de un día, y hacen falta muchas horas para lograr concentrarse en un solo instante. Es el difícil arte de estar plenamente donde estoy y plenamente dispuesto, al mismo tiempo, a pasar a la próxima situación en cuanto se presente. Entrega y desprendimiento. Entrada y salida. Las raíces del roble y las alas del águila. Dispuestos a permanecer cuanto haga falta y dispuestos a volar en cuanto la vida se mueva y la creación siga su curso. Tan fácil de decir. Y tan difícil de poner en práctica. Quien lo haya intentado sabe lo que digo. Vivir el presente. Liberarse de miedos y condicionamientos para llegar a ser uno mismo día a día, en creación renovada.

No hay atajos para las cosas que de verdad valen en la vida. No hay fórmulas mágicas, no hay remedios infalibles, no hay revelaciones instantáneas. Angosto es el camino y estrecha es la puerta. Si hubiera atajos, la meta no merecería la pena. El camino es largo y la noche oscura. El paso dudoso, las caídas frecuentes, el terco desánimo, la esperanza súbita, el destello deslumbrador, la celebración anticipada, la nueva subida, el esfuerzo repetido, la confianza íntima, la alegría, el miedo, la larga paciencia en prueba de fe...

¿Quién puede describir el camino de la mayor aventura del hombre sobre la tierra, la determinación de ser él mismo, de encontrar su rostro, desafiar su destino, encontrar su alma con la determinación intrépida que lo llena de valor hasta la muerte, y de fe más allá de la muerte, hasta la otra vertiente de la eternidad, en la presencia misma del Padre que lo creó a su imagen y semejanza y que es el único que puede darle la gracia de llegar a descubrir su divina identidad en el espejo de la fe? Nada hay que pueda reemplazar a la entrega personal a la fe y a la verdad en la presencia de ángeles que contemplan y rezan. ¿No se colocó al hombre justo por debajo de los ángeles, tocando el borde de sus alas?

Un par de anécdotas para aliviar la tensión del fervor apasionado en la búsqueda vital de la última identidad.

Después de muchos años de humilde aprendizaje espiritual en disciplina y obediencia, el impaciente y frustrado discípulo le preguntó al maestro: “Hace años sin cuento que os he servido con toda fidelidad en busca de la sabiduría y la salvación; he hecho todo lo que me habéis dicho y he aprendido todo lo que me habéis enseñado; y, sin embargo, no he adelantado nada y no me habéis descubierto el secreto de la iluminación. ¿A qué esperáis?” El maestro respondió: “Estaba esperando a que me hicieras esa pregunta”. Y las cosas siguieron exactamente como hasta entonces.

Un impaciente buscador del espíritu no pudo ya contenerse, consiguió la dirección de un afamado maestro, se presentó en su casa y pidió, sin más ceremonias, que le enseñara el camino de la iluminación del alma. Ésta es la respuesta que obtuvo: “He de decirte tres cosas. Primera: Estás en este momento tan excitado que no serías capaz de entender nada que yo te explicara ahora. Segunda: Me estás pisando el dedo gordo del pie. Tercera: Te has equivocado de dirección; el maestro a quien buscas vive en la casa de al lado”.

El método inglés para obtener un céspeda perfecto: preparar el terreno. Arrancar todas las raíces dañinas. Echar las semillas. Esparcir abono. Regar regularmente durante seiscientos años.

Este último método es el que más se acerca a la verdadera actitud para que florezcan los campos del alma. Espera. Siembra la semilla y descansa. Relájate. Observa. Ten todo presente en la mente. Estate siempre alerta, siempre despierto. No pierdas contacto. No abandones la escena. Visita el césped todos los días. Fíate de la naturaleza. Invita a la lluvia. Deja que el sol juegue con la hierba. La manera de vivir el presente, de ser uno mismo, de econtrar la realidad, de vivir la vida, de abrirse a la gracia, de preparar los caminos del Señor, es estar siempre atentos, lámpara en mano, pies en el suelo, la mirada sobre el horizonte y el corazón en las nubes. La virgen prudente. El siervo fiel. El amigo ferviente

Observar mis propios pensamientos, descubrir las raíces de mis condicionamientos, el nacimiento de mis prejuicios, la formación de mis miedos. Observar, descubrir, levantar. Sacar a la luz todo lo que sucede en la oscuridad que hay dentro de mí. Hacer salir a la superficie consciente todo lo que ocurre en oculto subconciente. Basta con saber, descubrir, sacar a luz. Nada de propósitos, reformas o violencias morales. La naturaleza es sabia y la gracia se nos concede con que nos abramos en la sencillez de saber dónde estamos y qué es lo que necesitamos. Por eso, vigila y observa. Día a día. Hora a hora. Toda la vida. El guardián bíblico que espía el primer rayo del sol naciente y deja que su luz le llene el alma con gratitud cósmica. Quien aprende a observarse a sí mismo se encuentra a sí mismo.

La mayores aventuras del hombre sobre la tierra han sido descubrimientos. Un contintente, una cumbre, un elemento químico, una estrella... El gran descubrimiento que nos aguarda a cada uno de nosotros, atrevido en su audacia y consolador en el premio, es el descubrimiento de nosotros mismos. Conocerme a mí mismo. Ser yo mismo. ¿Cuándo llegará el hombre, el gran descubridor, a descubrirse a sí mismo?  (34)

 

 

a)        El desprendimiento interior.

 

Los apegos a las cosas y a las personas son los que nos precipitan al “entrar” y nos dificultan el “salir”. Lo dice la palabra: estar pegado. No nos movemos con facilidad. Perdemos el flujo de la vida, el impulso del movimiento, la suavidad del deslizarse por la existencia. La expectativa del evento feliz difumina todo lo que precede con el enfoque cambiado de lo que va a venir, y enturbia también todo lo que sigue con la mirada atrás que entorpece el camino adelante. Por eso el desprendimiento interior es la gran virtud de la vida que realza cada situación al no subordinarla a las demás.

Es paradoja real y evidente que el distanciamiento racional de un evento nos ayuda a disfrutarlo más, así como a los que lo precedieron y lo seguirán. El entusiasta loco de un equipo de futbol apenas ve el partido en que su equipo se juega el título, preocupado como está sólo por los goles y el resultado, que o bien lo llevará al éxtasis si triunfa el equipo, o bien lo dejará por los suelos si pierde; mientras que el aficionado razonable que entiende de futbol y sabe lo que es un buen partido y está también a favor de un equipo, pero sin enloquecerse por la victoria, lo pasará mucho mejor con cada jugada durante todo el partido, y sabrá seguir luego con cada jugada durante todo el partido, y sabrá seguir luego con la vida ordinaria que le sigue, sin traumas por un lado ni celebraciones desorbitadas por el otro. El equilibrio en las emociones ayuda a sentirlas mejor y a hacer que nos ayuden, en vez de estorbarnos. El desprendimiento bien entendido –que no es ni pasividad ni indiferencia ni cinismo- es gran ayuda de vida en el entrar y salir que constituye nuestro paso por el mundo.

