el caso de la
desaparición del arte
y su posible muerte

(Piero
Manzoni)
“La
incapacidad para imaginar la belleza
es
un signo de la
inadecuación creativa del arte postestético”
(Donald Kuspit)
Presentación del problema
Las categorías
conceptuales con que pensamos al Arte tienen el problema de haber
caducado antes de haberlas generado, en el sentido de que valen para
las formas pretéritas de arte y deben aceptar su posible
inadecuación de cara al futuro. Mientras se acuña el concepto que
explica la tendencia artística se podría haber generado otra obra
que exigiese la revisión del concepto. Esta posibilidad debe llevar
a la conclusión de que lo que es siempre pasado no es el arte, sino
la reflexión sobre el arte, más si esta es histórica. Lo que no
habrá muerto, mientras siga habiendo acontecimientos artísticos y
más aún la posibilidad de que los haya, es el arte mismo.
Ante tal
afirmación la exhortación surge inmediatamente: explique usted
ahora qué considera un acontecimiento artístico. Reclamar esto es
legítimo, y la respuesta debe encaminarse hacia un sentido y evitar
otro: debe huir de las narraciones sobre lo que ha sido el arte; y
ofrecer una fórmula crítico-normativa que sirva de paradigma para
los acontecimientos artísticos.
En lo que sigue me
propongo, por un lado, mostrar que el camino que pretendemos
evitar, y que ha llevado a sucesivos intentos , de hecho fallidos,
de tematizar la conclusión de la actividad humana artística, en
una línea que pasa por Hegel, Vasari, Greemberg y Danto, pierde el
norte cuando recurre a la narración histórica del arte, que es
siempre una visión retrospectiva, para declarar las formas que, por
haber tenido hasta cierto tiempo, tendrán que tener los
acontecimientos artísticos. Las formas posteriores a cada narración
del arte no le corresponden a la reflexión, sino al artista. Por
otro lado, querría relacionar todo acontecimiento artístico con dos
condiciones necesarias: excelencia y apertura de nuevas
combinaciones materiales. Considero estas dos condiciones
necesarias como fuentes artísticas de las que surgen, primero, las
obras mismas y, después, otros síntomas: contingentes unos, como el
aplauso, el gusto, la atracción estética, la riqueza del artista y
sus mecenas, etc.; y pertinentes otros, como el encuentro con uno
mismo, siguiendo aquí a Gadamer, y generación de más arte y moral.
Por ello este enfoque es superior, sólo de cara a determinar el fin
o no del arte, por ser previo a toda obra misma pues se detiene en
el nivel previo a la obra y sus síntomas: en las fuentes del
acontecer artístico.
1.-Sobre la desaparición y la muerte del arte
pronosticada desde 1820 tomando como casos paradigmáticos a Hegel y
Danto
El arte no ha llegado a
su fin. No tendríamos que recordar esto de no haberse planteado este
debate tan repetidamente que incluso podríamos hacer un recorrido
histórico sobre las teorías sobre el fin del arte. Tampoco
tendríamos quizá que plantearlo si el arte tuviese un telos y
lo hubiese alcanzado o abandonado en favor de otros medios
expresivos más adecuados. En la ambigüedad del término `fin´ hay
una clave para entender lo disparatado del debate: pues precisamente
un telos es lo que ha considerado que hay en el arte todo
aquel que ha pronosticado su final. Pero no hay final para el arte,
como dice Gadamer, porque “el fin del arte, el fin de la incansable
voluntad creadora de los sueños y deseos humanos no se producirá
mientras los seres humanos conformen su propia vida”.
La afirmación hegeliana
de que “el arte ya no procura a nuestra necesidad espiritual la
satisfacción que en el arte buscaban otros pueblos en otros tiempos,
y sólo en él encontraron”, es sencillamente falsa. Es más, es una
afirmación gratuita de la que Hegel saca consecuencias que cree que
la justifican. Quiero decir que Hegel nos viene a decir que el arte
ya no nos interesa-satisface, cosa que es de hecho falsa, y a partir
de ahí infiere las causas que han llevado al hecho, problemático por
donde se mire, de la falta de interés e inadecuación del arte a la
vida del espíritu. La actitud de Hegel refiere sobre todo al arte
romántico, al que considera uno hecho por idiotas incapaces de salir
de sí mismos. El artista romántico, a los ojos de Hegel, piensa que
“todo lo que está en mí está puesto por mí”.
Lo que habría que discutir aquí es si Hegel no acaba encerrándose en
sí mismo aún más que cualquier romántico. Pero este es otro tema. Lo
que interesa ahora es subrayar la equivocación hegeliana, hecha
falsa por la misma historia que no acabó con su muerte, de que al
arte no le quedaba nada que decir que no pudiera ser pensado.
