Con los libros de viajes,
que versan sobre éstos, hay
que tener un cuidado
extremo. Pues si ya es
tedioso aguantar relatos más
o menos informales, apoyados
en muchos casos por
fotografías, videos,
recuerdos made in china,
monedas extranjeras,
material palpable o
contrastable en definitiva
–como si el interlocutor a
quien va dirigida la
narración necesitase de
pruebas para constatar la
veracidad del viaje–,
provenientes éstos de amigos
o pseudo colegas ansiosos
por –básicamente– vacilarte
sobre su última estancia en
Livingstone, Quebec o, por
qué no, Chiclana de la
Frontera, imaginemos lo que
debe ser eso pero en formato
libro/ladrillo de casi
cuatrocientas páginas con
capítulos que constan de un
único párrafo cada uno y
narrado, además, por un
señor al que no tenemos el
gusto de conocer de nada.
Una tortura china: como
obligarte a leer la
colección completa de
infantiles consejos de Jorge
Bucay o castigarte con la
audición íntegra, diez veces
seguidas, de la discografía
de Hombres G.
A lo que iba. Confieso que
nunca había leído nada de
Antonio Muñoz Molina. ¿Que
por qué? Pues por pereza,
falta de tiempo, asignación
de prioridades, imbecilidad,
etcétera. Razones sobran,
disculpas no encuentro.
Bueno, mi jefe (el dueño de
la empresa que me paga, el
que se lleva la pasta que
sobra, ya saben) dice que a
las reuniones y a las
confesiones hay que venir
llorado, así que me seco las
lágrimas y sigo.
No había leído nada de este
señor pero ya lo he
solucionado: leyendo
"Ventanas De Manhattan", una
magistral descripción del
aspecto y vida contemporánea
de la gran manzana
neoyorquina y sus aledaños;
al final, Muñoz Molina, se
pasea o está por,
prácticamente, todo Nueva
York.
Con Muñoz Molina, Manhattan
da la impresión de estar
viva, de ser un ente que
vive por y para sí mismo,
centro del universo, capital
del Mundo, parece como si la
isla, barrio o ciudad fuese
capaz de regenerarse a sí
misma, de transformarse o
metamorfosearse a voluntad
para adaptarse a nuevos
climas, contextos
históricos, avances
tecnológicos y modas
culturales o sociológicas.
Muñoz Molina observa y
observa y observa, y anota y
anota y anota. Y todo ello
sin parar, sin dejar que se
le escapen los detalles, o
al menos intentándolo, pues,
como él mismo dice, en el
intento ya está el fracaso:
la escritura no es como la
pintura; imposible captar
todo el detalle de una
situación, calle, persona o
grupo de personas sin dejar
escapar otros en el simple
momento de ponerte a
escribirlos. Muñoz Molina
llega a Nueva York, se queda
allí, trabaja, pasea, entra
en contacto con pocas
personas, pero todo ello sin
perder la consciencia de ser
extranjero, de no ser de
allí sino de aquí, de
España, de un país al que
–me ha dado la impresión– no
ama demasiado por culpa de
su anquilosamiento y
provincianismo exagerados.
El libro es excesivo en
todo: cuando lo abres y te
sumerges en su lectura se
comprende que Muñoz Molina
ha querido captar con su
escritura todo el derroche y
velocidad y prolijidad de
las calles, edificios,
locales, historias personas
y personajes de Manhattan, y
se comprende que lo ha hecho
remedando ese exceso con su
forma de escribir, de
describir, de narrar. Muñoz
Molina se ha volcado con
"Ventanas De Manhattan"
porque se nota, se sabe, que
Manhattan (Nueva York, se
entiende) es la ciudad que
ama y en la que quiere vivir
y trabajar y soñar. Allí y
en ningún otro sitio.