La manera práctica de ir limpiando los canales de nuestra existencia para que no se nos peguen sus adherencias y no se entorpezca nuestro fluir, es estudiar y dominar los apegos que nos atan a personas y objetos a nuestro paso por la vida. No es que no haya que amar, gozar, entregarse a lo que se hace y disfrutar de lo que se puede. Al contrario, el vivificar el presente nos realza su gozo. Pero hay que hacerlo sin compulsión, sin ansiedad, sin agresividad. El ser posesivo destruye a la larga la posesión.

Todas las religiones han enseñado el valor del desprendimiento, y todas las psicologías el valor de la ecuanimidad. El aferrarnos a las cosas o a las personas debilita nuestra relación con ellas. El miedo a perder algo en el futuro estropea el gozo de poseerlo en el presente. Hay que saber entregarse a lo que hacemos, precisamente para que no nos quede el resquemor de no haberlo hecho cuando estábamos en ello. Entrega con desprendimiento y desprendimiento con entrega: he ahí la paradoja eficiente de las cosas bien hechas.

Ni el equilibrio entre el apego y la indiferencia es delicado. Ni un extremo ni otro. Ni podemos vivir sin nada y sin nadie, ni podemos pensar que no podemos vivir sin algo o sin alguien. La docrina es clara, y sus aplicaciones difíciles. Por eso en el Oriente se cuentan cuentos para animar el esfuerzo sin imponer sus condiciones. Su tradición está llena de historias de desprendimiento como base de todo avance en el reino de la espiritualidad.

Hay que estar siempre alerta y siempre relajados. Hay que saber entregarse al presente con toda el alma, y despedirse también con toda el alma. Despedir la noche con paz para poder recibir la mañana con alegría. La despedida limpia prepara la bienvenida abierta, y esa actitud continuada revaloriza cada acción en la vida.  (35)

 

 

b)       Vivir en contacto. Estar donde estoy.

 

“Lo importante no es hacer, moverse mucho, sino saber estar en su sitio,

vivir respondiendo.”

                    Ana Ma. Schlüter Rodés, Kiun an. Maestra Zen.  (36)

 

Veíamos arriba “no perder contacto”, ahora veremos “vivir en contacto”. Estar donde estoy. Hacer lo que hago. Ver lo que veo. Día tras día y hora tras hora. Ésa es la asignatura de la vida. No se trata de acontecimientos grandes o pequeños. Todo vale. Lo importante es dar valor a cada uno con la presencia atenta en el momento dado. No hacen falta acciones heroicas, sino vivencia constante. Si hay mayor mérito, está en valorar las acciones ordinarias y los momentos triviales. Si estamos plenamente presentes en ellos, lo estaremos con más facilidad en los de trascendencia.  (37)

¿Dónde estás ahora? ¿No es ésta tu casa? No en el sentido, noble pero superficial, del amigo que ofrece su casa al huésped con el gesto elegante que dice: “Ésta es tu casa”, sino en el sentido mucho más profundo y trascendental de que mi casa es donde estoy, que yo vivo de lleno donde me encuentro en cualquier momento, que hago contacto con mi entorno, que no soy extranjero ni huésped en ninguna parte, pues el mundo es mi hogar, el momento presente es mi existencia, y las circunstancias de la vida son la piel de mi alma.

  ¿Hasta cuándo voy a estar viviendo en un sitio y añorando otro? ¿Hasta cuándo voy a estar pendiente del calendario marcando como un año escolar los días que faltan para acabar el curso y volver a casa? ¿Hasta cuándo voy a medir distancias, soñar lejanías, acariciar sueños? ¿Hasta cuándo voy a estar en el colegio deseando ir a casa, y en casa deseando ir al colegio? ¿Hasta cuándo voy a forzar reformas, imponer ideales, retorcer la vida? Estoy donde estoy. Vivo donde vivo. Ésta es mi casa. Éste es mi hogar. Que los planes de hazañas futuras no me roben nunca la realidad del contacto presente. Que los muros de la casa en que nací no me impidan ver la anchura de los horizontes que se me abren a cada momento en mi camino pro la vida.

  ¿Cuándo podrá ir a casa? Vamos traduciendo: ¿Cuándo alcanzaré la liberación? ¿Cuándo aprenderé a meditar? ¿Cuándo dominaré mi genio? ¿Cuándo disfrutaré con mi trabajo? ¿Cuándo llegaré a entender el sentido de la vida? ¿Cuándo averiguaré quién soy? Preguntas todas que tienen su respuesta precisamente en dejar de ser preguntas. La búsqueda acaba, no cuando se encuentra la respuesta a la pregunta, sino cuando la pregunta desaparece por sí misma. Ya he llegado, ya medito, ya soy este que está aquí en este momento, ya siento que el hoy es al eternidad. Si no me encuentro en casa en donde estoy, no me encontraré en casa en ninguna parte; y si siempre estoy anhelando llegar a algún sitio, no descansaré nunca. Mi casa está aquí. Me encuentro a gusto en cualquier instante. Mi dirección postal es el trozo de terreno que ocupan mis pies. Mi número de teléfono es el que cantan los pájaros al vuelo en mi camino. Llamadme, y ellos sabrán dónde encotrarme. Soy amigo de todos los caminos del mundo.  (38)

 

 

c)  Estar pero sin dejar huella.

 

  Estar del todo en la tierra, en lo que a la vida práctica concierne, pero estar al mismo tiempo desprendido, desatado, despegado. No dejar huella del paso por la tierra, ni recuerdos, ni ataduras. Nada que pueda anclar el pasado o condicionar el futuro. Pasaje libre, como el viento por las copas de los árboles en las horas tempranas de un día de primavera.

  Llegar a todas partes y no atascarse en ninguna, ir y venir, entrar con suavidad y despedirse con alegría. No cargar a la mente con equipaje de recuerdos, apegos, resentimientos o lamentos, sino tenerla siempre limpia y libre para moverse con facilidad por las rutas de la vida. La alegría de la mente viajera.

  No es fácil salir de cada situación en la vida sin quedar marcado por ella, sin que algo de ella se nos pegue y nos estorbe en nuestras etapas futuras. No atravesamos con claridad desprendida los encuentros, sucesos, pruebas o placeres de esta complicada vida, y siempre se nos queda pegado algún resto que empaña la limpieza de nuestro ser. Todo suceso deja rastro en nosotros, y las capas del pasado pronto ocultan la nitidez del presente. Si consiguiésemos aprender a pasar sin contaminarnos por cada ocasión de la vida, andaríamos con mucha más gracia y alegría por sus caminos.