Imaginar hoy que el arte no ha dicho nada desde entonces, desde
1820, sería obviar demasiados acontecimientos artísticos de
incuestionable valía. Pensemos para empezar en el eclecticismo, el
impresionismo, el postimpresionismo, el modernismo, el
expresionismo, el surrealismo, el arte abstracto, el de stijl,
el expresionismo abstracto, el arte pop, el naïf, el
minimalismo o el land art. Y ahora pensemos que todo esto no
ha existido. La conclusión es hegeliana de manera necesaria, con
estas premisas en la mano: el arte desapareció tras 1820. Con todo,
si no asumimos estas premisas o si, al menos, las entendemos
problemáticas, la conclusión de Hegel, y sus seguidores, será o
discutible o simplemente falsa. Me inclino más bien por lo segundo.
Mi idea es que el pecado de Hegel es el de tener una especie
peculiar de ceguera en sus prospecciones históricas, lo que conlleva
un interés, inadvertido por él según supongo, en amputar una
capacidad humana: la de relacionarse productivamente con lo sensible
de manera que se generen objetos bellos. Todo ello para cuadrar un
sistema de pensamiento. Por mi parte me permito dudar de los
sistemas de pensamiento que me explican la realidad por la vía de
la reducción, en este caso de una capacidad humana.
Para Danto el arte ha
llegado también a su final. El expresionismo es el final de la
narración sobre el arte. El certificado de defunción se firmó con
cierta precipitación, según parece, en la época de Hegel pues el
arte ha dado unos cuantos coletazos desde su provocadora afirmación.
Aún así Danto se ha acercado al moribundo y ya, con precisión
forense esta vez, ha dictaminado de una vez por todas el final del
arte. ¿Dónde no llegará el muerto esta vez? Una muestra del error de
Danto, común al error de otros narradores del arte puede advertirse
cuando nos dice que “ser artista en Occidente ha consistido en haber
asimilado un discurso que determina la manera como nos puede influir
el pasado”. Pero el arte, el arte serio, no necesita justificarse en
formas pasadas ni recuperar conceptos de los que proceda. Cuando
creemos que las reglas canónicas extraídas de las experiencias
contemplativas del arte determinan lo que es el arte, no estamos
tomando el asunto por donde debemos: por las fuentes del arte. El
problema de la generalización precipitada en el caso del arte no es
la excepción, sino una regla misma de los procesos artísticos –que
consiste en exploración de posibilidades de combinaciones materiales
excelentes. No es que en el arte pueda aparecer un caso que
contradiga la experiencia contemplativa pasada, sino que una
característica esencial al arte es su post-convencionalidad,
matizando este asunto en el sentido se sumarle la excelencia, pues
las cosas pueden hacerse de muchas formas y no todas resultarán
bellas. Luego retomaremos este punto que trata lo artístico como
separado de lo cotidiano.
Da la impresión de que
los narradores de los grandes relatos del arte han podido leer, en
el mejor de los casos, unas épocas del arte y otras no. Utilizo aquí
la expresión “saber leer” en el sendido de Gadamer como saber
descifrar el texto, y lo extiendo a cualquier obra, con unidad
oratoria. Mi idea es que las pasos posteriores como se relacione el
crítico o historiador del arte con el arte mismo depende de este
previo “saber leer”. Y, en concreto, ante el arte o no arte
contemporáneo, al menos ante los objetos que se discuten en el
ámbito del arte caben al menos tres posibilidades: o tienen razón
lo que creen como Danto que el pluralismo indiferenciado actual es
el mismo fin del arte; o simplemente los que piensan como éste no
están sabiendo leer el arte actual; o hay mucha falta de arte en el
“arte” actual. Pudiera ser que haya tanto “arte” amontonado que
resultase en apariencia haber poco arte. Es el problema de la anomia
producido por la sobrecarga de información que advertimos en otros
ámbitos de la cultura. La mejor manera de que el sujeto receptor no
reciba nada es abrumarlo, colapsarlo. Creo que hay mucho de esto
hoy, quizá por culpa de la mercantilización de lo artístico.
