POEMAS DE PEDRO DE TENA
Pedro de Tena, de
Sevilla nos envía los siguientes poemas, a los
que él llama pretéritos.
("Ahí van
algunas cosas mías, tiempo ha preteridas
debido a este deseo final de acabar una
carrera, que empecé hace tanto, cuando el
horizonte se movía sin que yo me moviera".)
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POEMAS
DE PEDRO
DE TENA
SOSTIENE QUEVEDO
Polvo sin más, ceniza de
individuo
calcinado en los tumbos de
la vida,
yago con el amor, qué
deshabida
pasión penal, qué muerto
más antiguo.
Lo que queda de mí, yermo
residuo
de lo que fue una lírica
encendida,
maldice al cielo entero.
No hay herida
más honda, ni infierno más
contiguo.
Polvo seré sin besos,
mortecino
desierto para un alma,
despiadado
montón ciego de versos,
polvo fino
majado por el tiempo,
torturado
por la reminiscencia y el
destino
fatal de no morir
enamorado.
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“Resucita”, dijeron.
Condenado a volver,
torbellino de células pero
también de versos,
decir adiós al viento que
acama al crisantemo
y dolerse otra vez, llorar
sin esperanza,
ver tu sombra en las
celdas de la miel abatida
y esperar a otra muerte,
ese extraño desmayo
del corazón enfermo cuando
siente la marcha
funeral de esa espalda que
parece la tuya.
Y aquí estoy, por castigo,
no porque te desee,
no porque me derrote la
gravedad maciza
de tus pechos malditos, no
porque vea en tus labios
promesa alguna de
remordimiento
ni porque tus mentiras me
sigan vertebrando
sin compasión alguna.
Estoy porque me he muerto.
Estoy porque mi vida no
puede ser eterna
si tú no estás en ella
para hacerla pedazos.
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Agosto en
España
Despellejando agosto, día
tras día,
dejando al descubierto sus
entrañas
de gaviota sonámbula y
extraña,
desovo en su interior mi
alegoría.
Vago por él con la
melancolía
tatuada en mis sentidos
por España,
desilusión remota y
aledaña,
hueso pelado ya de la
utopía.
Agosto es como el mar,
indiferente
al levante que abrasa o al
sumiso
vaivén de la marea.
Inertemente,
huero de fe, de sueño
circunciso,
va como yo, hundido en la
corriente
que a otoño llegará, no al
paraíso.
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A Alda.
Baja, sol, baja, luna, que
bajen los planetas,
bajen los meteoros de todo
el universo,
que vengan los demonios,
los ángeles, Dios mismo.
Sean testigos de un héroe
que muere en el combate
con el alma insurgente y
la mirada atenta
a la desconocida que repta
en sus entrañas
y ordena a los gusanos el
asalto final.
No se rinde, es hermoso.
Fue adiestrado en los vientres
marmóreos donde un hijo se
pare con la espada
en la mano y un cántico
que ennoblece sus gestas.
No sabe confesarse. ¿Qué
pecado podría
cometer quien no ha hecho
sino lo que hace el viento,
lo que hacen las arenas de
las dunas del Sur,
lo que hacen los latidos
del corazón que ahora
fallece destensado como un
viejo tambor?
“Yo no soy libre”, grita a
los cardos atónitos,
“nací predestinado en un
erial de estrellas
tatuadas en mi sangre y en
la sangre del cielo
y ahora espero la muerte
sin doblar la rodilla”.
Un montón de cadáveres le
aplaude enardecido
y los grajos corean el
himno de las cumbres.
¿Y ella? ¿Dónde ella? ¿Es
la que se desploma
entre las mariposas de la
infancia?¿Es aquella,
la que yace abatida sobre
las negras hierbas
calientes de las
vírgenes?¿La que muere espantada
por recordar a un hombre
que la mata de olvido?
Bajen pronto los buitres,
devoren los despojos
solitarios del ídolo y
deshuellen el sitio.
No haya palabra suya que
encuentren los cronistas.
Y vosotros, amigos,
contaminad la historia,
cantad quién era ella, la
que fue preterida,
la que no mereció ni
versos ni canciones
en la escena final donde
el amante expira
y transmitid las letras de
su nombre bendito.
No habrá papel de carta
que resista
la avalancha de versos que
contengo.
Atrevido reciente,
camarlengo
del gozo de escribir,
contrabandista
de verbos y adjetivos, yo
devengo
de mi literatura
destajista
un mal salario de
zarabandista
y un público ligero de
abolengo.
¿Por qué escribir
entonces? Porque puedo
donarte el corazón entre
dibujos
de letras y fantasmas. Con
mis dedos
soy capaz de dolerte y
como un brujo
desencanto tu amor o lo
intercedo.
No, no hay papel para tan
hondo flujo.
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¿Has bebido la arena del
desierto?
Si lo has hecho sabrás que
sus minúsculos
puñales saltan vivos como
peces
en el charco voraz de tu
naufragio.
Mira a tu alrededor.
Cientos de miles
de millones de seres
triturados
por las secas quijadas de
los siglos
esperan el crujido de la
víctima.
Toda la luz del mundo se
desploma
salvajemente sobre tu
humedad.
Tus creencias, aun masas
resistentes,
llagan el tembladal
amarillento
donde pairan unánimes los
fósiles.
Estás solo, cercado de
espejismos,
sin puntos cardinales ni
una sombra
de palmera que alivie tu
sequía.
Tú sabrás qué decir, tú
eres la presa.
Bebe otro sorbo, siente
cómo el vidrio
desbaratado pica tu
memoria
y observa cómo el viento
se amotina
lanzando sobre ti restos
de público.
Yo seré tu poeta, fingiré
tus hazañas
y escribiré que estabas
elegante
cuando la luna negra, la
terrible
plaza de toros de los
sueños muertos,
clavó en tu corazón sus
banderillas.
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NOCHE EN SANLÚCAR (para Dolors Alberola)
Por si tú no lo sabes, te
diré que mi pluma,
pulcra, silente, humilde,
inofensiva arma,
te acecha con el garbo del
halcón peregrino
e hincará en tus carnosos
adentros sus palabras.
¿No me crees? Sí, reposa.
Sobre el buró, dormita,
serpiente venenosa
rectilínea y urbana,
inquieta por la ausencia
del calor de su nido
natural, estos dedos que
gritan y la inflaman.
Más azul que las venas, su
sangre delincuente
espera que los búhos del
crepúsculo partan
hacia la impunidad de
bárbaras repúblicas.
Hambrienta al despertarse,
beberá de mi alma
el zumo de mis noches y el
licor de mis verbos.
Me subirá en su lomo de
embustera de plata,
ojearemos nerviosos las
manadas de víctimas
y entonces te veremos,
bruja desorientada
que ahora barres rincones
en lugar de volar.
No te daremos tiempo.
Clavará en tus entrañas
el diccionario errante que
aguza sin sentido
y manchará tu seno con su
jerga infectada.
Cuando ya no lo esperes,
en tu boca cautiva
se erguirá el enemigo, una
tela de araña
donde tiemblan jugosas las
voces del abismo
al que te empujarán
ardientes mis metáforas,
innumerables crías sin
misión ni piedad.
Ponte a salvo, mi amor, la
tarde se derrama
como un glaciar espeso
sobre tu valentía
y el peligro bosteza en
sus crines metálicas.
Por si no me creyeras, te
diré que mi pluma
condena por instinto y
cimarrona caza
eremíticos versos, esas
chispas que brincan
en el carbón pagano de tus
ojos de gata.