REALIDAD Y FICCI�N Edici�n
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I.E.S. "P. Jim�nez Montoya". Baza |
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Ciencia y cultura Ciencia para la sociedad del Siglo XXI Jos� Adolfo, de Azc�rraga Feliu Catedr�tico de F�sica te�rica de la Universidad de Valencia
Publicado el 3 de enero de 2005 en la Revista virtual REI, Revista del Instituto de F�sica Corpuscular de Valencia
El apoyo social a la ciencia ha mejorado mucho en Espa�a durante los �ltimos decenios. Pese a ello, a�n es frecuente encontrar en nuestra sociedad una actitud de desconocimiento, e incluso de desconfianza, hacia la ciencia. Si se preguntara al ciudadano medio qu� entiende por masa o por aceleraci�n -el equivalente cient�fico a la cuesti�n �sabe usted leer?- muchas personas no sabr�an responder con acierto. Si la pregunta fuera �cu�l es la esencia de la teor�a de la relatividad de Einstein? -que, en t�rminos human�sticos, no va mucho m�s all� de �ha le�do usted El Quijote?- la respuesta ser�a el silencio o, quiz�, que 'todo es relativo', lo contrario que establece, pese a su nombre, el principio de relatividad. Hace casi medio siglo, el f�sico-qu�mico y novelista ingl�s Charles P. Snow acu�� la expresi�n de las 'dos culturas' para se�alar la dicotom�a existente entre la cultura humanista y la cient�fica pese a que, en realidad, son partes de una �nica cultura, la Cultura con may�sculas. El problema que Snow se�al�, aunque atenuado, subsiste todav�a, y tan ajeno a la Cultura es el b�rbaro especialista al que se refer�a Ortega y Gasset, cuya visi�n del mundo es tan estrecha como sus conocimientos t�cnicos, como quien desconoce -por ejemplo- la trascendencia de las ideas de Darwin. Claro est� que esto no puede sorprender en una sociedad que sistem�ticamente menosprecia el esfuerzo y la maestr�a en todos los campos -�hasta en el Arte!- y que, por el contrario, otorga rango cultural a un sinn�mero de actividades que no son sino un pobre suced�neo de la aut�ntica cultura. Quiz� por esto una persona muy pr�xima a m� decidi� -hace muchos a�os- hacerse unas jocosas tarjetas de visita en las que bajo su nombre figuraba, en lugar de su profesi�n de abogado, 'ha le�do El Quijote'. �Cu�ntos espa�oles adultos habr�n reemplazado la reposada lectura de la obra maestra de nuestras letras por trivialidades pretendidamente culturales? Pero volvamos a la ciencia. En los albores del siglo XXI, cuando se puede discutir con rigor sobre el origen y evoluci�n del universo, la aparici�n de la vida o indagar si existe fuera de nuestro planeta, cuando se conoce el mecanismo -las mutaciones gen�ticas y la selecci�n natural- de la aparici�n y evoluci�n de las especies, cuando ya se tiene un borrador completo del genoma humano y la ingenier�a gen�tica no hace m�s que avanzar, cuando algunos aspectos de la �tica del comportamiento pueden analizarse tambi�n a la luz de la sociobiolog�a, cuando se sabe que hasta ciertas comunidades de primates y mam�feros acu�ticos poseen rudimentos de cultura, cuando la investigaci�n sobre los procesos neuronales y de adquisici�n de conocimientos empieza a despegar, no se puede vivir al margen del avance cient�fico. El siglo XX ha sido, entre otras cosas, el siglo de la ciencia, que ha probado ser una fuente esencial de conocimiento sobre el universo y sobre nosotros mismos. Dice el diccionario de la Real Academia Espa�ola que la filosof�a estudia 'la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales'. As� pues, la ciencia es tambi�n filosof�a; �sta, a su vez y etimol�gicamente, es amor a la sabidur�a. Ese amor es la base de la Cultura: el af�n de cultivar los conocimientos humanos y las facultades intelectuales del hombre. Y de esa �nica Cultura, la ciencia constituye una parte esencial.