  ¿Cómo, pues, salir limpios de cada incidente? La respuesta es sencilla, casi tautológica, y nos introduce en un círculo vicioso. Por eso la respuesta no es respuesta, y así como ha de ser, ya que no hay soluciones finales ni recetas mágicas para los problemas de la mente. Es tan sólo una manera de ir diciendo lo mismo una y otra vez con ligeras variaciones, con la esperanza de que eso vaya creando una nueva atmósfera a nuestro alrededor y, al respirar aires nuevos, la mente despierte algún día también con renovada vitalidad. Ésta es, pues,  la respuesta que no es respuesta, la respuesta que es sólo eco de la pregunta, explicación provisional de la queja permanente: ¿Por qué no llegamos a salir del todo de los sucesos de nuestra vida? No llegamos a salir del todo, porque tampoco llegamos a entrar del todo. Eventos grandes y pequeños, asuntos diarios o aventuras importantes, todo lo hacemos a medias, sin entregarnos del todo al principio y, por consiguiente, sin poder salir del todo al final. No hay contacto completo al comenzar, y por eso tampoco lo hay al acabar. Entramos a medias y salimos a medias. Y ya, para completar el evidente círculo vicioso, ¿por qué no entramos del todo en cada suceso? Porque no hemos salido del todo del anterior. Sólo queda ya por elegir en qué punto queremos romper el círculo.

  No me entrego del todo a la vida en sus múltiples manifestaciones de cada día, porque empiezo por no poseerme del todo a mí mismo. Si no soy del todo dueño de mí mismo, ¿cómo voy a comprometerme del todo con cualquier cosa? No me conozco a mí mismo, no me fío de mí mismo, no me domino a mí mismo. Tengo miedo al sufrimiento y tengo miedo al placer, pues aún no he aprendido a disfrutar de las cosas con buena conciencia. No estoy satisfecho conmigo mismo, me encuentro impaciente, ansioso, nervioso. ¿Cómo puedo meterme en nada con toda el alma cuando tengo el alma dividida, cada parte por su lado?  Y en medio de todo eso descubro en mí mismo una tendencia que desbarata todos mis intentos de recobrar la totalidad en mi ser y hacerla funcionar. Esa tendencia es pura pereza, una cierta tacañería mental, una resistencia interior a entregarme de lleno al trabajo, aun sabiendo que iba a ser para bien mío. Llevo dentro un avaro escondido que no me deja emplearme a fondo aunque quisiera, que lleva las cuentas y quiere ahorrar energías para posibles emergencias futuras, sin caer en la cuenta de que la mejor manera de reforzar las energías del alma es usarlas de lleno en cada momento. Todo en la vida importa. No hay evento pequeño, no hay ocasión despreciable, no hay oportunidad desdeñable. Todo cuanto me sucede exige de mí todo cuanto yo pueda dar; y, si me reservo y entro en la refriega sólo a medias, no hago más que hacerme daño a mí mismo e impedir mi propio crecimiento espiritual. Mi falta de generosidad para con la vida es la razón diaria y permanente de que yo no me desarrolle como sé que podría hacerlo.  (39)

 

 

d)  Nacer y morir es la forma definitiva de entrar y salir.

 

  Hasta de la vida hay que despedirse. Nacer y morir es la forma definitiva de entrar y salir que constituye la entraña misma de nuestra existencia en estes mundo. Hemos andado entrando y saliendo de sucesos y circunstancias, de ocaciones grandes y pequeñas, de momentos de dolor y momentos de gozo, bien o mal, mejor o peor; ya así hemos ido labrando nuestra carrera en este mundo, que un día empezó y un día acabará con una entrada definitiva que esperamos gloriosa sin fin.

  Nacer es entrar, y todo lo que hagamos para que esa entrada sea suave y delicada ayudará a todas las demás entradas en la vida. A veces, como parte de su terapia, los psicólogos nos hacen revivir en fantasía el momento de nuestro nacimiento, y esto no es un ejercicio inútil, sino un esfuerzo dirigido a sanar las heridas que se pudieron producir en nuestra mente y los restos que pueden permanecer en nuestra memoria, y así volver a nacer en conciencia activa y equilibrio interno, logrando hacer nuestro de nacimiento la entrada protegida y vivida que siempre debió ser. Momentos importantes en nuestra vida marcan a veces lo que llamamos, “un nacimiento nuevo”, y dan así valor a nuestra primera entrada corrigiéndola y realzándola en toda la importancia que tiene y que nos acompaña de por vida.

  Y si nacer es entrar, morir es salir. La salida definitiva. Queremos una buena muerte, porque sabemos que es importante como fin de la vida y comienzo de la eternidad; y aquí viene el instumento sencillo de preparar esa última salida. La ensayamos en cada salida parcial, grande o pequeña, a lo largo de toda la vida. Cada despedida, cada viaje, cada libro que se acaba de leer, cada hoja de calendario que se arranca, cada papel en la papelera, cada taza de café vacía, cada par de zapatos gastado, cada puerta cerrada, cada motor parado, cada “hasta la vista”, cada beso soplado, cada mirada atrás, cada lágrima, cada suspiro... es un cerrar, un marcharse, un salir, que en su ensayo repetido y acumulado va preparando el salir definitivo que cerrará todas las puertas y clausurará nuestro calendario en una fecha tan clara y para siempre como fue la fecha en que lo inauguramos. La mejor manera de prepararnos para la despedida final es saber despedirnos en las separaciones actuales. Entrar y salir. Despedidas limpias desde ahora, sin añoranza, sin apego, sin tentáculos, sin medias tintas, sin pie dentro y otro fuera, sin tristeza, sin nostalgia... son las que preparando la última despedida limpia también y llena de via al pasar por la muerte que nos lleva a la eternidad. Quien aprende a salir limpio de cada circunstancia de la vida, sabrá salir limpio del último trance con personalidad intacta y fe llena de ilusión.

  Las muertes de aquellos a quienes queremos nos preparan también, si así sabemos entenderlas, a nuestra propia muerte. Son aviso, recordatorio y ensayo. A medida que otros “salen” de nuestras vidas y se marchan para siempre, nos van recordando que nosotros también “saldremos” un día de nuestra propia vida terrena y seremos protagonistas del funeral, en vez de asistentes. Es momento privilegiado de aprender la lección importante. La separación es siempre dolor para los que se quedan, aunque sea gozo –eterno en este caso- para el que se va. Pero dentro de ese dolor hay algo que analizar para nuestra enseñanza. A veces nos queda la pena de no habernos acercado más...; una pena que ya no puede remediarse y que nos deja un sinsabor amargo, junto con el recuerdo de quien ya no está. Hablando desde nosotros, la salida de aquella persona de nuestra vida no fue limpia por nuestra parte, y ese desasosiego nos puede adiestrar en el arte viviente de cómo relacionarnos con los demás de manera que la separación no cause remordimiento, y la muerte –la suya o la nuestra, cuando nos toque- no deje capítulos incompletos en nuestra biografía familiar y social. Cada esquela es, no ya sólo una cita en una iglesia, sino una lección de vida para cada uno de nosotros en aprender a entrar y salir con dignidad y elegancia de todo lo que hacemos y todo lo que vivimos.