Pero todo esto no
significa que no haya arte o, más aún, que no podamos esperar que lo
haya en el futuro. Este es el punto que me parece más equivocado: la
seguridad con que se sabe el final del arte y sus posibles
producciones. No resulta artístico lo que hay y tampoco va a
resultar artístico lo que venga en el futuro. La desparición del
arte, concluye en la inferencia de su muerte, y, a la larga, en el
reino de la fealdad, a saber: el de la despreocupación por cómo se
conforman los objetos producidos por el ser humano. Aunque se me
convenciese de que todo el arte de los últimos veinte años no es más
que un montón enorme de basura, y pido en este punto que se recuerde
cuántos periodos de veinte años sin fenómenos relevantes en el mundo
del arte ha habido en la historia, todavía quedaría el debate sobre
si no podría estar ahora mismo gestándose una gran obra de arte para
la historia. La tesis radical de la desaparición del arte resulta
completamente falsa pues remite a la desaparición de la capacidad
humana de transformar lo sensible de forma excelente. Pero esta
capacidad no se acaba cuando, en el peor de los casos, dejasen de
surgir obras de arte. Si vamos a suponer, en un ejercicio de
aniquilación masiva, la inexistencia de cualquier forma en rigor
artística hoy, tendríamos que entender también que es falaz el
inferir, de ahí, la desaparición del arte per secula seculorum.
2.-
Las fuentes previas a los acontecimientos artísticos y sus síntomas
Como dije sería
interesante dar una fórmula crítico-normativa que sirva de criterio
de demarcación entre lo artístico y lo vulgar, entre lo excelente y
las excrementoss post-estéticas de Manzoni. Pues, si bien es cierto
aquello de homo sum, humani nihil alienum puto, conviene
advertir que Terencio se refería al conjunto de lo humano al que
pertenece el de lo artístico, que, a su vez, no puede incluir
cualquier subconjunto por el hecho de pertenecer también al de lo
humano. Habrá multitud de cosas humanas, de entre las cuales sólo
unas pocas podrán ser consideradas acontecimientos del arte.
Intento determinar qué
sea un acontecimiento artístico partiendo de lo que considero las
fuentes del arte: la libre disposición de los materiales existentes
y la excelencia en la forma combinatoria de tales materiales.
Infiero estas fuentes en lo que sigue. Los acontecimientos
artísticos han de relacionarse con la belleza. Si alguien considera
que lo artístico tiene que ver con la fealdad simplemente debería
acudir a otros textos, pues lo que aquí defiendo tiene que ver con
lo artístico–bello, para otros asuntos quizá puedan ofrecerse otros
argumentos, o incluso terapias, en otros lugares.
Qué sea la belleza sí
que es, en este caso, como digo, una pregunta pertinente.
Contestar a esta cuestión requiere remontarnos a sus causas. Para
empezar me coloco en la estela de Hegel cuando empieza sus curso de
estética diciendo que la belleza pertenece al espíritu, no a la
naturaleza; y justifica el asunto diciendo que la belleza la pone el
sujeto en la naturaleza cuando llama bellos a tales objetos. Si
resulta o no bella la naturaleza se trata de una cuestión que afecta
única y exclusivamente al polo subjetivo. No había belleza en la
naturaleza previamente a la percepción por parte del individuo ni
la hay después, sino en el mejor de los casos en el ser-natural que
es el ser humano cuando la aplica en ella. Ser un objeto de la
naturaleza bello es, en el mejor de los casos, ser percibido como
bello. La belleza es antropomórfica. Ahora bien, este “argumento por
contraste” con la naturaleza sobre lo que es la belleza es poco
argumento: sirve para distanciarla de la naturaleza y poco más. De
hecho, pienso que el ser humano jamás habría concebido la belleza en
la naturaleza de no tener él una pretensión demiúrgica en el trato
con la materia. No se conciben las virtudes del artesano hasta que
no se prueba suerte con el arte de turno y se advierten como
geniales las técnicas en las manos del experto, inadvertidas antes,
y que solucionan los problemas ejemplarmente. No creo que se
venerase el Sol antes de descubrir el fuego. Esto me lleva a
plantear que la belleza no sólo pertenece al ser humano en el
sentido de declarar bellas las cosas naturales, sino que este
sentido deriva de su capacidad para producir objetos así: bellos.
Que el hombre es capaz de producir belleza significa que es capaz de
generar acontecimientos artísticos. Esto significa, a su vez, que
puede componer la materia de una forma peculiar que llamamos bella.
El arte, dice Hegel en este sentido, “es simplemente una forma en la
que el espíritu se lleva a aparición fenoménica”.