Chaplin en tiempos modernos
Se dice a veces, sin embargo, que es mejor ignorar, que el conocimiento de las causas de los fen�menos les priva de la poes�a y el encanto del misterio. Sin embargo, no hay nada m�s satisfactorio que el placer de comprender; de hecho, no cabe disfrute intelectual m�s elevado. �Acaso no resulta m�s grata la contemplaci�n de la Alhambra a quien es capaz descubrir sus rect�ngulos �ureos y los 17 grupos cristalogr�ficos planos en sus bellos mosaicos, o la vista de los veleros de la Copa de Am�rica a quien sabe que la espectacular victoria del yate Am�rica en 1851 se debi� que a las fibras de sus velas estaban orientadas seg�n la tensi�n del viento? �Acaso es menos bella la silueta femenina resaltada por el corte al bies que introdujo Madeleine Vionnet en el Par�s de 1922 porque su efecto sea consecuencia, como la eficacia de las velas del Am�rica, de la teor�a de Poisson de la elasticidad? La formaci�n de la sociedad del s. XXI requiere una mayor atenci�n a las ciencias, que forman una parte esencial de su mundo. Sin esa mejor ense�anza de las ciencias, se condenar� a los ciudadanos a que las ideas que configuran buena parte de ese mundo -el universo de lo muy grande y de lo muy peque�o, la propia naturaleza humana- sean ajenas a su patrimonio intelectual, lo que les convertir� en espectadores pasivos o desconfiados de los cambios a�n m�s dr�sticos que se avecinan. Dicho sin per�frasis: muchos ser�n, y no s�lo culturalmente hablando, ciudadanos de segunda clase, y sus decisiones -sean personales o con trascendencia p�blica- estar�n lastradas por ese desconocimiento. Nuestra �poca es, cient�ficamente hablando, m�s avanzada que cualquier otra. Buena parte de lo que juzgamos esencial para el desarrollo de nuestra actividad diaria o simplemente para nuestra supervivencia no ser�a posible sin la ciencia y la tecnolog�a. Por eso es tan importante una adecuada educaci�n cient�fica; el conocimiento de la naturaleza de las cosas nos hace comprender y actuar mejor. La ciencia tambi�n nos ayuda a cumplir con el famoso mandato del templo de Apolo en Delfos, pues nos permite conocernos mejor a nosotros mismos. Siempre me ha parecido, por ejemplo, que un buen curso de etolog�a deber�a ser requisito obligado para legislar en materia educativa, pues las leyes deben adaptarse a la naturaleza humana y no al rev�s. De hecho, la actitud frente a un buen n�mero de problemas sociales y pol�ticos depende de qu� concepci�n se tenga sobre la naturaleza humana, y muchos fracasos son consecuencia de pretender que �sta se ajuste a nuestros deseos y prejuicios. Y concluyo. El mayor problema al que se enfrentan las sociedades modernas es la adecuaci�n del tiempo biol�gico de la especie humana, el mismo en muchos miles de a�os, a su tiempo cultural, que evoluciona vertiginosamente. Este enorme desfase, dicho sea de paso, no es ajeno a las incomprensiones e intolerancias de todo tipo que el mundo sufre hoy; es tambi�n, por ejemplo, la aut�ntica ra�z de la violencia dom�stica (o por raz�n de sexo, que la ignorancia del legislador no nos obliga a usar la incorrecta estupidez de 'violencia de g�nero'). La �nica forma que existe para aproximar esos dos tiempos, biol�gico y cultural, es la educaci�n. En Espa�a, el progreso de la ciencia requiere, ante todo, la mejora de la ense�anza en todo el �mbito preuniversitario, cuyos medios dejan a�n mucho que desear y, despu�s, la existencia de universidades de excelencia; no que haya m�s universidades, que sobran, sino que algunas sean mucho mejores y se aproximen, aunque sea de lejos, a Harvard o Cambridge. Nada hay m�s rentable para una sociedad que la educaci�n: su coste es despreciable frente al de la ignorancia.
REI- Revista del
Instituto de F�sica Corpuscular
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________________________________________ � Jose Adolfo De Azc�rraga Feliu. <azcarrag@ific.uv.es> � REI- Revista del Instituto de Fisica Corpuscular, 2005 rei@ific.uv.es
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