 

       “El Zen es sufrimiento, se sumerge en el sufrimiento. El hombre de hoy quiere huir del sufrimiento, así se vuelve débil, sin defensa, sin resistencia al estrés de la vida moderna. El Zen no aconseja ni huir de lo que puede ser duro de soportar ni buscarlo. Es un retorno a las condiciones normales del ser, cuerpo y espíritu. La energía se acrecienta. Se adquiere una vigilancia, una actitud adecuada que pone las cosas en su sitio exacto, el que deben tener, sin que las agrave la imaginación. La referencia a la ecuación vida-muerte está constantemente presente en el Zen. Da un espíritu y una gran fuerza física y moral en la vida cotidiana.”  (40)

 

       “La muerte al separarnos

       del que se aleja;

       nos enseña a acercarnos

       a los que deja”.

 

  Acercarnos en el mejor sentido de la palabra, que es intimidad con respeto, cercanía con distancia, amor con delicadeza, entrega con desprendimiento. Darnos del todo para saber recobrarnos del todo. Esto ya va abocado al misterio que es nuestra existencia en vida y en muerte, y no podemos decir más, pero sí recoger en su última y benéfica expresión la fórmula y actitud de vida que ennoblece nuestras acciones y nos prepara a las que han de venir: entrar y salir.

  Uno de los nombres, poco usado porque no es fácilmente entendido, es el de “Tathagata”. Osho, que fue profesor de sánscrito y Maestro Zen, lo explica así:

 

       “Uno de los nombres más bellos que se han dado al Buda es “Tathagata”. Es una extraña palabra que tiene dos sentidos. El primero es “thath-agata”, que quiere decir “así llegó”. El segundo es “tatha-gata”, que quiere decir “así marchó”. Un sentido del nombre es “así llegó”, y el otro es “así marchó”. Es un proceso de llegar y de marchar, de entrar y de salir. Buda es como el viento. Así llegó, así marchó. Nada de aferrarse. Sus idas y venidas son misteriosas, impredecibles, inexplicables, porque sólo las causas y los motivos se pueden explicar.

         En ese último estado de iluminación, en esa pureza, en esas alturas, todo es misterioso, y las cosas sencillamente suceden. No sabemos el porqué, ni necesitamos saberlo. Todo es bello, todo es bendición. Entrar es bendición, salir es bendición. El toque de la iluminación es bendición”  (41)

 

 

5.      Espiritualidad  Zen:  vivir plenamente en el aquí y el ahora. 

  En suma, la espiritualidad Zen prepara el camino para recobrar la vida donde esta se vive en verdad, esto es, en la realidad de cada momento presente. Eso supone, por tanto, recuperemos de una manera de existir que está regida por la persecución de un ideal de felicidad o plenitud que proyectamos en algún lugar “externo” a nosotros en el futuro, y en su lugar sustituirla por otra forma que nos permita experimentar y estar plenamente despiertos ante el misterio del presente.

  Podemos ilustrar esto a través de un ejemplo que Thich Nhat Hanh nos proporciona en su libro Cómo lograr el milagro de vivir despierto. Al objeto de explicar lo que entiende por ese término clave, “mindfulness”, el autor describe dos modos de fregar los platos, señalando que o bien podemos fregar los platos para que queden limpios o bien podemos simplemente fregarlos. (42)  Nuestra conciencia egocéntrica nos dice: “¿Para qué si no? ¿Acaso no se friegan los platos para que queden limpios?”. Parece tan obvio que cuestionarlo resulta ridículo.

  De la misma manera, cuidamos nuestros jardines para que produzcan bellas flores en la primavera y para que nuestros vecinos al verlas nos digan: “¡Qué flores tan bonitas tenéis en el jardín!”. Trabajamos para poder ganar dinero, para sacar la familia adelante, para que los niños puedan tener una buena educación, para que puedan obtener buenos empleos y fundar su propia familia, para entonces podemos vivir todos felices. Y así con todo lo demás en nuestras vidas.

  Tal forma de vida se considera habitualmente normal, algo que todo el mundo hace, un comportamiento impulsado por un sentido de finalidad o propósito, y expresado en la actitud que adoptamos en una acción tan corriente como fregar los platos. Fregamos los platos para que queden limpios. Los dejamos limpios para poder hacer lo que haya que hacer a continuación, como ir a la sala a ver televisión, y después cambiarse para ir a dormir y así descansar y tener energía al día siguiente para emprender otro día más de trabajo.

  Nuestras vidas como seres humanos parecen estar siempre dirigidas a la persecución de algún propósito u objetivo que o bien nos hemos marcado nosotros o nos ha sido marcado por otros. Eso puede incluir objetivos a largo plazo, como por ejemplo ganar mucho dinero, hacerse famoso, tener éxito en la escala profesional, o simplemente trabajar lo suficiente como para amortiguar el préstamo de la hipoteca y pagar los estudios de los hijos, o puede incluir objetivos a corto plazo, como dejar limpios los platos para no tener pendiente esa tarea, para poder relajarnos, para prepararnos para el día siguiente, para ganarnos el pan..., etc.

  Podemos decir que todo esto no es más que una consecuencia del hecho de que nuestra existencia está condicionada por el tiempo, concebido como un movimiento lineal, como un presente fugaz que enseguida queda sumido en el pasado y que se dirige velozmente hacia el futuro. La naturaleza de nuestro ser, condicionada por el tiempo, siempre nos compele a mirar hacia el futuro para encontrar algo mejor que el presente, para ver cumplidas nuestras esperanzas, para completas nuestros proyectos en los que imaginamos que reside la clave de la felicidad que tanto anhelamos en la vida. Si nos esforzamos ahora, nuestros esfuerzos producirán sus resultados en el futuro. Nadie cuestiona ese principio fundamental de la acción humana. Invertimos nuestra energía en las esperanzas para el futuro como un principio motivador y una fuerza impulsora para vivir el presente.

  Con esa actitud atribuimos un valor a las cosas en la medida en que estas sirven a nuestros objetivos, en tanto nos ayudan a cumplir nuestras metas futuras. Estimamos aquellas cosas que funcionan de la forma más eficaz, esto es, las que con menor inversión de tiempo y energía producen los mejores resultados. Y ello a fin de dedicar ese tiempo y energía extra a otras cosas cuya productividad y rendimiento sean mayores.

  Tendemos a tratar también con la misma actitud a las personas, inclinándonos por quienes nos permiten alcanzar nuestras metas o nos ayudan a conseguir lo que perseguimos. Nuestras relaciones humanas, pues, están gobernadas por un principio de selección basado en el grado en que las cosas y las personas sirven a nuestros fines, de modo que tendemos a tratarnos unos a otros según ese criterio.