Para Gadamer, sigue
siendo válida la idea, puesta en cuestión en los siglos xix y xx, de
que “lo bello es la apariencia del bien, es el brillo sensual, el
resplandor sensusal, el resplandor derramado sobre lo aparente, de
modo que aparece y brilla como una forma ideal”. Y tiene razón si
identificamos tal definición con la siguiente: hay acontecimientos
artísticos allí donde los materiales sensibles han adoptado, por
intervención de la voluntad, no una forma cualquiera, sino una
excelente. En clave intersubjetivista podríamos formular la misma
idea: es un acontecimiento artístico aquello que cualquiera en
cualquier época podría considerar como una producción artificial
material excelente. Esta lectura intersubjetivista ha de hacerse no
sociológicamente, pues no se habla de que sea bello lo que es
aplaudido, sino lo que debería serlo por su excelencia.
Entiendo pues la
excelencia en el arte en un sentido paralelo a como habla
Aristóteles de la areté en el ámbito racional teórico o
práctico. Dice Aristóteles que hay que mantener «que la tarea
específica del hombre es una cierta manera de vivir que consiste en
una actividad y solicitud del alma apoyadas en la razón». Y
continúa: «afirmamos también que la tarea del hombre excelente es
esa misma, pero realizada de un modo perfecto y descollante». Lo que
Aristóteles llama excelencia (areté) tiene que ver con una
actividad racional (logos). Aristóteles destaca cinco modos
sobresalientes (“descollantes”) de realizar el hombre su actividad
racional. «En la parte racional (logos), dice Aristóteles,
del alma hay cinco disposiciones (hékseis) por las que se
está en la verdad. Estas disposiciones tienen la virtualidad de
realizar la verdad (aletheuein). La verdad es la meta a la
que tiende el saber y, de todos es sabido que, para el Estagirita,
«todos los hombres por naturaleza desean saber». La parte racional
del alma persigue la verdad en dos ámbitos distintos. Por una parte
aquel que tiene que ver con la contemplación de los entes inmutables
(necesarios). Es el reino de la verdad teórica, donde encontramos:
la ciencia (episteme), la intelección (nous) y la
sabiduría (sophía). Por otra parte, el ámbito deliberativo y
calculador, que versa sobre lo que puede ser de otra manera
(contingente). Es el reino de la verdad práctica, donde encontramos:
la técnica (que es que saber para producir, por ejemplo, que es lo
que hace un arquitecto o un pintor) y la sabiduría práctica o
prudencia (phrónesis).
El sentido de aclarar
todo esto es recurrir a Aristóteles para tener una perspectiva de la
racionalidad en el ámbito de lo contingente que permita huir del
pluralismo indiferenciado que caracteriza al arte contemporáneo. La
razón dedicada a asuntos técnicos-poéticos tiene la posibilidad de
estar en la verdad, lo que implica que puede no alcanzarla, o que
puede hacerlo a través de la areté (excelencia). Pero en
multitud de ocasiones, cuando se aplica la razón en serio en las
obras de transformación de lo sensible, si se reúnen otras
condiciones, surge la belleza.
Pues bien, si se ha
dicho que la moral de Aristóteles es agonal, por la comparación con
la competitividad del juego atlético (agón), lo que quiero
mantener es una concepción del arte, o técnica para Aristóteles,
también agonal. Entiendo el arte sólo cuando se han exprimido las
posibilidades racionales del individuo que se ha cultivado en su
arte. Es artístico-bello aquello que es sobresaliente desde el punto
de vista de lo que puede hacer un ser humano cuando compone,
aplicando todo el potencial de su razón, la materia del mundo
natural.
Platón es buen referente
también en nuestra argumentación de este aspecto y en algún sentido,
también, Cicerón, San Agustín o el mismo Hegel, por citar algunos
ejemplos. Veamos cómo. Platón relaciona la belleza con el Bien, lo
cual nos parece adecuado siempre y cuando entendamos el Bien como un
referente de perfección y racionalidad, dejando al margen ahora la
cuestión sobre su trascendencia. Pensando en términos platónicos
podemos aceptar que el artista ha de mirar al Bien cuando transforma
la realidad sensible. Voy a entender ahora que el Demiurgo es una
metáfora platónica del artista, o más aún, es el artista mismo
entendido como bisagra entre las ideas y la materia a la que moldea
aquél de forma excelente: mirando la idea del Bien. Cicerón y San
Agustín, hablan también de que hay una cierta disposición de las
partes corporales que, cuando se combinan con algún color agradable,
se llama belleza. Con ello se están queriendo referir a que no vale
cualquier combinación de lo sensible para llamarse bella, sino una
precisa. Hegel, por otro lado, no es útil ahora también pues
pensando en el arte evita la mediocridad cuando dice que “no hay que
rechazar, entonces, la apariencia en el arte, sino más bien la
realidad cotidiana, que aparece frente a ella únicamente como lo
impropio, cuando ella es un modo de aparecer muy superior a la
realidad”. En este sentido habla Kuspit cuando dice que hay que
darse cuenta de que el proceso creativo “es un proceso estético y
de que la obra de arte que de él resulta es el resultado de la
transformación estética de la experiencia cotidiana de la realidad,
lo cual comporta una experiencia de ésta totalmente nueva que la
hace aparecer acabada de hacer y nueva”.