  Al vivir de esa manera, podemos apreciar que todo cuanto hacemos está encaminado a lago diferente de sí, y llegamos a darnos cuenta de que jamás efectuamos acción alguna por sí misma; siempre hacemos las cosas con un objetivo preciso comenzando por tareas inmediatas como fregar platos. Al reflexionar sobre las implicaciones de esa forma de vida, podemos constatar que vivimos día tras día siempre a un paso de distancia de la propia vida, ya que todo lo emprendemos con una meta o finalidad externa, siempre por delante de nosotros, y no somos capaces de apreciar nada de lo que hacemos en el presente por sí mismo. No podemos vivir normalmente la vida en el lugar en que esta sucede, esto es, aquí y ahora. Siempre los medimos todo según se ajuste a planes futuros o a ideales imaginarios, y nos perdemos la vivencia de la realidad viva que tenemos justo ante nosotros. Incluso el logro de un objetivo, por ejemplo, haber quedado limpios los platos (para lo cual la acción de fregarlos fue un medio realizado con ese fin), es nada más un paso hacia el siguiente, por ejemplo, poder ir a la sala, y después poder prepararse para ir a dormir, para a su vez descansar para estar listo para el trabajo al día siguiente. Y el trabajo del día siguiente, por  su parte, se lleva a cabo para poder llevar ingresos a casa, para poder tener una casa, y en ella poder fregar los platos..., y el ciclo continúa. Así pues, nos encontramos moviéndonos en círculos, como un perro mordiéndose su propia cola. Vamos siempre a la caza de algún sueño de felicidad en el futuro, y todo lo que hacemos en el presente en un medio para lograr alcanzarlo.

  Ese modo de vida puede caracterizarse como un estado de separación, un estado de alienación de la única vida que tenemos, puesto que todo se lleva a cabo para dar cumplimiento a algo fuera de sí mismo. El hecho es que hemos llegado a pensar equivocadamente que no nos queda otra alternativa, condicionados como estamos por el tiempo y el espacio, y seguimos poniendo las miras en el futuro para poder librarnos de este modo de vida tan frenético, quizás esperando el momento en que nos jubilemos y no tengamos que trabajar. Cuando llega tal momento, lo que hacemos es echar la vista atrás, preguntándonos qué es lo que nos hemos perdido en todo ese tiempo.

  En otras palabras, seguimos viviendo un día tras otro, bien con la mirada puesta en ese objetivo del futuro, imaginando un ideal que hemos de alcanzar, bien mirando hacia el pasado, cuando quizás podría habernos ido mejor. De esa manera, nunca nos ponemos de verdad en el sitio justo en que tiene lugar la vida, a mano, en el aquí y el ahora de cada momento presente. Vivimos cada día empujados ya sea por ese futuro ideal de plenitud, ya por un pasado glorioso que se ha ido. Así, apenas nos damos cuenta de que cada día nos colocamos fuera de la vida, hasta que el peso de todo ello puede con lo mejor de nosotros mismos y experimentamos una crisis o una depresión, y es entonces cuando nos surge la pregunta: “¿Qué es todo esto?”.

  Ese modo de vida, motivados siempre por algo externo, obedeciendo a un impulso tras otro y sin poder disfrutar de cosa alguna de verdad, explica nuestra falta de paz interior y la sensación que tenemos de sin sentido y frustración, además de encontrarse en la base de muchas neurosis y desequilibrios mentales que hoy en día proliferan tanto entre nosotros.

  Al enfrentarnos con la pregunta: “¿Y todo esto para qué?” y darnos ocasión de retirarnos temporalmente para reflexionar sobre nuestra situación, el Zen puede abrirnos una nueva puerta. El Zen nos insta a vivir tomándolo todo tal cual es, en su propio sitio, y no para fines ajenos a sí, comenzando por cosa muy sencillas de nuestro vivir diario como fregar platos.

  La práctica del Zen, que tiene como centro la meditación sentada en la que en silencio seguimos cada respiración, nos permite regresar hasta ese lugar donde nos aguarda la plenitud de la vida: en cada aquí y ahora. Cada respiración se vive de forma plena. Al caminar, cada paso se da sin preocuparnos de antemano por los dos pasos siguientes; en lugar de eso, ponemos nuestro ser entero en este paso. Y si tomamos el té, saboreamos cada sorbo. Esta modalidad de conciencia, en la que estamos íntegramente en el aquí y ahora de cada momento particular, se prolonga a lo largo de la vida diaria. Esa es la vida que ha llegado a recuperar el ahora.

  El mensaje del evangelio proclamado por Jesús es también una invitación a recuperar el momento presente. “El tiempo se ha cumplido. El Reino de Dios está cerca”. Es una invitación a abrir nuestro ser y dar la bienvenida a ese Reino, y a todo lo que eso supone en la totalidad de nuestras vidas, comenzando aquí y ahora (Mc 1, 15). En los acontecimientos y encuentros normales de nuestra vida diaria se nos llama a abrir los ojos y nuestro ser entero a la realidad de la presencia activa de Dios en medio de todos ellos.

  Al igual que Jesús encarnó con su vida entera la misma presencia del Reino de Dios mediante todo su hacer y su decir, los que escuchamos  el mensaje de Jesús estamos llamados a personalizar ese Reino en nuestras vidas, momento por momento. “Seguidme”. En este preciso momento.

  Jesús pide que confiemos nuestro ser entero al Reino de Dios sin preocuparnos por el mañana: “No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿Qué vamos a beber?, ¿con qué nos vamos a vestir?... Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,31-33). Se nos invita a abrirnos al descubrimiento del Reino de Dios en cada momento presente de nuestras vidas.

  La famosa escena del juicio final (Mt 25, 31ss) también nos ofrece una clave importante en el contexto de una vida plenamente despierta al ahora. Al principio quizá nos sintamos inclinados a tomar este pasaje de un modo literal como algo que habrá de suceder en un futuro lejano pero, mirándolo con más detenimiento, el pasaje nos revela algo importante para nosotros. En esta escena, a todos cuantos están llamados a su gloria eterna en el Reino de Dios, se les dice: “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Si escuchamos con atención, podemos oír la llamada a prestar mayor atención al aquí y ahora. En otras palabras, ese pasaje nos dice que, si abrimos nuestro ser a todos y cada uno de los semejantes con los que nos cruzamos en la vida corriente y les respondemos igualmente con nuestro ser entero y según requiera la situación, ya sea ofreciendo alimento o solaz, o simplemente saludando con un “hola”, en ese mismo momento, en el justo lugar en el que ese encuentro está teniendo lugar, se puede discernir la presencia activa de Dios. Esa es la buena noticia que Jesús proclama: “en cada momento presente, yo mismo llamo a tu puerta, y si abres tu ser a mi presencia en todos estos “más pequeños”, ahí mismo estoy yo, en medio de vosotros”.

  Otro pasaje de Lucas nos llama la atención sobre lo mismo. “El Reino de Dios, viene sin dejarse sentir. Y no dirán: “Vedlo aquí o allá”, porque el Reino de Dios ya está en vosotros” (Lc 17, 20-21).

  Lamentablemente, a medida que el mensaje pasaba a generaciones posteriores, la comunidad de creyentes fue perdiendo en cierto modo este sentido de la presencia del Reino de Dios en cada momento presente de nuestras vidas, y los cristianos han tendido a buscar la plenitud del Reino en un lejano futuro escatológico. Creer en el evangelio cristiano llegó a significar creer en al salvación después de la muerte, donde las cosas de esta vida encontrarán cumplimiento y plenitud.

  La creencia en la segunda venida de Jesús el Cristo como un acontecimiento futuro ha llegado a nublar la propia promesa que él nos hiciera de su constante presencia entre nosotros, como sugieren las palabras a él atribuidas en el evangelio: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

  Eso no significa, claro está, negar la creencia en la segunda venida como tal, o su significación, del mismo modo no podemos, ni tenemos por qué, negar el fenómeno del tiempo como un movimiento lineal hacia el futuro. Lo que ofrece el Zen es, con todo, una invitación a asomarnos a esa dimensión que atraviesa el tiempo –pasado, presente y futuro-, la misma dimensión que experimentara el autor de la Carta a los efesios cuando escribía en tono idéntico tanto acerca de ese tiempo “incluso..., antes de la fundación del mundo” como respecto a “la plenitud de los tiempos”, donde todas las cosas serán unidas en Cristo, “todo lo que está en los cielos y lo que está en la tierra”. (Ef 1,4-10). El Zen nos permite vislumbrar esa plenitud de los tiempos en la que pasado, presente y futuro convergen en un punto cero, en la que el cosmos en su realidad se une y tiene a “Cristo por cabeza”.

  Bajo esa luz, la doctrina de la segunda venida de Cristo, deja de revelar una actitud bancaria (literalmente, la adquisición de créditos y deudas) para un futuro lejano, y cede el paso, en su lugar, a una disposición de constante vigilancia en el ahora, también ilustrada en la parábola de las vírgenes prudentes (Mt 25, 1-13).

  A este respecto también podemos mencionar las consecuencias de una visión dualista de la enseñanza cristiana respecto a la vida después de la muerte, un punto de vista que convierte todo lo que hace aquí y ahora en un mero medio, una acumulación de méritos y deméritos, créditos y débitos de los que habrá que dar cuenta en el más allá. Esa visión dualista ha dado pie a la crítica difundida de que la religión (cristiana) constituye una especie de “opio” que justifica la insensibilidad de las personas hacia las tareas del aquí y ahora.

  Al volver nuestra atención al aquí y ahora, la práctica del Zen nos permite recuperar el impacto original de la buena noticia de que el Reino de Dios está cerca, tan cerca que está en medio mismo de nosotros, en las múltiples tareas que requiere el vivir diario.

  Quizás sigamos haciendo exactamente las mismas cosas día tras día, ya sea fregar los platos, cuidad las plantas, ir a trabajar o regresar del trabajo. Pero el modo de vida que nos muestra el Zen guarda una notable diferencia respecto a esa forma bancaria, bien en la secuencia lineal de la historia, bien en la vida del más allá.

  Un punto importante a señalar, sin embargo, es que no es necesario negar el fenómeno de nuestra existencia condicionada por el tiempo, que es lo que permite que tenga sentido apelar a una dimensión escatológica. Ni rechazamos la posibilidad concreta de un vida en el más allá. No negamos el hecho de que, desde un punto de vista fenomenológico e histórico, estamos en verdad caminando hacia ese futuro en el que se nos ha prometido la completa manifestación del Reino de Dios. Pero mientras asumimos esta modalidad de existencia, condicionada por el tiempo somos llamados a centrarnos en el aquí y el ahora para descubrir ese Reino que ya está cerca (en medio de nosotros), incluso aunque, todavía no esté. Se nos insta a vivir la vida desde su fuente, descubriendo en ella su plenitud. La coincidencia del ya y del todavía no caracteriza la dinámica del Reino de Dios en nuestras vidas. En ese contexto, una escatología realizada tal como la manifestada en el cuarto evangelio no es un oximoron sino precisamente una incidencia de esta “coincidencia de contrarios”. El Zen nos ofrece un modo de vida que encuentra su gloria y su plenitud en el aquí y el ahora, abriéndose al encuentro con el santísimo que está en medio de nosotros.

  Para expresarlo con sencillez, se trata de una vida en la que fregamos los platos simplemente para fregar platos. Lo que no quiere decir que no quedarán limpios. Si de verdad somos capaces de fregar platos, el resultado natural será que acabarán limpios. Así pues, también podemos alegrarnos de los frutos de lo que hacemos, al hacerlo por sí mismo. La diferencia es que cada cosa se hace por sí misma, poniendo todo el ser en el aquí y el ahora, comprometiéndonos en las diversas tareas de la vida, sin encontrarnos en el estado de separación en que incurrimos al se movidos por otros motivos ulteriores. Podemos disfrutar de la vida tal como es, tomando las cosas como son, sintiendo el agua caliente en nuestras manos, los pies sobre el suelo. Así nos abrimos a la totalidad del misterio de la vida en el preciso lugar en que nos encontramos en cada momento, con sus altibajos, sus alegrías y sus penas.

  Utilizando otra expresión sacada del contexto del Zen, “cortamos leña y llevamos agua. Conseguimos hallar vida allí donde realmente se encuentra, es decir, aquí mismo, en todo su misterio y fascinación, al cortar leña y llevar agua. Y, ¡oh maravilla! al hacerlo así, todo encaja. La leña se coloca en el hogar, el agua se pone en la olla, se enciende el fuego, el arroz se cocina. Y tomamos el arroz, recibiendo su alimento, con gratitud.

  La recuperación del ahora es la curación de la brecha abierta en nuestro modo de vivir condicionado por el tiempo, una herida causada por nuestra persecución constante de ideales proyectados en algún momento del futuro. Esa escisión es la que hace que nos relacionemos con las personas y las cosas que nos rodean, incluido el mundo natural, considerándolas un mero instrumento para la consecución de nuestras metas proyectadas, y se encuentra por tanto en el origen de las actitudes utilitaristas y de explotación que adoptamos en esas relaciones. Cuando se restañe esa fisura quedaremos libres de tales actitudes y en condiciones de honrar y estimar de la manera más alta nuestras relaciones; estaremos entonces en posición de con-celebrar el hecho de estar juntos aquí y ahora. La recuperación del ahora es pues un componente vital para una forma de vida que quiera tener integridad ecológica, un modo de vivir que nos permita valorar y celebrar nuestra vida en la tierra. (43)

 

  

6.      CONCLUSIÓN.

 

La madurez se muestra, pues, en la aptitud de vivir totalmente el “aquí” y el “ahora”, observando los impulsos interiores y exteriores sin valorarlos y de ningún modo juzgarlos. (44)   Si vivo el presente, seré cada vez más sensible a lo que realmente sucede y estaré abierto a los impulsos que Dios me dé: impulsos como el de acercarme a otro o el de tomar un camino distinto, así como encontrar nuevas formas en la colaboración o en la discusión noble. Adaptarse al momento actual trae consigo –no sólo en la evolución personal, sino también en el desarrollo de una comunidad- una renovación de la vida y de la fe que es una fuente imprescindible del orden cotidiano.  (45)

  En el nivel de nuestro mundo cotidiano y mundano, el Zen nos enseña a ser eficaces, tranquilos y mentalmente frescos y vivos en todo momento; en el nivel espiritual nos muestra la vía hacia la mayor consecución a la que puede aspirar cualquier ser.  (46)

 

 

6.  EPÍLOGO.

 

 “En el nivel más íntimo, hemos de llegar a trascender la dualidad del entrar y salir, porque vivir plenamente en el momento hace que la entrada y la salida sean simultáneas. No se trata de entrar un momento y salir en el siguiente. Se trata, sencillamente, de “ser”.