Lo más aprovechable de
Hegel es pertinente recordarlo aquí pues para él el arte supone la
huída tanto de la mediocridad, de la que antes hablábamos, como la
reconciliación de libertad y naturaleza. Esto hay que explicarlo.
Dice Hegel que el arte se mueve en el intento de vencer la oposición
entre la libertad, que es el ámbito de lo universal-abstracto, y la
necesidad, que es el de la naturaleza-particular. Cuando lo
particular-sensible producido se adecua al concepto-universal
entonces se produce lo supremo: la reconciliación de la oposición.
Pues bien, esto puede acontecer en el arte: se transforma lo
sensible pero no por leyes de la naturaleza, sino para adecuarse
libremente al concepto, deviniendo de este modo lo
sensible-particular en racional-libre. La forma del arte no es,
pues, cualquiera, sino aquella conseguida, lograda, o sea: aquella
en que se da una adecuada, consumada, conformación de la idea en el
producto elaborado.
Se equivoca, sin
embargo, Duchamp cuando dice que “la obra de arte no debería tener
ningún atractivo estético … no debería aspirar a obtener el aplauso
de la posteridad… no debería tratar de ser de buen gusto, pues el
gusto cambia constantemente.” Se equivova al identificar el arte con
el aplauso, el gusto, o el atractivo estético. Él piensa que el arte
ha consistido alguna vez en eso, y por ello ha de huir de ahí. Pero
cuando ejecuta obras que niegan precisamente el aplauso, el gusto o
el atractivo estético se opone a supuestos síntomas del arte, pero
no a sus verdaderas causas, por lo que sus al parecer creaciones
artísticas serán antes críticas culturales (artísticas) más que arte
mismo. La finalidad de Duchamp es antes una reflexión (en forma
distinta a la lógica discursiva lingüísticamente elaborada) de las
que conforman la teoría del arte, que una obra que busca la
excelencia. Tiene razón en este sentido Danto cuando dice que la
modernidad es un momento de mera “crítica cultural”, es decir que la
modernidad se constituye en negación del pasado cultural,
produciéndose así lo que él llama “estética negativa”. Negativa de
todo lo anterior, y despojada de toda positividad. Yo considero esta
estética negativa no como arte, sino como reflexiones sobre el arte
de carácter no lógico-discursivo, sino de otros tipos.
Se puede sostener que la
proliferación de reflexiones sobre el arte bajo la apariencia de
formas comunicativas no lingüísticas, pero presentadas con
pretensión de ser obras de la excelencia humana, ha contribuido a la
aparición de teorías sobre el fin del arte, pues parece que al arte
no le quede sino la autodestrucción a través de sus propios
lenguajes. En este sentido tendría razón Kuspit cuando nos dice que
los planteamientos de Duchamp son claramente “nihilistas” para el
espectador y para el artista. Pero aún así, aunque no surgiese ni
una sola obra de valía en la actualidad, no se habría acabado, según
creo, con la posibilidad de que surgiese una más, aunque sólo fuese
una.
En general los síntomas
del arte podrán ser o no el aplauso, el gusto y la atracción… Pero
lo que es más acertado es, como dice Hegel, que el arte nos
capacita para sentir las circunstancias más a fondo y para que las
circunstancias exteriores estimulen esas sensaciones. El buen arte
genera más arte y moralidad. El mal arte genera mal gusto e,
incluso, inmoralidad. Dice Kuspit que la “autonomía estética es un
preludio de la autonomía personal”. De la contemplación de una obra
excelente uno sale mas perfecto-excelente con el tono vital más
elevado. De pasar mucho tiempo junto a ideas y obras vulgares, sin
embargo, el alma de uno ha de recorrer el camino inverso e ir
convirtiendo lo mejor de lo humano en algo miserable. Cuando, como
dice Gadamer, el receptor de una obra es capaz de asumir la idea
arquitectónica que reconoce en la edificación, y siente lo grandioso
de la misma, entonces tenemos un síntoma pertinente del
acontecimiento artístico.
Pero para la
sensibilización estética hay dos problemas. Uno ya apuntado: la
anomia; y otro por desarrollar: la perdida de sentido por parte del
individuo que vive no emancipado de las reglas fácticas.
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©
Jorge Mora Hernández es
investigador en la Universidad de Granada y profesor de Filosofía en
Bachillerato.