  No hay entrada ni salida. Solamente el Camino.”  (47)

   “¡Empieza a florecer, cristiano congelado!”, gritaba el místico Angelus Silesius. “La primavera está al alcance de tu mano. ¿Cuándo florecerás si no es aquí y ahora?”  (48)

 

                                        Vive eternamente quien vive el presente.

                                                               Wittgestain   (49)

 

 

7.      APÉNDICE:  La  presencialidad o “presentismo” en el Zen.

 

  La idea de “presentismo” en el Zen no es una simple exaltación moral, ni una insistencia en el momento presente. Justo como el pasado ya no lo es más, y el futuro no es aún, tenemos sólo el presente en el cual actuar o merecer el cielo. No debemos perder el presente.

  Decir todo esto está bien... y de ninguna manera es contrario a la doctrina del Zen. Sin embargo lo que el Zen quiere expresar va mucho más profundamente que eso. Se dice que este “presente” mismo escapa al alcance de la inteligencia. Como San Agustín (50) el Zen afirma que el presente no puede existir otro más que no existir; pero está siempre presente en un escape perpetuo. Este es el porqué el Prof. zenista D.T. Suzuki gusta de usar este término en la Teología Cristiana “nunc aeternum”.

  Aquí hay una dificultad que encontramos los misioneros cuando queremos predicar el Evangelio a los japoneses. Estos están absorbidos en esta mentalidad de “no beneficio” y presentismo. Para los cristianos occidentales no es del todo escandaloso, sino por el contrario es una cosa laudable, “hacer buenos méritos para el cielo”... Para los japoneses y en particular los zenistas, este paso moral es doblemente falso; porque por un lado una acción de moral “para” manifiesta un intolerable egoísmo y por el otro el cielo considerado como un mundo más allá es una alienación de nuestra existencia “presente”. Como consecuencia: egoísmo y alienación... Es bastante admirable notar que tal reacción es casi instintiva entre la mayoría de los japoneses, aun entre aquellos que no son de ninguna manera filósofos.

  Por esta doctrina de no-beneficio y “presentismo” se siguen dos corolarios doctrinales más, no menos importantes. El primero es moral: “un camino más allá de la bondad y la maldad”, el cual es algunas veces llamado la “metaética”. El principio fundamental de la moral del Zen no se deja a sí mismo ser absorbido por la preocupación de distinguir entre bondad y maldad, pero va más allá de todo. Más bien digamos que la búsqueda de la bondad y de las virtudes es fundamentalmente maldad por los zenistas. “Cadenas de oro de las virtudes, cadenas de hierro de los vicios –dice el Maestro Deshimaru- son siempre cadenas”. Aquí se puede ver una liberación de la moral normativa, la cual se arriesga a convertirse en una moral de preceptos en vez de una moral de libertad espiritual”.  (51)

  El segundo corolario es el último resultado del precedente; yendo en camino más allá de la misma muerte por tanto se libra uno de ella. Un célebre zenista dice: “Es bueno para ti estar enfermo una vez que estás enfermo es es bueno para ti morir una vez que estás muerto. Si te puedes librar a ti mismo a lo largo de estas líneas te librarás del mal”... Las palabras de Dogen son aún más precisas: “vivir y morir es Buda”. En esta forma el Zen quiere ir más allá de la muerte, el mal supremo del hombre. Pero la muerte... está (es) realmente vencida ahí.  (52)   

 

 

8.  NOTAS

 

1.       Cfr. Jordi Vilanova 24.11.2002  www.galeon.com/jordivilanova/  Barcelona.

2.       G. Vallés C., Elogio de la vida diaria. Col. Proyecto 60. Sal Terrae. Santander 2000, 2ª., ed., pág. 32.

3.       Hablando de Zen. Sirio. Málaga 1996, pág. 126.

4.       G. Vallés C., Elogio..., op.cit.., pág. 36.

5.       Idem págs. 7-10.

6.       Ibídem pág. 13.

7.       Ibídem pág. 78-81.

8.       Prefacio de Beck J.C., Zen Ahora. Col. Los pequeños libros de la sabiduría 19. José J. de Olañeta. Editor 1998, pág. 5.

9.       G. Vallés, op.cit., págs. 123-124.

10.   Ibídem pág. 126.

11.   Ibídem pág. 128.

12.   Ibídem pág. 131.

13.    Contratapa de su libro El Zen. Col. Hombre y misterio 3. Mensajero. Bilbao 1974.

14.    G. Vallés C., Elogio..., op.cit., págs. 131-132.

15.    G. Vallés C., “Al andar se hace camino...”. –El arte de vivir el presente-. Col. El Pozo de Siquem 44. Sal Terrae. Santander 1991, 8ª., ed., 137-138.

16.    Cfr. cita No. 1.

17.    Grün A., Sartorius C., Para gloria en el cielo y testimonio en la tierra. Col. Surcos 67. Verbo Divino. Estella. 2001, 2ª., ed., pág. 34.

18.    G. Vallés C., “Al andar...”, op.cit., págs. 142-143; 145.

19.    Atención vigilante (sánscrito:smrti): La energía de estar aquí y presenciar profundamente todo lo que sucede en el instante presente, consciente de lo que ocurre interior y exteriormente.

20.    Nhat Hanh Thich, Buda viviente, Cristo viviente. Kairós. Barcelona 2000, 2ª., ed., págs. 30-32.

21.    Psicoanalista discípulo de Freud. Citado por Caballero N., Y me senté en silencio, a mirar a Dios. Col. Fondo de lo humano 52. EDICEP Valencia 2003, pág. 100 nota 95.

22.    Caballero N., op.cit., págs. 99-103.

23.    Jäger W., En busca del sentido de la vida. Narcea. Madrid 2002, pág. 155.

24.    Leong K.S., Enseñanzas Zen de Jesús. Ellago Ediciones. Castellón 2003, pág. 19.

25.    Cfr. cita No. 1.

26.    Villalba D., Fluyendo en el presente eterno. Col. De corazón a corazón 2. Miraguano Ediciones. Madrid 1999, págs. 176-177.

27.    Aoyama S., Semillas Zen. Col. Libros de los malos tiempos 68. Miraguano Ediciones. Madrid 1999, pág. 81.

28.    Deshimaru T., La práctica del Zen. Kairós. Barcelona 2000, 8ª., ed., págs. 44-46.

29.    Villalba D., Vida Simple, Corazón Profundo. Col. De corazón a corazón 1. Miraguano Ediciones. Madrid 1998, págs. 165-168.

30.    Idem pág. 174.

31.    Kosen B., Zen aquí y ahora. Mandala Ediciones. Madrid 2000, págs. 17-19.

32.    Leggett T., La sabiduría del Zen. Col. Nueva Era 47. Edaf. Madrid 1993, pág. 232.

33.    Idem pág. 77.

34.    G. Vallés C., “Al andar...”, op.cit., págs. 232-234.

35.    Idem págs. 138-139; 142.

36.    Beltrán L.B., Mística y educación. Perspectivas Zen y cristiana. En: Labajos A.M. (Coord.), La mística en el siglo XXI. Centro Internacional de Estudios Místicos. Col. Paradigmas 31. Trotta. Madrid 2003, pág. 166 nota 30.

37.    G. Vallés C., “Al andar..., op.cit., págs. 72-73.

38.    Ibídem págs. 136-137.

39.    Ibídem págs. 158-161.

40.    T. Deshimaru, Lo Zen passo per passo, Ubaldini, Roma, 56-57. Citado por Ballester M., Cristo, el campesino y el buey. –Vía Zen y vía cristiana-. Col. Nuevos Fermentos 45. San Pablo. Madrid 1998, pág. 43.

41.    The Discipline of Transcendence, p. 290 y The Diamond Sutra, p. 175. Citado por G.Vallés C., Elogio..., op.cit., págs. 144; 148-151.

42.    Véase Thich Nhat Hanh, The Miracle of Mindfulness, Beacon Books, Boston 1970, 3-5 (trad. esp., Como lograr el milagro de vivir despierto, Cedel, Barcelona 1981, 26-29)[N. del T. (Beltrán L.F.): “Mindfulness” es la palabra de la versión original en inglés; en castellano, a menudo se traduce indistintamente, o según el contexto, como “vivir despierto”, “estar atento o absorto”, “darse cuenta plena”.] Citado en Habito R.L.F., El aliento curativo. Col. Nuevos Fermentos 16. San Pablo. Madrid 1994, pág. 180 nota 1.

43.    Habito R.L.F., Idem págs. 180-189.

44.    Grün A., Sartorius C., Para gloria..., op.cit., pág. 36.

45.    Kiew K.W., El libro completo del Zen. Martínez Roca. Barcelona 2000, pág. 286.

46.    Grün A., Para gloria..., op.cit., pág. 38.

47.    Philip Toshío. Zen Guitar, pág. 172. Citado por G. Vallés C., Elogio..., op.cit., pág. 31.

48.    Nhat Hanh Thich, op.cit., pág. 12.

49.    Cfr. nota No 1.

50.    Confesiones de San Agustín, Lib. I, ch VI, no.3. Citado por Okumura A.I., Zen y experiencia del Absoluto. En: Checa R.(Coord.), Experiencia de Dios y sus mediaciones. CEVHAC México, D.F., pág. 54 nota 33.

51.    Deshimaru T., “Vrai Zen”, 1969, p. 57-59. Le courrier du Livre. Cf. J.M. Petit, “Dialogo entre le Boudhisme-Zen et le Carmel”, L.p. 63 (1970). Citado por Okumura A.I., op.cit., pág. 54 nota 34.

52.   Okumura A.I., Idem págs. 52-54.

 

 

9.  BIBLIOGRAFÍA

 

1.       Aoyama Shundo, Semillas Zen. –Reflexiones de una monja Zen-.Col. Libros de los malos tiempos 68. Miraguano Ediciones. Madrid 1999.

2.       Ballester Meseguer Mariano, S.J., Cristo, el campesino y el buey. –Vía Zen y vía cristiana-. Col. Nuevos Fermentos 45. San Pablo. Madrid. 1998.

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4.       Beltrán Llavador Fernando, OCSO, Mística y educación. Perspectivas Zen y cristiana. En: Labajos Áureo Martín (Coord.), La mística en el siglo XXI. Centro Internacional de Estudios Místicos. Col. Paradigmas 31. Trotta Madrid 2003, pág. 166 nota 30.

5.       Caballero Nicolás, CMF., Y me senté en silencio, a mirar a Dios. Col. El fondo de lo humano 52. EDICEP Valencia 2003.

6.       Checa Rafael, OCD. (Coord.), Experiencia de Dios y sus mediaciones. CEVHAC México, D.F., 1989.

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10.   Grün Anselm, O.S.B., Sartorius Christiane, O.P., Para gloria en el cielo y testimonio en la tierra. –La madurez humana en la vida religiosa-. Col. Surcos 67. Verbo Divino. Estella. 2001, 2ª., ed.

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12.    Jäger Willigis, OSB, En busca del sentido de la vida. –El camino hacia la profundidad de nuestro ser-. Narcea Ediciones. Madrid 2002.

13.    Kiew Kit Wong., El libro completo del Zen. Martínez Roca. Barcelona 2000.

14.    Kosen Bárbara, Zen aquí y ahora. –Enseñanza en el mokusan dojo con los comentarios del Bendowa-. Mandala Ediciones. Madrid 2000.

15.    Labajos Áureo Martín (Coord.), La mística en el siglo XXI. Centro Internacional de Estudios Místicos. Col. Paradigmas 31. Trotta. Madrid 2002.

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20.    Vilanova Jordi. En: www.galeon.com/jordivilanova/  Barcelona.

21.    Villalba Dokusho, Fluyendo en el presente eterno. Col. De corazón a corazón 2. Miraguano Ediciones. Madrid 1999.

22.    ______________, Vida Simple, Corazón Profundo. Col. De corazón a corazón 1. Miraguano Ediciones. Madrid 1998.

23.    Watts Alan, Hablando de Zen. Sirio. Málaga 1996.

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© Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza

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Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza, M.G. (Misionero de Guadalupe). Nacido en Aguascalientes, Ags., (Méx.). Estudió filosofía en la Universidad Iberoamericana y teología en la Universidad Intercontinental, obteniendo el título de licenciado en teología. Ordenado sacerdote en 1983. Reside en Japón desde 1986. Párroco de Sukugawa, Pref. Fukushima (1992-1996). Representante de los Misioneros de Guadalupe ante el Consejo Diocesano de Pastoral de la Diócesis de Sendai, noroeste de Japón (1993-97) y del 2004 a la fecha miembro del Consejo Presbiteral y en ausencia del obispo del Consejo de Gobierno de la misma. Trabajo de Pastoral de Conjunto en la región de Aizu, Prefectura de Fukushima (1996-2004), donde fue director de dos grupos de contemplación Sadhana y Moderador de la misma (2002-2004). Practicó zazen con los Maestros Zen, Drs. Sato Kenko y Klaus Riesenhuber, S.J., y continúa bajo la asesoría del último. Desde febrero 2005 formará parte del Consejo Regional de la Misión de Japón de los Misioneros de Guadadalupe para el período 2005-2009. Actualmente reside en la catedral de Sendai.